Nuevos relatos publicados: 7

Una nuera muy atenta (2 de 2)

  • 10
  • 49.512
  • 9,20 (61 Val.)
  • 1

Algunos días después, por total casualidad, fui a la casa de mi pololo a la hora acostumbrada y me encontré con la sorpresa que mi suegro se encontraba solo en la casa, por supuesto me recibió muy amable y me hizo pasar.

Intento ponerse cariñoso abrazándome y acariciándome. Cuando notó mi sorpresa y asombro, me explico que desde aquel domingo, lo único que había estado deseando era volver a estar conmigo.

El tenia perfectamente claro que esa tarde teníamos por lo menos un par de horas a solas, porque había enviado a mi pololo a hacer unos tramites al centro. Me agarró por la cintura y me beso apasionadamente. Don Esteban comenzó a levantarme el vestido, sus manos se deslizaron por debajo de mis ropas, manoseándome ansiosamente la entrepierna, por encima de mis cuadros.

Don Esteban tenia un magnifico y atlético cuerpo, coronado por ese extraordinario miembro masculino, que era en verdad impresionante. Yo podía percibir notoriamente como su aparato iba hinchándose aceleradamente, haciendo una increíble presión sobre mi vientre. En mi cabeza se formo nítida la imagen de su excitado garrote expulsando semen, sobre mi rostro y mi excitación me consumió como por arte de magia.

La sola idea de que ese terrible pene pudiera visitar mi vulva, hizo que mi lascivia creciera instantáneamente. Don Esteban seguía recorriéndome con sus inquietas manos, por debajo de mi vestido, sus dedos buscaron el elástico de mi calzoncito y se adentro en mi provocativa gruta.

Sus caricias iban acompañadas por calentonas frases de lujuria, y sus palabras lo único que conseguían era excitarme más y más. El por su parte con una mano me agarraba por las nalgas y con la otra hurgueteaba mi ardiente hendidura. No pude evitar que mis manos se dirigieran raudas a su notorio bulto, y que comenzaran a sobarlo por encima de la ropa.

De pronto como un desaforado, me agarró muy fuerte y me tendió de espaldas sobre la alfombra del living. Levanto mi vestido y con ambas manos me saco los calzones. Mientras miraba mi abertura con cara de enajenado, desabrocho sus pantalones y se los bajo junto con sus slip, hasta las rodillas.

Su pene, si es que se le podía llamar así a su miembro, estaba tremendamente excitado, su grosor y su tamaño me espantaron. Me pareció que lo tenia aún más grande de lo que yo recordaba. Acto seguido se abalanzó sobre mí y comenzó a intentar penetrarme. Sentí un intenso dolor, cuando en un instante él logró hundir la hinchada cabezota de su aparato dentro de mi vagina, dasgarrandomela en medio de un tremendo suplicio.

Haciendo caso omiso a mis quejas, comenzó a metérmela muy violentamente, sin ninguna consideración. Recuerdo que en una instante levante mi cabeza y observe que entre mis piernas, la enorme masa de carne se hundía descaradamente hasta el fondo de mi vulva, para enseguida volver a reaparecer en toda su dimensión.

Una extraña oleada de lujuria recorrió todo mi cuerpo y decidí que tenia que hacerle frente a tan descomunal aparato a como diera lugar. Era obvio que deseaba hundir su gordo y largo miembro dentro de mi estrecha y húmeda vagina. Inmediatamente, le pedí que me cogiera.

Rápidamente me acomodo y posó mis espaldas sobre la áspera superficie de la alfombra, y trató de ensartarme, con los casi treinta centímetros de su espada de amor. Entró hasta lo mas profundo de mis excitadas entrañas.

Mientras me penetraba me besaba los labios y el cuello, luego sus labios comenzaron a bajar muy lento hacia mis pechos, sus manos eran expertas, me acariciaba haciendo círculos alrededor de mis pezones. Mi cuerpo volvió a responder a ese placer con espasmos incontrolables; mi pelvis se levantaba buscando la penetración profunda, para no dejar escapar de dentro de mí ese miembro que me estaba enloqueciendo de placer y que hacía que dentro de mi se desatara un placer que muy pocas veces en mi vida había sentido.

Respiraba entrecortadamente, al mismo tiempo que arañaba furiosa el peludo cuerpo de Luis. Le suplicaba para que me lo sacara de la concha la grotesca y monumental estaca. Mis piernas que aún permanecían en el aire, terminaron por caer completamente lacias, y abiertas, sobre la alfombra, con lo que mi túnel amoroso quedó entregado al insaciable apetito de Luis.

Mis jugos prontamente comenzaron a cubrir toda la superficie del inmenso pistón que me atravesaba. Instintivamente levante mis caderas saliendo al encuentro del terrible invasor y a pesar de la obvia diferencia entre el pletórico embolo y mi estrecha cuevita, comencé a tragarme gustosa la descomunal verga.

Enlacé mis piernas alrededor de su cintura y él penetró aún más profundamente en mi interior. Comenzamos un vaivén terrible, largo y violento. Don Esteban estaba cabalgándome furiosamente, yo sentía nítidamente como entraba y salía cada centímetro de su monstruoso pene en mi canal.

El infinito placer que experimentaba, tenia una directa relación con el dolor que mi vulva experimentaba. No entendía como podía ser tan placentero, al sentir mi concha cada vez más adolorida, pero así era. Aquel quemante y desgarrador plecer-dolor era formidable, a cada envestida sentía como que me iba a partir la concha, aquel loco placer me transportaba de este mundo, hacia nuevos y desconocidos placeres.

Yo me revolcaba desaforada en busca de precipitar nuevas y arrolladoras fantasías, con tal de prolongar el tremendo gocé que me estremecía sin control. Mi útero me saltaba a cada sucesiva u violenta estocada, mis pechos iban y venían, en una alocada danza sexual que seguía el ritmo de las furiosas penetradas.

Con mis manos lo agarré de las nalgas, tratando de intensificar al máximo cada embestida. Me parecía que mi vulva estaba destrozada por completa, sentía como si su miembro fuera un garrote ardiente, pero mientras más me la hundía, más necesitaba el embrujo de sus estocadas.

Violentos espasmos nacieron desde mi columna y se amplificaron hasta llegar a mi sensible y excitado clítoris, sumiéndome en un maravilloso éxtasis. El vigoroso bamboleo de don Esteban, consiguió por fin desencadenar una seguidilla interminable de espasmos, una y otra vez me derrame sobre su maravilloso aparato, hasta que casi fui incapaz de poder aspirar oxigeno.

Casi enseguida don Esteban con un hábil movimiento, extrajo de mi chorreante y destrozada vagina su imponente miembro. Lo tenia terriblemente hinchado y humedecido, don Esteban desaforadamente, aprovecho mi estado de abandono, para terminar de desnudarse.

Por fin, extrajo de mi vulva, su miembro completamente erecto y con un tamaño que me parecio, era mayor de lo habitual. Estaba con el glande colorado y brillante, húmedo por los jugos que mi concha había derramado lubricando tan inmenso e inolvidable pedazo.

Estabamos cansados, él de hundirmela tan duro y yo de resistir sus embates que cási me matan. Sin siquiera darme tiempo a recuperarme, me giro boca abajo y levanto mis caderas gozando con la exhibición de mi trasero. Yo no tenia fuerzas para nada, así que solo lo deje hacer a su plena voluntad. Con una mano esparció mis fluidos eróticos, por toda la superficie de su hinchado glande y enseguida hizo lo mismo con mi indefenso culo. Por supuesto que en ese mismo instante me di cuenta de lo que me iba a hacer, pero no tenia ni fuerzas ni ganas de impedírselo.

Me introdujo dos dedos a la vez en mi lubricado agujero anal, con la intención de dilatármelo. Enseguida, acercó la punta de su garrote a la entrada prohibida, dispuesto a sodomizarme sin restricciones.

Con un lento pero decidido envión, la inflamada cabezota penetro en mi canal anal. Me sentí palidecer y casi desfallecer por el intenso dolor que me atravesó por completo. A cada avance de su gruesa columna por mi recto, yo sentía un nuevo y más terrible sufrimiento, en cada estocada que me daba, yo me contorsionaba y mis lagrimas acudían abundantes a mis ojos.

Su verga estaba totalmente introducida dentro mío, cabeceaba y se hinchaba más y más. Mi culo lubricado por mis propios jugos, apenas cedía al paso del terrible agresor en toda su extensión. La punta de su garrote golpeaba mi matriz por detrás y debido a su grosor, apenas si podía soportarla, sin gritar desesperada.

Finalmente sentí la intensa sensación de su enhiesto aparato sexual, llenándome las entrañas con su prolífico néctar, ración tras ración. Por cada dosis de semen que me daba en el culo, su miembro pulsaba fuertemente. Mis sensibles y sufridas paredes anales advertían claramente como la vena central expulsaba su hirviente descarga.

Cuando por fin me saco su verga del culo, sentí como su semen se escapaba de mi trasero, corriendo en espesos grumos por entre mis labios vaginales. Todavía estaba caliente y debido a su calor podía sentir como corría hacia mi vagina, hasta caer goteando sobre la alfombra, donde se acumulaba formando un charquito de moco espeso y blancuzco.

Quede durante largos instantes tirada boca abajo en el piso, no podía tomar aliento para levantarme, tenia aún mi trasero, totalmente expuesto al aire y mi vestido estaba totalmente arrugado sobre mi espalda.

Entonces sentí las manos de don Esteban que intentaba ayudarme a reincorporarme. El lucia feliz y radiante, increíblemente su miembro aún mantenía una considerable erección. Por supuesto me lleno de halagos, diciéndome que yo era maravillosa, fantástica y que lo había hecho gozar como nunca. Mientras me ayudaba a sentarme en el sillón, sus manos comenzaron a recorrerme lascivamente. Me di cuenta que aún seguía con ganas y que corría el peligro de un nuevo ataque sensual a mis maltrechas intimidades, así que lo detuve y le dije que me dolía todo y que por ahora no deseaba tener nada que se relacionara con el sexo.

Pero él no estaba para explicaciones, me insistió pretextando que yo era muy joven, y que la juventud y elasticidad de mi vagina, podría aguantar sin problemas otra pasada. Al verlo tan decidido a darse nuevamente el gusto conmigo, que preferí calmarlo diciéndole que yo deseaba mamárselo y masturbarlo, para sentirlo en mi boca.

Saque energías no sé de adonde y comencé a correrle la paja con mi mano, después de masturbarlo por largos minutos, él me tomó por el pelo y acercó su monstruo a mis labios. Empujo su terrible aparato hasta el fondo de mi garganta e inundo mi boca con un nuevo y abundante torrente seminal. Apresuradamente yo trataba de tragar su salada esperma, que increíblemente brotaba a borbotones de su descomunal miembro, que palpitaba fuertemente con cada emisión.

Apenas si alcanzaba a tragar una dosis, cuando inmediatamente mi boca se rellenaba de otra abundante emisión de moco. Inundo mi boca de tal manera que comenzó a escurrírseme por los bordes de mis labios. No podía creer que fuera capaz de expulsar tanto semen, después que me había rellenado el culo, hacia tan pocos instantes.

Ciertamente la cualidades sensuales de don Esteban, eran sin duda el increíble tamaño de su miembro, su insaciable lujuria y la cuantiosa cantidad de semen que podía eyacular. Pero como nadie es perfecto, era muy bruto y violento, era de esos tipos que creen que basta con una gran pichula y mucha energía, para hacer feliz a una mujer.

Apenas acabo de eyacular en mi garganta, me soltó y haciéndome una torpe caricia en mi cabeza, me quedo mirando con un aire de orgullo machista.

-¡Que tal! ¿Te gusto? ¿Disfrutaste mucho?

No quise ser mal educada y le respondí que había sido agradable, pero que me había dolido mucho. El sonrío y con aire triunfal me dijo:

-¡Ya te acostumbraras!

Al escuchar esta frase, supe que me había metido "en camisa de once varas". Una helada corriente recorrió mi espalda, al imaginar que tendría que aguantar en lo sucesivo, los impulsivos ataques pasionales de don Esteban.

En ese momento solo intente una fingida sonrisa, pero dentro de mi cabeza estaba claro que mi pololeo, con el hijo de ese bárbaro había llegado hasta ahí.

Jacqueline - Chile

(9,20)