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QUID PRO QUO.

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Me llamo David y por motivos de estudios, cuando tenía 19 años, tuve que  vivir un año fuera de casa. En concreto me trasladé a Granada y allí pasé un curso entero alojado en el piso de una muy buena amiga de mis padres. Se llamaba Patricia, tenía 43 años, era soltera, de estatura mediana, de pelo moreno rizado, ojos marrones y algo rellenita en cuanto al peso. Sus senos eran bastante grandes, aunque ella solía vestir por arriba prendas holgadas, quizás para disimularlo. Regentaba una tienda de informática en su barrio, que era una zona de clase media. El piso de Patricia tenía tres habitaciones, dos baños, el salón, la cocina y una pequeña terraza.

Cuando a principios de octubre llegué Granada, Patricia me cedió una de las habitaciones del piso que estaban libres y me dijo que podía usar el baño más pequeño y que ella usaría el grande. Conforme fue avanzando el curso, mi estancia en una ciudad completamente extraña para mí se fue haciendo más llevadera, al igual que mi relación con Patricia iba ganando en confianza y fluidez, pues al principio yo estaba algo cortado. Además poco a poco fui haciendo amistades, especialmente entre mis compañeros de clase. 

También me llevaba muy bien con una vecina de Patricia, llamada Rocío: era la otra vecina del cuarto, una mujer casada, de 40 años, dueña y monitora de un pequeño gimnasio cercano. Era una mujer que aparentaba 6 o 7 años menos de los que tenía y se apreciaba a simple vista que le gustaba cuidarse: era alta, delgada, de pelo castaño largo y con un cuerpo perfectamente moldeado gracias a sus horas de trabajo en el gimnasio. Su marido pasaba muchos días seguidos fuera de casa por motivos laborales y su hija Silvia, una chica de 18 años muy guapa, trabajaba como peluquera en un centro comercial. Con Silvia había coincidido menos veces, pero Rocío solía acudir casi todas las tardes-noches a casa de Patricia a charlar un rato con ella, cuando cerraba el gimnasio y Patricia hacía lo mismo con su tienda. Así que algunos días me sentaba con ellas y hablábamos de diferentes temas, pasando ratos agradables. Cuando Rocío supo que me gustaba hacer deporte y que solía practicarlo en un parque cercano a casa, me ofreció ir a su gimnasio de forma gratuita el tiempo que estuviese en Granada. Yo acepté encantado su propuesta y comencé a frecuentar el local varios días a la semana.

Pero en el mes de abril se produjo algo que iba a cambiar por completo el resto de mi estancia en Granada: una noche, mientras me secaba tras darme una ducha, descubrí una pequeña cámara escondida en una cesta decorativa colocada en la repisa del baño. Mi sorpresa fue mayúscula y cuando al fin reaccioné, saqué la minicámara y la examiné: estaba preparada para poder conectarse a un ordenador a través de una entrada de USB. Terminé de secarme, me vestí y ya en mi habitación cerré la puerta y conecté la cámara a mi portátil. Había grabados seis archivos de video. Abrí uno de ellos y en las imágenes aparecía yo mismo desnudándome para darme una ducha, después saliendo de ella, afeitándome aún completamente desnudo… Abrí un segundo archivo y volví a aparecer yo en este caso masturbándome de principio a fin. Impactado por lo que había descubierto apagué el ordenador, guardé la cámara a buen recaudo y ya en la cama me puse a pensar en la persona que habría colocado la cámara en el baño para grabarme: sólo podían ser Patricia o Rocío. 

No pude dormir aquella noche, sabiendo que mi intimidad había sido violada y además por una persona de mi confianza. Decidí hablarlo inmediatamente con Patricia al día siguiente. Por la mañana Patricia ya no estaba en casa cuando me levanté, así que tuve que esperar hasta por la tarde, tras regresar de la facultad y de la biblioteca, para hablar sobre el tema con ella. Cuando entré en el piso encontré a Patricia y a Rocío sentadas en el salón, charlando entre ellas. Rocío había subido directamente del gimnasio, pues iba vestida con ropa deportiva. Pero sus caras se llenaron de preocupación al verme entrar y saludarlas.

- Patricia, ¿podemos hablar a solas un momento?- le pregunté.

- ¡Claro!- me respondió con voz algo nerviosa.

Me dio la impresión de que se imaginaba el motivo de mi solicitud. Nos dirigimos a mi habitación, cerré la puerta y le conté lo que me había sucedido la noche anterior. No me atrevía a preguntarle si había sido ella quien había colocado la cámara, pero no me hizo falta: se puso totalmente pálida y tras unos instantes de silencio me reconoció que había sido ella. Me dijo que la idea fue de Rocío: un día, entre bromas, habían estado hablando sobre mí, sobre la suerte que tenía Patricia por tener a un chico joven en casa,  durmiendo quizás desnudo en la habitación de al lado… Me confesó que la conversación fue subiendo de tono y entonces se les ocurrió lo de la cámara en el baño: querían disfrutar viéndome desnudo y descubriendo las cosas que hacía en mi intimidad. Tras reconocer lo que había hecho rompió a llorar y me suplicó que no se lo dijera ni a mis padres ni a nadie. Que había sido un tremendo error y que me pedía disculpas. 

- ¿Cuántas veces me habéis grabado en total?- le pregunté.

- Los seis últimos días. Sólo ponía la cámara en funcionamiento por la tarde-noche, un poco antes de que tú llegaras de las clases, de estudiar o del gimnasio. Por la mañana la volvía a apagar y así sucesivamente, hasta que esta mañana descubrí que la cámara ya no estaba. 

- ¿Habéis visto ya las imágenes?

- Sí las veíamos cada día en casa de Rocío- me reconoció.

- ¿Ha visto las imágenes alguien más?- le pregunté de nuevo.

- Tengo que serte sincera: una noche, aprovechando que tú habías salido, le pusimos a una íntima amiga de Rocío las imágenes de tu masturbación: Rocío y yo ya la habíamos visto el día anterior y nos habíamos excitado muchísimo. La amiga de Rocío se calentó tanto mientras las veía que se abrió de piernas metió la mano bajo la falda y comenzó a tocarse  hasta que terminó corriéndose por completo. Tuve que darle unos pantys y unas bragas mías limpias para que se cambiara. Ha sido la única que te ha visto además de nosotras dos.

Yo ya no dije nada más. Abrí la puerta de la habitación y me dirigí hacia el salón, donde Rocío se levantó en cuanto nos vio entrar. Patricia pasó detrás de mí y antes de que yo le comentara algo a Rocío, le dijo:

- David ya lo sabe todo. Se lo he reconocido. 

Rocío se quedó avergonzada, comenzó a llorar y agachó la cabeza. Del impacto emocional que acababa de recibir se orinó encima, mojando por completo la parte delantera de sus mallas celestes. Me suplicó que no le dijera nada ni a su marido ni a su hija, que ella estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para compensarme. También Patricia me hizo el mismo ofrecimiento. Durante unos instantes se hizo el silencio en el salón y yo no paraba de reflexionar sobre qué solución darle a todo aquello. Tenía claro que a mis padres no les diría nada, pues no deseaba darles un disgusto de ese tipo. Pensé también en el marido de Rocío y en su hija: ellos no tenían culpa de nada y no se merecían sufrir si enteraban de lo que había hecho Rocío. Pero Patricia y Rocío sí me tendrían que compensar de alguna manera. 

Por fin opté por romper el silencio y les comenté lo siguiente:

- He decidido no contarle nada a nadie sobre este asunto. Pero vosotras no os podéis escapar así, sin más. Os voy a aplicar el famoso dicho de “quid pro quo”: una cosa por otra. Ya que me habéis grabado seis días, iré ideando seis juegos o situaciones eróticas en las que tendréis que intervenir. Y se desarrollarán no sólo aquí en el piso, sino también en la calle. Ahora me tocará a mí deleitarme a costa de vosotras. ¡Ah!, y la otra mujer que tuvo un orgasmo gracias a mí tendrá que participar en uno de esos “castigos” que os voy a imponer. Ya se lo podéis ir avisando.

- Nos conformamos con que esto quede entre nosotros. Haremos lo que nos pidas- me dijo Patricia.

- Muy bien. Pues ahora mismo cumpliréis el primer “castigo”. Por ser el primero es el más simple y más que un castigo para vosotras creo que será algo deseado por ambas, viendo lo que hicisteis: voy a masturbarme delante de vosotras hasta correrme en vuestras caras, para que no tengáis que andar espiándome más. 

Tras decir esto, comencé a desnudarme hasta quedarme sólo con mi slip negro. Después les ordené a las dos mujeres que se despojaran de toda la ropa, pero que se dejaran puestas las bragas: no quería verles su sexo hasta el final. Le dije a Patricia que fuera ella la primera en desnudarse. No le quedó otro remedio que obedecerme, así que empezó a quitarse el jersey que llevaba y sus dos grandes tetas aparecieron tapadas ya sólo por un sujetador rojo semitransparente, que permitía ver la aureola y los pezones de la mujer. Después se descalzó, se despojó de sus medias-calcetines y empezó a quitarse el pantalón vaquero. Llevaba unas bragas rojas, a juego con el sujetador y con las mismas transparencias, que dejaban ver todo el vello púbico de la mujer. Algo titubeante se llevó las manos a la espalda, se desabrochó el sostén y sus dos senos quedaron por fin liberados de toda prenda y desnudos a la vista mía y de Rocío. Rápidamente intentó taparse los pechos con sus brazos. Se quedó únicamente con las bragas puestas.

- Ahora te toca a ti, Rocío- exclamé.

No tardó en despojarse de sus zapatillas deportivas y de los calcetines. A continuación se quitó la sudadera blanca que llevaba y se quedó con un top negro. Los pezones se le marcaban en él de forma nítida, bien por su grosor normal, bien por la excitación de la mujer. Mi pene iba aumentando de tamaño bajo el slip al mismo tiempo que las mujeres se iban desnudando. Rocío se sacó el top mostrando sus dos bonitas y firmes tetas, coronadas por sendos pezones gruesos y alargados. Paró de desnudarse y me dijo:

- Antes dijiste que nos dejáramos puestas únicamente las bragas, ¿verdad?

- Así es- le respondí.

- Entonces voy a tener un problema: no llevo bragas, nunca me las pongo debajo de unas mallas, para evitar que se me marquen o que se transparente. Si me quito la mallas, me quedaré completamente desnuda.

Al oír sus palabras comprendí el hecho de que, cuando Rocío estaba en determinadas posturas en sus clases del gimnasio, se podía apreciar claramente su culo e incluso unas mallas negras que se ponía de vez en cuando le quedaban tan exageradamente ceñidas que se le marcaban los labios vaginales y la raja de su coño. Una tarde-noche subió al piso de Patricia con ellas puestas y todo el tiempo que estuvo sentada frente a mí, no pude evitar mirar en numerosas ocasiones su entrepierna. Esa noche fue cuando me grabaron mientras me masturbaba  pensando en lo que había visto.

- Entonces serás la primera de las dos en quedarte totalmente desnuda- le indiqué.

Sin objetar nada más, empezó a bajarse las mallas, hasta terminar sacándoselas por los pies: su cuerpo desnudo no presentaba nada de grasa, se notaba que aquella mujer se cuidaba y que le beneficiaba todo el ejercicio que hacía en su trabajo. Su sexo estaba completamente depilado y empapado. Al agacharse para dejar sus mallas meadas en el suelo, se abrió de piernas, mostrando hasta lo más íntimo de su coño. Yo aproveché para quitarme mi slip: mi verga ya totalmente erecta quedó a la vista de las dos mujeres. Les dije a ambas que se acercasen a mí y que se sentaran en el suelo lo más juntas posibles. Una vez que lo hicieron, comencé a masturbarme. Ambas mujeres, lejos de apartar la mirada, no perdían detalle de las agitaciones que le propinaba a mi polla y del vaivén de mis testículos peludos. Cuando me di cuenta, Rocío se estaba tocando y acariciando la vagina con una mano y pronto empezó a hacerse unos dedos, mientras Patricia se mordía el labio inferior contemplando toda la escena, pero no se tocaba. Empecé a sentir que mi polla estaba a punto de reventar y que no aguantaría mucho más. Les pedí a ambas mujeres que abriesen bien la boca, porque estaba a punto de correrme. Unos segundos más tarde el primer chorro de semen impactó de lleno en el rostro de Patricia. Pude dirigir el segundo hacia la boca de Rocío, que recibió dentro una buena cantidad de leche caliente que no dudó en tragarse. Dos chorros más hicieron diana en la cara de cada mujer, hasta quedarme seco por completo. 

Miré a Patricia y a Rocío: tenían semen en los pelos, en los ojos y chorreando por toda la cara. Rocío permanecía quieta, mientras que Patricia trataba de limpiarse un poco con las manos. Entonces le dije:

- Patricia, quiero verte tu coño velludo antes de terminar por hoy.

Ella se levantó y se quitó sus bragas. Le pedí que me las diera y, cuando las tuve en mi mano, comprobé que estaban empapadas por la parte del forrito interior blanco y por los alrededores : se había corrido viendo cómo me masturbaba y cómo se había tocado y había llegado al orgasmo también Rocío.

- Toma, Rocío. Límpiate la cara con las bragas de tu amiga- le comenté.

La mujer comenzó a retirar mi semen de su rostro con la ayuda de la prenda roja. Al terminar las lanzó al suelo y comenzó a vestirse apresuradamente. De hecho ni siquiera se puso todas las prendas: dejó allí en el suelo sus calcetines y el top negro. Sólo se vistió con la sudadera, con las mallas (que con las prisas se las puso hasta del revés) y con las zapatillas deportivas sin atar. Creo que estaba deseando llegar a su piso y seguir tocándose un buen rato más. Yo, a propósito, no les había pedido que follaran conmigo en este primer encuentro, aunque sabía que lo estaban deseando: quería dejarlas con las ganas hasta el sexto y último de nuestros episodios.

 Antes de que se marchara del piso y entrase en el suyo justo al lado, les comenté a ambas que al día siguiente les explicaría en que consistiría el segundo juego y cuándo lo llevaríamos a cabo. Cuando Rocío abandonó el piso, Patricia se dirigió todavía desnuda hacia el baño para darse una ducha. Yo, antes de encaminarme hacia el otro baño para hacer lo mismo, eché una mirada al salón, donde permanecía en el suelo el resto de prendas, entre ellas las braguitas rojas de Patricia llenas de sus flujos vaginales y de mi semen. 

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