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Caminando En Las Nubes Capítulo VII: Atravesando Límites.

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¡Su madre tuvo un amante!

Miguel Ángel se fue, pero dejo en Danael un enorme sentimiento de vacío. No estaba acostumbrado a exteriorizar sus sentimientos. Para qué, si nunca confió en nadie.

El doctor Rivera mencionó el nombre de su madre. Esa preocupación mostrada y la manera de irse, despertaron sus sospechas. Mientras más lo pensaba más creía que había algo raro, las pocas veces que el medico la mencionó lo hacía con cariño. ¿Acaso había algo entre ellos? ¿Sería posible que su madre tuviera un amante?

—¡No! —le dolía la cabeza de solo pensarlo, siempre creyó que ella era un a mujer inmaculada y buena persona

Tenía que encontrar respuestas. El día anterior intentó hablar con Octavio, pero, este, estaba de mal humor.

Tomó aire, la casa estaba casi vacía, su amigo estaba encerrado con Julieta, haciendo quien sabe que cosas. Reyna tomaba una siesta. Se acercó con cuidado al despacho del dueño de la hacienda, para su suerte no estaba cerrado con llave.

Entrar a ese lugar, en ese momento prohibido, era ¡Atravesar los límites de su propia moral!

Se sentía un vulgar ladrón, pero no le quedaba de otra. Sabía que no podía confiar en ese momento en su amigo. Su ansiedad era tan igual, y a la vez, tan diferente a la suya.

Buscó entre los cajones, entre los libros. Y no había nada… sus manos rápidas escudriñaron todo lo que pudieron. Mientras que su mente divagaba en el pasado: Las habladurías decían que ella tenía un amante, algunos decían que era rico y poderoso… Pero Danael, nunca sintió a su progenitora ausente de su vida.

Por otra parte: ¿Estaba bien buscar en la intimidad del único hombre que lo había ayudado sin pedirle nada a cambio?

El destino, la suerte o tal vez un vago presentimiento, hicieron que buscara en un libro voluminoso, que se encontraba en la parte más alta de la estantería. Entre sus páginas estaba un retrato viejo y gastado. Era la fotografía de su madre: hermosa radiante, morena, arreglada como una gran dama, vestiaía un vestido fino. De los ojos se desprendía una gran felicidad.

—¿Cuándo se tomó esta fotografía? –se preguntó como si con ello pudiera encontrar una respuesta.

Observó la imagen con cuidado, tratando de encontrar una respuesta a sus interrogantes. En la esquina inferior derecha estaba escrita la frase “Te amo”

Una punzada sintió en el estómago.

“Entonces si fueron amantes”

En aquel momento no concebía otra explicación. Pensó en Miguel Ángel, en ese momento le daba asco y nauseas solo de recordarlo

¡Quiso destruir la fotografía! Pero si lo hacía se convertiría en un ser detestable. ¡Nunca se permitiría caer tan bajo.

Tenía que eliminar esa energía almacenada. Salió como si fuera perseguido por el demonio.  Corrió sin importarle a donde se dirigía, si quedaba la puerta abierta, o, si alguien lo vio salir del despacho.

Atravesó el campo a gran velocidad. Algunos de los empleados lo miraron asombrados. El pasto era muy grande, le impedía su trote, pero no le importaba. ¡la imagen de su madre estaba manchada, la imagen de su protector ya no era la misma!

Gritó lleno de odio. Odió al doctor Miguel Ángel, lo odió con todas sus fuerzas, en su mente era un hombre aborrecible que se metió en un matrimonio solo por diversión.

“es como cualquier hombre rico, ve a una mujer humilde guapa, y quiere poseerla”

En aquel momento quisiera hacerle daño, su orgullo de macho estaba herido.

Era muy noche cuando llegó a la hacienda. Estaba cansado de tanto pensar, el demonio de la mente y el alma también estaba dormido.  La casa se encontraba a oscuras y en silencio. Supuso que todos dormían, pero, en la sala principal estaba sentado Don salvador García.

—Buenas noches —saludó

—Buenas noches —dijo mecánicamente el joven profesor

—Necesito que hablemos un poco

—No puedo, debo ir a dormir estoy muy cansado

Se interpuso en su camino:

—Sé que te sientes mal, sé que crees saberlo todo, incluso puede ser que pienses mal de dos personas, entre ellos tus papás.

—Mi papá murió hace muchos años en la revolución. —dijo con desdén

El viejecillo lo miró con ternura. A pesar de la oscuridad podía percibir los ojos llorosos del muchacho.

—Hace varios años, muchos hablaban mal de tus papás, principalmente de Soledad. Yo como el capataz que fui de esta hacienda, puedo decirte que no conocí mujer más pura y de mejores sentimientos que tu madre.

—¿Usted me contaría la verdad?

—Es algo que no me corresponde, pero si te diré una cosa. Si más personas se dieran cuenta de que tú y Reyna son pareja. Solo verían las diferencias sociales que hay entre ustedes, los criticarían severamente. Algo semejante pasó con Miguel Ángel y Soledad.

—Usted quiere decir que…

—Quiero decir que Soledad conoció a Miguel, mucho antes que a tu Luciano, tu padre. Te aseguro que el amor de ellos fue muy limpio.

Al ver que el muchacho no decía nada, siguió hablando—. Conozco a profundidad a Miguel Ángel Rivera y a Soledad Linares. Yo jamás pensaría algo malo de ellos. Desde hace años que la hacienda de Rafael quintero está deshabitada. Tal vez si te das una vuelta puedas descubrir algo

—¿Cómo qué? —Preguntó con curiosidad el muchacho

—Ya te dije, que no puedo contarte algo que no me pertenece.  Pero te invito mañana a platicar a mi hogar

Danael no dijo nada, se encaminó a su habitación sin decir nada. De lo único que podía estar seguro, es que ya nunca sería el mismo.

 

***—**.**—***

 

A veces el silencio se expresaba más que el ruido. Y en ese momento, gritaba que nadie en la hacienda de Miguel Ángel Rivera se encontraba bien.

El día siguiente fue muy extraño. Danael y Octavio casi no se hablaban, entre los dos existía una muralla. Julieta estaba demasiado maravillada con su nueva “profesora”, como ella la llamaba. Pero era solo una artista que le dio unos consejos.

Reyna era la única que permanecía como siempre. Aunque sin entender a los otros miembros del grupo. Esa misma tarde se dispuso a caminar por el jardín. Se llenó de valentía, soltó su bastón y emprendió la carrera de su vida. Ya no era tan difícil como antes. Danael tenía razón, todo estaba en su cabeza.

El profesor estaba detrás de ella. La miró lleno de orgullo. Ver a su hermosa novia, tan delgada y tan pequeña. Comprendió que perdía el tiempo con rencores tontos. No ganaba nada enojando contra dos personas que siempre fueron buenas con él. Además tampoco conocía su pasado. No quería sentirse mal de manera inútil.

Olvidó el asunto de su madre, después de todo tenía diez años sin saber de ella. En cambio Reyna era su presente. Dio un profundo suspiro, se encaminó hasta ella y la abrazó con fuerza.

—Te amo —Fue lo último que le alcanzó a decir ante besarla.

Reyna creía en él. Ella lo quería, y él también la quería a ella.

—Tengo un plan, ya sé cómo caminaras por ti sola. Solo quiero que confíes en mí.

Ella asintió con timidez.

 

***—**.**—***

 

El día era soleado. Reyna y Danael se bañaban en el tranquilo lago cercano a la hacienda de Miguel Ángel. El agua les llegaba hasta la cintura, él la tomaba de las manos, invitándola a caminar poco a poco. Lo que en un principio parecía difícil, resultó alentador al final. La fuerza de la corriente contribuía masajeando sus piernas, si seguía con esa terapia, poco a poco recobraría resistencia.

Reyna estaba  lejos de sentirse la mujer más valiente, estaba llena de miedo, pero la adrenalina la corroía, a la vez que le gustaba. Además, tener como guía al hombre que amaba, le daba un sabor único a la situación.

De vez en cuando había toques prohibidos, en ocasiones había palabras subidas de todo. Pero siempre imperando el amor. En momentos creía ella que iba a caer, pero los brazos de su amado la sostenían. Con palabras de aliento la impulsaba a seguir adelante.

No era fácil, no… pero ella deseaba aprender a caminar por sí misma. Entre lamentos, palabras de ánimo y mucho valor, poco a poco comenzó a caminar dentro del agua. Ya no se llevaba su bastón, caminaba tomada del brazo de su novio en secreto.  Así en esas dos semanas que estuvieron solos. La cosa iba mucho muy bien encaminada.

Las semanas pasaron volando, Miguel les mandaba un telegrama esporádicamente,  según decía estaba bien. Pero no explicaba nada más. Octavio solo resopló, ya estaba acostumbrado al silencio de su padre. Danael estaba aprendiendo a cerrar esa pequeña herida que se abrió a manera de ansiedad.

 

***—**.**—***

 

Un día Reyna y Danael paseaban por el jardín tomados del brazo. La joven enamorada ya no usaba su bastón, ya no lo necesitaba. Los dos enamorados se decían palabras mimosas.  Se besaron apasionadamente. De repente alguien tomó del brazo a la chica apartándola con violencia.

—¡Reyna, no te comportes como una cualquiera!—. Rafael Quintero apretó el brazo de su hija, reprendiéndola severamente. La chica no decía nada, estaba aturdida por la sorpresa y la tristeza

—Solo… era un beso, no quise faltarle al respeto. —dijo el joven profesor, de inmediato comprendió lo delicado de la situación.

Pero el robusto hombre no pensaba más que en su orgullo herido.

—Nunca creí que me  faltarías así al respeto de esa manera, y peor aún, con un muerto de hambre —continuó hablando a su hija

—Señor no la lastime, podemos hablar como personas civilizadas —Pero el profesor era ignorado

La muchacha quería llorar. A duras penas logro mantenerse de pie ante los jalones de su papá. Danael hizo todo lo posible por dialogar con el empresario, pero solo consiguió ser insultado.

Si continuaba saldría perdiendo, si se quedaba callado perdería igual.

Tenía que de armar un plan, idear algo… pero ¿Qué? ¿Qué le podía ofrecer al señor para que la dejara tranquila?

El pie le dolía intensamente a la joven:

—Me duele —habló despacio.

—Tendrás que caminar —ordenó, mientras la jaloneaba. Danael se moría de ganas por apartar al padre de su hija, pero comprendía que así solo empeoraría la situación.

— ya que no usas tu bastón —siguió hablando Rafael, tendrás que acostumbrarte a andar sin él.

—Para, por favor —sollozó.

—Antes no te dolía al comportarte como una mujerzuela. Reyna no soportó la presión. Perdió el equilibrio y cayó al suelo. Su padre la levantó con violencia

—¡No la traté así! —gritó Danael perdiendo la paciencia.

—¡A ti que te importa lo que haga! —Rafael estaba verdaderamente molesto. Ver a su hija besándose con un muchacho al que él consideraba de muy baja categoría. Le hizo perder la cordura

En un desplante por demostrar su superioridad le intentó dar una cachetada a la muchacha, pero el profesor le tomó el brazo para evitar que le hiciera más daño.

—¡No me toques! Se dirigió al joven mientras lo injuriaba de una y otra manera—. Hoy mismo me llevare a mi hija y nunca la volverás a ver.

Ciego de ira, quiso darle otro golpe a la pobre muchacha. Pero Danael lo evitó dándole un aventón.

“mientras más lejos mejor”

El hombre se abalanzó sobre el chico dándole un puñetazo, pero este ágilmente lo esquivó. Quiso darle otro y volvió a fallar. Danael soportó estoico la situación, era necesario, para no agravar, la ya de por mal situacion.

Ante el escándalo, salieron Julieta y Octavio. La joven se alarmó quiso intervenir, pero su prometido la tomó del brazo y le dijo

—Metete por favor— habló despacio—. No quiero que tu padre te ataque a ti también, te prometo ayudar a tu hermana lo más que pueda.

—¡Prométeme que no dejaras que la lastime!

—Hare lo posible —aseguró— Pero metete de inmediato, no salgas pase lo que pase. Le dio un rápido beso y se dirigió dónde estaba la trifulca.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó más que nada para desviar la atención hacía él.

—Nada, —Rafael intentó fingir calma al ver a su futuro yerno acercarse— este profesor le estaba haciendo daño a  mi hija

—Eso no es cierto —protestó la muchacha de bellos ojos y sensible corazón—. Tú sabes que él lo único que ha hecho es ayudarme.

Danael, no tenía muchas opciones. Octavio en cambio, no tenía nada que perder.

—Nadie tiene porque ofender a nadie ni hacer acusaciones falsas— hablo con calma el abogado. Calmémonos todos por favor. Reyna es mi invitada, puede quedarse aquí todo el tiempo que desee, al igual que el profesor y que usted, Don Rafael.

Lo más sensato es que el cacique se tranquilizara, pero en esos no podía:

—Este muchacho —habló despectivamente—. Debe irse, estaba ultrajando a mi hija, la beso a la fuerza.

—No es así señor —intervino Danael—, yo jamás le haría daño a su hija.  La amo con todo mi corazón. Quiero casarme con ella.

—Jamás se casara con un muerto de hambre como tú —Dijo levantando la voz de nuevo.

—Trabajaré en la universidad. Seré un catedrático. Tendré un buen nombre, poder y dinero.

—Nunca podrás hacer eso —rio el despiadado cacique todo lo que pudo.

—No, porque yo nunca he estafado a nadie. Ni hecho trampa en los negocios como algunas personas que están aquí. —Danael lo miró a los ojos, ya estaba harto de soportar sus humillaciones.

El hombre maduró palideció al escuchar aquello, por un momento perdió el equilibrio, pero continuó hablando:

—La prefiero muerta a que este con alguien como tú.

—Tranquilo —espetó Octavio

—Yo no me quiero ir contigo papá. Ya tengo dieciocho años, y quiero casarme con Danael —replicó Reyna tomando valor. Todos se sorprendieron, quiso dar unos pasos hacia el profesor, pero tropezó presa del cansancio

Danael rápido fue con ella, la abrazó para protegerla, Rafael, furioso quiso golpearlo de nuevo, pero Octavio intervino.

—¡No se atreva, en mi casa no está permitida la violencia!

—¡Cállate muchacho! Lo único que lograras es que rompa el compromiso matrimonial con Julieta

—¡No se atreva! —Rugió Octavio, lo hirió donde más le dolía.

—Claro que lo hare. Desde este momento tu relación con ella esta anulada.

—No podrá impedir que me case con ella si lo meto a la cárcel. Lo que usted vino a hacer a mi casa es penado por la ley. Y si buscó en su pasado, descubriré delitos más graves —dijo con una seguridad que asombró a todos.

 

***—**.**—***

 

El doctor Miguel Ángel se encaminó presuroso al hospital. A sus cuarenta y tres años era una eminencia en el país.  Apenas iba entrando y los empleados o pacientes corrían a pedirle su ayuda, los ignoraba, solo les decía, “con permiso”, o, “estoy ocupado”

Caminaba casi corriendo, se adentró en un cuarto, donde estaban varias personas en camillas, era la sala de urgencias. 

Apenas abrió la puerta y reconoció a la paciente

—¡Soledad!

Corrió hacia ella, el abrazo y llenó de besos, pero ella no se dio cuenta de nada. Estaba inconsciente y conectada a aparatos. Después de pasada la primera impresión, Miguel  comenzó a revisar su estado clínico con sumo cuidado.

—Llama a la responsable de enfermería, la cambiare a una habitación privada.

—Primero revísala bien —dijo su colega—, la encontré inconsciente. Si alguien puede hacerla volver en sí, eres tú. Pero tienes que estar tranquilo.

—¡Eso no tienes que decirlo! Hare que se recupere! Cueste lo que cueste. Aunque tenga que venderle mi alma al Diablo.

 

***—**.**—***

 

©Alejandrina Arias (Athenea IntheNight)

 

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