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Velada y revelada

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La velada transcurría con mucha alegría, Nemesio había estado animándola con su guitarra y su canto. Él quiso obsequiarle a mi esposo, su amigo Saúl, un rato de esparcimiento pues el trabajo que mi esposo desarrolló durante el mes fue arduo y Nemesio fue uno de los principales beneficiados. Lo que el artista no esperaba era el trato más que amable que yo le daba, y se notaba que yo le resultaba atractiva con mi complexión fina, excepto el pecho que contrastaba pues sin ser excesivo, de copa C, iba muy bien a mi figura de piel morena clara, mi cara que daba cuenta de una persona jovial enmarcada por mi cabello negro y lacio. Mi alegría y coquetería crecían al escuchar complacida las canciones que yo solicitaba, al igual que se incrementaba la intensidad del perfume que mi piel emanaba y en cada nueva petición que le hacía disminuía más la distancia que tenía con el canta autor y poco a poco yo prolongaba más el contacto de mi mano sobre su hombro, el brazo o la pierna de Nemesio, mi intención era clara...

Parecía que el tintineo y el ritmo de mi risa inyectaban más sangre a los deseos de Nemesio, yo notaba que crecían cuando él acomodaba la guitarra para ocultar el bulto que la cercanía y mis gestos le producían. Yo estaba desplegando mis encantos para seducirlo, y ¡en presencia de mi marido! a quien seguramente tampoco le pasaba desapercibida mi conducta.

La velada transcurrió sin llegar a más, tres o cuatro horas después de satisfacer las peticiones, Nemesio terminó de cantar y departimos platicando de todo tipo de asuntos. Yo me encontraba entre Nemesio y Saúl y por la posición que obligaba la charla, era frecuente que mi rodilla derecha estuviera en contacto con la del cantante. Saúl se disculpó para ir al baño y se levantó. Esta ausencia fue aprovechada por Nemesio quien me besó en la mejilla, pasándome el brazo por la espalda. ¡Al fin lo tenía ya!, así que completé el abrazo y le ofrecí mi boca. Nos besamos y acariciamos con lujuria. Él me apretó dulcemente el pecho y yo le correspondí con unos apretones sobre el pantalón haciendo que el pene se erigiera al máximo. Sin embargo, debimos separarnos al escuchar el ruido del retrete.

Al poco tiempo, decidimos terminar la velada y Nemesio se retiró sin olvidar despedirse de mí con un beso en la mejilla, diciéndome en voz baja “Te hablo después”, respondiéndole yo afirmativamente con la cabeza y lanzándole una promisoria sonrisa que dejaba ver la emoción con la que esperaría su llamada. Pasó una semana antes de que, a la hora en que Saúl se encontraba en el trabajo y los hijos en la escuela, yo recibiera la esperada llamada telefónica.

—¡Hola!, creí que ya habías olvidado que dejamos algo pendiente... —le dije después de las identificaciones de rigor.

—¡Qué se me va a olvidar! Cada noche de la semana me ha costado conciliar el sueño, me pongo inquieto al recordar tus besos y las caricias que nos dimos. Pero eso ha motivado que mis sueños sean deliciosos —me contestó.

—¡¿De verdad?! ¿Qué sueñas? —pregunté emocionada.

—Obvio es que sueño contigo, pero me gustaría mostrarte, de bulto, lo que he soñado... —me dijo sin ambages.

—Ja, ja, ja. Se escucha muy atractivo, ¿lo es? Aunque si te refieres al bulto que acaricié sobre el pantalón, ciertamente es prometedor —le dije derrochando un tono con deseo.

—A mi boca, lo que le parece promisorio es el par de bellezas que tuve en mis manos —aseguró confirmándome lo que yo sabía que él quería y le atrajo más.

—¡Uy!, ya no sigas, porque siento muchas cosas: calor, humedad y lascivia... —dije mostrándole mi calentura.

—No hay nadie más en tu casa, ¿verdad? —afirmó Nemesio ante las respuestas desinhibidas que yo le daba.

—No, sólo está la sirvienta, pero se encarga ahorita de la cocina —expliqué.

—Mira, no te había llamado antes pues me obligué a hacer una canción antes de llamarte.

—¡Vaya!, eres muy disciplinado en tu trabajo... — le expresé mostrando cierto desencanto.

—No soy tanto como tú crees, más bien, quise hacerte una canción desde que llegué a mi casa, aún con tu sabor en mi boca —confesó sorprendiéndome.

—¿De verdad hiciste una canción para mí? —pregunté muy emocionada.

—No precisamente... —respondió volviéndome a bajar de la nube.

—Bueno, espero que alguna vez lo hagas, me sentiré muy halagada —manifesté con un poco de frialdad.

—No, tontita, no te pongas así. ¡Te hice tres! —contestó Nemesio jocosamente.

—¿Y por qué no me hablaste cuando terminaste la primera? —pregunté con alegría, dejando para mejor ocasión discutir el calificativo de “tontita” que me molestó de inmediato al escucharlo.

—Porque hace un rato terminé las tres. No pude hacer sólo una, cada sueño que tenía me inspiraba de manera distinta y así las fui trabajando —aclaró.

—A ver cántame una ahorita —supliqué.

—¿Así, a capela? No traigo mi guitarra —respondió evitándolo.

—Bueno, pongamos una fecha para escucharlas —pedí para situar mejor a mi nueva presa.

—Cualquier día que podamos estar solos y que no haya interrupciones... —contestó dejando ver que no sólo quería cantarme la canción.

—Pues si es también para disfrutar en la realidad de los motivos de la inspiración que te dieron los sueños, sólo puedo en las mañanas, después de dejar a los hijos en su escuela y antes de recogerlos. Aunque... a decir verdad, me gustaría una velada solos tú y yo, “pero eso no es posible en una mujercita casada” —le respondí haciendo la voz de ñoña en la última frase.

—A mí también me gustaría, pero mientras eso ocurre, ¿podemos vernos mañana? —solicitó dejándome ver su urgencia por tener mi compañía.

—Mejor el jueves —le respondí para aumentar su tensión, aunque yo, por dentro, también quería que me diera ya el “servicio completo”.

—De acuerdo, dime dónde y a qué hora —exigió.

—Háblame mañana a esta hora y te digo, pues como tú no tienes carro, vives muy lejos y yo no quiero que me vean entrar en mi auto en uno de los lugares posibles en lo que estoy pensando. Déjame ver hoy, o mañana en la mañana, dónde conviene más —le dije convencida de mis palabras.

—Bien, mañana a esta hora te hablo, pero quiero que sepas que, en mi caso, no se trata sólo de un capricho. Me di cuenta durante una semana que se trata de algo más —dejándome ver el alcance de su interés.

—¡Oh!, qué tono tan formal, señor... —dije agravando la voz.

—Es cierto, hasta mañana —contestó sin dejar espacio para mayor aclaración.

Me inquietaron las palabras de Nemesio anteriores a su despedida, las cuales pronunció con ternura. Era claro que yo era la del capricho pues sentía atracción y me gustaba la idea de tener una aventura con el amigo de mi esposo, pero es solamente eso, un deseo y sentir que me trataban con amor. Saúl es muy frío, me dije a manera de disculpa por esa nueva infidelidad.

Efectivamente, de concretarse, ésta sería la quinta persona, además de Saúl, con quien tendría relaciones sexuales. Más aún, en este momento de darme a mí misma una justificación, me vino a la mente la imagen de Eduardo, mi amante, al cual sentía que amaba, y no pude más que contestarme “Es deseo lo que siento por Nemesio”.

Antes de ir por mis hijos a la escuela, tomé mi auto para verificar que podía dejarlo estacionado en el centro comercial que colindaba con el hotel al que un año antes me había llevado Roberto —mi primer amante y a quien esporádicamente continuaba viendo, pues también sentía amor por él—; sumamente alejado en distancia para que no pudieran descubrirme, pero bastante cercano en tiempo por las vías de acceso y sin contratiempos que tenía. Memoricé el nombre del hotel, el cual leí al pasar frente a él antes de entrar al estacionamiento del centro comercial. Tomó el boleto que me ofrecía la máquina, pasé inmediatamente a la caja y le pregunté al encargado “¿Puedo dejar mi carro aquí y tomar el metro?” “Sí, pero la tarifa mayor a tres horas y sin boleto sellado es muy cara”, me contestó el empleado. “Gracias”, contesté pagando para que me dieran la salida y, ante la mirada curiosa del cajero, pues la hora de entrada y salida eran la misma, salí para recoger a mis hijos.

Al día siguiente, después de escuchar las palabras ardientes de Nemesio, las cuales me causaban un evidente incremento en la libido, le di a éste instrucciones claras sobre el lugar y la hora en la que él debía solicitar un cuarto y dónde debería esperarme. La última experiencia con Roberto me pareció una galantería muy grande de éste para que no sintiera yo ninguna tensión pues evitó al máximo que me viera alguien; valía la pena repetir el esquema: unos minutos antes de las ocho, Nemesio pediría la habitación, designada ésta y habiendo recogido las llaves, saldría a esperarme, para que me abriera la puerta en cuanto yo llegara, lo cual sería entre las ocho y ocho con diez minutos. De inmediato caminaríamos al elevador para ir al cuarto asignado. Retozaríamos allí hasta las 12:40 a más tardar y saldríamos hacia el estacionamiento del centro comercial, donde nos despediríamos. Yo iría por sus hijos y Nemesio caminaría a la estación del metro.

—Ya entendí, y más que un encuentro con un amor, me parece una misión de espías internacionales, me siento James Bond... —dijo Nemesio en tono burlón y, después supe, calló una expresión que estuvo a punto de decir: “y traigo mi pistola bien cargada”.

—No es broma, entiende que no deseo que me vean, por esa razón ayer y hoy tomé tiempo sobre lo que tardo en el trayecto de la escuela de mis hijos al centro comercial.

—Perdona la broma. Sí, te entiendo. Seguiré tus instrucciones al pie de la letra. ¿Seguro que hay elevador? —preguntó queriéndome pillar en un desliz.

—Yo supongo, pues el edificio se ve bien y es de varios pisos. En caso de que no haya, pide la habitación en el primer piso para que no transitemos mucho dentro del hotel —contesté para disimular el punto que descubría haber estado yo antes allí.

—Bien, esperaré ansioso. Adiós, y sueña conmigo —contestó.

—Ya lo he hecho tres veces, luego te digo si coincidimos en lo que soñamos, claro, después que me des los detalles de los tuyos... —dije seductoramente.

—Claro que te los diré, y te los haré... —prometió.

—Ja, ja , ja. Ya veremos. Adiós, y no olvides llevar la guitarra —le recordé pues sentía emoción de que yo hubiera sido motivo para inspirar una canción.

—Claro que no la olvidaré. Adiós.

En la mañana del jueves, poco antes de que sonara el despertador soñé que Nemesio me poseía con mucha dulzura. No supe cómo fue, pero desperté haciendo el amor con mi esposo, a quien seguramente las feromonas que yo emanaba, más por lo que yo soñaba, le habían erguido el pene a su máximo tamaño y, dormido aún, se subió en mí ensartándome con facilidad pues la vagina destilaba mucho flujo con la viscosidad precisa para que no despertáramos pronto, y lo hicieron casi al mismo tiempo entre frenéticos movimientos y gritos de amor... Cuando reposábamos, aún sin separar nuestros sexos, sonó la alarma del despertador, la cual apagó Saúl de inmediato estirando un brazo.

—¡Maldito reloj, cómo es inoportuno! —refunfuñó Saúl y me besó los senos, los cuales “A pesar de los años me siguen pareciendo sublimes”, dijo mi esposo antes de chuparlos y amasarlos. “También a otros”, dije en mi interior, recordando a mis dos amantes y sabiendo que posiblemente habría un tercero por la misma razón...

Mi marido volvió a penetrarme para eyacular una vez más, en tanto que yo lo disfrutó con dos orgasmos más, antes de pedirle que ya se metiera a bañar, pues no se nos debía hacer tarde.

—No, hablaré a la oficina para decir que llego tarde, pues eres tan hermosa que bien vale la pena seguir aquí —me contestó con mucha decisión.

—Pues tus hijos y yo sí tenemos que estar a tiempo en la escuela, nunca han faltado. Levántate, pues te quedarás solo, sin mí y de nada valdrá tu llamada —precisé al tiempo que encendía la lámpara del buró—. Mejor seguimos en la noche, pero me lo haces igual de rico que ahorita... —prometí y exigí poniéndome de pie.

La bata estaba en el piso y al agacharme para recogerla, le di una vista excelente a Saúl: comenzaba a escurrir la mezcla de flujo y semen hacia mis piernas y la vulva estaba brillosa, los vellos muy revueltos, unos pegados a los grandes labios y otros unidos por sus puntas con pequeñas gotas de la mezcla. Saúl no pudo evitar levantarse y regresarme en vilo a la cama y, una vez acostada, no me quedó de otra más que abrirme de piernas para que me chupara con fruición la vagina. Yo gozaba y le pedía más presionando con fuerza la cabeza de Saúl. “Chupa, chupa, Amor, déjame limpia otra vez”, le decía retorciéndome de placer. Cuando Saúl pretendió volver a penetrarme, se lo impedí, argumentando que se hacía tarde para hacerles el desayuno. Me levanté, tomé una toalla y, dándosela, lo empujé hacia el baño. Yo me puse la bata, la anudé y me fui a la cocina pensando “Yo no sé por qué digo que me tiene abandonada, lo que pasa es que me gusta la diversidad”, recordando la justificación que días antes me había dado y culminaría ese día cuando viera a Nemesio.

Cuando le serví el desayuno a Saúl, éste ya estaba vistiéndose y entré al baño esquivando las manos de mi esposo que trataba de metérmelas bajo la bata. “No, hasta la noche...”, le repetí con una sonrisa de satisfacción.

Saúl salió puntual, los niños estuvieron listos un poco antes de lo normal, cosa de la que se percataron pues llegaron a la escuela al tiempo que la abrían. “Hoy sí llegamos antes que otros días, hay pocos niños” dijeron despidiéndose de mí. “Está mejor así”, les dije, sin olvidar recomendarles que se portaran bien, dándoles un beso.

“Hasta parece que traigo cronómetro”, me dije al darme cuenta que eran dos minutos antes de las ocho cuando descubrí la imagen de Nemesio, esperando como si fuera portero del hotel. Me metí al estacionamiento que estaba relativamente vacío y escogí un lugar cercano a la salida. Me bajé del auto y caminé con rapidez hacia el hotel.

—Pase usted señora —dijo Nemesio abriendo la puerta y dejándome el paso franco, y entré sin disminuir el trote hasta que me detuve al concluir el pasillo, en tanto que esperaba a Nemesio, fingí buscar y “descubrir” los elevadores.

“No quiero que nadie me cuestione sobre mis conductas sexuales”, pensé cuando aparentaba estar por primera vez en ese sitio. Miré en dirección contraria al pasillo de los ascensores, a partir de allí, cambié la mirada lentamente recorriendo el sitio, miré hacia la recepción que se encontraba al centro del altísimo hall, volteé la mirada hacia arriba y pude ver el tragaluz que mostraba un vitral enorme y de buen gusto, hice un gesto real de asombro, pero ostentoso pues las dos veces anteriores no había reparado en la magnífica obra de arte que permitía una iluminación natural al sitio, lo cual hizo que Nemesio descartara las sospechas de que ella ya conocía ese lugar. Bajé la mirada y la dirigí al pasillo que mostraba las puertas del elevador. Volteé a ver a Nemesio con un gesto entre interrogante y triunfalista, el cual fue contestado con una sonrisa afirmativa y, tomándome del brazo marchamos en esa dirección. Nemesio apretó el botón y la puerta del elevador se abrió. Al mirar el número del piso que apretó Nemesio me di cuenta que era el cinco. Tomé la mano donde el cantante traía la tarjeta llave y miré el número del cuarto, escrito con plumón: 529. “¡No puede ser!”, pensé, “¡Otra vez las coincidencias, Nemesio será el quinto hombre y 29 es mi edad ahora!”, lo cual me pareció un signo de buen augurio. El año pasado, con Roberto, estuvo en el 328, lo cual coincidió que ese día hice el amor con tres, a mis 28 años... Bueno, con dos ya estaba acordado, y el tercero estaba en mi casa, amándome cada día que yo se lo pedía, y otros más en los que yo no se lo pedía...

—Sí, tenía elevador, con tanto lujo no podía ser distinto —mencionó Nemesio.

—¿Es caro? —pregunté, adivinando un gesto de arrepentimiento por su comentario.

—No lo digo por eso, sino por tu visión —contestó dejando ver otro reproche tardío y deseando haber contestado “No”.

—¿Cuánto pagaste, si quieres lo compartimos? —insistí.

—¡No, de ninguna manera! Gano lo suficiente para traerte aquí tan seguido como me lo pidas. Salgamos, porque la puerta se volverá a cerrar —señaló tapando el sensor de luz infrarroja para detener la puerta, dando por concluido el tema. —Pase usted, bella dama inspiradora de amor.

Sin recorrer espacios de más, porque las señalizaciones eran muy buenas, llegamos pronto ante la puerta de la habitación. Le pedí que me dejara abrir, “pues nunca he abierto una puerta con tarjeta perforada”, dije recordando para mis adentros que el año anterior eran cerraduras ordinales las de ese hotel, “¿O quizá seguirá así el tercer piso?”, me pregunté. Al segundo intento lo logré, justo cuando se escuchó que abrían la puerta del cuarto de enfrente, seguramente se trataba de otros huéspedes, así que me metí rápido y sin voltear. “Buenos días”, saludó Nemesio con voz cortés a quienes salían y se introdujo cerrando la puerta.

—¿Te conocen? —pregunté con tono y gesto angustiantes.

—No, sólo fue una cortesía —me contesto tranquilizadoramente.

—¿Qué hacemos primero? —pregunté quitándole la guitarra y abriendo la funda, refiriéndome a las canciones o a lo que ambos deseábamos...

Nemesio, sin dejar de mirarme con una sonrisa enamorada, por respuesta me quitó la guitarra de las manos y la colocó en el sofá. Metió las manos bajo el abrigo abierto que yo traía y me besó con pasión. Dos minutos después me quitó la bufanda y el abrigo, me volvió a besar mientras que ambos desabotonábamos las ropas del otro. Cuando quedamos desnudos, nos retiramos sin separarnos de las manos y sonriendo admiramos nuestros cuerpos. Sí, en ambos casos coincidíamos con las expectativas que las manos nos habían augurado en aquella velada: Al parecer de él, yo tenía un pecho perfecto y de tamaño apetecible, con unos pezones guindas y ya erectos por las caricias; el pubis de pelo abundante, con un corte leve en los vellos, pero uniforme, que resaltaba la forma de un exacto triángulo equilátero, despedía un aroma incitante; las piernas delgadas, al igual que mis nalgas —las cuales se miraban en uno de los varios espejos que el cuarto tenía—, pero “delicadamente torneadas”, dijo, completaban la visión. Él mostraba una figura delgada, con los músculos ligeramente marcados que lo hacían ver muy acariciable y protector; su pene ligeramente mayor que el de mi esposo, no circuncidado, estaba erecto y el glande ya sobresalía de la piel en que se cubría. Nemesio se dio cuenta que él también me causó una impresión similar a la que yo le di, particularmente, yo no dejaba de sonreír y mirar lo inhiesto de su miembro.

—¡Eres muy hermosa! —exclamó Nemesio volviéndome a abrazar.

Le correspondí con un beso, restregando mi pubis sobre su verga.

—También tú eres apuesto —dije después de besarlo, tomando el falo entre mis manos para acariciarlo.

—¿Qué te gusta más de mí? —dijo él y su comentario me pareció machista y falocrático... ¿Esperaba que le dijera “lo que traigo en la mano”?

—No sé, quizá tus composiciones, aunque aún no escucho tus canciones para mí, tu alegría, tus modales, o esto que, aunque aún no me muestra lo que sabe hacer ya me mojó la mano... —contesté dándole un apretón al palo que había estado meneando desde que lo tomé en mi mano. Pues sí, se lo dije...

De nueva cuenta vinieron los hechos como respuesta. Nemesio me cargó, dándome un beso y me llevó a la cama. Su boca fue recorriendo todo mi cuerpo, de cabeza a pies, incluso, después que besó todo mi frente y aspiro el perfume de mi vagina, me volteó boca abajo para repetir la operación.

—¡Me haces cosquillas! —protesté entre carcajadas cuando sentí la lengua de Nemesio tratando de introducirse en mi ano, pero deseando que siguiera.

Nemesio me abrió de piernas para degustar, desde esa posición también la humedad de mi pepa. Seguramente él percibió sabor de semen, pero continuó con más énfasis al saborearlo ligeramente fermentado por mi flujo. Volvió al ano y yo ya no protesté, sólo gemí cada vez con más fuerza, hasta que no pude más y me volteé.

—Ven, penétrame pues ya me sacaste más orgasmos que mi marido en la mañana de hoy —suplique con vehemencia.

—Sí, en tu sabor se nota que ya traías amor de Saúl, le dijo con ternura besándome al penetrarme.

Ambos dimos un gemido de satisfacción cuando el miembro resbaló con suma facilidad y estuvo dentro en la primera embestida. Nos movimos satisfaciendo nuestra lujuria mostrada en los gritos que yo daba en cada nuevo orgasmo. “Sí que este amante estaba en muy buena condición” pensé y probablemente Nemesio pensaba que la recatada esposa resultó ser en realidad una verdadera puta, después de saber que él era el segundo del día y parecía que yo no me detendría.

—¡Ya, para, por favor! —supliqué, por fin, entre lágrimas de satisfacción extrema.

Nemesio se detuvo, sin sacar el erguido miembro y se puso a lamer y chupar los pezones, acariciándome con gran deleite las chiches. Cuando me sentí un poco repuesta apreté el falo con los músculos de mi vagina y acaricié con dulzura la cabellera larga del cantante. “Sigue mamando, bebé, lo haces lindo”, le dije y continué apretándole el falo con mi vagina. “Sí, mamacita”, contestó Nemesio al cambiar de pezón. Al rato, me separé y mi cara fue directamente a su pene para chupárselo. Nemesio quiso separarse al sentir que iba a eyacular, pero yo me aferré más hasta que sentí un borbotón de semen en la boca, lo estaba tratando de paladear cuando vino otro más acompañado de un alarido de Nemesio.

—¿No te querías venir? —le pregunté antes de besarlo, sin dejar de moverle el tronco, apretando para exprimirlo.

—Aún no —fue la respuesta que él dio entre jadeos poniéndole fin al beso que tenía el sabor de su propia y plena satisfacción—. No traje condones —, dijo precisando por qué no se vino dentro de mí— Ahora ya no te lo podré volver a meter así, pues podrías quedar encinta.

—Tontito, yo no soy tontita, como me dijiste. Tengo un DIU, si no ya estaría llena de hijos, ton-ti-to —culminé burlonamente para vengarme de lo que Nemesio me hizo sentir en su primera llamada telefónica—. ¿Podrás bañar mi interior con tu esperma hoy?

—Creo que sí, pues sólo me masturbé el primer día en que te soñé y no quise volver a hacerlo, pensando en reservarme para ti —me explicó sin inhibiciones—. Aunque seguramente en la tarde o en la noche Saúl se dará cuenta si chupa tu vagina, así como me di cuenta yo —comentó con preocupación.

—No creo, pues tu venida, aunque abundante, sabe ligerita, como yogurt. Mañana me hablas y te digo... —le contesté dejándole ver que haría la prueba. La mirada de Nemesio se hizo penetrante y dubitativa, pero sonrió enamorado.

—¿Qué estás pensando? —pregunté al advertir que su sonrisa no hacía juego con su mirada.

—Trataba de adivinar por qué te molestó que te dijera “tontita” —contestó Nemesio como primera parte de las reflexiones que tenía y añadió de inmediato —, pero si te molestaste porque te dije ‘tontita’, aunque fuera cariñosamente, ya me imagino lo que me dirás si te digo con todas sus palabras que me gusta que seas... “cogelona”, por decir lo menos, aunque sea porque me gusta sobremanera la forma en que hace el amor y sentirte tan caliente —concluyó.

—Me molesta que a las mujeres se nos minimice sin ninguna razón. Nos dicen “tontas” cuando damos una opinión distinta a las de los hombres, y nos dicen “putas”cuando se dan cuenta que disfrutamos mejor y más plenamente nuestra sexualidad, sin ambages. Si algo no comparto ni he compartido jamás, es que se refieran a mí solamente como una cara bonita sin pensar en que las mujeres también tenemos intereses culturales e intelectuales tan profundos como los más cultos y científicos de los hombres, y que se refieran a mi sexualidad, a mis intereses sexuales y eróticos, con un lenguaje que lejos de provocar mi interés me resultan vulgares y fuera de lugar, bienpodrían emplear un lenguaje poco más "decente", más digno de nuestros atributos culturales e intelectuales, y espirituales, que no menoscabaran nuestra dignidad —respondí categóricamente.

—Perdóname, soy muy torpe, no había pensado en lo que pueden insultar nuestros comentarios aunque creamos que son cariñosos o salidos de lo que a los machos nos gusta creer. Tienes mucha razón. Te pido perdón por lo que te dije... y por lo que, en mis arranques de lujuria, pudiera llegar a decir, ¡Perdón! ¡Te amo, Tita y nunca quiero ofenderte! —me suplicó Nemesio dejando expuesto todo lo que había pensado.

—Pues ahora ya lo sabes, pero ¿sabes otra cosa? —pregunté melosa.

—¿Qué cosa? —preguntó sin saber si esperaba algo bueno o no.

—Te confieso que me agrada que quien logra hacer que lo ame y que en las relaciones sexuales me deje plenamente satisfecha, me diga lo que le sale del alma en el momento de hacerme el amor...

—¿Me amas? —preguntó temeroso, aún a sabiendas que me hizo sentirme plenamente satisfecha.

—No... Aún no —contesté poniendo mi mejilla junto a la de él y lo abracé para susurrarle al oído la conclusión de la frase—, pero creo que para allá voy...

—¡Yo sí te amo y lograré que me ames más que a Saúl! —me dijo con gran alegría.

—¡Uy, qué vanidoso! No es necesario llegar hasta allá, hay otros niveles que puedes alcanzar —le dije sin recato.

—¿Esos niveles son otros amores que has tenido... o que tienes? —preguntó temerosa y a sabiendas de que podría recibir un retobo mayúsculo.

—Ajá, y no saben a yogurt Light... — le contesté con desfachatez volviendo a chuparle la verga ya flácida desde hacía buen rato.

Nemesio se quedó pasmado por la respuesta, seguramente preguntándose para sí mismo dónde estaría él ante mí y creyendo que sólo lo estaba usando para mi placer sin importarle mis sentimientos; o quizá por mi vehemencia en el discurso feminista o el tono de mi franqueza que rayaba en el descaro. “Sepa la bola”. Pero el caso es que no se le paraba...

—¿Qué pasó, ya no se te va a parar? Mira que grandote se te ve hermoso... —le dije antes de que mi lengua volviera a juguetear con su glande.

—Sigue mamando, bebé, lo haces lindo —me respondió y apretó mi cabeza para que el falo que estaba creciendo no se me saliera de la boca.

—¡Mhhh!, ya estás listo otra vez, mi cosita bonita... —le dije a su pene haciéndole mimos a dos manos—, ahora sí me dejarás llenita, volví a decir sin dejar de dirigirme al miembro, ahora sobando los testículos.

—Sí, te dejará inundada y satisfecha, y mañana me dirás qué dijo Saúl —me recordó Nemesio abrazándome lleno de lujuria y amor.

—A ver si en esas bolas queda tanto “para inundarme”... —expresé, sosteniendo el aparato desde los testículos y tratando de metérmelo en la vagina.

—Te amo, pero quiero que también lo sepas por mis canciones, y aún no las oyes ni me has pedido que cante —protestó Nemesio delicadamente.

—Sí quiero oírlas, pero eso podría hacer que también yo me enamore... —asentí con sonrisa promisoria, dándole un permiso tácito para que cantara.

—¡Pues no se diga más! —expresó Nemesio con alegría yendo al sofá por su guitarra.

Cantó primero una canción de amor, con tono de bolero, pero sólo con poco barniz de edulcorante. Ciertamente los versos no estaban cojos y su ritmo seguía la melodía, la rima tenía una estructura complicada, más bien parecía azarosa en lo integral, aunque en cada estrofa era consistente. Pero lo más importante, la letra sí hablaba de cómo nació la canción, transmigrándose en un deseo que quería realizarse y el “faje” que provocó todo. A pesar de ello, la califiqué sin piedad con un siete, en la escala de cero a diez y me levanté para ir a besarlo en la boca y agradecerle la canción. Después lo besé en el pene, diciéndole a éste que él sí tenía mucha inspiración. El palo creció con las caricias quedando erguido, lo que hizo que yo lanzara un suspiro y después una sonrisa. Sin dejar de mirar el falo, me retiré a la cama, y me sentó sobre ella con las piernas cruzadas, haciendo una flor de loto y sin dejar de ver, embelesada, al miembro de Nemesio le dije “La pieza que sigue maestro”.

A estas alturas Nemesio no sabía si yo me refería a la siguiente canción o a que quería ser penetrada para que me “inundara”. Para disipar las dudas lo miré a los ojos y le espeté “Cántame la canción que sigue”.

—Esta tiene que ver con mis sueños como pareja, me soñé viviendo a tu lado y me quedó claro que te amaba —dijo como preámbulo.

—Fatuo... —dije desde adentro de mi ser. Ante ese epíteto, el pene se le dobló y Nemesio lo escondió de inmediato tras el cuerpo de la guitarra. Carraspeó un poco antes de iniciar el canto.

Esta vez, la melodía fue alegre y la letra con muchas figuras poéticas, todas brillantes y repletas de júbilo le merecieron un ocho, pero también un “ya mero...” que Nemesio prefirió ignorar pues podía tener muchas lecturas: “estás perdido, ya mero que va a pasar”; “ya te estás acercando al diez”; “falta poco para que te ame”, o “y todavía crees que te voy a amar”. ¡Ah, como me encanta jugar con la anfibología!

—Viene la tercera —le exigí.

—Esa... Hoy no, pues aún no me amas y, aunque sea un tono humorístico, puede herir susceptibilidades. Por favor, espera un tiempo y te la canto después —pidió Nemesio regresando la guitarra al estuche.

—Bueno. Ven, ahora quiero que cantemos juntos... sin importar si riman nuestros gritos, quiero que sean a dúo, que cada chorro que me des sea acompañado de un grito contrapunteando a los míos. ¡Inspiración pura! —le precisé antes de dirigirme con voz y caricia al pene: —¿Verdad que me darás toda tu alma, y que vaciarás todo lo que guardas para mí?

Ambos de pie, restregué su glande en la sierra de mis labios, cuando creció me colgué del cuello de Nemesio y, rodeándole la cintura con mis piernas me ensarté. Nemesio me retuvo de las nalgas y yo me moví con furia, lanzando el primer grito, a él le correspondió el segundo. Sentí su calidez en mi interior y besé a Nemesio de tal forma que éste no pudo dejar de moverse y eyaculó una vez más. “Dos a uno”, pensé sin dejar de moverme hasta que el clímax llegó y junto con el grito exclamé a todo pulmón “¡Creo que te amaré en muy poco tiempo, puto garañón!” palabras que volvieron a encender a Nemesio que seguramente quiso gritarme “Sí, puta” pero el esfuerzo se lo impidió; tuvo una eyaculación más y caímos a la cama sin separarnos. Allí, me moví más y me di muchos sentones arriba del vientre de Nemesio, quien aguantó los golpes que mis nalgas le hacían en los huevos, pronto el dolor se transformó en gozo y gritamos al unísono, antes de caer desfallecidos.

Sería desmayo o dormimos así unos minutos. La primera en despertar fui yo para cubrir de besos la cara de mi nuevo amante, quien al abrir los ojos escuchó con notoria felicidad un “Te amo, Nemesio, voy a querer mucho de esto, mi amor.” Otra media hora de caricias las destinamos para limpiar el sudor, el semen y el flujo con la lengua.

—Vísteme, amor. Me iré sin bañarme pues casi es hora de irme —le pedí con muchos besos.

—Pues no nos bañaremos —respondió él tomando la tanga para empezar a vestirme.

—Nadie me había hecho sentir esto... Quisiera dormir en tus brazos, para descansar oliendo el amor de nuestro cuerpo, despertar y volver a sentir tu verga dentro de mí para exprimirla más —le confesé entre llanto y con voz entre cortada por los sollozos, pero mi mueca de satisfacción le daba el triunfo a Nemesio sobre los demás.

“Cuántos han sido y cuántos son aún”, se preguntó Nemesio en voz alta al empezar a vestirse. Luego volteó al sillón y le pareció que yo dormía, con las piernas abiertas se podía mirar bajo mi falda cómo se había mojado la tanga y la entrepierna brillaba inequívocamente con el amor consumado.

Ya en el elevador, Nemesio me llenó de preguntas: “¿Saúl, irá a comer hoy a tu casa? ¿Te dará tiempo de bañarte y cambiarte de ropa? ¿De verdad harás que Saúl pruebe mi semen?, pues lo traes en abundancia” Sólo le respondí “Mañana saldrás de dudas cuando me hables”.

En el estacionamiento del centro comercial me dijo “Gracias, me hiciste conocer el amor, así lo siente mi corazón de músico y poeta”. Yo también me sentía feliz.

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