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Caminando En Las Nubes: Lo inmoral

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Caminando En Las Nubes

Capitulo VIII: Lo inmoral

 

El día parecía esplendido: el viento golpeaba con suavidad y los rayos del sol acariciaban la hacienda de Miguel Ángel Rivera. Pero, en los corazones de sus habitantes se desataba una gran tormenta.

Julieta Quintero subió al segundo piso de la casa señorial. Era un lugar muy hermoso y acogedor, se dirigió hasta la pequeña sala con balcón, que otras veces servía de esparcimiento. Pero en esos momentos se convertía en mudo testigo de la tristeza de la joven. El paisaje desde ahí era hermoso, pero en  ese momento lo que veía la muchacha era sumamente arisco:

Rafael Quintero discutía  a viva voz con Danael, Reyna y Octavio. Quería llevarse a su hija con él. Ella se oponía, y los muchachos hacían todo lo posible por defenderla. Uno amenaza y los otros retribuían las ofensas.

—No sabía que fuera tan cruel —murmuró acompañando sus palabras por la más oscura decepción. Él no podía ser su padre, no el que la había criado y mimado tantas veces en su infancia.

Las emociones se agolparon una a una. Los minutos pasaban con tanta lentitud que a la chica le parecieron eternos. Fue hasta su propia habitación y tomó un violín que le prestó Octavio, él era hábil con ese instrumento, pero ella solo tenía los conocimientos básicos.

Tocó unas cuantas melodías, estaba desafinada, pero en ese momento lo importante era expresarse.  El arco se deslizaba  por el violín con gravedad. Cualquiera hubiera podido sentir su coraje, su tristeza y desilusión. Unas lágrimas corrían mientras veía la crueldad de su progenitor.

En ese momento, tomó una decisión: Nunca volvería a su casa.

“¡Que rara eres!” Creyó escuchar la voz de su padre. “no sé porque te gusta tanto el arte si no te servirá de nada”. Sin embargo nunca le hizo caso. Ahí estaba, ahí seguía, era hora de mostrar su rebeldía.

La intensa melodía continuó. Su padre salió de la hacienda derrotado, observó a Danael abrazar a su hermana y meterse con ella a la casa señorial. Detrás caminaba Octavio, con un semblante tan serio que imponía respeto.

Dejo el violín y corrió hasta su hermana, la abrazó con fuerza. Las dos comenzaron a llorar.

—Nunca nos volverá a hacer daño— dijo la mayor de las hijas.

—Nunca —Aseguró Octavio—. De eso yo mismo me encargaré. Julieta le sonrió a su prometido. Reyna buscó con la mirada a su profesor, esperando alguna frase alentadora. Pero este, estaba con la mirada perdida. Evidentemente pensaba en algo no muy grato.

—Esto no se puede quedar así. Daniel— dijo Octavio, meditabundo—, vamos a mi despacho tenemos que hablar —El abogado sacó de la concentración al profesor.

—Primero un médico tiene que ver a Reyna, tengo que asegurarme que no tiene una lesión seria.  Por cierto, mi nombre es Danael.

—No creo que sea algo grave. Apresúrate, yo mientras investigaré unas  cosas.

Los dos muchachos se retiraron. Cada uno tenía su propio plan. El primero cargando a la joven lastimada la llevó a su propia habitación. El segundo se fue al despacho de su padre, que a veces usaba como propio. Julieta acompañó a Reyna y Danael

Pero pronto se dio cuenta que estorbaba más de lo que ayudaba. Fue al despacho de su prometido, este estaba abstraído con la “Constitución Mexicana”, tenía que entenderla bien si quería defenderse ¿O atacar? legalmente a su suegro.

La joven otra vez se sintió un estorbo. No estaba tranquila, salió al jardín a pasear un rato. Se acercó a las caballerizas. El relinchar y demás ruidos de los animales la hicieron abrir la enorme puerta, más que curiosidad, quería sentirse cerca de un ser vivo.

Todos eran hermosos, contempló a “Plateado” El corcel “Pura Sangre” de Octavio. Se acercó poco a poco, estiró la mano, para acariciarlo. El animal como ya la conocía se dejó.

—Que hermoso eres… al menos contigo puedo platicar sin sentirme un estorbo —Parecía que la entendía. Continuó acariciándolo.

Deseó cabalgarlo. No tenía mucha experiencia, pero tenía que intentarlo. Intentó abrir la puerta que lo separaba de él. Pero una mano lo impidió.

—No lo intentes tú sola, es más peligroso de lo que crees —dijo su prometido, mientras deslizaba de nuevo el cerrojo.

—Solo quería verlo.

—No solo eso, hermosa. Te conozco bien. Estabas a punto de hacer algo peligroso, Vamos, yo te acompaño y si quieres te enseño a montar… Por cierto, —Hizo una pausa mirándola a los ojos—. No eres ningún estorbo. Estbaa atento leyendo la constitución, para saber cómo actuar… con tu papá.

—No hablemos de eso, por favor.

—De acuerdo, pero si quiero que aprendas a cabalgar como se debe.

—No sé si deba.

—Sí debes, es lo que quieres. Recuerda que tú más que nadie clama por libertad. Yo te ayudare a lograrlo —Acomodó las riendas y la silla de montar en el lomo de su animal. Miró atentamente a su novia. Ese vestido fino solo lo echaría a perder.

—Necesitas unos pantalones —dijo reflexivamente.

—Sí, pero no tengo. —dijo la muchacha tímidamente.

—Te prestare unos míos.

—Estás loco. Es ropa de hombre.

—Eso no tiene nada de malo. Además solo cabalgaras conmigo. Nadie te verá

Esa loca idea le gustó a Julieta. Romper las reglas, sonaba emocionante. Fueron al cuarto del muchacho, buscaron ropa vieja de cuando él era más joven, casi un adolescente. Le dio instrucciones de cómo vestirse, salió de su habitación para esperarla.

Cuando ella salió él se quedó anonadado. Se veía completamente distinta, ya no tenía su porte y elegancia, pero para él era igualmente hermosa. Mirándola de lejos y con el simpático sombrero parecía un hombre pequeño. Los dos rieron al ver la transformación de la fémina.

—Siempre quise ver que se sentía besar a un hombre —dijo Octavio divertido besándola apasionadamente.

Empezaron las clases de equitación, cada vez se alejaban más de la hacienda.  Las clases no duraron mucho, comenzaron a corretearse por el campo, como si fueran unos niños. Se dejaban caer en el lodo y a Julieta no le importó que se le estropearan las uñas.

Entre besos, juegos y exclamaciones estaban rompiendo las reglas que imponía la sociedad. ¡Pero se sentían tan bien! Al poco rato, sus ropas estaban desacomodas, ya no parecían dos jóvenes de la alta sociedad. Dejaron a Plateado descansar sin la silla, mientras ellos comían frutos silvestres. 

—¡A que no me alcanzas! —retó la muchacha a su novio. Él aceptó, no tardo en alcanzarla. Rodaron por el suelo. Sin dejar de besarse

—Como puede ser que el joven Octavio se esté besando con un hombre.

El susodicho levantó la cabeza. Vio a una caravana que pasaba por un camino cercano. Muerto de la risa movió la cabeza en señal de saludo, sin dejar que vieran la cara de “su hombre”, no quería exponerla a un acto bochornoso.  Evidentemente por las ropas confundieron a Julieta. Cuando el grupo se alejó los dos rieron, corrieron de nuevo al caballo y se alejaron.

¡Lo que pensaran los demás les importaba poco.

Hacía unas horas que la oscuridad cayó cuando los jóvenes llegaron a la hacienda. Los otros dos esperaban  desesperados.

—Debieron avisar a donde iban—reclamó el profesor.

—Tranquilo. Solo fuimos de paseo.

—Hermana, te ves ridícula con esa ropa. Además estas sucia y despeinada—Reclamó Reyna quien estaba acostumbrada a ser el centro de atención de sus papás y le dolía que su hermana últimamente no la buscara tanto.

—Sí, lo sé —Rio Julieta—, ¡Y se siente tan bien! Que no dudo en hacerlo más seguido. Voy a cambiarme y bajo a acompañarlos. —dijo mientras se dirigía a su habitación. Todos la vieron irse. Una estaba enojada, otro sorprendido, y el último, feliz por lo que acababa de pasar.

—Creí que tenías muchas ganas de hablar conmigo. —dijo Danael un poco irritado a Octavio, comenzaba a cansarle la actitud de superioridad que tomaba su amigo.

—Pero tenía más ganas de estar con mi novia —dijo el abogado, quien no disimulaba su alegría—. Esperare a Julieta, cenaremos juntos y después iré a charlar contigo.

—No creo poder, ahora soy yo el que quiero estar con Reyna.

—Te aseguro que tú también estuviste toda la tarde con ella.

—Sí, pero la estaba curando. En cambio tú, no sé dónde estabas con “ella”— dijo sarcástico, pero bajando la voz—. Al ver sus ropas,  creo que, incluso, la estas corrompiendo.

—Piensa lo que quieras. —dijo Octavio con la gravedad que el asunto suponía—. Pero te aseguro que la respeto y cuido como lo más importante de mi vida.

—Últimamente has cambiado mucho

—Tú igual.

Los dos jóvenes se vieron con cierto recelo. Uno disfrutaba del sabor de la libertad y el poder. Mientras que el otro, comenzaba a comprender los limitantes que la ausencia de Miguel Ángel le imponía. Se dio cuenta que lo extrañaba más de lo que pensaba.

—Te espero mañana a primera hora en mi despacho. —dijo por fin el abogado,

El profesor no dijo nada, por primera vez en mucho tiempo estar frente a su amigo lo hacía sentirse como un simple peón.

—No se peleen —dijo Reyna, quien aunque no escuchó la plática comprendió la tensión en ambos—. Siempre han sido buenos amigos.

 

***—**.**—***

 

A la mañana siguiente los dos jóvenes decidieron hacer las paces, tenían un rival que vencer en común: Rafael Quintero.

—Que irónico, que nos peleemos, con nuestro suegro —Octavio rio con gravedad:

—Nos metimos en la boca del lobo, tenemos que ser mucho más cautelosos. ¿Tú crees que haga algo contra nosotros o sus hijas?

—Contra nosotros no creo, por el peso que conlleva ser amigo de mi padre. Pero se siente con poder sobre sus hijas. Es muy cobarde, no dudemos que actuara sobre ellas.

La conversación giró en torno de su molesto suegro. No podían concretar un plan. Danael decía que lo mejor era adelantarse. Mientras que Octavio creía que lo mas adecuado era la contra defensa. Estaba seguro que si hablaba con su papá vería más puntos débiles del empresario.

—Recuerda que el doctor Miguel nos ha dejado muy en claro, que en estos momentos no puede atendernos —Recalcó el antiguo profesor—.  Dice que atiende un caso muy importante que roba toda su atención.

—Entonces debo centrarme de lleno a las leyes.

Lo cierto era que estas no estaban muy claras en lo referente a la violencia doméstica. Desgraciadamente era algo común. Si Octavio quería ganar debería buscar motivos de más peso. Algo que atacara negativamente al cacique. Pero para eso necesitaba pruebas. Si no las conseguía con Miguel, si lo lograría con Salvador, o… ir a la hacienda “Quintero”. Aunque parecía más peligroso, podía dar más resultados. 

Danael estaba muy serio, apoyó las manos sobre el escritorio, comprendía lo que su amigo decía. Pero eso no hacía más que abrir viejas heridas. Octavio ajeno a su pesar preguntaba una y otra vez sus pormenores  en la casa de los Quintero.

—Creo que estas exagerando— dijo por fin el más joven de los muchachos—, No creo que Rafael haga nada.

—No sabes de lo que es capaz . Ayer estaba furioso, quiso golpear a su hija en mi propia casa. Imagínate lo que hará si consigue llevársela.

—Pero ellas no se quieren ir. Contra eso no puede luchar. Imagino que no les negaras el hogar a ninguna de ellas.

—Eso no lo dudes. Julieta y Reyna pueden estar en mi casa todo el tiempo que deseen. —Mantuvo su vista fija en su interlocutor—. Ten cuidado  como te comportes.  Con tus actitudes, como la de ayer,  te comportas como un cobarde.  Te hizo falta más  carácter para enfrentar a Rafael —Quitó el título de “don” pues ya le había perdido el respeto.

—No soy ningún cobarde— Danael intentó guardar la calma—. Pero no me gusta la violencia. Si empleaba la fuerza bruta hubiera perdido irremediablemente a Reyna. Además, sé exactamente de qué es capaz. Pues yo lo viví

—¿Cómo?

—Mi mamá y yo trabajamos con él. Era abusivo y cruel con todos. ¿Recuerdas los instrumentos que vimos aquel día en la bodega del jardín? Muchos de esos yo los padecí.

Octavio abrió desmesuradamente los ojos ante lo que acababa de escuchar. Eso era, tal vez, lo que estaba buscando. Si era verdad lo que decía, Se comportaba más como un esclavista que como un patrón.

Continuaron hablando un rato de Rafael y sus abusos como empresario. Pero después Danael desvió un poco la plática:

—Debemos hacer algo para poder ayudar a los más desprotegidos, alguna especie de grupo o de asociación. De esta manera será más fácil proteger a gente más vulnerable, como Reyna.  Esta nueva manera de gobernar apenas está empezando —dijo Danael.

—Sí, eso es muy factible, para eso tendremos que trabajar juntos. Ya pensaremos en ello. —Octavio sonrió por lo bueno que le pareció la propuesta—. Te propongo que escribas tu propuesta, me la hagas llegar y ya veremos que hacer.

—Sí claro… pero… ¿Qué tan ilegal es que vayamos a la hacienda de Rafael a investigar un poco?

—Seria invasión a la propiedad ajena, a menos que vayamos con un miembro de su familia —dijo Octavio sin entender

—Me gustaría ir a ese lugar. Tengo que descubrir algunas cosas.

—No creo que sea una buena idea. Si vas con Reyna puedes comprometerla seriamente. En cuanto a Julieta no permitiré que la lleves ¿Qué es lo que quieres ver?

—Creo que ya sé lo que podemos investigar. A muchos de sus empleados los golpeaba por cualquier cosa. Además de que cometió diversos abusos contra muchas de sus empleadas. Ya te has de imaginar cuales. —Danael guardó silencio, mientras recordaba todo—: No estoy muy seguro. Pero creo que uno de los motivos por el que mi mamá se salió fue porque él… quiso propasarse… con ella —tomó aire—. Obviamente ella no se dejó.

El hecho de mencionar a Soledad. Hizo que los dos guardaran silencio. Estaban casi seguros de que ella  fue amante de Miguel Ángel.

—Tenemos, que hablar de Ella. —dijo Octavio bastante incómodo. Pero no sabía que más decir—. Alguien me dijo que ellos estuvieron juntos incluso antes que nuestros padres.

—Eso… significa que podemos… ser hermanos.

—¡No lo somos! —Rugió Octavio, saliéndose de inmediato del lugar. Esa idea le parecía asquerosa.

Necesitaba estar solo, necesitaba pensar y poner en orden sus ideas.

 

***—**.**—***

 

Reyna llevaba varios días que ya no usaba su bastón. Le gustaba sentirse libre. Un espíritu de aventura e independencia comenzaba a nacer en ella. No al punto de su hermana, pero si le gustaba la nueva faceta que estaba mostrando.

En ese momento no transitaba por la hacienda de Miguel, sino por un lugar muy conocido: triste, pero a la vez alegre. Caminar por la antigua hacienda de su papá nunca fue tan doloroso. Se sentó en su cama, palpó ese viejo y polvoriento colchón. Danael solo la miraba, en  ese momento su cara era un poema.

¿Qué hubiera pasado si se hubieran conocido antes? ¿Qué hubiera pasado si él fuera rico, o ella pobre? Danael sentía una mezcla agridulce estar ahí. Ya no era un jornalero, pero seguía dependiendo de él. Tenía que buscar una nueva fuente de ingresos. Porque estaba claro que ya no podría trabajar para ellos.

—No deberíamos, estar aquí, no sé porque me deje convencer por ti. —dijo mirando a su novia.

—Yo sé por qué, porque me amas. —La muchacha rio, abrazó a su novio se dieron un profundo beso en los labios, largo, profundo y muy pasional.

Las manos de él recorrieron toda su espalda, la pasión surgió. Ya no era época de pensar, solo de dejarse llevar. Besó su cuello, mientras su cuerpo se unía al de ella.

—Quisiera estar contigo siempre.

—Y yo contigo.

Sus manos surcaban espacios cada vez más prohibidos. Ella se dejaba hacer, si su hermana, como ella creía, había intimado con su novio, ella también podría hacerlo. La ropa comenzó a desaparecer, inexpertos en los campos del amor, descubrían por primera vez la piel uno del otro.

La habitación de la infancia de Reyna destilaba un aroma diferente, la cama cobijaba a una niña que se estaba haciendo mujer. El cuerpo desnudo de la jovencita se movía al son del amor y la pasión.

Danael no dejaba de besarla y acariciarla,  por primera vez disfrutaba de las mieles del amor, quería darle y darse todo el placer posible. 

Besaba con ahínco el cuerpo delgado de su pareja. Eran tantas las ansias de poseerla y de que fueran uno del otro, que no pensaba en las consecuencias. Lo importante era vivir el ahora.

Por fin, el momento culminante llegó, ya no eran vírgenes, ya no eran él y ella, era un solo ser. Entre besos y jadeos se juraron amor eterno.

—¿Y ahora que pasara? —preguntó ella nerviosa a su novio. Estaban recostados en esa vieja cama, desnudos, enamorados, y cubiertos de fluidos. Pero poco a poco comenzaban a darse cuenta de su realidad.

—Nos casaremos, de ser posible en estos días. Quiero darte el lugar que te mereces —dijo Danael decidido

—Sí, pero mi papá se opondrá. Eso has de saberlo

—¿A ti te importa? Porque a mí no.

—¡Claro que no! Lo que más deseo en la vida es casarme contigo.

Él le besó la frente:

—No esperemos más, podemos ir con el párroco y ser marido y mujer

—¿Dónde viviremos?

Esa pregunta cayó como balde de agua fría a Danael. En ese momento reparó en todo lo que eso conllevaba, enmudeció, la diferencia de los estatus sociales era demasiada. Por si fuera poco no tenía los recursos económicos para darle los lujos a los que ella estaba acostumbrada.

¿Si se casaba con ella en su estado actual, la llevaría a la ruina? Recordó la difícil situación de su madre y él cuando estaban en la pobreza, cuando no tenían que comer. No quería nada de eso para ella.

En esos momentos se encontraba sin empleo ¿Qué haría? Comenzaba a sentirse inmerecedor de ella

¡Un ser despreciable!

Deshonró a la mujer que amaba y no tenía nada que ofrecerle. Se rascó la cabeza Le prometió al doctor Miguel Ángel respetarla, a cambio él le ayudaría a subir de posición social y casarse con ella, bajo las tres leyes. Pero ahora todo había cambiado.

Reyna lo miró asustada ¿Acaso se estaba arrepintiendo? Miró la marca de su virginidad perdida, ella también se sintió mal.

—¿Dani, que pasa?

Él no supo que responder.

 

***—**.**—***

 

©Alejandrina Arias (Athenea IntheNight)

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