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Cosas de la vida

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N del A: Hola a todos. Este es mi primer relato. He leído por años en esta página, escribo desde pequeño, pero nunca lo había hecho sobre literatura erótica. Normalmente, no me gusta dirigirme a quienes van a leer mis historias de manera previa, porque voy a modificar completamente el sentido que van a hacer de lo que en adelante lean, pero en este contexto en particular lo encontré necesario. Dos pequeñas cosas quiero decir: Primero, que el narrador habla principalmente de la manera más neutra posible, al menos mientras está narrando y no en un diálogo. En los diálogos, sin embargo, se habla chileno. Entiendo que quienes sean de otros lugares, o tengan otras primeras lenguas, puedan tener dificultades. Si las tienen, pueden preguntarme lo que quieran y trataré de responder a todos en los comentarios.  Pero si lo escribí de esta manera, es precisamente porque así quiero que sea. Si les interesa la historia, tratarán de ir tomando el ritmo, interiorizando la cultura de mi país, a través de esto, que es algo tan característico de nosotros: la manera en que hablamos, todavía más, las diferentes maneras en que hablamos, en distintos contextos. Lo segundo, es que esta historia es para quienes gustan de leer el género de romances M|M. No es un relato puramente porno. Esto significa que habrá grandes extensiones de relato sin ningún acto sexual, o que una parte pueda centrarse sólo en sexo. El punto es que en ese sentido, se dejen llevar, porque pueden esperar cualquier cosa. Hasta ahí esta nota preliminar, espero que disfruten lo que se viene.

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Mi primer recuerdo al respecto es de haber cargado todas las cosas en uno de los buses donde trabajaba el Chico y venirme el camino parado en medio de los asientos afirmando una biblioteca con puertas de vidrio. Era una de esas micros amarillas, 186 pintado en negro entre las puertas, en ningún caso de mi viejo, el Chico, no, sino de un microempresario que no conocía que le pagaba un porcentaje de los boletos adultos y todos los escolares.

El Chico era buena onda. Saludaba con entusiasmo a las veteranas, paraba y se bajaba a ayudar a las que lo eran más, ciegos y otros discapacitados, y trataba bien a los escolares. Normalmente, si el jefe dejaba las ganancias de los escolares al micrero, éste los trataba bien, y siempre cortaba el boleto. Pero al Chico no siempre se los habían dado y a mí me constaba que nunca fue necesaria su conveniencia para tratarlos como la gente. Tenía hijos que lo eran, supongo que estaba consciente de eso.

Raúl, mi hermanito, iba durmiendo en los brazos de la Coca en el primer asiento detrás del Chico mientras yo afirmaba la biblioteca. Increíble el pensar que todas nuestras cosas cabían en una micro. No debíamos de tener muchas cosas. Cuando salimos ya había oscurecido, por lo que me mantuve entretenido mirando las luces de la ciudad de noche, vista desde el camino Lo Espejo. Las sombras de los álamos y el mall de fondo, olor a campo y ciudad, y barro.

Llegamos cerca de la medianoche. Dejamos todas las cosas arriba de la micro. Había mucho que hacer antes de poder ordenar nada. Sólo una estructura reciente, un cuarto de baño, quedaba de la casa de la abuela. Ayer el Chico había venido con algunos familiares y habían instalado una mediagua que se habían conseguido por 9 lucas en la municipalidad, que no conectaba directamente con el cuarto de baño. Entre las dos estructuras habían levantado paneles para futuros muros dejando una cocina provisoriamente al aire libre. La casa de mi abuela, más atrás, ya no existía. Sólo unos espacios de cemento encerado, grades grietas atravesándolo por aquí y por allá.

Desperté por el celular. 5 y 30. Me levanté de inmediato, una manía mía. Raulito estaba calentito y daba pena salir al frío tan temprano en invierno, y esta mediagua dejaba la sensación de no proteger. Si se colaba la luz de la calle por las rendijas, ¿Cómo no se iba a colar el frío? Podía ver que había neblina fuera y las planchas de zinc tenían hileras de goterones que amenazaban con caer en las partes más bajas. Calenté algo de agua, tomé desayuno y un baño. ¿A estas horas? Sí, poh. Por eso mismo me levanto a esas horas. Ni siquiera teníamos una casa completa, pero fuera del baño habían instalado el calentador de agua de la casa anterior, y nada mejor para desentumecerse que un baño caliente.

Iba saliendo a la hora de siempre cuando la Coca se despierta.

- ¿Vai a ir igual al colegio, perrito? - Asentí. - Debís estar cansa’o con todo el weveo de ayer. Llegamos tarde, no hicimos poco, ¿te levantaste a la misma hora? - Asentí, nuevamente. – En mi chauchera, ahí, –su movimiento de cabeza ayudaría tanto a saber dónde exactamente era ese ahí como lo habría sido pedirle que despertara del todo y me ayudara, así que empecé a buscar los lugares esperados con la mirada, - hay plata. Sácame una luca, que no tengo más.

Cuando llegué eran las 7:40. Casi dos horas de viaje, aunque tengo que admitir que la mitad de lo que camino, y parte de la demora, es por gusto. Tendría que cruzar medio Santiago así todos los días, por casi dos años. Ayer me había mudado por tercera vez en lo que va del año, la primera en período de clases, que había comenzado hace poco más de dos semanas. Iba en un liceo católico muy pequeño, que a pesar de lo religioso era bastante liberal para la mayoría de las cosas. Los profesores de hecho creían en el desarrollo independiente de las personas, y eran capaces de discutir posiciones diferentes a las suyas con respeto, en su mayoría. Tendría que haberme cambiado, me habían dicho algunas personas, pero no quería perder a mis amigos, les había dicho yo. No estaríamos en las mismas clases, porque al finalizar el segundo medio, nos separaban en científicos o humanistas, según el área donde nos quisiéramos especializar para dar la Prueba de Selección Universitaria, lo que había resultado en que todos mis amigos quedaran en otra sala.

Entré a la sala y busqué los asientos más atrás y por el lado de la ventana. Saludé a algunos en el camino. En los 5 minutos siguientes se empezó a llenar de ruido y bochinche y personas y el timbre. A mi lado se sentó Miguel, a quien conocía de mi clase anterior. Era uno de los regulares de mi grupo de amigos, aunque no con quien tenía más cercanía, pero sí el único en quedar en el mismo curso que yo. “Wena wacho”. “Wena”. Y la típica charla del día.

- ¿Te cambiaste al final?

- Sí.

- Qué lata. ¿Escuchemos el de Soundgarden? - Le hice una mueca.

- El primero es más bueno.

- Dale.

Puso el discman en medio, un audífono para cada uno y nos dispusimos a escuchar la clase. Cuando nos dimos vuelta nos dimos cuenta que el profe estaba relajado y todavía no empezaba. Frente a nosotros, Gonzalo y Carlos.  “Wena.” “Wena.” “Wena,” “wena.” Para qué voy a describir el enredo de apretones de manos y choques de puños, algunos besos en la mejilla.

- A la tarde me quedo a jugar un básquet, después veremos. - Dijo Carlos, con una sonrisa y unos ojos dormidos. Me gustaba Carlos, me parecía rico, su piel morena y sus ojos verdes.

- ¿Entonces no vai a jugar con nosotros? Ok, le voy a decir a los cabros. - Siguió Gonzalo, que se anticipaba. - No hay problema, nos arreglamos. - Como siempre después de clases, se quedaría a jugar fútbol con algunos otros con los mismos intereses.

La clase empezaba, y llegada la tarde, almorzamos juntos y fuimos al laboratorio de computación para hacer pistas de música. La idea era hacer composiciones y explorar el área creativa. Con Miguel nos llevábamos bien en estos efectos e íbamos componiendo temas, usando grabaciones o samplers y explorando distintas facetas de la música. Al final, se nos hizo un poco tarde y no vi mucho a mis compañeros de antes, fuera de saludos de pasillo.

Cuando llegué por la tarde mi vieja no estaba. Raulito andaba en el colegio hasta un rato más y el Chico estaba fuera exhibiendo su faceta de albañil. Dejé mis cosas, me cambié de ropa, preparé un tentempié que comí de inmediato y salí a la calle. Venía llegando Raulito, le di un beso y le revolví el pelo, lo dejé entrar y eché llave.

El barrio lo conocía de pequeño, porque había vivido aquí mi abuela, y los últimos lugares donde habíamos vivido estaban cerca. Tenía un par de amigos ya por el lugar. Caminé un par de cuadras, hasta la plaza y llamé en una casa.

- ¡Lito!

- Está abierto, mijo, pasa. - Me gritó su mamá desde dentro.

Pasé hasta la pieza de Lito. Ahí estaba jugando en el computador, moviendo las manos como loco por el teclado. Jota, click, click, click. Hache, ce, ce, ce, ce. Punto, be, ele, control, click, click. Punto, be, e, control, click, click, click. De principio estaba ganando el rush, pero estaba gastando mucho oro y no se preocupaba de expandirse con más centros urbanos y granjas por el mapa, si esto se alargaba iba a perder.

 - Wena. - Estaba pegado a la pantalla y no me respondió. - Vamos donde el Memo.

Después de medio minuto, asintió. - Sí, poh.

- ¿Vai a jugar a la pelota? - Se miró de arriba abajo en un momento, asintiendo luego. - ¿Vas a estar mucho rato?

- Puta, espera.

- Loco, no tienes centros urbanos, se te alargó y el loco se adelantó a todas las fuentes de oro del mapa. Guarda ese poco oro para hacer caballos y matarle los aldeanos y manda lanzapiedras con piqueros y guerrilleros a atacar su base.

- No, wn, no creo. - Empezó a hacer los caballos.

- Podríamos ir al parque, tomar una chela, conversar un rato.

- Tengo que ir a buscar a la Gabi a las 9. Le dije que la iba a ver un rato. - Mandó los caballos a atacar de inmediato junto con los lanzapiedras. Hizo centros urbanos en las fuentes de oro secundarias del mapa y empezó a explotarlo sin preocuparse de estarlo compartiendo con sus enemigos.

- Ah. Dale. - La Gabi era una mina rica. Un año menor que nosotros, estudiando en el mismo colegio que el Lito, buena cintura, buenas tetas, una cara de angelita, y loca por él. Le movía la cola cada vez que podía y le daba sexo cada vez que él lo quería, pero no era su polola. No. Lito no quería una polola, ¿Para qué? Entonces, tendría que limitarse a ella. ¿Cuál sería el beneficio?

Disfruté viendo la forma en que murió todo su ejército al mismo ritmo que el rival, y la manera en que luego fue totalmente sobrepasado porque sin oro sólo podía crear piqueros y guerrilleros. Lo miré con cara de te lo dije. Me miró como si fuera su peor enemigo. Se levantó y caminó hacia el baño.

Caminando se iba bajando los pantalones de fútbol de las piernas, lentamente. Tenía la manía de subírselos hasta todo lo que daban, viéndose como unos ridículos calzoncillos arrepollados, alrededor de unas piernas increíblemente apetitosas, con vellos ligeramente quemados en sus muslos por el roce de las telas contra ellos. Su culo bailaba caminando en dirección contraria a donde yo miraba con la boca abierta. Me metí la mano debajo del pantalón y me acomodé el pene que ya se empezaba a hacer notar.

Cuando volvió tomó un par de cosas sin prestarme mucha atención. Tenía el pelo mojado. Se miró un diente en un espejo, recogió un par de billetes del cajón del velador, un gorro de un montón de ropa tirado bajo el colgadero del clóset, un encendedor y una caja de papeles. Mientras hacía todo esto yo no le podía quitar los ojos de encima. Generalmente, no le podía quitar los ojos de encima, estuviera haciendo lo que estuviera haciendo y punto, así que no era nada nuevo. Él tenía más que claro lo que me gustaba. - Me vas a gastar.

- Sorry. - Me sonrojé. - No era mi intención hacerte sentir incómodo.

- Para nada. - Decía mientras movía una mano de un lado al otro. - ¿Vamos?

Le pedimos al chofer que nos llevara por $100. Como eran unas 10 cuadras y los $100 son sin boleto, nos dijo que sí. Le pasé $500 y seguimos caminando hacia el pasaje. Llegamos al final y tocó un timbre. Al poco rato salió un hombre tosco, de nuestra misma altura, de unos 40 años, con semblante de estar siempre enojado. - Tío, dos. - Entró y salió unos momentos después. Le pasó dos paquetes con la misma mano que recibía la luca.

- ¿Cómo están? - Me pasó uno mientras caminábamos de vuelta. Lo abrí y le tomé el olor. Marihuana de bajo costo, prensada con quizás qué cosa.

- El verdadero olor a porro. - Me decía mientras cerraba el que tenía él.

- ¿Nos vamos caminando? - Asintió.

Llegamos en unos 15 minutos a la plaza de las manzanas. Le decíamos así porque había unos cuantos manzanos dispuestos por la plaza que llevaban años ahí, nunca crecieron mucho, y daban unas manzanas diminutas, pero muy dulces y muy ricas, que comíamos de pequeños. Frente a la plaza y cruzando la calle había una cancha pública que era administrada por la Junta de Vecinos, a quienes había que reservar una hora. Lito fabricó lo que llamamos el porro, y en 5 minutos estábamos fumando.

Era bastante entretenido pasar el tiempo de esta manera. Me senté en las gradas en medio para tener visión de todo el campo de juego durante todo el partido. Cuando no había jugadas interesantes por mirar, podía desvestir con la mente a Lito y a otros personajes que jugaban en el lugar, que era bien diverso. Había un par de viejos, parecidos al traficante de antes, con ese semblante de enojo permanente, perfil guachaca, cara de vino, gargantas de lata, narices rojizas. Había un viejo gordo, una pelota con patas, que bailaba por la cancha con más gracia que jóvenes de la mitad de su edad y un tercio de su peso. Había un viejo bastante interesante, con el pelo completamente blanco, pocas arrugas, que daban una expresión de seguridad a su cara, rojiza por el esfuerzo, una barba abundante, y un cuerpo muy bien mantenido. Había estereotipos del pato malo con cara de relajo poco comunes en sus caras, un niño de unos 10 años que compensaba en su gran habilidad su evidente desventaja física, y otros de nuestra misma edad.

Uno de esos estereotipos del pato malo era mi favorito junto con Lito para entretener la vista. Era alto, como nosotros, sobre el metro ochenta, rucio, de ojos azul pálido y con la piel un poco tostada. Tenía tatuajes del Colo, un perfil de un bebé de muy mala calidad, y palabras o frases por aquí y por allá.

- Calmaíto sí, wacho, que no estamos nah en una pelea’e kickboxin. - ¿Dije que era el estereotipo del pato malo? ¿Esos bombones que abren la boca y dejan la cagá? Esos mismos. Rico, sí.

Perdieron por uno. Lito se despidió de todos mientras yo me paraba. Eran las 8 y media. Caminamos hasta su casa en silencio. - Me baño, espérame, acompáñame. - Me dijo mientras entrábamos a su casa. Cuando salimos nuevamente, me puse a  enrollar y caminamos hacia la casa de Gabi.

Cuando me vio al abrir, me hizo una mueca. Saludó de un piquito a Lito y salimos de inmediato. Esta vez fuimos a la plaza de los loros, que quedaba más cerca de la casa de Gabi. Había un árbol donde a los ruidosos les gustaba juntarse por montones, que ocasionó que la llamáramos así. Nos sentamos en el pasto y nos pusimos a fumar el porro.

- Tengo que entrarme al tiro, chiquillos. Tengo que entregar un trabajo mañana, que si me saco otro rojo en Lenguaje me van a hacer repetir. - Lito bajó la mirada. - Mañana nos vemos un rato temprano.

- Ya, nos vemos. - Se paró y caminó hacia su casa. Quedaba más de la mitad del porro, eran las 9 y media y ninguno tenía la intención de irse a casa todavía.

- ¿Qué hacemos?

- Vamos.

Simplemente lo seguí. Caminábamos en dirección a la plaza de las manzanas, en silencio. Después de cinco minutos, rompió el hielo.

- Maraca culiá, me calienta y no se la toma.

- ¿Estás caliente?

- Sí poh. Si la maraca reculiá, mírala, me mueve el culo, me deja toa la tula dura y se va.

- Interesante.

- Perro culiao, chúpalo. Es en serio.

- Quedaríai loco, wacho.

Se empezó a reir.

- Algún día te voy a tomar la palabra, loco.

- ¿Qué mirai? ¿Te gusto? - Le quité la vista de encima y comencé a caminar más rápido. Me cortó el camino con un brazo. - Te pregunté una weá.

- Sorry, hermanito, no te quise incomodar. ¿Me dejai pasar?

- Ah, entonce sí me estabai mirando.

- Estái harto rico, sí, pero no es pa que te creai tanto, ¿me dejai pasar ahora?

- ¿Te gusta esto? - Se agarró el paquete. - ¿Te gustaría chuparlo?

Puso cara de total seriedad. Se me hizo agua la boca. Putas reacciones automáticas.

Venía caminando de casa de Lito. Había un pasaje que daba a la calle principal, que en sus primeros metros tenía sólo altos muros laterales de ambas casas de esquina, por lo que quedaba como un callejón poco iluminado, conocido por ser peligroso. Cuando pasé estaba el Rucio echado en el muro, fumándose un porro. Yo no lo había mirado esta vez tanto por lo rico que se veía como por miedo a que me asaltaran.

- ¿Aquí? - Pregunté. Me respondió mostrándome una sonrisa angelical, que me hizo notar un par de pecas en sus mejillas y me hizo una mueca para que lo siguiera. Entramos al pasaje y luego a una casa con las luces apagadas. Lo seguí por un par de pasillos hasta que llegamos a lo que supongo era su pieza.

Antes no había podido notarlo bien, pero ahora veía que llevaba el mismo buzo de Colocolo que cuando había estado jugando el partido. Se sacó la polera, pantalones y calzoncillos y se tiro en la cama, jugando con su pene que se iba endureciendo.

Yo no esperé ninguna invitación. Me acerqué, separé sus piernas pasé mis brazos por debajo de él, levantándole un poco el culo. Lo primero que hice fue meterme sus testículos a la boca. Estaba un poco salado, por el sudor, y me volvía loco. Se los chupé con esmero mientras le agarraba el tronco y se lo empezaba a pajear. Lamía su tronco, subiendo de a poco, envolviendo mi lengua alrededor, hasta que llegaba a la cabeza. Entonces, abrí la boca y me metí toda su extensión hasta la garganta. Apretaba su culo con ambas manos, acariciaba sus muslos, luego su pecho, le pellizcaba las tetillas, todo sin dejar de meter su pene en mi boca. A veces me lo sacaba y volvía a jugar con sus bolas. A veces tomaba fuertemente su culo y lo ayudaba a follarme la boca. En algún momento, pasé de lamer su tronco, a lamer su ombligo para seguir subiendo, sus tetillas y su cuello.

- No me vai a dar un beso en la boca. - estaba completamente rojo, totalmente excitado, su corazón palpitando de manera acelerada.

Seguí lamiendo su cuello, hacia abajo. Tomé sus dos brazos y los forcé hacia atrás, a un lado de su cabeza ambos, sin que se resistiera. Seguí lamiendo su pezón izquierdo y me desvié más en la misma dirección. Hundí mi nariz en su axila.

El olor a hombre me tenía enfermo. Estaba completamente vestido y sentía mi tula reventar apresada por mis calzoncillos, que de seguro a esta altura tenían una mancha de precum notable. Me entretuve un rato lamiendo su axila izquierda. Luego hice lo mismo con la derecha. Luego, alterné entre ambas, todo esto mientras lo pajeaba. De pronto, sentí unos goterones de precum humedecer mi mano. Me separé un poco y miré hacia abajo, viendo de reojo que el Rucio había notado que algo había llamado mi atención. Con mi pulgar, recogí los goterones, soltando su pene luego y levantando un poco la mano, antes de mirarlo a los ojos. Estaba expectante, claramente no sabía cuáles eran mis intenciones. Le sonreí mientras levantaba más mi mano, y me llevaba el pulgar a la boca. Tenía ese sabor dulce, lo degusté con los ojos cerrados. Cuando los abrí, tenía la boca abierta. Volví a bajar directamente a su entrepierna y le di un beso en la cabeza del pene, antes de comenzar a metérmelo en la boca por completo nuevamente.

Sus graves gemidos me decían cuánto disfrutaba lo que le estaba haciendo. Tenía ya ambas manos apostadas detrás de mi cabeza. Me forzaba sin piedad a tratar de hundir más su pene en mi garganta, más mi nariz en los vellos sobre su pene. A veces, no podía llegar a controlar una arcada y él pausaba un poco su embestida, me miraba a los ojos y, como si fuéramos una máquina, sabía exactamente cuándo ésta significaba que ya estaba todo bien y podía seguir hundiendo su mástil en mi boca. Pensar en eso me calentó todavía más.

Quité sus manos de mi cabeza y dándole un par de lametones a la suya, lo separé de mí. De la manera más rápida que pude quité mi polera sobre mi cabeza y me quité zapatillas, pantalones y calzoncillos.

- Párate.

No protestó de ninguna forma y se puso de pie. Yo me había sentado a un borde de la cama. Tomé su culo con ambas manos y lo acerqué a mí. Tomé su pene en mi boca, y seguí presionando para que se acercara. De pronto, perdió el balance y cayó de rodillas en la cama, su pene por completo dentro de mi boca, yo boca arriba, recibiéndolo. Le di a entender que nos moviéramos, buscando una posición más cómoda para que me follara la boca. Cuando estuve a gustó, le agarré con la mano izquierda dándole un apretón, mostrándole que se moviera, mientras con la otra me pajeaba. No demoró en captar el mensaje y ponerse cómodo para embestir con fuerza. Estuvo así unos momentos follándome la boca, mientras mi mano libre viajó desde su culo a sus testículos y se quedó ahí unos momentos jugando. Fue ahí cuando toqué su ano. Se estremeció un poco.

Me lo quité de la boca y volví a acariciarlo. Me arrastré un poco hacia abajo para poder mirar más cómodamente su intimidad por la parte trasera., lamiendo el tronco de su pene, sus testículos, el perineo. Antes de llegar a su ano me detuve.

- ¿Puedo?

- No me gusta por ahí. Mira, tú me la estás chupando. Tú haces como de mujer.

- No te voy a violar. No te pienso meter nada, sólo quiero lamerte ese culo. - Lo vi considerar lo que le estaba diciendo. Luego de unos segundos, decidí continuar. - Además, lo que te estoy haciendo te está gustando, ¿no? - Se sonrojó. Era adorable. Flaite, varios años mayor que yo, al menos, y muy desenvuelto en la calle. Pero de alguna forma, tener un tiempo de intimidad en la cama había invertido nuestros roles. Yo había pasado de ser un polluelo amenazado a un hombre seguro de sí mismo, con pleno conocimiento y control de sus acciones, mientras que él había pasado del matón seguro y amenazante que me atrajo con su chulería a un aprendiz humilde, que se dejaba enseñar por quien tenía claramente mayor experiencia que él. Claro, toda esta interpretación con ciertas limitaciones, que el aprendiz no se iba a dejar dar vuelta y recibirla feliz de la vida por el culo, que eso habría sido demasiada amenaza al concepto que seguramente tenía de sí mismo del machote cien por ciento.

Se hizo levemente hacia atrás, invitándome a probarlo. No me hice de rogar y le di un lametón a su ano. Sus piernas temblaron en señal de su estremecimiento, al tiempo que soltaba un gemido. Comencé a humedecer con mi lengua su entrada. Un poco más arriba, un poco más al lado. Un mordisco en el cachete, un lametón a sus bolas y su pene, pajearlo un poco. Jugar con un dedo en su entrada. Intentar meter mi lengua. Notarlo disfrutando.

Me faltaban las manos. Quería con todas mis fuerzas dejar una para pajearme mientras le daba placer, pero sentía tanta exitación en el claro goce de su parte que no quería dejar de estimularlo. De pronto, mientras cambiaba mi boca de lugar entre sus testículos y su ano, dejaba que mi mano derecha viajara para darle dos golpes de alivio a mi rabo palpitante. Me apretaba las bolas, mordía su tronco suavemente, insinuaba entrar un poco con un dedo, mientras lo humedecía con mi lengua. De pronto, noté que tomaba mi pene y empezaba él a pajearme. Me sorprendí bastante.

- Gracias. - Me lo apretó más fuerte, pajeándome vigorosamente. Me acomodé debajo de él para meterme su pene en la boca, tomé sus testículos con una mano y con la otra jugaba con su culo y alternaba. A veces hacía el amague de meterle un dedo, sólo un poco, para salir de inmediato. - Fóllame la boca. Más fuerte. Córrete dentro.

Esto pareció hacer click. Se afirmó con ambas manos de mi cintura y comenzó a embestir, metiéndome su pone por completo una y otra vez. Sus testículos golpeaban contra mi mejilla, o contra mi mentón, o mi cuello. Sentí el conducto de su pene hincharse como el anuncio de lo que se venía. De pronto, chorros de leche caliente comenzaron a llenar mi boca. Al primero de ellos, hundió su pene a todo dar en mi garganta y se quedó ahí unos momentos, mientras me llenaba con un segundo y un tercer impulso. Cuando se retiró un poco, no había alcanzado a tragar todo y se me escapaba una gota que corría por la comisura izquierda de mis labios, hacia mi mejilla. Siguió embistiendo mientras media docena o menos, o más de chorros de semen caliente seguían llenando mi boca, antes que los volviera a tragar. Cuando terminó de correrse lo saqué de mi boca y comencé a lamerlo de abajo a arriba, esperando no dejar rastros de su corrida en él. Cuando llegué a la cabeza me entretuve unos momentos más chupándola. Era grande y redonda. Le pasaba la lengua de una forma que sabía que a mí me gustaba.

- Para o me voy a mear. - Dijo luego de unos momentos, estremeciéndose. Su pene no parecía haber perdido volumen.

Entonces, tomé mi pene y me empecé a pajear. Lo miraba fijamente a los ojos, mientras él se acercaba un poco más a mí.

- Déjame.

Me tomó con las dos manos. Empezó lento, viendo mis reacciones. Toda la situación anterior había hecho ya la mayor parte del trabajo. No tardé mucho en correrme sobre sus manos. Cuando hube terminado, se llevó la que había recibido la mayor parte a la cara y acercó su nariz para olerla.

- Huele raro. - Sacó la lengua y probó un poco. Se la alejó de inmediato.

- No creo que hayas notado el sabor.

- Ni pienso hacerlo.

- Ok. - Me miró con cara de pocos amigos.

Al menos me encaminó a casa. Nos quedamos un rato en la esquina fumando la cola del porro que había interrumpido cuando nos habíamos encontrado. Me dijo su nombre. Fuera de eso, no hablamos nada.

- Nos vemos. - Le dije, me dio un apretón de manos.

- No le digas a nadie. - Fue su respuesta.

(9,29)