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Quehaceres domésticos

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(No es lo que parece)

 

Él la observaba. Ella estaba de espaldas, absorta en su trabajo, completamente concentrada. Llevaba puesta una camiseta corta y holgada, posiblemente de un pijama viejo. Y unas mallas ajustadas que definían perfectamente sus curvas, sus piernas, y que eran las culpables de que él no pudiese dejar de mirarla, con los ojos presos en su cuerpo, en su culo. Aquellas pantorrillas delgadas, los muslos prietos y ese precioso culito que se volvía tremendamente apetecible, bajo la tela elástica, casi transparente que lo adornaba, como el sutil marco de un cuadro que está ahí, pero no destaca, sólo realza la belleza de lo que realmente importa, la imagen que contiene.

Se levantó del sofá y fue hacia ella, despacio, en silencio, acercándose sigilosamente, hasta que estuvo lo suficientemente cerca para abrazarla dese atrás y atraerla hacia sí. Deslizó una mano bajo  aquellas mallas y acarició su vello púbico, sabía que le gustaba, como un gatito. No llevaba bragas. Con la otra mano subió desde el vientre suavemente hasta el pecho. No llevaba sujetador. Donde se apoderó de una protuberancia redondita que conocía tan bien, que tanto le gustaba.  Empezó a retozar con el pezón valiéndose del dedo, al tiempo que intentaba abarcarla toda, aunque fuese materialmente imposible, dado su volumen. En esta posición presionó con ambas manos para apretarla lo más posible, sentir todo su cuerpo, como si fuesen uno solo, sobre todo los glúteos contra su entrepierna que hacía rato que estaba dando pequeños empujones en dirección al cuerpo de la mujer. Sin dejar de estrujarla contra su pecho desnudo, empezó a mordisquear su cuello, delicadamente, besándolo, lamiéndolo, subiendo y bajando con su boca desde el hombro a la oreja, aprovechando para saborear su apetecible lóbulo sin pendiente.

Ella notaba la presión en sus nalgas, la mano que acercaba peligrosamente un dedo a su clítoris, mientras que con el índice y el pulgar de la otra trataba de sintonizar una emisora ficticia en su pezón.  La húmeda saliva que corría por su cuello.

Tensó todos sus músculos, estiró su cuerpo, levantó la cabeza, suspiró y dijo.

-¡O te estás quieto o te doy con la plancha!

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