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Del odio a la envidia (1)

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La relación con mi madre se había roto en el momento que abandonó la casa y se trasladó a un apartamento que teníamos en la ciudad. Aquel día fui aprovechando que no estaba para recoger unos libros que había dejado allí, entonces revolviendo en la estantería descubrí un extraño libro escondido dentro de un gran jarrón. Resultó ser su diario, no pude resistirlo y comencé a leerlo. La fecha era de hace solo cinco días...

Querido diario:

Me fui de casa hace unos días, desde que encontré a la joven zorra de mi sirvienta cabalgando sobre mi marido, aún hoy no puedo sacarme aquella maldita imagen de mi cabeza. Después de estar toda la vida con él, ¡me hacía eso! No lograba entenderlo, a mis 45 años me conservaba muy bien, tenía un cuerpo atlético, mi pecho de 90 era redondeado y firme, al igual que mi precioso trasero, mi bello púbico cubría todo mi sexo, siempre me habían mirado con deseo.

A media tarde sonó el teléfono, era Sandra, mi mejor amiga que había regresado vacaciones. Mi marido no podía verla delante, la consideraba una guarra que le daba a todo y la verdad yo no podía decir lo contrario, aunque lo que realmente le molestaba era que siempre que podía se me insinuaba intentando llevarme a la cama, claro que la rechazaba porque no me iban las mujeres. Le conté lo ocurrido, en seguida me invitó a cenar a su casa, no tenía ganas pero insistió tanto que acabé aceptando, aunque no me arreglé para la ocasión y me puse un simple vestido.

Llegué a su casa, cuando abrió la puerta me recibió con la misma sonrisa de siempre, llevaba una bata de seda transparente que dejaba ver su cuerpo desnudo, a pesar de tener cinco años más que yo, su cuerpo era similar al mio, salvo que ella tenía unos pechos más grandes y por lo que podía ver su sexo estaba afeitado dejando un pequeño triángulo en su monte de venus

La acompañé por el pasillo hasta el salón, al entrar me quedé de piedra, inmóvil, en medio había un hombre joven, de unos 30 años, completamente desnudo. Tenía un cuerpo musculado pero fue su enorme miembro erecto lo que llamó mi atención, no había visto nada semejante en mi vida. Sandra pasó a mi lado, dejó caer su bata al suelo y se arrodilló delante de ese hombre, me miró sonriendo y comenzó a chuparle la polla con frenesí. No sabía que hacer, no me esperaba esta situación, quizás por ello permanecí mirándoles sin moverme, al poco una sensación extraña invadió mi cuerpo, no podía creer que me estuviera excitando al ver a mi amiga en semejante forma. Intenté no pensar en ello, apartar mi vista pero no pude y empecé a sentir un fuerte deseo de estar en su lugar.

Pareció leerme el pensamiento porque al instante se levantó y vino hacia mi, me miró a los ojos y apoyó sus manos en mis hombros, me dejé hacer; enganchó los tirantes del vestido con sus manos y los deslizó por los brazos hasta que este cayó al suelo. Se me había olvidado el sujetador así que mis pechos quedaron al descubierto, me sentí avergonzada, con la excitación mi pezones estaban duros, Sandra me rodeó deslizando las yemas de los dedos sobre mi piel, las llevó hasta mi cadera y con el mismo gesto hacia abajo me quitó las bragas, dejándome por primera vez desnuda ante un desconocido; se acercó a mi oído y susurró:

-Es toda para ti, querida.

No lo dudé, avancé y me arrodillé ante aquel hombre. Agarré aquel tremendo miembro deseosa de probarlo y empecé a lamer su glande con mi lengua, llenándolo de mi saliva, parecía una niña emocionada comiéndose un helado. Deslicé mi lengua por todo el tronco hasta llegar a sus testículo, los chupé, los metí en la boca mientras los seguía moviendo con la lengua, aquello era delicioso. Después de chuparla por completo, abrí la boca y comencé a meterla lentamente, presionando fuertemente con mis labios y dejando que se deslizara por mi lengua. Empecé a mover la cabeza lentamente, solo fui capaz de meter poco más de la mitad, así que aproveché para acompañar la mamada con el movimiento de mi mano, el ritmo eran más desenfrenado a medida que crecía mi excitación, comer aquella polla era maravilloso.

Al poco escuche un chasquido de dedos, me detuve bruscamente para averiguar que sucedía, entonces aquel hombre que parecía de piedra me cogió y me llevó hasta el sofá, sin perder el tiempo se abalanzó sobre mi apretando con fuerza mis pechos sin dejar de moverlos de forma estupenda, al poco sus labios empezaron a jugar con mis pezones que se encontraban duros y firmes: los lamió, estiró, apretó y mordisqueó sin parar, aquello fueron continuas descargas de placer que me pusieron cada vez más caliente. Bajó por mi vientre, abrí las piernas deseosa de que siguiera bajando, no se detuvo hasta llegar a mi mojado coño; mi cuerpo explotó al sentir el tacto de su lengua en mi clítoris, no dejó de presionarlo de un lado a otro, no pude reprimirme más y comencé a gemir, después la deslizó suavemente entre mis labios vaginales, pude notar como me penetraba superficialmente, como saboreaba mis jugos que no dejaban de aumentar, movía aquella lengua de vicio, ojalá no se detuviera nunca, quería más y más.

De nuevo otro chasquido, entonces comprendí que aquel hombre no era más que un autómata a las órdenes de mi amiga, se levantó y vi como dirigía su miembro hacia mi entrepierna, ahora iba a sentirla dentro de mi, poco a poco fui notando como me iba penetrando, como mi sexo se iba abriendo a su paso proporcionándome un goce extraordinario, comenzó en seguida con sus movimientos, lo hacía suavemente, con una sutileza que me ponía a cien, mi respiración se aceleró cuando la penetración fue más profunda, mis gemidos eran cada vez más notorios, estaba disfrutando al máximo con aquella verga.

Cuando llegó el siguiente chasquido me colocó rápidamente a cuatro patas, sin darme un respiro volvió a meter su polla en mi coño que chorreaba por el placer. Esta vez dejó la delicadeza y comenzó a embestirme de forma salvaje, agarraba mi cadera y la empujaba hacía si mismo hasta que me la clavaba hasta el fondo, creí que me destrozaba, mis nalgas chocaban brutalmente con su cuerpo, aquel hombre parecía fuera de control, gemí como si estuviera poseída, mi corazón estaba fuera de si y creí que me desmayaba, nunca me habían follado de aquella manera tan bestia y me parecía deliciosa. Estuvo un buen rato penetrándome sin piedad hasta que se detuvo en seco, pensé que se había corrido, pero al levantar la cabeza apareció mi amiga a mi lado, tenía un bote de lubricante en la mano, sin esperarmelo ese hombre me agarró las nalgas y las abrió de par en par.

-Tú eliges, querida.- me dijo Sandra.

Comprendí al momento, mi cabeza se llenó de dudas, aquella era mi zona prohibida, ni siquiera le había dejado a mi marido darme por detrás por más que me lo había rogado. En otra circunstancia le habría dicho que no, pero volvió a mi cabeza aquella maldita imagen, el odio y la rabia hicieron que dijera que si, aunque con cierto temor.

Una buena cantidad de gel cayó sobre mi culo, sentí su glande presionando con fuerza, pese a la resistencia inicial, mi ano acabó cediendo, di un fuerte grito al sentir un dolor recorriendo mi cuerpo, creí que me había desgarrado, me arrepentí de mi decisión pero era demasiado tarde, aquella gran verga seguía introduciéndose como si fuera un ariete y no paró hasta que mis nalgas chocaron con su cuerpo, me parecía increíble que entrara completamente si no fuera porque podía sentirla dentro de mi. Comenzó despacio a mover sus caderas, deseé que acabara pronto, instintivamente lleve la mano a mi clítoris para no centrarme en el dolor. Aquella mezcla de sensaciones opuestas me relajó, quizás por ello su polla empezó a deslizarse con mayor facilidad, mis gritos de dolor se transformaron en pequeños sollozos, él aprovechó para incrementar el ritmo, mi ano ardía y me proporcionaba una agradable sensación, aquel hombre no dejaba de meterla y sacarla y mi mano movía locamente mi clítoris, sus testículos golpeaban mi entrepierna y no pude aguantar por más tiempo, llegué a un clímax brutal, un calor inundó mi cuerpo, los espasmos hacían vibrar mi cuerpo, grité como poseída diciendo soeces sin parar, era tan fuerte que pensé que me daba un infarto.

Me senté extasiada dispuesta recompensar al desconocido por semejante orgasmo, comencé a masturbarle con rapidez apuntando hacia mi cuerpo, debía de estar ya muy excitado porque no tardó mucho en correrse, no dijo nada pero su cuerpo temblaba, los chorros de semen salían disparados regando por completo mis pechos, podía sentir como resbalaba por mi piel. Me sentí satisfecha pero no paré, empecé a restregar su miembro por mi pecho jugando con mis pezones y a continuación lo metí en mi boca empapado por su esperma, un manjar magnífico, la guinda perfecta al mejor orgasmo de mi vida.

Al terminar me sentí una mujer nueva, aquel hombre se fue mientras me fui a duchar y cené con Sandra, hablamos toda la noche de un montón de cosas antes de irme a casa.

 

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