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Mi último día de escuela

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Era un miércoles, Saúl, mi esposo, llevaría a los niños a la fiesta de cumpleaños del hijo de uno de sus colegas. Yo no podría acompañarlos porque debería ir a la universidad, donde me había inscrito para retomar mis estudios, los cuales había dejado pendientes un año antes de casarme ya que tuve que trabajar para aportar algunas de las entradas que hacían falta en casa de mis padres. Precisamente en mi trabajo conocí a Eduardo, un cliente que me cautivó desde la primera vez que tuve que atenderlo. Él era cinco años mayor que yo, alto, de cuerpo atlético pues jugaba tenis todos los días. La atracción fue mutua y aunque ya estaba comprometida acepté a salir un par de veces con él a tomar un café, pero como él era divorciado y avanzaba muy rápido en sus requerimientos “amistosos”, opté por alejarme de él fuera de mi trabajo. Al casarme dejé de trabajar, no obstante de la oposición de mi futuro marido quien argumentaba que esas entradas les seguirían siendo útiles a mis padres. Sin embargo, al pasar el tiempo tuve depresión postparto y recurrí esporádicamente a un amante, Roberto, y de nuestras relaciones extramaritales nació mi segundo crío. Decidí ponerme un DIU para ya no tener más hijos. Varios años después de casada mi depresión continuó, pero la receta que di para mi cura fue buscar un amante más cercano y me topé con Eduardo nuevamente. Llevábamos varios meses en que estábamos en pleno romance y se nos hacían pocas las horas que podíamos estar juntos, yo faltaba mucho a mis clases por estar con él y ese día no fue la excepción, decidimos ir al cine.

Entramos a la primera función de la tarde, cuando estaban los cortos previos a la película, y buscamos un lugar en las filas de atrás, donde parecía más solo. Al sentarnos, Eduardo se puso la chamarra sobre el regazo, señal de que quería que metiera la mano para sentir su verga sin que hubiera miradas indiscretas, la cual empecé a acariciar y él me besó ¡tan hermoso! recorrió todo el interior de mi boca con su lengua mientras yo intentaba hacer lo mismo. ¡Qué calentura! Cuando terminó el beso yo ya tenía su pene en mi mano, le había abierto el cierre y sin problemas lo saqué pues él no usa ropa interior cuando sale conmigo, también él había metido su mano bajo mi suéter y me jalaba y apretaba los pezones. Después, muy calientes, me sacó sin dificultad las chiches, le bastó levantarme la blusa y el suéter para que estuvieran a su disposición ya que, como es costumbre cuando salgo con él, me quito el sostén y lo echo a mi bolso. Las miradas de las personas que estaban a unos asientos vacíos de nosotros, dos parejas, nos veían furtivamente y se pusieron calientes, se abrazaron fuerte y se morrearon. Eduardo se agachó para chuparme las tetas y así estuvo un buen tiempo. Cuando me besó, estábamos ya fajándonos a dos manos. Después me tocó a mí agacharme para mamarle el pito. Las otras parejas hicieron algo similar. Así pasó la película hasta que se prendieron las luces. Nos arreglamos la ropa y salimos de ahí intercambiando sonrisas de complicidad con las otras dos parejas: la película no era lo que esperábamos, pero los besos y caricias compensaron nuestra frustración.

En el auto, yo le mamé la verga y los huevos durante todo el trayecto. Llegamos muy calientes a la casa de Eduardo. Apenas entramos y seguimos otra vez con el faje. Lo bueno es que allí podíamos encuerarnos para besar y chupar todo lo que quisiéramos. Ya encuerados, descorchamos una botella de vino, lo servimos en sendas copas y brindamos.

-Por las tetas de mi mujer –dijo Eduardo levantando su copa y después lamió mis pezones.

-Por el pene y los huevos de mi señor –dije en mi brindis y le jalé todo el aparato y bolas desde la base.

-¡Salud! dijimos al unísono tomando el vino, en tanto que con la mano libre jalábamos al motivo de nuestro brindis.

La siguiente ronda fue mejor: Eduardo mojaba mi pecho en su copa y tomaba el vino que me humedecía; yo metía su pene en mi copa, con mucho trabajo y ayuda de su parte para flexionarse pues lo traía paradísimo (¡Ummh, como a mí me gusta!) y mamándoselo tomaba mi vino. Al rato me senté en sus piernas y continuamos con los besos. Tomábamos el vino uno de la boca del otro. De vez en cuando Eduardo ponía su pene en la entrada de mi vagina y yo me mecía en sus piernas para acariciar su glande con mis labios cada vez más lubricados hasta que las segundas copas se acabaron, abrí las piernas y sentada me volteé hacia él. Me penetró en la boca con su lengua y en mi vulva con su miembro... Me moví como nunca antes lo hice ya que esa posición era nueva para mí y estaba deliciosa, ¡me provocaba un orgasmo tras otro! “¡Te amo!” fue lo qué grité cuando sentí los chorros tibios de semen en el interior de mi vagina. Descansamos así, sin que su pene saliera, escuchando y sintiendo en nuestros pechos cómo retumbaban nuestros corazones. La música de fondo era suave y al compás de nuestros latidos se sumaron después los chasquidos de más besos, los de Eduardo en mis tetas, oscilando de una a otra, sin dejar de acariciarme las nalgas que era de donde él me había detenido para que yo pudiera cabalgarlo de frente.

Decidimos cambiar la música por algo más movido y bailar. Bailamos de todo. Disfrutamos el roce de nuestros cuerpos con el danzón y el tango donde no pocas veces se acariciaron nuestros sexos y los vellos de nuestros pubis se enredaron. También con ritmos más movidos, incluso sin tocarnos, como el twist, Eduardo se embobó con la danza que mis tetas le ofrecían y él correspondió con un vaivén de falo y huevos que nos dejó listos para bailar una lambada con muchos puntazos de verga en mi vagina y en mi culo... Descansamos de pie, con un brazo en la cintura del otro y con la mano libre bebiendo una copa más de vino.

Apenas terminamos la copa, Eduardo me cargó y me llevó a la cama, donde me puso en cuatro y me cogió de perrito, primero lentamente y moviendo su falo en círculos, aumentando la frecuencia de los viajes en el mete y saca hasta que empezaron mis orgasmos y su verga chacualeaba en mi vagina que rebosaba de mis jugos. Me acostó e hicimos un 69 donde continuaron mis venidas. Él tragaba todo lo que me salía y varios minutos después yo también pude beber de su amor tan blanco y puro... ¡Quedé agotada! Todo me daba vueltas, no sé si por el vino o por el derroche de libido. Dormimos la una sobre el otro hasta que el frío nos despertó.

—¡Dios mío!, ¿qué hora será? —dije buscando mi reloj—. ¡Las doce...!, ¡Llévame pronto a mi casa! —le supliqué a mi amante pensando en la excusa que le daría a Saúl por esas más de dos horas de retraso en el horario acostumbrado de mi llegada.

Me vestí rápidamente, incluyendo el sostén que saqué de mi bolso, y me pasé el cepillo por la cabeza. En la combi de Eduardo le di a éste mi despedida con besos y chupadas en su pene ya que él, por la premura para salir, no se había cerrado la bragueta y estando así, tan a la mano y a la boca...

Me dejó a una cuadra de mi vivienda. Al ir acercándome a la casa vi que no había luz en ninguna de las ventanas, solamente la del farol iluminaba la escena a la entrada de nuestra puerta. Ese farol lo había colocado Saúl; lo prendíamos al atardecer y lo apagábamos cuando llegaba el último miembro de la familia al hogar. Al estar bajo la luz revisé mi apariencia, por si las dudas. Hice bien, pues descubrí, ostentosos por el contraste, un par de vellos de Eduardo sobre mi suéter blanco; los sacudí y abrí la puerta. Adentro prendí las luces y apagué el farol.

Todo estaba en silencio. Saúl se había quedado en su estudio y descansaba escuchando música a bajo volumen en la oscuridad.

—Ya vine —fue todo lo que dije y le di un beso en los labios y temerosa de su reacción al percibir el olor a vino. Me cuidé de no darle un beso de lengüita, porque no iba a poder explicarle el sabor a semen que tenía.

—Qué bueno. ¿Cómo te fue? —preguntó secamente y me dio pie para explicar mi tardanza.

—Bien, hoy fue cumpleaños de Vicky y a la salida nos invitó a su casa para que fuéramos a partir el pastel que le hizo su mamá. Se nos hizo tarde platicando y brindando por la cumpleañera —expliqué tratando de justificar mi tardanza y el olor a vino, lo cual me pareció magistral.

A excepción de Alejandra, todos mis condiscípulos eran varios años menores que yo. Muchos de los trabajos eran en equipo y de esa manera hice amistad con varios de los jóvenes de mi salón con quienes estudiábamos también en sus casas o en la mía. Incluso, Saúl nos ayudó a comprender y aplicar algunos de los temas que se nos hacían más difíciles, particularmente fue con el Análisis de la Varianza con el que se ganó a todos mis amigos del equipo. Vicky, la más pequeña del salón, era la compañera de clase con la que más convivía yo, así que no sería difícil que creyera mi excusa. También convivía mucho con Alejandra, la de más edad, aunque uno o dos años menor que yo, con la que por intereses afines nos entendíamos mucho.

—Bien, como ya cenaste, vámonos a acostar —me dijo tomándome cariñosamente del talle y caminamos a la recámara.

—Déjame pasar al baño —le dije cuando me empezó a desnudar.

—Te amo —me dijo dándome un beso que no pude esquivar y su lengua me calentó así como las caricias que me hacía con una mano y con la otra me quitaba la ropa.

En menos tiempo de lo que pensé, quedé en pantaletas y sostén. Me empujó hacia la cama y me bajó las pantaletas para poner su cara en mi triángulo. Aspiró disfrutando el olor, movió el pelambre de un lado a otro y sus labios se apropiaron de mi clítoris, después la lengua entró en la vagina y lamió tan rico que pedí más. Chupó simultáneamente el clítoris y mis labios interiores, ¡sentí divino! ¿De Eduardo? ¡Ya ni me acordaba! Esa boca en mi vagina y las manos masajeando mis tetas me tenían enervada. Fue hasta el momento en que me besó nuevamente en que reconocí el sabor de Eduardo.

—Todo está rico —dije jadeante—, pero déjame ir al baño, ¡por favor! —supliqué y él se quitó de encima para que yo pasara.

Ya adentro del servicio pensé: “¿Para qué quería venir ahorita? El bidet quería usarlo antes de que Saúl hiciera lo que hizo...”. Fue obvio lo que mi esposo encontró. Seguramente, cuando me sacudió las vellos del triángulo fue porque traería algunos de ellos pegados entre sí con el semen de Eduardo, y el resto pringosos por lo mismo. En el beso que me dio, sí había un fuerte sabor mío, pero era inconfundible la mezcla con semen. ¿De qué sirvió mi explicación para la tardanza? Así que sólo oriné un poco, sin usar chorro vertical del bidet. Me resigné y salí.

—Ven acá, que ya estoy calientito —me dijo Saúl cuando abrí la puerta del baño. Él ya estaba acostado bajo las cobijas.

—Sí, a mí me pusiste también así —dije sonriendo y apagué la luz.

—Yo pensé que aún venías con ganas. Seguramente hubo un stripper en la fiesta y lo usaste mucho, mi Nena puta. Aunque te diré... el sabor se me hizo conocido —precisó y se subió en mí para cubrirme.

Me vine varias veces más antes de que él eyaculara abundantemente. Sólo gemimos, nos besamos y me magreó las chiches, pero no dijo ninguna palabra. Al terminar, se bajó de mí y se acostó boca arriba. Me puse triste porque, a pesar de que sentí delicioso y disfruté los orgasmos, me sentí usada. Pero luego vino a mí un gran remordimiento por serle infiel a mi esposo, quien es, a ojos míos y de extraños, un gran hombre y empecé a llorar, pero quise agradecerle a mi marido la felicidad que me había dado y me puse a darle la mejor de las mamadas. En la penumbra del cuarto, mientras chupaba su flácido pene, volteé la vista hacia su rostro y vi claramente el reflejo de unas lágrimas que escurrían desde sus ojos.

—¿Estás llorando? —pregunté suspendiendo mi trabajo oral, pero no el manual.

—No, estoy sudando —dijo con voz lúgubre y se limpió el rostro.

No pude más, lo abracé y lloramos juntos. “¿Por qué soy tan puta?” pensaba yo y seguramente Saúl cuestionaba lo mismo. Nos dormimos abrazados.

Al día siguiente él no mencionó nada más. Cuando se marchó a trabajar se despidió amorosamente de mí. Esa tarde, cuando llegué a la Universidad, sentí a Vicky muy molesta conmigo. Me tomó del brazo para que camináramos a una zona arbolada y sola.

—Anoche, como a las once habló Saúl a mi casa para preguntarme si yo sabía dónde estabas. Contestó mi mamá y me despertó para que atendiera la llamada —me dijo.

Alejandra, quien nos había visto fue tras nosotras y alcanzó a escuchar, integrándose al alcanzarnos.

—¿Qué te dijo? —pregunté sintiéndome una estúpida al recordar lo que yo le conté a Saúl sobre donde yo había estado.

—Que yo no sabía. Iba a sugerirle que te fuiste a estudiar con alguna amiga, pero reaccioné conmigo misma diciéndome que yo no sería tapadera de nadie y tampoco tenía que meterme en los asuntos de otras personas. Así que tampoco le dije de tus frecuentes faltas, ni que Eduardo te recogía en la escuela todos los días que sí ibas, ¡pero te juro que ganas no me faltaron! Le pones cuernos a un hombre tan noble y que muchas quisieran tener alguien como él, no sólo por lo bueno y lo inteligente sino también por lo guapo y caballeroso. ¡Eres una...! —no terminó de decir la frase, ella estaba furiosa por mi comportamiento y así me empecé a sentir yo al saber que le mentí a mi esposo y a cambio sólo obtuve amor, y un delicado sarcasmo por saber él que eran mentiras lo de mi retraso.

—¡¿Qué más dijo?! —pregunté intrigada.

—Solamente me dijo “Gracias” y colgó. Pero mi mamá tuvo una larga charla conmigo sobre ti. En resumen, me siento muy mal al tener tu amistad que nada bueno me deja y no quiero que nos frecuentemos más —dijo por último y se dio la vuelta.

Me quedé pensando que ella tenía razón, no había entre nosotras nada más que las tareas escolares y nuestra diferencia de edades no nos generaba empatía en otros campos. Volteé para ver el rostro de Alejandra, un par de años menor que yo.

—Vicky tiene razón, muchas quisiéramos a alguien como tu marido para una pareja de toda la vida, o al menos nos tiraríamos a tu esposo con el fin de hacerlo gozar como seguramente tú no lo haces por buscar otra verga.

—¡Imbécil ¿Tú qué sabes sobre lo que pasa? ¡Mejor cállate! —le dije al tiempo que le daba una cachetada, la cual soportó Alejandra y siguió hablando.

—¡La imbécil eres tú! No sé qué pase el día que tu marido se entere que le pusiste los cuernos, pero espero enterarme para ofrecerle mi cuerpo para que se vengue. Es más, te prometo que cada vez que lo vea le lanzaré el calzón. Yo no soy casada y Saúl necesita una mujer que lo ame. Me bastan besos, abrazos y pene si vienen de él, aunque no me dé matrimonio. Y no me sentiré culpable de hacer lo que te digo tratándose de ti. Si crees que vales algo, recapacita y deja de andar de puta, o si te gusta más Eduardo, ¡divórciate de Saúl, no seas pendeja! y no lo hagas sufrir. Pero avísame, amiga... —Dijo esto último con mucho sarcasmo y se marchó.

Sus palabras me sonaron a pura verdad, realmente eran de una amiga que te dice la verdad, pese a la gran ignorancia que ella tenía sobre mi vida y mi enfermedad, así como de las relaciones sexuales tan candentes que mantuve con los cinco sujetos que hasta el momento llevaba, incluyendo obviamente a Saúl y que éste sí sabía que le era infiel.

Ese día abandoné definitivamente los estudios escolarizados, ya no entré al aula. No quise volver a ver a Alejandra porque sus palabras eran verdaderas: Ella cogería con Saúl y le daría amor, ¡Sentí muchos celos!

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