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Mis días siendo forzado: Capítulo 3

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CAPÍTULO 3: Una noche para olvidar

 

Viernes, 28 de mayo

A Mike no se le escapó la broma personal de Linda, el nombre que había escogido para hacer las presentaciones. «¿Rita? ¿Por Rita Hayworth?», pensó con amargura. Por eso ella se le había adelantado yendo en el coche, quería hacer más retorcido si cabe aquel perverso espectáculo.

—Te los voy a presentar. Éstos chicos tan guapos son Bob, Bill y... —Linda chasqueó repetidamente los dedos, al aturullarse—... vaya, lo siento. No me he quedado con tu nombre.

—Roger —exclamó el tercer hombre, con la mirada fija descaradamente en la curva de los falsos pechos de Mike. Los tres tipos sonreían bobaliconamente al verles y Mike supo (como hombre que era en realidad) qué clase de bajos pensamientos se estaban cruzando por sus lascivas mentes. Linda se le arrimó, cuando se hizo un incómodo silencio entre los cinco y le susurró discretamente al oído—. Tendrás que imitar lo mejor que puedas la voz de una mujer, Honey. Por tu propio bien.

Mike intentó acordarse de las numerosas veces que había hecho burlas de su jefa, Mrs Bledsoe, en la oficina delante de Vic y el resto del equipo de creativos y elevó el tono haciéndolo una octava más agudo—. En... encantada de conocerles, señores —su voz era apenas un murmullo pero consiguió alzarla un poco—. Espero que me disculpen, pero tengo que entregarle un periódico a una persona.

—¡Oh, no puedes hacernos esto, Rita! —saltó Linda repentinamente, apretándole firmemente del brazo y haciendo falsos pucheros con la boca. No iba a tener escapatoria—. Quieren invitarnos a unas cuantas bebidas y no creo que quieras quedar mal ante ellos, ¿verdad? Sobre todo viendo lo sexy que te has puesto para esta noche —exclamó soltándole brevemente y dando un paso atrás para enseñarles con mucho énfasis el conjunto que le había obligado a ponerse. Mike se avergonzó de nuevo ante aquella indirecta tan desconsiderada y asintió con la cabeza al intuir que Linda podía hacerle quedar en ridículo en cualquier momento, si no obedecía.

«¿Quiere que le siga el rollo en éste estúpido juego? Pues bien, así lo haré», pensó tras aceptar uno de los brazos que le ofrecieron aquellos hombres. Mike sonrió de una manera un poco artificial, intentando poner la mejor cara que podía, para enmascarar el pánico que le recorría la espina dorsal. Linda le pescó del otro brazo y le sonrió con malévola dulzura.

Aquellos tipos les llevaron hasta una de las zonas más apartadas del bar y les invitaron a una ronda de chupitos. Al sentarse en el sofá de cuero Mike estaba tan nervioso y atemorizado que se estremeció entero como aquejado de frío. Uno de los hombres (no tenía claro si era Bob o Bill), se dio cuenta y le ofreció su chaqueta para que se la pusiera sobre sus hombros.

«¡Pero por el amor de Dios! ¡No puede ser más falso!», pensó asqueado Mike al ver tal muestra de galantería pasada de moda. Le daban arcadas.

Ninguno de los tres tipejos parecía sospechar que Mike fuera en realidad un hombre. Sin embargo, por la manera en que aprovechaban cualquier pequeña oportunidad para acercárseles con algún roce malintencionado (como cuando les ofrecieron los asientos del sillón o cuando se apoyaron sobre la mesa para pedir las bebidas) él supuso que no tardarían mucho en darse cuenta.

* * * * *

Linda, por el contrario, estaba disfrutando de lo lindo viendo los apuros que estaba sufriendo Mike constantemente. Cuando había entrado en el Holiday Inn, una media hora antes que él, tuvo un golpe de suerte al encontrar aquel grupo de solteros deseosos de jarana en la barra del bar. No dudó ni por un instante en acercárseles y hablarles de la amiga con la que se había citado esa noche ahí.

Le resultó un poco difícil para ella romper el hielo y empezar una conversación para ligar con ellos. Durante más de cinco años no había vuelto a flirtear con ningún hombre y nunca lo había hecho a solas, sin una amiga a su lado. Se sentía un poco oxidada al principio, pero los tres chicos estaban muy interesados y parecía como si la súbita presencia de Linda fuera un regalo caído del cielo.

Comenzaron a conversar animadamente en cuanto llegaron las bebidas a la mesa. Bob y Bill eran los que más charlaban, sobre todo de sí mismos y de sus diversos trabajos. Mike (es decir, Rita) respondía brevemente con un ‘sí’ o un ‘no’, cuando ella le desviaba alguna que otra pregunta con indiscreción.

—Así que los tres sois representantes de ventas de una farmacéutica. ¡Debe ser muy fascinante viajar por todo el país! —exclamaba, falsamente impresionada, Linda inflando poco a poco el ego de los chicos—. Mi amiga Rita, está metida en el mundillo de la publicidad. ¿No es así?

—Sí, un poco —murmuró Mike encogiéndose un poco debajo de la gruesa chaqueta de Bob. Apenas había probado el primer chupito de bourbon y estaba francamente abochornado—. Hago anuncios.

—¡Vaya, sabía que debías de ser modelo o actriz, siendo tan guapa! —emitió Bill después de apurar su trago. Linda casi se atragantó al escuchar tal ocurrencia, mientras que Mike enrojeció una vez más.

—No, no —interrumpió Linda—. Ella es publicista, no modelo. Elabora las campañas de publicidad y...

* * * * *

Mike estaba pasando las canículas de ver a su esposa flirtear descaradamente con esos tipos. No paraba de reírles los chistes malos, hacerles comentarios halagadores y ponerles ojitos tiernos. Ni siquiera cuando Linda y él comenzaron a salir se había comportado de esa ridícula manera.

«¡Necesito desesperadamente un trago!», pensó Mike cogiendo otro chupito de la bandeja. Ya había bebido un poco en la fiesta de despedida de James LaBelle pero si quería soportar la humillación que estaba sufriendo por parte de Linda necesitaba aumentar su tasa de alcohol en sangre para insensibilizarse.

A cada persona le afecta el alcohol de manera muy distinta. La mayoría de los hombres se les desata la vena violenta. En el caso de Mike, no tenía constitución para aguantarlo, apenas le bastaban unos tragos de más para volverse tan manso como un cachorrito.

A medida que fue trascurriendo el tiempo, sorbito va sorbito viene, se bebieron varias rondas de mojitos, daiquiris, margaritas y demás cócteles de alta graduación, mientras charlaban de banalidades del trabajo y demás. El alcohol empezó a pasarles factura a Linda y a Mike, y sin apenas darse cuenta el ambiente fue calentándose entre los chicos.

Llegó un momento en el que Bob le propuso bailar a Linda y Bill y Roger la animaron un poco entre risas para que no le rehusara. Mike casi montó en cólera (lo que habría echado por tierra su tapadera) cuando el tipejo le rodeó por la cintura con un brazo y ella le lanzó una breve mirada traviesa a su esposo. Luego comenzó a bailar sensualmente con él, rodeándole con sus brazos su cuello y apoyando su cabeza sobre su hombro. Mike supo que Linda lo hacía adrede para incitarle. Y estaba camino de lograrlo.

El provocador baile llegó ser demasiado exasperante para Mike. Hubo un instante en que Linda tenía su falda montada sobre los pantalones de Bob y apenas se movían sobre la pista. Tan sólo mantenían la pose, con sus cuerpos acunándose al ritmo de la música.

«¡No puedo aguantarlo más!». Mike quiso salir a la pista y separarlos a los dos a la fuerza. Por desgracia su deseo se cumplió sólo a medias.

—¿Te apetecería bailar conmigo? —preguntó Roger de improviso, arrimándose a su lado. También parecía taciturno y aburrido por el plan de aquella noche. Había hablado muy poco (incluso menos que Mike) y no parecía estar a gusto con sus compañeros. Movido por el enfado repentino, decidió que Linda necesitaba una dosis de su propia medicina.

—Sí, me gustaría mucho —le respondió Mike con una sensual voz que le surgió de improviso. En realidad no deseaba por nada del mundo bailar, y mucho menos bailar con otro hombre, pero la mirada de curiosidad que le lanzó su esposa al verlo levantarse con Roger fue suficiente para animarle. Mike sabía defenderse en el baile, pero siempre había llevado la batuta y no supo qué demonios hacer con los brazos y los pies cuando llegaron al lado de Linda y Bob.

Roger no le dio tiempo para preocuparse, ya que cuando le llevó al centro de la pista, le cogió de la mano izquierda, le rodeó con el otro brazo la cintura y se aproximó delicada pero firmemente a su cuerpo. Cuando se cruzaron las miradas de Linda y Mike, saltaron chispas entre los dos. La vana y efímera satisfacción que obtuvo Mike al desafiarla duró lo que la canción que estuvo sonando.

—¡¿Qué te crees que estás haciendo con ÉL?! —le susurró su esposa al oído al hacerse el silencio.

—Lo mismo te digo, baby —repuso con su fingida voz femenina. Linda decidió ignorarle desde ese momento y se apretó aun más si cabe al torso de Bob para hacerle sentir mal. Mike ya no sabía qué más hacer así que se dejó llevar por el ritmo lento de los pasos de Roger, el cual no bailaba nada mal para ser tan callado y tímido. Y al menos no era un asfixiante pulpo como el compañero de baile de Linda.

Mike pudo sentir el frío glacial de odio que emanó de su esposa, cuando volvieron a sentarse a la mesa, después de unas cuantas canciones. El numerito del baile con Roger se lo iba a hacer pagar caro.

—Linda —susurró discretamente Mike, sentándose a su lado—. ¿Podemos irnos a casa ya?

—No, maldito cabrón —le fulminó con la mirada.

—Tengo que ir al lavabo, me estoy meando —le suplicó Mike, los nervios le estaban traicionando.

—Cállate y sufre —exclamó Linda con dureza.

Mike estuvo observando cómo ella bailaba dos o tres veces con cada uno de los chicos, mientras él los iba rechazando uno tras otro. Obviamente, le había salido mal la jugada. Linda continuó en la pista de baile durante una interminable media hora más hasta que se aburrió y regresó a la mesa junto a él.

—Linda, tengo que ir. De veras —se desesperó Mike, su vejiga ya no podía aguantar un segundo más. Ella le miró con fiereza y luego su rostro se suavizó hasta formar una falsa sonrisa encantadora. Una sonrisa que Mike estaba empezando a temer.

—Perdonadnos un segundo, chicos —Linda se dirigió a los hombres, que estaban hablando de deportes—. Nosotras dos tenemos que ir un momento al tocador a empolvarnos la nariz —agarró negligentemente de la mano a Mike, para sacarle prácticamente a rastras de allí y llevarle hasta los lavabos del hotel. Los lavabos femeninos, por supuesto.

Mike nunca había entrado antes en un baño de mujeres, siempre se había preguntado para sus adentros qué narices hacían allí las mujeres, porqué nunca iban a solas y en qué perdían tanto tiempo. Tenía la sensación de adentrarse en un lugar sagrado, prohibido para su género y misterioso. Sin embargo se llevó una decepción, no distaba mucho de los baños masculinos. Salvo porque estaban mucho más limpios y parecían más concurridos.

Cuando llegaron estaban ocupados por otras tres mujeres de mediana edad que hablaban por los codos, iban completamente a lo suyo y apenas se fijaron en ellos dos. Linda le indicó de mala manera que entrara en uno de los cubículos y le advirtió en susurros que no se le ocurriera obstruir la puerta con el cerrojo. Las tres mujeres no tardaron mucho en lavarse las manos, cepillarse el pelo y retocarse un poco el maquillaje mientras parloteaban incansablemente.

Mientras tanto Mike se vio obligado a sentarse de nalgas en la fría letrina para poder hacer sus necesidades. Logró desprenderse un poco de los esparadrapos sin gritar de dolor y pudo aliviarse, aunque aquella ropa hacía más engorroso el esfuerzo. Finalmente las tres mujeres se fueron entre murmullos lejanos, y Linda y él pudieron hablar con toda tranquilidad.

—Lo estás haciendo muy bien, Rita —exclamó con descaro Linda.

—Me pregunto si quieres que salgamos con vida de aquí —rezongó Mike de manera pesimista, esa noche no podía acabar bien de ningún modo. Ella volvió a mofarse en parte por el efecto de las bebidas y en parte porque le divertía ver su desesperación.

—El disfraz es más que bueno, Mike. No tienes de qué preocuparte, ni siquiera esas mujeres se han dado cuenta. Ya ves —afirmó Linda cuando abrió la puerta del minúsculo habitáculo. Linda volvió a echarle una mano para colocarle aquellas tiras de esparadrapo en torno a sus genitales.

—Linda, este juego tuyo debe de acabar antes de que pase... —comenzó a decir Mike.

—Olvídalo, ni lo intentes —le silenció con rudeza Linda, su voz sonaba ronca por la rabia y los azulejos de porcelana—. Y no se trata de un juego. Si no colaboras haré que esos tipos sepan quién es en realidad mi amiga Rita y te dejaré aquí tirado.

—¿Quieres que me quede sentado tranquilamente mientras haces lo que quieras con esos tipos?

—¡Vaya, ya vas pillando de qué va todo esto! —dijo Linda con sorna poniendo los brazos en jarras.

—¡Joder! ¡Por el amor de dios! Soy tu marido, tengo derecho... —Mike intentó no alzar la voz pero toda aquella locura le estaba sacando de quicio.

—¿A ponerte celoso? Oh, Mike —exclamó condescendientemente ella, acercándose al espejo para retocarse el pintalabios—, créeme cuando te digo que esta noche has perdido el derecho a recriminarme, con tus sucias mentiras —le mostró el dedo anular sin la sortija y señaló con la mirada la mano vacía de Mike.

«¿Pero qué demonios...?». Era la primera vez que reparaba en la ausencia de su anillo de matrimonio en toda la noche. Le resultó irónico que solía quitárselo cuando se duchaba para no perderlo por el desagüe, debido a que le quedaba grande y bailaba en su dedo.

—Lo siento mucho, L... —intentó exculparse Mike por enésima vez, pero ella le silenció con un ademán.

—Con tus interminables “lo siento” no arreglas nada, Mike —el rostro de Linda se ensombreció por un momento. Respiró profundamente y luego habló con franqueza—. ¿Cómo te crees que me sentí cuando te vi en esas fotos? ¿Crees que no me sentí furiosa? ¿Asqueada? ¿Celosa? ¿O traicionada? Esta noche vas a tener que ver lo que haga con esos tipos con tus propios ojos, como yo te vi en esas fotos con tus amigos del instituto. No creas que me gusta hacerte esto, pero te lo mereces por ser un cabrón. Me has hecho mucho daño y ahora es tu turno.

Las duras palabras de su esposa se hundieron en lo más profundo de su corazón. Sus ojos comenzaron a humedecerse y se sorbió la nariz sin quererlo.

* * * * *

«Aquella era mi venganza particular y el que debía sentirse humillado y ultrajado era él». Linda observó como su marido parecía estar a punto de romper a llorar de un momento a otro. No pudo evitar sentir un poco de lástima por él.

—Vale, haré lo que tú quieras —dijo Mike intentando mantener la compostura, aunque sus ojos enrojecidos e hinchados amenazaban con desbordar gruesas lágrimas.

—Así me gusta —le respondió Linda sacando de su bolso un klínex para que se sonara la nariz. Inesperadamente se le iluminaron los ojos obnubilados por la ebriedad—. Ahora te diré lo que vamos a hacer. Vamos a volver a la mesa juntos sin rechistar y voy a pedirle a uno de esos tipos tan amables que me masturbe con sus dedos hasta que tenga un buen orgasmo —le explicó Linda serenamente, mientras Mike se arreglaba un doblez del vestido como bien podía.

La mirada que le devolvió su marido fue un poema. Él sabía que ella ya había hecho una cosa así. En una cena durante su Luna de Miel en Honolulu, Linda regresó del cuarto de baño sin la ropa interior... Antes de que llegara el segundo plato pidieron la cuenta y se marcharon a la habitación, pues no habían parado de meterse mano como un par de adolescentes salidos.

Por si no le tomaba suficientemente en serio, Linda se bajó las bragas con un suave contoneo de su cadera y las cogió del suelo. Se las enseñó a Mike a la altura de los ojos y luego las metió dobladas en el diminuto bolsito rojo que su atónito marido llevaba colgado del brazo. Aquello no era un farol, para nada

—Por favor... —le suplicó Mike cogiéndola con suavidad del brazo cuando dio un paso hacia la salida. Justo en ese momento una par de mujeres entraron por la puerta y Mike le soltó del brazo. En silencio ambos abandonaron el cuarto de baño y regresaron al bar del hotel, donde el espectáculo debía continuar.

* * * * *

Mike la acompañó dócilmente de vuelta a la mesa del bar y contempló irritado cómo Linda le susurraba al oído a Bill cuando se sentó al lado suyo en el sofá. Observó todo el proceso detenida, paulatina e impotentemente. Debía de cumplir con su papel de mero espectador y dejar que aquella tortura llegara a su fin.

Vio cómo Linda se alzaba un poco la falda y asentía pícaramente con la cabeza, mirando por el rabillo del ojo a su esposo. También observó la expresión perversa y divertida de aquel mentecato al ver las medias de su esposa y sus muslos desnudos. Pero quizás Linda (o incluso el propio Mike) no llegó a esperarse lo que sucedió a continuación. Bill le dio un suave toquecito en la rodilla a Bob y le comentó la traviesa idea de Linda en voz baja. Luego Bob se levantó del asiento y se colocó al otro lado de Linda, dejándola en medio de los dos hombres que la observaban divertidos.

Intercambiaron una mirada y (como si fueran una pareja de baile sincronizado) posaron simultáneamente sus manos sobre las rodillas de Linda. Sus dedos trazaron pequeños círculos en el nylon que cubría sus piernas y con suma delicadeza fueron separándolas.

 

La mano de Bill se deslizó lentamente hacia arriba recorriendo el interior de sus muslos, hasta llegar por debajo de su falda y luego más allá. Linda se puso tensa de inmediato al notar una caricia que había conectado directamente con su sistema nervioso.

 

De pronto sus manos apretujaron el tejido del asiento y su respiración se hizo más profunda. Sus párpados se cerraron así como también los párpados de los dos hombres que, trabajando al unísono, encontraron los puntos más sensibles de ella a medida que iban ahondando en el interior de sus muslos.

Bob alcanzó la entrepierna de Linda y su dedo se hundió profundamente en ella uniéndose al de su compañero. La boca de Linda se abrió en una mueca de puro placer y emitió un hondo suspiro. Su cuerpo se puso completamente rígido y los músculos de sus piernas comenzaron a temblar, cuando los dos empezaron a masajear con ritmo su clítoris.

Mike no podía apartar la mirada de aquella sórdida exhibición. Primero había sido la resignación la que le había permitido mantener una actitud estoica, pero gradualmente fue sustituida por la incredulidad. Y luego después por una desconcertante curiosidad.

Bob-y-Bill (todo junto, pues al parecer se compenetraban entre sí como uno solo) rodearon la cintura de Linda con sus manos libres y se aproximaron más a ella, redoblando la intensidad de sus movimientos. La esposa de Mike hizo visibles esfuerzos para no ponerse a gemir y se mordía los labios intentado contenerse. De pronto Linda abrió los ojos y rodeó con uno de sus brazos los cuellos de Bob-y-Bill y apoyó su cabeza sobre el hombro de Bob. Éste se arrimó lentamente, como tanteándola para besarla y Linda después de cierta vacilación le respondió con sus labios. Mientras tanto la mano libre de Bill había escalado poco a poco el vestido de Linda y se había aupado al escote para acariciar uno de sus senos.

Mike se dio cuenta de que no era el único público que tenía Bob-y-Bill, su amigo Roger los observaba con una expresión de hastío y el bufido que emitió fue lo que sacó a Mike de su ensimismamiento. Otros asistentes del bar intentaban disimuladamente echar miraditas al oscuro rincón en el que se encontraban las mesas, pero el barman sí que no apartaba la mirada mientras secaba insistentemente un vaso de cristal desde hacía varios minutos. Por un segundo temió que acudiera a la seguridad del hotel para hacer una llamada de atención, pero sin sus gafas de lejos Mike no pudo ver la sonrisa traviesa del camarero.

Cuando volvió de nuevo la mirada a su esposa. Bob estaba besando el cuello de Linda, justo detrás de la oreja (algo que a ella le volvía loca en la cama, aunque en su vida Mike nunca hubiera imaginado ver a otro hombre haciendo eso con su esposa) y esta vez era Bill el que la besaba metiéndole la lengua hasta el fondo de la garganta. Los brazos de Linda fueron descendiendo progresivamente, mientras se retorcía sensualmente en el asiento como si debatiera entre los dos sin decidirse. Cuando sus manos descendieron hasta los pantalones de Bob-y-Bill, Mike creyó oír el sonido de dos cremalleras bajándose, aunque la música de fondo debía de haber ahogado el ruido.

Linda se separó un poco de los labios Bill y le lanzó una desafiante mirada a Mike por el rabillo del ojo. Roger escogió ese preciso e inoportuno momento para pedirle de nuevo un baile. Aunque Mike no le prestó atención la primera vez que se lo dijo.

—¿Quieres bailar? —repitió posando su mano sobre el hombro de Mike.

—Yo... Quizás... —dudó un momento Mike, intentando recuperar el tono de voz de Rita. Linda le había dejado claro que no dejara de mirarla, pero la imagen de Bob-y-Bill magreándose con su esposa se le había grabado en su cerebro a fuego. Pensó en darse un respiro y calmarse, así que acabó aceptando la oferta.

* * * * *

«¡Oh, my God! », rezó extasiada Linda, con la respiración acelerada y el rostro encendido, mientras Bob y Bill seguían explorando su cuerpo con sus caricias y sus besos. «¡¿Qué demonios estoy haciendo?!». Ella sabía que Mike estaba observándola en todo momento, comportándose de esa lujuriosa manera, pero ese vergonzoso pensamiento no le impedía proseguir. Quería castigarle por el daño que había sufrido. Sin embargo Linda descubrió que le excitaba morbosamente hacerle sufrir de esa manera.

Linda pudo comprobar de primera mano que las herramientas de Bob y de Bill harían ponerse verde de envidia a Mike en cuanto a tamaño. Pero se sentía asqueada de sí misma, en cinco años de matrimonio no había vuelto a estar con ningún otro hombre (se había comportado íntegramente como una esposa fiel) y en ese preciso momento agarraba con fuerza los miembros viriles de dos perfectos desconocidos.

«¡Yo no soy así! ¡No soy...! ¿O quizás sí?».

Un nuevo estallido de exquisito placer procedente de su entrepierna barrió de su mente esas absurdas dudas. Aunque quisiera parar todo su cuerpo enardecido por la pasión le gritaba que prosiguiera. Empezó a masturbarlos moviendo con ritmo las manos como si fueran maracas y los dos hombres continuaron con su faena. En medio del calentón de los tres le vino a la mente la imagen de Mike (de cuando era adolescente) follando una y otra vez con esos chicos y chicas en aquel oscuro sótano. Y abrió los ojos una vez más para contemplar a su marido travestido de mujer.

Sin embargo lo que vio la dejó boquiabierta.

* * * * *

Mike pensaba tan sólo en bailar un rato para alejarse del sillón, pero su compañero de baile tenía otra idea muy distinta en mente. No habían llegado siquiera a la pista de baile, cuando Roger le pescó de la cintura y antes de que pudiera reaccionar giró el rostro de Mike y le besó con gran intensidad en la boca.

«¡¿Pero qué coño?!». La lengua de Roger buscó veloz un resquicio entre los vacilantes labios pintados de Mike y se adentró intrépidamente dentro de la caverna de su boca. Con la otra mano le aferró por el hombro y le rodeó el cuello para estrecharle contra su cálido y fornido cuerpo.

A medida que el beso se fue prolongando, Mike se fue resistiendo cada vez menos y cerró los ojos. No podía pensar ni actuar con claridad debido a su embriaguez y al sobresalto inicial. Aquello era tan sumamente violento y desconcertante que no sabía cómo reaccionar apropiadamente. De hecho no se dio cuenta de que la mano que estaba rodeando su cintura se había deslizado hacia abajo del vestido y estaba acariciándole suavemente su trasero cubierto por las bragas rojas.

Roger le izó un poco para ponerle de puntillas y besarle mejor. Sin embargo, Mike no podía encontrar la manera de romper ese beso por su parte, estaba completamente aturdido. Podía percibir cada roce y tanteo de su tórrida y húmeda lengua cada vez que chocaba con la suya, como una explosión de miles de sensaciones inexploradas y traumáticas.

—¿No te ha gustado? —preguntó Roger al despegar sus labios, cuando terminó la canción, al ver la expresión desconcertada de su rostro. Mike no supo qué decir (realmente no podía decir nada coherente) pues aquella experiencia había sido para él espantosa, inconcebible y abrumadora a partes iguales. Agitó un poco la cabeza para despejarse la borrachera, pero lo único que logró fue perder el equilibrio sobre los vertiginosos tacones y provocar que Roger le sostuviera de los hombros—. Si quieres podemos tener un poco de intimidad, no como tu amiga y ellos.

—Mi amiga es... —Mike dudó entre desvelar la verdad de su matrimonio y mantener la farsa para salvar el pellejo—... mi amiga no es como yo.

—¡Ah, ya entiendo! —exclamó Roger decepcionado. Mike sonrió ante la ironía de aquella respuesta. Dudaba que Roger realmente entendiera de qué iba todo, no es que le estuviera dando las largas una mujer, sino que quería ahorrarle la vergüenza de descubrir que acababa de besar de tornillo a un hombre.

Linda todavía seguía ocupada con Bob-y-Bill cuando ellos volvieron a la mesa, de hecho ella tenía una mano en cada regazo de los dos hombres y estaba masturbándoles con un ritmo enérgico. Justo al mismo tiempo (como si hubieran esperado precisamente a que Mike se acercara) los tres llegaron al clímax entre ahogados estremecimientos de pasión. Linda fue la primera en recobrar el sentido y volvió a posar sus manos relajadamente en el cuero del asiento. Los dos hombres se dejaron hundir en el sillón y se subieron las cremalleras profundamente satisfechos.

En una brusca sorpresa, Mike sintió el cálido aliento de Roger en su oreja antes de que le besara en la mejilla repentinamente—. También podría hacer eso por ti, si cambiaras de opinion. Mi habitación es tu habitación —dijo sensualmente, mientras sus dedos rozaron la rodilla de Mike y avanzaron correteando muslo arriba por la inconveniente raja del vestido. Aquella oferta sonó tan tentadora por culpa del alcohol, que por un breve momento Mike dudó. Pero rápidamente puso una mano sobre su regazo y le frenó a tiempo en su corto trayecto hacia la meta.

—Creo que deberías de echarle una mano a tus amigos —exclamó Mike humedeciéndose la lengua y mirando de soslayo los labios de Roger—, tienen una pinta horrible.

Él observó con reproche a sus dos colegas de viaje (unas evidentes manchas oscuras empapaban sus pantalones) así que Roger frunció el ceño, se levantó y se dirigió a ellos para ayudarles. Les susurró un comentario mordaz sobre su aspecto y luego se levantaron de camino al baño para limpiarse aquel estropicio. Con igual presteza que ellos, Mike se levantó de su asiento en cuanto desaparecieron de la vista y se acercó hacia Linda. Su mirada todavía estaba perdida en la lejanía, como deleitándose en la experiencia.

—Linda, tenemos que irnos de aquí. ¡Ya! —le zarandeó para sacarla de su embelesamiento—. Mientras ellos no se den cuenta. Si no lo hacemos, seguro que a ti te van a violar y a mí... —se le atragantaron las palabras ante la idea—. ¡A mí no sé qué demonios van a hacerme si me descubren, pero no quiero saberlo! ¡Por favor, vámonos!

* * * * *

Linda miró a su alrededor con aire ausente y gradualmente fue recobrando la sensatez. Aún sentía fluir la adrenalina por sus venas y la bruma del alcohol no dejaba que pensara con fluidez pero Mike tenía razón con la idea de huir, todo aquello se le había escapado literalmente de las manos.

Los dos se levantaron de la mesa con fingida tranquilidad y se encaminaron hacia la salida sin mirar atrás. Cuando llegaron a los aparcamientos del hotel. Mike sacó las llaves del coche de su bolso y apuntó con el mando en la oscuridad hasta que encontró las luces parpadeantes de su vehículo.

Recordó el dichoso periódico que le había pedido a su esposo, pero cerró la boca y no se lo exigió. Por nada del mundo quería volver a entrar en el Holiday Inn. Linda había tenido un par de orgasmos (en realidad, orgasmos por duplicado) esa noche y había disfrutado como nunca. Pero su único pensamiento era regresar a la seguridad de su casa junto con Mike.

Mike arrancó el motor coche, cuando apenas se había puesto el cinturón de seguridad y se alejaron a toda velocidad de aquel lugar. Bajo el brillo de las farolas pudo captar que su marido tenía el rimel corrido y unas gruesas lágrimas surcaban sus ojos.

—Mike, yo... —murmuró con la voz ebria, a Linda le pesaban los párpados y su mente estaba hecha un batiburrillo que no encontró las palabras para calmar a su marido.

—Olvídalo, Sweetie —exclamó Mike sorbiéndose la nariz. Esbozó una sonrisa y miró a Linda más animado—. No hace falta que me digas “lo siento”.

El confortable y oscuro silencio les dio la bienvenida cuando los dos cruzaron el umbral de la puerta. Las piernas de Linda apenas la sostenían y Mike tuvo que llevarla de los hombros para que subiera las escaleras. Aunque aquella tranquilidad sólo era una breve prórroga para Linda—. Si crees que he olvidado tu maldita promesa, te equivocas —emitió medio hipando y se tiró de espaldas sobre la cama de matrimonio. Por un segundo estuvo a punto de dormirse profundamente in situ, pero abrió los ojos y se incorporó a medias encima del colchón. Ella le observó de arriba abajo, la ceñida peluca, el logrado maquillaje, los falsos senos de látex acentuando su estampa femenina, las piernas bien torneadas y bellas acabadas en los brillantes zapatos. Era una fascinante farsa. «¿O no?».

—Todavía tienes algo que hacer para mí.

—¡Ya esta bien! ¿Qué demonios quieres que haga ahora? —preguntó Mike antes de que pudiera empezar a quitarse aquel odioso vestido rojo.

* * * * *

«¡Ya no aguanto más!». La paciencia de Mike estaba a punto de venirse a pique. Pero al girarse para contemplar a su esposa, su pícara mirada le hizo dudar. Jugueteaba con el vuelo del vestido ocultando y enseñando sus muslos y con un gesto de la mano le hizo señas para que se acercara.

—Ven aquí y quítame la ropa —le ordenó repentinamente lúcida—. Vamos a follar tú y yo.

Mike por un momento pensó en negarse en redondo. Linda le había hecho pasar una de las peores noches de toda su vida y había tenido que contemplar sus jueguecitos sexuales con esos mamones del hotel vestido como un Drag-queen el día del Orgullo Gay. Estaba muy cansado y quería echarse a dormir a pierna suelta. Pero después pensó en los cinco días que llevaba sin verla y sin hablar con ella, en cómo deseaba volver a tenerla entre sus brazos y besarla.

«¡Damn it! ¡Siempre logra hacer lo que quiera conmigo!». Se lamentó en vano Mike mientras se acercaba con cautela al colchón. Se tumbó a su lado y fue desabrochando los botones delanteros del vestido, uno a uno, lentamente. Linda rodó sobre la cama cuando Mike le bajó el vestido por las rodillas y lo lanzó al vuelo por la habitación.

—Ayúdame a quitarme el sujetador —el cierre de los corchetes le costó unos preciados segundos más de lo habitual a Mike. Ella se giró de nuevo dejando al aire sus fabulosos senos—. Ahora quiero que me beses las tetas como si nunca lo hubieras hecho antes... pero no te quites la peluca, por favor —añadió al ver que él estaba a punto de arrancársela de la cabeza y tirarla al suelo. Mike la estrechó con los brazos abiertos y apretó los labios en busca de su ardiente cuerpo. No se detuvo ni un momento mientras paladeaba el delicioso sabor de su piel de alabastro, sino que cambió de un pezón a otro una y otra vez con avidez.

Linda comenzó a gemir y a retorcerse de placer, mientras Mike le acariciaba con lujuria. Ella agarraba la falsa cabellera con desesperada ansia restregándole contra sus turgentes pechos. Después de unos interminables minutos, le apartó de su lado y dijo con voz entrecortada por la agitada respiración—. Siempre he tenido la fantasía de acostarme con una mujer. Así que ahora quiero que me folles como lo hiciste con la chica de la foto —bajó la mirada hacia su entrepierna y se abrió de piernas insinuantemente. Luego besó sus labios pintados de rojo carmín. Mike no sabía si Linda actuaba de esa manera por los efectos del alcohol o porque esa noche había sufrido un episodio de histeria sexual irreprimible. Nunca le había revelado antes que hubiera tenido fantasías lésbicas, ni fantasías de cualquier otro tipo de hecho.

—¿Eso es lo que quieres de verdad? —le preguntó con malicia él, Linda asintió tácitamente.

Obedientemente Mike descendió poco a poco con sus besos, primero en el cuello, entre sus pechos, luego su vientre aterciopelado coronado por su ombligo, hasta donde comenzaba aquella mata de pelo corto y crespo. Se detuvo a propósito en ese preciso punto, regocijándose con la creciente impaciencia de Linda. Aún seguía húmeda y caliente debido a las manos de Bob-y-Bill. Mike apartó como pudo de su mente aquella perturbadora idea. Se zambulló de cabeza en su tórrida entrepierna y le dio un lametazo que estremeció todo su cuerpo.

—¡Por la madre del cordero! —blasfemó Linda gritando como una mala bestia cuando la primera sacudida le arremetió. Sus piernas sufrieron un espasmo tan fuerte que casi tiraron a Mike de la cama—. ¡Sigue puta mentirosa, quiero que sigas hasta que me corra! —le insultó de pronto rodeándole con las piernas cubiertas todavía por las medias. Sus dedos se enredaron en los cabellos de la peluca y empujó la cabeza de Mike más adentro—. ¡Cómemelo todo, Zorra! ¡Chúpalo con tu maldita boca...! ¡No pares... No!

 

Continuará...

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