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Mis días siendo forzado: Capítulo 5

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CAPÍTULO 5: Asuntos domésticos

 

Sábado, 29 de mayo – Domingo, 30 de mayo

Al otro lado de la ciudad, en la comisaría central de la policía situada en el numero 100 de Main Street, Paul Fergusson acababa de terminar una entrevista de tres horas con unos detectives de asuntos internos. No estaba al tanto del chantaje que habían recibido Mike y Linda, ni tampoco de las consecuencias que se estaban desencadenando.

Si se hubiera enterado de cómo se había puesto patas arriba la vida matrimonial de ellos dos seguramente su cargo de conciencia le hubiera hundido del todo. Pero en ese momento su mayor preocupación había sido informar a asuntos internos de la muerte de su principal confidente, Manuel Vázquez, un joven puertorriqueño de apenas veintiún años. Y sus sospechas confirmadas de que dentro del departamento de narcóticos había un topo que vendía información a la banda de Ricardo Ramírez.

Después de meses manteniendo oculto el nombre de su fuente y tras muchas presiones por parte de sus superiores, acabó inscribiendo a Manuel Vázquez en el fichero de informantes con todos los datos que le había suministrado. Tres días después, ése sábado de madrugada, unos tipos hallaron el cadáver del joven en una cancha de baloncesto de los suburbios.

Cuando salió de las oficinas, los detectives de asuntos internos le aseguraron que removerían hasta la última piedra para encontrar la fuga de información. Fergusson se dirigió calle arriba hasta encontrar una cabina de teléfono y descolgó el auricular.

Sin embargo simuló marcar un número de teléfono mientras miraba a su alrededor para asegurarse de que nadie le observaba. Sacó un móvil de su bolsillo con la otra mano y pulsó el botón para rellamar. Se tapó con la mano el oído de la otra oreja ocultando el diminuto móvil mientras fingía escuchar por el otro oído una llamada realizada desde la cabina. Ese era un truco que había visto hacer a varios traficantes.

—Tenías razón, lo han encontrado muerto, hoy temprano —exclamó el detective después de oír cómo respondían al otro lado de línea y escuchaba una respiración familiar.

—Lo sé —hubo una sonora pausa que Fergusson se imaginó que fue para exhalar el humo de un sucio cigarrillo—, las noticias vuelan en el barrio. Ya te dije que funcionaría, dos pájaros de un solo disparo.

Paul Fergusson sintió un malestar creciente en el estómago desde que le habían comunicado la muerte de Manuel Vázquez. Su verdadero informante seguía vivito y coleando, pero el nuevo sicario de Ramírez estaba en un congelador del depósito con un disparo de una 9 mm en la sesera.

—Asuntos internos va a comenzar a investigar en profundidad mi departamento —exclamó nervioso.

—No te investigarán a ti, eres quien ha denunciado la filtración —repuso su confidente de la cara de rata—. Quedarás como un jodido héroe cuando pillen al poli que vende la información.

—Y si descubren... —comenzó a decir el detective.

—Para los hombres de Ramírez, ese tipo era tan sólo un soplón —exclamó con sorna—. Para los periodistas es una noticia morbosa más que escribir y para ti un ticket para ascender en el escalafón. ¡Qué más da quién fuera!

—Eres un hijo de puta, ¿lo sabías?

—Sí, lo sé —admitió divertido—. Pero soy un hijo de puta que vas a necesitar vivo. Y gracias a ti ya no sospechan en absoluto de mí.

«¿No sospechan?». Fergusson empezaba a preocuparse por la manera que su fuente de información lograba sus excelentes resultados. Ya se le había pasado por la cabeza que estuviera dentro la propia banda de Ramírez, pero descartó esa posibilidad. Su agente de la condicional le aseguró que tenía un trabajo legal.

—¿Eso quiere decir que seguirás dándome información sobre los envíos de la droga?

—Nuestro trato sigue vigente —su tono de voz era travieso, como si cabrear a una banda de narcotraficantes que no dudaban en ejecutar soplones fuese un juego—. Mantén mi nombre fuera de cualquier caso policial y te ofreceré la cabeza de Ramírez en bandeja de plata —añadió antes de cortar la llamada.

«Como Salomé y Juan el Bautista». No pudo evitar recordar esa alegoría bíblica, Paul Fergusson se temía que el precio a pagar fuera demasiado alto.

 

* * * * *

 

Cuando regresaron su casa, Mike no llegó a sospechar que aquella modesta comida juntos sería la última salida social que harían Linda y él como marido y mujer en muchísimo tiempo.

Si lo hubiera sabido tal vez habría saboreado con más detenimiento esas horas de libertad inapreciada. Pero el castigo que su esposa planeó llegó igual que un tsunami a la playa, cuando lo vio venir ya fue demasiado tarde para ponerse a salvo.

—¡Ya lo tengo! —Linda chasqueó los dedos triunfalmente al cruzar el umbral de la puerta, Mike iba cargado con las bolsas de la compra del supermercado bajo los brazos y se giró al escucharla, al parecer ella acababa de encontrar la solución a su dilema personal para suplicio de su esposo—. Ve conmigo arriba —le cogió de la mano y le llevó a la habitación de matrimonio en cuanto dejaron toda la comida en la cocina. Linda le quitó las gafas de pasta de los ojos y, con un aire risueño y juguetón, sacó la peluca de su madre del cesto de la ropa sucia donde la había dejado Mike—. Ya sabes, vete desnudándote.

—¿Otra vez quieres que me disfrace de mujer? —exclamó sin dar crédito a lo que le proponía ella. Linda asintió muy emocionada. Luego fue sacando ropa suya del armario y tendiéndola en la cama con prisas—. ¿Pero por qué?

—Ayer fue porque quería humillarte públicamente —comentó su esposa de una manera mezquina y tajante—. Mi plan inicial era quitarte la peluca y mostrar tu verdadero aspecto frente a todos los del Holiday Inn —confesó sin remordimientos Linda—. Pero me divertí tantísimo viendo cómo sufrías, que no quise terminar con la farsa tan rápido. Esto es muy diferente... Quiero que realices todas las tareas del hogar que yo desee... ¡pero vestido con ropa de mujer!

—¡Oh, mierda! —musitó Mike con un hilo de voz y luego trago saliva con dificultad.

—Vas a ordenar la casa, fregar los platos, barrer los suelos, limpiar el polvo, cocinar para mí —fue enumerando con los dedos de la mano, tarea por tarea—, y todo lo que se me vaya ocurriendo, ¿entendido? Harás lo que se supone que una buena esposa tiene que hacer a su maridito. ¡Ya verás, será muy divertido!

—¿Es que para ti soy alguna especie de bufón o payaso? —preguntó atónito Mike.

—Sí, la respuesta es sí. Eres un completo hazmerreír, un adúltero y un pervertido —le insultó Linda cruzándose de brazos frente a él en una actitud retadora. Provocándole para que se atreviera a negarle la verdad—. Te mereces un castigo ejemplar por serme infiel con tu secretaria... ¡y por si fuera poco con ese tipo de Utah! Pienso que estar en el pellejo de una mujer te hará bien. Aprenderás unas cuantas cosas que nadie te enseñó jamás sobre nosotras.

—¿Qué ocurriría si me niego? —le sondeó Mike.

—No te voy a amenazar con echarte de casa, si es eso lo que tanto temes —se explicó Linda sentándose en el filo de la cama, para recoger un sujetador—. Si de verdad quieres ganarte mi perdón, será de ésta manera y bajo mis condiciones.

—Pero... ¿Qué pasa si se enteran nuestros vecinos o amigos? ¿Qué pasa con mi trabajo? ¿Acaso quieres que me despidan? —empezó a farfullar Mike, horrorizado ante la idea de presentarse en la oficina vestido como la noche anterior. Había caído de la sartén al fuego, la descabellada opción de Linda no parecía mucho mejor que la sucia extorsión de las fotografías.

—Si te portas bien no tienes nada de qué preocuparte, sólo quiero que te vistas de mujer para mí —le lanzó el sujetador a Mike con un lánguido movimiento de muñeca. Él examinó desconsolado el intrincado encaje semitransparente y palpó la sedosa suavidad de la tela—. Me lo debes, Mike ¿vas a hacerlo o no?

«Se lo debo, por ser un capullo infiel», pensó apesadumbrado Mike. No tenía otra alternativa que resignarse a la absurda y excéntrica idea de Linda. Se aflojó la corbata a rayas del cuello y la dejó caer al suelo en señal de derrota. Linda sonrió de oreja a oreja al ver aquel gesto y se levantó de la cama para ayudarle a que se quitara la ropa.

En esta ocasión Linda fue mucho más agradable y considerada que la noche anterior, su crueldad malintencionada había sido sustituida por la excitada curiosidad de un niño la mañana del día de Navidad que tuviese un juguete nuevo con el que entretenerse.

Cuando estuvo desvestido del todo le llevó delante espejo para que se contemplara de cuerpo entero. Sus piernas todavía seguían sin lucir vello, ni pinchaban al tacto. Linda se estuvo deleitando un rato viéndolas de arriba abajo, admirando embelesada lo mucho que se parecía a las piernas de una mujer de verdad.

—Sabes, Mike. Para ser un hombre tienes un trasero muy bonito y unas piernas delgadas que serían la envidia de muchas modelos —exclamó ella dándole un travieso pellizco en el cachete.

Mike se ruborizó al girarse para contemplarse de costado y comprobar que su esposa tenía mucha razón. Su trasero era prieto, de forma un poco redondeada y algo respingón.

Una vez más, Linda asistió a Mike en todo el duro proceso. Poco a poco, le fue transformando delante del espejo en otra persona distinta. Una versión parecida a Mike, pero en mujer. Escogió con especial atención la ropa interior para la ocasión, fue colocándoselas con delicadeza sobre su cuerpo desnudo y maquillándole cuidadosamente aquel rostro de facciones sempiternamente adolescentes.

Linda no le obligó a llevar nada tan escandaloso e incómodo como el traje de fiesta rojo de la noche anterior, sino que le prestó una blusa blanca, unos shorts vaqueros y unas zapatillas que ella solía llevar en casa cuando tenía que hacer las tareas domésticas. De todas maneras, seguía siendo muy fatigoso para Mike llevar los genitales empaquetados con el despiadado esparadrapo, así como las prótesis de látex en el corsé y la molesta peluca plantada en toda la mollera.

—Bien, esto ya está terminado. Ya es hora que te pongas manos a la obra, la casa está hecha un desastre por tu culpa —exclamó Linda cuando completó el disfraz y quedó satisfecha con el resultado de su rostro. Apenas le había aplicado maquillaje a Mike, sólo un toque de colorete en las mejillas, un pintalabios muy clarito y sin sombra de ojos (un look de cara lavada). Pero era sencillo a la par que muy femenino.

El resto de aquella tarde de sábado, Mike lo pasó haciendo limpieza de todo lo que era susceptible de necesitarlo e incluso de más. Las lámparas del techo, los rincones polvorientos, los bajos de los muebles del salón, las estanterías de su estudio personal, las bandejas del frigorífico, los azulejos de los lavabos, la cristalería fina y un largo etcétera que no parecía tener fin. Nada se le escapó al examen de Linda.

Con una postura marcial fue ordenándole tarea tras tarea, sin darle apenas tiempo para que se tomara un descanso. Le resultó extraño a Mike verse reflejado constantemente en los espejos y en los cristales con esa ridícula apariencia femenina. Pero al cabo de unas horas el cansancio no le dejó fuerzas para preocuparse de su aspecto y desistió de contemplarse intranquilo.

 

* * * * *

 

«¡Esto sí que es verdadera justicia poética!», pensó Linda con descaro al ver cómo su esposo hacía la limpieza general. No es que Mike fuera un vago en casa y no realizara ninguna tarea. Ellos dos solían compartir los turnos de lavar los platos y las coladas, pero tener un respiro el fin de semana no estaba nada mal.

Mientras Mike estaba ocupado fregando el lavabo, Linda se entretuvo buceando en Internet. Llevaba varios días desconectada de la red y lo primero que hizo fue echar un vistazo rápido a sus e-mails.

Ivan Borosky le había llenado la bandeja de entrada con una ingente cantidad de mensajes el lunes que desapareció inoportunamente. También le había enviado un resumen pormenorizado de los últimos movimientos de los activos que ella manejaba y de las decisiones que había tenido que tomar en su ausencia. Su jefe le aseguraba que podía tomarse los días que quisiera de descanso, ya que había acumulado muchos días libres durante meses y esperaba que sus problemas personales se arreglasen pronto.

Como tenía su laptop encendido, Linda aprovechó su tiempo de descanso y decidió dejarse llevar por su curiosidad. Comenzó a teclear una serie de palabras en Google. En tan solo un único clic de ratón al botón de “Buscar” encontró miles de páginas en las cuales aparecieron las palabras “travestido”, “infidelidad”, “feminizar”, “marido” y “castigo”. Linda se vio en un principio apabullada con tanto contenido disponible en la red, pero después empezó a hacer una criba y separó el grano de la paja.

Muchas de las Webs que aparecían en los primeros puestos trataban sobre la feminización forzada y ciertos tipos de dominación femenina. Eran páginas de contenido sexual explícito que hablaban de términos que a Linda le sonaban a galimatías: BDSM, sissyficación, petticoat, pegging...

En casi todos ellos, aparecían parejas en las cuales el hombre era obligado a disfrazarse por la mujer con ropas y maquillaje femeninos. Linda se sorprendió de la variedad de disfraces curiosos que exhibían aquellas voluntarios sumisos: de atenta azafata de avión, de ardiente enfermera con ligeros, de cándida colegiala con coletas y faldita, de doncella de la limpieza francesa, etcétera... una colección patética de estereotipos degradantes de las mujeres a su modo de ver.

Pero aquellas prácticas sexuales no dejaban de ser meras fantasías de alcoba para matrimonios que habían caído en la rutina. Sin embargo algunas de esas morbosas sesiones llegaban a tales grados de dominación, humillación y crueldad, con mujeres armadas con fustas de cuero para dar azotes, esposos inmovilizados con mordazas y oscuras habitaciones parecidas a mazmorras repletas de toda clase de artilugios de tortura, que la curiosidad de Linda se estremeció.

—¡Guau! —musitó Linda, cuando logró parpadear. Era incapaz de creerse que hubiera tantos hombres que disfrutaran siendo forzados y vejados mientras aparentaban ser mujeres.

Otros sitios de Internet, foros de discusión en su mayoría, era menos sórdidos y mucho más formales, ofrecían testimonios de esposas cuyos maridos se travestían en secreto, anhelando en el fondo de su corazón ser más como sus mujeres.

Había opiniones de todo tipo al respecto entre las foristas. Desde mujeres que echaban sapos y culebras contra sus cónyuges cuando descubrían quién le cogía a escondidas la ropa del armario. Hasta el otro extremo en el que se hallaban esposas que incluso conociendo de antemano las inclinaciones fetichistas de sus parejas habían decidido compartir su particular estilo de vida a su lado.

—Ya he terminado con los baños, Linda —le interrumpió Mike mientras estaba ojeando un artículo de la Wikipedia sobre las doncellas sissy y la feminización. Linda estaba tan ensimismada leyéndolo que su esposo tuvo que repetirle la frase dos veces más hasta que pudo reaccionar y asentir con la cabeza.

—Espero que hayas dejado el cuarto de baño como los chorros del oro, Amy —soltó Linda de improviso cuando tuvo una inesperada inspiración—. O tendré que castigarte severamente.

—Espera, ¿cómo acabas de llamarme? —quiso saber Mike al oír tan extraño nombre. Su esposa le dejó que viera la página Web que estaba examinando. En la pantalla del laptop aparecía una doncella de la limpieza, ataviada con un uniforme de estilo francés negro con multitud encajes blancos. Pero que en realidad era un muchacho caracterizado completamente de mujer. Mike se quedó de piedra al verlo.

—Por lo visto una de las costumbres más comunes, en esta clase de cosas, es cambiar el nombre del hombre por una versión en femenino del mismo. Ya sabes, Jacqueline por Jack, Donna por Donald, Rachel por Richard, etcétera —comentó Linda mientras él seguía con los ojos abiertos de par en par.

—¿Pero qué coño...? ¿En qué clase de...? ¿Cómo demonios es posible que...? —Mike intentó aclarar sus ideas y articular una frase en condiciones—. ¡¿Quieres que me vista de doncella de la limpieza?!

—No, ni hablar. No te pienso obligar a llevar nada que ni yo misma llevaría —negó rotundamente Linda. Consideraba completamente inadecuada aquella ropa, era demasiado artificial, exageradamente sexista. Incluso las poses de aquellos hombres mientras limpiaban, andando a cuatro patas como los perritos o agachándose para enseñar el trasero cubierto de bragas, le parecían ridículamente obscenas—. Pero me parece una buena idea lo del nombre, ¿no crees?

—¿Pero qué hay del nombre de Rita? —Mike hizo un mohín extraño con la cara, de desagrado.

—Rita es un nombre horrible de mujer, no se lo desearía ni a la peor de mis enemigas. Además no te pega nada Michelle —titubeó Linda y luego esbozó una sonrisa comedida—. Amy en cambio me parece que es un nombre mucho más acorde para ti. Era el nombre de una gatita que tenía cuando era pequeña. Era muy tierna y cariñosa conmigo —durante unos segundos tuvo la impresión de que Mike iba a negarse rotundamente a continuar con sus tejemanejes.

—Amy —Mike masculló aquel nombre en voz baja durante unos segundos, después se encogió de hombros y le sonrió a Linda—. Vale, de acuerdo. Llámame como te plazca.

Linda le sonrió de oreja a oreja y le plantó un beso en la mejilla. Había omitido parte de la historia de su vieja mascota, Amy era una gatita muy tierna y cariñosa, sí. Pero también era una ramera que se dedicaba a pasear todas las noches por el rancho de su padre con el celo encendido apareándose con todos los gatos salvajes que podía encontrar. En los doce años que vivió se quedó en cinta más de quince veces por culpa de sus numerosos escarceos nocturnos.

 

* * * * *

 

Linda se pasó el resto de la tarde-noche llamándole por ese ridículo nombre. A Mike tanto le daba que le llamara como fuera, supuso que tan sólo era otra forma más de humillarle. Lo que sí le preocupaba era que su esposa estaba trasteando en el lado más oscuro de Internet y acababa de encontrar algo espeluznante.

No es que él fuera aficionado a la pornografía, ni mucho menos, pero su colega Vic, de vez en cuando solía enviarle links de páginas Web para adultos de todo tipo con algunos comentarios obscenos. Mike no estaba muy asombrado, sin embargo siguió con las tareas que Linda le iba encomendando, mientras rezaba para que su mujer fuera misericordiosa con él.

Cuando Mike terminó de adecentar las habitaciones del segundo piso y limpiado a fondo el pasillo, su esposa ya había preparado la cena y puesto los cubiertos en la mesa para que comieran juntos.

—No ha sido para tanto, ¿verdad, Amy? —le preguntó con sorna a Mike, después de cenar en el salón. Le estaba dando un buen masaje en la espalda a Linda, sentados los dos en el sofá. Él no le contestó pues (aunque había aceptado voluntariamente aquél ignominioso castigo) estaba agotado tanto física como anímicamente—. Mañana continuaremos con más cosas —añadió ella al advertir su mutismo. Según parecía Linda no pensaba obligarle a hacerlo todo el primer día de castigo.

—¡¿Pero cuánto tiempo...?! ¿Cuánto tiempo tendré que ir disfrazado de mujer? —preguntó recuperando el resuello de golpe. Mike había esperado ingenuamente que, después de unas cuantas horas, ella acabaría cansándose y decidiría concluir con el castigo.

—Todo el que haga falta, Amy —le respondió Linda girándose y dándole un beso de buenas noches en los labios—. Supongo que hasta que pueda perdonarte del todo y estemos en paz.

Sus labios se mancharon con el suave carmín de tono pastel de Mike y eso le hizo recordar a Linda que debía quitarle el maquillaje para no manchar las sábanas de la cama. Ella le llevó al cuarto de baño recién lavado y durante quince minutos le enseñó la mejor manera de hacerlo.

 

* * * * *

 

Mike se pasó la mitad de aquella noche en vela. Llevaba puesto el camisón de algodón que Linda le había prestado, y su esposa estaba durmiendo a pierna suelta apoyada sobre uno de sus falsos senos de látex.

No paraba de imaginarse toda clase de ideas acerca de lo que podía tener planeado Linda para él y cada cual era peor que la anterior. Limpiar toda la casa no le había parecido mal a Mike, (aunque había sido incómodo y bochornoso hacerlo vestido de mujer) de todas formas él había dejado el hogar patas arriba durante los últimos cinco días.

Era un castigo razonable y hasta cierto punto casi salomónico. Pero conocía a Linda muy bien y sabía que cuando se entusiasmaba, era capaz de excederse hasta límites insospechados. Por lo que cuando Mike finalmente se quedó dormido, pasadas las cuatro de la madrugada, tuvo una pesadilla llena de corsés, bragas y sujetadores que le perseguían incasablemente por toda la ciudad.

 

* * * * *

 

—¡No, no son míos! ¡Se lo juro! —exclamó sobresaltado al despertarse de la cama. En la pesadilla un dependiente de un 7-Eleven le había cobrado unas medias que estaban en su carrito y no le daba suficiente con el dinero que llevaba encima.

Linda le lanzó el periódico del fin semana a sus pies cuando le vio desperezándose de cuerpo entero. Mike dio un respingo al verla, por un segundo pensó que un extraño había entrado en su hogar. Su esposa se había vestido con uno de sus trajes de diario, pantalón, chaqueta, camisa blanca, corbata y zapatos.

—¡¿Pero es que ahora vas a llevar TÚ los pantalones?! —preguntó patidifuso Mike, al ver que Linda se divertía a lo grande, travestida con su ropa de hombre. A Linda le quedaba todo el conjunto como un guante, igual que la ropa femenina de ella a Mike. También llevaba recogido el cabello en un pequeño moño y tenía un aspecto muy elegante y masculino.

—No creas que he ido así vestida afuera —Linda estalló en carcajadas y luego empezó a cambiarse de ropa, tirando la de Mike por el suelo despreocupadamente—. Solo quería tomarte el pelo un poco.

«¡Menudo sentido del humor que tienes, baby!», pensó Mike ofuscado por el enfado. Pero al menos aquella pequeña broma era de tipo personal y doméstica, algo que más o menos él podía tolerar o incluso disfrutar.

—Hoy vas a hacerme el desayuno —ordenó Linda como si fuera un hecho innegable, dándole la espalda y marchándose escaleras abajo. Mike se apresuró a vestirse con la ropa desperdigada del día anterior y bajó a la cocina en pos suyo.

—¿Qué te apetece? ¿Huevos revueltos? ¿Un batido de frutas? ¿Tal vez tortitas con sirope? Hacía mucho que no te preparaba el desayuno, desde que éramos recién casa... —comenzó a decir animado, nada más ponerse manos a la obra tras los fogones. Linda le silenció de golpe con un gesto del dedo índice, como si estuviera regañando a una niña pequeña.

—No, no, no. De esa manera, no, Amy —dijo ella efusivamente, meneando la cabeza en señal de negativa. Mike se quedó helado sin saber exactamente qué es lo que había hecho ésta vez que le pareciera incorrecto a Linda—. Cuando vayas vestido así debes de comportarte y hablar como una verdadera mujer, ¿no crees? —Mike no se había dado cuenta de que había usado su tono normal y masculino cuando habló en voz alta. No es que tuviera un timbre de voz muy varonil de por sí, pero no encajaba para nada con su aspecto y le producía cierta grima a Linda. Fue sin pretenderlo por su parte, no tenía la suficiente práctica para sostener la voz aguda más allá de una frase corta.

—¿Qué te apetece desayunar? Pídeme lo que quieras —le volvió a repetir la oferta procurando que su voz sonase más femenina.

 

* * * * *

 

A Linda le supieron a gloria las tortitas con jalea de fresas y nata que Mike le preparó y el generoso tazón de café con leche que le sirvió atentamente.

Ese domingo Linda decidió que no iba a dedicarlo a continuar con la limpieza doméstica. Mike ya había realizado un extraordinario trabajo el día anterior y ella quería explorar otras posibles formas de castigo para él, aparte de las labores del hogar.

Además se moría de ganas de comprobar hasta qué punto le sentaría bien la ropa de mujer. Incluso con el rostro sin maquillar y los trapitos que llevaba, su aspecto inducía al engaño.

—Por hoy se acabó el turno de limpieza —musitó con un ansia morbosa, mientras su marido se servía el desayuno. Mike alzó la mirada interesado.

—¿Eso significa que no tendré que limpiar los platos? ¿Ni barrer los suelos? ¿Ni fregar los baños? ¿Ni...? —súbitamente Mike se frenó al ver el rostro sonriente de Linda—. Espera un momento, ¿cuál es la trampa? ¿Qué es lo que voy a hacer en vez de la limpieza?

—Nada que tengas que temer —le aseguró Linda, quitándole hierro al asunto con un despreocupado gesto de la mano—. Quizás nos pongamos unos cuantos vestidos a ver cómo te quedan, y luego probemos algunos maquillajes, y quizás practiquemos andar con los tacones, y... Aún no he decidido qué más hacer.

—¿Y para qué quieres que haga... todas esas cosas?

—Bueno, servirán para profundizar un poco en tu lado femenino, Amy —Linda observó cómo su marido no estaba muy de acuerdo con la idea y se cruzaba de brazos a la defensiva. Linda le agarró del codo para llevarle a la habitación como otras tantas veces, pero Mike se quedó enclavado en medio de la cocina sin moverse un ápice—. Venga, por favor, hazlo por mí —exclamó ella tirando de él un poco, pero sin arrástrale por los suelos. Durante unos segundos permanecieron en esa absurda posición hasta que Mike decidió volver a someterse a la voluntad de su esposa.

—Que te conste que lo hago porque me lo has pedido por favor —exclamó Mike meneando la cabeza.

«Siempre se cazan más moscas con miel que con hiel». Linda se había pasado la tarde anterior leyendo acerca de la dominación femenina y lo único que había sacado en claro era que se trataban de majaderías inútiles. Era cierto que Mike tenía un carácter que podía denominarse sumiso, tenía baja autoestima y era fácil de persuadir pero de ahí a que Linda se convirtiera en su Ama había todo un abismo. En esos sitios de Internet se aseguraba que con una buena dosificación de castigos y premios se podía subyugar a un hombre hasta convertirlo en un esclavo obediente.

Sin embargo Linda no quería transformar a Mike en una patética versión de sí mismo. No quería que la llamara Mistress, ni que besara el suelo que pisara. Más bien todo lo contrario, cuando vio a Mike disfrazado de Rita saliendo a la pista de baile con Roger, captó en sus ojos una confianza y determinación que nunca había visto en su marido.

Así fue cómo Mike se convirtió en una especie de maniquí viviente para Linda durante la mañana de ese domingo. Le llevó a su dormitorio y fue probando en él todos los vestidos y zapatos que había en su armario, incluso aquellos conjuntos que ella no se ponía desde hacía años y algunos que todavía no se había atrevido a estrenar.

Mike obedecía resignado los deseos de Linda y no paraba de cambiarse una y otra vez de ropa, desfilando delante del espejo con estoicismo mientras ella no paraba de hacerle comentarios sobre lo bien o lo mal que le quedaban ciertas prendas de ella. Sin embargo, lo que peor llevaba de todo, eran los broches de los sujetadores y las cremalleras de los vestidos largos. Constantemente tenía que pedirle ayuda a Linda.

—¡Maldito cierre del demonio! ¡Linda, por favor! —exclamó furioso Mike cuando su paciencia se quebró con un sujetador de algodón blanco que se le resistía por enésima vez—. ¡Los diseñadores de sostenes deberían de probar sus propios productos, alguna que otra vez! ¡Parecen hechos a mala conciencia!

Linda se divirtió mucho con aquella sincera y acertada observación de su esposo—. ¿Ahora comprendes porqué las mujeres tardamos tanto tiempo en vestirnos? —bromeó ajustándole la ropa interior y volviendo a colocar bien las prótesis sobre su torso.

Poco a poco Linda fue reorganizando el armario de la habitación en tres partes. Por norma general el lado izquierdo lo tenía reservado para ella y el derecho para Mike, sin embargo ahora existía una franja intermedia que correspondía a la ropa que mejor le sentaba a Amy, la versión travestida de su marido.

Hacia el mediodía, Linda le explicó a Mike que iba a darle una buena sesión de belleza para que luciera mejor su rostro. Básicamente iba a depilarle el entrecejo, perfilarle las cejas, rizarle las pestañas y maquillarle un poco los párpados. Pero para la hora de la comida ella sólo había logrado depilarle la ceja izquierda, dejándole un semblante desigual muy caricaturesco cuando se contempló en el espejo. No obstante le habían molestado tanto a Mike los tirones de las pinzas sobre su piel, que le propuso a Linda hacerlo él mismo después de terminar de comer.

—¿Estás seguro de que quieres aprender? —le preguntó Linda con marcado escepticismo. Le sorprendió que la actitud displicente de su marido se hubiera disipado por completo y de pronto fuera sustituida por una participativa disposición.

—Supongo que es como cuando te dan un pellizco, es más doloroso si te sorprende —razonó Mike juiciosamente—. Quizás me moleste menos si espero el dolor cada vez que tiro —añadió acertadamente.

Linda decidió no sólo enseñarle a su marido a depilarse con las pinzas y usar el rizador de pestañas, sino que se propuso instruirle en el elegante y secreto arte del maquillaje femenino durante aquellas horas de la tarde. El rostro aniñado de Mike resultaba ser un interesante campo de pruebas para experimentar, así que le pidió que probara todo su repertorio de cosméticos delante del tocador: Coloretes, lápices de labios, esmalte de uñas, perfiladores, iluminadores, sombras de ojos de todos los colores y demás cosas que iba sacando de los cajones.

Linda observó atentamente todos sus avances con una especie de retorcido orgullo por su parte, riéndose a veces descaradamente de sus fallos y en otras ocasiones simplemente comentando el modo correcto de usar los cosméticos. Mike se lo tomaba como si se tratara de un pequeño examen que debía superar. Pero Linda rápidamente comprobó que su buena mano con el dibujo y el diseño gráfico, se extendía tanto al manejo de un lápiz como al de un pintalabios. Sus brochadas se hicieron poco a poco más suaves y precisas, mientras se esmeraba en mejorar en cada intento y se enjuagaba el rostro una y otra vez.

—¿Qué tal me ha quedado, Linda? —le preguntó Mike, inseguro todavía del resultado final.

—¡Vaya! ¡Muy bien hecho, Honey! —exclamó realmente conmovida. Mike se había aplicado una tenue máscara en la cara y con unos toques de color oscuro acentuó las líneas curvas de los pómulos y le dio una forma redondeada a sus ojos verdes. Incluso habiendo prescindido por completo del pintalabios y del rimel, su rostro se percibía mucho más andrógino, confusamente femenino y delicado. Pero a la vez Linda creyó que podía reconocer su verdadera identidad si sonreía o le miraba de cerca.

 

* * * * *

 

Mike pensó que todo iba de perlas entre los dos, se reían despreocupadamente de nuevo mientras bromeaban sobre la ropa y el maquillaje. El transcurrir de las horas ya no le parecía una tortura. Si bien al principio había acatado las ordenes de su esposa con abandono, empezaba a gustarle todo aquello un poco.

No es que sintiera excitación hacia la ropa femenina. En absoluto. Pero cada vez a Mike le incomodaba menos contemplarse en el espejo disfrazado y maquillado de mujer. La tarde estaba siendo buena hasta que metió la pata al hacer un desafortunado comentario cuando terminó de adecentarse.

—¿Sabes qué me hace más gracia, Sweetie? Anoche me moría de miedo imaginándome el castigo que tenías reservado para mí y resulta que no es para tanto —se sinceró con su esposa mientras se abrochaba unos leggings negros muy ceñidos y se ponía una camiseta muy ancha de color marfil. Linda dejó de ordenar los cosméticos que estaban desperdigados por doquier y se paró a escucharle con atención—. Hacer las cosas de las mujeres no es tan duro como me temía.

—¿Te estás divirtiendo? —preguntó Linda con los ojos abiertos como platos. Mike asintió distraídamente mientras se contemplaba en el espejo, por lo que no pudo observar el brusco cambio que experimentó el rostro de su esposa en un visto y no visto—. ¡¿De veras crees que todo esto es motivo de chiste?! ¡No tienes ni la menor idea de lo duro que es ser una mujer de verdad! —aquel giro de ciento ochenta grados en el tono de su voz sobresaltó a Mike.

El enojo de Linda inundó cada uno de sus pensamientos y sofocó cualquier atisbo de compasión y reconciliación dirigido hacia él.

«¡Esto no está sirviendo para nada!», reflexionó Linda mirándole de pies a cabeza. El maquillaje y la ropa no eran suficientes para que empezara a comprender. Su apariencia podía ser una imitación perfecta de una mujer, pero para él sólo se trataría de un burdo disfraz muy bien realizado. Para que Mike realmente aprendiera la lección, para que realmente fuera un castigo, debía de sufrir como una mujer. Linda decidió tomar medidas más extremas.

—Baby, lo siento mucho. No quería decir eso, simplemente estábamos pasando un buen rato y pensé... ¿Ahora qué vas a hacer? —se preocupó al verla chasquear los dedos inesperadamente, una mala señal de que acababa de ocurrírsele alguna otra genial idea. Y por la traviesa expresión con la que se dirigió al cuarto de baño, no le inspiró mucha seguridad. Cuando ella regresó al cabo de unos minutos escondía una pequeña sorpresa detrás de su espalda y una sonrisa aviesa bailó en la comisura de sus labios—. Linda, por favor, olvida la estupidez que he dicho.

—No te preocupes, Honey, no tiene la menor importancia —repuso ella con un tono de voz demasiado acaramelado y con un gesto de la mano le ordenó que se girara sobre sí mismo. Mike accedió lleno de curiosidad por ver lo que se proponía—. ¿Podrías ponerte de cara a la cama e inclinarte por la cintura? Así, lo más que puedas, como si quisieras tocarte los pies con la punta de la nariz. Eso es, muy bien —comentó Linda mientras él apoyaba el rostro sobre la colcha y se agarraba del filo de la cama, en una posición que recordaba más a la de un cacheo policial que a cualquier otra cosa.

Linda recorrió con el dorso de la mano el elástico de nylon y las bragas que cubrían su trasero. Después fue bajándole ambas prendas hasta la altura de sus rodillas, deslizándolas lentamente una a una.

—Extiende las piernas —ordenó Linda con determinación mientras le acariciaba la raja del culo con los dedos, haciendo círculos concéntricos. Aquello resultaba extrañamente interesante para Linda y morbosamente inquietante para Mike al mismo tiempo.

«¡¿Pero qué demonios...?!». De sopetón Mike percibió algo menos tibio y más rígido que el dedo de Linda entre sus piernas, presionando la sensible piel de su recto de una manera muy incómoda. Sintió como ella aumentaba la presión sobre su ano e instintivamente comprimió las nalgas—. Extiende más las piernas y abre bien el culo, Amy —le pidió, con un deje de insolencia, Linda. Él se agachó más sobre la cama, intentó relajarse y la cabeza de aquel instrumento entró por fin en su trasero. Luego Mike notó cómo algo fino y largo se deslizaba tortuosamente entre sus cachetes, dentro de él, merced a los movimientos de Linda.

Se desplazaba hacia dentro, más y más, en un suave meneo de vaivén, adelante y atrás, hasta que lo tuvo muy hondo en su interior. Luego ella dio un rápido e inesperado tirón de ese objeto hacia afuera, que le dejó sin respiración.

—¡Joder! —profirió groseramente Mike con la cabeza todavía tumbada en la cama, le temblaban tanto las piernas que apenas habría podido tenerse en pie y notaba una sensación muy singular que jamás había experimentado en su recto, como si estuviera henchido o abultado.

—Tenías toda la razón, Amy. ¿A qué no es tan difícil ser mujer? —se burló Linda. Fue entonces cuando ella lanzó un pequeño tubo de plástico rosado encima de la colcha para que lo viera Mike.

Era la cánula de un tampón para la menstruación usado. De la marca WCS de productos sanitarios para ser más precisos, la misma marca que le había hecho ganar a Mike veinticinco mil dólares esa semana. La casualidad no le hizo esbozar una sonrisa.

—¡No puede ser...! —se negó a admitirlo Mike, pero la innegable verdad era que aquel trozo de algodón prensado estaba incrustado muy dentro de él.

—¡Oh, sí puede ser! —dijo Linda con amargo sarcasmo. Mike apretó impotente los puños sobre la colcha, cuando ella dio un suave tirón del cordel que sobresalía vergonzosamente entre sus muslos y emitió un débil sollozo. Linda había logrado recuperar un poco de control sobre su castigo y de nuevo estaba exultante—. Voy a enseñarte lo que significa ser una mujer, en cuerpo y alma, Amy. No te quejes tanto por esa cosita de nada, yo he tenido que vivir con uno de estos durante una semana al mes, todos los meses, desde los doce años. Levántate, a ver cómo te sientes.

Mike estuvo a punto de doblarse de rodillas de cómo le molestaba aquel insidioso tampón. Era muy desapacible y a cada movimiento que realizaba, lo notaba moverse por dentro sin cesar.

—Esta noche dormirás con él puesto, para que te vayas acostumbrando y mañana por la mañana te lo quitaré —le explicó con toda naturalidad—. Después lo cambiaremos por otro nuevo, así como cuando necesites hacer tus necesidades, uno tras otro.

—¡¿Te estás quedando conmigo?! —se quejó Mike levantando la voz, pero sin dejar de hablar como una mujer, mientras se subía la ropa.

—Lo sé, es una injusticia —dijo Linda dándole un beso en la mejilla y haciéndose la indiferente ante su réplica—. Pero así es la vida. Todas las mujeres tenemos que vivir con estas molestias cotidianas.

«¡Solo que no soy una mujer!», quiso gritar desesperado, pero comprendió que sería inútil razonar con su esposa. Su castigo iba a ser ese: Estar en el pellejo de una mujer, exactamente como había dicho Linda. El vejatorio tampón de su trasero era el método más inmediato que había encontrado Linda para lograrlo.

 

Continuará...

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