Nuevos relatos publicados: 13

Ninfomanía e infidelidad (19 y último)

  • 14
  • 18.348
  • 9,61 (28 Val.)
  • 0

Arnaldo me comprendió fácilmente y me aceptó tal como era, aunque también con ello estaba aceptando a su esposa y se lamentaba de no haber entendido en su momento que se trataba de una enfermedad. Además, ¡claro!, disfrutó sexualmente de toda mi experiencia. A su lado fui más tranquila, seguramente porque a los cincuenta años uno se apacigua, pero no dejé de disfrutar a “los calientes míos” de vez en cuando... Él no era celoso, y algunas veces supo de mis escapadas con Eduardo, dejándolas pasar a sabiendas de que no me perdería, pero se enfurecía cuando se trataba de Roberto, y no era por celos, ya que Arnaldo me aceptó así. Arnaldo conocía desde años atrás a Roberto, por otras razones, y lo tildaba de poco hombre, explotador de los trabajadores, doble cara, que no respetaba su palabra y jugaba con los sentimientos de los demás; le parecía inaudito que yo lo tratase. En cambio, por Saúl profesaba un profundo respeto y admiración, al grado de que una vez me confesó que él no se molestaba cuando yo buscaba a Saúl para que me hiciera el amor porque le parecía un hombre justo y Arnaldo se sentía gustoso de compartir a su mujer con una persona así, que ello le permitía entender el porqué de las costumbres esquimales cuando ofrecían su esposa a los amigos o personas a quienes admiraban.

Un buen día, Arnaldo se tuvo que marchar a los Estados Unidos y quedarse a vivir allá de manera definitiva. Fui un par de veces a verlo, en una de ellas, después de haber vivido juntos diez años, nos casamos, cogimos muy rico, pero lo sentí distante. Año y medio después desapareció sin dejar rastro. Me incomodé, pero supuse y entendí que ya tenía a alguien más joven a su lado o quizá... regresó con su anterior mujer, ahora que ya entendía mejor cómo era la ninfomanía. Fue difícil. No lo estoy haciendo responsable de todo. Pero algo pasó que no quiso o no pudo enfrentar. Hoy sólo le deseo que se encuentre bien.

Desde que Arnaldo se fue a los Estados Unidos vendimos nuestro restaurante y nuestra casa, y yo regresé a vivir al lado de mis padres. Al poco tiempo ellos decidieron regresar al DF y yo también los acompañé pues soy la hija que los atiende, ellos rebasan los 90 años y, aunque son saludables, no dejan de padecer enfermedades propias de la vejez y no se les puede dejar solos. De vez en cuando mi hermana y su hija “me dan vacaciones” que yo trato de aprovechar. Nada menos el mes pasado fui a ver a Eduardo a Xalapa. Además de tener sexo toda una semana completa, me sentí útil ayudándolo en sus presentaciones de teatro y marionetas en las escuelas.

—Buenos días, señora —me dijo Eduardo cuando abrí los ojos con las chupadas que me daba en los pezones.

—Así son muy buenos... —contesté jalándolo de la verga que estaba tiesa.

—Se me paró cuando vi tus chiches tan cerca de mis ojos.

—¡Quién viera al “viejito” rabo verde! Los niños te confunden con Santa Claus por la barba blanca y se preguntan por qué usas un paño en la cabeza en lugar del tradicional gorro. Si las mamás supieran que esto le sigue funcionando a la perfección, seguramente pedirían clases para ellas... —Le dije dándole unos jalones más.

—¡Perdón, don Eduardo! creí que ya no estaban! —gritó la señora Rosa, encargada del aseo—Regreso al rato... —dijo y se fue por donde vino.

—Ja, ja, ja. No dejaba de mirar cómo te jalaba la verga. Ja, ja, ja —pues a pesar del sobresalto que nos causó, no dejaba de ser jocosa la situación: los ojos se le saltaban al mirar el gran pedazo de carne en toda su magnitud— ¿Qué no está casada? —pregunté

—Desde hace dos años tuvo que trabajar en casas ajenas para seguirse sosteniendo pues su marido se fue de mojado a los Estados Unidos y no supo más de él.

—Sí, debe ser triste —dije acordándome irremediablemente de Arnaldo.

—¡Vamos, mujer, perdóname, no quise hacerte sentir mal! —suplicó al darse cuenta de la tristeza que me trajo el recuerdo.

—No, perdóname tú. ¡Hasta el palo se te hizo chico con mis gestos! —dije moviendo de un lado a otro el pene flácido.

—Olvidemos el incidente y volvamos a lo nuestro, mi mujer —me dijo abrazándome y sentí dulzura en sus palabras: “mi mujer”.

—Oye, yo estaba en esto, pero te quiero dar algo también a ti... —Le dije metiéndome su falo en mi boca y colocándome en posición de 69 —No solamente estoy buena de las tetas, mámame la panocha, mi señor...

—¡Golfa! —me dijo y me calentó tanto como cuando Roberto me dice “Mi puTita” o Saúl con “Mi Nena puta”

Nuestras bocas hicieron bien el trabajo, ambos nos venimos muy rico, luego nos besamos para combinar los sabores de nuestras lenguas.

—¿Te gusta cómo sabe lo que te saqué mi barbón? —le decía entre beso y beso.

—El semen me gusta cuando lo saco de tu raja, no me importa si es mío o de otro, sabes riquísima cuando estás cogida...

—¡Ah, hace tanos años de eso...! —dije dando un suspiro, recordando que a veces en un mismo día estaba con dos y algunas veces ¡con tres!

—Te lo creo, a Saúl también le gustaba chuparme cuando me habían cogido Roberto o tú. Pero ahora, dos o tres veces al año contigo, lejos de ellos; unos cuántos días con Roberto, cuando va al DF; Saúl es el más frecuente: una vez al mes... Un día voy a juntarlos a los tres y que me revuelquen uno seguido de otro, después de dos en dos y por último ¡los tres juntos!

—Golfa... ¿A que no lo haces? —me dijo Eduardo retándome y sabedor de que Saúl y Roberto no aceptarían.

—Por muy golfa que seas, no aguantarías a tres garañones en una misma sesión.

—Garañones... Si están viejitos los tres... —me burlé

—¿Viejitos? No sé si ellos, pero ahorita vas a ver a éste, el más viejo de tu amantes —dijo y me puso en cuatro extremidades, me lamió el culo, después metió un dedo mientras me besaba en la boca, luego sentí dos dedos adentro y me empaló.

Se movió despacio y luego con más brío hasta que se vino, yo disfruté tres orgasmos por uno de él. Pensé que se saldría, pero se sentó y yo sobre él. “¡Uy, te gustan los títeres, mi garañón! ¡Me mueves como muñequita de papel maché!”, le dije por tratarme como a uno de sus títeres. Apenas lo había dicho y se acostó moviéndome sobre su verga ¡Sentía riquísimo! “¡Amor, hacía muchos años que no me hacían así! ¡No pares, sigue garañón sigue!” y siguió hasta que se volvió a venir... Ahora fueron cinco míos por uno de él. Quedamos rendidos y volvimos a dormir.

En mi somnolencia me pareció ver dos pies bajo la cortina que separa la recámara del estudio. Con los ojos entrecerrados me di cuenta que doña Rosa había estado viéndonos todo el tiempo y seguramente masturbándose. Al despertar, cuando desayunábamos en el restaurante, lo comenté con Eduardo. Él se sonrió y me dijo “Ahora no sólo tú sabes que a mis setenta años sí soy un garañón, ja, ja, ja.” “¡Mamón!”, grité enojada. “Seguramente también eso ya lo sabe, ja, ja, ja”. No me pude contener, no sé si fueron celos o qué, pero le di una gran cachetada.

—¡Ay! ¡Ja, ja, ja! ¡Qué ridículo estamos haciendo! Saúl siempre tuvo razón: Tú si puedes coger con varios, pero te pones celosa por lo que pudieran hacer tus amantes, ja, ja, ja —dijo divertido, aunque le hubiese dolido el tortazo— ¡A la salud de Saúl, el “chico brillantina” que siempre supo lo que te ocurría y aun así te ama! ¡Salud también por nuestra mujer! —dijo tomando su copa de vino.

—¡Imbécil! —grité y me levanté de la mesa.

—¡Espera, mi mujer! —dijo levantándose también para seguirme a la calle— Mi brindis fue veraz, él me lo advirtió desde los primeros días “ella cogerá conmigo, con Roberto y con muchos más” y hasta este día entendí por qué lo decía

—Pues solamente cojo con ustedes tres, ¡no soy una puta! —le grité a Eduardo y me di cuenta que otros se habían detenido para estarnos oyendo y sonreían por mis palabras, entre ellos el mesero que seguramente nos siguió porque no habíamos pagado el desayuno.

Eduardo le dio unos billetes al mesero y me tomó del talle para platicar a la sombra de los árboles del parque. Su ternura me apaciguó por completo.

—Perdóname, mi amor, creo que sentí celos porque pensé que ahora doña Rosa buscará algo más en ti.

—Ja, ja, ja. No creo, tiene veinte años menos.

—Pero está de muy buen ver...

—Sí, por eso puede buscar a alguien más joven...

—Bueno, dejemos eso. Ella seguramente sabe más cosas de ti, pues no he de ser yo la única que has tenido en esa cama y los ha visto así —dije molesta conmigo misma pues volví a sentir celos. Eduardo sólo sonrió.

—Mis “vacaciones” terminaron —le dije a Eduardo.

—No, todavía te quedan dos días con sus noches —replicó.

—Lo siento, mi hermana me habló por teléfono y me pidió que regresara antes —di por toda explicación.

Eduardo me hizo el amor varias veces, en todas ellas me mamaba las chiches y me jalaba los pezones al tiempo que decía “¡Cómo te voy a extrañar mi golfa tetuda!”. La última cogida fue media hora antes de que me llevara a la terminal... y partí hacia el DF. Lo de la llamada fue cierto, pero no era mi hermana, era Roberto que me avisaba que había llegado a la ciudad de México. Dado que la recepción fallaba en algunos tramos de carretera, le mandé un mensaje diciéndole a qué hora llegaría y por cual línea (en algún momento habría recepción y el mensaje saldría, lo supe cuando vi la respuesta de Roberto “Allí estaré para recogerte”. Roberto me recibió y nos fuimos al hotel donde estaba hospedado, antes de cenar me hizo el amor. ¡Qué maravilla, después de tantos años otra vez dos en el mismo día!

—¡Uy, qué señor tan impaciente! —le dije a Roberto cuando me empezó a desvestir.

—¡Quiero mamarte la pucha antes de que pase más tiempo! Apaga tu teléfono —me dijo y me acostó desnuda con las piernas abiertas.

Metió su cara entre mis piernas y sentí una lengua voraz que lamía desenfrenadamente. Las manos se ocupaban de magrear mis tetas y jalarme los pezones. De inmediato vinieron mis orgasmos y mi flujo viscoso era recogido y tragado por mi segundo amante del día... “Qué rico sabes, mi puTita” decía Roberto entre un trago y otro. Una vez que terminó de chupar, empezó a desvestirse él también.

—¿Qué quieres cenar? —me dijo pasándome el menú del restaurante del hotel.

Pedimos la cena y cuando la trajeron él estaba sobre mí. “Permíteme y tápate” dijo. Él se levantó desnudo y le abrió al camarero indicándole que dejara el servicio en el recibidor de la habitación. Regresó a la alcoba por su cartera para dar la propina. ¡Todo sin ropa!

—¿No te molesta que te vean desnudo? —le pregunté cuando escuché que cerró la puerta.

—No. Ven a cenar ahorita que está caliente —sugirió.

—Voy, déjame ponerme algo —dije y entonces lo vi frente a mí.

—Te quiero así, ¡encuerada! —dijo quitándome la bata de las manos y me dio una nalgada.

—¡¿Por qué me pegas?!

—Por puta, ¡estabas riquísima! ¿Estuviste con Eduardo, verdad? —me dijo y me quedé perpleja, ¡yo no le había dicho nada! —¿Crees que no sé a qué sabe él, o Saúl o Arnaldo u Othón? Me diste el semen de ellos en tu vagina varias veces y, la verdad, me gusta probarte cogida...

Me sorprendí que a todos ellos les gustara cómo sabía mi vagina después de haber estado con otro. ¡Los hombres son muy extraños! Al terminar de cenar, nos bañamos y nos lavamos los dientes para ir a coger muy rico. Al día siguiente salimos en la mañana a desayunar y nos perdimos por la ciudad. Comimos en el Café Tacuba y nos regresamos al hotel a reposar la comida viendo la televisión (desnudos, claro) y tomar el vino. Yo estaba sentada recargando mi espalda en la cabecera y Roberto acostado con su cabeza en mi regazo. Él mojaba mis tetas en su copa de vino y de allí lo tomaba...

Al anochecer volvimos a hacer el amor, primero en el yacusi, después en una mecedora y por último las buenas noches en la cama. A las cuatro de la mañana Roberto me volvió a coger para despedirse y se fue al aeropuerto. La verdad, no tuve orgasmo pues estaba muy dormida, en cambio él sí que me dejó muy servida... Me dijo que ya estaba liquidado el cuarto, pero que me podía quedar hasta las doce del día. Después me di cuenta que en mi bolso me dejó una cantidad equivalente en dólares a la cuenta del hotel con una nota: “Ya pagué, pero te dejo esto por si hay algún problema”. No lo hubo y me sentí como una puta que cobra por el sexo. “Soy puta, pero no cobro”, me dije.

Antes de meterme a bañar, encendí mi teléfono y le hablé a Saúl para ver si podíamos “platicar un rato”. Dijo que sí y nos citamos dentro de dos horas en “nuestro hotel”. ¡Dios mío! ¿Qué estoy haciendo? ¡Con mis 65 años y ando de cusca! Entonces, decidí no bañarme.

—Hola, Saúl, ¿podríamos comer algo antes? —dije por recibimiento ya que yo no había desayunado.

—Sí, como quieras, pero prefiero en el restaurante del hotel, para que no cargues tu maleta —me dijo mostrándome la tarjeta de la habitación y pues llegó antes pidió el cuarto.

—Venga para acá, mi Nena puta —me dijo abrazándome y me llevó a la cama donde me levantó la falda, me bajó los calzones y se puso chuparme —¡Qué rico sabes, mi Nena! Te apuesto que fue Roberto quien me dejó mojadita a mi Nena —me dijo y me quedé con la boca abierta de la sorpresa.

—¿Reconoces el sabor? —le pregunté asombrada.

—No siempre, porque me has dado el semen de tantos... Me gustaba probarlo ya fermentado en tu vagina. Te apuesto que a Roberto le diste el de Eduardo... —dijo y me quedé sin habla, ¿cómo diablos sabía Saúl todo eso?

Quince minutos después, me subió los calzones y me dijo “Vamos a comer, yo ya tomé lechita, pero tú...” Y bajamos a comer. No me pude contener en la curiosidad y durante la comida le pregunté cómo sabía que había estado con Roberto y también, antes, con Eduardo.

—Elemental, mi querida Watson... —respondió tomando la copa de vino y la chocó contra la mía— Brindo por mis eternos socios, Eduardo y Roberto, ¡salud!

—¡Salud! —respondí— Pero dime cómo lo supiste, insistí después de dar un trago a la copa.

—Antier me habló tu hermana. Ella estaba preocupada porque tú no respondiste a su llamada, seguramente porque ya venías en tránsito y no había recepción. Ella había recibido en la casa de tus padres una llamada de Roberto quien, seguramente porque no te encontró en tu móvil, habló a la casa. Tu hermana le dijo que andabas de vacaciones en Xalapa (con Eduardo que allá vive, ¿con quién más?) y supo que Roberto estaba en el DF. Al día siguiente decidió hablarte para decirte que te había hablado Roberto y sólo escuchó “el número que usted marcó está apagado o se encuentra fuera del área de servicio”, durante varias horas que lo intentó. Entonces le habló a Eduardo y él le dijo que ibas en camino seguramente por eso no te podías comunicar. Ya noche, al ver que no llegabas intentó volverte a hablar y tu teléfono seguía apagado, entonces decidió hablarme a mí y me contó con preocupación todo, incluido que hasta hoy esperaba tu regreso y que saliste antes de lo previsto de Xalapa. “¿Roberto volvió a hablar?”, le pregunté, y me dijo que no, incluso sabía que él saldría hasta hoy en la mañana a su tierra, pero tampoco él contestaba la llamada. “Tranquilízate”, le contesté, “ella está con Roberto, mañana llegará a tu casa, tal como quedaron”. “¿Estás seguro cuñado?” preguntó ya con voz calmada. “Segurísimo. ¿Apuestas algo?”, le dije. “Gracias, te creo”, contestó y se despidió con tono alegre. Sé que Roberto no tolera el móvil prendido cuando está contigo, así que sólo habría que esperar a que él se fuera. Cuando me hablaste supe que tramabas y ¿sabes qué?

—¿Qué, Sr. Apostador Holmes? —contesté dando crédito a su sagaz deducción y a la manía de Saúl de decir “¿Apuestas algo?” cuando tiene los pelos de la burra en la mano, aunque las dos veces anteriores los pelos eran de puta y los tenía en la boca...

—¡Se me hizo agua la boca...!

Terminamos de comer y nos subimos. Entre besos y caricias nos desnudamos mutuamente. Volvió a hacerme venir con sus mamadas en la panocha. Estiraba mi clítoris con sus labios, sorbía clítoris y labios tan rico que yo me deshacía en un orgasmo tras otro. “Así, Nena, dame más miel” me decía con la lengua cubierta de mi flujo. “La tuya es riquísima, prueba, pero tu sabor a puta se acentúa con la leche de mis socios, lástima que ya me la acabé”, me dijo antes de darme un beso y penetrarme. En lugar de agarrarse de mis nalgas, lo hizo de mis chiches y se movió hasta que sentí el calor de su esperma. “Ya hay leche otra vez...”, le dije dándole un beso mientras descansaba.

—Te amo puta, mi Nena puta. Cuéntame lo que hiciste con cada uno de mis socios, ¿alguna novedad?

—Los putos son ustedes y los amo así...

Sí, estos días me los pase cogiéndome a mis tres amores, aunque hay semanas y meses en que no aparece ninguno de ellos. En cada vez que hay oportunidad tengo que pedirle a mi hermana y su hija o, más difícilmente a alguno de mis hijos para que estén al tanto de mis padres mientras yo “de carrerita” me voy a echar un "rapidito". Nada que ver con el inicio de mi vida de “esposa” con varios “amiguitos”. ¿Qué será en diez años más?

 

(FIN de esta ruta usted que eligió.)

(9,61)