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Mónica DELUX (3): Mi hermano, su novia, mi novio y yo... Ummm... ¡De locos!

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Mi segundo año de universidad comenzó mucho mejor respecto a cómo había terminado el primero, y trajo dos novedades importantes. La primera ocurrió a primeros de noviembre. Era un día lluvioso, y yo me dirigía por los pasillos de la facultad hacia mi siguiente clase. Entonces un chico me abordó.

― ¡Hola!... ¿Tú eres Mónica, verdad? ― me dijo de forma efusiva y se abrazó a mí.

Yo me quedé alucinada ante el ímpetu de aquel extraño. Instintivamente le aparté con las manos.

― ¿Y tú quién eres, que te tomas tantas libertades sin conocerme?

Le miré de arriba abajo, con detenimiento, y quedé muda ante semejante prodigio de la genética. La primera impresión fue que estaba para comérselo. No solo era alto, sino que también tenía un cuerpo de escándalo. No obstante, había algo extraño en su mirada, algo que sus ojos marrones no eran capaces de traslucir. Pero su rostro era angelical y no presté atención a ese detalle. Con el paso del tiempo me daría cuenta del error que cometí.

Volvió a acercarse con intención de abrazarme nuevamente. Yo puse las manos delante, y retrocedí un paso; ciertamente estaba muy bueno, pero no sabía nada de él ni de sus intenciones.

― Perdona si me equivoco, pero… ¿tú no eres Mónica, a la que apodan ‘DELUX’? ― me preguntó algo confuso por mi reacción―. Yo también soy de Ronda, aunque seguramente nunca me hayas visto.

― Sí, así me llamo y de esa forma me conocen. Pero… Todavía no me has dicho quién eres tú.

― Entonces deja que me presente. Me llamo Sergio, y soy buen amigo de Alonso, el chico de tu pandilla. ― Se acercó a mí y nos dimos dos besos. Entonces no le rechacé, y tampoco hice gestos que dieran esa idea; con las buenas referencias que me había proporcionado, poco tenía que temer.

Durante un buen rato estuvimos charlando. Después de todo, resultó que teníamos muchos amigos en común. Me dijo que él también había ido a Málaga a estudiar, pero que lo hizo dos años antes que yo. Vivía en casa de sus tíos, y afirmó que casi no tenía amigos en la ciudad. Yo apenas abrí la boca, porque estaba embobada con todas las historias y anécdotas que me contaba. Realmente era un chico muy interesante, además de guapo, y enseguida me encariñé de él.

Desde aquel el día nos volvimos a ver con mucha frecuencia. Ambos congeniamos desde el principio, y lo pasamos muy bien juntos. Sobra decir que no tardamos demasiado tiempo en acostarnos, y en la cama era una auténtica máquina. No sólo me satisfacía a nivel emocional, sino que sexualmente me volvía loca. Yo no podía estar más contenta, y mi rostro era fiel reflejo de ello: siempre estaba iluminado y sonriente.

La segunda novedad tenía que ver con mi hermano Lucas. Un día me llamó por teléfono, me comunicó que había encontrado trabajo en Málaga y que se vendría a vivir con Claudia, su novia. Aquella noticia me colmó de alegría. No podía creer que fuese cierta. Yo quería con locura a mi hermano, y con Claudia me llevaba genial. Todo parecía un sueño del que no quería despertar.

Entre los tres decidimos alquilar un piso de dos dormitorios, y yo pude dejar, ¡por fin!, el que compartía con aquellas a las que llamaba maliciosamente ‘las petardas’. Desde el principio la convivencia entre los tres fue muy buena. Él se pasaba el día fuera de casa, trabajando como una mula por un sueldo que no justificaba su valía. Ella, por el contrario, se pasaba el día en casa, conectada a un servicio de webcam con el que se ganaba un buen dinero. En el fondo la envidiaba, porque era dinero fácil por no hacer nada. Sin embargo, tenía la virtud de volver locos a los hombres con su hermoso cuerpo, sus voluminosos y estéticos pechos y un desparpajo que yo nunca había conocido. Más de una tarde me tuvo pendiente de su espectáculo desde la ventana de mi monitor.

Los primeros conflictos no tardaron en llegar. Él regresaba a casa por las noches, me daba un beso, me contaba cómo le había ido el día y, tras cenar, se encerraba en su habitación con Claudia. Imagino que debía ponerse como una moto viendo a su chica calentando al personal.  Finalmente ella desconectaba, y se pasaban gran parte de la noche follando. Al principio me pareció natural y soportable, pero con el tiempo llegó a desesperarme. Y es que los gemidos, gritos y palabras obscenas me volvían loca. Yo apenas veía a Sergio, ya que siempre me decía que tenía mucho que estudiar. Debido a esto me tenía  a dos velas, y me subía por las paredes cada vez que escuchaba retozar a mi hermano y a la escandalosa Claudia. No voy a negar que en varias ocasiones me tentase la idea de llegar hasta su puerta, abrirla, entrar y meterme con ellos en la cama. Pero era mi hermano, y mi desesperación no había llegado a tanto.

Allá por el mes de marzo, me enteré por casualidad de que Sergio, junto con sus amiguetes, se pasaba las noches del bar en bar y de discoteca en discoteca. Este hecho no dejaba de ser anecdótico si no fuese por un detalle importante: por lo visto, el muy cabrón se cepillaba a todo bicho viviente que tuviera dos piernas, un buen par de tetas y un coño jugoso que follar. Eso era algo que yo no podía pasar por alto. A los dos días le llamé por teléfono, le dije cuatro cosas bien dichas y terminé mandándole a tomar por el culo. No estaba dispuesta a que aquel chico me tomase por el pito de un sereno. Malo estuvo que me mintiese con lo de los estudios, pero aquella traición no tenía perdón de Dios. Mucho menos si tenía en cuenta que yo le había sido fiel en todo momento, y que también había tenido mis tentaciones.

Durante un par de meses no supe de él, a pesar de que le echaba mucho de menos, y que me moría por tenerle entre mis brazos y entre mis piernas. Llegó a tal punto mi amargura, que concluí que no podía seguir sin él. Por este motivo le llame un día, y quedamos para tomar algo y charlar. Sergio no estaba dispuesto a volver, porque reconoció sentirse muy a gusto; aquella situación le suponía una libertad que conmigo no podía tener. Yo traté por todos los medios de que entrara en razón y volviéramos a empezar. Su negativa fue rotunda y yo, tras varios días rompiéndome la cabeza, le juré por lo más sagrado que podría hacer lo que quisiera, siempre y cuando respetase ciertos límites. Con los años me daría cuenta de que aquella decisión traería consecuencias debido a su carácter ‘un tanto peculiar’.

Llegado el mes de julio, Sergio y yo habíamos terminado el curso en la universidad. Mi Hermano decidió tomarse las vacaciones ese mes, y propuso que nos fuésemos los cuatro a un lugar del que le habían hablado. Lo organizamos todo, y el día quince emprendimos la marcha.

Tras muchas horas de viaje, tedioso y agotador, llegamos a nuestro destino; un parque natural con largas y desoladas playas, que se extendían más allá de donde éramos capaces de llegar con la vista. No nos costó trabajo encontrar un rinconcito en el que poder acampar sin ningún problema. Luego empleamos el resto de la mañana en dar un largo paseo reconociendo el entorno. Por la tarde, después que comer y dormir una siesta corta, montamos las tiendas de campaña y nos organizarnos. Como cabía esperar, las tareas ‘domésticas’ recayeron sobre las chicas, es decir; Claudia y yo. De nada nos sirvió protestar y volver a protestar, los chicos habían tomado la decisión como si de dos auténticos cavernícolas se tratase. Por supuesto, ellos se reservaron tareas tales como recoger leña, encender el fuego o ir todos los días al pueblo cercano a comprar comida, como si las chicas no pudiésemos hacer esas cosas u otras que requiriesen el uso de más de dos neuronas.

Decidimos que cada pareja debía buscarse un rinconcito apartado donde dar rienda suelta a sus instintos carnales. De este modo no incomodaríamos a los otros. Bien mirado, aquella solución me vino como anillo al dedo; por nada del mundo me hubiese gustado aguantar los gritos de Claudia cuando mi hermano se la metía por el culo. Al menos, estando de vacaciones quería evitarlos. Y es que el culo de Claudia, además de ser espectacular, era insaciable. Pero yo no era quien para juzgarla, porque tampoco me quedaba atrás a la hora de recibir por la retaguardia. Me encantaba cómo Sergio me lo hacía, y su imaginación a la hora de sorprenderme. Era tanto el dominio sentimental y psicológico que ejercía sobre mí, que no era capaz de negarle ningún capricho. Y… ¡Qué caramba!... Tampoco me apetecía.

Un día me desperté muy cansada y con sueño; habíamos estado hasta el amanecer contando historias alrededor del fuego. Al girarme, noté que Sergio no estaba a mi lado. Miré el reloj y me asusté. «Me van a matar ―pensé―. Son casi las dos, y todavía hay que hacer la comida». Rápidamente me vestí y salí de la tienda. Miré en la de mi hermano y Claudia, y ellos tampoco estaban. Sin rastro ni noticias de mis compañeros de acampada, los llamé a voces pero ninguno respondió. Pude ver que la comida estaba hecha y lista para calentar, circunstancia que me tranquilizó un poco. Sin saber qué hacer ni dónde ir a buscarlos, pensé que lo más lógico era que estuviesen en la playa, bañándose. Me puse las sandalias y me encaminé hacia allí, resuelta a resolver el misterio. Apenas llegué, vi que alguien salía del agua. Caminé hacia esa persona y comprobé qué se trataba de mi hermano. Me llamó la atención que estuviese completamente desnudo.

― Lucas ¿qué coño haces como mi madre te trajo al mundo? ― le pregunté muy seria―. Una cosa es que te vayas con tu novia por ahí, y que estéis en pelota picada cuanto os de la gana, y otra que lo hagas en un lugar donde es fácil que yo te pueda ver. ¡Joder! ¡Qué eres mi hermano!

Lucas rio con aquella risa socarrona que le caracterizaba.

― Vamos, hermanita, no me digas que nunca me has visto en pelotas. Seguro que en alguna ocasión me has espiado en la ducha o en mi cuarto mientras me desnudaba. Yo, al menos, reconozco que te espiaba cada vez que tenía ocasión, y no veas lo dura que se me ponía. Incluso, mira lo que te digo, hay varias cruces en mi calendario que indican las pajas que me hice en tu honor.

―¡Calla, guarro! No digas esas cosas. Mira qué te gusta escandalizarme. Y tienes suerte de que esté preocupada por Sergio, que ni lo veo ni sé dónde está, porque, de no ser por eso, no te irías de rositas sin una buena bofetada.

― Entonces no te cortes, sor Mónica, porque ha ido a dar un paseo con Claudia en esa dirección. ―Extendió el brazo y señaló con el dedo―. Hace un buen rato que se marcharon, pero, si vas a buscarlos, seguramente te los encuentres de regreso.

De todo lo que me dijo mi hermano, apenas me quedé con la mitad, porque estaba más pendiente de lo que le colgaba entre las piernas que de lo que me decía. Y es que, debo reconocerlo, tenía una verga capaz de enloquecer a cualquier chica que se la viese, incluida yo, su propia hermana. La contemplaba flácida y colgando, e imaginaba que, por su tamaño, erecta debía ser de proporciones épicas. Entonces comprendí los alaridos que soltaba Claudia cada vez que follaban.

Me despedí de él con burla, y fui en busca de los desaparecidos. Tras recorrer algo más de un kilómetro sin verlos, decidí caminar entre las dunas, por si estaban al otro lado de las mismas. Igualmente no los hallé, y retorné a la playa. A medida que me acercaba, pude ver un bulto a escasos metros de la orilla. Seguir caminando, y el bulto se convirtió en dos personas claramente reconocibles. Se trataba de Sergio y Claudia, o al menos eso creía yo. La voz de ella, gritando el nombre de mi chico, me sacó de dudas definitivamente. Aquellos gritos provocaron confusión en mi mente. También influyó el hecho de que estuviesen tan juntos. Me arrastré por la arena unos metros más, justo hasta quedar escondida tras unos matorrales. Desde esa posición avanzada, la escena era clara y cristalina. Ya no me quedaban dudas a cerca de lo que veían mis ojos. Ella gritaba como una loca, tumbada boca arriba en la arena mojada. Él estaba encima de ella, gimiendo y suspirando mientras se la metía una y otra vez. El festín que se estaban pegando no era propio de pobres.

Debieron cansarse de la misma postura, o puede que aquella ya no resultase morbosa, porque se separaron y Claudia  se colocó a cuatro patas, ofreciendo a Sergio toda la retaguardia en bandeja de plata. Él vaciló unos instantes, como si le costara decidirse por uno de los dos orificios disponibles. Finalmente se colocó en cuclillas, con las piernas separadas, le hundió la verga en el ano y comenzó a moverse con un ritmo que me resultaba familiar. Supuse que era lo más lógico, teniendo en cuenta la posición y mi propia experiencia.

Yo no dejaba de preguntarme cómo tenían tanta desfachatez. Ni a la novia de mi hermano era capaz de respetar. Claro, que ella tampoco tenía perdón de Dios. Estuve tentada de colocarme delante de ellos, decirles cuatro cosas bien dichas y salir corriendo a córtaselo a mi hermano. Finalmente recobré la cordura y pensé que eso le mataría. En cuanto a mí. ¡Qué decir! Cuando volví con Sergio, tras nuestra ruptura, acepté sus condiciones y no me quedaba más narices que seguir mirando o marcharme. Opté por la primera opción, pensando que, si me acostumbraba, me resultaría más fácil asumir mi papel en nuestra relación. Después de todo, Claudia  era una chica más, aunque con ciertos matices.

Mientras yo divagaba, ellos no perdieron el tiempo. Al volver a la realidad, pude ver que ella había adoptado mi postura favorita cuando era enculada por mi chico: con el trasero bien levantado, la espalda arqueada, y los pechos y la cara pegados al suelo; en esa postura, él solía apoyarse sobre mis hombros, y yo quedaba inmovilizada y en total sumisión. Recordé el inmenso placer que Sergio me proporcionaba de ese modo, y me moría de ganas por estar en el lugar Claudia. Nuevamente se volvieron a colocar en la postura del misionero, él hundió la polla en el coño, y segundos más tarde la sacó, derramando la leche sobre el vientre de su amante, como si se tratase del petardazo final al terminar los fuegos artificiales. No me gustó que luego se abrazasen, ni que se comiesen la boca durante varios minutos. Aquello significaba para mí algo más que puro sexo y desenfreno. Tampoco podía obviar que hubiesen follado por delante y por detrás sin usar ni un mísero condón. ¡Con lo poco que cuestan y los problemas que evitan!

Luego vi cómo se levantaban y se metían en el agua, seguramente para eliminar de su cuerpo cualquier prueba que les incriminase. Incluso ese detalle lo tuvieron en cuenta. Yo aproveché para escabullirme sin que me vieran, y corrí todo lo que pude cuando estuve fuera de su campo de visión. Al llegar al campamento, estaba empapada en sudor debido al calor y al esfuerzo.

―¿Qué te pasa, Moni? ―me preguntó mi hermano al verme sudando y sofocada―. ¿No los has visto?

―¿Ver?... ¿A quién? ―Mi mente estaba en otro sitio.

―¡Pues a quién va a ser! ―respondió, levantando la voz―. A Sergio y a Claudia. ¿No ibas a buscarlos?

―¡Ah! No, no los he visto. He caminado un rato, pero me he cansado enseguida. He pensado que tarde o temprano volverían, y que no merecía la pena ir para luego volver. ¡Hoy estoy un poco desganada! Voy calentando la comida, porque ya no pueden tardar mucho. ¡Y tú! ¿Por qué no te tapas un poquito, hijo? Que te pareces a Tarzán en la película “Tarzán no tiene dinero para un taparrabos”.

―¿En serio?... mira que no me suena esa película. ¿Es porno?

―¡Anda! ¡Deja de tomarme el pelo y haz lo que te salga de los cojones!

Dicho aquello, encendí fuego y puse encima el recipiente con la comida. Los traidores no tardaron en aparecer, totalmente desnudos y charlando animadamente.

―¿Qué pasa, que hoy es el día internacional del nudismo y yo sin enterarme? ―Pregunté, dirigiéndome a los tres.

Sergio se me acercó y me dio un beso en los labios, como si nada. Luego me dijo así:

―No seas tan puritana, amor. ¿No ves que los tres estamos cómodos? Además, fíjate en tu hermano, tengo delante de mis ojos a su hermosa novia, con sus soberbios pechos al descubierto, y mostrando ese culo espectacular cada vez que se gira o agacha. ¿Acaso le importa?... mejor dicho. ¿Te importa que me coma con la vista a tu novia, Lucas?

―¿Importarme?... ¿Por qué habría de importarme?... ―respondió mi hermano mientras servía la comida en los platos, con total indiferencia. Es su cuerpo y es libre de mostrárselo a quien quiera. ¿O es que no recuerdas que se lo ven miles de pajilleros todas las tardes en la webcam?

―Y los que no son pajilleros se la cepillan cuando pueden ―dije entre dientes.

―¿Qué has dicho, amor? ―preguntó Sergio, que parecía tener un oído más fino de lo que yo pensaba.

―No. Nada, amor. Decía que la comida quema. Ten cuidado con la lengua. Mete solo LA PUN-TI-TA, que luego pasa lo que pasa.

En ese momento Claudia  se sentó a mi lado y me dijo:

―Vamos, nena. No seas tímida. Que somos adultos y hay confianza.

―¡SÍ!... Puedo hacerme una idea de la confianza que hay ―respondí con recochineo. Luego me puse en pie, enrabietada, y añadí con determinación―. ¿Pues sabes lo que te digo?... ¡Qué tienes razón, Claudia!... ¿Por qué voy yo a ser la única mosca en el vaso de leche? Si… total, le he visto la polla a mi hermano, y eso es lo único que nunca imaginé que vería. Esto parece una terapia de shock… O como se diga.

Dicho aquello, comencé a desabotonarme la camisa. Tras sacármela, la tiré contra el suelo, con rabia. Acto seguido hice lo propio con el pantaloncito corto y con la braga del bikini. Los tres me miraron durante unos segundos, y luego los chicos volvieron a lo que estaban haciendo, sin prestarme mayor atención. La única que si lo hizo fue Claudia.

―¿Ves cómo no pasa nada, Moni? ―me dijo cuando volví a sentarme en mi sitio, junto a ella―. Por cierto, ¿sabes que tienes una vulva muy estética? Me encanta, porque parece un culito diminuto con la rajita en el centro. Imagino que los chicos se deben volver locos al notarla bajo el bikini, cuando vas a la piscina o a la playa. No te haces una idea de cuánto me gustaría comerme un higo maduro y tierno como el tuyo. Espero que un día me dejes―. A esas alturas ya nada podía sorprenderme, ni siquiera las insinuaciones de mi posible-futura-cuñada.

Los días siguientes sirvieron para que me hiciese a la idea respecto a la nueva situación. Eso sí, dos o tres días me fui a pasear por la playa, yo sola, con la intención de tirarme al primer ser vivo con el que tropezase. Si se daba el caso, mis preferencias eran concretas: varón, alto, cachas, solitario, con una verga de infarto, y dispuesto a follarme cuando quisiera y por donde le diese la gana. Por desgracia, mi fantasía no se cumplió. Ni mis deseos de revancha o venganza, que para el caso eran lo mismo. Claudia representaba mi única opción. Pensé que follar con ella podría ser una forma de resarcirme. Por descontado que eliminé de la lista de posibles candidatos a mi hermano. No me veía con él, la verdad, aunque tuviese una polla más que apetecible. Con tan pocas opciones, una mañana invité a Claudia  a pasear conmigo, y caminamos hasta el lugar donde se había tirado a mi novio.

―Dime una cosa, Claudia ―le dije―. ¿Hablabas en serio cuando dijiste que te gustaría comerme “el higo”?

Ella rio con ganas al escuchar mis palabras.

―Claro, mi amor. Lo que más me apetece desde ese día es comérmelo. Incluso pienso en ello cuando Lucas me folla a cuatro patas. Te imagino delante de mí, con las piernas bien abiertas, y abriéndolo con los dedos para que yo me lo coma. En ese momento me corro como una cerda, sin importar el tiempo que lleve follando.

―Yo nunca he estado con una chica ―le confesé avergonzada―, pero, si quieres, puedes hacerlo ahora mismo.

―¿En serio? Mira que no me gustan estas bromas.

―No, no es una broma. Tú solo tienes que guiarme. Lo digo, más que nada, porque con un chico sé lo que tengo que hacer, pero no sé cómo comportarme con otra chica. Imagino que son diferentes los deseos y las preferencias.

Dicho aquello, Claudia se acercó a mí, me tomó la cara con sus manos, y me dio un beso perturbador. Sin lugar a dudas, fue el beso más tierno y sensual que había recibido en toda mi vida. El tamaño de sus labios, su textura y la forma de moverlos trajeron a mi memoria el placer que sentía, de niña, al comer los fresones que mi abuela cultivaba en su huerto. Poco después pude comprobar que otra parte de la anatomía de Claudia tenía, también, un sabor similar al de dichos fresones. Me estoy refiriendo, lógicamente, a su coño, que durante un rato fue mío, mientras hacíamos un 69. Me sorprendió la facilidad con que conseguía arrancarme los orgasmos, sin que me penetrase una polla o algo similar. No cabía la menor duda de que por su boca y dedos habían pasado multitud de coños;  se notaba que era toda una experta, y que sabía muy bien dónde tenía que ‘pulsar la tecla’.

Desde ese encuentro sexual, la situación cambió por completo. Yo había dejado de lado mi malhumor, y volvía gozar plenamente cada vez que follaba con Sergio. Algunos días incluso dos y tres veces. Por otro lado, surgió un filing entre Claudia y yo que me hizo mucho bien. Pero lo mejor de todo, consistió en que ya no teníamos que ir tan lejos para follar sin molestar a la otra pareja. Decidimos que era una tontería vernos en cueros durante todo el día y tener que escondernos para lo otro. Yo terminé por hacerme a la idea de que no había nada malo, ni pecaminoso, en ver a mi hermano en pelotas. Por su parte tampoco hubo problema, porque se había pasado media vida viéndome a escondidas, y ya no le producía ni frío ni calor. Aun así, una extraña excitación se apoderaba de todo mi cuerpo cada vez que Claudia se sentaba encima de él. Solía hacerlo cuando charlábamos por las noches, junto al fuego. Apenas había luz, pero, cuando ella se levantaba, podía vislumbrar en la penumbra el gran tamaño que alcanzaba su apéndice. Algunas veces, incluso, llegué a fantasear con que me follaba por todos los orificios mientras el resto nos miraban. Entonces tenía que rogar a Sergio que me llevase a las dunas y me diese un buen repaso, aunque hubiesen pasado pocas horas de la última ración de sexo.

Faltaban tres días para que nuestra aventura terminase, cuando sucedió algo que todavía tengo grabado en la memoria y que permanecerá ahí durante el resto de mi vida. Ocurrió por la mañana, mientras desayunábamos. Los chicos se jactaban de conocer al milímetro nuestros cuerpos, el de Claudia  y el mío.

―Estoy seguro de que reconocería el culo de mi chica entre un millón ―decía mi hermano.

―¿Entre un millón? No digas bobadas, Lucas. Si te ponen delante de las narices un millón de culos, lo que menos te preocupa es saber cuál es el de Claudia. ―Bromeaba Sergio y todos reíamos.

―¡Eso!... ¡Eso!... Cachondéate. Si lo haces, es porque tú no lo tendrías tan claro.

―¿Cómo que no? ―preguntó Sergio, irritado―. No te apostarías la paga de un mes.

―Me apuesto lo que quieras…

En ese momento intervino Claudia.

―¡Basta!... ¡Basta, chicos! Que esto no es una pelea de machitos por ver quién la tiene más grande. Ya sabemos todos que vosotros sois muy observadores. Pero os propongo algo que viene muy a cuento.

Ambos quedaron callados y pendientes de Claudia. Yo no fui menos.

―Yo sostengo que los chicos solo veis culo, coño y tetas cuando nos folláis, pero solo veis carne, sin fijaros en la forma, las proporciones o los pequeños detalles. En ese sentido, nosotras somos diferentes. Somos capaces de notar aspectos como la forma de moveros, la potencia y velocidad cuando entráis y salís de nosotras, el ritmo de los jadeos o vuestras preferencias…

―¡Para!... ¡Para, amor!―Interrumpió Lucas―. Para porque ese rollo feminista ya está muy trillado.

―¿Rollo?... ¿Feminista?... ¿Sabes lo que te digo, amor? Que lo que en principio iba a ser una propuesta, se acaba de convertir en una apuesta que os hago. A ver si tenéis cojones y me demostráis que lo que digo, según vosotros,  son “rollos feministas”. ¿Os interesa?

―Yo no he dicho nada, pero, por mi parte, acepto ―dijo Sergio, encogido de hombros.

―Por mi parte, también ―añadió Lucas.

Claudia acercó su boca a mi oreja, y me hizo partícipe de lo que se traía entre manos. Yo asentí con la cabeza, conforme con lo que me había dicho.

―Está bien, queridos ―dijo con recochineo―. Miradnos bien a Moni y a mí. Salvo por la cara y por las tetas, que las mías son más grandes y las suyas más menudas, físicamente somos muy parecidas. Bien. Si sois capaces de elegirnos y follarnos, sin saber quién es quién, y cada uno lo hace con quien le corresponde, ambas juramos convertirnos en vuestras respectivas esclavas sexuales hasta el momento de regresar a casa. En caso contrario, vosotros seréis nuestros esclavos, siempre y cuando nosotras sí lo adivinemos. ¿Os parece bien?

Sergio y Lucas se miraron, sin saber qué decir. Sin duda, aquella propuesta les había sorprendido.            Durante dos minutos estuvieron cuchicheando y tratando de llegar a un acuerdo. Nosotras nos mirábamos y nos lanzábamos sonrisas de satisfacción. Definitivamente les habíamos dado en la línea de flotación, y eso representaba, para nosotras, una pequeña victoria.

― ¡Está bien! Aceptamos ― dijo Lucas, muy resuelto.

― bien, habéis cavado vuestra propia tumba ― replicó Claudia―. Este juego, porque no es otra cosa, lo bautizaré como ‘los hormigueros’ y, si sois tan listos, el nombre os puede dar una idea de por dónde van los tiros. Dadnos hasta la tarde para prepararlo todo, y veremos quién se lleva el gato al agua. Eso sí, necesitamos que nos deis dinero y las llaves del coche para ir al pueblo, antes tenemos que comprar unas cosillas.

Llegó la tarde y la hora de poner a prueba la teoría de Claudia. Ambas salimos de la tienda de campaña que yo compartía con Sergio, cubiertas con una toalla de playa. Dijimos a los chicos que íbamos a las dunas y que, cuando les llamásemos, tenían que acudir al lugar donde les llevasen nuestras voces. Entonces comenzaría el juego, y de ellos dependería el desenlace final. A los pocos minutos, comenzamos a llamarlos por sus nombres, y nos preparamos para su llegada.

Cuando llegaron, el panorama que encontraron les desconcertó por completo; ninguno de los dos podía creer lo que veían sus ojos. Claudia y yo habíamos pasado un par de horas, después de comer, decorando nuestros cuerpos con pinturas que habíamos comprado en el pueblo. Ella pintó en mi culo la cara de un tigre siberiano, y yo en el suyo la de un León. Obviamente nos salió un churro, pero para lo que pretendíamos era más que suficiente, porque, de ese modo, ellos no lo tenían tan fácil como habían estado presumiendo. Además, cada una cavó un par de hoyos en la arena, donde enterramos nuestras piernas, justo hasta los muslos, y con una separación entre Claudia y yo de más o menos un metro. Luego recostamos nuestros cuerpos sobre la arena, y nos cubrimos espalda y cabeza con la toalla. De esa forma, ellos sólo podían ver nuestros culos bajo la apariencia de los animales mencionados, destacando, claramente, el coño y el ano. Por descontado, ellos habían sido previamente aleccionados, a fin de que no hicieran nada que descubriera nuestras identidades. En ese supuesto, perderían la apuesta.        

En principio tuvieron muchas dudas, y debatieron durante un rato, entre susurros, acerca de quién era quién. Finalmente se decidieron, y yo sentí posarse sobre mis nalgas un par de manos. No tardaron en deslizarse por mi piel, seguramente tratando de quitar la pintura, pero lo único que conseguían era emborronarlo todo. Luego comenzó a hurgar con los dedos entre los labios vaginales. Jugaba con ellos, y de vez en cuando introducía un par en el coño. Luego hizo lo mismo en ano. Yo imaginaba que quien estaba con Claudia debía hacer algo similar, y suponía que, a ella, le costaba un gran esfuerzo contener la risa, al igual que a mí.

Las manos abandonaron mi cuerpo, y los chicos volvieron a hablar entre ellos, esta vez de forma que se les podía escuchar claramente.

― Pues no sé qué decirte. Yo creo que el de Mónica es ese de ahí ― dijo Sergio.

― ¿Estás seguro?... Mira que si nos equivocamos, la podemos liar parda ― respondió Lucas.

― En ese caso, no podemos hacer nada. Pero, por mi parte, no habrá problema ni mal rollo si nos equivocamos. No sé qué pensarás tú.

― Por mí tampoco. ¡Qué sea lo que Dios quiera!

Tras aquella breve charla, volví a sentir de nuevo cómo unas manos se posaban sobre mi trasero. Entonces supe que no eran las mismas de la primera vez, aunque no sabía precisar a quién pertenecían. Un par de cachetes castigaron mis glúteos con bastante violencia, posiblemente buscando una reacción en mí que me delatase. Entonces, me acordé de la madre del desgraciado que me los había propinado, sin importarme que fuese la mía propia. Me costó contenerme, pero finalmente lo hice; ya ajustaría cuentas con ese cabrón más tarde.

Afortunadamente los azotes no se repitieron, y percibí cómo algo paseaba por mi raja, de arriba abajo. Sin lugar a dudas, se trataba de la polla que buscaba la entrada con el glande. La encontró y comenzó a penetrar en mis entrañas. Lo hizo muy lentamente, sin prisa, hasta que llegó hasta el fondo. Inmediatamente comenzó a entrar y salir, incrementando el ritmo de las penetraciones progresivamente hasta alcanzar el adecuado. De esa forma me estuvo follando durante un buen rato, metiendo de vez en cuando un par de dedos por el ano. Parecía estar tanteando el terreno, para que estuviera receptivo en el momento de penetrarlo.

Debió dejarlo en óptimas condiciones, porque no tardó en salir del coño de apuntar con el glande hacia mi agujerito. Comenzó metiendo un centímetro, o por puede que dos, luego volvió a salir. Yo no paraba de reír, procurando no hacer ruido. Aquella situación me recordaba a la del matador de toros a la hora de dar el finiquito al animal, cuando primero lo tantea antes de lanzar la estocada. Y más o menos ocurrió así, porque la verga volvió a situarse en mi entrada, y de un golpe brusco y certero me clavó la estocada. Creí ver las estrellas porque, aunque me lo esperaba, no imagine que lo haría con tanta violencia. Acto seguido la sacó y la volvió a meter, una y otra vez, dándome por el culo como un animal descontrolado. Sentí un dulce sabor en mi boca, y me metí en dedo hasta empaparlo en mi lengua. Los saqué y puede ver que era sangre, mi propia sangre. Seguramente debí morderme el labio inferior en el momento de la estocada. Pero aquel dolor perdió relevancia en el momento que los gemidos acudieron a mi boca y se precipitaron  entre los labios en forma de leves suspiros. Me costaba Dios y ayuda poder contenerlos.

Yo no podía ver lo que ocurría con Claudia, pero imaginé que lo debía estar pasando tan bien como yo, a juzgar por los gruñidos que no pertenecían a aquel que me estaba dando por el culo de forma espectacular. Yo ya sabía de quién se trataba, y me concentré todo lo posible en disfrutar al máximo. Jamás había tenido una polla tan larga, gruesa y hábil en el interior de mi recto. Con cada embestida sentía que me partía en dos, y el orgasmo no tardó en llegar, inundado mis entrañas y humedeciendo los muslos. Las lágrimas de dicha inundaban mis ojos, y me costaba horrores contener los gritos. En aquel momento sentía la imperiosa necesidad de gritar, de manifestar mi goce, para que mi amante supiese que me estaba matando de placer. Volví a la realidad, y percibí pequeños calambres en mi vientre, preámbulo de un nuevo orgasmo que volvió la encharcar mi coño. Las lágrimas ya no pudieron contenerse en mis ojos y comenzaron a resbalar por las mejillas.

No sabría precisar durante cuánto tiempo me sodomizó aquel ser maravilloso, pero si podría cuantificar el placer inmenso que me proporcionó. Y es que aquella polla me daba por el culo como si fuese su razón de ser, hasta nublar mi mente por completo. Cuesta expresar con palabras semejante cúmulo de sensaciones contenidas. Aquel día descubrí que el sexo psicológico, ese que te impide saber lo que ocurre, con quién ocurre o que no permite que te liberes mediante gritos o gemidos, es el más intenso, el que te más llena por dentro, y el que puede lograr que pierdas los sentidos y la razón durante unos gloriosos instantes.

Volví a la realidad en el instante en que la sodomía terminaba, y mi corazón se encogió de pena. Hubiese aguantado un buen rato más sin sufrir consecuencias dignas de mención. Pero todo termina, y el esperma caliente y fluido puso el punto final. Me recreé siguiendo su curso caudaloso tras caer sobre la parte superior del culo. Luego lo hice mientras cierta cantidad entraba en el ano, totalmente abierto por aquel ariete de carne. El sobrante resbaló por los labios vaginales hasta formar barrillo con la fina arena. Todo había terminado, y permanecí inmóvil unos instantes, esperando a que algo o alguien retomase lo que, tristemente, no tendría continuación.

―Moni, Moni, ya puedes salir. ―La voz de Claudia me avisó de que no había moros en la costa. Tuvo que insistir, zarandeándome, porque yo no era capaz de reaccionar por mi misma.

―¿Ya? No veas cómo folla mi hermano, amiga ―le dije con la voz quebrada―. No me extraña que te haga gritar siempre como una loca. Yo he estado a punto de mandarlo todo a la mierda y chillar cuanto me hubiesen permitido las cuerdas vocales.

Claudia  rio y me tendió la mano para ayudarme a levantar.

―Veo que tú también te has dado cuenta ―dijo ella, totalmente sonriente y feliz.

―Hija… ¿Cómo no me voy a dar cuenta, si tiene una polla con la que se podía jugar al baseball?

―¡Anda, tonta, no seas exagerada! Tampoco es para tanto.

―¡Joder! No es para tanto, dices. Claro, para ti es fácil decirlo, porque la tienes dentro todos los días del año. Ya me conformaría yo con una vez a la semana.

―Pues, mira. Si es tu gusto, por mí no hay problema. Incluso lo podemos compartir, para que a ti también te lo deje como una plaza de toros después de unas cuantas veces.

―¿Lo dices en serio? ―Los ojos se me abrieron como platos al escuchar aquellas palabras.

―Si tú quieres, yo también. Respecto a él… no creo que tengamos que suplicarle.

―Pues… por mi perfecto. No va a dejar de ser mi hermano por ello, pero, a partir de ahora, lo veré también como una oportunidad de pasarlo bomba. Eso sí, sin olvidarme de Sergio, porque, aunque no hay comparación, cumple muy bien a la hora de echarme un buen par de polvos y dejarme para el arrastre. Aunque muchas veces siento que necesito más.

―Pues no. lo cierto es que Sergio también se porta como un campeón. No te haces una idea del rato que me ha hecho pasar. Me he sentido como una animadora cachonda cuando gana el equipo al que anima ―confesó Claudia.

―Bueno. Si vamos a ser sinceras, seámoslo del todo. No niegues que esta es, por lo menos, la segunda vez que follas con él. El otro día os vi en la playa. No tenia intención de decir nada, pero, ocurrido lo que ha ocurrido, ya no tiene sentido guardarlo.

―Lo siento mucho. Te juro que no fue premeditado. Lo que ocurre es que… bueno, surgió y ninguno de los dos supimos echar el freno.

―¡Bah! No te preocupes por aquello, porque ya lo he asimilado. Sergio es mi dueño y señor, porque él lo quiere así y yo también. Tiene libertad para follar con quien quiera, y tú no dejas de ser una chica. Pero, ¡ojo!, que no eres una chica cualquiera. Prefiero que lo haga contigo mil veces antes que con cualquier otra guarrilla. Por lo menos tú no me dejas en mal lugar.

Tras terminar de hablar, di una vuelta alrededor de ella, buscando los restos del semen de mi novio.

―Carla ¿Dónde se ha corrido Sergio, que no te veo el semen por ningún lado?

―¡Busca!... ¡Busca!... ¡Que nada encontrarás! ―respondió con cierta musiquilla―.  Me lo ha soltado todo en el recto, y no veas cómo me he puesto al sentirlo. Solo ese gesto ha provocado mi último orgasmo. Luego, cuando ha salido, me he quedado unos minutos inmóvil, hasta que el agujerito se ha cerrado.

Ambas reímos, nos cogimos de la mano y fuimos a buscar a los chicos. Al llegar los encontramos charlando, animadamente y con actitud jocosa. Seguramente debían estar contándose batallitas.

―Bueno… listillos ―dijo Claudia ―. ¿Con cuál de las dos habéis follado?... Pensadlo bien antes de abrir la boca.

―Yo contigo ―dijo mi hermano a Claudia.

―¿Y por qué sabes que era yo? ―preguntó ella con malicia.

―Por dos razones: la primera, porque te conozco muy bien; la segunda, porque eres la que tenía la cara del tigre que, dicho sea de paso, vaya imaginación tenéis.

―Es decir… ¡Según tú, has follado con la tigresa! ―replicó Claudia ―. Entonces solo queda pensar que tú, Sergio, te has follado a la leona.

―Exacto. A mi adorada Moni ―respondió, luciendo una sonrisa de oreja a oreja. Se le notaba muy seguro de sí mismo, y soberbio.

Ambas reímos como si nos hubiesen contado el mejor chiste de la historia.

―Permitidme que os saque del error en el que habéis incurrido ―dije al tiempo que chasqueaba los dedos―. Yo digo que tú, hermanito, te has follado mi coño y mi culito. Anda, mira, me ha salido un pareado. Por lógica, Carla dice que tú, Sergio, eres quien ha follado con ella y quien le ha llenado recto de leche.

Carla y yo nos quitamos las toallas, les dimos la espalda y les mostramos nuestros traseros, para que saliesen de dudas.

Ambos pusieron cara de circunstancia, y no tuvieron más remedio que aceptar su derrota. En cuanto a la promesa que hicieron, obviamente no teníamos intención de convertirlos en nuestros esclavos sexuales. Más que nada, porque siempre nos tenían bien satisfechas. Pero la que más feliz estaba en aquel momento era Claudia, porque definitivamente había demostrado que su teoría era cierta, aunque sólo fuese ante aquellos dos trogloditas. Definitivamente, habían recibido una buena lección.

El juego de los hormigueros se repitió durante los días sucesivos, una vez por la tarde, después de comer, y otra por la noche, sin hora concreta. Realmente se convirtió en una adicción. No obstante, en esas ocasiones introdujeron una variante con la que Claudia  y yo contábamos. Era tan simple como empezar con una, intercambiarse, y terminar con la otra. De ese modo mataban dos pájaros de un tiro. Nosotras éramos felices haciéndoles creer que no nos dábamos cuenta. El morbo que producía follarse a ‘la otra’ o ser follada por ‘el otro’ no tenía precio, y pensábamos que tendría que pasar mucho tiempo hasta repetirlo. Al menos en un lugar tan especial como aquel. Como mal menor, siempre nos quedaría el consuelo de jugarlo en casa, aunque no fuese lo mismo.

El último día, Sergio y Lucas se levantaron un poco antes de lo habitual. Dijeron que tenían que ir en el coche hasta el pueblo. La única explicación que dieron, fue que debían comprar algunas cosas para el viaje de vuelta. Claudia  y yo nos quedamos recogiendo y organizando todo. Regresaron muy contentos, y nosotras sospechamos que tramaban algo, aunque no sabíamos qué.

―¡Chicas! ―Sergio llamó nuestra atención―. ¿Os apetece ser hormigueros por última vez?

―¿Tiene que ser ahora? ― pregunté yo―. Mirad que ya tenemos todo preparado.

― Vamos nena, tan sólo será un ratito ― respondió él.

Claudia y yo nos miramos, y les respondimos que sí. Cogimos las toallas y nos fuimos corriendo hacia el lugar donde lo habíamos hecho los días anteriores.

No tardamos en escuchar sus cuchicheos, y las dos nos relajamos, sin sospechar lo que sucedería a continuación. Nuevamente unas manos se volvieron a posar subí mi, como tantas otras veces, pero en esta ocasión sucedió algo diferente, algo que no había sucedido hasta entonces. Quién estaba detrás de mí colocó la polla en mi ano y la introdujo hasta la mitad. Acto seguido la sacó, y ese hecho provocó mi desconcierto. Escuché a Claudia gritar, y pensé que le estaban rompiendo el culo. Un par de segundos más tarde, noté un ligero cosquilleo en el ano. Los gritos de Claudia se convirtieron en alaridos. Asomé la cabeza, y vi que saltaba sobre la arena al tiempo que se azotaba el culo con violencia. Miré hacia atrás, y vi que detrás de mí no había nadie; sin embargo, los picores en mi culo se convirtieron en pequeños mordiscos. Me levanté como un resorte y comencé a imitar a Claudia; saltando sobre la arena y golpeándome el trasero.

―¡QUÍTAMELAS!... ¡QUÍTAMELAS!... ―gritaba Claudia, repetidamente, sin dejar de castigarse las nalgas.

Yo no gritaba, porque ella lo hacía por las dos, pero mis brincos nada tenían que envidiar a los suyos. Mirábamos a Sergio y a Lucas, y no parecían tener intención de ayudarnos. Tan solo se limitaban a reír mientras retorcían sus cuerpos.

―¡QUÉ CABRONES! ¿QUÉ COÑO NOS HABÉIS HECHO? ―siguió gritando Claudia, totalmente enfurecida.

Finalmente, ambas nos sentamos en la arena, y en esa posición encontramos consuelo.

―¿No queríais ser hormigueros?... Pues un hormiguero sin hormigas no es nada ―dijo mi hermano, y nuevamente comenzaron a carcajearse.

Claudia  y yo nos miramos, tratando de imaginar a qué mente enferma se le había ocurrido aquella broma demencial. Al final no tuvimos más remedio que admitir que nos la habían pegado bien pegada y reírnos de nosotras mismas. Más tarde, durante el viaje de vuelta, nos contaron que habían ido al pueblo a comprar una colonia de hormigas en una tienda de mascotas. Reconocieron que les había costado un ojo de la cara, pero que la inversión había merecido la pena si tenían en cuenta nuestras de reacciones. Nosotras juramos y perjuramos que aquello no quedaría sin respuesta, que ya encontraríamos el modo de vengarnos.

Y de este modo es como terminaron aquellas locas y placenteras vacaciones. De lo que no hay duda, es que ninguno de los cuatro las olvidaremos nunca. No sólo lo pasamos bien y disfrutamos, si no que, además, aquella experiencia nos sirvió para descubrir nuevos horizontes que hasta entonces no sabíamos que existían. Pero lo mejor de aquello es que ya no tuve que aguantar a mi Hermano y a su novia mientras follaban en su habitación. Resultaba tan fácil cómo llegar hasta su puerta, entrar sin llamar y unirme a la fiesta. Por descontado que Sergio estaba invitado cada vez que venía a casa.

Igualmente mejoró mi relación con Sergio. Yo ya me había acostumbrado a verle follar con otra y él a mí con otro, aunque fuese mi hermano mayor. No en vano, aquella situación le ánimo a llegar más lejos. Durante una temporada, unas dos semanas, trató de convencerme de que me dejara follar por él y por un amigo suyo, alegando que estaba cansado de la monotonía con mi Hermano y Claudia. Y es que con el tiempo, entramos en el juego de las dobles penetraciones, tanto con Claudia, como conmigo. Yo me negué en rotundo, pero Sergio ejercía una gran influencia sobre mí a nivel sentimental y psicológico, y termine cediendo. Repetimos otras dos veces con amigos diferentes, y en una ocasión hasta con dos a la vez, siendo follada, irremediablemente, por partida triple. Llegó un momento en que su dominio sobre mí fue total y absoluto. Es cierto que me costó acostumbrarme, pero terminó gustándome y aceptándolo como parte de mi nueva vida.

Lo bueno del caso, es que el día que nos conocimos no fue por casualidad, si no porque mi amigo Alonso le contó la orgía en la que participe con él y con otros dos amigos. De ese modo supo que en Málaga había una golfilla que caería fácilmente rendida a sus pies y que se sometería a sus caprichos, por muy retorcidos que estos fuesen. Esa ‘golfilla’ no era otra que Mónica ‘DELUX’… Una servidora.

 

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