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Mis días siendo forzado: Capítulo 4

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CAPÍTULO 4: Poniendo las cartas sobre la mesa.

 

Sábado, 29 de mayo

A la mañana siguiente Mike se despertó creyendo que todo había sido el producto de una quimera nocturna, no estaba de acuerdo si se trataba de una espeluznante pesadilla o de un buen sueño, tal y como acabó la noche con Linda y él follando salvajemente. Pero le pareció que todo lo que había vivido desde que llegó a casa la tarde anterior había sido tan surrealista como un cuadro pintado por Dalí.

Recibió su primera dosis de cruda realidad cuando se descubrió tumbado en la cama con el camisón de algodón de Linda puesto, el esmalte rojo en sus uñas y los falsos pechos de látex abultando notoriamente baja la sabana. Poco a poco fue reconstruyendo los recuerdos de la noche anterior y profirió un grave gruñido de desaprobación.

Después de que Linda se hubiera aliviado sexualmente con él, le dio a Mike ese largo camisón suyo y le dejó claro que no dormiría en el mismo cuarto que ella si no se lo ponía. Tuvo que acceder a regañadientes ya que la alternativa no era de su agrado: el sofá del salón.

—Buenos días, Mike. El desayuno está listo en la cocina —le saludó Linda cuando se incorporó sobre la almohada, ella parecía feliz de verle despierto. Como si fuera el comienzo de otro día cualquiera.

—Buenos días —musitó Mike sin dar crédito a su buen humor. La cabeza parecía a punto de estallarle.

—Vístete y vente a desayunar cuanto antes —dijo ella desapareciendo por la puerta de la habitación en una exhalación. Un repentino escalofrío de terror le recorrió por la espalda al pensar en la ropa que quería que llevara y miró a su alrededor asustado. Encima de la silla del tocador, donde Linda acostumbrada a dejarle la ropa durante la noche, estaban su pantalón de chándal, su calzoncillo bóxer, sus calcetines de algodón y su camiseta... toda su ropa.

Toda su ropa normal.

«¡Uff, menos mal!», pensó Mike reconfortado saltando de un brinco de la cama y quitándose con rapidez la sofocante peluca, el camisón, las bragas, los restos de esparadrapos y el despiadado corsé.

Delante del espejo del baño lucía un aspecto horrible y bochornoso, no sólo porque su rostro seguía aparentando ser el de una mujer sino porque el maquillaje que Linda le había aplicado cuidadosamente se había estropeado durante las horas de sueño. Tenía los ojos cubiertos con manchones negros de rimel y el lápiz de labios descorrido por toda la cara.

Recordó que su esposa siempre solía desmaquillarse antes de irse a dormir y que en su parte del armario del baño tenía muchos productos para ello. Al rato de trastear con los cajones encontró toallitas desmaquillantes, algodones y un bote de quitaesmalte, entre toda clase de cremas de noche. No hacía falta ser un genio para usarlos y Mike había visto a Linda usar todo aquello cientos de veces delante del espejo del baño. Después de quince minutos, y mucha agua caliente, bajó por las escaleras de la casa con el aspecto de siempre. Con sus gafas de pasta y su pelo medio despeinado, como si el disfraz de Rita no hubiese existido jamás. Aunque le había dejado huella por dentro.

—Honey, ¿Puedo preguntarte una cosa...? —tanteó con cautela Mike, cuando llegó a la cocina y vio a Linda preparándose su desayuno de espaldas. Ella se giró intrigada cuando le escuchó—. ¿...me vas a obligar a ir a buscar el periódico en bata y rulos?

—No me des ideas, Mike —sonrió Linda cruzándose de brazos, como si fingiera que todavía estaba enfadada—. No creas que lo olvidé, aquello sólo fue un pequeño cebo para que fueras al Hotel.

—¿Sigues enfadada conmigo por lo de las fotos?

—¿Quieres saber la verdad? Pues sí lo estoy —dijo ella bruscamente, agitando su melena en un gesto airado—. Cualquier otra mujer en mi lugar te habría pedido el divorcio de inmediato o te habría echado a la calle como a un perro...

—Linda, por encima de todo quiero tu perdón —le suplicó Mike acercándose a la mesa y girándola de los hombros para que le mirara directamente a sus ojos verdes—. Quiero que me dejes de mirar de esa manera. Como si cada vez que me ves revivieras esas fotos. Por eso hice todo lo que me ordenaste, por eso acepté pasar por el aro. Y haría cualquier otra cosa.

—¿Cualquier otra cosa? —repitió Linda con la voz enternecida de pronto y los ojos vidriosos.

—Ya creo que te lo demostré anoche —Mike extendió los brazos, como dándose por rendido y se encogió de hombros cómicamente—. Hasta me disfracé de mujer porque tú me lo pediste.

—La verdad es que estabas muy guapo vestido de mujer —exclamó Linda en son de burla y se enjuagó los ojos con el dorso de la mano—. Pero yo, no sé qué me sucedió... He estado pensando mucho sobre lo que hice anoche en el Holiday Inn. Me comporté contigo de una manera tan... tan... tan...

—¿Maquiavélica? ¿Vil? —sugirió en broma Mike al ver que se le atropellaban las palabras a su esposa.

—¡Santo Dios! ¡Hablo muy en serio! —soltó un exabrupto al ver que su Mike se lo tomaba a la ligera—. ¡No sé qué demonios estaba pensando! ¡Tenías toda la razón! ¡Podían haberme violado esos tipos! ¡Yo...!

—Pero pudimos escapar los dos. No pasó nada.

Mike consideraba que lamentarse por lo que podía haber pasado era una pérdida de tiempo y una comedura de coco inútil. Si la noche hubiera seguido al mismo ritmo que cuando habían dejado el bar, seguramente él se habría despertado en la habitación de Roger en lugar de en su casa. Y seguramente ambos habrían tenido que lamentar muchas más cosas aparte de la resaca mañanera.

 

* * * * *

 

Linda sabía que no podía hacer borrón y cuenta nueva. La vida no era un libro de balances en el que pudiese compensarse un ingreso con una salida.

Había intentado volver a hacer las cosas como si la última semana de su vida no hubiera existido, pero en cuanto Mike empezó a bromear sobre lo sucedido la noche anterior con su habitual carácter mordaz y sincero a partes iguales, toda su fachada de indiferencia se le había derrumbado.

—Hay algo que te quiero devolver —Linda sacó de dentro del horno los anillos de matrimonio que había heredado de sus padres y el sobre beige grande. Pero un segundo antes de dárselo retiró la mano y frunció el ceño como replanteándose su relación con su esposo—. Mike, si quieres recuperar esto, de ahora en adelante no debe de haber mentiras entre nosotros, ¿lo entiendes? Pase lo que pase no debemos mentirnos.

—No habrá más mentiras, te lo juro —Mike recogió su sortija con decisión y se la puso en el dedo.

—Anoche me preguntaste de dónde habían salido estas fotografías —Linda señaló con la mirada el sobre que contenía aquella vergüenza—. Te dije que no debía de importarte su origen, pero creo que te mentí por culpa de mi resentimiento. Como me dijiste que no recordabas las fotografías, yo me enfadé y...

—Espera, Linda. Rebobina un momento, por favor —le pidió Mike—. ¿Me lo puedes contar todo desde el principio?

«¡Desde el principio! ¡Uff!». Linda tomó aire e hizo memoria para relatarle lo sucedido después de que se despidieran el lunes por la mañana. Cómo había recogido el correo y encontrado ese sobre. Cómo lo había abierto sin pensar que se tratara de algo tan personal, de la misma forma que hacía con el resto de la correspondencia que recibían. Y qué había hallado en su interior realmente. Sacó del horno una hoja de papel que había escondido antes de que Mike llegara a casa la noche anterior. Las letras de la carta estaban formadas por recortes de periódico pegados con cola.

Era un anónimo que decía así:

Si quiere conseguir los negativos, deje 20.000 $ en la papelera del cruce de Santa Mónica Blvd con North Kings Rd el próximo viernes a las 8:30 AM. O las fotos aparecerán en todos los periódicos. No llame a la policía.

 

* * * * *

 

—¡¿Es un chantaje?! —prorrumpió Mike. Veinte mil dólares era muchísimo dinero, más del que normalmente podían reunir en todas sus cuentas corrientes, pero la imagen del cheque de la comisión apareció claramente en su mente tan oportunamente como un chaleco salvavidas en un naufragio. Al seguir leyendo con detenimiento se le cayó el alma a los pies—. Pero... el plazo expiró ayer por la mañana.

—No te preocupes, no has salido en los periódicos —le serenó Linda de inmediato—. En realidad ningún diario podría o querría imprimirlo. No eres actor, ni deportista, ni político. Los escándalos sexuales siempre se ceban en ellos. Para mí que esa amenaza carece de todo fundamento.

—¿Y qué hay de Internet? —Mike alzó el tono de voz sin proponérselo—. ¿Acaso no te das cuenta de que pueden colgarlo en una página Web?

Con la llegada Facebook, Twitter y YouTube, cualquier contenido audiovisual podía llegar a dar la vuelta al mundo en cuestión de minutos. Mike lo sabía muy bien, una parte importante de su trabajo consistía en colaborar con los diseñadores de páginas Web de sus clientes para coordinar las campañas.

—Ya lo he pensado, te he buscado en Internet y no aparece nada más que lo habitual —Linda se fue un momento de la cocina para volver de inmediato con su laptop y su BlackBerry—. Puedes comprobarlo tú mismo si no me crees. Las fotos no se han divulgado.

Mike no solía cometer ese moderno acto de vanidad, el cual caracterizaba a los oficinistas que trabajan constantemente con Internet, y que consistía en buscar su nombre en Google. Su colega Vic lo hacía a diario y además mantenía siempre actualizado su perfil en Facebook todas las mañanas.

Las búsquedas que había realizado Linda sobre él aparecían en varias ventanas independientes, así que Mike fue cliqueando de una a otra: Su nombre aparecía en un memorandum de uno de sus clientes, su rostro aparecía etiquetado en una antigua fotografía de cuando tenía diez años con toda su familia, en el perfil de Facebook que tenía su hermanita Megan; también aparecía su nombre en las portadas de varios libros que años atrás había ilustrado y en la Web de Emmerich & Covington Advertising, donde se exponían sus trabajos más recientes. Incluso aparecía un último añadido: un curriculum online que había escrito durante la última semana (pensando en buscar trabajo dentro del sector artístico) para cuando Eric Jenkins ascendiera a director creativo y le diera la patada de la empresa. Pero las fotos comprometidas que el chantajista había enviado a su hogar no estaban.

—Pero en la carta dice que debía...

—Olvídate de lo que dice en esa carta —le cortó su esposa cerrando la pantalla del laptop—. No creo que quien envió este sobre pensara jamás en publicarlo, ni tampoco te iba a dar los negativos. ¿No lo entiendes?

—Pues no —respondió lisa y llanamente Mike. Ella suspiró y puso los ojos en blanco de manera muy teatral. Le exasperaba cuando su esposa daba por evidente algo que, para él, a todas luces no captaba. Linda siempre se daba unos aires de superioridad.

—¿Qué obtiene un chantajista sacando a la luz un chantaje? —aquella enigmática frase parecía una pregunta trampa. Mike no supo qué contestar—. La respuesta es nada. Te amenaza con mostrarlas públicamente para forzarte a actuar movido por la vergüenza. Y luego te ofrece una alternativa para comprar su silencio por un precio. Pero en realidad tiene mucho que perder si esas fotos aparecieran publicadas. Se abriría una investigación policial y poco a poco acabarían estrechando el cerco en torno al chantajista.

—Entonces lo mejor será llamar a la policía, ¿no?

—Ni por asomo —pronunció Linda—. No creo que ese tipo se atreva a publicar las fotos, pero ten por seguro que si hay una investigación acabará por filtrarse a la prensa, de mano de la propia policía.

A Mike le parecía que le iban a estallar los sesos entre la resaca de la noche anterior y ese rompecabezas que le planteaba su esposa.

—¿Así que cuál es tu plan? ¿Ignorarle? —dijo Mike en una actitud recriminatoria.

—Yo no he dicho que tuviese un plan —se defendió Linda cruzándose de brazos—. Lo que me extraña es que esta mañana no apareciera otro anónimo en el buzón alargando el plazo de entrega o amenazándote de nuevo. ¿Qué clase de chantajista no insiste cuando tiene la oportunidad de conseguir dinero?

Mike volvió a coger el sobre beige grande, las fotografías y el anónimo, y empezó a mirarlo con ojos nuevos. Al principio creyó que las fotografías podían proceder de alguien de su pasado que quisiera hacerle daño después de tantos años, no podía pensar en cuál de todos ellos tenía tanto resentimiento acumulado. No obstante el chantaje lo cambiaba todo, lo convertía en un asunto monetario, frío y deshonesto.

«El sobre no ha sido franqueado». Se fijó atentamente, así que el chantajista (ya fuera mujer u hombre) debía de haberlo dejado en mano dentro de su buzón. Es decir que había estado muy cerca de ellos. Además le había debido de estar vigilando pues sabía perfectamente qué ruta tomaba cada mañana. El lugar donde debía de realizar el pago no le era desconocido, estaba justo enfrente de una gasolinera donde solía repostar.

«Las fotos no se han revelado en un tienda». Mike había trabajado con varios fotógrafos que preferían el carrete de toda la vida en lugar de las novísimas cámaras digitales, y casi todos revelaban sus trabajos a mano para impedir que acabaran siendo extraviadas. El papel no era de calidad, pero carecía de las marcas de las máquinas de revelado automático.

—¿No habrás recibido otro sobre y te lo has callado, Mike? —preguntó con disimulo Linda.

—No, te lo aseguro —se apresuró a decir Mike—. Ayer fue la primera vez que lo vi.

«Hay algo más... Algo importante». Mike sabía que algo se le estaba escapando, mientras observaba los rostros de su antigua pandilla de instituto, pero no podía concretar el qué. Le sucedía lo mismo que había mencionado su esposa cuando le enseñó las fotografías, era incapaz de reconocerse a sí mismo.

 

* * * * *

 

Linda no dudó de su marido, la expresión que había puesto el día anterior al ver aquel sobre era de pura sorpresa. Pero seguía sin creerse del todo su amnesia.

—¿De verdad que no recuerdas estas fotos?

—No, no recuerdo nada —Mike estaba angustiado.

—Pero una maratón de sexo, drogas y alcohol no es algo que te sucediera todos los días, ¿verdad? —Linda observó como su esposo tragaba saliva con dificultad y miraba desenfocado las fotos—. Quiero decir que, un suceso tan trascendental como ése no se puede olvidar en toda la vida, ¿no crees?

—Supongo que así es —afirmó Mike aturdido por su pasado—. Pero no lo recuerdo. Y eso me preocupa más que el propio chantaje... ¡¿Cómo demonios pude olvidar que me follé a todos mis amigos?! ¡¿ Y cuándo cojones sucedió esto?! ¡¿Y porqué nunca hablaron conmigo de lo que ocurrió entre nosotros?! No lo entiendo, Linda... De veras que no lo entiendo.

«¡Esas son muy buenas preguntas!». Linda había dedicado tanto esfuerzo en condenar la culpabilidad de Mike durante toda la semana que en ningún momento lo había considerado como una víctima.

Quizás el recuerdo de la orgía fuese tan traumático que su mente lo enterró profundamente en su subconsciente. O simplemente las drogas que tomaron esa noche le produjeron la amnesia. Linda sabía que existían drogas que podían usarse para realizar violaciones (aunque no sabía cuales), porque dejaban a la víctima indefensa y sin recuerdos del suceso. Durante su época universitaria había escuchado rumores y en varias hermandades habían circulado panfletos avisando que las chicas tuvieran cuidado con las bebidas en las fiestas porque podían adulterarlas. De todas maneras no dejaba de sorprenderle la imagen de su marido adolescente fumando un porro.

—Sabes, Honey —exclamó con vigor para sacar a Mike de su letargo—. Siempre supuse que tú eras de esos freaky de instituto que se pasaban los fines de semana jugando a Dungeons & Dragons con el resto de sus colegas inadaptados en el oscuro sótano de su casa —Linda emitió una risita ahogada y contempló como su marido sonreía tímidamente.

—En realidad más de una vez jugamos una partida de rol —admitió Mike riéndose modosamente.

—Pues yo no te tenía por un fumeta —bromeó ella.

—Ni yo me tenía por un sex machine —comentó en voz baja Mike, casi para sí mismo. Durante unos eternos segundos se hizo un molesto silencio en la cocina y luego estallaron los dos en carcajadas—. ¡No me puedo creer que acabe de decir eso!

Aquella era sin duda la conversación más extraña que habían mantenido en sus cinco años de matrimonio. Pero al menos la tensión entre los dos se había disipado por completo, al echarse unas risas.

—¿Así que fumabas mucha ‘María’ en el instituto, Mickey? —preguntó Linda alargando las palabras de manera cómica. El nombre de su marido escrito en el sobre le sonaba raro en su boca—. ¿Qué otras locuras hacías por aquel entonces?

—Pues no gran cosa... —comenzó a relatarle Mike. Linda ya conocía de antemano la tirante relación que su marido había tenido con su padre desde que falleció su madre en un accidente de tráfico a los doce años. Pero jamás le había contado los detalles de su etapa de rebeldía adolescente y de las numerosas muestras de desafío contra la autoridad de su padre. Ella se quedó de piedra al descubrir que con tan sólo trece años, Mike había robado las llaves del coche de su padre para, según sus propias palabras, dar una vuelta y presumir ante sus amigos. También le reveló que a los catorce, a raíz de una apuesta entre chicos, se coló furtivamente en las duchas femeninas del pabellón deportivo para robarles toda la ropa interior. Había comenzado a beber a los quince y poco después jugueteó con las drogas (marihuana, aunque también había probado el éxtasis y el LSD un poco), aunque jamás llegó a experimentar con drogas más duras.

Además, las numerosas pellas y llamadas de atención en clase le habían valido varias llamadas al despacho del director junto con su padre. Su padre respondía a su continuada insubordinación con mano dura y no dudaba en aplicarle severos castigos.

Por ejemplo, una semana antes de la fotografía del anuario escolar le rapó el pelo al estilo Jarhead, por que no quería que su hijo pareciera un hippie en las fotografías. Mike contraatacó una semana más tarde gastándose todos los ahorros que había conseguido reunir en una moto Yamaha.

—¡Joder! ¡Eras todo un rebelde! —Linda no se salía de su asombro. En comparación, su voto personal de silencio para con su padre por el divorcio de su madre, era la pataleta de una niña pequeña.

Poco a poco, mientras desayunaban los dos en la cocina, el relato de las aventuras juveniles de Mike fue desviándose de nuevo al sobre beige del chantaje y a las personas que habían sido inmortalizadas en esas imágenes. Linda por fin pudo ponerle nombre a las caras que le habían perturbado el sueño los últimos cinco días: Jimmy Evans, Sarah Rosenberg, Tom Vasili y Emily Van Horne. Su marido le fue explicando, uno a uno, quienes eran y cómo los había conocido.

Sarah Rosenberg, la rubia oxigenada con síndrome de anorexia, que le había prestado a Mike su sostén y le había pintarrajeado los labios, resultó ser una animadora y vecina de él. A Linda le sorprendió mucho que una de esas tontas agita-pompones se relacionara en los mismos círculos de amistades que Mike. Hasta que se enteró de que Tom Vasili, el cachitas alto y atractivo que le había dado por detrás a su marido, era su novio además de jugador del equipo de rugby.

«¡Vaya tópico más manido! ¡La animadora y el quarterback!», pensó Linda, aunque resultó que el tal Tom Vasili no era el quarterback del equipo y que se pasaba la mayor parte de los partidos en el banquillo como suplente.

Jimmy Evans, el joven afroamericano que también aparecía compartiendo una clase para principiantes de sexo oral con Mike y fumando marihuana, era un alumno de sobresaliente, no muy popular entre las chicas, que apenas salía de casa y aficionado a los ordenadores Apple y a las películas de ciencia ficción de Star Trek y demás. A juicio de Linda era, lo que se dice, todo un nerd. Pero parecía esconder debajo de su fachada de perdedor unas buenas cualidades, sobre todo en su entrepierna. Lo último que supo Mike de él era que había terminado su carrera en la universidad de UCLA y que trabajaba para una compañía informática antes de que explotara en el año 2000 la burbuja de las empresas punto-com.

Emily Van Horne, la morenita de cabello motoso y cuerpo de bailarina de doce años, fue durante mucho tiempo la única chica del grupo de amigos de Mike, hasta que apareció Sarah Rosemberg en escena. Compartían las mismas clases con Mike y siempre le ayudaba con sus deberes. Además era miembro del grupo de audiovisuales y fotógrafa de hobby.

—Supongo que las fotografías debieron de salir de su cámara —razonó Mike volviendo a echarles vistazo rápido—. Pero no me la imagino chantajeándome con esto después de tantos años. ¿Sabes, Linda? Siempre sospeché que ella estaba un poco colada por mí.

—Eso precisamente la convertiría en una sospechosa —puntualizó Linda alzando un dedo en un alarde de teatralidad—. Puede que estuviera indignada contigo por pasar de ella. Y ya sabes el dicho “No hay furia en el infierno como una mujer despechada”.

—¡Mira quien habla! —repuso Mike frunciendo el ceño. Por un segundo temió que su marido desviara la conversación en esa dirección. Pero su rostro no mostraba ningún signo de enfado y parecía decidido a olvidar lo sucedido la noche anterior. Así que de inmediato cambió de tema—. Linda, sobre el asunto del dinero del chantaje, creo que debemos de hablar.

—Supongo que te refieres a esto —Linda sacó del interior del horno el cheque de veinticinco mil dólares y lo dejó encima de la mesa. Mike pegó un respingo al verlo y puso cara de desconcierto.

—¿Qué más tienes escondido ahí? —preguntó Mike medio en broma, medio en serio.

 

* * * * *

 

—Sé lo que estas pensando, Mike —afirmó Linda categóricamente. Aquella era una de las pocas frases de Linda que habían sido tan ciertas y tan aterradoras. A menudo ella solía descifrar sus intenciones con antelación, mediante engaños y faroles como ese, pero esta vez realmente sabía qué estaba pensando.

—Podríamos pagar el chantaje —expuso sin tapujos Mike lo que pasaba por la cabeza de ambos.

—No vamos a pagarlo —se obcecó Linda, una vez más su orgullosa vena irlandesa salió a flote.

—Pero si daría de sobra... —repuso él.

—¡Este dinero es tanto tuyo como mío y yo me niego rotundamente a pagar a un sucio chantajista!

«¡Nunca creí que vería esto!», pensó Mike sorprendido por aquella situación. Era la primera y única vez en cinco años de matrimonio que mantenían una discusión monetaria. Por norma general, los asuntos de dinero los dejaba en manos de Linda. Ella era licenciada en económicas por la universidad de UCLA, una broker de éxito que había sobrevivido a la escabechina de la última crisis del país y la única de los dos con horario verdaderamente flexible.

—No es por el dinero, no sé si me entiendes. No pienso ceder en esto contigo. Si lo hiciera, no sería capaz de mirarme a la cara nunca más.

—Ya veo, es una cuestión de orgullo propio.

—No, de confianza —le contradijo con rudeza Linda—. Dime, si hubieras recogido el correo el lunes y leído el chantaje, ¿qué habrías hecho? ¿Habrías pagado? ¿Me lo habrías contado?

Mike reflexionó sobre todo lo sucedido el pasado lunes, aquel ajetreado día en el que su jefa le había hundido sus expectativas y en la exitosa presentación que había tenido a primera hora. El destino tenía sentido del humor, si no hubiera tenido prisas ese día, el sobre beige grande habría acabado en sus manos. Lo más gracioso es que aquel chantaje seguramente le habría arruinado la reunión con los directivos de WCS y ese jugoso cheque no estaría en ese momento encima de la mesa de la cocina. Pero Mike se percató de que por ahí no iba la pregunta de su esposa.

—Tienes toda la razón, Linda, le habría pagado y no te habría dicho nada —se sinceró después de coger el cheque y echarle otro vistazo antes de devolvérselo a Linda—. Vale, si es lo que quieres, no le pagaremos.

—Muchas gracias —exclamó Linda, con un hondo suspiro tras contener la respiración durante unos prolongados segundos.

 

* * * * *

 

Después del desayuno conversaron con algo más de normalidad, tratando asuntos más triviales y caseros. Linda continuó un poco reservada con Mike, pero al menos no mostraba hostilidad hacia él. Durante unas breves horas resultó agradable para los dos volver a comportarse como un matrimonio normal y corriente, tan sólo disfrutando del buen día de fin de semana.

Ninguno de los dos llegó a explicarse porqué el autor del anónimo y de las fotografías no había insistido en sus peticiones. Ambos decidieron no deshacerse de las fotografías del chantaje, por si el asunto volvía a repetirse y había que acudir a la policía como último recurso. Dado que aquellas fotos no eran dignas de enmarcase, acabaron junto con el anónimo en el fondo de un cajón que apenas usaban.

Linda estaba tan agotada del estrés emocional que había sufrido los últimos cinco días que apenas tenía fuerzas para hacer la comida. Además, Mike había dejado vacío el frigorífico y la casa manga por hombro.

—Iremos a comprar al centro comercial de Barnsdall Square después de comer en Palermo —declaró Linda después de olfatear una bandeja de carne que olía a perros muertos y dar una arcada. Mike acabó aceptando el plan, al menos para pudieran salir de la casa y despejarse un poco las ideas.

Aquel restaurante italiano era uno sus preferidos, un lugar muy agradable, intimo y romántico al que ya apenas solían acudir pues se habían estancado en la monotonía de las comidas precocinadas, pedidos a domicilio y cenas de empresa a última hora.

Habían sido clientes muy asiduos y reconocidos cuando estaban recién casados pero, por fortuna, Palermo no era un restaurante muy exclusivo con una larga lista de espera para coger mesa. Para cuando llegaron a las dos pasadas del mediodía, el restaurante no estaba del todo abarrotado.

Mike debió de pensar que la tregua había llegado por fin entre su esposa y él, después de pactar olvidar la noche anterior tácitamente, pero resultó que Linda aún no había terminado con la discusión.

—Dime, Honey —comenzó a decirle Linda con voz melosa, cuando el camarero terminó de cogerles nota—, ¿alguna vez me has sido infiel? —su tono de voz apenas cambió al lanzar ese bombazo. Como si le hubiera preguntado si había llevado el coche a lavar. Sin embargo Linda sostenía el tenedor y el cuchillo con perturbadora firmeza.

«Parece un ciervo a punto de ser atropellado». Mike se quedó rígido como una estatua al escucharla, bebió un sorbo de vino e intentó pensar rápido en una respuesta que le sacara del apuro.

—Venga ya, Linda, ¿Cómo quieres que yo te sea...? —comenzó a decir haciéndose la víctima.

—No, no hagas eso, Mike. No pienso montarte un escándalo aquí, pero ni se te ocurra creer que puedes dejar el tema —exclamó enfadada dejando los cubiertos sobre el mantel y mirando el largo comedor—. Ya te conté que mi madre se pasó toda su vida fingiendo por culpa de mi padre. Ella pensaba que si miraba para otro lado, todo se arreglaría como por arte de magia. Durante toda su vida fue muy infeliz por sus infidelidades y las mentiras que arrastraba a sus espaldas. Cuando la abandonó por otra mujer más joven, se quedó completamente destrozada y sola. Yo no pienso cometer el mismo error que ella —le miró directamente a los ojos, pidiéndole plena sinceridad por su parte—. Así que te lo vuelvo a preguntar, ¿me has sido infiel alguna vez?

—No sé qué decirte —exclamó Mike encogiéndose de hombros—, aparte de que te quiero.

—Ya sé que me quieres —se reclinó un poco en el asiento y luego Linda se irguió en una actitud desafiante enseñándole la sortija de matrimonio que llevaba en su dedo—, precisamente por eso te pido que me digas toda la verdad.

Mike hizo de tripas corazón y le confesó lo sucedido en su trabajo, una desgraciada noche a finales de diciembre en la fiesta de navidades que celebraban en Emmerich & Covington Advertising. Parecía un cliché barato viniendo de él, pero se había acostado con su joven asistente, Jessica Phillis. Ambos estaban muy bebidos esa noche y la mezcla de la música, el jolgorio y los bailes lentos los llevó sin pretenderlo a desnudarse el uno al otro entre besos y achuchones, en el despacho de Mike.

Le explicó que Phillis por aquel entonces había tenido una reciente discusión con su novio y se había sentido muy deprimida y falta de cariño durante esas festivas fechas. Debió de confundir los atentos comentarios de su jefe para consolarla con algo muy diferente. Mike pensaba que era una buena chica y que no se merecía a un tipo que no la apreciara como es debido. Y ella por su parte siempre le había tenido en un pedestal por ser más que un considerado jefe, un amigo. Pero después de aquel inesperado revolcón, ambos se dieron cuenta de que había sido un rotundo error. Mike la quería respetar, tanto como por ser mujer como por ser su subordinada y Phillis no quería estropear por nada del mundo su matrimonio.

Así que decidieron, de mutuo acuerdo, fingir que nunca había sucedido. Mike supuso que ése sería un secreto que se llevaría a la tumba, pero Linda se lo acabó sacando todo, palabra por palabra.

—... después de esa única vez, no nos hemos vuelto a acostar —le juró Mike con toda la valentía que pudo reunir. Ella le miró con apatía mientras continuaba impasible, la comida llegó a la mesa en ese preciso instante, pero ninguno de los dos le prestó atención.

 

* * * * *

 

«Está conteniéndose demasiado bien», se dijo Mike, habría esperado de ella que en cualquier momento se levantara y se pusiera a gritar a los cuatro vientos una sarta de maldiciones aderezadas con una ronda de bofetadas, arañazos y puñetazos. Cualquier cosa menos ese templado silencio era mejor.

—Lo tuyo con Phillis ya lo sabía —pronunció sosegadamente Linda, después de dar por terminada la historia de Mike y comenzó a atacar su plato de linguini con tranquilidad.

—¿Lo sabías? ¿Cómo...? —Mike se había quedado estupefacto, no sabía si se trataba de uno de sus faroles—. ¿Pero si... si lo sabías por qué... por qué...?

—¿Por qué no te lo dije? ¿O por qué no te pedí el divorcio? ¿O por qué no te exigí que la despidieras? —concluyó la frase Linda soltando un resoplido de impaciencia—. ¿Acaso habría servido para bien alguna de esas cosas? ¿Habría borrado tu indiscreción? Creo que no —negó con la cabeza efusivamente—. Bueno, aparte del lío con tu secretaria, ¿existe algún otro desliz más que quieras confesarme?

—Sólo uno más, Linda. Pero no creo que quieras escucharlo... —le advirtió.

—¡Oh, sí! Sí que lo escucharé, es ahora o nunca, Mike —plantó los codos encima de la mesa y entrecruzó los dedos en un gesto de plena atención.

Mike comenzó a declararle la noche más vergonzosa de su vida, más incluso que cuando se había vestido de Rita. No fue muy preciso en los detalles, ya que sus recuerdos apenas eran breves flashes distorsionados, como sacados de una pesadilla y lo que sucedió no lo sabía con exactitud.

Sucedió durante una convención en el hotel Sheraton de Salt Lake City en la que había asistido como representante de la agencia junto con Vic. Había un vendedor de una cadena de concesionarios, con la que la empresa de Mike había trabajado anteriormente, que le invitó al bar al terminar las conferencias.

Se llamaba George Marshall y siempre que habían hecho negocios juntos se había mostrado abiertamente gay, pero Mike no le dio mucha importancia a sus inclinaciones sexuales. Parecía un buen tipo del que uno se podía fiar. Pero después de unas cuantas rondas de tragos por cuenta suya, comenzó a insinuársele diciéndole que le encontraba mucho más atractivo que Vic y preguntándole si había estado alguna vez con otro hombre... sólo por probar algo diferente.

Mike intentó rechazar sus avances repetidamente, procurando ser lo más amable y educado posible para no ofenderle. Sin embargo al final de los tragos, le sugirió continuar con la conversación en su habitación.

Mike no recordaba cómo demonios llegó a acceder, pero a la mañana siguiente se despertaron abrazados y completamente desnudos en su cama. Por lo poco que pudo recordar habían estado follando toda la noche y se habían quedado dormidos y completamente exhaustos a última hora—... me sentí tan mal, tan ultrajado y sucio, que me fui de la habitación a toda velocidad —añadió Mike cabizbajo al finalizar el relato.

—Según parece, no sólo te es difícil mantener tu voto de fidelidad, sino que también tu heterosexualidad —comentó ella de una manera muy insolente, sonriendo amargamente. El sarcasmo fue la única forma que encontró Linda para enmascarar su creciente estupor—. ¿Así que te acostarías con cualquiera de aquí, ya sea hombre o mujer, no es cierto? —elevó sin pretenderlo el tono de su voz y varios clientes de las mesas contiguas giraron sus cabezas hacia ellos.

—No, no lo es —susurró Mike con el rostro encendido de vergüenza.

—¿Qué me dices de anoche, con ese tipo... Roy?

—Roger —le corrigió, lamentando haberlo hecho de inmediato. Ella le fulminó con una mirada asesina e inspiró profundamente. Mike se retrepó en el asiento al notar que el ambiente se había engrosado.

—Te vi besándote con Roger, no me lo niegues —exclamó Linda en un tono acusador.

—Él me besó, no yo a él —se defendió de manera apresurada y en voz baja—. Él creía que Rita era una mujer de verdad, ése era tu estúpido juego.

—Ya, pues no me pareció que te incomodara mucho el beso —comentó ella con malicia—. Incluso me dio la impresión por un momento de que estabas disfrutándolo de veras.

—¡No sabes lo que estás diciendo! —intentó defenderse Mike, pero su tono de voz era tan endeble como un postre de gelatina—. Anoche estaba muy bebido, me quedé en shock. Por eso no me pude apartar a tiempo de Roger. Eso es todo, no hay más.

«¿Por qué mi única explicación suena menos creíble cuando la digo en voz alta que cuando la había pensado?», recapacitó Mike desmoralizado.

Según él, no era culpable de aquel beso, Roger le había atacado a traición cuando comenzaron a bailar. Linda sin embargo no parecía muy enojada con Mike, más bien estaba observándole con la curiosidad de un entomólogo que hubiera hallado un espécimen raro y lo estuviera examinando bajo su lupa. Se estaba replanteando todo lo que sabía del hombre con el que se había casado cinco años antes.

—Así que tan sólo te has acostado con dos o quizás tres hombres en toda tu vida y apenas tienes recuerdos de uno de ellos —recapituló Linda. Mike debió de hacer una mueca que lo delató. Porque de inmediato la mirada de su mujer se quedó clavada en él.

«¡Mierda! ¡Debo de mejorar mi cara de póquer!».

—¡¿Es que hay alguno más?! —preguntó atónita.

—Fue mucho antes de conocernos —le daba la impresión que a medida que había comenzado la comida iba encogiendo en su asiento de la vergüenza que le embargaba—, mi compañero de piso y yo nos acostamos una vez. Sólo una vez y no nos gustó.

—¿Mike, acaso te atraen los hombres? —preguntó Linda con desdeñoso interés.

—¡No! —negó con la cabeza vehementemente.

—¡Oh, por dios! No hace falta que intentes suavizarme el golpe, Honey. No creo que sea la primera esposa que descubre que su marido es gay —repuso de manera condescendiente—. Creo recordar haber leído que es la quinta causa de divorcio del estado de California después de la infidelidad y del dinero.

—Yo no soy gay —exclamó receloso Mike.

—¿Con quien más de la oficina te has acostado? ¡Dímelo! —le exigió Linda medio en broma, medio enfadada—. ¿Quizá con esa chica de Recursos Humanos, Erin? ¿Con la secretaria de recepción, Simone? ¿O tal vez con Vic? Seguro que por eso sois tan amiguitos los dos.

—¡NO! —esta vez fue Mike quien alzó demasiado el tono de su voz y llamó la atención de gran parte de la clientela del restaurante. Se echó otro trago de vino a los labios para aclarar la garganta.

 

* * * * *

 

Cuanto más descubría del lado más oscuro de Mike, más morboso interés y vergüenza ajena le producía a Linda. Durante las últimas horas había descubierto más secretos de él que en los cinco años de matrimonio que llevaban juntos. Su marido se había transformado de una persona anodina, pero divertida, a una verdadera caja de sorpresas sin fondo.

Y lo más insólito de todo era que todavía seguía amándole desde lo más profundo de su corazón a pesar del desprecio que debía merecerse por su parte.

—Mike, no te estoy juzgando —ella probó otro enfoque para atacar el problema—. Si a veces sientes curiosidad sexual hacia otros hombres, puedo comprenderlo, de veras. No es algo por lo que debas de avergonzarte ante mí. Anoche, por ejemplo, cumplí una de mis fantasías más secretas: acostarme con una mujer —comentó Linda de manera comprensiva.

—Pues resulta que no soy una mujer —emitió tajantemente Mike—, y tampoco soy gay.

Linda puso en serias dudas las palabras de su marido. Desde que había hecho el desafortunado comentario sobre las causas de divorcio, Mike se había cerrado en banda y se negaba a razonar debidamente.

—No estoy diciendo que seas gay —puntualizó ella para calmarle. Linda no es que fuera una mojigata en temas de sexo pero se sentía un poco rara hablando de ello con su marido—. Mike, la sexualidad no es un asunto de blanco o negro, no es tan categórica como la pintas. Que te hayas sentido interesado, atraído o que te hayas acostado con hombres, no significa que seas gay, ni que te dejen de gustarte las mujeres...

—Linda, yo te amo —clamó Mike desesperado, parecía que de un momento a otro le fuera a dar un infarto de lo angustiado que se encontraba.

—Ya sé que me amas, Honey —le cogió de la mano y rozó con suavidad la yema de los dedos—. No estoy poniéndolo en duda. Pero creo que no podremos seguir adelante si no compartimos nuestros verdaderos sentimientos el uno con el...

—Te digo que no me atraen los hombres —insistió.

—¡Pues para no atraerte los hombres te has acostado con unos cuantos! —comentó ella con furia, harta de ser tan suave con él.

Recordó los breves momentos en los que vislumbró a Mike vestido de mujer en la pista de baile con Roger. Los dos, abrazados como amantes, entregados al fuego de la pasión y a la incesante danza de labios que le acompañó. Linda juzgó que nadie podía ser tan bueno interpretando un papel.

—Lo siento —se disculpó Linda, no Mike—. Me he pasado de la raya. Sólo quiero que seamos sinceros el uno con el otro. Deseo que nuestro matrimonio sea del todo transparente y no estoy buscando justificaciones para separarme de ti.

 

* * * * *

 

Mike no pudo hacer más que emitir un hondo suspiro de alivio. La amenaza del divorcio y los negros nubarrones de tormenta se habían esfumado.

—Yo también deseo lo mismo, Sweetie.

Durante unos segundos pareció que la tregua había vuelto a imponerse entre los dos, hasta que la sosegada calma de Linda se hizo tan prolongada que quedó claro que no era más que silenciosa expectación.

—¿Y bien? —Linda se atrevió a romper el silencio.

—¿Y bien qué? —preguntó Mike a coro.

—¿No me preguntas si te he sido infiel alguna vez?

Mike se sentía como si estuviera atrapado en un capítulo de Outer Limits y toda su realidad se hubiera visto distorsionada por algún invento de un científico loco.

—No quiero hablar de ello —intentó apartar de su mente la imagen de Bob-y-Bill metiéndole mano a la entrepierna a su esposa—. Y no creo que necesite saberlo. Nunca he tenido dudas acerca de ti, Linda.

—Hasta anoche —metió Linda el dedo en la llaga todavía sin cerrar—. Supongo que lo que viste hizo que te replantearas algunas cosas sobre mí, y si...

—No me replanteé nada —le frenó Mike de inmediato, quería dejar el tema de una vez—. Te recuerdo que ayer me forzaste a ver eso, porque me lo merecía. Y yo acepté voluntariamente sufrir esa humillación.

—No te he sido infiel, te lo juro —respondió Linda a una pregunta que no se había formulado—. He de admitir que en el trabajo a veces algún cliente ha intentado ligar conmigo, sí. Pero siempre les he dado esquinazo y me he mantenido firme. Y te mentiría si te digo que no me he fijado en más de un hombre...

—No sigas, por favor...

—Pero hasta ayer ningún hombre, aparte de ti, me había tocado en estos cinco años —prosiguió Linda su cháchara sin escucharle—. No pensé que llegaría tan lejos anoche con esos dos tipos, supuse que acabarías por explotar antes e intervendrías.

«¡¿Que qué?!». Justo en ése momento sí que explotó.

—¿Me estás echando la culpa? —la súbita pregunta sobresaltó a Linda—. ¡Pero si no me diste alternativa!

—Yo no quería decir que tuvieras la culpa.

—¿Y ahora qué? ¿Qué castigo me merezco por serte infiel mientras tú has mantenido tus votos? —Mike estaba visiblemente exasperado—. ¿Acaso vas a acostarte con algún desconocido para igualar el marcador? —ella negó con la cabeza repetidamente—. ¿Qué más quieres que haga? ¡Dímelo, por favor!

—No lo sé, realmente no sé qué voy a hacer contigo, Mike —admitió entre dientes Linda—. No sé si te mereces un castigo o sólo compasión por mi parte.

—No quiero que me regales tu compasión —dijo Mike mirándola con desesperación a los ojos—. Necesito ganarme tu perdón de una vez por todas.

 

Continuará...

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