Nuevos relatos publicados: 11

Una dulce tarde, un vecino

  • 11
  • 15.005
  • 8,89 (18 Val.)
  • 1

Casi de 17 años, con 1.65 de estatura y con un cuerpo delgado, me depilaba las piernas, pecho y axilas en secreto. Y cuando mis hermanas no estaban me ponía sus blusitas o sus shorts. Recuerdo que me gustaba un short que mi hermana la mayor se ponía cuando a escondidas de todos o creyendo estar sola, recibía a su novio y a hurtadillas se escondían en el cuarto de planchado para hacer el amor. Aún retumban en mis oídos los gemidos de mi hermana, tan seria en su escuela con faldas largas y tan puta en ese cuarto.

A mí me gustaban los chicos pero no podía decirlo. Ocasionalmente salía con alguna chica pero lo hacía casi con pavor. Algunas eran lanzadas y querían chuparme el pene o acariciarme y no podía permitirlo. Más porque yo me rasuraba el vello alrededor de mi pene y los testículos. No tenía un sólo vello en ninguna parte de mi cuerpo. Y ni mi familia lo sabía, siempre utilizaba pants deportivos y eso evitaba que alguien me viera sin alguna prenda de vestir.

Sin embargo, vivía en un mundo oculto en donde yo era el protagonista. No lo niego, tuve dos o tres deslices que no culminaron en sexo o por lo menos no así. Una vez visité a un compañero de la secundaria y jugábamos cartas o lo que fuera. La sirvienta abrió la puerta y salió. No había nadie más en casa salvo él, lo alcancé en una parte de la ampliacion de su casa. Sentado en una taza de baño y masturbándose. Lo miré y sonreí. Obvio, me preguntó si yo me masturbaba y le dije que sí. Lo que no esperé es que me dijera que lo ayudara a masturbarse. Me llené de terror, ¿acaso se habría dado cuenta que yo era gay cuando ni siquiera yo mismo lo aceptaba? No lo sé, mi reacción fue rápida y me sorprendí yo mismo. Me agaché y le chupé su pene y no lo hice tan mal porque mientras más se excitaba el me sostençia la cabeza y acariciaba, hasta que derramó su semen en mi boca. Fue la primera vez que le chupé el pene a un hombre y fue una sensación deliciosa y el sabor de su semen me gustó.

En otra ocasión, en una fiesta en casa de un amigo con quien me quedé, él se emborrachó tanto que le ayudé a acostarse. Todos se fueron y yo quedé allí, viendo que era un especimen hermoso. Fuerte, alto, guapísimo de su rostro y mientras dormía, tenía una de sus manos justamente sobre su pene. Estaba en trusa y yo únicamente me dejé llevar por el momento. Estaba profundamente dormido pero le fui bajando su trusa y de repente allí estaba, su hermoso pene de regular tamaño casi erecto. Lo lamí y lo fui sujetando con mi mano derecha. Después lo comencé a chupar y se fue poniendo duro. Mi amigo ni en cuenta, estaba perdido de borracho y yo disfruté ese pene hasta que salió un delicioso líquido que cayó en mi boca. Le volví a colocar la trusa en su lugar y me fui a dormir.

Y la siguiente vez fue en casa de una tía, con su pareja. Ella no sabía que él era gay o por lo menos que le gustaba coquetear con chicos. Yo de 16 años llego a casa de mi tía que no está y allí se encontraba Juan, su amante. Me insistió tanto y yo estaba tan deseoso de chupar un pene que accedí y eso me sirvió para mejorar mi técnica. Lo chupé hasta que derramó su semen en cara y boca.

Pero vuelvo a aquél día en que mi familia se fue. Yo me quedé solo en el departamento y de inmediato, luego que vi que partieron en el coche de mi papá y que no volvieron en diez minutos tras olvidar algo (como regularmente ocurria), me dispuse a hacer lo que a mí me gustaba: Sentirme libre.

Me puse el short de mi hermana. Era morado y permitía que se viera un poquito de mis nalgas firmes. Recorté una playera que me hacía ver mi ombligo y me puse unas chancas moraditas que compré de mi número y que tenía escondidas de todo mundo. Me coloqué una cinta en la frente y ¿por qué no?, me puse un poco de pintura de labios de mi madre. Ella era discreta y no se notaba mucho el labial.

Esa mañana bailé y canté, hasta que alguien tocó a la puerta del departamento. Me llené de terror y muy quedito fui a asomarme a través de la mirilla. Era un joven que llevaba unos trípticos. Vendía algo, eso era seguro. Un poco aliviado me quité cualquier vestigio del labial de mi madre y abrí la puerta. No se sorprendió y me saludó. Posteriormente dijo decenas de palabras que no entendí. Yo esperaba su reacción al ver a un joven gay reprimido y que segundos antes se sentía tan libre. Le agradecí que hubiera tocado la puerta y me disculpé diciéndole que no estaba interesado. Se fue.

Después entré al cuarto de mi hermana la más chica. Me probé vestidos, shorts y todo. Yo quería verme como ellas. Era más que obvio que no lo iba a lograr así que decidí seguir siendo yo, pero luciendo mis piernas.

Mi segundo momento emocionante fue cuando volvieron a llamar a la puerta. Era el conserje y velador del edificio. Miré y pensé qué hacer. me quité la cinta del cabello y abrí la puerta. Me saludó y me dijo que iba a colocar unas cosas en uno de los patios que estaba entre dos de las recámaras. Allí me madre colocaría sus tendederos. Lo dejé pasar y me miró. Allí descubrío, sí, que yo era gay. Ya por lo menos había una persona en el mismo lugar que vivía que había descubierto el gran secreto.

Yo me hice el desentendido y me acosté a ver las revistas de mis hermanas. Boca abajo y con las piernas jugueteando. Era obvio que el conserje no dejaba de mirarme pues yo sentía esas miradas. No puedo negarlo. Se me veían buenas nalgas. Yo era un atleta pues corría y hacía ejercicio, mi cuerpo era delgado pero mis piernas eran hermosas y mis nalgas firmes.

El tipo siguió trabajando y hubo un momento en que me llamó para que la abriera el otro patio. Lo fui a alcanzar y pude observar que debajo de su pantalón se le notaba un buen bulto, quizá una erección. El hombre tendría quizá unos 40 años, casado y con dos niños. Su esposa era putona pues yo la había visto besuquearse con un hombre de un taller mecánico de allí, cerca de la casa.

Yo estaba nervioso, pues no dejaba de mirarme y ambos teníamos las miradas en objetivos fijos. Yo en su pantalón y él en mis piernas. Pude sentir que me deseaba. Yo acostumbraba bajar la mirada y guardar silencio y en ese momento no me quedó de otra. Me moría de nervios, pero la reacción del tipo me intimidó más, pues vino hacia mí y me sujetó por la cintura. Podía sentir su respiración y su aliento. Olía a sudor y sus brazos eran fuertes y velludos. Me repegó tanto en la pared que pude sentir su miembro bien duro.

Yo estaba sometido y solo obedecí cuando dijo que le bajara el cierre de su pantalón. Por primera vez sentí su carne, caliente y su pito duro, perfectamente erecto. Grande y cabezón. Me agaché y lo lamí muy lentamente. Le lamí los testículos y los acariciaba con mis manos suaves. Con mi mano izquierda acariciaba sus nalgas duras y velludas. El hombre parecía mono con esos vellos entrecanos que me excitaban más. Fue entonces que comencé a chupar su miembro y el pobre hombre no dejaba de gemir y de tratar de jalar mi cabeza hacia él para tratar de meter todo su pene en mi boca. En menos de un minuto ya casi me suplicaba que le siguiera chupando su armatoste.

De repente, Alivió su pena y comenzó a acariciarme. Me quitó mi playera con gran facilidad y casi me arrancó el short de mi hermana y la pantaleta que yo había recortado para que se me vieran lindas mis nalgas. Me sorprendí que me acostó boca abajo y comenzó besarme la espalda y también las piernas, desde las pantorrilas hasta las nalgas y también me lamió el ano. El hombre estaba frenético y completamente excitado y con esa respiración ronca, como si fuera un búfalo a punto de atacar. No le permití que me besara en la boca pero sí atrapó mi cuello con sus labios y siguió metiendo mano por donde le fue posible.

De pronto, me preguntó si ya estaba listo. Yo dije que sí pero nunca pregunté ¿listo para qué? y mi sorpresa fue cuando me acostó boca arriba y su pene apuntó a mi ano. ¡Oh, el hombre quería meter eso en ese pequeño orificio y no tenía ni una puta idea de qué se sentía! Vaya, ni yo me había metido los dedos allí, siempre respetando mi orificio.

Y de pronto, atacó, intentó meterlo. Yo estaba resignado, si tenía que meterlo que lo hiciera pues, sólo que le costaba trabajo traspasar ese ano virginal. Me preguntó si mi madre tendría aceite de bebé o vaselina. Le dije que ambos y que estaban detrás de él. Mi hermana la mayor era experta en ambos aunque su novio la cogía del culo con aceite. En cambio, nuestro velador optó por la vaselina. Colocó vaselina en mi ano y untó un poco en el pene y entonces sí, adiós virginidad, adiós a todo. Este hombre comenzó a traspasarme lentamente. Admito que fue delicado, pues me metió el pene y yo sentía que moría y no precisamente de placer. Lo sacó y volvió a meterlo y siguió doliéndome mucho. De pronto, volvió a meterlo una tercera vez y allí se quedó. Me metió un buen tramo de su duro pene y me pidió que me relajara. Me acarició los muslos que estaban al aire, me talló el estómago, me metió un dedo en la boca el cual yo le chupé. De pronto, sacó su pene y sentí como que mi ano se relajó. Cuando volvió a arremeter sentí delicioso y comenzó a cogerme lentamente. Él gozaba y cerraba los ojos cada vez que acometía frente a mí y yo feliz con la estocada. Su pene era duro pero ahora lo sentía delicioso. Mis tetillas estaban erectas y el jugueteaba con sus dedos apretándolas. Así continuó hasta que yo no pudo más y se corrió dentro de mi culo. Yo seguí sintiendo delicioso. El gimió y gimió hasta que salió la última gota de su pene. Juntó mis piernas e hizo el esfuerzo de vaciarse más pero ya no le quedaba ni una gota.

Fue a uno de los baños y trajo papel, pues mi ano comenzó a vaciar el semen que había corrido dentro. Yo estaba muy excitado pero a la vez muy adolorido pues me quedó el ano lastimado por la acometida. Sin embargo, estaba feliz pues había sentido placer. Una vez que el conserje se marchó yo me fui al baño a masturbarme. Necesitaba vaciarme y lo hice.

Me di un baño y volví a lo mío. Disfruté esa tarde no sólo porque alguien me desvirgó, sino porque fui yo, el que dentro de mí quería estallar y gritar lo que era. Esa tarde conocí un mundo pleno y no quería dejarlo. Sin embargo, pocas horas después, tuvo que regresar el otro chico. Ese otro que vivía dentro de mí y que tenía que ser como el resto quería que fuera. Oh, había vuelto y el otro se ocultó, para salir como siempre, apenas de cuando en cuando.

(8,89)