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Una tarde humeda

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Una tarde cualquiera se convirtió en una tarde húmeda y muy candente sin imaginarlo, una simple platica se lleno de lujuria, un simple beso nos convirtió en fuego. Ella sabía lo que hacia, tocó mi pene, lo acarició, nos encontramos muy bien. Nuestros cuerpos se transformaban, éramos dos desconocidos que queríamos más, desabroché su pantalón y lo baje suavemente, con la intriga de el sabor que encontraría ahí, me dí cuenta de que  traía con ella una tanga roja diminuta muy sexy, no dejaba imaginación, se podía observar casi todo. Deslicé mis manos hacia sus nalgas, sentía su calor en la piel, ella apretó mi pene con fuerza y me susurro al oído con esa voz suave  y a la vez sucia: “vámos a la sala”.

Llegando a la sala era mucho su fuego desabrochó mi pantalón y con agilidad dejó al descubierto mi pene, lo miró como si fuera aquella paleta de la infancia y empezó a degustar, lo lamía como si no quisiera que se acabara aquel caramelo. Me prendí demasiado y disfrutaba con ella de esa sensación tal deliciosa, sin embargo, quería que ella sintiera lo mismo que yo. La acosté en el sillón, bajé poco a poco su pantalón, e hice a un lado su tanguita con mi lengua, me dí cuenta que me encontraba frente a su hermosa vagina húmeda, cálida y suave, justo como me la imaginé, solo quería hacerla sudar y sentir. Comencé a rozar su clitoris en círculos y ella simplemente se movía de placer tocando sus senos, su cuerpo brillaba y sudaba un vaho delicioso. Puse mi lengua firme y la metí como si fuera un pene entre sus labios vaginales, veía como le encantaba y gemía. Tomó mi cabeza y la apretó entre su entrepierna un poco nerviosa, seguimos disfrutando de ese momento tan húmedo, ella estaba a punto de terminar, podía sentirlo, podía olerlo, su cara reflejaba mucho placer. En ese momento me dijo que parara, quería ser penetrada.

Ella solo hacia gemidos silenciosos, su cara lo decía todo. Una vez dentro mi pene, comenzó a moverse demasiado, se veía que lo gozaba y a mi me encantaba, no quería que eso acabara nunca. Tomé sus piernas, las bese, y las puse sobre mis hombros, disfrute de ella ya k soy un hombre muy visual y la vista en esa posición era perfecta, me encantó verla desnuda y ver su cara de placer, yo estaba apunto de terminar, ella temblaba y transpiraba una aroma extrasensorial, sus manos arañaban mis brazos, aceleré el ritmo con que entraba mi pene y me vine dentro de ella. Fue una sensación de placer infinito que los dos sentimos ala vez.

Nos acariciamos hasta que secó nuestro sudor y nos besamos para culminar ese momento tan húmedo, antes de que llegara su esposo.

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