Nuevos relatos publicados: 13

Las lecciones de la señorita Larsson (Cap. XII)

  • 21
  • 11.390
  • 9,63 (30 Val.)
  • 0

Aquí dejo los enlaces a los capítulos anteriores:

Las lecciones de la señorita Larsson (Caps. I y II)

Las lecciones de la señorita Larsson (Cap. III)

Las lecciones de la señorita Larsson (Caps. VI, V, VI y VII)

Las lecciones de la señorita Larsson (Caps. VIII y IX)

Las lecciones de la señorita Larsson (Caps. X y XI)

 

----------------------------------------

 

 

XII 

El sol del domingo la despertó más tarde que de costumbre. Su mente estaba en calma y su cuerpo también. Podría haber seguido durmiendo un rato más pero… ¡hoy era el gran día! Al pensar en ello tuvo una leve sensación de vértigo que poco a poco se fue transformando en creciente entusiasmo. Hoy iría a misa; hoy lo volvería a ver a Tom. Hoy se tomarían de la mano y, en lugar de ir a dar una vuelta por el parque, se desviarían unas cuadras en dirección a su casa… a su cuarto… Hoy terminaría de despedir a esos horribles y ya debilitados fantasmas que la venían atormentando hacía semanas. Fantasmas que la señorita Larsson se había encargado de trasformar en inofensivos recuerdos. Hoy despediría también su virginidad… Ese hermoso tesoro que le ofrendaría a su amado… Porque el sexo era una cosa, pero el amor… el amor era otra cosa. Esa era la primera y más importante lección que había aprendido de la señorita Larsson. “Cuando se dan juntos, es maravilloso” había dicho la profesora hacía casi dos semanas. Y ahora, en retrospectiva, todas las experiencias sexuales vividas en los últimos días, le resultaban triviales, efímeras, superficiales… Ahora era el amor el que se asomaba junto al sol de la mañana con el rostro de Tomás.

Con este pensamiento saltó de la cama para comenzar su metódica rutina de trenzado. Rebuscó su cepilllo de cerdas gruesas entre la ropa de cama como si siempre lo hubiese usado para ordenar su hermoso cabello...  Al fin y al cabo, seguía siendo el mismo cepillo de siempre, su preferido. Todo lo pasado había quedado atrás. Ella se sentía distinta, sí… pero no tanto. Aunque siempre sentiría un singular aprecio por ella, la señorita Larsson era nuevamente su profesora de Biología de “marcado aspecto alemán”. Podemos creer que estamos haciendo una revolución pero, en última instancia, los cambios son puras sutilezas.

La salida de la Iglesia fue especialmente multitudinaria aquel domingo.  Eso ayudó a los dos jovencitos a eludir las miradas curiosas -inquisitivas- de sus padres y de otros conocidos. Lo cierto es que nunca se habían preocupado por ello antes. El nogal era un lugar seguro donde ocultar aquellos primeros besos traviesos. Pero como buenos cristianos que eran, el pecado atraía la culpa. Y ellos hoy no iban a hacer travesuras, iban a pecar.

Cruzaron el parque sin tomarse de la mano. Cuando pasaron delante del nogal a la velocidad del viento -de nuestro nogal, pensó ella- la jovencita aminoró la marcha y observó el árbol con aire de nostalgia. En ese lugar quedaría inmortalizada parte de su niñez en la ciudad; la parte más feliz, probablemente.

Cuando cruzaron en dirección a la avenida y se alejaron de su recorrido habitual, Tomás miró hacia las cuatro esquinas y apretó aún más el paso.

-¡Ey, Tom! ¿Estás corriendo una carrera?- Preguntó Luz desde unos metros más atrás, divertida y agitada por igual, mientras intentaba seguirle el tranco veloz. La falda por debajo de las rodillas le impedía ir más a prisa. La trenza roja se balanceaba de un lado a otro.

-Es que alguien podría vernos... ¡Apresúrate! Ya casi llegamos. Es aquel portón de madera, antes de la esquina.- Señaló sin detenerse ni aminorar la marcha. Él caminaba apretando el paso pero sin correr para no llamar la atención; ella lo seguía intentando darle alcance. Parecían dos niños ansiosos en busca de nuevas aventuras.  

Ni bien cerraron la pesada puerta de cedro detrás de sí, se desplomaron en el sofá de tres cuerpos que había en la sala; ella en una punta y él en la otra. Entre la marcha acelerada y los nervios por la transgresión –sumado a una buena dosis de culpa cristiana-, a ambos les costó volver a recuperar el aliento. Luz se apantallaba con la mano procurando morigerar el sofocón. En sus pómulos y nariz aparecieron un millar de risueños puntos diminutos, como el cielo de una noche despejada y sin luna.

Él también estaba acalorado… sin embargo Luz podía detectar algo más. Algo que ella conocía perfectamente. No podía sostenerle la mirada. Hablaba con monosílabos y se frotaba las palmas húmedas contra el pantalón una y otra vez. Tomás estaba aterrado. Sintió compasión hacia él pensando en lo importante que había sido la intervención de la señorita Larsson en su vida. Trataba de imaginarse cómo habría vivido aquellas dos semanas si su profesora no tomaba la evaluación de aquel día: como un verdadero tormento. ¿Habría pasado por ello Tomás? Probablemente. Pero él era un chico, tenía amigos con quién hablar; incluso quizás sus padres también…

-No disponemos de mucho tiempo.- Anunció Tomás, intentando mostrarse seguro en algo.

Su voz nerviosa cortó de plano las divagaciones de Luz.

-¿Por qué? ¿Cuándo vuelven?

-Supongo que en unas… dos horas, más o menos. No quisiera arriesgarme a que nos encuentren.

-Sería fatal.

La expresión de Tomás confirmó lo grave que podría resultar aquello. Una vez más se secó la palma de sus manos contra su pantalón pinzado. La camisa blanca se le adhería al cuerpo a la altura del vientre y de los sobacos a causa del sudor.

-¿Querés algo de tomar?- Propuso finalmente, pensando que cambiar de tema lo mostraría más seguro de sí mismo.

“Té de jazmín”, estuvo a punto de responder.

-Un vaso de agua estaría bien.

Tomás saltó del sofá, cruzó el comedor como una saeta y se perdió tras la puerta vaivén de la cocina. Había poco tiempo.

María Luz lo miró divertida. Le gustaba Tomás. Luego suspiró profundo en la soledad de la sala y recordó el motivo que los reunía allí: “harían el amor”, tal como le había propuesto él. Sexo y amor, como diría su profesora. ¿Cómo sería vivir ambas cosas al mismo tiempo?

Ella sintió por primera vez que le carcomía la ansiedad. No había tiempo que perder. Entonces tomó una decisión casi sin pensar.

Cuando Tomás regresó de la cocina con la bandeja que portaba dos vasos y una jarra de agua helada, se sobresaltó al encontrar la sala vacía. Apoyó la bandeja sobre la mesa del comedor y…

-¿María? ¿Fuiste al…?- Pero no logró terminar la frase. María Luz seguía en el sofá donde la había dejado. Solo que había cambiado de posición, por eso no la había visto desde la mesa, se había echado de bruces cuan larga era y… Se había quitado la ropa. Toda.

-Madre-de-dios.- Las palabras fueron pronunciadas en un suspiro; casi como una exhalación.

Allí recostada, todo a lo largo del sofá marrón, su cuerpo níveo se veía aún más blanco. Sus hombros de porcelana parecían un pequeño cielo colmado de estrellas opacas; su larga trenza del color del fuego cubría su espina dorsal y moría justo antes de llegar a dos simpáticos  hoyuelos que marcaban el final de su espalda. A partir de allí se elevaban unas nalgas redondas y exquisitas; rosadas. Sus piernas permanecían bien cerradas atesorando el secreto que allí se ocultaba.  

-¿Vienes conmigo, Tom? Hay lugar para los dos si nos ajustamos.

-Luz, yo… Mira, no podemos quedarnos aquí.- Tomás tragó saliva. Se lo veía desorientado, casi fastidiado. –Si llegara a entrar alguien no tendríamos dónde… ¡Sería terrible! Tenemos que subir al cuarto, María. Toma tus cosas y sube, por favor.

Dicho esto, Tomás salió disparado hacia la escalera subiendo de a dos o tres peldaños en cada zancada: -¡Te espero arriba!- Gritó, ya casi desde la planta superior.

Luz no estaba molesta, pero se arrepintió de haber tomado la iniciativa. De esa forma sólo consiguió poner más nervioso -si cabía- a Tom. Entonces recogió sus prendas de vestir y antes de subir por las escaleras detrás del chico, se volvió a calzar sus bragas y cubrió su torso con la camisa.

-Permiso…- Pidió Luz al llegar a la que suponía, era la puerta del cuarto de Tom. Estaba un poco avergonzada por todo lo que había sucedido abajo.

Él la recibió y se quedó mirándola sin decir una palabra. Ella notó en su rostro un disimulado gesto de frustración al ver que ya no iba completamente desnuda. Eso le agradó: -Me prefiere sin ropa- pensó. Luz avanzó hacia él sin esperar que le abriera paso hacia el interior del cuarto. Allí pasó sus brazos por encima de los hombros del chico y cruzó sus dedos por detrás de la nuca. Él se aferró a sus caderas y la trajo hacia sí. Ella puso sus labios sobre los de él y comenzaron a besarse como tantas veces lo habían hecho junto al nogal. Sus lenguas avanzaron inmediatamente invadiendo terreno enemigo y abriendo una batalla cuerpo a cuerpo. Se bebieron mutuamente hasta fundir sus sabores en uno. Ella hundía sus dedos en el cabello azabache de Tom y empujaba su cabeza contra la de él para incrementar la profundidad del beso. Él había tomado su trenza con una mano, pero aún no jalaba de ella. Con la otra aferró una de sus nalgas, apenas cubierta por su braga, y ajustó la cadera de Luz contra la suya.

Ella hubiese seguido besando aquella boca por un buen rato, pero el jalón decidido de su trenza la obligó a levantar la cabeza y abandonar la faena. Su boca, con los labios inflamados, una vez más quedó abierta, vacía y anhelante. La lengua de Tomás siguió activa recorriendo su cuello. -Me estoy lubricando- pensó Luz, cuando Tomás le apresó la perilla de la oreja izquierda entre sus labios y sintió un cosquilleo húmedo entre sus piernas: -Mi cuerpo se prepara para recibirlo-.

Y no puedo evitar dejar escapar unos resoplidos entrecortados.

-¿Luz?

-Sigue, Tom. No te detengas, por favor…

-¿Escuchaste eso?

-¿Qué?

-Me parece que están llamando a la puerta.- Su rostro estaba agitado por el calor de la situación, pero Luz solo veía pánico en sus expresiones.

Acto seguido, Tomás abandonó el cuarto como si se lo llevara un huracán y María Luz volvió a quedarse sola una vez más. Sus mejillas estaban encendidas porque su corazón bombeaba sangre con fuerza. Se dejó caer pesadamente sobre la cama. Estaba tan abrumada que le costaba pensar con claridad. Ella no había escuchado nada, pero tampoco conocía el timbre de aquella casa. ¿Y si realmente había llegado alguien? ¿Y si tenían que suspender sus planes? Sería realmente frustrante después de tantos días de espera. ¿Qué le pasaba a Tomás? ¿Por qué tenía ese comportamiento tan infantil? ¿Tanto le aterraba hacer el amor? Pero otras preguntas aún más difíciles de responder invadieron su mente: ¿Era amor lo que sentía por Tomás o solo se había encariñado con él? En todo caso, ¿cuál era la diferencia? Si no estaba segura de su amor, ¿igualmente le regalaría su virginidad? Si su padre le hubiese permitido tener un teléfono celular la hubiese llamado a la señorita Larsson para pedirle consejo. Pero se tuvo que conformar con el vívido recuerdo de sus sabias palabras: “La virginidad está en tu cuerpo, no en tu mente” Le había dicho Lucrecia, restándole importancia. Pensar en ello la tranquilizó.

Seguía sentada sobre la cama de Tomás, en bragas y camisa, cuando este entró agitado al cuarto y cerró la puerta detrás de su espalda.

-Tom, ¿te encuentras bien? ¿Qué pasa? ¿Regresaron tus padres?

-No. No eran ellos… No hay peligro.

-Entonces porque no vienes aquí e intentas relajarte.- Luz palmeó dos veces el acolchado, justo al lado de su muslo, como invitando a su propio dueño a sentarse allí. -Si tú quieres, yo puedo ayudarte…

-Era un amigo.

-¿Cómo?

-El que tocó el timbre. Era un amigo-. Tomás seguía de pie con la espalda apoyada contra la puerta del cuarto. Luz pensó que si hubiese existido un lugar más alejado de ella dentro de la habitación, seguramente Tomás se encontraría en él. Sintió pena por Tom y, por primera vez, también un poco de recelo.

-¿Le has dicho que vuelva más tarde?

-No.

-¿Y qué le has dicho?- Luz se dio cuenta que estaba haciendo un esfuerzo manifiesto para no perder la paciencia.

-Está abajo. En el sofá.

Luz respiró tres veces para aclarar un poco su mente. Todo se había ido por la borda, eso era casi evidente. Pero tampoco quería que las cosas terminaran mal. Ella había experimentado y aprendido mucho durante las últimas dos semanas, y muchas cosas habían cambiado en ella. Había madurado. Pero ver a Tomás como a un borrego tampoco le parecía justo. Se daría un tiempo para aclarar sus sentimientos y luego vería cómo seguirían las cosas con él.

-Tom. Mira… Tal vez deberíamos dejarlo para otro día y tal vez…

-Necesito decirte algo, Luz. Algo que no te dije.- Tomás bajó la mirada y siguió hablándole a los lustrosos zapatos negros con los que iba a la iglesia cada domingo: -Prométeme que no te cabrearás conmigo.

-¿Por qué iría a cabrearme, Tom?

-¿Todavía estas dispuesta a… hacerlo?

-Hemos venido aquí para eso, Tom. Estoy en ropa interior sobre tu cama... Pero tú has invitado a “un amigo” a casa, Tom…-  “porque estás cagado de miedo”, era la siguiente frase, pero se contuvo.

-Él está aquí por lo mismo que nosotros.

-¿Qué?

-Él sabe que estás aquí. Hemos hecho una apuesta. Yo le dije que iba a hacerlo con la chica más guapa de la iglesia, pero él no me creyó y entonces hicimos la apuesta.

-¿Apostaste con un amigo que tendrías sexo “con una chica de la iglesia”?

-Con la más guapa de…

-¿Me has invitado a tu casa para ganar una apuesta, Tom?- Luz estaba tan consternada que no tenía poder de reacción.

-Yo quería hacerlo… Pero él no me creyó cuando se lo conté, y el muy cabrón me dijo que si era cierto tendría que probárselo.

-Y por eso está ahora aquí, sentado en el sofá.

-Claro. Si estás de acuerdo, podríamos montárnoslo con la puerta abierta para que él… bueno… al menos pueda escucharnos y ver algo…

La naturalidad con la que hablaba Tomás de toda aquella pendejada le generaba una mezcla de sensaciones desagradables: indignación, furia, pena, odio... La abordó una sensación de mareo y por un momento pensó que vomitaría allí mismo.

-Necesito ir al baño.- Dijo, simplemente. Y Tomás tuvo que liberar el paso hacia la puerta porque supo que si no lo hacía, ella le pasaría literalmente por encima. En ese momento se dio cuenta que algo no andaba bien.

Cuando Luz bajó el picaporte y tiró de la manilla hacia adentro vio algo que la dejó absolutamente inmovilizada y desconcertada. Allí, fuera del cuarto pero con la nariz casi rozando el marco de la puerta, había un jovencito alto, flaco y desgarbado con el flequillo negro cubriéndole la mitad del rostro. -Y la verga puntiaguda-, podría haber agregado María Luz. Pero lo único que le salió del alma fue:

-¡JULIÁN!

Al chico lo pillaron por sorpresa, pero mayor fue la sorpresa cuando lo reconocieron. Su cara se puso blanca como una hoja de papel.

-¡Ma-Ma-María Luz!

-¡¿Se conocen?!- Preguntó Tomás desde atrás, igualmente desconcertado

Luz, de un codazo, quitó de su paso a un inestable Julián que casi termina en el suelo. Luego salió a la carrera y se encerró en el excusado. Una vez allí se paró frente al espejo del lavabo. Ya no sentía ni nauseas ni mareos. Solo tenía una gran certeza: Tomás no le tocaría un pelo ni ahora ni nunca.

-¡Una apuesta! ¿¡Cómo puede ser tan pendejo?!- Le decía a su propia imagen.

Entonces recordó todas aquellas tardes de paseo por el parque, a la salida de la iglesia. Todas esas pausas junto al nogal. Los abrazos, los besos, aquella mano furtiva que se escurrió entre sus nalgas… ¿Nada de todo aquello había sido amor? Seguramente sí, solo que Luz era muy joven aun para comprenderlo. Sintió la voz de Lucrecia que le decía en su mente: “Estaban experimentando, ambos. No seas tan duro con él.” Pero… ¿Por qué ella se empecinó en pensar que estaban enamorados? ¿Qué coños era entonces el amor?

Luego recordó los momentos de angustia que había experimentado hacía un par de semanas, producto de todo aquel encuentro tan meticulosamente planificado. ¡Todo un fraude! Entonces sus ojos soltaron las únicas lágrimas de la tarde. Pero no quería llorar. Ya no. Ya había llorado mucho… Y ahora se preguntaba si todas aquellas lágrimas habían merecido la pena. -Las lecciones de la señorita Larsson valieron la pena- Pensó. Y se secó el rostro con el dorso de su mano. Se sintió orgullosa de sí misma al contemplarse en el espejo. Todo lo vivido durante los últimos días le había devuelto el valor que el traslado a la ciudad y el hermetismo de sus padres habían logrado doblegar hacía casi un año.

-¿Luz, te encuentras bien?

La pregunta provino del exterior. No le asombró escuchar la voz de Julián en lugar de la de Tomás del otro lado de la puerta. Él se había asustado tanto o más que ella con el insólito encuentro. Ya se lo había dicho su profesora, él era un buen muchacho. Y Luz así lo creía ella.

-Pasa y cierra la puerta, cabrón.- Dijo en voz baja, pero en tono conciliador. El rollo no era con él.

Julián obedeció inmediatamente. Parecía avergonzado.

-¿Le has dicho a Tom de dónde nos conocemos tú y yo?

-Le he dicho que compartimos profesora particular de Biología.- Una verdad incompleta, pero verdad al fin.

-¿Y cómo es que conoces tú a Tomás?- Quiso saber ella.

-Lo que dijo Tomás es cierto. La cosa es así, Luz: Él es amigo de mi hermano. Ellos se la pasan hablando de cuántas chicas se tiran hoy y cuántas se van a tirar mañana; y de lo capullo que soy yo… ¡Me tienen hasta los huevos! Entonces, la señorita Larsson, me sugirió que no les prestara atención; y que si se ponían muy pesados, que les pidiera pruebas de sus hazañas. Así dejarían de molestarme-. Julián hablaba muy bajo como si estuviera confesando un secreto. –Tomás, hace más o menos un mes, me vino con el cuento que iba a tirarse a la chica más guapa de la iglesia. Una y otra vez contaba historias de cómo te manoseaba en el parque, que te había metido un dedo en…  Y que muy pronto te iba a quitar la virginidad y…- Julián se frenó por miedo a que María Luz no tomara a bien tantos detalles.

-Continua, Julián. Ya me voy enterando quién es Tomás. Quiero saberlo todo. Confío en ti.

-Como digas… Entonces decidí tomar el consejo de la señorita Lucrecia y desafiarlo a que me demostrara lo que realmente era capaz de hacer. A la semana siguiente, él me citó aquí para que pudiera “ver en vivo y en directo cómo se desvirga una mujer”, esas fueron sus palabras.- Evidentemente a Julián no ofrecía reparos en hacer quedar al amigo de su hermano como un auténtico imbécil.

-Y aquí estas tú… Lo que te convierte en un borrego a la par de Tomás y tu hermano.

-Lo siento. Si hubiese sabido que eras tú…

Y en ese momento, en ese segundo, sucedieron dos acontecimientos que torcerían definitivamente el rumbo de aquella tarde: El primero fue la reacción evidente de Julián al notar, por primera vez, que Luz solo llevaba puesta una camisa semidesabrochada, sin sujetador, y un par de bragas. El segundo fue la reacción de Luz al percatarse de que Julián había reparado en ella.

-No tienes por qué sentirlo, Julián. En realidad, sin saberlo, me has echado una mano.

-¿Yo? ¿Cómo?

-Creo que estaba confundida… internamente seguía confundiendo el sexo y el amor… Y gracias a ti, ahora puedo verlo.

-¿A mí?

-Olvídalo ya… ¿Y tú? Dime… ¿Sigues pensando en ir a un prostíbulo… o ya lo has hecho?

Aquellas palabras lo cogieron por sorpresa. Cómo si le hubieran dado una bofetada.

-¿Y tú qué sabes de mis cosas?

-Lo que me ha contado la señorita Larsson... Ella quiere ayudarte.

-Pues, menuda ayuda ir ventilando mis intimidades.

-¿Has ido o no?

-No. Sigo siendo un capullo virgen. Ya puedes publicarlo en las redes socia- Pero Julián se detuvo en seco cuando la mano de Luz se posó sobre su entrepierna. -¿Qué haces?- Una pregunta que no necesitaba respuesta.

Le bajó la cremallera de los vaqueros y en unos pocos instantes más, la delgada y puntiaguda polla de Julián brincaba entre sus dedos. –Parece de juguete.- Pensó María Luz.

¿Qué estaba haciendo?

Lo estaba masturbando en el baño de Tom. No. Esa no era la respuesta a su pregunta.

¿Qué estaba haciendo? ¿Se estaba vengando? ¿Quería fastidiar a Tom?

No. No había odio en María Luz. Era solo que… “el sexo con amor es maravilloso, pero el placer no tiene límites.” Y el amor, ese invitado especial tan esperado, había faltado a la cita de aquella tarde.

-Voy a lubricarte.- Dijo Luz en un susurro. Respondiendo finalmente a su pregunta.

Julián no comprendió el lenguaje específico, pero tampoco estaba en condiciones de negarse a nada. De manera que, cuando ella se hincó ante su polla, solo se dejó hacer. Luz no quería comparar, pero comparó. Julián era simpático y buen muchacho, pero polla era la de Conrado, de eso no había dudas.

El chico estaba flipando.¡Qué agradable era aquella sensación! Nunca se la habían chupado, pero había visto cientos de películas porno y estaba seguro que nunca había visto a una mujer hacerlo con tanta dulzura y cariño como María Luz. Lo lamía; lo besaba; dejaba escurrir saliva sobre su glande y luego la esparcía por sobre su tronco; y volvía a lamer y a besar, y así… Por eso, cuando ella volvió a ponerse de pie, Julián estuvo a punto de suplicarle que terminara el trabajo, aunque solo fuera con sus manos, como lo había hecho la profesora aquella tarde mientras estudiaban botánica.

Pero Luz tenía otros planes.

Se colocó de pie frente al lavabo y se aferró a él para poder estirar su tronco hacia adelante sin perder el equilibrio. Julián se colocó detrás, más por instinto que por experiencia. Sus miradas se cruzaron en el espejo. Él acomodó su polla entre los muslos de ella, pero fue ella quién lo direccionó. Julián le apartó las bragas hacia un lado para despejar camino y luego se aferró a sus caderas para ganar estabilidad. Luz deslizó la punta de la polla que tenía en la mano por todo lo largo de su rajita. Fue y vino varias veces. En un momento él intentó empujar hacia adentro, pero ella le dio un fuerte apretón de polla en muestra clara de disconformidad.

-¡Ay!

-Ni se te ocurra. Soy virgen.- Le dijo con firmeza a través del espejo.

-Pero…

-No vamos a hacer el amor, Julián. Va a ser solo sexo-. Entonces ella llevó la punta del miembro que tenía en la mano hacia la zona más sensible de su cuerpo. Como lo había hecho con el mango oval de su cepillo… -Ahora si… Quiero que me la des.

Y Julián empujó. Despacio. Hasta que su polla escondió la cabeza en el culo de la adolescente. Luz respiraba rítmicamente y sentía que sus piernas se aflojaban al percibir que algo entraba en su cuerpo. Julián, aferrado a sus caderas, avanzó un poco más hasta perder media polla dentro del hermoso y apretado culo de María Luz. ¡Qué bien se sentía! La respiración de ella fue jadeo y el jadeo fue grito cuando él empujo sin pausa hasta el final.

Julián se asustó y casi la saca de un tirón. Paro de pronto vio algo que lo detuvo. Una imagen que llevaría consigo hasta el final de sus días. Algo que le sembraría una duda eterna. El espejo le devolvió la imagen del rostro de su amiga: un rostro hermoso, de pecas delicadas sobre la nariz y las mejillas; un rostro colmado de deseo y de placer; un rostro donde se dibujaba la más dulce de las sonrisas: Si eso no era el amor… ¿qué era el amor entonces?

-Ya estás dentro- Susurró ella como desde una profunda ensoñación.

-Te amo- Dijo él, sin pensar en lo que decía.

-Fóllame- Respondió ella, sabiendo lo que quería.

Y a partir de ese momento a Julián sólo le importó convencerla de que realmente estaban haciendo el amor. Y comenzó a follársela con esmero, con fuerza, con pasión… transportándola poco a poco hasta el paroxismo del placer.

No duró mucho, pero el tiempo era una variable sin demasiada importancia. Los dos perdieron la noción del tiempo y del espacio, por eso tampoco advirtieron cuando Tomás, atraído por los gemidos de placer de la chica más guapa de la iglesia, entró al cuarto de baño. Tan gilipollas se sentía que no supo cómo intervenir ni qué decir.

Para cuando Julián descargó su semilla por primera vez dentro del cuerpo de una mujer, ella ya había alcanzado dos orgasmos casi consecutivos. Todo su cuerpo temblaba. Si él no la hubiese mantenido aferrada de las caderas, probablemente hubiese terminado en el suelo.

Julián no quería salir de ella, pero se le antojó un deseo irrefrenable... Entonces giró el cuerpo dócil de Luz que se dejó hacer con absoluta entrega. Cuando la tuvo de frente le dio un beso dulce y profundo. Ella lo abrazó y respondió con la misma pasión.

Tomás miraba incrédulo. Primero, cómo el capullo de Julián le devoraba la boca a su última conquista y en su propia casa; luego, los restos de esperma rebalzando del culo redondo y firme de su… ¿novia? ¡Qué culo tan perfecto! Siempre se le empinaba cuando pensaba en él… Y ahora estaba en su propia casa, en su baño y al alcance de su mano. Un pensamiento fue llevando a otro, pero su reacción no fue premeditada… se dejó llevar y sin ánimo de interrumpir aquella romántica escena, acarició una de sus nalgas con toda la mano.

-Ni lo sueñes- Dijo ella. Pegando un pequeño salto hacia atrás dejando huérfana también la boca de su amante.

Acto seguido, María Luz salió del baño, recogió sus cosas, se vistió y abandonó la casa.

Nunca supo cómo terminó la cuestión entre Julián y Tomás porque nunca más volvió a ver a ninguno de los dos.

(9,63)