Nuevos relatos publicados: 9

Caminando En Las Nubes: Verdades Escondidas.

  • 15
  • 7.108
  • 9,59 (39 Val.)
  • 0

Caminando En Las Nubes

Capitulo IX: Verdades Escondidas.

 

Danael López se vistió desganado, no recordaba lo que le dijo a Reyna. Ya estaba cansado de sentirse un perdedor, de depender siempre de los Rivera ¿Había algo que pudiera hacer por sí mismo? No era fácil tratar de asimilar la idea de que su madre con otro hombre.

¿Acaso era un cobarde como le dijo Octavio?

Dejo a su novia dormida,  caminó por la hacienda. No sabía a ciencia cierta a donde se dirigía, parecía más un robot caminando en automático que otra cosa. La hacienda que en su tiempo era bonita a él le parecía casi en ruinas. Llegó a los campos de trigo, estaban secos, viejos y descuidados. 

Un viejecillo se acercó sin que él se diera cuenta:

—¿Estas bien? —era Don Salvador, quien le hablaba. Danael no se movió.

—No, no estoy bien. A veces creo que todo me sale mal. No tengo nada que sea realmente mío y cometo error tras error.

—Sé a lo que te refieres, te vi entrar con La señorita Reyna, imagino el conflicto emocional que enfrentas. Mira esto, no tenía pensado hacerlo, pero creo que te hará mucho bien leerlo. 

—¿Qué es?

Le enseño un viejo papel roído, el antiguo maestro lo enderezó con cuidado. Eran las escrituras de la hacienda 

—No sé porque tenga que verla. Me sorprende que tenga un documento tan importante.

— Cuando lo leas no te sorprenderás. Hazme caso, no todo lo que te pasa es malo. No es el original, solo es una copia. 

El muchacho la leyó con interés. Estaba a nombre de Miguel Ángel Rivera. Miró al anciano con desprecio

—no hay nada interesante, ahora sé porque no está en el abandono. Pero no es a mí a quien debe dársela.

—Definitivamente no lo has leído Estas cayendo en el error de la soberbia y la autocompasión. Bueno dejémoslo así. Ahora sabes que puedes estar en este lugar sin preocuparte. 

—A veces el doctor Miguel me cae mal. —digo sin prestar atención a lo que decía. Miró el horizonte, el azul del cielo era intenso, y las nubes anidaban en las montañas.

—Sí, lo odias desde que sabes lo de él y tu madre. No entiendo tus prejuicios, pero en fin. Eres tú y te estas lastimando por placer. Si supieras lo que él ha hecho por ti y por ella, no le tendrías más que gratitud.  Pero en fin tú ahora piensas como un macho.

—Tampoco tiene porque agredir

—Con tu manera de pensar te estas agrediendo tú solo. Continúa leyendo.

Así lo hizo el joven profesor. Había una clausula donde decía que a la muerte de Miguel Ángel Rivera la hacienda sería propiedad de Danael López. ¿Suya, acaso leyó bien? 

Volvió a leer, los músculos de las piernas se le aflojaron, nunca espero ni en sueños que algo así le pasara 

—¿Por qué?

—No lo sé, eso debes de preguntarle a él.  

—No puedo aceptarlo… no me pertenece.

—Un orgullo mal encausado te llevara a la ruina. Miguel Ángel cometió el error de no hablar contigo a tiempo. ¡Que no te da cuenta que si te sabes mover tienes todo por ganar!

Algo se removió dentro de él. Era hora de dejar de tener miedo y vivir en la mediocridad.

Danael se quedó pensando unos minutos. Tal vez era hora de abrir los ojos. De dejar atrás el miedo en el que se vio sometido a la partida de su madre. Sobre todo era hora de hablar con el doctor Rivera., él era la clave para descubrir muchas cosas.

Se despidió de salvador y fue a buscar a Reyna.

 

***—**.**—***

 

El doctor Miguel Ángel Rivera Llegó a su casa para darse un baño y comer algo pesado. Era un ser humano y también tenía necesidades básicas. Desde que regreso a la Ciudad de México, su vida transcurría en el hospital y pocos minutos en su casa, a la que iba solo para asearse y comer un poco.

Su mayordomo después de saludarlo le comunico que Rafael Quintero fue a buscarlo. Estaba molesto. Él medico solo encogió los hombros, ya estaba harto de que el empresario lo buscara por cualquier nimiedad.

—Ya iré a buscarlo luego. Si vuelve a venir dile que estoy muy ocupado, que pronto tendrá noticias mías.

Se quitó su saco, sus zapatos, quedando solo con ropa interior.  Dispuso de su cena.

—Estoy pensando en la posibilidad de irme del país —dijo a Horacio, su mayordomo, quien estaba cerca de él.

—Pero… ¿Y Octavio, y Danael?

—Ya se saben cuidar solos.

—Al menos usted ya no estará tan solo. La señora Soledad ya está mejor  —

—Ya no estoy solo —Sonrió al recordarla—. Pronto la traeré conmigo.

Estaba sorbiendo su café cuando su sirviente le mostró un telegrama:

—Esperé a que estuviera más tranquilo, para enseñarle esto. 

 Al ver que era de parte de Octavio lo abrió con rapidez.

“Necesito hablar urgente contigo”

Miró fijamente el mensaje. Fue hasta su teléfono ¡Cómo le hubiera gustado llamar a su hijo! Pero la línea telefónica no llegaba hasta aquel lugar. Escribió un telegrama, proponiendo que se fuera a su casa. Hablarían de lo que él quisiera.  

Aunque Miguel, percibía alarmado a su hijo, algo dentro de él le decía que la situación no era tan desesperante. Pero, podía confiar en sus impresiones, o ¿se encontraba aletargado por soledad?

Le dio la orden a su sirviente que llevara su respuesta, al día siguiente a primera hora. Se dio un baño y se regresó al hospital, para pasar la noche en el cuarto de “ella”, como siempre.

 

***—**.**—***

 

Sus pensamientos se vieron disparados cuando Constanza Quintero entró a su consultorio. Desde hace tiempo que no estaba cómodo con esa mujer, pero por educación nunca lo expresó. Esbozó una pequeña sonrisa y la invitó a entrar.

—Miguel, mi esposo te ha estado buscando afanosamente y ahora yo. Tenemos algo muy importante que decirte 

—¿Qué sucede? —La miró intentando adivinar si de verdad había algo importante o solo era algo sin importancia.

—Eh… Ay. No sé cómo decirlo, pero Rafael está muy molesto. Parece que Octavio y tu protegido han propasado sus límites. Incluso, dice que uno de ellos lo golpeó.

Miguel Ángel no daba crédito a lo que escuchaba, la miró con incredulidad. Bien sabía que a veces su consuegro era exagerado. Pensó en que los cuatro jóvenes que estaban solos. ¿Acaso se habrían propasado? De ser así ¿Cómo? 

—Iré en cuanto pueda a la hacienda a hablar con los muchachos.

—Miguel no creo que eso sea suficiente. Rafael asegura que ellos secuestraron  a mis hijas

—Eso es imposible —dijo Miguel Ángel, frunciendo el ceño—. Serían incapaces. Los conozco muy bien.

—Solo quiero que mis hijas vuelvan a mi casa.

Constanza quería llorar. Miguel Ángel se agarró la cabeza pensando en lo que se avecinaba. Lo peor era que no podía, no quería, dejar el hospital. 

—Miguel, tú siempre nos has protegido. Te suplico que me ayudes. 

La mujer se paró de su asiento, se acercó al doctor tomándolo del hombro:

—Estoy muy desesperada. No creo a Octavio capaz de hacer nada, aunque de Danael no sé qué decirte. Y por otra parte mi esposo se desquito ayer conmigo. Se recargó en el pecho del médico, quien ya se había parado. 

—No te preocupes, —Se separó de ella—. A la brevedad hablaré con Octavio, Te prometo que todo se arreglara. Te recetare unos calmantes para que estés mejor

 

** **

 

La mujer dio unos sorbos a su te que trajo la enfermera. Ninguno de los dos decía nada. Miguel Ángel revisaba el estado clínico de Soledad. Sabía que Constanza nunca entendería los estudios, así que con tranquilidad, hacía su trabajo.

Por su parte la mujer lo miraba atentamente, llevaba mucho tiempo interesada en él. Alguna vez insinuó algo, pero él no pareció darse cuenta de nada. Comprendía que si no daba el primer paso, él nunca le prestaría atención.

—has estado mucho tiempo solo, creo que necesitas a una mujer… si yo pudiera… yo…

—No te preocupes. Estoy muy bien —evidentemente, según su propio razonamiento no podía hablar de Soledad, aun.

Pero la mujer no podía quedarse callada. No fácil tendría una oportunidad así. 

—Miguel, necesito hablarte de mí. Rafael hace mucho que no me trata con su pareja. Necesito….  

—¡Tengo salir a ver a unos pacientes!

Pero la esposa de su amigo, parecía no entenderle. Estaba parada justo delante de él. Comenzó a hablarle de cosas muy personales, se acercó a él, Miguel dios dos pasos atrás. No tenía mucha experiencia en ese tipo de situaciones. La mujer terminó acorralando al médico en una esquina del consultorio. Llevada por la tristeza recargó su cabeza en el pecho del objeto de su deseo, pero este se alejó molesto.

—¡Constanza ya para!

—Miguel Ángel, si tu pudieras ayudarme.

—Yo no puedo pero Silvano sí… —dijo recordando al joven amante de esta.

—No, él no…

—No finjas que yo no te delatare. Desde hace tiempo sé de tus andanzas con él y lo que pretendes conmigo. Pero yo no te correspondo. 

—¿Por qué no? Estas tú solo, y yo… me siento tan sola. Rafael nunca me hace caso y… Silvano es solo una distracción.

“Creí que eras más seria” Estuvo a  punto de decírselo, pero por respeto guardó silencio

—Lo siento, yo no estoy interesado en andar contigo. —Volteo hacia la puerta—. ¡Sonia!—gritó a su secretaria—. La señora ya se va. 

El doctor se alejó a toda prisa, tal vez fue muy duro con ella. Pero no le dejo otro camino. Se refugió en el cuarto que tenía destinado a la mujer que él amaba. Que diferente era lo que ella le inspiraba. A pesar de estar en  un triste cuarto de hospital, lo sentía como un remanso de tranquilidad. Le habló a su “paciente” con dulzura. Era una conversación propia de un hombre enamorado en donde la hacía participe de sus quehaceres diarios. Tal vez estaba loco. O quizás era lo más cuerdo que pudiera hacer. Lo importante es que en ese momento estaba tranquilo.  

En ese momento aun dormía. Besó su frente y ella abrió los ojos. Las lágrimas del médico brotaron, hincado besó la mano de la mujer que amaba.

 

***—**.**—***

 

Los cuatro muchachos llegaron a la lujosa casa del médico. Danael al principio fue reticente de verlo. Pero ahí estaba. Miguel Ángel los esperaba con una lluvia de sentimientos encontrados. Hace un rato que habló con Rafael, prometió que se encargaría de todos y llevaría a sus hijas.

Miguel Ángel no pudo evitar sorprenderse de ver a Reyna caminar por sí misma, fue la primera en “correr” y abrazarlo. Saludó cortésmente a Danael y Octavio, después de Julieta. Pero el saludo de ella fue más frio y formal. El dueño de la mansión le sonrió. Ignoraba el porqué de la frialdad de la chica, pero ya se había acostumbrado.

Después de la cena Miguel Ángel invitó a Octavio a hablar. Tenían muchas cosas que decirse. Miguel no era muy intuitivo, pero era observador. Adivinaba que algo había pasado entre Reyna y Danael. Su actitud era diferente a como los recordaba. En cambio pudo ver que Julieta y Octavio estaban mucho más unidos.

—Octavio, explícame que pasó exactamente con Rafael. Desde hace días que él y su esposa me han estado buscando. Hoy por la mañana Constanza habló muy angustiada conmigo en el hospital. De hecho, no dudo que ya hayan iniciado las murmuraciones —Pidió el médico, una vez que estuvieron solos.

—Lo que pasa es que el señor, ese, se enojó porque vio a Danael besando a Reyna. Se dieron de palabras. Intento golpearla y ahí fue cuando intervine. Violencia de ese tipo, no podría soportarla

—Respétalo, no olvides que es el padre de…

—Lo sé, pero eso no le da derecho a maltratar a una persona lisiada

—¡No te expreses así!

—No es falta de respeto. Es lo que ella es.

—De acuerdo, solo no lo digas a Ellos, en cuanto a Rafael, mañana tendré que buscarlo. Ya veré de qué manera aplaco su ira. Lo difícil es poner a Danael como un pretendiente digno para su hija.

—Solo por favor… —se adelantó Octavio— No permitas que se las lleve. 

—Son sus hijas. Tiene todo el derecho. 

—Pero ellas son mayores de edad, si no quieren no puede obligarlas. He descubierto que Rafael es muy cruel, no quiero que las lastime

—¿Estás seguro de lo que estás hablando? ¿No exageras?

—Sí, yo mismo lo presencie. De hecho tengo algunas pruebas, cuando quieras te las muestro.

—Pones las cosas muy difíciles, pero puede ser que tengas razón. Necesito pensar bien las cosas. Por lo pronto muéstramelas.

Octavio asintió.

 

***—**.**—***

 

Constanza estaba desesperada, ya no era suficiente para ella estar con Silvano, su amante. Necesitaba algo más. Desde hace años que deseaba a Miguel Ángel. No solo era su carácter, era su poder, su dinero ¡su manera de tratarla! 

Tenía claro que no estaba enamorada, pero deseaba con todas sus fuerzas tener un hombre como él.

Salió del hospital muy decepcionada. Ese rechazo no lo podía olvidar. Aunque ese hombre no era muy delgado, su estatura era más bien alta, y el cabello ya comenzaba a caerse, era mucho más guapo que su esposo, que no solo era corto de estatura. Sino que era obeso y se le había caído casi todo su cabello. 

Fue a buscar a su amante. Le dio un beso muy pasional. En pocos minutos la ropa estaba tirada al suelo, su piel sudada y con la adrenalina a mil por hora.  

—Te amo —susurró Silvano mientras clavaba sus uñas en la espalda.

Sus besos eran ardientes, incluso marcaba sus dientes en la morena piel de su amante. Los movimientos de su pelvis en ese momento eran ya muy intensos.

Tener las piernas alrededor de él era sumamente erótico, las embestidas eran con mucha fuerza y en esos pocos momentos se podía decir que ella era feliz. Aunque minutos después viviera ese vacío de nuevo.

 

***—**.**—***

 

El medico pasó muy mal la noche, la mujer que él amaba había despertado. Pero no podía pensar solo en ella. Pero, si no actuaba de manera correcta la felicidad de sus hijos estaba en riesgo. Debía de actuar con cuidado.

—¡problemas, problemas y más problemas!

Danael estaba muy arisco con él, no paso ni una noche con ellos, prefería estar en su pequeña vivienda. El doctor comprendía su rechazo, lo peor es que no sabía cómo hablar con él. Por si fuera poco, era muy egoísta para decirle que su mamá había despertado.

En realidad lo que temía era que él se la llevara consigo. 

Sin embargo debía de pensar en el bienestar de su “hijo”. Debía presentarlo a los ojos de Rafael como un pretendiente digno de Reyna. Por otro lado no podía olvidar la madures Octavio al decir:

“la violencia no está  permitida bajo ningún concepto”

A la mañana siguiente desayunó apresuradamente, estaba ansioso por ir al hospital. Pero primero tenía que buscar a Rafael, sería una entrevista muy desagradable, pero tenía que hacerlo. A la distancia, Julieta lo miraba, disimulaba al leer un libro.

Cuando estaba por salir, la muchacha de risos castaños lo alcanzó.

—Doctor — lo llamó tímidamente 

—¿Qué pasa?

—Sé que va a hablar con mi papá, tenga mucho cuidado…

—Claro que lo tendré. No te preocupes, no dejare de cuidar a tu hermana y a ti.

—No… no lo digo por nosotras —Por sus movimientos y tono de voz, se veía que estaba nerviosa e incómoda. Parecía que quería decir algo difícil, pero a la  vez importante. 

—¿Qué pasa? Te noto inquieta.

—Tengo que decirle algo que tal vez le interese, lo encontré en mi casa. No… tiene ningún nombre, pero creo que es importante que usted lo vea.

—Puedes mostrarlo cuando regrese. Yo…

—No, es mejor ahora.

Miguel Ángel la miró inquieta, arrastraba sus palabras por el miedo.

—Explícame 

—Bueno… Mi papá… no es tan benévolo, como se cree… Sinceramente yo no quiero volver con él.

—¿Por qué lo dices? Eres su hija, de ninguna manera puede hacerte daño.

—…Venga… 

Fueron hasta el cuarto de la muchacha, entre unas sábanas, sacó un dibujo, un tanto viejo y manchado. Ahí se apreciaba a un hombre con las señas del progenitor de Julieta, golpeando con un látigo, al parecer una mujer. Estaba encadenada. No se podía apreciar bien más detalles, por lo desgastado del mismo. 

—Yo creo que alguien expresó su miedo con este dibujo. —dijo Julieta

—Sí, pero no es prueba contundente de nada. Además que lo pudo haber dibujado cualquiera. 

—Sí, pero estaba guardada en uno de los cuartos de los empleados. Tengo mucho tiempo con este dibujo y ya no puedo guardar silencio. Ver lo que mi papá le hizo a Reyna y todo lo que guardaba en aquella bodega junto al jardín me ha hecho abril los ojos.

—Julieta yo…

—este dibujo quiere decir algo, y temo de ello.

—Tal vez era solo un dibujo, creo que exageras un poco —insistió el médico.

— Créame, yo sé de dibujo y pintura. No creo que haya sido solo por placer, quiere decir algo más.

Miguel miró con atención el papel, el estilo de los trazos, le recordaron a una persona que él conoció muy bien. Una mezcla de ira y desprecio se apoderaron de él. Pero no tenía pruebas de nada, ni siquiera estaba seguro.

—¿Sabes de quién es, tienes más? 

—…No… es el único. Creo que tengo que hablar con usted de más cosas. Pero no puede ser ahora.

La joven pasó de la desesperación a la tristeza. Pero no había tiempo de seguir hablando. 

—Julieta tenemos que seguir hablando. Pero será después. Y no temas nada. Veré qué puedo hacer.

—Por favor.

Miguel se dirigió a su entrevista visiblemente nervioso. No sabía exactamente cómo enfrentarlo. 

 

***—**.**—***

 

©Alejandrina Arias (Athenea IntheNight)

Gracias de antemano por sus lecturas comentarios y/o Criticas. Son todas bienvenidas

Aleyxen

 

Facebook: https://www.facebook.com/atheneaenlanoche

URL: http://atheneainthenight.blogspot.mx/

Twitter: https://twitter.com/alixelissabath

Correo e: [email protected]

(9,59)