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El destino es caprichoso

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Pablo dobló el papel y se lo metió en el bolsillo de la americana. Era una notificación de los Servicios Sociales de la Comunidad de Madrid y, en cierto modo, las primeras noticias que en casi SIETE años tenía de su hermano Luis, tres años menor que él, aunque, la verdad, poco decía la nota de Luis, sólo que era padre de una niña de dos años, cuya Patria Potestad el Tribunal Tutelar de Menores se la acababa de retirar “sine díe”, pasándosela a los referidos Servicios Sociales que, a su vez, le ofrecían recibir a su sobrina en acogimiento, ya que era su pariente más cercano, antes de entregarla a otra familia cualquiera.

Luis era el dorso de la moneda de Pablo, pues si éste era serio, un tanto tímido y, a veces, hasta casi retraído, su hermano era la facilidad de palabra personificada amén de tener más “cara” que espalda; si Pablo era un tanto corto de entendederas, pero trabajador firme y constante, Luis siempre fue de brillante inteligencia, pero más vago que la manida “chaqueta de guarda/guardia”, amén de un “¡Viva la Virgen!”, es decir, irresponsable, de marca mayor

Y solo le faltó su mamá, que por aquello de ser el benjamín de sus “hijitos”, pues también se alzó con lo de ser el “ojito derecho” de mami, mamita, mami… Y qué queréis; pues que el nene luna que pidiera, luna que “momó” se emperejilaría en bajarle… Y qué decir de “tapar” a papá las mil y una “barrabasadas” que el nene, y luego ya no tanto, a diario hacía… Hasta que al Luisito, allá por sus dieciséis-diecisiete añitos, un buen día le expulsaron del más que selecto colegio religioso donde sus padres matricularan a los dos hermanos, por “liarse” a palo limpio con un venerable religioso de sesenta y tantos años, que se atrevió a llamarle la atención cuando, en el patio, pateaba a un compañero bastante más alfeñique que el bueno del Luisito. Eso, claro está, ya “momó” no lo pudo escamotear a papá, por lo que éste le “sentó” bien la mano al “inocente niñito de momó”, con el más que desgarrado dolor de la momó, que así pasó, pues en “justo” castigo a tal señor de “horca y cuchillo”, mantuvo a su marido en “vigilia de carne” ni se sabe los días

Pero, “vigilias” aparte, desde aquél dichoso día Luisito fue variando a peor, peor y más y más “pior”, que diría un castizo un tanto “sui géneris” o quién sabe si más bien un “paleto” de aquí te espero, Lucas, pues de nene caprichoso, holgazán y más o menos ineducado, se fue trocando en ser altivo, despreciador y pelín pendenciero, a pesar de una personal filosofía afín a aquello de “Haz el amor y no la Guerra”, que en él más bien se reducía a lo de “Haz el amor” a diestro y siniestro, a pesar de haberse “ligado” una novia “cuasi” formal dentro de lo que cabe, la más bien “hippy”, por más que “demodé“ ya ni se sabe cuántos “pueblos”, Ester, una “chavala” de la casi misma edad que él, pues le aventajaba en no más de siete u ocho meses, de familia tan respetablemente burguesa, y a la antigua, como la del propio Pablo y Luis, de esas de derechas de toda la vida y más católicas, apostólicas y romanas que le mismísimo Vaticano, pero que, como Luis, había salido tirando más bien “p’al monte”

Todo fue porque en una fiesta de esas un tanto bastante desmadradas, a poco de lo de la expulsión del “cole”, conoció a la tal Ester y, cosas de la vida, resultaron totalmente “colgaditos”, él de ella, ella de él… Y como cada oveja va de por sí con su pareja, la susodicha Ester introdujo a su amado galán en su íntimo círculo de amistades, una entre “tribu urbana” actual y comuna “hippy” de los sesenta/setenta del ya más que  caduco Siglo XX, pues los antecedentes de esta historia se “cuecen” a horcajadas en un “sí es-no es” siglos XX o XXI

La filosofía-sociología de tal “tribu” venía a ser un “totum revolutum” entre mística “hippy”, probado amor y devoción por los alucinógenos o drogas más o menos duras, más o menos blandas, pasando por el alcohol; también, lógico, lo del amor, aunque, a tal efecto, si la pareja era medianamente estable solía darse una especie de fidelidad mutua, más o menos efectiva según parejas… Y, cómo no, lo de “anti-sistema”, “anti-globalización” y demás “antis” varios… Pero del verdadero “Anti” de los Antis”, el de “anti dar palo al agua”, es decir, “anti” aquello del “Ganarás el pan con el sudor de tu frente”, ni palabra, aunque lo practicaran con un entusiasmo más que digno de mejores empeños, pero qué queréis, ellos aplicaban mejor esta otra teoría un tanto “sui géneris” de ellos/ellas: “Ganarás el pan con el sudor del de enfrente”, que, seamos francos, es bastante más descansado que el original bíblico.

En fin que, para resumir, llegó un día, a eso de los diecinueve añitos del “nene” Luisito, que en la más que cotidiana “agarrada” papá-“nene”, éste llegó a levantarle la mano a su padre, aunque la sangre al río no llegara, pues de ahí no pasó la cosa, pues el filial bofetón a papá no se llegó a materializar. Al momento, la situación familiar se puso al rojo vivo, con el correspondiente soponcio de “momó”, que hasta llegó a desmayarse, o similar, cayendo redonda, eso sí, sobre un sofá a cuyo lado, misterios de la naturaleza humana, había llegado previamente la “momó” en una especie de errático deambular por el salón escenario de los hechos; al propio tiempo, papá estaba quieto, parado cual si de repente la filial osadía lo convirtiera en estatua de sal, como a la mujer del bíblico Lot convirtiera el Ángel del Señor… Por lo que se refiere al “nene” Luisito, lo real es que tan pronto cometiera tan desmedido acto, se arrepintió del mismo. Así que iba a pedir disculpas a papá, hasta de rodillas si él lo hubiera exigido, cuando se produjo la reacción de su hermano mayor, Pablo, un tanto “manu militari”, pues le agarró por las solapas, lo alzó a lo alto y, por finales, le lanzó hacia atrás de dos soberbios guantazos en plena cara, el primero con toda la palma de mano, abierta de par en par, y el siguiente en un tremendo revés que a poco si le pone la cara mirando a La Meca, aunque el “mocer” no fuera musulmán

Y hasta ahí llegó el arrepentimiento de Luisito, pues de inmediato, sin abrir la boca, se fue a la puerta, de un portazo la abrió y de otro aún mayor la cerró tras de sí. Y hasta tal día, nadie, ni sus padres ni Pablo mismo, supo más de Luis. Otra cosa a tener en cuenta es que los padres de Pablo y Luis nunca más tuvieron noticia alguna sobre su hijo Luis, pues murieron ambos en ese intervalo de tiempo… Los médicos dijeron no se sabe bien qué sobre la tensión, el azúcar, los años y tal, pero para Pablo estaba bien claro que lo que se llevó a la tumba a sus padres fue el ya no querer vivir desde la desaparición de su hijo Luis… Y así, para Pablo estaba más que claro quién había, en verdad, matado a sus padres…

Volviendo al principio del relato, al día siguiente Pablo se personó en los Servicios Sociales de la Comunidad madrileña, en demanda de hacerse cargo de su sobrina, sacándola de allí, un simple orfelinato a fin de cuentas. Y, de paso, indagar noticias sobre su hermano Luis y la madre de la cría. De Luis poco pudieron decirle, ya que ellos solo sabían que la policía, junto a su pareja, la madre de la niña, aquella Ester que fuera novia de su hermano, habíalos detenido tras comprobar el abandono en que mantenían a la pequeña.

De eso, del abandono en que la niña estaba, esos Servicios asistenciales sí que le  dieron cumplida razón, pues hasta allí llegó casi desnutrida, llena de suciedad de pies a cabeza, tanto vieja como nueva, llorando a moco tendido y en sesión continua, que la nena sacaría de quicio al mismísimo Santo Job si le “endilgaran” a tan incansable llorona… Vamos, que el “regalito” que se le venía encima al buenazo de Pablo era de los que se dice “Perdono el bollo por el subsiguiente coscorrón”, pero el sacrificado varón que Pablo era no paró mientes en tamaños reparos para, de inmediato, quedarse con su minúscula sobrinita

De momento, la Comunidad madrileña solo se la confiaba en acogimiento provisional, pues el devenir del futuro de la niña quedaba al albedrío de los Servicios Sociales madrileños, en base al meticuloso seguimiento del día a día entre tío y sobrina, que sería lo que al final decidiría si, definitivamente, Pablo asumía la Patria Potestad sobre la niña, manteniendo pues, “sine díe”, su tutoría, guarda y custodia… O si, por contra, se le retiraba el régimen de acogida por franca incompatibilidad, negligencia de él hacia la niña… Etc…

Pablo firmó cuanto papel o documento se le puso por delante y, más contento que unas Pascuas salió con la pequeña Anita en brazos… Sí, en brazos, pero berreando con unas veras que, si se hubiera tratado de ese proverbial ejemplo de la paciencia a todo ruedo que es el antedicho Santo Job, el casi universal icono de la SANTA PACIENCIA seguro echa a correr de vuelta a la comunitaria Institución, a devolver el “regalito” recién obtenido con un “Para ustedes por siempre jamás. Amén”, pero Pablo no se arredró un segundo. Maldita experiencia tenía de tratar a niño alguno en general, “conti más” atender a un más bebé que niño todavía, dados sus más bien escasos dos añitos de dura vida, pero Pablo obró por “ciencia infusa”, esa “ciencia” que surge de la natural ternura que todo infante-bebé provoca en personas mínimamente sensibles, y que estrechos lazos o vínculos consanguíneos, naturalmente, casi que por instinto, refuerzan esas sensaciones de natural ternura. En fin que, como fuera, pues ni él mismo llegó nunca a entenderlo o exp0licárselo, lo cierto es que el muchacho empezó a dar cariñosos besitos a su llorona sobrinita, meciéndola entre sus brazos, al tiempo que se la apretaba al pecho con infinitos cariño y ternura y, ¡Oh, milagro de milagros!... ¡La criaturita cesó de llorar por vez primera en ni se sabe cuántos minutos, horas, días!… Quién sabe si hasta semanas…

Sí, la pobre Anita cesó de llorar, pero es que, al poco, empezó a sonreír a aquella cara masculina que a su faz de casi todavía bebé se asomaba, para en segundos más que minutos trocarse las sonrisas en franca risa mientras sus diminutas manitas avanzaba hasta llegarse al rostro de su ignoto tío, acariciándole… Y desde tal momento, la chiquilla se ganó, incondicionalmente, no ya el aprecio de su señor tío, sino el más sólido amor, cariño del más próximo pariente, amén de sus propios padres, que la niña tenía; un amor y cariño que en nada tenía mucho más de verdadero padre de aquella muñequita de carne y hueso que tío, por muy consanguíneo que el citado parentesco fuera

En fin, que en menos que se tarda en decirlo, para Pablo la pequeñísima Anita fue una hija enteramente biológica, pues la sentía como si él mismo, personalmente, la engendrara, y para la mini criaturita el único padre que en su vida conoció. Y que conste que Pablo tampoco quiso ser egoísta, apoderándose de un ser que, ante todo y sobre todo, era de sus biológicos padres, su hermano Luis, que la engendró en su novia Ester y de su madre, la tal Ester que la trajo al mundo alumbrándola de sus entrañas. De modo que, casi tan pronto como tuvo en sus brazos a su sobrina, enterado por la Dirección General de Prisiones de los centros en que Luis y Ester estaban “enchiquerados”, a ellos se presentó con su hija en los brazos. Luis, el padre de la pequeña, ni siquiera quiso mirarla, aduciendo aquello de que los hijos eran de las madres, pues ellas siempre son seguras y los padres siempre probables. La entrevista con Ester, la madre de Anita, aún fue peor; simplemente, se negó a verle

En fin, que Pablo se constituyó en el padre y la madre de su sobrina y el normal desarrollo de la pequeña fue la máxima prioridad de vida: Ella había vivido sus dos primeros años en absoluto abandono, huérfana de cariño paterno y materno, y Pablo se dijo Anita no debía estar, en los años subsiguientes, un solo instante falta de cariño pues para el normal desarrollo de la psiquis infantil el cariño de sus progenitores es esencial. Así que decidió estar cotidianamente a su lado, haciendo que la niña se sintiera querida y protegida por una figura humana que, en cierto modo, desempeñara el natural papel que los progenitores deben constituir, adaptando, pues, su trabajo a su actual estado familiar.

La naturaleza de su trabajo fue una importante aliada en los siguientes años. Él era ingeniero informático, por lo que su trabajo consistía, básicamente, en elaborar programas para una gran empresa internacional del ramo; y eso también podía hacerlo desde casa, con su ordenador semi profesional. De modo que llegó a un acuerdo con la tal empresa para no estar físicamente en sus oficinas, sino en su casa, permanente conectado, vía Internet, con la empresa.

Y el esencial propósito se cumplió mucho mejor de lo que él mismo esperara lograrlo, pues la pequeña, desde un principio, se entregó al cariño y atenciones que su tío a diario la prodigaba, tardando bien poquito en llamarle papá, asumiéndole totalmente por tal, olvidada por completo de anteriores experiencias. Vamos, que de su infantil mente se borró todo cuanto se refería al pretérito sin su tío, su papá, su único papá, para ella… Y también su mamá…

La vida familiar entre Pablo y su sobrina/hija, más normal no podía ser. La niña solía estar, de común, en la especie de oficina que él montara en el piso, jugando tranquilamente, mientras por las tardes, si el tiempo lo permitía, al parque del Retiro, que quedaba a dos pasos de la casa, en la calle Menorca, donde la cría podía jugar a sus anchas e, incluso, hacer sus primeras “amistades” con otros críos y crías. La verdad es que en tales tardes, Pablo hacía un auténtico papelón, rodeado de madres vigilantes de sus retoños/as, que no cesaban de mirarle cual si fuera bicho raro, acompañado todo de sus correspondientes cuchicheos: “Seguro que su mujer le ha abandonado”, solían decir, más o menos…

Los domingos lo normal era que se llevara a la niña a degustar una o más hamburguesas en cualquiera de los restaurantes que en la zona, precisamente, no faltaban, y luego comúnmente al cine, si había alguna “peli” de dibujos por allí, sobre todo si hacía mal tiempo o, para variar, al Retiro

Así el tiempo, los años, fueron pasando hasta cumplir la niña los nueve. Un año antes la Comunidad madrileña había otorgado a Pablo, definitiva y perennemente, la Patria Potestad sobre su sobrina, por lo que, de hecho, la niña pasaba a vinculársele como hija efectiva, aunque conservara ambos apellidos paterno-maternos, por lo que su primer apellido coincidía textualmente con el de su padre de acogida.

Una tarde de domingo de ese noveno año de vida de Anita, del típico Otoño madrileño, es decir, en plano “Veranillo del Membrillo”, al regresar Pablo y ella a casa desde el Retiro y cuando ya veían más que vislumbraban el portal de su vivienda, a Pablo le dio un vuelco el corazón cuando reparó en la femenina figura que a su puerta estaba como recostada; no reconocía quién era, pero le resultaba conocida y, sin saber por qué, aquella visión le puso en alerta. Se llegaron por fin más cerca a la desconocida/conocida mujer y él supo, sin duda alguna, quién era: Ester; ni más ni menos, la novia-compañera de su hermano Luis y madre de la niña. Y el nerviosismo que le aquejaba se disparó a niveles ultra altos

En segundos estuvieron juntos hombre y niña con la mujer, frente a frente, mirándose, ella insegura, él intrigado por la visita. Al fin fue Pablo quien habló

  • Hola Ester

Ella, más trémula que otra cosa, respondió

  • Ho…hola Pablo… ¿Me recuerdas?

  • Claro que sí… ¿Cómo sigues?

Pregunta ociosa, pues a la legua se veía que en absoluto estaba bien. Ojerosa y un tanto demacrada, amén de demasiado delgada… Más mal que bien, desde luego…. Ester tenía la vista fija en la niña, en su hija, una hija que años atrás rechazara, desentendiéndose de ella. Al fin alzó la vista hacia él, esbozando una tímida sonrisa al tiempo que decía

  • ¿Puedo…?

Pablo no la dejó continuar, adivinando lo que seguiría a ese inicial ¿Puedo?

  • Pues claro que sí mujer… Anda Ester, dale un besito a… Bueno, a la niña…

De milagro no soltó el “A tu hija” que ya casi se dibujaba en sus labios, pero se mordió la lengua a tiempo, pues tampoco era cosa de que la niña se enterara todavía de nada de lo antaño sucedido. Ester entonces se inclinó sobre su hija, acuclillándose ante ella, y empezó a acariciarle con suma ternura, infinito cariño, la carita con ambas manos

Sin saber bien por qué, lo cierto es que Pablo la escena le emocionó; vio algo que no esperaba en la mujer: Mucho, muchísimo cariño de madre hacia su hija. Y eso le enterneció. De modo que,  a su vez, también se inclinó sobre la niña, acuclillándose frente a ella, mientras decía

  • ¿Sabes cariño? Esta señora tan guapa es muy amiga de papá; y, además, te quiere mucho… Muchísimo más bien… ¿Por qué, Anita, no le das un besito a la señora?

La cría alzó la vista a su “padre” que, alentador, la sonreía; luego la volvió hacia la “señora”, preguntando

  • ¿De verdad me quiere usted, señora?

Entonces Ester no pudo contenerse más y rompió a llorar con lagrimones como puños, al tiempo que estrechaba contra sí a su hija, bastante más que abrazarla

  • ¡Pues claro que sí que te quiero, cariñito mío!... ¡Mucho, mucho, mucho!... ¡Mucho más de lo que puedas imaginar!

Entonces la niña le echó los brazos al cuello, abrazándola a su vez, al tiempo que besaba a su ignorada madre en ambas mejillas. Y eso fue la gota que colmó el vaso del aguante de Ester, que al momento, con suavidad revestida de ternura, pero con también fuerte determinación, se libró del abrazo de la niña y, poniéndose en pie casi de un salto, se volvió un momento a Pablo, diciendo

  • Perdona Pablo, y muchas gracias… Esto ha sido mucho más de lo que buscaba e infinitamente más de lo que esperaba… Muchas, muchas gracias… No te preocupes; ya me voy… En realidad, sólo vine para verla un momento, y tú… ¡Tú te has portado conmigo como en absoluto esperaba!… Adiós Pablo… No te molesto más…

Ester se dio la vuelta y, sollozando de emoción más que llorando empezó a alejarse de ellos más que aprisa, a paso asaz vivo… Pablo la vio alejarse y en su alma algo se rompió al más sentir que adivinar el dolor que en tales momentos embargaba el alma de aquella más que desconcertante mujer…

  • ¡Espera Ester!...

La apelada se detuvo al instante, girándose hacia hombre y niña. Pablo, con Anita de la mano, se fue acercando a ella hasta alcanzarla, encarándola de nuevo

  • A qué tantas prisas mujer… No creo que tengas que apagar ningún fuego… ¿Por qué no subes a casa y cenas con nosotros?... Luego puedo pedirte un taxi que te devuelva a donde estés… ¿Tú qué dices, Ani?... ¿Invirtamos a cenar a la señora?...

Ester, por finales, subió con ellos al piso y junto a ellos cenó. Al final de la cena, Anita, la niña, llegó más dormida que despierta, por lo que Pablo invitó a Ester a que la cargara ella misma y la llevara a su camita.

Cuando los dos, Ester y Pablo salían del dormitorio en que la niña dormía, el mismo de Pablo, por cierto, ella comentaba

  • ¡Gracias Pablo!... ¡Muchas; muchísimas gracias!... ¡Qué feliz; qué dichosa que he sido esta tarde!... ¡No sé ni cómo agradecértelo!... ¡Nunca, nunca, podré hacerlo, agradecértelo, suficientemente!... ¡Estos han sido, realmente, los momentos más bellos…Más bonitos y felices de toda mi vida!... ¡Tener a mi hija en brazos, besarla, abrazarla…Besarme y abrazarme ella!...

Ester calló, emitiendo un hondo suspiro mientras Pablo, sonriente, la miraba. Luego la mujer volvió a hablar

  • Bueno, Pablo… Creo que ya es hora de irme… ¡Que bastante tostón te he dado ya!...

  • ¡Pero qué tonterías dices mujer!... ¿Sabes lo que te digo?... Que me alegro mucho de que vinieras…También yo he pasado un rato delicioso… ¡Y no digamos la niña!... ¡Estaba encantadita contigo!... Además, qué prisas tienes… Mira, vete al salón mientras yo me preparo café y saco unas copas… ¿Qué prefieres tomar?... Perdona, pero es que no conozco tus gustos…

  • Gracias Pablo, pero no te molestes… De verdad que me voy ya…

  • Y yo te digo que no… ¡Qué caray, que también quiero que me cuentes algo de ti, de mi hermano!… ¿Cómo sigue ese viejo truhán?... ¿Qué es de él?...

Ester, a las directas preguntas de Pablo no respondió, e intentó mantener su inicial decisión de marcharse, pero por finales cedió a los requerimientos de su, digamos, cuñado, de quedarse unos minutos, pero lo que desde luego no consintió fue eso de irse ella bonitamente al salón dejando al dueño de la casa con todo el quehacer de preparar el café y demás, por lo que, finalmente, fueron los dos a la cocina, acabando por ser ella quien, más bien, preparara el café, poca cosa en sí, pues se limitaba a poner al fuego una de esas cafeteras llamadas italianas, cargada de agua y café molido, lo que le dejó tiempo más que suficiente para a su vez alistar los correspondientes servicios de tazas de café, pequeña para él, que prefirió tomarse solo el café, y grande para ella, al decantarse por tomar con leche el café, más la cafetera grande para le negra infusión, la jarrita para la leche, el azucarero y las cucharitas para el café

Así que, pocos minutos después, arribaban los dos al salón, ella con el servicio de café dispuesto en una bandeja y él con una copa en una mano y la botella de coñac en la otra… Y bien se dice que una sola copa, pues ahí, en lo de que Ester aceptara tomar una copa de licor, sí que no hubo forma de convencerla, empecinada en que ella ya no tomaba ni una gota de alcohol que valiera, como tampoco fumaba ya ni un mísero cigarrillo siquiera…

Se arrellanaron los dos en ambos sofás, Ester en el de tres plazas por deferencia de Pablo y él en el de dos plazas; eso sí, ambos dos ocuparon los asientos que quedaban contiguos; en ángulo, pero uno junto al otro, lo suficiente para estar muy, muy próximos y al mismo tiempo lo suficientemente distantes entre sí, para que el contacto físico no fuera posible sino a través de las manos

Por pura inercia, podría decirse, Pablo encendió la pantalla de la “Caja Tonta”, vamos, la “Tele”, aunque ni mirarla se dignaron ninguno de los dos, más interesados en la charla que en aburrirse viendo los soporíferos programas televisivos… Al menos, los de las “teles” españolas, aunque el autor se barrunte que ídem de lienzo sucederá con cualesquiera del mundo mundial

Y vaya si conversaron en unos minutos que acabaron alargándose hasta las más tres de la madrugada que las dos y media. Pablo supo que Ester acababa de salir se la cárcel simplemente dos o tres días antes, donde fue a parar unos tres años atrás por un feo asunto de drogas, algo así como al por mayor, del que, chiripa de las chiripas, el inefable Luisito se escamoteó escurriéndosele a la policía, la “pasma” en lenguaje de Ester, casi, casi que por entre las manos, aunque su pasajera libertad apenas alcanzó los siete u ocho meses, pues al fin lo “cazaron” con las “manos en la masa” de otro asunto tan feo o más, con lo que, por esos entonces, estaba entre rejas y por una buena temporada todavía…

Esta vez a Ester la cárcel le probó la mar de bien pues, por una vez y sin que sirva de precedente, tal privación de libertad dio su teórica razón de ser, hacer reflexionar al delincuente devolviéndole al buen camino por propio convencimiento. Pues eso fue lo que a Ester le pasó: Encarar su vida en serio, sin vendas en los ojos. Y lo grande fue que, el revulsivo para ver así las cosas, fue estar bajo los más atroces efectos de un “mono” por falta de droga de mírame y no me toques. En tal estado, y dado lo mal que lo pasaba, vio claro que su adicción a las drogas derivada del tremendo desastre en que su vida había acabado por convertirse, era la razón y origen de todos sus males, actuales y pasados.

Entre esos males pasados, destacó en  su mente su criminal acción de desentenderse de su propia hija, la criaturita que llevó nueve meses en sus entrañas, la criaturita que parió en pleno “viaje”, pues los únicos “facultativos” que en tal trance la asistieron fueron los miembros de aquella especie de comuna en que ella y Luis, su “tronco” como entonces decía, ellos mismos “ciegos” hasta el culo y que lo mismo de “ciega” la pusieron a ella, para ayudarla a pasar el mal trago… Vamos, que las dos, ella y su hija, estaban vivas de puro milagro o casualidad

Como pudo, superó tan críticos momentos, aunque los trastornos psíquicos y físicos propios del “mono” pasado a “palo seco” no cesaron del todo, sino que simplemente se paliaron un tanto, sobre todo gracias al firme propósito hecho de “desengancharse”, cosa que acabó por lograr en toda la línea, allí, en la prisión de mujeres Madrid I.

La velada fue transcurriendo en tales confidencias, saboreando ella, sorbo a sorbo, el café con leche que se sirviera, reforzado con una nueva taza cuando la primera se acabó y con una tercera, una cuarta, pues cuando la cafetera y la jarrita de leche se agotaron ella, Ester, fue a la cocina a hacer más café, prescindiendo ya de la jarrita de la leche para traerse de la cocina a la mesita de centro del salón toda una botella de leche enterita. Por su parte, también Pablo acabó su primigenia taza de café y la copa de coñac con que empezó la sobremesa, sirviéndose nuevas tazas de café y una copa de coñac más

Fue hacia las tres de la madrugada cuando Ester dijo que ya estaba bien de abusar de la hospitalidad de su anfitrión, así que se levantó para irse; pero de nuevo Pablo la detuvo

  • Espera; espera mujer… Desde hace ya un rato quiero decirte algo, pero ni sé cómo empezar…

Ester, enteramente intrigada, volvió a sentarse junto a Pablo

  • Venga Pablo; te escucho, “desembucha”

  • Verás… Para empezar, decirte que me has sorprendido muy, pero que muy gratamente… De aquella Ester que yo recordaba y que por considerarla más bien nada que poco, menos aún la apreciaba, nada, nada en absoluto veo en la Ester que ahora tengo delante. Hoy veo en ti a una persona que sabe lo que quiere y ese querer es ser una mujer seria, responsable… Mira Ester, la niña, tu hija, te necesita; necesita una madre… Y tú, sólo tú, puedes ser tal cosa… Ester tu hija precisa de la referencia materna, la de la figura de la madre, en la que apoyarse… Más aún a partir de ahora, a punto de entrar en la pubertad… Quédate aquí, en casa; vive aquí…

  • ¿Qué…que viva contigo, que me acueste contigo, es lo que intentas proponerme?

Esto, Ester lo había dicho toda arrebolada, casi indignada

  • ¡No, no, por Dios, mujer! En absoluto es eso… Lo que te propongo es que vivas en casa, con la niña; que, incluso, se acueste contigo… Sí, que hasta duerma contigo, para que os compenetréis más las dos… Para que Anita aprenda a querer a su madre; a quererte, de verdad, como a su madre. Mira Ester, aquí hay una habitación que, aunque enteramente dispuesta como dormitorio, no se utiliza… Está libre… Ahí es donde te propongo que duermas… Hasta tiene seguro, por lo que podrías encerrarte dentro al acostarte… ¡Por si acaso, alguna noche, intentara entrar y violarte! ¡Ja, ja, ja!

Aquí rieron los dos juntos, Pablo y Ester. Luego siguió hablando él.

  • En la habitación, como en la mía, entran dos camas; coma has visto, Anita duerme, en su camita, pero en mi cuarto, y esa cama la pasaríamos a tu habitación, con lo que dormiríais juntas. Vamos que, lo que deseo es que tú te hagas cargo de ella, de tu hija. Que la lleves al colegio y la traigas, que cuides que estudie y haga sus deberes… En fin, que seas su madrea todos los efectos… Y si no te importa, si no te parece mal, te ocupes de la casa… No como la criada, sino como la señora… La “Materfamilia” de este hogar, como decían los romanos…

Ester estaba que aquello que oía apenas si lo podía creer, pues era más sueño o cuento de hadas que realidad. Tenía un verdadero nudo en la garganta que le impedía hablar y, casi, casi, respirar… Era como si el puño de un Atlante le oprimiera el gaznate hasta casi asfixiarla. Por fin, pudo tomar algo de resuello para responder

  • ¡Qué gran persona eres, Pablo; qué gran persona!... ¡Perdona, perdona, por favor, mi anterior mezquindad al pensar de ti tan sórdidamente!... Es maravilloso lo que me propones… Un sueño, Pablo… ¡Sí; todo un sueño!... Pero… Pero como con los sueños, los cuentos, es un imposible… Una quimera irrealizable… Mejor dejemos las cosas como están… Mejor me marcho y ya nos veremos otro día… Sólo te pido una cosa, si no lo tienes a mal: Que algún otro día me permitas verla… Ver a la niña… A tu hija, porque tú eres su padre y su madre, legalmente… Yo… Yo no tengo derecho a ser nada para ella… ¡La abandoné, Pablo!... ¡La abandoné, Dios mío!... ¡Qué…!

No pudo seguir porque Pablo la interrumpió

  • ¿Por qué; por qué es imposible lo que te propongo?... Y respecto a lo otro, lo de que la abandonaste…  ¡Esa no eras tú!... ¡Esa era la otra Ester!... ¡La “drogata”, la delincuente casi!... O, ¿acaso crees que a esa otra Ester, a la de antes, le hubiera propuesto lo que a ti sí te propongo?... ¡Ni borracho, vamos; ni borracho se me ocurre tal cosa!...

Ester quiso rebatirle a Pablo lo dicho, hacerle ver que algún día él se casaría y qué pintaría ella entonces en su vida y la de la niña, pero él no se lo admitió. Primero, que tal contingencia no pasaba de ser una hipótesis y que, en cualquier caso ella era la madre de la niña, su única madre; que sí, la Patria Potestad, sobre la niña la tenía solo y únicamente él, pero que la compartiría legalmente con ella, ante el Tribunal de Menores y la Comunidad de Madrid…

Y Ester no pudo, no quiso ya seguir oponiéndose a lo proyectado por ere hombre que para ella resultaba por entero providencial… Una especie de Ángel de la Guarda que, por finales, Dios había puesto en su camino, en su vida. Se quedó esa noche en el dormitorio que él le ofreciera y a la mañana siguiente quien primero estaba en pie, preparando los desayunos de los tres era ella, Ester, por entero metida en su papel de Materfamilia, Señora, de esa casa, con lo que Pablo se despertó al tibio, suave aroma del café recién hecho y las tostadas recién preparadas, con la mesa puesta o, mejor dicho, enteramente dispuesta para que los comensales se sentaran a ella a desayunar

Luego, los dos, Ester y Pablo, llevaron a la niña al colegio, tras lo cual Pablo se fue a las Oficinas de la Empresa, a anunciar que desde ya se reincorporaba, físicamente, a su puesto de trabajo allí, quedándose ya mismo allí, pues para tomar el hilo de su trabajo le bastaba con, desde su ordenador en esas oficinas, entrar en el que tenía en casa; y viceversa, para poder trabajar desde casa cuando allí estaba, al salir del trabajo por las tardes o los fines de semana, fiestas etc., si había algo urgente. Por su parte Ester, del colegio regresó a casa a continuar su primer día de Reina y Señora del Hogar.

Hasta entonces Pablo llevaba a la niña al colegio por la mañana, a las nueve, y hasta las cinco y media de la tarde no iba a recogerla, pues la dejaba en el “cole” a comer para aprovechar más el tiempo. Pero ahora, Ester pensaba que eso de que la niña comiera en el colegio carecía ya de razón de ser, por lo que desde ese mismo primer día que ejercía de madre de su hija Anita comió en casa. Ya por la mañana, cuando ella y Pablo dejaron a la nena en el colegio, él quiso ver a la directora y la “profe” de la niña para presentarles a Ester como la persona que, desde ya, se ocuparía de la pequeña, por lo que cuando a la una del mediodía ella se presentó en el colegio para llevarse a su hija a casa a comer no tuvo ningún problema y, además, la alegría de la niña ante el hecho de poder estar en casa hasta entrar de nuevo a clase a las tres de la tarde fue más que notable

Cuando la pasó a recoger a las cinco y media de la tarde, se la llevó directamente al Retiro, tal y como su padre solía hacer cuando el clima lo permitía y allí se les reunió Pablo poco después de las seis y media, para regresar los tres juntos a casa algo después de las siete y media de la tarde, para cenar y acostar a su hija, tras lo que Pablo y Ester compartieron un rato en el salón, entre tomar café, una copa de coñac él, conversar y ver algo de tele antes de retirarse a dormir

Y así, con tal rutina fue pasando el tiempo, semanas y meses, con una sola alteración respecto al primer día: Que Ester se levantada a eso de las seis de la mañana para que cuando Pablo se ponía en pie a hacia las seis y media tuviera listo el desayuno, café con leche y una tostada de pan. La ancestral costumbre de Pablo era tomar sólo café con leche por la mañana, pero la “señora” de la casa impuso, quieras o no, la tostadita con mantequilla, pues opinaba que con solo un café con leche no se debe pasar, ni siquiera hasta media mañana. Otra cosa había surgido, espectacularmente maravillosa para Ester: Anita, su hija, dos-tres semanas tras establecerse en esa casa, de manera natural, espontánea; por absoluta iniciativa de la niña, la había empezado a llamar mamá. Ester no hizo comentario alguno sobre aquél sorprendente cambio en la actitud de la niña hacia ella. Simplemente, lo aceptó y también ella comenzó a decir hija, hijita, a la niña. Por supuesto que, alborozada, a la noche, informó a Pablo del feliz suceso

Con el paso de los meses transcurrió algo así como año y medio desde que Ester se asentara en aquella casa, si es que no hacía algo más, cuando tuvo lugar un evento decisivo en la rutina de la vida diaria de la extraña familia que formaban Pablo, Ester y la pequeña Ana, que ya no Anita, pues la “peque” era ya “mayor”, con sus ya casi más once años que diez de vida, pues para el onceno aniversario de su llegada al  mundo restaban poco más de cuatro meses.

Fue durante una de las cotidianas sobremesas que sucedían a la cena de ambos adultos, aunque desde hacía ya cerca de un año la “peque” cenaba a la mesa junto a papá y mamá, y no ella antes que sus parentales (1), pero nada más terminaban de cenar, Anita, perdón, Ana, se iba a la cama hasta el siguiente día a eso de las ocho, cuando su madre la despertaba para ir al cole

Pues bien, como antes se dice, cuando cualquiera de aquellas noches Pablo y Ester compartían, tan tranquilos, café y “tele”, con un programa algo menos integralmente somnífero cual los, generalmente, acostumbrados, algo así como las formas de vivir de distintos españoles afincados a lo largo y ancho del universo mundo, a ella se le ocurrió comentar

  • ¿Sabes una cosa Pablo?... Es de lo más curioso… Esta mañana compartí el ascensor con doña Matilde, la del tercero, y…¿sabes cómo se refirió a ti?... ¡COMO A MI MARIDO!...¡Ja, ja, ja!... Como lo oyes Pablo…  Vamos que, seguro, somos la comidilla del barrio…

Ester calló, volviendo su atención a la pantalla de la “Caja Tonta” durante un corto tiempo, algún que otro minuto, simplemente, antes de volver a hablar mirando, de todas formas, a la dichosa “cajita”

  • Y es que, la verdad, parecemos un matrimonio, una pareja estable. Pasamos la vida juntos los dos con la niña… La niña que es, en realidad, tan hija mía como tuya; o, incluso, más tuya que mía… Con ella vamos los dos a todas partes; junto a ella, compartimos todas las horas que al cabo del día tenemos libres… Tienes libres, más bien. Y juntos pasamos estas sobremesas, tras cenar, que me encantan…

Ester volvió a callar de nuevo, pero esta vez el mutis duró poco; bastante menos que antes, ya que apenas llegó al minuto. Desde luego Ester estaba sumida en sus pensamientos y deseaba expresarlos en voz alta

  • ¿Sabes otra cosa Pablo?... Que aquí, contigo y mi Anita, he pasado los mejores días de mi vida… (Ester dejó de mirar la “tele” para fijar la vista en su acompañante que, por cierto, no la miraba a ella, se diría que más pendiente de la “caja tonta”, que ciertamente más aborrecía que otra cosa, que de la mujer que junto a él estaba) De verdad Pablo; te lo prometo, te lo juro si quieres, que este año y medio ha sido la mejor época de mi vida… ¿Sabes?; soy dichosa, feliz, aquí, contigo y la niña… Es la única vez en mi vida, desde que era casi niña, que estoy tranquila… Sosegada… Duermo, plácida, toda la noche y despierto sin estrés… Sin miedo por terribles pesadillas nocturnas que me privaban del necesario descanso…(Nuevo silencio de Ester, mucho más breve, de segundos, quizás veinte, puede que más, pero sin acercarse, ni de lejos, al minuto) La verdad es que para ser matrimonio o pareja, sólo nos resta acostarnos juntos…

En diciendo esto, la mujer volvió a prender su atención en la “tele”, como si ya nada más tuviera que añadir, como dando carpetazo el asunto, olvidándolo por completo. Pero sucedió que entonces, precisamente entonces, Pablo volvió hacia la mujer su mirada, clavándola insistente en ella, al tiempo que decía

  • Efectivamente, Ester. Para ser pareja, matrimonio, sólo nos falta acostarnos juntos… Amarnos mutuamente…

Ester no paró mientes en lo que su compañero le decía… No llegó a apreciar la vehemencia, el tremendo deseo que en su entonación había, sino que simplemente acababa de decir una “boutade”(2), una tontería confirmando su aserto, por lo que no le prestó atención alguna, centrando en la “tele” todo su interés. Pablo, en cambio, centró en ella su mirada, insistente, hasta osadamente…

Ester, de momento, no fue consciente del marcado interés que en su anfitrión despertaba pero, antes o después, todos acabamos por sentir, casi físicamente, ese tipo de miradas clavadas en uno mismo y la mujer no fue excepción a la regla, notando la insistente mirada de Pablo en ella, como si fuera una lengua de fuego que la abrasara. Al instante, se inquietó y no pudo sino desviar sus ojos hacia el dueño de la casa, el, para ella, ser más bueno y generoso del Universo; sus miradas se cruzaron pero Ester desvió la suya al momento, bajándola en principio para, de inmediato, volver a prenderla en la pantalla televisiva, sin, realmente, verla, mucho más pendiente de la mirada de Pablo, permanente fija en ella, que en las imágenes de la “caja tonta”

Así, progresivamente se sintió más y más inquieta, confusa, insegura, al tiempo que el inicial arrebol de sus mejillas se trocaba en intenso fuego, sintiendo cómo sus mejillas echaban lumbre, abrasándoselas… Abrasándola de pies a cabeza… Su pulso empezó a subir enteramente desmandado lo mismo que su presión sanguínea, que ni se sabe a cuánto le pudo llegar… El corazón se le desbocaba a ojos vistas… Se sentía mal… Francamente mal… Y más suplicó que pidió, aunque sin mirarle en modo alguno… Prendida la vista, en todo momento, a la “tele”

  • Por favor, Pablo, deja de mirarme así… Me pones nerviosa; me alteras… Me…me siento mal… Te lo prometo; te lo juro, que me pones mal al mirarme así…

  • Lo siento Ester… Pero… Pero no puedo… Me es imposible dejar de mirarte… No; de mirarte no… De admirarte… De venerarte… ¡Eres…! ¡Eres tan bella…tan portentosamente bella…hermosa!... ¡¡Tan…tan divina!!... ¡¡Eres como una diosa!!... ¡Una divina…escultural diosa!…

Las sensaciones que recorrían a Ester eran de lo más encontradas, pues por una parte empezaron a ser de lo más placenteras al tiempo que la desazón, el enervado nerviosismo, la anonadaban sumiéndola en una potente intranquilidad. Seguía con la vista fija en la pantalla del televisor, pero ni veía ni oía nada, con todos sus sentidos agudizados “ad infinitum”, especialmente el auditivo. Así, con toda claridad percibieron sus oídos el rebullir del sofá donde Pablo se sentaba cuando éste se levantó abandonándolo en tanto que en su cerebro resonaron como estruendosos cañonazos los más que débiles pasos, el simple, somero, rozar sobre el suelo de las almohadilladas zapatillas de casa del hombre cuando en forma más que imperceptible se deslizaron hacia donde ella estaba.

En segundos le sintió a su lado, sentado junto a ella, en su propio sofá. Al instante todas las sensaciones que enseñoreaban su cuerpo, su mente, su alma, se multiplicaron en múltiplos estratosféricos, tanto las de índole placentera como las que la intranquilizaban. No era la primera vez que Pablo estaba tan junto, tan próximo a ella, pero sí fue esa la primigenia ocasión en que clara, nítidamente, percibió su olor… Su masculino aroma… El aroma de su virilidad, ese olor a macho de su propia especie inconfundible para cualquier hembra… Y fue eso lo que hizo que todas sus anteriores sensaciones se dispararan, placenteras y no placenteras…

Pero ahí no se quedó la cosa, pues al momento sintió las manos de él sobre sí misma… En su pelo, en sus mejillas… Y tras el contacto de las masculinas manos, el acariciador deslizamiento de tales manos por su pelo, sus mejillas, su cuello… Suavemente, tiernamente… Caricias esas plenas de cariño, de amor, de infinita dulzura… Caricias llenas de sentimiento al tiempo que por entero hueras de sexualidad. Las manos de Pablo separaron a un lado el pelo de Ester, dejando sus orejas al descubierto, y Ester se sintió casi morir cuando los labios de él se posaron en esa parte del femenino cuello, justamente debajo de la oreja. ¡Qué suavidad; qué ternura en aquél beso!... ¡Qué ternura, qué dulzura, en los que le siguieron!... Los que le siguieron en su orejita, en pleno hoyito auditivo, en el lóbulo de su oreja, acompañados éstos por el suave, leve mordisqueo de los dientes del hombre, para luego subir los masculinos labios a su mejilla, a su sien, a su pelo

Ester se sentía más y más insegura… Hasta vulnerable… Pero… ¡Qué agradables que le resultaban esas caricias!... La situación para ella, para Ester, era de lo más confusa, de lo más dicotómica por lo encontrado de sus sensaciones… Por una parte era dichosa, feliz, como pocas veces antes lo fuera, por otra, en cambio, se sentía temerosa, asustada

  • ¡Por favor Pablo!... ¡Déjame; déjame, por Dios!... ¡Para Pablo!... ¡Para!... ¡Déjalo…no…no sigas!

Pablo, al instante, paró en sus caricias, separándose ostensiblemente de la mujer

  • ¡Te quiero, Ester!... ¡Te quiero…te adoro…te venero!... ¡Con toda mi alma, con todo mi ser!… Pero también con desesperación… Con desesperanza… Tú, para mí, eres una Diosa inasequible a un pobre mortal como yo… Una rutilante estrella del firmamento, y yo un ser anodino… Insignificante… Pero no me importa... Con mirarte, con admirarte… Con adorarte desde casi lejos me es suficiente… No, no aspiro a más…

  • ¡Calla Pablo; calla!… Por favor… Haces que me sienta mal… Yo… Yo sí que soy poca cosa… ¡No puedes amarme, quererme como dices que me quieres!... ¡Tengo un hijo de otro hombre!... ¡De tu hermano, Pablo; de tu hermano!... ¡Calla, por Dios!... ¡No; no quiero oírte!...

Pablo se calló. Se levantó para tomar el paquete de cigarrillos; extrajo uno y se lo ofreció a Ester, que lo rehusó, recordándole que no fumaba. Por fin, él se llevó el pitillo a los labios y lo encendió. Se volvió hacia Ester, diciendo

  • Anda, vete. Vete a tu cuarto… Vete a dormir, a descansar

  • Tú también Pablo… Y deja esos pensamientos… Libérate de ellos… Volvamos a ser lo que éramos… Lo que somos… Buenos compañeros… Buenos amigos… Hermanos… Sí, hermanos… Te quiero mucho Pablo; de verdad, créeme… Te quiero mucho; muchísimo… Pero no así… No como dices quererme… De verdad que lo siento…

Ester, a paso rápido, llegó a su dormitorio. Se desvistió a toda prisa, hasta solo conservar la braguita-tanga; una de esas que tanto le gustaban por lo bien que le sentaban. Al momento se puso el camisoncito de tirantes y generoso escote que apenas le llegaba a medio muslo; se acercó a la cama de su hija y la miró. La pequeña dormía como un angelito. Ester la besó en la frente y, yéndose a su cama, se acostó.

Pero el acostarse no la tranquilizó. Seguía enervada, desasosegada… El cuerpo le temblaba casi cual hoja batida por el viento… Se dijo: “¿Qué me pasa Señor; qué me pasa? Porque, inopinadamente, cayó en la cuenta de que estaba mojada… ¡Mojada!... ¡Mojada!... ¿Cómo…cómo podía ser?... ¿Le deseaba?... ¿Deseaba a Pablo?... ¡Qué locura!... Locura; sí, locura… Pensó en él; su mente le transmitió la imagen de él, de Pablo… Nítida… Clara… Fiel… Tal y como era… Y le vio como siempre. Tremendamente entrañable, casi adorable… Pero, como hombre, casi, casi, deprimente; ni una micra de “sex appeal” en todo su cuerpecito serrano… ¿Cómo se definió a sí mismo?... ¡Anodino! ¡Insignificante!... Sí; desde luego así era, indudablemente… Entonces, ¿a qué ese estado que la dominaba?... ¿A qué ese mojarse?... ¿Le deseaba realmente?... ¡No era posible!... Pero…

Pensó o, mejor dicho, revivió en su mente las palabras de él… Aquella forma tan dulce, tan tierna, de declararle su amor… Esa forma de acariciarla, de besarla, tan suave, tan tierna… Tan dulce… Nunca; nunca la habían acariciado, besado así, con tan poca sexualidad pero con tantísimo arrobamiento… Con tanta veneración… Devoción incluso… Claro que la habían besado multitud de veces… Y acariciado… Caricias y besos plenos, rebosantes de deseo…de deseo sexual… Pero aquello, la forma en que Pablo acababa de hacerlo era enteramente nuevo…desconocido para ella… Y, ¡Dios!, cómo, cómo le gustó…

Pensó en eso que llaman amor… Amor desinteresado… Amor que engendra deseo, pero que más que nada es deseo de hacer feliz al ser amado, antes incluso que a sí mismo. Ella en ese amor no creía… Nunca jamás había creído… Ella siempre fue más, muchísimo más prosaica… Claro que le habían gustado los tíos… Tíos “buenos”, “cachas”, musculosos… Simpáticos, alegres, dicharacheros… Que la hicieran reír… Como Luis, el hermano de Pablo, sin ir más lejos… Le habían gustado y se había acostado con ellos sin el menor problema… Para ella, el amor, siempre se había circunscrito al sexo; sexo, sexo y nada más que sexo… Sin complicación sensitiva alguna

Pero también le dio por pensar en otra cosa, algo casi inaudito en ella, impensable tan sólo unas horas antes: ¿Cómo sería la vida en común con Pablo? Una vida de verdad compartida; convivir con él en pareja, en matrimonio… Cerró los ojos y dejó vagar la imaginación por las sendas de lo más improbable que probable… Lo inverosímil antes que lo verosímil… Se imaginó, se vio a sí misma junto a Pablo… Y se vio feliz, dichosa… Rodeada de cariño… Del cariño de él, de Pablo, su marido… Sí, su marido, su amigo, su compañero… Su amante también, enteramente entregado a ella, a hacerla feliz y dichosa en todo momento… En la cama y fuera de la cama… Pero también veía a su hija, a Anita… O a Ana, como a la ya casi jovencita gustaba en llamarse… También ella la rodeaba, la colmaba de cariño, pero es que no era sólo Anita, Ana por mejor nombre… No, no era ella la única niña/niño que en su ensoñación vivía sino también otros niños; los hijos que pudo haber tenido con Pablo, rodeándola a su vez con más y más cariño…

Como una cosa lleva a la otra, pensó luego en cómo sería “hacerlo” con él, con Pablo… Al instante una débil sonrisa se abrió en sus labios, cargada de ternura pero también de una especie de autosuficiente condescendencia… Sin duda alguna que muy “experto” no debía ser, por palmaria falta de experiencia en tales menesteres… La sonrisa  se le agudizó al considerar que, tal vez, la inexperiencia “amatoria” de Pablo fuera tan supina que aún estuviera por conocer a su primera mujer… Y la sonrisa se trocó casi en risa abierta cuando sus labios sonrieron de oreja a oreja al decirse: “Lo mismo, hasta lo “desvirgo”

Con extremado sigilo Ester saltó de la cama para acercarse a la de su hija Ana. Se quedó arrobada mirándola… Le pareció un angelito… Un angelito de Dios así, dormidita con tanta, tanta placidez. Se inclinó sobre la angelical carita, depositando un más que tierno besito en aquella frente y, a escape, salió de la habitación rumbo a otra a un paso de la suya. Con casi el mismo sigilo abrió la puerta y se coló dentro. Sin esfuerzo alguno sus ojos se habituaron al ambiente, pues la habitación en absoluto estaba a oscuras sino en una penumbra más clara que oscura merced al luminoso raudal de la luna que se filtraba por la ventana libre de persiana hasta bastante más arriba de  media ventana

A esa radiante claridad, nítidamente percibió el cuerpo de Pablo, vuelto a la pared del fondo, casi frente por frente a la ventana. Anduvo ligera, de puntillas bien podría decirse, hasta dicha pared, más allá de la cama, a los pies, y desde allí observó el rostro del hombre a sus anchas. Y se dijo que tampoco estaba tan mal… Hasta le empezó a parecer guapo en casi segundos más que minutos… Hasta entonces había estado apoyada, por la espalda, en la pared, pero entonces se irguió, para avanzar hasta el mismo rostro de Pablo, para acuclillarse frente a él cuando lo tuvo enfrente. Entonces, sorpresivamente, los ojos del hombre, hasta entonces cerrados, se abrieron para mirarla frente a frente

  • ¿Qué haces aquí?... ¿Por qué has venido?

  • Para ser tu mujer… Para acostarme contigo… Desde ahora y para siempre…

  • No… No es necesario Ester… nada tienes que agradecerme y, mucho menos, pagarme…

Ester se irguió ante él, diciendo

  • Dame la mano Pablo

Él vaciló algún instante, pero al fin cedió. Ester tomó la masculina mano y se la llevó a la entrepierna, haciendo que los dedos invadieran el Sancta Sanctorum de su femenina naturaleza haciendo a un lado la braguita-tanga

  • ¿Ves Pablo?... ¿Te das cuenta de lo “mojadita” que estoy?... Y… ¿Por qué crees que estoy así?... ¿Por agradecimiento…o…lo otro que apuntabas?

Pablo no respondió… No sabía qué decir y menos qué pensar de aquello… No se lo explicaba; o, mejor dicho, no se lo podía creer… ¡Era tan divino, tan maravilloso, tan increíble!...

Ester, todavía erguida ante él, con parsimoniosa lentitud, como recreándose en ello, en la vista que ofrecía a quien esperaba fuera su hombre…su único y definitivo hombre, empezó a hacer deslizar por sus hombros los tirantes del camisón para luego deslizarlos brazos, tronco y piernas abajo, hasta el suelo

  • ¿Te gusto Pablo?... ¿Soy como esperabas?...

Pablo seguía sin poder hablar; sin poderse creer lo que estaba viviendo… O acaso, ¿no era real y, simplemente, lo soñaba?… ¿Estaba despierto y vivo o dormido?... Ester siguió con la iniciativa en el devenir de la escena y se fue bajando la tanguita hasta dejarla en el suelo. Luego se irguió de nuevo, reclamando

  • Hazte a un lado. Déjame sitio

Pero Pablo no se movió; no pudo… Si antes no pudo hablar, por no acabar de creerse que aquello fuera real, maravillosa, excelsa realidad, ahora tampoco se pudo mover, por lo que Ester añadió al momento

  • Bueno, pues si Mahoma no viene a la montaña, la montaña tendrá que ir a Mahoma

Y sin más, la mujer destapó la cama mandando sábana y manta a los pies, para seguidamente encaramarse sobre la cama subiéndose a horcajadas encima de Pablo. Al momento le desabrochó los botones de la chaqueta del pijama, descubriéndole el pecho que acarició, besó y lamió, con especial dedicación a las masculinas tetillas. Sus dedos, largos y finos, perfectamente rematados en las largas y cuidadas uñas, tintadas en un rojo fuego, brillante, agresivo casi, se enredaron en los no tan hirsutos y menos abundantes vellos del pecho, porque, desde luego, Pablo no era lo que se suele decir, “Hombre de pelo en pecho”, sino que su pectoral pelambre más bien era de las de andar por casa.

Pero aquello no parecía tener tanta importancia para Ester, que se esforzaba en que Pablo reaccionara como ella quería, cosa que por fin empezó a lograr, cuando él alzó sus manos para acariciarle el rostro, respondiendo ella besando la acariciadora mano. Luego Ester se dejó caer de lado, hacia la izquierda, pero manteniéndose de cara a Pablo. Éste, a su vez, se giró a ella, encarándola, mientras insistía en sus suaves, tiernas caricias al rostro y pelo tan amado.

  • Pablo, no quiero engañarte; quiero ser franca y leal contigo. La verdad, no sé si te quiero. ¿Sabes?… Antes, en el salón, no te dije, del todo, la verdad. Te dije que te quería, y mucho, pero no como tú me quieres a mí. Eso no es del todo cierto pues, realmente, no lo sé… No sé lo que es amar, querer así a un hombre… Estar enamorada…

  • ¿Y Luis?

Ester se sonrió con bastante más tristeza que alegría. Suspiró y siguió hablando

  • Luis me gustaba… Me “ponía”… Pero no le amaba; no le quería… No estaba enamorada de él… Ni tampoco él de mí… Me dio la patada tan pronto apareció una “nena” más jovencita, más mona… Y más; bastante más golfa que yo… Acababa de llegar al grupo, aquella más comuna que otra cosa que formábamos, y se lo “trincó” tan pronto llegó… Sí, Luis era “resultón”; muy, pero que muy atractivo… Y se las pintaba solo para “camelar” a las “titis”… ¡Si lo sabré yo!... Pero ¿sabes?, no se me rompió el corazón… Me dije, “A rey muerto, rey puesto” y me lié con otro tío en menos que canta un gallo… Un tío al que tampoco quería ni él me quería a mí… Todo, en este aspecto de las “bajuras” corporales, ha sido sexo, sexo y sexo… Sin más virguerías romanticoides

Ester hizo una pausa, pues Pablo quiso besarla en los labios y ella se los entregó, abriéndoselos para que él saboreara la femenina saliva al fundirse ambas lenguas con más cariño y ternura que sexualidad, que también se puede libar el néctar bucal sin que en ello intervenga la pura libido animal, sino el cariño hombre-mujer, propio del ser humano. Luego, Ester prosiguió

  • Esta noche, cuando me besaste y acariciaste tan dulce, tan tiernamente, me gustó; me gustó muchísimo… ¿Sabes?... Estuve a punto de corresponderte… De entregarme a ti… Pero me asusté… Me dio miedo… Mucho; mucho miedo…Miedo a “liarme” contigo y perderte algún día, pues así, “tarifando”, acabaron todos mis “líos” con los tíos… Y contigo no quería acabar así…

Pablo sello los labios de Ester con los suyos, imponiéndola amoroso silencio y ella se entregó a aquél otro beso. Luego fue él quien habló

  • Eso nunca nos pasará a nosotros porque tú y yo nos amamos. Sí Ester tú me amas, me quieres, como yo te quiero, te amo a ti… Aunque tal vez no lo sepas, pero sí que creo lo barruntas…

Ahora fue Ester quien no dejó que Pablo siguiera hablando, pues con su boca cerró la masculina en caricia que más tuvo, por finales, de ardorosa pasión aunque el cariño, la dulce ternura, tampoco estuviere ausente tanto por parte de ella como de él. Desde entonces todo fue deslizándose como por un tobogán; primero Pablo dirigió sus manos a los senos de Ester para acariciarlos, caricia a la que casi de inmediato se sumaron los labios y la lengua del hombre, besando, lamiendo los femeninos pechos para al momento chupar, succionar y mordisquear los pezones de tales senos. Todo eso encendía, electrizaba, a la mujer, que, con ansia casi febril, procedió a librar a Pablo de los pantalones del pijama, labor en la que él colaboró con todo entusiasmo

Libre de los pantalones, Pablo empujó suavemente a Ester haciendo que se tendiera por entero boca arriba sobre la cama, para seguidamente encaramarse él sobre el femenino cuerpo, buscando el íntimo y decisivo contacto. Ella, amorosa, se aprestó a recibirle en su más genuinamente femenina intimidad, abriéndole las piernas, los muslos, de par en par… Pero entonces, en el más crítico momento, quien se sintió inseguro fue él

  • Ester, amor mío… Perdona pero… No…no sé… No sé si estaré a la altura…

Ester le sonrió tiernamente… Casi maternalmente… Sí; como barruntaba, su amado era por entero neófito en esas lides

  • Es… Es tu primera vez, ¿verdad?...

Pablo no respondió. Realmente avergonzado, simplemente bajó la cabeza. Ella le tomó por la nuca bajándole la cabeza hasta besarle; luego tomó en su mano el viril miembro y lo llevó a donde quería tenerle y debía de estar, al tiempo que, asentando firmemente los pies en la superficie de la cama, elevaba su pelvis al encuentro del cuerpo que debía invadir su Sancta Sanctorum

  • Empuja mi vida. Firmemente, con decisión… Hasta el fondo cariño… Así… Así… Ya… Ya te tengo… Ya… Ya estás dentro… Ves… Ves cielo… Es fácil… ¿Verdad?

Ester se sentía llena, totalmente invadida por aquél miembro viril cuya sola estancia en su femenino interior la hacía feliz y dichosa. Entonces sus caderas impulsaron la pelvis en el clásico y cadencioso ritmo del baile del amor, mientras susurraba al oído del hombre… De su Hombre Definitivo

  • Muévete cariño… Así, cielo mío… Así… Muy bien… Así cariño, así… Sí, acóplate… Acóplate conmigo… Muy bien… Muy bien cariño… Sigue… Sigue así…

A partir de entonces la noche fue larga pues era mucho el amor a mutuamente prodigarse. Pero también esa noche fue especial pues si para Pablo fue su integral “Primera Vez”, también para ella, para Ester, significó, en mucho, una “Primera Vez” desde que, transida más de amor que de pasional deseo, empezó a gritar enteramente fuera de sí

  • ¡¡Te quiero Pablo!!... ¡¡Sí!! ¡¡Sí!!... ¡¡Te quiero amor mío; vida mía!!... ¡¡¡TE QUIERO, TE QUIERO, TE QUIERO!!!... ¡¡¡TE AMO; TE AMO PABLO!!!... ¡¡¡ES…ES MARAVILLOSO!!!... ¡¡¡AMAR, AMARTE ES MARAVILLOSO, PABLO, MI AMOR, MI CIELO…MI TOODOOO!!!...

Y es que aquella noche Ester supo lo que es el amor materializado en el sexo o, lo que es lo mismo, el sexo sublimado en amor. Lo que es la comunión de cuerpos y almas en total y absoluta entrega mutua Y todo lo anteriormente vivido se le borró para siempre. Fue como si aquella noche ella hubiera nacido para, virginal, entregarse sin reservas al único hombre de su vida, pues todos los demás, los anteriores, no existían, ya que ella acababa de nacer a la vida de verdad, la del diario quehacer, la de las pequeñas ilusiones, las modestas alegrías y las responsabilidades animosamente asumidas…

La vida del hogar,  con un marido que es también amante y compañero en la vida; que es amigo y consuelo y paño de lágrimas cuando se necesita… La vida que de la mujer que ama la hace esposa, amante y concubina, compañera inseparable de su hombre al tiempo que también su consuelo y paño de lágrimas cuando él, a su vez, lo necesite… Una vida de auténtica igualdad él-ella, en la que nadie es más ni es menos porque la convivencia se fundamente en el verdadero amor y entrega mutuos, pues el amor, el cariño, engendra respeto: Se respeta lo que se ama y se ama lo que se respeta

Algo después de un mes de aquella su primera noche, Pablo y Ester contraían matrimonio y unos ocho meses más tarde, nueve y pico tras de la famosa noche, Ester traía al mundo al primero de los tres hijos que en ella engendró Pablo. Y es que pocas parejas tan unidas, tan enamoradas podían encontrarse, que así decían amigos y conocidos de ellos: Que estaban siempre asquerosamente amartelados…

FIN DEL RLATO

(9,80)