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Eyaculando en la playa

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Día 21 de septiembre. Cielo cubierto por un manto de blancas nubes. Supongo que la playa estará prácticamente desierta, así que hoy incluyo en mi mochila un objeto especial. Me dirijo hacia allí y al llegar, mientras camino por las tablas de madera que te llevan casi hasta la orilla del mar, confirmo lo que había pensado un rato antes: no hay nadie tumbado en la arena ni bañándose. Sólo algún paseante por la orilla y poco más. Ando unos veinte minutos por la arena húmeda y dura y me alejo de la zona de playa más cercana al pueblo. Poco a poco el paisaje se va convirtiendo en virgen. Nada de edificaciones cercanas ni de ruido de tráfico. Calma y silencio absoluto. Únicamente están el mar. La arena, el cielo y algunos arbustos que quedan a mi izquierda conforme camino. En esa zona ya ni siquiera aparecen los caminantes. Avanzo unos centenares de metros más y decido al fin detenerme. He elegido un buen sitio: justo allí los arbustos invaden un poco la arena como si estuvieran besándola o lamiéndola. Protegido por detrás por el espeso ramaje de dichos arbustos y con el agua marina a escasos metros delante de mí, me siento sobre la arena fina, suave y dorada. Me quito las zapatillas deportivas y me despojo de mi camiseta roja, dejando mi torso desnudo al descubierto. Unos tímidos rayos de sol luchan con afán por abrirse paso entre la capa de níveas nubes.

Abro la cremallera principal de la mochila guardo mi camiseta dentro y busco, palpando con la mano, ese objeto tan especial que hay en el interior hasta dar con él. Como si fuera el más preciado de los tesoros, lo extraigo cuidadosamente. Ahí aparece ya, azul, alargado, con varios salientes curvilíneos. Es un dildo, mi dildo. El que me desvirgó el culo no hace mucho a manos de mi novia a la que le permití satisfacer una de sus fantasías, el que ese día casi logró que me corriese sin tener que estimular mi verga por el placer infinito que me estaba proporcionando. Ése con el que, con mi chica como testigo, en múltiples ocasiones he masajeado y rozado mi miembro empleando los distintos niveles de vibración que tiene el objeto. Justo ese dildo que tanto disfrute me ha proporcionado, nos ha proporcionado, hacía hoy su presentación en público.

Ahí me encuentro en la playa con mi juguete en la mano, en plena naturaleza y cubierto sólo por un bañador azul oscuro. Me levanto y me acerco al agua, hoy algo más fría y cristalina de lo habitual. Comienzo a acariciar el juguete con mis dedos, a tocarlo lentamente sintiendo su textura. Empiezo a excitarme y mi mente echa a volar: imagino que es la mano de mi novia la que toca no el dildo, sino mi propia polla. Siento entonces que bajo el bañador se pone a palpitar como si tuviera un corazón propio. Con cada bombeo me doy cuenta de que se extiende y se agranda más, centímetro a centímetro. Ya está tieso y se me marca en el short de baño. Una gaviota que cruza el cielo es fiel y silencioso testigo de la situación, al igual que las pequeñas olas del mar que, al romper en la orilla, aportan una relajante banda sonora. Continúo magreando el juguete y fantaseando con las delicadas pero ardientes y eficaces manos de mi novia. Estoy totalmente empalmado y mi polla se encuentra firme y tiesa con sus más de diecisiete centímetros alzados como el mástil de una bandera. De repente a lo lejos y por mi izquierda distingo las siluetas de tres mujeres. Caminan por la orilla en mi dirección. Todavía están lejos, así que prosigo pero esta vez me sobo todo mi paquete sobre el bañador. No tarda en aparecer sobre la prenda una mancha por culpa de mi calentón. Lo siento rico y delicioso. Durante unos minutos no ceso en esos movimientos que agrandan mi excitación. Vuelvo a pensar en mi chica, en que está aquí conmigo en la playa y en que son sus manos las que ahora se cuelan por dentro del bañador intentando contactar directamente con mi polla y con mis peluditas bolas.

Pero las tres mujeres siguen acercándose cada vez más y creo que es mejor parar antes de que me pillen haciendo eso. No quiero montar un pequeño espectáculo. Dejo de palpar mi pene y mi bulto pero no guardo el dildo: hoy es día de atrevimiento y quiero ver las caritas que se les quedan a esas féminas cuando pasen por mi lado y contemplen el juguete erótico. Retomaré más tarde mis tocamientos íntimos. La pequeña distancia a la que se encuentran las tres me permite ya distinguir que se trata de chicas jóvenes, entorno a los veinte años, no más. Espero que no se asusten. Las tres traen un bikini negro que las hace casi idénticas. El viento que sopla hacia mí hace que pueda oír las voces de las chicas. Son extranjeras, de eso no hay duda. Pero el idioma no me es familiar. Debe de ser de la zona nórdica de Europa. Ya están a escasos metros de mí y, sorprendentemente, me encuentro tranquilo, esperando con el dildo en la mano derecha la reacción de las jóvenes. Vienen en paralelo y la primera que se da cuenta de lo que agarro en la mano es la que va en el centro. Mira primero de refilón, luego una segunda vez con mucho descaro. Después de un inicial gesto de sorpresa, dibuja una sonrisa en su rostro. No parece molesta por lo que acaba de ver, ni mucho menos. Las otras dos extranjeras no tardan mucho más en percatarse del juguete y compruebo cómo la que camina en el extremo más alejado de mí se muerde tímidamente el labio inferior con los dientes superiores. Noto que acortan ligeramente los pasos para poder mirar más el dildo. Me sobrepasan y comienzan a alejarse de mi posición. Casi al unísono giran las tres la cabeza y cuchichean algo entre ellas de forma pícara y haciendo una de las chicas gestos con las manos tratando de reproducir el tamaño del juguete. Finalmente se distancian y se pierden de mi vista. Quién sabe lo que les puede provocar más tarde en su alojamiento el recuerdo del dildo. ¿Juegos lésbicos tal vez?

Es momento de retomar mis tocamientos tras la interrupción. Necesito más, centrarme por completo en mi polla. He sobrepasado el límite y sé que ya no hay marcha atrás, que necesito masturbarme hasta el final. Miro hacia ambos lados para asegurarme bien de que no se aproxima nadie y de que no tendré que parar de nuevo. Me bajo el bañador por completo y me deshago de él sacándolo por los pies y dejándolo sobre la arena. Mi verga sigue tiesa y empiezo a machacarla, primero algo suave, luego cada vez más intensa y enérgicamente. Estoy totalmente desnudo, en pelotas, al aire libre y la leve brisa marina golpea con suavidad mi piel bronceada.

Acelero todavía más hasta dejar mi glande al descubierto, fuera del prepucio. Brilla enormemente por lo mojado que se encuentra y por los rayos de sol que caen sobre él. Acaricio el glande, lo aprieto, lo rozo con la yema de mis dedos y lo agito empapando por completo la palma de mi mano. Siento un gran e intenso placer y comienzo a jadear y a gemir. Veo cómo pequeñas burbujitas salen del agujero del glande pringando aún más mi mano. No debo perder más tiempo. No puedo arriesgarme a que aparezca alguien y tenga que cortar precipitadamente. Porque entonces sería eso o correrme casi delante de quien sea. Vuelvo a incrementar el ritmo mientras contemplo las verdes y gruesas venas que se marcan sobre la estirada y tensa piel de mi polla. Mis testículos se bambolean sin control en todas las direcciones debido a la rapidez de mis movimientos manuales. Siento que ya no voy a aguantar mucho más: comienzo a notar en mi bajo vientre espasmos y cómo mis bolas hinchadas están a punto de explotar. Machaco violentamente mi pene una, dos, tres, cuatro veces más hasta que un enorme e interminable chorro de leche blanca sale disparado e impacta sobre la arena que lo absorbe y lo chupa sedienta. Varios chorros más siguen luego al primero y, por último, gotas aisladas de semen caen débiles a la arena anunciando el final de la eyaculación.

Estoy empapado en sudor y decido caminar hacia el mar para bañarme. Toda mi piel desnuda va entrando progresivamente en contacto con el agua: los pies, los tobillos, las tibias, mis fuertes muslos, mi polla aún tiesa pero que poco a poco comienza a relajarse, mis duras y firmes nalgas, mi cintura… hasta que me zambullo en el mar sin esperar más y tratando de enfriar por un rato el ardor que se apodera continuamente de mi cuerpo.

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