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Tres sumisas para mí en una casa rural (Capítulo 3)

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Después de que mi semen se deslizara dentro de la sandalia de Virginia seguimos camino a la casa rural, escuchando los sonidos que hacía al andar; con mi semen entre su pie y la plantilla de la sandalia, eran como mini coitos húmedos.

Mientras tanto Ingrid era sodomizada en el restaurante por el cocinero jefe; cuando regresó a la casa traía un andar «relajado» su ano había sido ocupado durante  cerca de una hora por un pene hambriento de un culo pelirrojo, que era lo que el cocinero jefe me confesó desear cuando se la preste a cambio de la comida de ese día en el restaurante y de trescientos euros ¡Ahora su ano era como el de una marioneta donde se podía meter la mano!

Al final de la tarde aquel cielo de verano se nubló y comenzó a llover; estuve toda la tarde en la habitación de mis sumisas. Cuando Ingrid se ducho le di pomada en su ano con dos dedos (habría podido meter la mano entera) lo tenía escocido y dilatado, mis dedos dieron giros sobre su ojete como si amasaran el pan.

Después les dije que me tenían que dar las tres a la vez un masaje sorprendente pero sin final feliz; porque hacía poco del polvazo a Virginia y no quería gastar mis pilas.

Me tumbe en una cama boca abajo, con mi pene y mis testículos asomando por detrás; las manos de las tres acariciaron todo mi cuerpo, presionando bastante bien en la espalda; note unos senos apretarse contra mis cachetes como flanes, con los pezones como garbanzos de gordos que se introducían por la raja de mi culo, deslizándose hasta la rabadilla; una de ellas comenzó a pasear su lengua por mis testículos haciendo círculos con suavidad, mi escroto se distendió y mis huevos bailaban al compás de esa lengua que terminó subiendo desde los huevos hasta el cogote pasando por mi culo y por mi espalda; otra me masajeo las pantorrillas sentada encima de mí y deslizando su vagina abierta de abajo arriba y de arriba abajo hasta mis pies, notando yo los talones empapados por ser donde más chocaba su coño.

Caía una lluvia fina y constante cuando regrese a mi habitación por la noche para descansar, después de tanto frenesí necesitaba estar solo y pensar sobre mi situación al mando de ellas tres; me duche y me acosté ¡Arropado en la cama en agosto por la noche a catorce grados! Los veranos en el norte a veces eran así, nada que ver con los de Córdoba.

Mis cuarenta y cinco años los llevaba bien pero necesitaba darle descansos a mi pene como a un buen pívot ya mayor.

La mañana siguiente desperté empalmado y fuerte (ser el señor de tres mujeres que habían decidido ser mis sumisas me excitaba mucho y me estaba rejuveneciendo, dándome ganas de vivir). Salí y abrí su habitación con la tarjeta-llave de Virginia (se la había requisado el día antes) al entrar vi que no estaban, eran las diez y media. Comencé a mirar entre sus cosas, ropas y demás revisando todo como un sabueso; encontré juguetes sexuales en una maleta y ropa interior de encaje fino muy erótica, en otra también encontré fotos íntimas de las tres ¡Muy buenas fotos de ellas desnudas en paisajes campestres y solitarios!, donde dieron rienda suelta a su imaginación, con poses muy sensuales y  algunas muy artísticas, en una foto estaban Las tres con las piernas levantadas y los coños al aire, con los pantalones enrollados junto con las bragas en los tobillos, se las veía riendo, también se veían en la foto algunas vacas que las miraban impasibles; en otra foto se veía a Virginia acariciándose el pubis peludo ( aún no le había ordenado que se lo recortara) sus dedos desaparecían entre los pelos negros, en otra tenían faldas y las llevaban subidas hasta la cintura y las bragas en las rodillas.

En ese momento entró Ingrid en la habitación con su bonito cabello pelirrojo suelto, seguida de Sara y Virginia, las tres miraron mis manos sosteniendo sus fotos.

-Son de este viaje, antes de hacernos sus sumisas señor, fueron los primeros paseos al llegar a esta casa rural, antes de encerrarnos en la habitación desnudas de cintura para abajo ¿Le gustan Señor Antonio?-dijo Sara.

-Me encantan son sensuales y provocadoras me gustan tanto las fotos que he decidido quedarme con ellas ¿Os parece bien? -les dije.

-¡Por supuesto señor!  También las tenemos en la tarjeta de memoria, esas de papel las sacamos en un centro comercial de la ciudad, fue divertido ver la cara del dependiente al ir saliendo las fotos de la impresora -dijo Virginia.

-¡Estupendo! Me las quedo, las de la tarjeta las borráis ¡Quiero tener piezas únicas! Además  ¡Haremos más fotos!, ¿qué os parece? -dije con soberbia.

-¡Bien! -dijo Virginia que trajo al momento su cámara réflex y comenzó a borrarlas mientras yo guardaba las de papel en su sobre.

-Ahora quiero que os desnudéis las tres completamente y antes de irnos de viaje me dejéis satisfecho, me haréis  una mamada las tres a la vez, que las fotos me han puesto caliente, ¡Desnudaros rápido! Y la próxima vez que salgáis me pedís permiso primero ¡De acuerdo! –ordene.

-¡Si señor Antonio! -contestaron las tres al unísono.

Me saque el pene del pantalón, estaba duro y arrugado por los pliegues de la tela vaquera apretada contra él, se desplegó al liberarse de la ropa; ellas comenzaron a chuparlo con frenesí, como babosas enroscadas a mi polla; arrodilladas delante de mí, entremezclando sus lenguas entre sí y dando mordisquitos a mi pene y a mi escroto distendido.

Se me tensó al máximo el pene, tal era la erección que ellas tuvieron que alzarse un poco más del suelo para cazar mi glande con sus lenguas, me corrí sobre sus cabellos con un gran chorro de semen muy repartido, que note subir como sube la cerveza al ser agitada en una lata y destapada de golpe, el semen regaba sus pelos al azar.

Mientras tanto Sara sostenía mis testículos dentro de su boca mirándome a los ojos con las pupilas dilatadas. Los cabellos de las tres parecían telas de araña, con grumos colgando de sus pelos, yo estaba súper relajado.

-¡Bueno ahora lavaros muy bien las cabezas para que estéis presentables y no me manchéis la tapicería, que vamos a viajar en mi coche, el vuestro se queda aquí aparcado! –dije con cariño.

-¡Si señor! -dijeron las tres mientras se dirigían al baño desnudas con sus cabellos pegajosos.

Decidí que haría excursiones con ellas en mi coche, había que seguir viendo el norte de España, pero ahora acompañado por ellas con el morbo que eso me provocaba, porque tenía pensado hacer cosas divertidas y audaces. Salimos a las once y media, junto a mí se sentó de copiloto Sara «mi rubia platino» de su minifalda sobresalía un juguete con forma de pene negro y grande, era un juguete tipo «bipolla», o sea dos pollas para dos coños, en este caso una para Sara y otra colgando frente a la guantera como una morcilla grandota, este juguete se lo escogí yo de entre los que encontré en sus maletas para el trayecto en coche, junto con los dos dilatadores de culos con cola de caballo que llevaban Ingrid y Virginia en el asiento trasero, las cuales dejaban salir sendas melenas negras de caballo de imitación entre sus piernas, con sus bonitas minifaldas cortas ¡Qué bien lo pasarían las dos con los baches !

Me dijeron que los dilatadores estaban sin estrenar, yo pensé que en este viaje con curvas los estrenarían de golpe; solo prestaba atención a la carretera, pero oía sus gemidos en cada imperfección de la carretera (Los dilatadores eran gordos y sus anos estaban tan estirados como la piel de un tambor) después de unos cincuenta kilómetros llegamos a un bonito pueblo, en el que había muchos turistas y bastantes coches aparcados por todos lados; encontré un aparcamiento junto al puerto, rodeado de coches y personas caminando, vi un camino hacia el monte que se perdía entre eucaliptos muy grandes, les dije que dejarán los juguetes en el maletero y me siguieran camino arriba; anduvimos unos veinte metros cuando vi un hueco entre la maleza de helechos, puse a vigilar a Ingrid y Sara «aun se  escuchaba la gente cerca de los coches a escasos metros de nosotros».

-Virginia arrodíllate y súbete la falda  hasta la cintura y clava la cabeza en el suelo  para que tu ano quede lo más alto posible, que te voy a follar ese culo abierto por el dilatador –ordene.

-¡Sí señor! -dijo, con un hilo de voz mientras restregaba su melena en el suelo boscoso y alzaba su gran culo delante de mí.

Me saque el pene por la bragueta bajando la cremallera sin desabrochar el pantalón por si venía gente por el camino, se la metí en el ano hasta el fondo, entraba como la seda; le di varias arremetidas notando mi pene patinar pero entrando hasta los huevos, acelere como un animal en su culo que hacía el mismo sonido que un chupacharcos desatascando una pila de lavar (chupacharcos: expresión andaluza del desatascador de mano).

Tuve que parar en seco cuando Sara dijo que venía alguien, me metí el pene en el pantalón con mucho esfuerzo y subí la cremallera con precaución; a su vez Virginia  se levantó del suelo con rapidez y se colocó bien la falda roja que llevaba. Llegó un grupo de personas justo cuando comenzábamos a bajar el camino desandando lo andado, Virginia iba en primer lugar y los saludo ¡Hola! -dijo a un grupo de personas que subían el sendero, con su cabeza llena de hojas secas que daban una sensación grotesca; los transeúntes nos miraron y saludaron, uno joven sonrió al pasar junto a Virginia.

Estábamos en un pueblo pesquero de la costa  precioso, con sus casas de distintos colores, las casas en algunas partes del pueblo estaban unas sobre otras con calles  que se dibujaban en cuestas muy pronunciadas, llegamos al centro del pueblo y Virginia comenzó a hacer fotos del lugar y de nosotros, subimos una cuesta buscando algún mirador; era un día más cálido que los anteriores.

-Ingrid en este recodo desde donde se ve el puerto a lo lejos vamos a tomar unas fotos de los tejados anaranjados, contrastados con tu cuerpo pelirrojo desnudo ¡Desnúdate!-le ordene.

-Se acercan dos parejas desde el pueblo ¿Me quito solo lo de arriba señor? -dijo Ingrid.

-Desnúdate entera ¡Ya! -le dije mirándola fijo.

-Sí señor, ¡Perdón! -dijo Ingrid algo acelerada.

Inmediatamente Ingrid tiró de su falda y la dejó caer al suelo junto a ella, se bajó el bonito tanga de encaje morado y blanco de un  tirón y lo lanzó  junto a la pared, cayó sobre un charco verdoso por el musgo, tiró de su camiseta blanca  sacándola por la cabeza y dándomela en las manos agachando la mirada como buena sumisa, no llevaba sujetador sin su ropa y con la luz del día su pubis pelirrojo y estrecho brillaba como el cobre pulido y sus pechos con los pezones de punta miraban con altivez al puerto que se veía lejano allá abajo.

-Sube la pierna derecha sobre el filo de esa ventana y arquéate hacia atrás para que esas dos parejas que suben vean bien esos labios rosados que salen de tu chocho -le dije con una sonrisa de satisfacción.

-Y tú Virginia arrodíllate y hazle fotos desde el suelo a Ingrid moviendo las rodillas por el suelo para sacarla desde abajo en distintos ángulos –le dije con prisa.

-Sí señor Antonio -dijo Virginia «daba alegría ver las rodillas embarradas de Virginia moviéndose con agilidad por el suelo, con la cámara en el rostro disparando fotos mientras su minifalda roja bailaba al compás de cada fotografía».

Llegaron a nosotros  las dos parejas que subían la cuesta, con los ojos muy abiertos, uno de los hombres dijo ¡Madre mía qué estampa!

-Estamos haciendo fotos para una revista erótica famosa ¿No les molesta? -les dije con educación.

-Para nada -dijo uno de los hombres.

-Si quieren hacerle fotos a la modelo o posar con ella ¡Adelante! -les dije a las dos parejas con amabilidad.

-¡Muchas gracias señor! -dijo una de las dos mujeres cuarentonas, al tiempo que le hacía fotos a Ingrid desde todos los ángulos; uno de los hombres puso el móvil entre las piernas de Ingrid y le hizo una foto a su coño mirándola a los ojos.

A Ingrid le caía un hilillo de líquido del coño empapado y brillante. «Muy lanzados los vi»   ¡Qué casualidad!  -pensé cuando, con la excitación de ver desnuda a Ingrid se abrieron a nosotros contándonos que eran dos matrimonios liberales que hacían intercambio de parejas por vez primera en este viaje y se conocieron en una página de contactos.  (Le di órdenes al oído a Sara  sin que me oyeran las dos parejas) al momento Sara se puso junto a Ingrid y alzó el culo en pompa muy alto, sin bragas con la falda remangada dejando ver su culo perfecto, debajo del cual se asomaba su bollo y su pubis con su bigotito rubio platino «Hizo justo lo que le ordene» los  móviles no paraban de hacer fotos) Yo agarre fuertemente un cachete de Sara y le dije al oído:

-Dile al más gordito de los dos hombres que te meta el dedo en el coño. Se lo dijo y este así lo hizo, el hombre se puso colorado como un tomate; pero aun así acercó su dedo y lo introdujo entero, su mujer le hizo una foto con el dedo dentro de la vagina mientras se mordía sus labios pintados de rojo por la excitación. «Se abrió una ventana y nos pusimos todos a caminar ligero».

Los dos matrimonios se hospedaban en ese pueblo, en dos habitaciones de un hotel, de las cuales salían los señores por la noche cambiando de habitación «y de esposa». Nos lo contaron al despedirse en el mirador y nos invitaron a visitarlos esa tarde. Les dijimos hasta luego y seguimos el paseo por separado, nosotros hicimos varias fotos más.

-¡Sara pon el culo sobre esa maceta! –le ordene.

Ella se levantó la falda y puso su culo desnudo sobre una maceta de geranios partiendo dos tallos con el coño, mientras Virginia fotografiaba la maceta con el culo de Sara encima como un gran corazón blanco en posición invertida; una señora desde una ventana llamó puta a Sara y bajamos la pendiente a paso ligero mientras la mujer bufaba «Pensé si no me estaría pasando» y me dije a mi mismo que no tocándome el pene duro como un martillo.

Anduvimos por la calle principal y entramos a comer en un restaurante pequeño que tenía unas mesas fuera y otras dentro, las del interior eran mesas con enagüillas hasta los pies, bajo el mantel «tuve una idea».

-Vamos a comer dentro del restaurante, Sara tu solo tomarás mi esperma, metete debajo de la mesa ahora que el camarero está fuera y no hay nadie más dentro ¡Rápido que no te vean! Y ahí abajo sácame el pene del pantalón y chúpalo poco a poco hasta que me corra en tu boca, luego te lo tragas todo porque esa será toda tu comida hoy y no dejes ni una gota sin tragar ¡A! Y un golpe de mis rodillas en tus costados será la señal para que te quedes como una estatua cada vez que venga alguien ¡Entendido! -le ordene.

-A sus órdenes mi señor -dijo Sara mientras se introducía debajo de la mesa justo antes de que el camarero regresara de la terraza de verano.

El camarero se acercó a nosotros y le pedimos varios platos de pescado y marisco, después entró en la cocina; eran las una de la tarde y solo estábamos nosotros dentro del restaurante, fuera había tres mesas ocupadas; di un golpecito con mi rodilla en el costado de Sara y al instante sonó la cremallera de mi pantalón cuando ella la bajó, sus manos sacaron mi pene del pantalón duro como el pedernal, con algo de esfuerzo sacó también un testículo que comenzó a absorber ¡Qué placer!

Salió de la cocina el camarero y a la vez entró una mujer al aseo «el cual estaba detrás de nosotros» y le di en el costado un pequeño toque a Sara, se quedó quieta con el huevo en la boca; el camarero trajo dos platos grandes de marisco y pescado.

-Espero que les guste la comida -dijo el camarero y salió a la terraza. 

Sonó la cisterna del aseo y salió la mujer, que también se dirigió al exterior; di otro toque con la rodilla a Sara para que siguiera con «su comida».

El pescado estaba exquisito el marisco también. Mientras engullimos la comida Sara estuvo haciendo maravillas con mi pene, se lo metió entero en la boca; mis diecinueve centímetros  de polla llegaban junto a su campanilla y sus balanceos hacia atrás y hacia delante alternaban darse con las rodillas de Virginia en la espalda y meterse mi pene entero en la boca. Se quedó quieta y con la boca llena de pene cuando noto «mi señal», viendo yo como se acercaba el camarero; Sara Respiraba bien por la nariz, se escuchaba el sonido suave de sus fosas nasales, con la boca  «en pausa» y mi pene dentro.

-¿No he visto después a la rubia que entro con ustedes? -dijo el camarero.  

-Se tuvo que marchar enseguida al hotel porque se encontraba mal -le dije al hombre.

¡Cuánto lo siento!, que la vamos a hacer. ¿Les gusto nuestra comida? -dijo el camarero antes de volver a salir a la terraza.

-¡Sí mucho! -dijeron a la vez Ingrid y Virginia.

Yo no dije nada, estaba muy excitado con mi pene dentro de la caliente y quieta boca de Sara; al verlo salir di con la rodilla a Sara, que comenzó de nuevo el bombeo ¡Cómo me corrí! Uffff, tres grandes chorros en su boca, tosió un poco y siguió tragando mi semen y después lamiendo mi varga; note como se la sacaba de la boca, mire debajo de la mesa y la vi lamiendo unas gotas de semen del suelo, me miró y dijo: ¡No dejó ni una gota señor!, ¡como me ordenó!

-Bien eso está muy bien -le dije con indulgencia mientras veía su lengua negruzca y blanca a la vez, por el polvo del suelo y por mi polvo en su boca.

Cuando el camarero entró en la cocina, «a mi señal» salió Sara de debajo de la mesa y se alejó del restaurante, sin que la viera el camarero salir e irse.

Llegamos al hotel  donde se hospedaban los dos matrimonios; eran las seis de la tarde. Preguntamos por el señor Juan en recepción, al poco bajo Juan «el más gordito de los dos maridos», le dio un billete de cincuenta euros al recepcionista y nos acompañó a su habitación, donde estaba el otro y las esposas de ambos; al entrar  nos saludaron muy cordiales.

Me confesaron los dos hombres que tenían muchas ganas de poseer, a Ingrid y también a Sara « sobre todo a Ingrid», pensando que eso sería muy difícil; pero me lo querían decir por si había alguna posibilidad, porque estaban muy excitados desde que les hicieron las fotos por la mañana desnudas.

Sus mujeres dijeron que incluso a ellas les había excitado verlas desnudas en la calle y también, recrearse después en el hotel revisando las fotos que les hicieron.

Me acerque y  les dije a las dos parejas: 

-Este el trato, ¡si lo quieren aceptar! Yo tengo que follarme a vuestras mujeres aquí y ahora, delante de mis amigas y de ustedes; después si sus esposas se portan bien conmigo Ingrid la pelirroja les chupara a ustedes dos sus  penes hasta que se corran en su boca, para completar el recuerdo de ella desnuda en sus fotos, ¡y nada más!, Sara no entra en el lote –les dije, queriendo ser avaro y notando mi pene ya recuperado después de «la comida» del mediodía.

-¿Qué les parece?, ¿que deciden? –dije mirando mi reloj.

Las señoras se sonrojaron y ellos miraron a Ingrid y después a mí. Después Juan miró a su esposa y a la otra pareja pidiendo aprobación con la mirada.

-¿A la pelirroja no le importará?, además es algo bochornoso, todos aquí a la vez; aun no lo hemos hecho en grupo ¡Ni siquiera nosotros cuatro! No sé, no sé; además ¿Solo la pelirroja, habiendo tres?  -dijo Juan dubitativo. 

-¡Ingrid desnúdate y ponte de rodillas con la boca abierta ahí en medio! -le dije autoritario.

Se desnudo en un instante y todos la miraron, le dije a las señoras que podían tocarla; pero solo ellas, ellos no.

Las dos mujeres eran regordetas pero atractivas a la vez; comenzaron a acariciar ese bello y joven cuerpo con deseo, por todas partes; Ingrid se estremeció al sentir los dedos y las largas uñas pintadas de las dos mujeres introducirse en su vagina con suavidad.

-Entonces: ¡Si o no! Señoras y señores -dije con determinación «alzando la voz».

Los cuatro asistieron con la cabeza.

¡Bien señoras quítense las faldas y las bragas y pónganse en pompa, una junto a la otra, delante de mí! Por favor -les ordene sin alzar la voz.

Las dos señoras comenzaron a desnudarse despacio y muy sonrojadas, a la vez me yo me desnude entero; al quitarme los slip mi pene salió como un resorte tieso, ellas lo miraron aún más sonrojadas; al ver aquellos dos coños, «aunque muy peludos apetitosos» note como las venas de mi pene se marcaban como alambres que se enrollaran sobre mi miembro, a la vez que los dos culos «grandotes» se exponían delante de mí; como dos lunas llenas. Cogí a la más esbelta por las caderas y le hable:

-¿Cómo te llamas? –pregunte con voz excitada.

-Rosa, y ahora mismo, ¡tengo el corazón a cien! –me confesó.

Teniéndola bien agarrada le metí el glande en la vagina y ella dio un respingo, no entraba suave; la saque y me agache e hice saliva moviendo mi mandíbula y le escupí en el coño dos veces para humedecerlo, al levantar la cabeza vi a Juan «el marido» enfrente mirándome  con desprecio, acto seguido le metí el pene entero pero entró apretado; a la vez acariciaba la otra vagina, saque mi pene y se lo metí a la otra.

-¿Cómo te llamabas? –le pregunté a la vez que le metía el pene en el coño.

–Pepaaa…. -dijo con un gemido de placer al notar la tranca dentro.

-Bien Pepa ¡Tu chocho traga mejor que el de Rosa! -le dije con energía mientras comenzaba a darle arremetidas continuas e intensas, «Pepa gemía como una loca».

Se la saque y se la metí a Rosa entera, su vagina ya estaba resbaladiza y comencé a darle pollazos (pollazos: Expresión vulgar de meter el pene con fuerza) con mucho frenesí y sin parar, yo estaba de rodillas y me dolían las piernas de dar contra el duro suelo, Rosa aullaba como una loba.

Cambie de orificio intensificando el ritmo dentro del coño de Pepa, como un animal; mientras veía enfrente a su esposo Cosme mirándome nervioso y sudoroso, eso me excito aun mas y acelere (mi pene hacia un sonido de chapoteo intenso entrando y saliendo muy rápido, tan rápido como la aguja de una máquina de coser a todo pedal).

¡Note como Pepa contrajo su vagina fuertemente alrededor de mi pene!, cuando sintió como me corría dentro de ella con un solo chorro de semen «muy intenso» y de golpe.

Saque de su coño mi pene, que salió muy empalmado; tan empalmado lo tenía que dio un salto en el aire al mismo tiempo que soltó un pequeño chorro de semen, que fue a parar sobre los zapatos de su marido Cosme y sobre el suelo de mármol marrón, dejando una veta blanca en el piso.

Ingrid hizo muy bien su trabajo con los dos hombres, estaban muy nerviosos; se metió un pene en la boca y cuando lo noto duro dentro se introdujo también el otro pene, haciéndolos bailar dentro de su boca muy juntos; los dos penes eran algo más pequeños que el mío y ella consiguió meterlos en la boca a la vez con audacia «Ingrid parecía una serpiente con dos lenguas a medio salir de su dilatada boca», con las manos acariciaba los cuatro testículos, «dos con cada mano» apretándolos cada vez que se metía los dos penes a fondo en su boca; por turnos se corrieron dentro junto a su campanilla, ella lo derramo de una arcada sobre el suelo de mármol.

Mientras tanto Rosa que no se había corrido, ni se había llevado mi descarga de semen seguía muy excitada, se me acercó a gatas y agarro mi pene con fuerza y comenzó a chuparlo intensamente, también chupo mis testículos; «como una aspiradora» que iba succionando con gran poder de absorción cualquier rastro de líquidos en mis partes íntimas, incluso le dio lengüetazos a la parte más baja de mi escroto;  justo al lado de mi ano.

Todo esto lo hizo bajo la atenta e inquieta mirada de su esposo Juan, que fue quien  animó a su mujer a hacer intercambio de parejas, para probar cosas nuevas ¡Sin saber el que tenía en casa a toda una aspiradora «de semen» por mujer!, la cual dejo mis bajos relucientes como un espejo.

(Ed. Rev.) Continuará con el capítulo final.

Tahotlo 2015.

(A.L)

(9,40)