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Mis días siendo forzado: Capítulo 7

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CAPÍTULO 7: Fuera de juego

 

Martes, 1 de junio – Jueves, 3 de junio

—Tienes peor cara que el viernes, Mike. ¿Has tenido un mal puente? —le preguntó Vic por la mañana al verle en la oficina. Quiso hacerle tragar su sonrisa de anuncio de dentífricos con un buen puñetazo en los dientes, pero sólo logró observarle con los ojos ojerosos y emitir un quejido ronco.

«¿Por dónde podría empezar, colega?», ironizó Mike al recordar que le habían forzado a desnudarse, rasurarse, disfrazarse y maquillarse de mujer. Después había tenido que ver cómo dos cerdos masturbaban a su esposa, mientras un tercero le besaba en la boca metiéndole la lengua hasta la campanilla. Luego había pasado todo el fin de semana jugando con Linda a las pasarelas. Y como colofón al largo puente festivo, su esposa le había violado reiteradamente después de ir de compras a uno de los centros comerciales más famosos de Hollywood y visitar un bar de stripteases.

—Sí, ha sido muy agotador —resumió Mike al recuperar el habla.

—Como ya sé que estás depre, tengo esto para ti —Vic se sacó del bolsillo de la chaqueta algo que Mike no reconoció hasta tenerlo delante de sus narices. Un par de entradas para el partido de los Los Ángeles Lakers contra los Boston Celtics—. He pensado que quizás te gustaría venir a ver el partido conmigo.

—¿Cuál de tus ligues te ha fallado esta vez?

—¡Oh, venga, tío! ¡No seas así! —se lamentó de una manera muy teatral que no colara su mentira—. Son asientos de primera fila al lado del equipo de televisión. ¡Veremos a “Pow” Gasol y a Kobe Bryant tan de cerca que hasta nos ducharán con su sudor!

—Lo siento, pero estoy muy ocupado en casa —se disculpó Mike—. No sé si podré salir.

—¿Así que tu mamaíta Linda no te deja jugar con otros niños? —dijo en son de burla Vic con una ridícula voz infantil.

—¡No es eso! —profirió Mike. Tenía los nervios a flor de piel y era incapaz de confesarle a su colega todo lo sucedido durante los últimos tres días—. Linda y yo hemos tenido ciertos problemas en nuestra relación y estamos solucionándolos.

—¿No estarás durmiendo en un cutre-motel? —Vic se sentó en el borde del escritorio—. Porque si es así, te puedo dejar el sofá de mi apartamento las noches que quieras, hasta que lo arregléis.

—No, no hace falta. No hemos llegado a ese punto —espetó Mike pensando que dormir en la casa de Vic sería como echarle más leña al fuego al asunto. Linda ya dudaba bastante de su heterosexualidad, como para añadir más argumentos a su favor.

—Vale, vale. Si cambias de opinion respecto al partido o si necesitas ayuda, llámame —exclamó Víctor.

Durante unos prologados instantes se fijó detenidamente en su rostro, cómo si hubiera advertido algo diferente. Por un segundo Mike temió que se diese cuenta de su oscuro secreto. Pero luego Vic negó con la cabeza sin descifrar qué le notaba de extraño.

Tal vez habían sido las cejas arregladas y peinadas escondidas debajo de sus gruesas gafas de pasta o tal vez las pestañas onduladas. Tal vez había sido el pulcro y concienciado afeitado de su insignificante pelusilla o tal vez algún resto de maquillaje que había pasado por alto al desmaquillarse esa mañana delante del espejo del baño. Mike se sentía sumamente paranoico con su apariencia. Se agitó un poco en su butaca, debido a los nervios exaltados y al malestar de su trasero. El abultado tampón prolongaba el sufrimiento de la noche sufrida a manos de Linda. El dolor que sentía era como tener agujetas en la rabadilla.

Cuando Vic fue a salir del despacho se quedó parado unos segundos y de pronto husmeó ligeramente el aire de la habitación. Parecía un perro de presa captando el rastro de un animal herido en el viento.

—Ummm... Tu secretaria utiliza un nuevo perfume muy sexy —exclamó antes de cerrar la puerta.

Mike se quedó de piedra ante su frívolo comentario. Vic no había captado el aroma de Jessica Phillis, era el perfume de Linda que todavía impregnaba su piel y olía tenuemente. Mike cogió uno de los CD’s vírgenes de su escritorio al quedarse a solas y se contempló en la brillante superficie del disco.

Casi había esperado durante un segundo volver a verse disfrazado de mujer, como en esos agradables sueños que se truecan en horribles pesadillas y aparece la gente desnuda en los sitios más bochornosos posibles. Soltó un profundo suspiro de alivio. Él seguía siendo Mike, no había ni rastro de Amy.

Linda no le había obligado a vestirse con la ropa de mujer cuando se despertó para ir a trabajar, como le prometió desde el principio. Pero el castigo continuaba de todas formas. Ella había insistido en que fuera con un tampón nuevo puesto y con unas bragas de algodón debajo de las ropas cotidianas de oficina.

—¡Me juraste que nadie del trabajo tendría por qué enterarse! —le reprochó momentos antes de cambiarse de ropa, mientras todavía estaba en la cama.

—Y nadie se enterará si mantienes a buen recaudo tu polla y tu culo —se justificó ella lanzándole a la cara otra de sus bragas—. Quiero asegurarme de que no me serás infiel de nuevo con tu secretaria, con algún cliente que te eche los tejos o con cualquier otra persona del trabajo, ya sea hombre o mujer. ¡Así que o te pones esto o te compro un cinturón de castidad!

—¡Venga ya! ¡Los cinturones de castidad se usaban en la Edad Media! —Mike creyó que la había desarmado, pero ella se marchó y regresó con su laptop encendido y abierto en una página Web, en la cual aparecía una vasta colección de artículos eróticos, entre ellos, varios cinturones de castidad—. ¡No puede ser!

—Ahora los hacen de cuero, látex y hasta de acero inoxidable —comentó Linda divertida—. Pero supongo que no serán mucho más cómodos que el algodón.

Mike no pudo rebatir sus argumentos de ninguna manera, así que acabó cediendo a sus exigencias y llevando esas bochornosas bragas debajo de los pantalones de ejecutivo, así como el tampón encajado en su recto. Pero al menos seguía siendo Mike Brewster de cara al resto del mundo.

Los demás compañeros de trabajo de la oficina o bien no le prestaron tanto interés, o no tenían la suficiente perspicacia, porque no captaron nada extraño que les llamara la atención sobre Mike. A parte de Vic, el cual tenía un sexto sentido para captar todo lo concerniente al sexo femenino, nadie se fijó en él más de lo necesario. Y por primera vez disfrutaba que fuera así. La jornada laboral transcurría con tranquilidad e inestimable monotonía.

* * * * *

Linda, por su parte, pasó aquellas horas matutinas repartiendo sus esfuerzos en operaciones de bolsa y haciendo investigaciones personales. Esa madrugada bien temprano había enviado un e-mail a su jefe, para informarle de su reincorporación.

Para: Ivan Borosky

Asunto: De vuelta al pie del cañón ;-)

De: Linda Brett

Querido Borys:

Gracias por estos días de descanso, me han servido de mucho para arreglar esos problemas que te comenté que tenía con Mike. Hemos hablado largo y tendido y creo que he encontrado una solución a mi matrimonio. No, no me voy a divorciar y no te pienso contar ningún detalle guarro :-P

Pero creo ya he tenido suficientes vacaciones, me voy a cansar de estar tumbada sin hacer nada... necesito acción!! Supervisaré las últimas operaciones del grupo B con Smithy y Louis, después de ponerme al día. Ciao.

Linda.

PS: Espero no haber causado muchos problemas por mi falta estos días en la empresa. Si es así, te juro que lo compensaré con las horas extras que se precisen.

Al poco de enviar el mensaje se conectó a la intranet de la oficina y revisó el tablón de avisos que iban dirigidos hacia ella. Funcionaba de un modo semejante a los Muros de Facebook, pero sin chorraditas de dedos pulgares de “me gusta” o “no me gusta”, ni fotitos. Tan sólo texto plano sin más decoración que un fondo en blanco, muy al estilo de Google en sus comienzos. La respuesta en forma de e-mail de Ivan Borosky no tardó más de quince minutos en llegar.

Para: Linda Brett

Asunto: Eres toda una workaholic

De: Ivan Borosky

Bienvenida de nuevo, Linda:

No puedo decir que no se ha notado tu ausencia estos días. :-) Sinceramente pensé que estarías otra semana más de descanso. Eres una de las mejores de la plantilla, pero has acumulado en lo que llevas de año muchísimas horas extra. Si te vuelcas tanto en este trabajo acabarás quemada antes de cumplir los cuarenta. Te lo digo por experiencia.

Borys.

PS: OK, no me cuentes nada de tus problemas matrimoniales si no te da la gana. ¡Si hay detalles guarros sobre tu matrimonio dejaré volar mi calenturienta imaginación! :-D

Linda se descojonó de la risa por el comentario que Ivan había añadido al final. Por norma general en sus conversaciones oficiales, su superior solía ser profesional y educado. Sin embargo cuando se enviaban e-mails privados dejaban atrás todas las formalidades y hablaban de temas que en persona ni se habrían atrevido a pronunciar. Charlaban de sus respectivos matrimonios, la convivencia en pareja y sobre todo tipo de temas de sexo. Linda y Borys (así era como le llamaba en sus e-mails) jamás habían practicado entre ellos cybersexo, no era ese tipo de relación a distancia entre dos adultos. Era una amistad un tanto extraña surgida a raíz de los largos diálogos por e-mail y los chat privados.

Sin embargo no le iba a decir ni una palabra del insólito castigo de Mike, por mucho que quisiera hablar de ello con alguien. Le había prometido a su marido que mantendría en secreto a Amy, lo mejor que pudiera. Y además, dudaba mucho de que Borys, siendo un hombre, pudiera entender o estar de acuerdo con su plan de poner a Mike en el pellejo de una mujer.

El resto de la mañana se dedicó a navegar en Internet buscando información sobre la pandilla del instituto de su marido mientras con el rabillo del ojo mantenía vigilados los índices bursátiles de varias acciones de la bolsa de New York y ordenaba las operaciones de compra y venta. Quizás para cualquier otra persona le podría resultar complicado mantener la mente ocupada en dos tareas completamente diferentes, pero ella había perfeccionado durante años su capacidad multitarea.

Linda no había querido investigar antes, por temor a que Mike llegara a enterarse de sus pesquisas o le pidiera que dejara de husmear en su pasado. Pero la verdad es que apenas pudo encontrar mucho acerca de Jimmy Evans, Tom Vasili, Emily Van Horne y Sarah Rosemberg, sólo logró llevarse una decepción.

De todas formas Linda no tenía ni idea de qué iba a hacer cuando consiguiera los datos personales de todos los que aparecían en las fotográficas del chantaje. ¿Se atrevería a presentarse en la casa de cada uno de ellos para pedirles explicaciones? ¿Cómo evitaría que se amara un escándalo si resultaban ser inocentes? ¿Y si daba con el chantajista? ¿Qué demonios podía suceder? Pero aunque todas esas dudas reconcomían a Linda, prosiguió con sus búsquedas en Internet.

Ninguno de ellos tenía una página de Facebook, ni de MySpace, ni siquiera un blog a su nombre. Quizás utilizaban nicks diferentes (en el caso de los miles de Jimmy Evans que brotaron de Google, Linda tiró la toalla) de sus nombres. Intentó recurrir a la Web de las Páginas Amarillas, www.yellowpages.com, pero no fue mucho mejor que lo anterior.

Cuando se metió en faena y empezó a escarbar más a fondo en la maraña de datos que ofrecía Internet. Encontró desde migajas hasta un verdadero filón dependiendo del nombre. Emily Van Horne tenía una cuenta de Twitter en la cual publicitaba sus últimos trabajos fotográficos que exponía a su vez en Flickr. Al parecer se dedicaba a realizar photo-books de aspirantes a estrellas de Hollywood. Le había costado tanto hallarlo porque el nombre que había escogido había sido “Emilie” en lugar de “Emily”, y el apellido iba unido sin la letra “e” del final. A raíz de esos Tweets empezó a ahondar más hasta que reunió su número de teléfono, la dirección de su estudio de fotografía y una lista de sus clientes, al parecer le iba muy bien el negocio. Demasiado bien como para hacerles chantaje.

De Tom Vasili encontró una noticia un tanto alarmante. En ella aparecía una pequeña fotografía que reconoció incluso antes de que hiciera clic para ampliarla: un hombre de unos treinta años que se parecía muchísimo al joven jugador de rugby de las fotos, estaba sonriendo junto a una mujer y dos críos pequeños. Un niño y una niña. Era un retrato familiar a pie de página de una noticia más importante.

«Vendedor de coches muere en trágico atropello». Rezaba el titular de la noticia de un tabloide local. La fecha era de tres meses atrás y al parecer Tom Vasili había fallecido dejando viuda y dos hijos de tres y cinco años. Un camión le había arrollado al cruzar un semáforo en rojo, posiblemente por un despiste, tal y como afirmaba la policía que lo investigaba y el testimonio del conductor que pidió auxilio de inmediato.

—No puede ser... —Linda había soltado las manos del teclado y no pudo parpadear del shock. Sentía un molesto nudo en la garganta. Era otro sospechoso menos que tachar de la pequeña lista de posibles culpables, pero no resultaba ser un alivio su muerte.

De Sarah Rosenberg, la antigua animadora que había tenido encandilado a Mike de joven, sólo pudo encontrar una pequeña referencia de varias multas por aparcamiento indebido en el registro del foro municipal de Sacramento de siete años atrás. Linda supuso que lo más probable es que ya se hubiera casado y su apellido de soltera hubiera desaparecido del mapa. No albergaba muchas esperanzas al respecto.

Jimmy Evans fue un callejón sin salida desde el comienzo. No obtuvo ni rastro después de probar todas las ideas que se le ocurrieron. En todo el estado de California existían un sinfín de James, Jim, Jimbo y Jimmy Evans, demasiados como para poder contrastarlos uno a uno. Y ni siquiera podía estar segura de que Sarah o Jimmy no se hubieran marchado a otra ciudad a lo ancho y largo de los Estados Unidos.

Linda se consideraba a sí misma una experta en informática, pero las tediosas y largas horas que se dedicó a buscar y rebuscar, le bajaron los humos. Concluyó que si quería conseguir resultados tendría que echar mano de un profesional. Un investigador privado o... simplemente alguien que se dedicaba a husmear en la vida privada de los demás por hobby.

Cogió su BlackBerry y marcó el número de la sede central de San Francisco. Linda esperó unos segundos, se identificó ante la operadora y después le pidió amablemente que le pusieran con la oficina del tipo en cuestión: El Técnico en Seguridad de Redes.

—¿Está usted segura de que quiere hablar con... él, Mrs Brett? —la joven operadora vaciló unos segundos pensando que había escuchado mal. Era comprensible, no solía recibir muchas llamadas y apenas era popular en la agencia. Linda insistió una vez más con paciencia y esperó hasta que le desviaron la llamada.

* * * * *

Phil Morrison frecuentemente se aburría como una ostra sentado durante horas en su despacho de las oficinas centrales de River Highs Investing Agency, la correduría de bolsa online en la que trabajaba desde hacía tres años.

Para matar el tiempo y combatir el hastío, en su cubículo había varias consolas de última generación, junto a un diana empotrada en la pared y jalonada de dardos, así como una maquina de pinball al lado de la fotocopiadora. Posiblemente no fuera el ejemplo perfecto de un despacho serio y profesional. Pero Phil Morrison consideraba un tanto degradante su trabajo en esa agencia de inversiones.

Quizás lo más humillante de su puesto fuera que siendo una empresa online, en la que la mayoría de las operaciones se realizaban vía videoconferencia y que tenía alrededor de ochenta empleados trabajando en sus hogares a lo largo de la costa de California, Oregon e incluso Nevada, él tuviera que presentarse cada mañana en la sede vestido de traje ejecutivo.

Pero era una parte inherente de su contrato con los mandamases, para evitar dar con sus huesos en una cárcel federal. A sus veinticuatro años Phil ganaba un sueldo más que aceptable por hacer unas cuantas chapucillas informáticas como técnico de seguridad. No se había matriculado con honores en el instituto, ni había realizado un master en el MIT, pero sus aptitudes con los sistemas de redes y los ordenadores estaban más que demostradas.

Phil Morrison había sido un hacker. Bueno, decir que había sido era un poco incorrecto, para el FBI y la NSA todavía estaba en activo y era considerado un peligro para la seguridad nacional. Sin embargo llevaba tres años limpio y sin ningún delito a sus espaldas gracias al acuerdo que pactaron.

El timbre de su teléfono le hizo perder una partida de Call of Duty MW2 al recibir un disparo directo en la cabeza. Normalmente nadie se molestaba en llamarle excepto cuando el sistema operativo de alguno de la oficina se colgaba o necesitaban usar la fotocopiadora y casi nunca recibía llamadas del exterior.

—Phil Morrison al aparato, dígame —contestó con pereza observando las cuatro paredes sin ventanas de su oficina. Se preguntó si aquel sitio podía llegar a ser mejor que un calabozo de verdad.

—Me llamo Linda Brett, quería conversar con usted unos minutos, si es posible —la seductora voz al otro lado del auricular no le hizo bajar la guardia.

«¿Linda Brett? ¿Dónde habré oído ese nombre antes?», se preguntó unos instantes hasta que recordó de golpe el lunes de la semana pasada. «¡¿Numero 27?!». Phil no solía tener trato directo con los brokers que coordinaban las operaciones bursátiles, tan sólo aparecían en su terminal como números anónimos. Pero Linda Brett había hecho saltar todas las alarmas ese día dentro de la agencia de inversiones River Highs.

La intranet estaba monitorizada por el departamento que gestionaba Phil Morrison para evitar que hubiera duplicidades en los accesos, controlar los horarios de entrada y salida y supervisar la labor de cada uno de los empleados online. Para ello se valía de un sistema parecido a la palanca del hombre muerto de los trenes de metro. Un keylogger, que registraba la actividad de cada ordenador que se conectaba con la clave interna a la web y vigilaba en qué estaba ocupado cada uno de los brokers realmente.

En ningún momento se violaba la intimidad de los empleados, el programa no registraba minuciosamente lo que se tecleaba, ni a qué se accedía en concreto fuera de la intranet. Tan sólo informaba de cuándo y cuánto tiempo permanecía un terminal conectado sin usarse y cortaba el acceso en el caso de que se prolongara más de lo necesario.

Aquel lunes, número 27 (Linda Brett) había sido bloqueado de esa manera minutos antes de que tuviera que realizar una importante llamada a un cliente de un holding de negocios en Japón. Así que Phil Morrison tuvo que informar urgentemente de su estatus de desconectada a su superior. Accedió remotamente a su cámara Web para ponerle en videoconferencia directa con Ivan Borosky, pero lo único que pudo observar fue un sofá tapizado completamente vacío.

—¿Qué es lo que desea? —preguntó acomodándose mejor en la silla. Por un segundo Morrison se temió que fuera a echarle algún tipo de sermón. Pero número 27 empezó a soltarle una extraña cháchara acerca de que precisaba obtener información más detallada sobre determinadas personas.

Su trabajo en River Highs incluía realizar cierto tipo de investigaciones sobre futuros clientes que podían considerarse como actos de espionaje industrial. En realidad Phil Morrison se valía de todas las herramientas disponibles y de bases de datos públicas para acceder a la información fiscal que le pedían sus superiores. Si esos datos estaban colgados en la red y eran accesibles (ya fuera con permiso o sin él), los consideraba de dominio público.

No era nada extraño que le solicitaran revisar la contabilidad de un cliente que pudiera comprometer el buen nombre de la agencia de inversiones. Su puesto de trabajo lo había ganado precisamente de esa manera. Cuatro años antes, en un pueblo llamado Hopkinsville en Kentucky, un sinvergüenza desapareció de la noche a la mañana con los ahorros de la jubilación de su abuela materna (así como de tres docenas más de pensionistas) gracias a un burdo fraude piramidal. Phil Morrison no tenía ni idea de cómo seguir el rastro del dinero que se había esfumado pero con la ayuda de varios amigos suyos (hackers también) se dedicó dos meses a rastrear a ese cabronazo, convirtiéndose de paso en un todo experto escudriñando movimientos bancarios. Al parecer era un timador que había repetido su estafa a lo largo y ancho de cinco estados, y quería limpiar su dinero usando la agencia de inversiones River Highs.

Phil les avisó anónimamente de sus antecedentes y de la ilegitimidad de la procedencia de los cientos de miles de dólares que quería blanquear. Así que al cabo de unos días la noticia de su arresto saltó a los titulares. Lo que nunca se esperó es que una semana más tarde el FBI acudiría a la puerta de su hogar, armas en ristre, para pedirle explicaciones.

Si no hubiese sido porque el CEO de River Highs, Roland Hannover, intercedió por él en el juicio y retiró la demanda judicial por su intrusión ilegal, su destino habría sido la prisión y una orden de por vida que le impidiera volver a tocar un ordenador. El propio Roland le entrevistó después del juicio y le ofreció un trabajo legal. Así pues, ahora ponía al servicio de la empresa sus habilidades bajo el respaldo suyo.

Sin embargo esa mañana se encontró con que la petición del 27 era un tanto inaudita. Normalmente tenía que investigar los posibles nuevos clientes de uno en uno, nunca le habían pedido cuatro a la vez.

—¿Para cuando puede hacerlo? —le preguntó Linda después de darle los nombres de cada uno de ellos. Había algo alarmante en su voz, como recelo.

—Necesitaré más datos, una fotocopia del carné de conducir, el número de la seguridad social, la fecha de inscripción en el registro mercantil o de nacimiento, el número de empadronamiento, una fotocopia del pasaporte o del permiso de residencia, cualquier cosa de ese tipo me valdría —respondió concisamente Phil Morrison después de anotar los nombres.

—Es que resulta que no tengo mucho más —dijo número 27 a modo de justificación—. Me preguntaba si usted podría conseguirme al menos sus números de teléfono o sus direcciones.

«¡Estupendo! ¡¿Qué se cree que soy?! ¿Un genio de la lámpara?». Era muy bueno en su trabajo pero de ahí a obrar milagros había un abismo. Desde que se había hecho famosa cierta saga sueca de intriga protagonizada por una hacker, todo el mundo sobrevaloraba sus aptitudes. La minería de datos era una tarea ardua y mucho más complicada de como la pintaban en los best-sellers y en las películas de Hollywood.

—Con tan sólo cuatro nombres lo único que puedo ofrecerle es una guía de teléfonos para que se entretenga leyendo un rato —exclamó de manera mordaz esperando que cortara la llamada y le dejara en paz. Pero no fue así, en su lugar número 27 permaneció en silencio unos dilatados segundos. Phil Morrison no sabía si se había excedido en su comentario y había herido su sensibilidad, como le sucedía de costumbre con las mujeres—. ¿Sigue usted ahí, Mrs Brett?

—Espere unos minutos, creo que tengo algo de lo que me ha pedido —respondió número 27 tras oírse algo chascar de fondo y dejando la línea abierta unos minutos que Morrison dedicó a cambiar de juego en su Xbox—. Bien, ya estoy aquí. Anote...

Le fue detallando las fechas de nacimiento de cada uno de los cuatro nombres, así como sus lugares de nacimiento. Tres de ellos habían sido en una localidad llamada Santa Rosa, al norte de la bahía. Si bien aquello no era de mucha ayuda para su investigación le llamó la atención a Phil de inmediato.

—¿De dónde acaba de obtener esos datos?

—¿Acaso le importa a usted algo eso? —el tono de voz del número 27 era desafiante. «¡Madre mía! ¡Qué suspicaz que es!». Phil Morrison estuvo tentado de colgar en ese preciso instante, pero en realidad no tenía nada urgente que hacer en ese momento. Suspiró resignadamente y se reclinó en la silla de orejas. Al cabo de unos instantes número 27 cambió de idea—. Discúlpeme si he sido un poco maleducada. Es que acabo de encontrarlo en el anuario escolar de mi marido.

«¡Ah, ya entiendo!». No era la primera vez que alguien del trabajo le pedía discretamente que le obtuviera la dirección de alguna persona que no fuera un cliente. Normalmente solían ser hombres de mediana edad que querían echar una canita al aire. Ahora entendía porqué número 27 se mostraba tan reacia, era poco ético aprovecharse de su puesto en el trabajo para fines personales y quizás un poco ilegal.

—¿De qué se trata? ¿De una reunión de antiguos alumnos del instituto? —le preguntó Morrison quitándole hierro al asunto. No iba a juzgarla.

—Sí, una reunión... o algo por el estilo —murmuró al otro lado de la línea con desconfianza.

—¿Podría decirme de qué instituto es el anuario y el año en concreto?

—Es el Santa Rosa High School y el año 1997... ¿le sirve eso de algo? —preguntó con desconcierto.

—Sí, puede que me ayude saberlo —se limitó a decirle. No iba a explayarse en explicarle de qué manera usaba el historial escolar para comprobar quién había o no proseguido con estudios superiores y dónde los había cursado. Así cómo luego podría acceder a la vida laboral de la base de datos de hacienda y lograr la meta del número de la seguridad social, que le abriría las puertas a muchas más cosas—. Puede que me lleve unos cuantos días más de lo habitual, tal vez tres o cuatro semanas como máximo. ¿Le viene bien?

—Sí, sí, sí —respondió con celeridad.

—¿Tiene algo más que decirme que pudiera ser de ayuda para acelerarlo?

—Bueno, quizás... —exclamó de manera reticente número 27. Parecía que le estaba sacando la información con un sacacorchos. Comenzó a enumerar algunas pesquisas que había descubierto por sí misma. El estudio de fotografía de EVH (tal y como había anotado en su libreta las siglas de Emily Van Horne) sería un buen punto de partida para acceder a su información fiscal y la dirección de su domicilio, revisando los inmuebles a su nombre en Los Ángeles.

Otro tanto de utilidad serían las multas de SR en Sacramento de las que podría obtener el número de matrícula de su coche de aquel entonces y los datos del seguro (vinculados también a un permiso de conducir). Pero quizá lo que dejó un poco trastocado a Phil Morrison fue la fecha de defunción de TV.

—¿Qué es lo que quiere que haga? No soy capaz de hablar con los muertos —bromeó con humor negro.

—¿Podría obtener la dirección y el teléfono de su viuda? ¡Ah, hay algo más que quería pedirle!

—Ya lo sé —le atajó de inmediato—. No quiere que llegue a oídos de nadie más en la empresa, ¿verdad? No se preocupe seré muy discreto.

—No... bueno, sí... eso también —las palabras se le amontonaron en la boca—. ¿Podría realizar una investigación fiscal completa de los últimos meses? Ya sabe, movimientos bancarios, estado de cuentas, etc...

«¿Quiere que revise toda su contabilidad?». Phil Morrison empezó a preguntarse realmente qué tenía planeado número 27, porque seguramente no se trataba de una reunión convencional de antiguos alumnos.

—Vale, haré lo que pueda —exclamó ocultando su curiosidad en aumento.

—¿Y en cuanto al pago? ¿Qué le debo por...?

Cobrar un sobresueldo por realizar actividades que no se correspondían con sus responsabilidades laborales en horas de trabajo se podía calificar de moralmente deleznable, pero Phil Morrison lo consideraba igual que una propina que se le daba al botones por llevar las maletas hasta la habitación de un hotel. Una simple compensación por el tiempo invertido.

—No se preocupe, hablaremos de ello al terminar el trabajo —no se atrevió a proponerle un precio, para no parecer demasiado interesado—. Acepto cheques regalo y vales de descuento para Domino Pizzas.

—¡Ja, ja! ¡Muy gracioso! —se divirtió número 27.

—Sí, muy gracioso —Phil Morrison echó un vistazo a torre inclinada de cajas de pizzas que había en la papelera de su oficina y se rió con amargura—. Ya le llamaré cuando lo termine. Adiós.

Después de colgar el teléfono ya no le parecía tan interesante jugar con su Xbox360. Una investigación de cuatro perfectos desconocidos no le hacía saltar de alegría. Pero la actitud intrigante del numero 27 le había picado un poco la curiosidad.

* * * * *

Los planes para el castigo de Mike estaban tomando forma y profundidad a medida que Linda iba investigando más y más sobre el tema. Pero para alcanzar su propósito, enseñarle cómo ser una mujer, necesitaba tomar medidas más drásticas que todo lo que había hecho hasta entonces.

—Espero que hayas pasado un buen día en la oficina, Mike. Y bienvenida seas, Amy —exclamó de manera burlona Linda cuando llegó su marido del trabajo, alzando con una mano la peluca de su madre y con la otra una falda corta vaquera y una camiseta ancha de muchos colores al estilo hippie para que se la pusiera. Una vez más, Mike accedió voluntariamente por la excéntrica tortura de verse convertido en Amy de manos de su mujer. No obstante se hizo el remolón unos minutos antes de subir las escaleras, plantarse delante del espejo del dormitorio y comenzar a desvestirse para satisfacer los caprichos de Linda.

—Enséñame tu precioso trasero, Amy —le ordenó antes de bajarle los pantalones y las bragas. Linda se aseguró de que el tampón que le había puesto esa mañana seguía en su lugar y que no se había deshecho de él a la primera oportunidad. Sin embargo, tanto Mike como ella llegaron a la conclusión de que resultaba poco práctico tener que cambiar el tampón personalmente cada vez que lo requería.

Linda no se replanteó el tema (como Mike habría esperado que sucediera) sino que le instruyó en otra de las grandiosas lecciones sobre las mujeres—. Levanta una pierna y apóyala en el inodoro. Así, muy bien —le fue guiando paso a paso cuando se desnudó en el cuarto de baño. Mike sostenía el tampón extendido entre sus dedos con miedo y angustia, como si se tratara de una bomba de relojería que fuera a estallarle en las manos. Lo acercó a su trasero que mantenía abierto con la otra mano y titubeó un poco. Linda supuso que no sería capaz así que le instigó—. Puedes hacerlo, Amy. Tan sólo relájate e introdúcelo despacio sin hacerte daño. Cuando llegues al final empuja suavemente el tubo interior hasta el fondo. Y después retira la cánula de plástico lentamente y con cuidado —Mike ejecutó sus órdenes al pie de la letra y admitió que era mucho menos violento y doloroso de esa manera que con la ayuda de Linda. Pero su rostro no mostró alivio alguno al ver el cordón de algodón del tampón sobresaliendo de su ano de nuevo.

Las tareas domésticas también prosiguieron inexorablemente. Después de que Mike se vistiera de mujer le tuvo enfrascado fregando los suelos, quitándole el polvo a los muebles del salón y aprendiéndose algunas recetas de cocina para la cena. Linda quería introducirle en su papel de esposa complaciente gradualmente. Sin embargo ese día Mike dejó de mostrar su habitual actitud estoica y resignada ante el castigo como al principio del mismo. Más bien era todo lo contrario, se comportaba de una manera enérgica y muy servicial a todo lo que le pedía Linda.

No tuvo que esperar mucho para descubrir qué era lo que motivaba tanto a su marido, para la hora de preparar la cena comenzó a relatarle su día en el trabajo mientras cocinaba junto con ella. Y al poco tiempo comentó sutilmente que su colega Vic había conseguido dos tickets para un partido de baloncesto.

—Tiene unas entradas de a pie de pista extraordinarias, se pueden ver a los jugadores a poca distancia, como te estoy viendo ahora mismo —Mike empezó a picar la cebolla y el resto de las verduras para el sofrito mientras hablaba animadamente—. Normalmente Vic suele reservarlas para los clientes de la agencia y para sus ligues, pero el otro día estuvimos charlando acerca de la final del campeonato del año pasado y pensó que me gustaría asistir con él y...

Linda en realidad no le prestaba mucha atención. Desde que había leído la noticia de la muerte de Tom Vasili había tenido un mal presentimiento retorciéndose en sus tripas. Una terrible e inconcebible posibilidad se estaba gestando en su mente. Asentía a lo que Mike decía de manera totalmente inconsciente.

—... se trata de las playoffs, y de un Boston Celtics contra Los Ángeles Lakers, son rivales acérrimos. Es todo un clásico dentro de la historia del baloncesto. Además a estas alturas del campeonato casi tienen garantizado la final y no me gustaría perderme la oportunidad de verlos en vivo. Así que... Así que me preguntaba si me dejarías ir al partido, por favor, el jueves después de salir del trabajo con Vic.

Linda viajó de regreso a la tierra justo a tiempo de captar el sentido de la última frase. Sabía que su marido era un devoto fan de los Lakers desde bien pequeñito. En su estudio de trabajo tenía enmarcada una camiseta de baloncesto del equipo con el número 32 firmada a mano por el mismísimo “Magic” Johnson en el año 1991. Linda había mirado en eBay en cuánto dinero se podría tasar, pero Mike no quería por nada del mundo venderla o deshacerse de ella.

—No, ni hablar, Honey —terció su desaprobación cruzándose de brazos. Mike estaba cumpliendo una penitencia precisamente por culpa de salir de marcha con su “amigo” Vic en Salt Lake City.

—Porfa, Linda —Mike dejó el cuchillo sobre la encimera y puso las manos en actitud de súplica.

—Es que el jueves quería que saliéramos juntas, las dos de compras a un sitio —mintió Linda a medias. No había hecho planes concretos para ese día, ni tampoco tenía motivos de peso para negarle que no fuera al partido, pero quería darle un pequeño escarmiento a su marido. Hacerle sufrir con la idea de perderse ese evento deportivo que tanto deseaba ver.

—Podemos ir los dos cualquier otro día que quieras a dónde sea —le prometió de inmediato.

—¡¿Quieres negociar con esto?! —exclamó con falsa indignación Linda—. Perdona que te lo diga, pero tu castigo no es un acuerdo bilateral. ¿Acaso te tengo que recordar una vez más porqué lo haces?

—¡Sólo se trata de un partido de baloncesto, no es que me vaya a ir a un afterhours a ligar! —se burló Mike alzando los brazos como clamando a los cielos.

—No intentes hacerte el gracioso —le reprochó suspirando hondo—. ¿Y qué hay del local de stripteases ese del que no me hablaste? Cada vez que te juntas con tu colega Vic no puede salir nada bueno.

—Si no me crees, podrás vernos en el partido sentados en la primera fila, seguramente saldremos en la televisión —propuso sensatamente—. Por favor, déjame ir.

Mike puso unos convincentes ojos de cordero degollado que le hicieron dudar seriamente. En realidad no podía culparle de intentarlo con tanta vehemencia. Los últimos días su marido había bailado al son de la canción que ella había querido, obedeciéndole en todo lo que le había pedido. El pacto al que habían llegado no impedía terminantemente que él continuara haciendo su vida social como de costumbre. Linda tuvo que ceder en esta ocasión, no obstante aprovechó la oportunidad para imponer sus propias condiciones.

—Vale, puedes ir a ese dichoso partido —capituló volviendo de nuevo la atención a la cocina. Mike empezó a celebrar su victoria demasiado pronto, bailó de alegría como un niño pequeño en Navidad—. Pero...

—¿Pero qué? —dejó de bailotear de golpe. Por la expresión alarmada que tenía su rostro, Linda supuso que se estaba imaginando algún escarnio público como por ejemplo, presentarse en el partido vestido de Amy o algo por el estilo. Empezaba a disfrutar mucho poniéndole en un aprieto una y otra vez, pero tampoco quería que se volviera muy susceptible con ella.

—Me gustaría mucho que me trajeras algo de regalo, ya sabes un souvenir. Tan sólo eso.

—¿Tan sólo eso? Te recuerdo que la última vez que me pediste que te trajera algo, acabé en el Hollywood Inn disfrazado de Rita.

—No estoy enfadada contigo, Honey —apostilló de manera franca Linda mientras atendía rápidamente a la sartén—. Tienes mucha razón. Es un inocente partido de baloncesto y sé que te gustaría mucho ir. Estás en tu perfecto derecho de tener un día para disfrutarlo sin mi compañía. No es que cancele tu castigo, pero tampoco es que tenga motivos para dudar de tu promesa. Además si fuera a pasar algo entre Vic y tú...

—¡Y dale con la monserga! —murmuró Mike.

—Si fuera a pasar algo entre Vic y tú de lo que creas que tengas que sentir vergüenza —insistió una vez más, alzando un poco el volumen de la voz—. No tienes ningún motivo por el que ocultármelo.

—¡Lo dices como si fuera a acostarme con él!

—Puedo soportar que me hayas sido infiel, pero no pienso tolerar que me lo escondas una vez más.

—¿Cuántas veces tendré que insistir en que no me gustan los hombres?

—Vale, lo que tú digas —le siguió la corriente Linda como si no le atendiese—. Pero quiero que vuelvas lo más pronto que puedas del partido, ¿de acuerdo?

—Sí, de acuerdo —Mike se hundió de hombros un poco, como rindiéndose a las exigencias de ella y no mostrando demasiada euforia como antes. Pero en sus ojos brillaba la alegría. Linda se recreó unos minutos contemplando a su marido disfrazado de Amy y animado ante la idea de ir a un partido de Los Ángeles Lakers, no quiso estropear el momento comunicándole la muerte de Tom Vasili, ni tampoco el resto de indagaciones que había realizado.

* * * * *

Mike cayó a plomo encima de la cama después de cenar y se quedó grogui de inmediato, sin apenas poder darle un beso de buenas noches a su esposa.

«¡Echo de menos mis Boxers!». Fue la última idea coherente que tuvo en su mente antes de que la bruma del sueño hiciera mella en él. Se había acostumbrado tanto a llevar las bragas como ropa interior que apenas se daba cuenta de que las llevaba puestas, ni le molestaba llevar los genitales empaquetados con esparadrapo dentro de casa. Pero al ponerse el espantoso camisón de algodón para irse a dormir, tuvo un pequeño brote de nostalgia por la ropa varonil.

En el trabajo había tenido una sensación de angustia presente durante toda la jornada. Sabía que racionalmente no tenía nada que temer, nadie en el curro le bajaría los pantalones para hacerle una jugarreta, ni se interesaría en él por entrar en uno de los cubículos del baño en lugar de orinar como de costumbre en la fila de retretes. Pero eso no quitaba que se sintiera inquieto ante esa ridícula posibilidad.

Lo más chocante es que en vez de tener miedo de que descubrieran que en realidad era un hombre, como le había pasado mientras estaba disfrazado de Rita o de Amy, tenía pánico de que alguno de sus compañeros de trabajo descubrieran el disfraz de mujer que se escondía debajo del hombre que era. Sentía cómo si sus habituales ropas masculinas fueran un engaño.

Mike durmió toda la noche de un tirón, sin pesadillas ni apenas agitarse en la cama, de lo agotado que estaba. Había sobrevivido al primer día de castigo en la oficina convencido de que su tiempo dentro de Emmerich & Covington estaba llegando a su fin. Mrs Bledsoe se encontraba en New York de viaje y seguramente anunciaría el ascenso de Eric Jenkins en la reunión que su secretaria había programado con el resto del grupo creativo para el viernes que regresaba.

Antes de que rayara el alba Mike se despertó con una grata sorpresa de parte de Linda. Se encontraba debajo de las sábanas con la cabeza a la altura de su entrepierna y de algún modo que no logró explicarse le había quitado sus bragas y los esparadrapos de sus genitales. El cosquilleo de su cabello sobre sus muslos le sacó ligeramente de su inconsciencia, pero lo que lo despertó definitivamente fue cuando se enterró de lleno debajo del camisón de algodón e introdujo el extremo del miembro de Mike (empalmado por la típica erección matutina) en su húmeda y tórrida boca.

«¡Es mejor que un toque de diana!», pensó Mike recordando súbitamente los años de su juventud en los que el “General” le despertaba a gritos. La cabeza de Linda bajaba y subía repetidamente debajo de las arrugas de la sábana, mientras iba metiéndosela más y más adentro de su boca. Mike no pudo evitar agitarse cuando comenzó ella a chupar su polla con entusiasmo y sus piernas se arquearon levemente. Linda le agarró de los tobillos, le obligó a flexionar sus rodillas para apoyarlas sobre sus hombros y reanudó su extraordinaria sesión matinal de sexo oral.

Mike intentó destapar las sabanas para verle el rostro, pero un gruñido de protesta que ella emitió con la voz sofocada, vibró en su entrepierna de una manera muy desagradable. Era sumamente excitante no verse las caras, además de toda una práctica novedosa para los dos. No es que su vida sexual fuese monótona y aburrida, pero Linda habitualmente se había comportado en la cama de una manera muy straight. Las suaves manos de su esposa se aferraron a sus firmes nalgas para profundizar todavía más con sus delirantes labios y llevarlo al éxtasis en cuestión de minutos. Mike se mordió suavemente un dedo para evitar exclamar un bramido cuando notó que iba a correrse.

Linda no se apartó de su entrepierna como de costumbre sino que agarró la base del pene y apretó ligeramente con sus manos para retrasarle el orgasmo unos segundos. Y después dejó de apretar en ese preciso punto para que su corrida se derramara dentro de ella, como si hubiera abierto un grifo.

La sintió maniobrar sobre su más que complacido miembro, lamiéndolo con un deleite que de ningún modo habría sospechado que tuviera ella. Y seguidamente su rostro risueño surgió de debajo de las sábanas con los labios ligeramente manchados.

—¡Buenos dí...! —logró decir Mike antes de que su esposa le plantara un beso de tornillo en toda la boca. No le dio un ataque escrúpulos el sabor de su semen que ella le devolvió con la punta de la lengua. Era salado y ligeramente dulce, a la vez que espeso y le inquietaba un poco que no le produjera ninguna arcada. En su lugar la abrazó del cuello para besarle con más profundidad y devolverle la corrida como si fuera una pelota en un partido de ping-pong.

—¡Buenos días! —le respondió Linda después de relamer una gota que pendía del labio—. Siempre digo que el desayuno es la comida más importante.

—¡¿Dónde narices has aprendido a hacer eso... eso de frenarme el orgasmo?! —no pudo evitar preguntarle atónito con la voz de Amy.

—¿Por qué te interesa? ¿Es que quieres usarlo con alguien? —le retó Linda riéndose de su desconcierto unos momentos—. ¡Oh, Honey, no te enfades! Lo leí en un número antiguo del Cosmo, en un artículo que trataba sobre trucos sexuales. Aunque, sinceramente, nunca lo había puesto en práctica hasta hoy.

—¡Pues ha sido genial!

—Ya lo sé —exclamó con orgullo descarado, antes de marcharse de la habitación para conectarse online a tiempo para la apertura de la bolsa de New York. Mike miró el reloj de la mesita y soltó un reproche de disgusto, apenas eran las 6 de la mañana.

«¡Hoy va a ser otro día muy largo!». Se dijo cuando se levantó de la cama y vio su reflejo en el espejo.

* * * * *

Víctor Sterling solía despertarse con hermosas mujeres en sus brazos (o entre sus piernas para darle un feliz “Buenos días”, como a su compañero Mike), varios días entre semana y todos los fines de semana.

No se consideraba a sí mismo un crack del arte del ligoteo. La mayoría de las veces él no iba buscando un rollo de una noche, ni tampoco le entraba a las mujeres en los bares que solía frecuentar, pero era incapaz de decir no a una mujer que se le ponía a tiro. Sabía que tenía un físico destacable y dedicaba media hora de gimnasia matutina para tonificar su cuerpo y mantenerlo a punto. Con treinta y seis años ya empezaba a notar que la edad no perdonaba, le costaba más y más esfuerzo conservarse, la tableta de chocolate de su abdomen había perdido algo de definición últimamente y su bronceado exhibía algunas arrugas que no había esperado ver tan pronto.

Pero el ejercicio no le servía tan sólo para mantenerse físicamente, le subía el ánimo y le vigorizaba de la misma manera que una taza del café para la mayoría de la gente. Nadar en la piscina del ático de su bloque de pisos de lujo o correr en la cinta andadora, le permitía librar de su mente de toda la mierda que no había podido deshacerse durmiendo.

Su trabajo en el departamento de cuentas (primero como ejecutivo y luego de supervisor) siempre había consistido en satisfacer a los clientes. Mantenerles contentos y a gusto para hacer que el resto del equipo creativo pudiera convencerles con sus ideas. Acudía a fiestas de cóctel, discotecas de moda, restaurantes de lujo y toda clase de entretenimientos (desde partidos de baloncesto a club de stripteases, pasando por cualquier cosa imaginable) y hacía de niñera para evitar que otras agencias se llevaran a sus fieles clientes. Era un trabajo relativamente sencillo que apenas suponía un verdadero reto para él. Desde bien joven había tenido carisma de sobra para triunfar.

Víctor llegó con dieciocho años apenas cumplidos a la ciudad de Los Ángeles con la intención de ser un gran actor de Hollywood. Pero pronto se vio abocado a realizar cutres trabajos a media jornada para pagarse las clases de interpretación de la escuela nocturna y sobrevivir para no terminar en la indigencia.

Pronto quedó claro que su buen don de gentes era su mejor baza. De trabajos de carretillero, dependiente, mozo de almacén o reponedor de un 7-Eleven, rápidamente pasó a vendedor a domicilio, agente de seguros y un asiento tras la taquilla de una sucursal de una conocida empresa de créditos financieros quebrada.

Su puesto en Emmerich & Covington, de hecho, fue el primer contrato no temporal desde el comienzo de su carrera profesional y la oportunidad de su vida para establecerse económicamente. Su carrera artística había muerto varios años atrás. Para lo más que pudo estirar sus estudios de interpretación fue para hacer de extra en varias películas de serie B y una diminuta aparición en la mítica serie de la saga Law & Order con una frase más pequeña: ‘Aquí tiene su informe, inspectora’. A menudo se preguntaba qué hubiera pasado de haber triunfado en la gran pantalla en vez de acabar convertido en un bufón de chaqueta y corbata encargado de unos clientes que jamás lo valorarían adecuadamente. Seguiría teniendo éxito profesional y dinero, quizá mucho más dinero, pero al menos no tendría una sensación de vacío en su interior.

Lo único realmente bueno de su trabajo en Emmerich & Covington eran las mujeres. De las 127 personas que conformaban la plantilla de la empresa 77 eran mujeres y la mayoría eran solteras disponibles. Víctor ya tenía tantas muescas en el cinturón que éste se le caía a cachos. Sus únicas normas al respecto eran no liarse con mujeres casadas (los maridos celosos eran un peligro en potencia), ni comprometerse con ninguna. Tampoco le hacía ascos al físico, entre sus conquistas había algunas rellenitas o poco agraciadas que eran una verdadera sorpresa en la cama. De pequeño había sido gordo como una bola de bolos, hasta que pegó el estirón de la adolescencia y sabía de primera mano lo que era ser condenado al ostracismo sexual.

—¡Hoy es un gran día, Mike! —saludó a su colega cuando lo vio pasar de largo camino a su despacho, se le veía un poco despistado—. ¡Carne fresca y jugosa!

—¿De que estás hablando? —exclamó abotargado.

—¡Recursos Humanos está haciendo una selección para el personal y hoy toca el turno de las nuevas secretarias del departamento directivo! —explicó presa del furor Víctor. Para él se trataba de un buffet libre de mujeres atractivas que desconocían sus artimañas y que quedarían cautivadas con sus encantos—. ¡Las hay de todas las razas, colores y sabores, Mike! Pelirrojas, rubias, morenas, pecosas, bronceadas, pálidas, altas, bajas y mis preferidas de todas... las que tienen unas piernas de infarto y no dudan en lucirlas.

—Pues date el gustazo y ve a verlas —exclamó Mike con desanimo—. Pero recuerda que como cabrees a las chicas del departamento de Recursos Humanos, vas a acabar con un cardo de secretaria otra vez.

—¿Crees que pienso esperar a que elijan? —Víctor ya sabía que había quemado algunos puentes entre las chicas de la empresa. Quizás por eso, su última asistente personal había respondido al nombre de “Tony”.

—¡Ah, espera, Vic! —saltó Mike antes de que él desapareciera por el pasillo rumbo a su objetivo. Se había acordado de que su esposa le había dado permiso para poder asistir al partido. Víctor meneó la cabeza en señal de disconformidad al ver cómo le mangoneaba Linda. No tenía nada en contra de ella, pero el pobre Mike no parecía del tipo de marido cabronazo que se mereciera una castradora por esposa.

Le caía bien ese enclenque de gafas gruesas de pasta que tenía un sentido del humor difícil de captar. Mike había sido un buen amigo y compañero de trabajo desde que él entró a trabajar. Se conocía la empresa de cabo a rabo y no tenía problemas en colaborar con quien hiciera falta (incluso con Eric Jenkins) por tal de terminar una campaña publicitaria.

Víctor veía en él una profesionalidad ejemplar que echaba mucho de menos en el departamento de cuentas. Allí reinaba la ley de la selva y cada cual intentaba pisarle los clientes potenciales a los demás para engordar su cartera personal y sus méritos.

Sin más demora se encaminó raudamente a ver qué nueva remesa de secretarias había disponibles, mientras silbaba con alegría. No estaba inquieto por su reciente ascenso como Director de cuentas. Había coincidido el anuncio ante la plantilla con la fiesta de despedida de James LaBelle y la mayoría de la gente no le había tomado mucha importancia en ese momento. A Víctor tan sólo le preocupaba si tendría un despacho grande y con buenas vistas en la nueva ala de la planta que estaban acondicionando. Era un hombre de gustos sencillos, y fácil de complacer.

* * * * *

Mike no pudo evitar comparar el STAPLES Center con el recuerdo que tenía de su infancia de la antigua sede de los Lakers, el Great Western Forum, cuando llegaron Vic y él a la fila de la entrada.

Mientras que la fachada del Forum se asemejaba a un templo griego con largas columnas blancas e impolutas cuya forma redondeada recordaba al Coliseo y transmitía la sensación de estar entrando en un lugar en el que se veneraba el deporte. El STAPLES era tan sólo un gigantesco escaparate de vidrio y acero con un gran letrero de neón brillante que era el colmo de la vanidad de la empresa patrocinadora.

—¿Otro SMS? —le preguntó Vic cuando se percató una vez más de que estaba trasteando con el móvil.

—¿Qué más te da?

Mike llevaba enviando mensajes cortos a Linda desde que había salido de casa esa mañana temprano en el coche de Vic, tras venir a recogerle a Los Feliz. En total debía de rondar ya la docena de SMS, a razón de más de uno por hora. Aunque Linda no le había contestado a ninguno ellos con algo más extenso que un “OK”, “Estupendo, Honey” o “Sigo aquí, no me he fugado”.

—¡Eres todo un calzonazos, Mike! —le recriminó Vic, mientras iban avanzando por la cola.

—Tú no lo comprendes, porque no estás casado.

—No, ni pienso estarlo nunca, viéndote a ti. Parece como si a todos los casados que conozco les hubieran cortado los cojones, se los hubieran freído con cebolla picada y servido a sus esposas en bandeja.

Aquella denostada mención a sus genitales le hizo tragar saliva con bastante dificultad. No es que estuviera de acuerdo con la opinión de su colega, pero sin pretenderlo se acercaba peligrosamente a la realidad.

—Linda y yo estamos viviendo una situación... un tanto peliaguda en una nuestra relación —vaciló Mike buscando un eufemismo conveniente—. Pero si para ti ser atento con la mujer que amas es sinónimo de castrado, ya entiendo porque te comportas así de mal con las mujeres.

—¿De qué manera me comporto? ¡Me encantan las mujeres! Nunca las he maltratado de ningún modo.

—Ya, sí —exclamó Mike mientras comprobaban en la entrada los tickets—. ¿Dime, cuantas novias formales has tenido en tu vida? Ya sabes, relaciones que durasen más de unas pocas noches.

—Pues, pues yo... —era la primera vez que Vic se mostraba inseguro y vacilaba al hablar—. ¿Y qué más da si no me quiero comprometer? Soy muy atento con las mujeres, me agrada hacerlas feliz mientras están conmigo. Y en todo momento les dejo bien claro que no quiero una relación a largo plazo. Si ellas se imaginan algo diferente, es su problema.

«Es como un niño grande y desconsiderado, cree que no se merece la culpa de sus actos». Mike sentía lástima hacia su compañero de trabajo.

—Lo que tú haces es seducirlas y agasajarlas hasta que acaban por caer rendidas a tus pies —le contradijo Mike, mientras los dos cruzaban los corredores de grandes arcadas acristaladas, camino de la pista—. Para mí ser atento significa tener un detalle sin buscar nada a cambio.

—¡Vale, vale, lo que tú digas! —Vic se había irritado un poco ante los reproches de Mike—. ¿Podemos hablar de cualquier otra cosa? ¡Hemos venido a ver un jodido partido de baloncesto, no a que me martirices!

Al parecer Mike había tocado hueso con el tema de las mujeres y el compromiso. Como no había sido él el que había sacado el asunto a colación decidió dejarlo de lado para no estropear la diversión.

«¡Oh, My God!». Los asientos en primera fila que había conseguido Vic eran realmente impresionantes. El estadio STAPLES estaba a rebosar de fieles espectadores de los Lakers, que jaleaban a su equipo favorito y a pie de pista el volumen de la algarabía alcanzaba niveles extraordinarios a medida que los minutos pasaban y se aproximaba las seis de la tarde.

Vic aplaudió como el que más cuando el equipo de animadoras de Los Ángeles Lakers salió a pista para hacer un par de coreografías mientras por megafonía empezaban con los preámbulos del partido.

—¡Sois unas fenómenas, Brilane! ¡Michelle! —soltó un silbido subido de tono que se escuchó bien alto—.¡Deanna! ¡Heather! ¡Sois fabulosas! ¡Erin! ¡Angel! ¡Sois las más guapas! ¡Verónica! ¡Erica! ¡Bria! —siguió enumerando nombres de las chicas, repartiendo piropos y más silbidos durante unos minutos. Hasta que por fin entraron a pista los dos equipos de la noche y las hermosas animadoras hicieron su mutis por el foro para el desconsuelo de su compañero.

—Deberías comprarte un pase de temporada, Vic. Creo que también te da acceso a los entrenamientos de las animadoras —exclamó Mike al ver el entusiasmo que derrochaba Vic, cuando el estadio enmudeció al anunciar a los jugadores de los Boston Celtics.

El partido comenzó con Rajon Rondo ganando la posesión de la pelota tras disputársela en el centro de la pista los capitanes de los equipos. Y a los pocos segundos los Boston Celtics ya habían estrenado el marcador con un 2-0 fulminante.

—¡Lakers, Lakers! ¡Vosotros podéis! —gritó Mike a pleno pulmón como casi la totalidad del estadio.

* * * * *

Linda no estaba muy atenta del partido de baloncesto que emitían. Tenía la televisión encendida y apenas se había molestado unos minutos en buscar de fondo la silueta menuda de Mike entre los asientos de la primera fila. Después de comprobar que su esposo decía la verdad, volvió a hundir la cabeza en la pantalla encendida de su laptop.

Llevaba toda la tarde de compras en Internet, desde que había encontrado una jugosa página Web llamada www.thebreastformstore.com que se dedicaba a la venta de artículos especializados para transexuales y travestidos. Vendían desde prótesis mamarias de silicona ultrarrealistas, hasta maquillaje y joyería para los hombres que querían aparentar ser más femeninas.

—¡Tú la pagas, Honey! —musitó Linda añadiendo otro objeto más al carrito de la compra con un clic. En esta ocasión media docena de pelucas de pelo sintético de varios tonos y medidas. Ella había cogido a escondidas la tarjeta de crédito de Mike y estaba usando sus datos para rellenar el formulario de PayPal.

Normalmente Linda no hubiera tirado la casa por la ventana comprando de forma tan compulsiva. Pero el día anterior había ingresado en el banco el cheque de la comisión de Mike por el contrato de WCS y tenía efectivo de sobra. En vez de emplearlo para liquidar un buen pedazo de la hipoteca de la casa o poner los veinticinco mil a un fondo a plazo fijo, decidió invertirlos en algo mucho más entretenido: en Amy.

Las viejas prótesis de látex de su madre estaban para el arrastre. Ya habían tenido lo suyo durante los dos años que las utilizó y no estaban diseñadas expresamente para el torso masculino, eran un artificio estético paliativo nada más. Además la peluca falsa de su madre le sentaba a Mike como a un cura dos pistolas. O quizás era a Linda la que le daba la impresión.

Por suerte (o quizás desgracia), la susodicha tienda online ofrecía un servicio 100% discreto y privado. Los envíos se realizaban de la manera más reservada posible y los cargos al extracto del banco no estaban pormenorizados. Linda se hubiera divertido mucho contemplando a su marido pasar un brete con todos esos indecentes artículos a las puertas de casa ante la vista de todos los vecinos. Pero sólo había sido una idea peregrina surgida en los recovecos más perversos de su mente, una travesura que no iba a hacer realidad.

«¡Quiero a Amy para mi sola!». Por irónico que le parecía, Mike nunca había le había provocado celos, ni tampoco había estado observando descaradamente a otras mujeres. Su marido era atractivo a su manera (si se deshiciera de las dichosas gafas de pasta negras y de su ridícula melena de colegial), con su carita de no haber roto jamás un plato y sus rasgos juveniles tenía un encanto que llamaba la atención de muchas mujeres. No era del estilo seductor metrosexual de George Cloney en Ocean Eleven sino más bien de dulce pimpollo de Leonardo DiCaprio en Titanic.

Pero Amy era una película muy diferente.

Cuando al principio había sospechado que su marido era en realidad homosexual, había sido un verdadero varapalo a su autoestima creer que durante cinco años había compartido cama con un hombre que no sentía nada por ella. Así que regresó de Sacramento con la idea de sonsacarle esa confesión si era del todo necesario y hacer de tripas corazón para divorciarse. Pero después había descubierto que Mike no tenía escrúpulos en acostarse tanto con hombres o mujeres y que le quedaba muy bien la ropa femenina.

Sin embargo, después de haber experimentado con el alter ego de Mike (tanto fuera como dentro de la cama), ella empezaba a replantearse su propia heterosexualidad. No estaba segura de si disfrutaba tanto practicando el sexo con su marido vestido de mujer porque le amaba con intensad a pesar de la pinta que tuviera... O precisamente le tentaba la idea de hacerlo con una genuina mujer y Mike transformado en Amy tan sólo era un sucedáneo a mano.

Linda no se consideraba a sí misma lesbiana. Estaba muy convencida de que le iban las pollas, pero de todos los hombres que había conocido a lo largo de su vida había escogido para comprometerse, precisamente a uno que no era muy masculino. Quizás Mike no tuviera el soberbio físico varonil de sus conquistas de New York, ni el formidable aguante sexual de los machotes tejanos que había cabalgado en su adolescencia. Pero los talentos que su querido marido no había exhibido en la cama los había compensando con creces durante años en una relación estable de pareja.

Amy, en cambio, era todo un descubrimiento inesperado para Linda. Nunca se había sentido atraída por los pechos de otra mujer ni le había excitado la visión del cuerpo femenino al desnudo, pero desde que había compartido un par de noches de sexo sin igual con ella, se había sorprendido a sí misma admirando fascinada a las modelos de los spots de televisión o incluso a las animadoras del partido de los Lakers.

Su mayor temor era que su pequeño experimento casero se saliese de madre. Que Mike decidiera convertirse en Amy para siempre y acabara por abrazar del todo la mujer que podía ser. Era una remota posibilidad que rayaba en la locura. Pero Linda se sentía instigada a ir más y más lejos en sus planes. Y probablemente todo ese disparate acabaría con Amy abandonándola y mandándola a freír espárragos tal y como se merecía por forzar las cosas con Mike.

«¡Pero qué demonios estoy pensando!». Linda agitó incrédula la cabeza mientras meditaba acerca de su situación actual. Empezaba a pensar en Mike y en Amy como si fueran dos personas diferentes, con sus propias opiniones, cuando en realidad eran lo mismo: su marido. Sus sentimientos hacia ella no se habían alterado en absoluto, por mucho que cambiara su aspecto físico o incluso de que revelara nuevas facetas de su personalidad. Mike estaba llevando a cabo el bochornoso castigo por deseo expreso suyo, para demostrar cuánto le amaba.

A Linda le sacó de su ensimismamiento otro solícito SMS de Mike informándole en directo que acababa de terminar el primer cuarto de tiempo con el marcador 21-26 ganando Los Ángeles Lakers. Quizás hubiese sido más fácil que se hubiera abierto una cuenta en Twitter para mantenerla informada a cada momento o regalarle de una vez por todas una BlackBerry como la suya para instalarle el WhatsApp.

Mike no lo sabía, porque no había podido trastear con el teléfono de Linda, pero cada vez que ella recibía una llamada o un SMS de parte suyo aparecía en pantalla una fotografía de él vestido de Amy, que ella le había robado indiscretamente, el día que los dos fueron al centro comercial de Hollywood & Highland center.

«¡Amy necesita ropa nueva!» decidió Linda de inmediato al recordar aquella tarde de compras, accediendo a la sección de lencería y ropa interior de la página Web y buscando alguna prenda sexy para que se la pusiera en la cama en lugar del viejo camisón de algodón. Su pequeño experimento matrimonial iba a pasar a las siguientes fases lo quisiese o no Mike.

 

Continuará...

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