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El muy jodido culo de Silvy

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Por Wether el Viejo

 

NI TE IMAGINAS lo buena que está. Una boca carnosa, de labios besucones; unas tetas plenas y erguidas, de pezones gordos que se marcan en la camiseta; un culo precioso, respingón y de nalgas poderosas. Haber ligado con ella en la discoteca, me parece un milagro. Y no te digo cómo me he puesto, cuando me ha pedido que fuésemos a otro sitio más tranquilo.

-¿A dónde?

-No soporto follar en los lavabos... Mejor, en mi casa. ¿Te parece bien? -me ha soltado

Claro que me parece bien. Joder, era lo que yo estaba intentando decirle y no me atrevía.

Me ha dicho que vive cerca. Así que va a ser un corto paseo, a pie, con algunos besos robados y azotillos en el trasero. He intentado meterle mano a las tetas, pero he fracasado una y otra vez. 

Son las tres de la madrugada y la acera del bulevar está prácticamente vacía.  Ella acelera el paso, correteando coquetamente. Es muy alta, casi como yo, y apenas lleva tacones. Juguetea con mi deseo. A veces, me palpa furtivamente el paquete, que se me marca en los tejanos, porque ya voy muy empalmado.

En el portal de su casa, mientras busca la llave,  como quien no quiere la cosa, me soba el bulto del pantalón. Al entrar en el ascensor, veo que me ha bajado la cremallera y parte del bóxer me sobresale por la bragueta. Intento abrazarla para toquetearle el coño, pero se resiste. Eso sí: me besa vigorosamente, aunque con los brazos me mantiene a distancia. Sin embargo, al salir del ascensor, puedo magrearle un poco el culo.

-Espera, tío, espera -me susurra mientras abre la puerta de su piso.

No sé muy bien cómo se han encendido las luces. Ni cómo he llegado a una sala de estar, con muebles que imitan algún estilo antiguo, porque estoy demasiado obsesionado con ese magnífico cuerpo que, por primera vez, veo ahora a plena iluminación. Desde luego, es una mujer estupenda, increíble, no puedo creerme que quiera follar conmigo. 

Ella maniobra en el interruptor y nos hemos quedado a media luz. Se ha sentado en un amplio sofá que preside la sala y me hace ademanes para que me acerque.

Cuando me tiene a mano, me vuelve a besar, paseando su lengua vibrátil por mi boca, casi hasta la garganta, y llenándomela con su saliva. Me morrea un buen rato y acaba pinzándome suavemente los labios con los suyos. Entretanto, se ha sacado las tetas por el escote de la camiseta. Desde luego, están de miedo; tan erguidas, tan desafiantes, con unas areolas grandes, tostadas y de una tersura increíble. Como puedes imaginarte, me he lanzado a chuparle los pezones con ansia. Ella sonríe y se  deja hacer. Me parece que suspira Y, con habilidad, me está sacando la polla por la bragueta.

Enseguida, se ha puesto a mamármela. ¡Dios mío, qué mamada para empezar! De momento, me he quedado clavado, de pie frente a ella, disfrutando de ese placer tan intenso como esperaba. Todo mi cuerpo, desde mis cojones hasta mi masa encefálica, comienza a licuarse, a hervir, a convertirse en una caldera a punto de explotar. 

La tía me la mama de alucine, utilizando la lengua como una almohadilla a lo largo del pene, y se recrea en el frenillo y en el capullo. ¡Qué gustazo! Si sigue así, me voy a correr muy pronto. Estoy demasiado caliente para  aguantarme, para lograr que este gusto no se acabe de golpe. Pero no sé cómo hacerlo para que se alargue al máximo. ¡Joder, tú, si ni siquiera he podido acariciarle el chocho todavía! 

Bueno, pues no... Le arranco mi verga de la boca. Comienzo a subirle la falda. ¡Mierda!, la tía está sentada y no es fácil levantársela.

-Tranquilo -me pide-. Espera.

Se pone en pie, frente a mí.

-En pelotas, amor. Quiero verte en pelotas -me ordena, mientras se quita la camiseta y  deja que sus tetas se bamboleen voluptuosamente.

-Vale, en pelotas. Pero tú también.

-Desde luego que sí -se da la vuelta y, de espaldas a mi, se quita la falda. 

Mientras yo me desnudo a toda prisa, ella muy lentamente se va bajando las bragas de encaje negro. De esta manera, se queda exhibiendo un maravilloso culo, de nalgas simétricas y mullidas. Un culo muy femenino e inquietante, capaz de hacer levantar las pollas de medio país. Y entonces...

-¡Sorpresa! -exclama, mientras se da la vuelta.

¡Joder, joder, joder, qué pedazo de verga! En vez de coño, tiene una tranca considerable que, como un resorte, se le ha puesto tiesa de inmediato.

Estoy desconcertado, inmóvil, alucinado. “¿Y ahora que hago?”  Mi erección se ha ido a pique fulminantemente. Bueno, ¿qué harías tú? Seguramente, romperle la cara a hostias, o patearle los huevos, o... “¿Quizá lo mejor es largarse a toda prisa?” Yo, también lo pienso. Pero...  qué culo más soberbio, qué tetas más deliciosas, qué cara más bonita, con esa boca tan sensual... “¿Qué tengo que hacer?” Estoy muy indeciso, porque cuanto más lo miro más cachondo me pongo... “Hombre, ya que estás aquí...”, me digo.  Le echo una ojeada a ese carajo enhiesto que el tío/tía ha comenzado a manosearse y, ¡joder!, me entra un morbo inesperado, que me llena de contradicciones. La verdad es que estoy descubriendo una serie de sensaciones realmente excitantes. Sensaciones que hasta  ahora desconocía.

Ella/él (me ha dicho que se llamaba Silvy) hace intención de besarme en la boca y yo le pongo la mejilla. Silvy, demostrando mucha práctica, no se desanima. Me besa en el cuello. Con  habilidad,  logra ponerme uno de sus pezones en la boca. Es inevitable. Se lo chupo, se lo chupo a fondo. Está duro como un fresón.  Silvy gime exageradamente; supongo que para ponerme más caliente. Luego, se apropia de mi cipote y me lo masturba muy suavemente. 

¡Mierda, tú! No sé que hacer. Vacilo, porque estoy que me quemo y necesito correrme como sea. Lo cierto es que, por segundos, me entran ganas de hostiarlo/hostiarla. Y, al mismo tiempo, estoy deseando que me la mame a fondo, como antes, para soltar toda la mala leche que se acumula en mis huevos.

Silvy me toma la mano; me la pone sobre su pijote. Es curioso. No siento repulsión sino una cierta solidaridad. Tengo la sensación de que su verga es continuación de la mía. Empiezo a pajaearla de manera automática. Silvy gime ahora mucho más estridentemente. Vuelve a intentar besarme y ya no me resisto. Me besa como antes, utilizando a tope la lengua. Notó las mismas sensaciones libidinosas que cuando creía que sin duda era una tía. Pues, vale. No  voy a pensar más; sólo a sentir.

-Mámela otra vez, tía -le pido, decidiéndome así por su género femenino.

Silvy me ha empujado hasta hacerme sentar en el sofá. De nuevo, disfruto de su felación que me acerca rápidamente a una gozada infinita. La tengo delante, de rodillas. Puedo atisbar su imponente culo. Ya he decidido que es el culo espléndido de una tía espléndida. Una tía impresionante, que además tiene un buen falo y un par de cojones. “Otras tienen clítoris gigantes”, me digo, como si fuese lo mismo. La verdad, tú, es que, a estas alturas, ya me da igual que sea el culo de una tía o de un tío. Tengo tantas ganas de disfrutar de él. Me ha puesto cachondo al límite. Te confieso que contemplar ese culo me hace gozar mucho más de su mamada.

Tengo que correrme ya, quiero correrme ya... Pero ese culo tan guapo...  Sin pensarlo, me inclino hacia delante y atrapo esas nalgas que ahora, sabiendo lo que sé, me resultan de lo más morboso. Silvy, de golpe, se saca  mi polla de la boca. Se ha puesto en pie, sonriéndome. Se da la vuelta y me ofrece su trasero que queda prácticamente a la altura de mi cara. 

-Tienes un gran culo -se me escapa

-El tuyo tampoco está mal -sin que venga a cuento, me devuelve la cortesía-. Y tienes un pollón muy rico ¿Te gusta meterlo por el culo? -me pregunta, mientras mueve sus caderas provocativamente.

-Sí. Al de algunas tías. 

-Nunca te has follado uno de un tío.

-No, desde el instituto... Cuando era un recurso disponible.

-¿Qué quieres decir?

-Que si no había chicas, nos pajeábamos a veces en grupo, y mariconeábamos.

-¿Te gustaba?

-No sé... Aquello era otro mundo.

  -¿Quieres follarte el mío?

-¡Qué?

-Mira, un culo es un culo. Lo mismo de una tía que de un tío. Todos tienen un ojete por donde meter los dedos, un consolador o una polla. Es un hoyo fantástico para vaciar un buen lechazo... ¿Quieres probar?

-Bueno, no sé -murmuro y me quedo dudando otra vez, porque, ante esa proposición, no siento ni pizca de aversión.

-Espera -me pide.

Ha salido corriendo de la sala pero regresa casi en seguida con un preservativo y un espray lubricante.

-Te va a gustar, tío. Lo sé -me dice, mientras yo me enfundo el condón y ella se lubrica concienzudamente el ano y su interior-. Disfrutarás como nunca, ya verás. Pero si tienes problemas, recuerda que soy una  mujer y tengo un  culo de mujer, como los que te follas a veces.

A continuación, Silvy se tumba de bruces en el suelo, sobre la moqueta, con las piernas algo abiertas. Apoyada en las rodillas, levanta su magnífico culo en pompa. Se separa las nalgas con las manos lo suficiente para exhibir así un ano lubricado, inerme, de rebordes tersos. Pero. sobre todo, especialmente dilatado, como consecuencia sin duda de sus continuas jodiendas.

Yo me arrodillo detrás de ella, con la polla enfunda y empalmada a tope.

-Pon la punta del capullo sobre el ojete y... ¡Hala...! Métemela poco a poco -me guía Silvy.

Y lo hago. ¡Joder qué fácil me entra la verga! Nunca la he metido en un culo con tanta soltura. Siempre me ha costado un montón. Y la de veces que he tenido que renunciar, cabreado como una mona. 

Pero el culo de Silvy es una pasada. Siento mi cipote follando cómodamente el recto de Silvy.  Me estimulo mentalmente (“Qué culazo, Dios, qué gusto”).

Ella me hostiga sin tregua.

-¡No pares, tío! ¡No pares! ¡Fóllame! ¡Así, así! ¡Más fuerte, más fuerte! ¡Follame el culo! ¡Adentro, adentro, cariño! ¡Dáme por el culo, dáme! ¡Así, así, cariño! -grita y brama, como si  disfrutase tanto como yo.

En el momento de encularla, mi picha estaba ya lo bastante a punto de estallar. Ahora, excitado por Silvy noto ese gusto doloroso que va invadiendo todo mi cuerpo. Trepa precipitadamente desde mis huevos a mi cerebro, con sensaciones muy lacerantes. Voy a eyacular, voy a eyacular en pocos segundos.

En tales situaciones, tirándome algún culo femenino, acaricio el clítoris de mi pareja para intentar que ella también se corra. Así que automáticamente busco un coño mojado y me tropiezo con una tranca empalmada. La gruesa tranca de Silvy. Pero no tengo tiempo de dudar.  La masturbo desenfrenadamente. Imagino que es un clítoris monstruoso, de unos 15 centímetros más o menos. Y lo masturbo. Entonces, los gritos y los bramidos de Silvy se convierten en súplicas más auténticas.

-¡¡No pares, no pares, tío!! ¡Mi punto ge, mi punto ge! ¡OOOOhhh, tíííooo! ¡Hijoputa, qué guuuustooo! -ulula.

Por lo visto, Silvy ya está lista para correrse. En cambio yo, al cogerle el pene, he perdido un poco de excitación. Me han pasado por la cabeza, fugaz, borrosamente, las imágenes, los recuerdos, las sensaciones de mis sesiones sexuales de adolescente.

Silvy me rescata enseguida de ese pequeño ensimismamiento.

-¡Córrete, correte, tío! ¡Que no puedo más!

De golpe, me veo montando un culo hermoso y fiero, cuyo esfínter me aprieta la polla como si quisiera estrangularla. Siento por todo el cuerpo una gran opresión que me corta la respiración. Me quedo un instante sin aliento. No puedo soportar ni un segundo más el doloroso azote de ese gozo brusco, intenso, irracional. Y, al mismo tiempo, recibo el latigazo genital de siempre. Y eyaculo furiosamente, entre convulsiones más o menos violentas. Y casi enseguida,  me invade un gran placer huidizo, que, sin poder evitarlo, se va transformando en placidez demasiado deprisa.  

Silvy, cuando  iba a correrse, hace un ágil movimiento. Se arranca mi polla del culo. Y se tira de espaldas sobre la moqueta, agarrada a su verga que disparaba chorros de semen  a diestro y siniestro. Es un espectáculo fascinante. Silvy, con un rostro tan atractivo y femenino, con preciosas tetas, y provista de un pene de macho, descargando la abundante leche de sus cojones. Gime y gime, mientras se retuerce en el suelo, poniendo de relieve la belleza provocativa de su culo. Posiblemente, es la morbosidad de ese panorama lo que alarga el frenesí de mi orgasmo. Instintivamene, siento la necesidad de abrazar y besar a Silvy, como queriendo incorporarla a mi gozada. Pero no lo hago. En realidad, a los pocos segundos, tanto ella como yo, entramos en un delicioso letargo, mientras digerimos nuestros gloriosos orgasmos.

Desgraciadamente, después de un par de minutos hemos sido expulsados de esa especie  de plenitud sexual. Silvy, con el pene aún bastante tieso, se ha desahogado con una fuerte carcajada.

-Tío, he disfrutado como... como no sé qué. ¡Divino! -exclama, mientras se va extendiendo sobre la piel los restos de su propio semen que le ha caído encima-. Ha sido un polvo divino, encanto. Hacía tiempo que no disfrutaba tanto, corazón.

-No me lo creo -murmuro escéptico, entretenido en sacarme el preservativo de mi pene que ya ha perdido algo de su dureza.

-De veras, encanto, de veras -afirma Silvy y se acerca para ayudarme con el condón. En cuanto lo retira, me toma decididamente la picha. Me lame los residuos de leche que el preservativo ha dejado esparcidos por mi pene, en especial sobre el glande. Como a veces  hacen algunas de mis parejas femeninas, me lo deja limpio, pulido y ensalivado. 

-De veras, corazón, de veras -repite-. Me has trabajado la próstata como nadie, tío. Ha sido un gustazo, encanto.

No te lo vas a creer, tú. La verdad es que, después de esos lametones en mi balano, presiento que seguramente voy a tener otra erección. En realidad, en muchas ocasiones, yo suelo celebrar un par de polvos seguidos. Claro que el segundo, después de un buen rato. Un segundo polvo que acostumbra a ser menos exultante, menos productivo, pero más profundamente lascivo. 

Nos hemos sentado en el sofá. Silvy sigue sonriendo, satisfecha y feliz. Desde luego, la tía está muy buena... Con esa boca, con esas tetas, con ese culo...  ¡A la mierda carajo y cojones! Está muy buena... Me atrae hacia ella con un medio abrazo. Y me besa. Me está dejando en la lengua el sabor acre de mi semen y posiblemente, con la saliva, algún grumo de esperma. Enseguida se da cuenta.

-Vamos a tomarnos algo para sacarnos este gusto -propone-. ¿Que quieres?

Le pido un whisky sin hielo. Se va hacia el pasillo exhibiendo un precioso contoneo de  caderas.

-Si quieres hacer pipí, la segunda a la derecha -me indica antes de desaparecer.

“No necesito mear, sino volver a follar”, me digo, mientras me comienzo a acariciar la verga dulcemente. Yo también me siento tan satisfecho como Silvy. Continúo maravillado con lo fácil que la ha podido meter por aquel ojete, que, por otra parte, está dotado con un esfínter poderoso. Es decir, todo el éxito se lo debo a la maestría de Silvy. Por cierto, está tardando en volver y yo me estoy calentando.

Mientras aguardo, sigo masturbándome prudencialmente para no perder la libido. Finalmente, Silvy regresa con el whisky para mí y una cocacola para ella. Se ha puesto un tanga de purpurina dorada que esconde su nabo, pero que resalta sus magníficas cachas. Camina sin que apenas le tiemblen las tetas. Se sienta a mi lado, muy cerca. Tanto que no puedo evitar hacerle una carantoña a una de sus mamas y darle una chupadita al pezón. Por más que, en este momento, ya supongo que son mitad hormonas, mitad silicona.  Ella se deja hacer, pero no me sigue el rollo.

-¿Cuántas veces te la han metido por el culo? -me pregunta de pronto.

De nuevo, vuelven los recuerdos de las sesiones de grupo del instituto. No sé por qué, demonios, la muy puta me hace recordar cosas que creía ya superadas, borradas, inexistentes. 

-¿A mí?... Bueno, desde el instituto... -digo, más bien susurro-. Pero me gusta que, a veces, mi pareja me meta los dedos por el ojete -profiero con voz triunfal.

Silvy sonrie condescendiente y mueve la cabeza como afirmando.

-¿Y alguna polla?

Ante mi silencio, vuelve a la carga, con cierta reticencia:

-¿Te has mamado alguna polla? Aparte de cuándo estabas en el instituto, claro.

-Bueno, alguna vez en plan de coña y borracho como una cuba -me carcajeo.

-¿De verdad?

-Sí, sí... De verdad. ¿Por qué?

Silvy se ha dado cuenta de que mi pene está otra vez tieso como un palo.

-¡Te has vuelto a empalmar, cariño! -cambia de tema.

-Y como no me corra pronto, voy a tener una orquitis de elefante.

-Tienes una polla bárbara... muy salvaje -proclama Silvy, con evidente lujuria.

Entonces, ni corta ni perezosa, se llena la boca con un buen sorbo de cocacola. Me atrapa la verga y, sin tragarse el líquido, se pone a mamarmela. ¡Joder, tú!, ¡qué sensación más deliciosa, más extraña! Mi pene, erecto y duro. Lo siento flotar ingrávido, en el líquido cálido. Mientras, la lengua y los labios de Silvy lo están masturbando fácilmente. ¡Qué gozo más raro, más pasivo, más emocionante...! Lentamente, me está entrando un placer consistente, sin esfuerzo, sin fricciones, sin furor... Pero, ¡oh, Dios, no puedo más! ¡Oh, Dios...! Y, de pronto, me siento violentamente lujurioso. Sujeto firmemente la cabeza de Silvy. Cambió su felación por una irrumación desesperada... Me estoy follando su boca brutalmente, sin que ella se trage aún la cocacola. Mi verga, espoleada por tanto rijo, se mueve como un ariete en aquel líquido cada vez más sobado y tibio. Y a los pocos segundos, (“¡Oh, Dios, Dios, Diooos!”) siento por todo mi cuerpo la potente llamada de la eyaculación. 

-¡Voy a correrme! -grito

Silvy no se inmuta

-¡Me corro! ¡Aaajjjjj! ¡Me corroooo! -vuelvo a gritar. Y ya estoy lanzando los primeros jeringazos de lefa dentro de la boca de Silvy, que todavía retiene el buche de cocacola.

No soy muy consciente de lo que hago. En realidad, soy yo quien de un tirón le arranco  mi  polla de la boca.  Chorrea esperma y cocacola sobre sus tetas. ¡Joder, qué gusto, tú! ¡Qué gozada! ¡Qué orgasmo más loco!... que enseguida se acaba.

Sólo entonces Silvy, se traga el buche de cocacola enriquecida con mi leche.

-Cóctel Alexandra - murmura. Echa un buen trago de mi vaso de whisky: -Alexandra con whisky -concluye. Se está riendo a carcajadas, mientras se quita mi pene de encima de sus tetas. Luego, sin que pueda evitarlo, me besa tan profundamente como siempre. Y esta vez su saliva sabe a whisky y a mi esperma, endulzada por la cocacola.

-Eres un caso, querido -comenta con si quisiera halagarme, pero no me parece muy sincera.

 -Ya.

Bueno, pues ahora nos mantenemos un buen rato en silencio. Yo intento asimilar todo lo ocurrido. Hasta que, al fin, alcanzo ese estado de relajación, bienestar y serenidad, propio de una castidad sin tentaciones. Por último, me entran unas ganas urgentes de largarme.

Así que, recojo mi ropa y los zapatos, y me voy directo hasta la segunda puerta a la derecha del pasillo. Allí, en el baño, he orinado, me he lavado la polla en el lavabo, me he enjuagado la boca, y me he refrescado la cara con el chorro del grifo. Luego, me visto.

Silvy me espera en la sala. Además del tanga, lleva ahora un sujetador a juego.

-Me tengo que ir -le anuncio y le doy un beso en la mejilla.

-Sí, claro -me susurra ella. Pero cuando ve que me voy decididamente hacia la puerta de la escalera, me da un toque de atención:

-¿No te olvidas de algo? 

He mirado a mi alrededor y no he reparado en nada mío.

-Cariño, me debes cincuenta eurillos -me precisa ronroneando 

-¡Qué? ¡Pero que, cojones, dices?

-Amor, mi culo prodigioso tiene que alimentarse -me explica con un tono que quiere ser tierno.

La muy zorra me desarmaba de nuevo con el poder de su culo. Por eso, para evitar contradicciones, se ha escondido polla y huevos, en el tanga. Incluso, se ha colocado ahora lo bastante de perfil para que sus cachas pongan a prueba mi efímera castidad, recién adquirida.

Una vez más, dudo y dudo. “¡Cabrón de mierda!, ¡te voy a dar de hostias, tío!”, me enfurezco mentalmente, devolviéndolo al género masculino. Pero, finalmente, hago un esfuerzo y me contengo (“Bueno, mejor no meterse en líos”). Lo más sensato es sacar ese billete de cincuenta que aun me queda en la cartera. “El hijoputa le echaría el ojo en la disco, cuando pagué en el bar”, pienso. Se lo dejo sobre el velador del recibidor.

-Gracias, mi vida -me besa la mejilla, pero en realidad se ha acercado lo suficiente para poner su  trasero al alcance de mi mano.

-Llámame cuando quieras, cariño. Incluso, tengo una amiga, una chica estupenda, con la que nos montamos tríos fantásticos. Y si tienes pareja, podemos organizar un intercambio súper.

Me permite que le sobe ligeramente las nalgas (“No puedo evitarlo”), mientras me alarga una tarjeta del velador.

Ya en la calle, con el picotazo del aire fresco de la madrugada, recobro cierta tranquilidad. Intento recapitular. “Han sido los cincuenta euros más disparatados que me he gastado en mi vida”, me digo. Mis primeras sensaciones de estafa quedan, enseguida, desvirtuadas por la imagen subliminal de ese jodido culo. 

“No habrá otra vez... supongo”, estoy pensando.

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