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El secreto de la madre de Dani (1)

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CAPÍTULO Iº

 

Allá por la agonía del siglo XX, en una de las ciudades-dormitorio que rodean Madrid y en cualquiera de esas nuevas urbanizaciones de eminente vecindad proletaria, ese tipo de familias en las que los dineros, si llegan no alcanzan y si alcanzan no llegan, que las inundan, haciéndolas crecer hasta contar con cientos de miles de habitantes, cuando veinte-treinta años atrás apenas si reunían algún que otro millar de vecinos, vivía Daniel, Dani en confianza, chaval de veintidós años más bien recién cumplidos, con su madre Isabel

Mas eso era sólo desde unos seis años entes, pues hasta entonces la familia constaba de cuatro miembros, papá, mamá, una hija tres años más joven que Dani y el mismo Daniel y vivían en Madrid, en uno de esos barrios de típica y tópica clase media entre acomodada y acaudalada. Papá era cajero en la sucursal de un gran banco y no ganaba mal sueldo, lo que le permitía mantener a su familia más que holgadamente.

Pero sucedió que los mantenía demasiado holgados, más de lo que sus no tan magros ingresos permitían, porque el bueno de D. Daniel, que así se llamaba el padre de Dani, no sabía dónde poner a su familia, en especial a su más que bella esposa que, seamos fieles a la verdad, nunca se distinguió por su espíritu ahorrativo, sino más bien por ser una manirrota de pronóstico, amén de arto “señora” para “dar palo al agua”, es decir, trabajar

Y claro, pronto sucedió que las facturas empezaron a ahogar al probo cabeza y sostén de la familia, que no encontró mejor solución que “meter mano” en la caja bajo su custodia. Tuvo suerte y pudo mantener tal “tinglado” por once años más o menos, al precio de trabajar “de contino” seis días a la semana, de lunes a sábado, y a lo largo de cincuenta y dos semanas cada año, sin faltar un solo día; vamos, ni por Noche Buena-Noche Vieja siquiera

Pero sucedió que un viernes cualquiera, cuatro años antes, D. Daniel salió del banco casi tres horas más tarde por imprevistos, importantes problemas de última hora, con lo que iba de un gas que para él se quedaba y más prisas que si escapara de una legión de acreedores, de modo que salió del garaje a todo meter y, sin encomendarse ni a Dios ni al Diablo, se incorporó al tráfico de la calle Velázquez, con tan mala fortuna que se estampó contra un autobús de la Empresa Municipal de Transportes. ¿Resultado? Muerte fulminante.

A las cuarenta y ocho horas fue el sepelio de D. Daniel y otras cuarenta y ocho más tarde, Dª Isabel, su señora viuda, fue citada, muy correcta y cordialmente, al despacho del Director General del banco, sito en la Gran Vía casi esquina a Alcalá. Con toda cordialidad también fue recibida por la secretaria del magnate e introducida al Sancta Sanctórum del mismo, es decir, su despacho. Y hasta allí llegó la cordialidad, pues a tales alturas se tenía ya constancia clara y más o menos exacta del desfalco cometido por su difunto marido en un más que apreciable montón de millones de pesetas de aquellos tiempos, lo que en modo alguno era moco de pavo.

Total, que adiós cuentas corrientes, bloqueadas a esas alturas, las que tenían en aquel banco y otras tres o cuatro que su marido abriera en otras entidades bancarias, a fin de camuflar lo “pescado”, adiós casa, adiós coche… Adiós todo en definitiva. Y gracias a los dos seguros de vida suscritos a favor del difunto marido y su familia, uno por él mismo y el otro por el banco, norma de la casa para con todos sus empleados, que dieron lo suficiente para cubrir todo el montante pendiente de pago y lo justo para alquilar el pisito donde ahora vivían y para pasar unos meses, con estrecheces, eso sí, hasta que los tres, mamá, retoño y “retoña”, encontraron empleo, que no fue fácil pues ni repajolera idea de oficio por parte de los tres, dados hasta entonces a “sus vagancias”, aunque los dos “rorros” fueran estudiantes de “cuchillerato” pero de ese tipo de estudiantes que, digamos, “no ejercen”

En fin, que Dani logró un puesto de “pinche” o aprendiz de cocina en un restaurante de casi postín; su linda hermanita en la peluquería de unos grandes almacenes como aprendiza de manicura y la señorona Dª Isabel en los servicios de un más que buen restaurante para servicio de tarde-noche, de siete de la tarde a una de la madrugada.

El primer año y pico fue de prueba para los tres, con eso de tener que trabajar, madrugando a diario el “infanzón” y la “infanzona”, cosa a la que en absoluto estaban acostumbrados, y la señorona teniendo que rebajarse ante los clientes, cuando hasta ayer como quien dice, ante ella se rebajaba la gente. Y a más a más, que el dinero no sobraba en casa, pues a veces el hambre se la tenían que quitar casi, casi, que a “fobetá” (Bofetada) limpia, excepto el Dani, que por aquello de estar casi todo el día entre fogones pues algo se “pega” siempre si se está a la que cae, amén de la “pitanza” diaria, comida o cena, por cuenta del restaurante.

Pero en los cuatro últimos años el panorama empezó a variar que era una vida suya, pues a Dani le ascendieron a la categoría de ayudante de cocina, pues resultó que aquello de las perolas y fogones se le daba de maravilla, y a la señorita Isabelita la hicieron manicura casi diplomada. Pero el gran auge vino por parte de mamá, que cambió de empleo pasando a los lavabos de un local nocturno, una “Boite” muy “decente”, donde ejercía de las ocho-nueve de la noche a las tres-cuatro de la madrugada, aunque sábado había que llegaba a retrasarse en salir hasta incluso las cinco de la mañana.

Aquello fue el “despegue” definitivo de la familia, pues resultó que el nuevo empleo de mamá era algo así como una mina, con miles y miles de pesetas en propinas cada noche, que para cuando esta historia comienza ni se sabe a lo que podían llegar, pues mamá Isabel ya no lo decía; simplemente, tenía a sus dos hijos a cuerpo de rey/reina, satisfaciendo cuantos caprichitos al nene y la nena se les emperejilaban.

Otra cosa importante señalar es que, unos dieciocho-veinte meses antes del momento en que la verdadera trama comienza, a la nena Isabelita se le puso en el moño irse a un apartamento con un par de amigas, con derecho a recibir en su habitación y camita a su “maromo” siempre que a su entrepierna se le pusiera de montera, es decir, le diera la real gana, que para eso era ya “toda una mujer” a sus diecisiete-dieciocho años, aserto que a mamá Isabel le pareció verdad cuasi evangélica, pues entre los dieciséis-diecisiete alumbró a Dani, tras unos cinco meses, más que “raspaos”, casada y otros “vintitantos” de “tontear” con el que fue su solícito y desfalcador marido. De modo que cuando esta historia en verdad empieza, en el “Anno Dómini” de mil novecientos noventa y ni se sabe qué año, la unidad familiar, de facto, se reducía a Isabel y su retoño Dani.

Así que la historia se pone en marcha una noche, casi, casi que en el fiel de la balanza entre un sábado y el ulterior domingo, en la barra de un bar de copas madrileño donde encontramos a Dani en más o menos alcohólicas confidencias con su amigo Marcos.

La amistad con el tal Marcos no venía de tan antiguo, pues se conocieron unos dos años atrás y de chiripa. Fue en una noche casi como esta que nos ocupa, de viernes-sábado; Dani había tenido turno de tarde, pero por ser viernes, el turno se prolongó hasta bien entrada la noche, reforzando el de noche, con el local repleto por las cenas, lo que devino en que los de su turno, cocina y  servicio de comedor, salieran todos hacia la una y pico, hora en que empieza la bullanga en las zonas de copas de Madrid. Total, que, recién cenados y ya en “canción” con el vino y demás trasegado en una cena de jolgorio ante el “finde” que se les avecinaba, partieron hacia a zona Argüelles-Moncloa, buscando “holgar con “hembra placentera”.

En lo de la dichosa “hembra”, la verdad es que dieron en quiebra total, pero el chasco, para Dani al menos, se compensó con haber conocido al tal Marcos, más que amigo, conocido, de uno de los camareros que iban con la “basca” en que Dani se alineaba, colega en el oficio del compañero de Dani,  es decir, camarero también el Marcos, y de extensa experiencia ya a sus veinticinco-veintiséis años, pues desde los diez-once andaba sirviendo mesas, primero en la tasca que sus padres abrieran en la Ronda de Valencia y  luego, desde sus dieciséis, diecisiete, en varios restaurantes, siendo entonces casi “metre” de uno de más que campanillas en pleno barrio de La Latina,  por la Cava Baja.

Y, a pesar de la diferencia de edad, seis-siete años mayor Marcos que Dani, y  el dinero disponible por cada uno, que el amigo de Dani ya ganaba una “pastizara” como “pa” caerte de culo, se cayeron, mutuamente, la mar de bien, con lo que acabaron por hacerse uña y  carne. En el momento en que, real y verdaderamente empieza esta historia, decía el Marcos al Dani

Oye Dani, ¿te he hablado alguna vez de Betty?

Pues diría que no. ¿Otro ligue, tío?

¡Más quisiera yo! ¡Menuda hembra! ¡”Pa montalla” siete días por semana sin bridas y sin estribos! Es “delanterica”, unos cuarenta mal contados, casi, pero cómo está la “prójima. ¡Y cómo folla la condenada!...

Conque dices que no es un ligue, y sin embargo te la follas, ¿eh? Eso no me cuadra tío. ¡No te habrás colado por una tía a la que se la folla todo quisque!…

Pues tío, casi, casi… No, no es que me haya colado por ella; ni mucho menos, macho, que aquí, al “menda lerenda que viste y calza”, en tavía (todavía) no ha nació la “chorba” que le cace…ni creo que nazca nunca, que “buey suelto bien se lame”… Pero sí que me he encoñado con ella. ¿Sabes lo grande? ¡Que no es más que una puta!... Como lo oyes, tío, de esas que sólo follan con uno por “pasta gansa” ¡Y que cobra un pico la muy zorra! ¡Cincuenta mil “pelas” la media hora, setenta y cinco mil la hora! Más la botella de champán que la jodía te saca en menos que canta un gallo, ¡otros mil duritos de mi alma!… Y las copas de “calentamiento”, que la “madam” se las pinta sola para “sacártelas” tan pronto te “guipa” por el salón y aledaños… Otros mil duretes del ala, “pa propina del servicio”, que dice, pues, realmente, mientras estás en el local tienes barra libre, excepto el champán, que va aparte, a cinco mil la botella.

Pues qué quieres que te diga, tío. Que estás jodido, Marcos. Pero que muy, muy jodido… Pero… ¿Cómo se te ocurrió meterte en tal berenjenal? ¡Joder Marcos, que las “titis” no se te dan mal! ¿Para qué puñetas necesitas a una de esas?… ¡Joder Marcos, una “buscona”! ¡Una puta, Marcos; una simple y puñetera puta, mierda ya!

Vale tío, una puta. ¡Pero qué puta, Dios mío! ¡Te lo juro, Dani! ¡Una diosa, una sublime odalisca! ¡Una maravillosa Hurí del Edén de Allah! ¡Porque no la conoces, Dani!… Que si la conocieras…

Ni ganas, sobre todo después de lo que me dices de ella, ¡Lo que me faltaba, macho, colgarme por una máquina saca-perras!...

Pues macho, yo me voy para allá. ¡Estoy que ardo por “metérsela”! ¡Vente conmigo, tío! ¡Te la presentaré; te juro que te caes de la impresión!

Dani se echó a reír con ganas

¡Ni hablar de la peluca, tío!... Ja, ja, ja… ¡Para que me contagie el “virus” que “t’andilgao” (te ha “endilgado”; endilgar: Endosar a otro algo desagradable o molesto)… ¡Ni hablar, tío, ni hablar!...

¡Que sí, macho! ¡Que sí; te vas a enterar de lo que es bueno en el asunto de la jodienda tan pronto te la “calces”

Y así, en ese “Que sí-que no”, la cosa fue que por finales, un tanto “alegrote”, que todo hay que decirlo, el bueno de Dani se dejó arrastrar por el más que golfo de su amigo a un muy respetable inmueble de seis pisos, a cuatro puertas por piso, de la madrileña calle de Lagasca, entre las de Serrano y Velázquez, lo que equivale a decir en lo más florido del Barrio de Salamanca de Madrid, tradicional sede de la flor y nata de la burguesía madrileña

Era en el cuarto piso del inmueble, un edificio de allá por los años 40-50, algo vetusto pero la mar de sólido, fachada de puro granito y portal de mármol blanco veteado en trazos menos claros, mullida alfombra, roja como la sangre, de varios centímetros de grosor, donde los pies se hundían hasta casi tapar los zapatos y portero de librea a la puerta, lo mismo de día que de noche, que, servicial, te abría la puerta tan pronto te acercabas con claras intenciones de entrar.

Como es de suponer, tan pronto penetraron al portal, les preguntó dónde iban; le dijeron que al cuarto piso y el hombre llamó a un interfono 

Doña Margot, aquí hay dos señores que desean subir… Sí señora, a unos de ellos le conozco de antes… Sí, sí, ya ha venido más veces… Sí, lo recuerdo perfectamente… Amigo suyo, supongo… (Dirigiéndose al tal Marcos) ¿Es amigo suyo, verdad caballero? Viene con usted, ¿verdad? (A ambas inquisitorias Marcos afirmó con un rotundo “Sí, sí”, y el portero volvió a hablar por el interfono) Sí señora; efectivamente, es amigo del señor conocido; vienen juntos… Perfectamente señora… Ya sabe, siempre a sus órdenes doña Margot…

Seguidamente, el servicial portero acompañó a los dos amigos hasta el ascensor, abriéndoles la puerta

Una cosa señores. Muy encarecidamente les ruego la mayor discreción. Nada de ruidos excesivos, risotadas y demás… La vecindad es de lo más selecto y esas cosas aquí no se permiten La casa de doña Margot es de lo más exquisito de Madrid, y aquí la educación y buenas formas, sin estridencias de clase alguna, menos aún groserías, es la norma para poder ser admitido y atendido…

Ya lo sé… Lorenzo, ¿verdad?...

Sí señorito; efectivamente, Lorenzo es mi nombre… Veo que también usted me conoce y recuerda…

Desde luego, Lorenzo. Y no se preocupe; conozco las normas de la casa y las sigo en toda su extensión

Perfectamente señor… ¡Ah, muchas gracias caballeros! ¡Que se diviertan esta noche!

Y es que el buen portero Lorenzo se deshacía en melosidades ante los cien duros que el Marcos le acababa de soltar. Subieron al cuarto piso, donde encontraron ya abierta la puerta, única que en esa planta había, en el centro del frontis, más menos, frente al ascensor, pues la casa de citas de Madam ocupaba toda la planta, sus cuatro viviendas unidas, y que conste que ninguna de las del edificio era pequeña, precisamente,

Desde luego el sitio era de lo más lujoso y exclusivo que en Madrid podía encontrarse; algo así como una más que coqueta bombonera, donde todo eran alfombras más que gruesas, tapices antiguos, grandes espejos ricamente enmarcados y buenos cuadros por las paredes; mullidísimos divanes de plumas más sillones y sofás de la mejor tapicería y factura, por acá y allá

Un gran salón-recibidor y estancia de descanso o espera hasta que la Madam decía al caballero de turno que podía pasar al dormitorio, pues la señorita acudiría al momento, donde abundaban más que en ninguna otra estancia los cómodos sofás, divanes y sillones, alternados por mesas bajas, de excelente marquetería en madera

Al fondo del salón una majestuosa barra en madera de ébano acolchada en vivo color rojo, a tono con la moqueta del mismo color que cubría las paredes y la alfombra que revestía el suelo. Tras la barra, un inmenso espejo enmarcado en madera y cornucopia dorada, finamente labrada, del siglo XVIII. Sobre la barra multitud de copas que los camareros reponían tan pronto un cliente acababa una, con todo tipo de bebidas, desde whisky o coñac hasta los socorridos gintonic, pasando por una espléndida variedad de cócteles, desde los tradicionales, gin fizz, piña colada, daiquiris, caipiriñas, Margarita “mojitos”, hasta los más sofisticados y modernos, todo ello nacional, pero de muy aceptable calidad.

También bandejas con canapés, medias noches y demás La barra era libre, a disposición de todos los caballeros que allí acudían, aunque Madam Margot, siempre ojo avizor, que no se le escapaba una, se apresuraba a llegarse a todo caballero que, simplemente, rondara cerca de la barra, solícita en ofrecer una copa al caballero, sugiriéndole al señor dejar una “propinita” para el servicio, mil duritos “de nada”.

Allí entraron los dos amigos y, francamente, Dani quedó boquiabierto ante lo que sus ojos veían. Inimaginable era aquello para él. Mucho le había contado su amigo respecto a la magnificencia del lugar, pero lo que sus ojos vieron excedía cuanto su magín imaginara. Marcos se empeñó en que su amigo entrara con la señorita Betty, pero el mancebo estaba sobrepasado por lo que allí veía y las pocas ganas de “jaleo” con que para allá partiera se le multiplicaron, o mejor, se le dividieron entre ni se sabe cuántos divisores, con lo que de plano se negó a entrar a las habitaciones con ninguna de las muy suculentas señoritas que la casa ofrecía.

En fin, que Marquitos pagó en caja, a Madam Margot, las setenta y cinco mil del ala que la señorita Betty demandaba por otorgar su palmito durante una hora, aunque por finales, e incluyendo la botella de champán y el gran ramo de flores para la “señorita” que la “nena” agradecía con mil y un arrumacos, más los mil duritos de la propina por lo de la barra, un vaso de whisky, mondo y lirondo que se tomó, con algún que otro canapé, la “cosa” le salió por los veinte mil duros menos algún millar que otro de pesetas… ¡Pero qué importaba semejante salvajada de pesetas, si la tal salvajada le otorgaría el cuerpo de su “diosa” durante una hora!... Así que raudo cual rayo partió hacia la habitación que Madam Margot le indicó al llamarle diciéndole que la señorita estaba ya a su disposición, Dani se quedó en el salón, degustando una copa de whisky en casi paz y tranquilidad; aunque, eso sí, satisfaciendo antes los mil duritos de nada que la Madam le sugirió como propina para el servicio.

Pero si se dice que el Diablo nunca descansa intentando que los pobres mortales se pierdan merced a las engañosas mieles de sus tentaciones, Madam Margot no descansaba menos que el Diablo a fin de que los incautos y candorosos nuevos “visitantes” cayeran en las sutiles redes de sus “pupilas”, dejándose así sacar una “pasta gansa”, de manera que propuso al novel barbián que en sus garras caía el catálogo con las fotos de las “señoritas”, para que se entretuviera y la espera de su amigo, que iba para largo, sesenta largos minutos, si no se “reenganchaba” con otros diez  mil duritos más por el suplemento de otros treinta minutos más, que torres más altas cayeron ante aquella excelsa diosa del más exquisito Olimpo

Y Dani tomó aquél catálogo más por curiosidad y aburrida ociosidad que por otra cosa. Aquí convendrá aclarar que en aquella tan exclusiva casa de perdición, lo de “¡Chicas, al salón!”, con el subsiguiente “pase” de bellezas más o menos vestidas, menos o más desnudas, cual si lo hicieran por una pasarela, allí no se llevaba. Según Madam Margot, eso era denigrante para sus “señoritas”, pues parecía un mercado de carne o de esclavos, que a saber qué concepto será más ofensivo para las pobres mujeres así exhibidas, por lo que el cliente podía consultar era una gran álbum de fotos, tamaño folio, donde las “señoritas” aparecían en sugerentes poses y distintos grados de cubrirse o enseñar sus más íntimos encantos

Al dorso de cada foto, la información sobre la señorita: Edad, estatura, peso, medidas de busto, cintura y caderas… También sus emolumentos, la media hora, la hora y hasta la hora y media alguna que otra… Y las especialidades que la “dama” ofrecía a la clientela…si es que tal había. Distraídamente, Dani fue pasando páginas y páginas, mirándolo todo… ¡Dios y qué mujerío ofrecía aquel álbum!... ¡Pero qué locura de pesetas también!... Riéndose para sí mismo pensó en la millonada que el Marcos debía haberse dejado ya en aquella casa… Ganaba “pasta a mogollón”, pero si esos caprichitos se los permitía con una cierta regularidad, que todo apuntaba en tan señalada dirección…pues que le explicaran, cómo podía llegar a fin de mes…

Por un momento, riéndose aún para sus adentros, pensó que tendría que pedirle la receta del indudable “sobresueldo” que debía sacarse, para aguantar tal tren de vida, pero, bien mirado, pensó que mejor no pedirla pues, seguro, su amigo Marcos algún día tendría que rendir cuantas a la justicia, a cuenta del “sobresueldo”… Y sape, sape, que para problemas, ya tenía él bastantes

Siguió ojeando varias páginas más, cada vez más atraído por aquello que veía, pues aunque no estaba la cosa a la altura de su economía, siempre es bonito observar las fotos de mujeres espectaculares, luciendo en toda su esplendidez sus gracias, más o menos veladamente, porque aquellas fotos eran casi, casi, que artísticas, exentas de la chabacanería de la descarnada pornografía. Allí, se sugería mucho más que se mostraba, y la cosa era que, el resultado, más excitante no podía ser, mucho más que si todo se mostrara a tutiplén, pues mucho más erótico es dejar que la imaginación trabaje a que te lo den todo “mascado y tragado”.

Y así, ojeando y ojeando, pasando páginas una a una, lentamente, recreándose en cada una, llegó a la “señorita” Betty, la mujer que en esos mismos momentos se estaba “beneficiando” su amigo Marcos. Dani se puso blanco como el papel y la sangre se le heló en las venas “¡Dios mío, esto no puede ser; debo de estar viendo visiones!”, se decía una y otra vez, fijando más y más la vista en la imagen que la foto ponía delante de él.

Pero no; no eran alucinaciones. ¡Era ella, en todo su, hasta entonces, desconocido esplendor. Porque en eso sí que tenía razón el maldito del Marquitos: la “señorita” Betty era una mujer impresionante, divina, maravillosa… Una sin par Venus-Afrodita, una excepcional odalisca turca, una inigualable “Hurí del Edén de Allah”… Pero, sin duda, era ella, Isabel, su propia madre… ¡El hijo de puta del Marcos, en esos mismos momentos, se estaba follando a su propia madre!… ¡A su más que adorada madre!...

Pero, hijo de puta… ¿Por qué? ¡Su madre era la señorita Betty!... ¡La puta que allí se hacía llamar “señorita” Betty… ¡Su madre no era más que eso, una puta!... ¡Una jodida y maldita puta a la que los tíos se follan por dinero!... ¡Marcos lo único que había hecho era pagarse una puta!... ¡Una maldita y rastrera puta, por mucho que cobrara cada “polvo” a millón casi…

Estaba fijo en las fotos, sin casi pestañear, alucinado podría decirse. Entonces se le acercó uno de los caballeros que allí estaban

¡Increíble la zorra esta!...¡Yo he estado un par de veces con ella y es inenarrable… ¡Cómo folla la tipa!... Con decirle que cada vez que me acuerdo de ella, no puedo evitar “meneármela”… Y simplemente mirando estas fotos uno se haría cada “paja” de órdago a la grande…

Aquello ya sobrepasó por completo a Daniel, Dani familiarmente, y vomitó; vomitó allí mismo, sobre el impresentable ese, el cabrón que se le arrimó diciendo tal sarta de guarrerías acerca de su madre… Se largó; se marchó a la calle llorando como un crío, pero también maldiciendo… Maldiciendo a su madre… A la más que puta de su madre…

Deambuló sin rumbo, desorientado, de acá para allá, como beodo, tambaleándose las más veces y sin saber siquiera por dónde andaba, llorando a lágrima viva. La impresión había sido demasiado fuerte. Así transcurrió toda la noche hasta que, a eso de las seis de la mañana, destrozado, hundido por completo y con un dolor de cabeza de los que hacen época, finalmente se decidió a regresar a casa…

Temía el momento más que a un nublado pues, la verdad, no tenía ánimo para enfrentar a su madre, para verla. Lo que de ella le dijera Marcos, lo que también le dijera aquél abominable hombre, aquél baboso de mierda, le martilleaba en la cabeza. Y en su cerebro todo era ver a su madre follando con su amigo, con aquél tío… Con infinitos tíos tan babosos como el que le hablara… Era una tortura que le mataba…

Estaba dolido, desencantado respecto a su madre. Desde que descubrió lo que descubrió, una sensación de asco hacia su madre, engarzada a otra de hastío de vivir, se había apoderado de su ser… Pero también era consciente de que retrasar el regreso a casa sólo era retrasar lo inevitable. No tenía ni repajoleras ganas de volver por la calle de Lagasca, donde dejara el coche, pero sí lo hizo, recogiendo el vehículo para volver a casa, pues se dijo lo mismo que antes, respecto a regresar a casa: Si no lo hacía entonces, lo tendría que hacer mañana o pasado a todo estirar

Llegó a casa pasadas las siete de la mañana. Entró en casa procurando no hacer ruido, pues hasta se descalzó antes de abrir la puerta del piso, pues sabía que su madre no llevaría mucho tiempo acostada, ya que solía aparecer por casa, tras el “trabajo”, sobre las cinco de la madrugada, e invariablemente iba a la cocina a prepararse un buen vaso de leche caliente que tomaba con unas magdalenas.

Pero de poco le sirvieron sus precauciones, pues apenas llegaba al salón, justo junto al recibidor y puerta de la casa, cuando su madre apareció por la puerta que daba al pasillo, con el baño y los dormitorios, descalza y cubierta sólo por un tenue camisón, muy femenino y coqueto, amplio y de generoso escote

¿Cómo es que vienes a estas hora, Dani?... Ya sabes que no me gusta que andes por ahí, como perro sin amo… (calló un momento, fijando bien la vista en su hijo) Pero… Pero, ¡cómo vienes Dani!... ¡Si estás hasta pálido!… ¡Terriblemente pálido, hijo!... ¡Dios mío!... ¿Qué…qué te ha pasado?... ¿De dónde vienes, cariño?... ¿Con quién has estado?... ¿Dónde has estado…qué…qué has hecho esta noche?

Daniel posó en su madre unos ojos cansinos, apagados…tristes, tremendamente tristes. Se acercó al sofá, junto a donde su madre estaba en pie, y se dejó caer, desfondado, en él.

Andando mamá… Andando simplemente… Deambulando por Madrid sin rumbo… Sin orden ni concierto… Sólo eso he hecho mamá… Al menos desde las dos y media de la madrugada, más o menos…

Isabel se acercó a su hijo, sentándose a su lado, en el sofá. Le miró llena de ternura, de cariño, pero también de desconcierto y preocupación.

Efectivamente, había llegado a casa poco, muy poco después de las cinco de la madrugada; como era habitual en ella, pasó directa a la cocina, sin pasar por el salón. Se calentó la leche al microondas y se sirvió las madalenas, despachando todo sentada a la mesa de la cocina. Luego se marchó hacia su habitación, pero antes, como siempre también hacía, pasó a la habitación de su hijo, pues solía besarle en la frente, dormido como de común estaba, antes de irse ella, así mismo a dormir

Pero aquella madrugada, por primera vez en su vida, Daniel, su más que querido Dani, no estaba en su habitación ni en toda la casa, que bien que lo buscó. Y ya no pudo dormir en toda la noche, preocupada por ese, inexplicable en él, retraso. Así que, antes incluso de que Dani introdujera la llave en la cerradura, ella ya había sentido sus pasos en el rellano de la escalera, y claro, se lanzó de la cama al suelo, saliendo disparada en busca de su hijo

En fin, que Isabel, sentada junto a Daniel, le pasaba los dedos de la mano por el pelo, hundiéndolos, entre los cabellos de su hijo

Venga cariño dile qué te pasa a mamá No te preocupes ni tengas miedo, que mamá, sea lo que sea, te entenderá

La voz de Isabel más tierna, más cariñosa no podía ser. Por fin Daniel rompió su silencio

¿Desde cuándo mamá?... ¿Desde cuándo eres una puta?... La “señorita” Betty… ¡Por qué mamá; por qué lo hiciste; por qué empezaste?

Isabel encajó el golpe, que en absoluto esperaba, lo mejor que pudo. No se desmadejó, no rompió en histerismos inútiles… Se quedó seria, escrutadora con sus ojos respecto a su hijo, pero sin perder las formas; como si lo que Daniel le demandaba con ella en absoluto fuera

Con que por fin lo has sabido… ¿Puedo preguntarte cómo?

Daniel le conto a su madre cómo su amigo Marcos le había llevado esa noche a la casa de Madam Margot, y cómo había visto la foto de la “señorita” Betty en el álbum con las “yeguas de monta” que la Madam ofrecía a sus clientes. Incluso le soltó, letra por letra, lo de “yeguas de monta”…

Isabel le escuchó sin pestañear; sin demostrar nerviosismo o malestar alguno… Como si Daniel le hablara de la cosa más fútil y baladí del mundo, de modo que en ningún momento le interrumpió, dedicándose sola, únicamente, a escucharle más que con atención. Por fin Daniel calló, con lo que fue su madre quien empezó a hablar

Que desde cuándo ejerzo de puta, preguntas… Pareces tonto, Dani… ¿Desde cuándo vivimos mejor? Cuatro años, más o menos… ¿Recuerdas la noche que volví de “trabajar” con varios miles de pesetas en “propinas”?... Aquella fue la primera vez que follé con un tío por dinero… Que porqué lo hago… Que porqué empecé… Ya no te acuerdas de aquellos dos primeros años, tras la muerte de tu padre… Para ti puede que no fueran tan duros, pues al menos comías… Suerte de trabajar en un restaurante… Tu hermana y yo no la tuvimos… ¡Cuántos días esperamos hambrientas que tú vinieras, con lo que podías rapiñar!... Porque eso, lo que traías, era lo único comestible que en casa había…

Isabel calló un momento para ir a su habitación por el paquete de tabaco. Se volvió a sentar al regresar; sacó un pitillo, lo encendió y le dio un par de caladas o tres, expirando después el humo, lentamente, como recreándose en ello, perdida la vista en un invisible horizonte. Luego suspiró hondamente y prosiguió

Una noche, se me acercó una mejer en los lavabos del restaurante donde trabajaba al principio… Me habló de una vida mucho más placentera y regalada que la que vivía… Una forma de vida en la que, en menos de una semana, podría ganar más que en todo un mes en aquellos lavabos… Sólo que se trataba de dejarse follar por tíos… Tíos, desde luego, cultos, educados, que a las mujeres trataban muy bien, sin feos, sin violencias… Con suavidad… Era Madam Margot… Y yo acepté, pues era la posibilidad de alejar el hambre de casa…

Nuevas chupadas al cigarrillo y nueva pausa

Desde la primera noche que me quité las bragas por dinero, en casa se acabó el casi hambre de tantos días, meses, años… Todos empezamos a vivir mejor… En casa empezó a haber de todo, y en abundancia… Y no solo lo más o menos esencial, sino que desde entonces ha habido extraordinarios, caprichos… Para todos, Dani… Para todos… Hasta más para vosotros, tu hermana y tú, que para mí… ¿Cómo, si no, podrías tener el coche que tienes?... ¿Cómo tu hermana podría vivir a todo tren y sin dar golpe?... Que hasta se despidió del trabajo porque “la aburría”… ¡¡¡GRACIAS A MI COÑO DANI!!!... ¡¡¡GRACIAS AL DINERO QUE CON MI COÑO TRAIGO A CASA!!!

Isabel, mientras hablaba, se había ido encendiendo cada vez más, y para entonces tenía el rostro coloreado, con las mejillas casi ardiéndole; la cabeza alta, más galleando que otra cosa y toda ella enardecida… Casi orgullosa de su “putería”… De sus “logros” como puta profesional, y de “altos vuelos”… Bueno, casi orgullosa no; total, absolutamente orgullosa… Desafiante ante Daniel, ante su hijo… Dominadora ante él, venciéndole, derrotándole en toda la línea… Realmente, le decía: “¿Quién eres tú, quién es nadie para juzgarme? ¡Todo cuánto tenéis me lo debéis a mí! ¡Al dinero que entra en casa gracias a mi coño!...

Y sin duda, Dani estaba vencido; anonadado por las palabras de su madre, porque no podía por menos que darle la rezón en cuanto le decía. Claro que recordaba aquellos dos primeros años tras la muerte de su padre; sí, en casa se llegó a pasar hambre, literal, llanamente; y sí, si desde unos cuatro años atrás vivían mejor era por el dinero que mamá metía en casa… Si él tenía el Porsche descapotable que conducía no era, desde luego, gracias a su sueldo. Ni hizo falta pedir nada a Isabel, ella sabía que él andaba “enamorado” de tal vehículo, en un amor imposible, y su madre, en su 21 cumpleaños apareció con las llaves en la mano y el coche a la puerta…

Arrepentido de las palabras que a su madre le dirigiera, de aquella pregunta que mucho tenía de inquisitorial, de pedirle cuentas de sus actos, más hundido si cabe que antes, cuando accedió a la casa, aunque en distinto modo, pues si antes era el dolor, el desencantamiento y defenestración de la sempiterna imagen que desde crío tuviera acerca de su madre como la mujer más perfecta y honorable del Universo mundo lo que le hundiera en el desánimo, ahora era su propia conducta, su casi acritud, más interna que externa, lo que le llevaba a las más hondas y negras simas del abatimiento

Perdóname mamá. No debí decirte nada No decirte que sabía… Debí  darme por no enterado; cerrar los ojos, ignorarlo todo… De verdad que lo siento. Sí; tienes razón. ¿Quién soy yo…quién es nadie para juzgarte?... Lo pasábamos muy, muy mal… Sobre todo, como bien dices, Maribel y tú…

Dani, cariño; no te preocupes. No pasa nada. Anda querido mío, vete a la cama. Lo necesitas; necesitas descansar, dormir. Estás que te caes…

Sí mamá; creo que sí, que estoy que me caigo. Pero también tú debes volver a la cama; y tranquila, también tú…

Se levantaron los dos, se fundieron en un abrazo, llenándose el rostro, mutuamente, de besos en frente y mejillas. Entonces Isabel dijo a su hijo

Diría que un buen vaso de leche calentita te vendría de maravilla, Dani

Daniel ni se lo pensó, pues fue nombrar su madre la leche y sentir el estómago con realquilados

Pues estoy de acuerdo contigo. Voy a la cocina, y en un periquete estoy ya en la cama, con el vaso de leche en mi barriguita…

Quita hijo; vete a la cama que ya te preparo yo la leche y te la llevo a la cama…

Y tampoco esta vez Daniel se anduvo remolón pensándoselo, sino que de plano aceptó la materna propuesta, por lo que se encaminó decidido hacia su cuarto. Al entrar al pasillo vio, a su derecha, la puerta del baño. Pensó meterse allí lo primero y sumergirse en la bañera, nada de ducha, para relajarse antes de acostarse, pero se encontró demasiado derrotado para tal entretenimiento, resolviendo al instante proseguir hasta el dormitorio. Llegado allí, en un santiamén se desvistió y puso el pijama, metiéndose a continuación entre las sábanas

Apenas si Daniel se había acomodado en la cama cuando llegó su madre con una bandeja de esas de patas, propias para comer en la cama, con el vaso de leche y un plato con media docena de magdalenas. Dejó la bandeja en la mesita de noche y procedió a ayudar a su hijo a erguirse en la cama hasta quedar medio sentado, medio recostado sobre la almohada y el cabecero de la cama. Seguidamente tomó un par de almohadones que normalmente adornaban el cabecero de la cama y se los pasó por la espalda para que Daniel descansara mejor su espalda, poniéndole luego la bandeja sobre las extendidas piernas, para que el muchacho pudiera dar buena cuenta del liviano desayuno

A continuación la mujer se sentó a los pies de la cama a fin de asegurarse de que su hijo se tomara hasta la última de las magdalenas, cosa en la que no tuvo que insistir nada de nada, pues Daniel las saludó de la mejor manera, pues su estómago se mostró sumamente agradecido a su vista, con lo que en menos que canta un gallo vaso de leche y magdalenas habían desaparecido entre pecho y espalda del mocetón.

Mamá Isabel entonces procedió a retirar, primero, la bandeja de las piernas de su hijo y después a quitarle los almohadones de la cama, ayudando a Daniel a meterse para debajo de la cama y acomodarse bien entre sábanas y manta. Pero entonces sucedió que, al inclinarse ella sobre su hijo, el escote del camisón cayó en vertical sobre Daniel, abombándose, al tiempo que también sus senos, libres de las ataduras del sujetador, caían hacia abajo, bamboleantes.

Fueron más segundos que minutos lo que duró aquella vista ante los ojos de Daniel, pero esos breves instantes bastaron para que la forma de mirar el hijo a su madre variara en forma radical y sin retorno. Porque esa somera visión al instante produjo un efecto demoledor en todo su ser de individuo masculino, irreversible de por vida.

La primera reacción química que experimentó fue poner en su mente una imagen que su consciente mental, instintivamente, se negó a registrar en el cerebro, pero que, al parecer el subconsciente, obedeciendo al más primitivo instinto de la libido irracional presente en la esencia animal del ser humano, vaya si la registró, de modo que en automático en su mente surgió la imagen de la foto de la “señorita” Betty en esa “pose” más que erótica, más que sensual, sin enseñar, real y  verdaderamente, nada de nada, pero sugiriéndolo todo, pero todo, todo…

La imagen de aquél cuerpo de mujer, espléndido, de salvaje belleza… Ante los ojos de la imaginación surgieron las casi perfectas redondeces del casi seno a la vista, de aquella cintura de ensueño, de aquél culito excelso, incomparable… Pero las desnudeces que la mental visión apreciaba no era nada frente a las femeninas delicias sutilmente veladas a la vista, casi que simplemente sugeridas… ¡Pero qué demoledor efecto que causaban, pues la mente, la imaginación, centuplicaba la naturaleza de tales delicias veladamente sugeridas

Si la foto no fuera más artística que otra cosa, con aquellos matices de erotismo semi oculto; si el fotógrafo se hubiera limitado a mostrar la “carne” a destajo, tal y como hacen los fotógrafos pornográficos, el efecto obrado en Daniel hubiera sido el opuesto, pues él era persona sensible que tales excesos más bien le repelían…

Isabel, lógicamente, fue enteramente ajena a la revolución que acababa de desatar en su hijo, de modo que, tras besarle en la frente y mejilla al despedirse de él, deseándole un cumplido descanso, sin más abandonó la habitación de Dani, yéndose a su propio dormitorio, donde se reintegró también a la cama, tratando de reconciliarse con el sueño

Pero no hubo forma. La imagen de su hijo Dani cuando llegó a casa no se la podía quitar de la cabeza. Esa su mirada más que triste, lo más demacrado que pálido de su rostro, esa impresión de desaliento, de profundo abatimiento, pesaban sobre ella, sobre su espíritu, sobre su corazón y sentimientos de madre no como una losa, sino como cientos de ellas. Porque Isabel quería a su hijo con todas las veras de su alma…

También a su hija, Maribel, (María Isabel) la quería con toda su alma, pero Dani era la “niña de sus ojos”; su “ojito derecho” desde siempre, desde niño, y eso, saber el tremendo daño que aquella noche le causara el “conocer a la señorita Betty”, le producía un dolor inmenso Así pasó Isabel toda aquella mañana, todo el tiempo que estuvo ya en la cama, sin poder pegar ojo en todo el tiempo, al menos serenamente, pues adormilada sí que quedó de vez en cuando, pero por cortos lapsos poblados de pesadillas de las que despertaba empapada en sudor, con el corazón desbocado, temblando

También para Daniel la mañana se fue en blanco, sin tampoco poder pegar un ojo en toda ella. La cosa fue que, a las imágenes que su mente le brindaba de la foto de la “señorita” Betty, sucedieron las de la misma “señorita” follando a todo follar con el Marcos, el baboso impresentable aquél de la casa de Madam Margot. Y ni se sabe cuántos tíos babosos más. Pero es que la cosa no se paraba ahí. Según Marcos, la “jaca” lo “hacía” de fábula, y hasta le parecía que la “zorra” disfrutaba casi tanto como él. Así que en esas otras imágenes veía a su madre sudorosa, excitada, con el rostro enrojecido y los ojos muy, muy brillantes por el enervamiento y la faz desfigurada, desencajada por el placer que la relación con el tipo le producía

Los odió a todos, pero muy especialmente al Marcos, el que tan bien le describiera no sólo los encantos de la “señorita” Betty, sino que también le dijera que ella, seguro estaba, disfrutaba con él tanto o más que él con ella. Los odiaba porque estaba terriblemente celoso de ellos; de todo tío que había disfrutado, disfrutaba y disfrutaría durante un interminable futuro de ella. Les odiaba porque, de pronto, inopinadamente, él la deseaba como nunca jamás deseara a  ninguna mujer; como, estaba seguro, nunca desearía a mujer alguna. Porque para Dani, Isabel, su madre, se había convertido desde ya, desde que vislumbrara sus túrgidos senos, en la mujer perfecta, la mujer “10”, y el deseo de poseerla, de hacerla suya, era enteramente desmedido

Y claro, sucedió lo que tenía que pasar: Que el puro deseo sexual envalentonó, embraveció su masculinidad hasta niveles de infarto, y Daniel cedió al deseo de ser feliz imaginando que poseía a esa mujer de ensueño para él, y ni se sabe cuántos hombres más… La “manita tonta” fue al encuentro de su virilidad y allí obró… ¡Vaya si obró! ¡Como nunca! Y el placer obtenido superó todo cuanto él conocía y recordaba. Ni siquiera las veces que había estado con una mujer podía compararse al placer obtenido pensando en su madre, en Isabel, soñando con ella, sintiendo que la tenía entre sus brazos y que ella se le entregaba como ni siquiera dijera Marcos que a él se entregara…

Pero como todo lo que sube tiene, por fuerza, que bajar, también el supino deseo que las prácticas de la “manita tonta” tanto le enardeciera, bajó un montón de enteros cuando tras la tormenta vino la calma. Daniel, por naturaleza, no era dado a esas exaltaciones solitarias; a su sutil sensibilidad, eso, como todo lo cutre y grosero, le repugnaba casi tanto como el trato con prostitutas.

Lo consideraba una bajeza, una autohumillación; pero tal cosa no significa que no hubiera cedido alguna que otra vez a la tentación, pero siempre, por finales, acababa igual: Arrepentido y hasta avergonzado por permitir que el animal se impusiera al ser racional, dueño de sus actos, por lo que no sólo obedece a sus instintos, sino sobre todo a lo que la razón le ilumina. Y ahora no fue una excepción, sino que esa misma sensación de vergüenza, de derrota, de siempre, también le sojuzgó, solo que multiplicada “ad infinitum” casi, porque eso de desear a su propia madre se le hizo algo más que monstruoso, de seres degenerados

Se levantaron sobre las once de la mañana, Daniel algo antes que Isabel, pues a poco de  acabar su auto satisfacción ya no pudo seguir en la cama. Se fue al baño dispuesto a bañarse, pero ya dentro se encontró sin ganas de sumergirse en el agua de la bañera, por lo que por finales hizo fue meterse bajo la ducha. Y allí estuvo hasta que su madre le llamó en voz bastante alta, para que él la oyera

¡Dani hijo, ya tienes el desayuno en la mesa!

Daniel salió del baño con una bata de rizo y zapatillas, secándose todavía la cabeza. Desayunaron los dos juntos, en la mesa de la cocina, pero la conversación fue más bien lánguida, sin poner ninguno de ellos demasiado interés en mantenerla. La verdad es que mutuamente evitaban mirarse. Daniel, porque su deseo le avergonzaba a más no poder, ella porque ahora se sentía cohibida ante su hijo, un tanto avergonzada de que él supiera en lo que su “trabajo” consistía

Casi que tan pronto como acabó de desayunar, Daniel se excusó con su madre diciéndole que había quedado con unos amigos, y se marchó de casa. Cuando ya Isabel le esperaba para comer, con la mesa puesta incluso, él la llamó diciéndole que no iba a comer, que se quedaba con los amigos, e Isabel tuvo que comer sola. Daniel no volvió a dar señales de vida, por lo que cuando se aproximaban las siete de la tarde, a eso de las seis y algo, se empezó a arreglar como cada tarde para irse al “trabajo”.

Extrañó entonces a su hijo, y los besos con que él la despedía siempre, cuando estaba en casa, y no trabajando, al salir ella a “trabajar”… En fin, se dijo, desde luego las cosas entre Daniel y ella, ya no podrían nunca ser como hasta la misma tarde anterior, cuando él la despidió, como siempre, cuando salió para el “trabajo”…

Los días, las semanas, fueron pasando y la relación entre madre e hijo se hizo casi inexistente. Daniel procuraba estar en casa, con su madre, lo menos posible; y cuando estaban juntos no le dirigía la palabra a no ser en lo totalmente imprescindible. En fin, que el desencuentro madre-hijo se ahondaba más y más, de día en día

Eso les estaba matando a los dos. Daniel estaba en perpetuo enervamiento, más nervioso que rabo de lagartija, atenazado por unos celos que cada día se incrementaban hasta el paroxismo. Saber que su madre cada tarde-noche salía de casa para dirigirse a la de la calle Lagasca le volvía loco. Las noches se le hacían eternas e inaguantables, sin dormir  ni un ápice. Recurrió a los somníferos de alta potencia, pero una, dos y hasta tres pastillas no le hacían dormir, por lo que fue tomando cada noche más y más pastillas, que al final lo único que hacían era mantenerle adormilado todo el día, pero que las noches las pasaba más o menos en vigilia, dormitando a ratos, despierto, con nervios más que exaltados, otros momentos

Pero para Isabel, aquello no era mejor que para Dani, aunque por motivos muy distintos, pues ese despego de su hijo hacia ella, ese hijo al que más que querer adoraba, la destrozaba, la dolía ferozmente: Estaba segura de que su hijo la despreciaba Que despreciaba a la puta que ella era, y eso no la dejaba vivir. Muchas veces pensó en cortar con la “putería”, pero a la hora de la verdad no se atrevía: Le tenía pánico a quedarse sin dinero ni de dónde obtenerlo. El fantasma del hambre, las privaciones y miserias de sus primeros dos años de viudez la aterraban, y seguía, y seguía en la “profesión” de la que se dice ser la más antigua del mundo…

Pero una noche, unos dos meses después, todo cambió. Fue la de un día cualquiera, a eso de la una y pico de la madrugada, cuando Madam Margot vino a decirle que el tal Marcos reclamaba sus servicios. No tenía nada de novedoso aquello pues el “maromo” ya la había solicitado al menos un par de veces antes y después del sábado famoso, pero aquella noche eso la exaltó, poniéndola en verdad furiosa. El tío, desde que Daniel le dijera que era amigo suyo, cada día le caía peor, pues sabía que a su hijo, que se acostara precisamente con tal amigo, le sentaba fatal… Que desde el sábado famoso lo llegó a odiar…

Se negó en rotundo a complacerle; pero no sólo al Marcos, sino que a madam Margot le espetó que ella ya había hecho su último “servicio”; que dejaba la “profesión” desde ese mismo momento, pues se iba de inmediato a su casa. Con la liquidación de esa noche, como era lo habitual, llegó a casa poco después de las dos de la mañana. Aquella vez fue la primera que no pasó de inmediato a la cocina por el vaso de leche, sino que directamente, casi alborozada, fue a la habitación de su hijo a darle la buena nueva: La “señorita” había fenecido, desaparecido para siempre de las vidas de ambos.

Pero cuando entró a la habitación de Dani se quedó de una pieza: Daniel estaba  metiendo su ropa en una bolsa de viaje

¿Qué pasa Dani? ¿Tienes que salir de viaje acaso? ¡No me has dicho nada!...

Me voy mamá; me marcho de casa… No creo que vuelva

Pero…pero hijo ¿Qué te pasa? ¿Por qué cariño? ¿Ya…ya no me quieres? ¿Me…me desprecias tanto, hijo, que no quieres vivir conmigo, cariño mío?

Isabel estaba mucho más llorosa que serena, pues las lágrimas pugnaban por salir de sus lagrimales, con una cortina acuosa velándole ya los ojos

No madre; no es eso Te quiero muchísimo, más de lo que imaginas, creo Y me rompe el alma marcharme de tu lado… Pero debo hacerlo. Tengo que hacerlo… Si no, acabaría loco…

No…no te entiendo hijo. Por qué; por qué tienes que marcharte. Creía que era porque ya no me querías, que me despreciabas; que te daba asco, te repelía por puta… ¿Porqué, pues, tienes que irte?...

Daniel no respondió al instante a su madre. Sólo hizo que mirarla intensamente; tanto, que Isabel se ruborizó al sentirse, de pronto y sin razón clara, insegura ante su hijo. Esa mirada intensa la avergonzó y descolocó al momento sin saber por qué. Luego Daniel avanzó un par de pasos hacia ella y empezó a hablar

Porque te deseo madre. Te deseo como un hombre desea a una mujer. Deseo tus senos y… Y lo “otro”… Tu sexo… Todo, todo tu cuerpo. Tu divino, tu maravilloso cuerpo de mujer perfecta…de mujer “10”… Me muero de ganas por acostarme contigo, por disfrutar de tu cuerpo sensacional, ese cuerpo 10 tuyo…

Las palabras de su hijo fueron un mazazo para Isabel. “¡Dios mío!... ¡Se ha vuelto loco!”, se decía. Isabel estaba entonces como ida; quieta, inmóvil, atónita…

Sí madre. Soy un ser execrable, un degenerado, un monstruo… Desear como mujer a la propia madre es de eso, de un ser monstruoso, un degenerado…casi, casi, un animal Pero yo no lo busqué; no lo quise… Vino así, sin más ni más; fue aquél domingo, cuando me llevaste la leche a la cama… Al agacharte para besarme, despidiéndote, se te abrió por un momento el escote del camisón… Y vi tus senos… Divinos, maravillosos… Y sin quererlo, me vino a la mente esa foto tuya del álbum de madam Margot, esa en la que estás…como estás… Luego, esa visión se mezcló con otras surgidas de mi mente calenturienta… Te veía “haciéndolo con mi amigo Marcos… Y con un montón de tíos más… Me enfurecí… Les odié… Les odié a todos; a todos cuantos te habían poseído, te poseían entonces y te poseerían luego… Les odiaba por eso, porque ellos te poseían y yo no…

Daniel seguía hablando pero Isabel ya no escuchaba nada… “Dios mío, qué hice” se decía. Se acusaba a sí misma de la tragedia de su hijo… “Maldita mil veces la “señorita” Betty”… “Maldita mil veces la hora y día en que surgió”… “Ella, ella es la culpable” “Yo, soy la culpable, pues la Betty era yo…soy yo” se seguía diciendo.

Isabel, a tales alturas del momento, estaba destrozada… Del estupor inicial había pasado, en minutos, al anonadamiento más supino; al abatimiento más descorazonador. Estaba deshecha en una palabra. Tambaleándose empezó a caminar hacia la cama de su hijo sin, realmente, saber lo que hacía. Era una especie de autómata, en cuyo cerebro apenas si había actividad alguna, y es que éste se había negado a seguir pensando, como autoprotección ante la locura, siquiera momentánea, que seguir pensando en todo eso seguro que le causaría

Se llegó hasta la cama y se sentó en ella, con total aspecto de alelada. Miró a su hijo y le vio con el equipaje. Había dejado de hablar y vuelto a preparar las cosas para la marcha Isabel le siguió mirando unos minutos, tal como antes, sin acabar de entender lo que aquello significaba, con la misma cara de lela que antes. Pero de pronto, en su cerebro se hizo algo de luz: ¡Dani, su Dani, se iba para siempre!... ¡Nunca, nunca más volvería…jamás ya le vería!... Ella, desde luego, contaba con que algún día su hijo dejaría el hogar materno, bien para independizarse, vivir por su cuenta, bien porque se fuera o casara con una chica, pero eso no sería nunca definitivo, pues él seguiría viniendo a casa o ella iría a la suya, pero esto… Esto no era aquello que ella pensara… “¡Dios mío, y cómo podré ya vivir sin él; sin mi niño…;sin lo que más quiero!” se repitió una y mil veces mientras observaba cómo Daniel seguía sacando cosas de los armarios, metiéndolas luego en las bolsas, pues eran dos las que llenaba…

Por fin, se levantó, descalzándose al instante; luego se quitó la liviana chaqueta, más de verano que de primavera u otoño, que llevaba, para protegerse del relente de las madrugadas de mayo; seguidamente, la blusa desmangada, ajustada, que le cubría el torso fue a parar junto con la chaqueta, tras lo cual se empezó a bajar la cremallera de la falda

Daniel la venía mirando desde que se levantara de la cama

Pero…pero… ¿QUÉ HACES MAMÁ?

Estas palabras las había acabado a grito pelado, pero Isabel le respondió muy, muy tranquila, y sonriendo ampliamente

Desnudarme… Para acostarnos nos desnudaremos antes, ¿no hijo?

Ahora quién se quedó más o menos alelado fue él, Daniel. Pero el alelamiento sólo duró un instante, porque al momento reaccionó, poniéndose junto a su madre en dos zancadas

¿Te has vuelto loca mamá?... ¡Por favor, vuelve a vestirte!... ¿No comprendes que esto no puede ser?... ¡Eres mi madre!…

Daniel se agachó y recogió la chaqueta del suelo, intentando ponérsela de nuevo, pero Isabel la tomó y la devolvió al suelo. Luego se llevó las manos a la espalda y se soltó los enganches del sujetador que, por finales, acompañó a chaqueta y blusa hasta el suelo. A todo esto, la falda ya no estaba en su cintura, sino en el santo suelo, rodeándole los tobillos, pues hasta allí se había deslizado al soltarle Isabel la cremallera. Sacó los pies de entre la falda y la mandó hacia una pared de la habitación.

Seguidamente, enroscó el cuello de su hijo entre sus brazos y la boca materna buscó la del hijo, haciéndola abrir empujando con su lengua… El beso con que la madre obsequió al hijo, hizo que a éste hasta le temblaran las piernas: Era un beso como sólo la “señorita” Betty sabía dar… De su expresa “factura”… Y el hijo, Daniel, se perdió en ese mismo instante, preso ya, de por vida, en la mujer que su madre era

Cuando Isabel por fin separó su boca de la de su hijo, le acarició el rostro con esa infinita ternura conque la madre que ella era solía hacerlo, en los más duros momentos de su hijo, para consolarle, ayudarle a superar los malos tragos

Sí cariño mío: nos vamos a acostar juntos… Y “lo” haremos… haremos lo que tú quieras que hagamos… Y las veces que tú quieras, amor de mis amores. Hoy, esta noche, y siempre que tú quieras… Vendrás a mi habitación, a mi cama a dormir… A dormir conmigo… Pero esta noche no… Esta noche la pasaremos aquí, en tu cama… Donde tantas veces me has deseado… Donde te has dado placer solitario con mi imagen en tu mente… Aquí me tendrás, no en imagen, sino en carne y hueso… Mis senos, mi… Mi “eso”… (Isabel se acercó aún más a su hijo, para llevar sus labios hasta su oído, susurrándole estas palabras muy, muy bajito, como si estuvieran rodeados de personas y no quisiera que nadie más que él la escuchara) Mi chochito, mi coñito… Lo deseas, verdad vidita mía…

Daniel no pudo responder a su madre; estaba obnubilado, en el Paraíso… No tenía palabras, pero una cara de embobado que se las traía. Isabel se echó a reír alegremente

Creo que sí; que no es que te gusten, te encantan más bien…

Isabel volvió a reír, si es que no será mejor decir que reforzó su risa, más alegremente aún… Y empezó a desabrochar los botones de la camisa de su hijo, hasta, libres ya todos los botones, sacarle la camisa y lanzarla al suelo. El mismo camino siguió luego la camiseta, tras lo cual desabrochó el cinturón del pantalón y tras éste, la cinturilla del mismo bajándole la cremallera a continuación. Los pantalones se vinieron al suelo, como antes la falda de ella, tras lo cual le llegó el turno a los calzoncillos, última prenda que a Daniel le quedaba en el cuerpo, salvo zapatillas de casa y calcetines.

Entonces, el muchacho pareció cobrar vida, pues él mismo se sentó en la cama, desprendiéndose de zapatillas y calcetos. Casi a la vez se tendieron en la cama madre e hijo, pues mientras Dani se deshacía de calzado y calcetines, Isabel hacía lo propio con sus bragas, última prenda que también a ella le quedaba encima

Ya juntos en la cama se buscaron el uno al otro para abrazarse, para besarse en una exquisita mezcla de ternura y candente pasión. Se reprodujo aquél beso que Isabel brindara a su hijo cuando ambos estaban de pie, ese beso tan propio de la “señorita” Betty, la que a partir de esa noche reviviría en cada una de las siguientes para dicha y felicidad del hijo, pero también de la madre, pues para ella no había felicidad, dicha y placer mayor que ver así a su hijo, dichoso, henchido de placer; del placer que ella le proporcionara, le proporcionaría a partir de esa noche cada vez, cada momento que él lo deseara

Dani se extasiaba con la boca de su madre, pero eso no era suficiente para él, con todo lo que así mismo lo deseaba, pues tanto o más deseaba degustar aquellos senos que le volvían loco, aquellos pezones de ensueño por tantas veces soñados. Así que sus labios, su boca, dejó la de su madre para bajar en busca de esos odres de arrope y miel que eran las tetitas, aunque no tanto, pues muy pequeñas, la verdad que no eran, pero tampoco tan grandes, sino que casi la justa medida para ser poco menos que perfectas.

Allí Dani se aplicó en besar, lamer, chupar la tersura de la piel de aquella ambrosía, mientras su madre le animaba a hacer, precisamente, lo que hacía

Sí cariño, sí mi hijito, ¡Ay!, besa las tetas de mamá; lámemelas mi vida, mi amor… Sí cielo mío, chupa, chúpamelas… Así mi vida, así mi amor… Sí cielo, cariñito mío… Hijo, hijito mío… ¿Te gusta lamer, chupar las tetas a mamá?... ¿Te gusta, mi amor, mi hijito del alma?... Disfruta cariño… Disfruta… Disfruta de mamá… Del cuerpo de mamá… Sí mi amor, mi vida, mi niño, mi niño querido… Chúpale los pezones a mamá… Así mi nene, así nenito mío… Como cuando eras chico… Como cuando mamá te amamantaba… Vuelve a amamantarte nenito mío

Daniel estaba en la Gloria, en el Paraíso de Dios casi… Era plenamente feliz porque tenía lo que tanto, tantísimo había soñado, el delicioso cuerpo de su madre, de la “señorita” Betty… Y lo sabía suyo; suyo y de nadie más… Sabía, por algo así como ciencia infusa, que como esa mujer se le estaba entregando entonces a él, a nadie antes se le entregó… Ni siquiera a su amigo Marcos…

E Isabel también supo algo, pero no por ciencia infusa, sino por, digamos, experiencia, que su hijo estaba a punto de caramelo para pasar a la “acción directa”. Estaban uno frente a otro, tumbados de costado, cuando Isabel empujó a su hijo hacia atrás haciéndole tumbarse boca arriba, en tanto ella, prosiguiendo la misma maniobra acababa encaramada, a horcajadas, sobre su hijo.

Tomó entonces el miembro viril de su hijo y, abriéndole camino  través de la maraña de vellos de su propio pubis, y las dos “cortinas” que velaban la puertecita a su femenino interior, traspasadas estas por la virilidad de su hijo, ésta estuvo por fin encañonando la rosada puertecita a la gruta de los “Mil Placeres” de Isabel. Ella entonces accionó hacia abajo, haciendo que la virilidad de Dani la penetrara profundamente, hasta sentirla en lo más hondo, lo más profundo de sus entrañas. Entonces quedó quieta, como si quisiera acostumbrarse a tal intrusión en su femenina intimidad; suspiró y quedamente susurró a su hijo

¿Estás bien Dani?... ¿Te gusta estar dentro de mamá?

Sí mamita; es delicioso tenerte, poseerte… Mami… Te quiero… Te quiero mucho… Muchísimo… Más que nunca… Gracias mamá… Muchas…muchas gracias… ¿Y tú?… ¿Cómo te encuentras tú?... ¿Podrás…podrás hacerlo?...

Mi amor, no te preocupes… Claro que estoy bien… Te quiero hijo… Te quiero muchísimo… No te preocupes por mí… Mientras me desees, seré tuya, mi amor…mi hijito querido… Me otorgo a ti, mi amor, mi cielo… ¡Mi todo, queridito mío, vida mía, bien mío!… Mamá se otorga a ti, para que tú seas feliz cariño mío y será tuya mientras así lo quieras…

Isabel empezó a moverse sobre su hijo, lanzando sus caderas adelante-atrás, adelante-atrás, al tiempo que se agachaba, acercándose más y más a él, rodeándole el cuello con sus brazos. Dani se sumó al movimiento materno. Enviando también sus caderas al encuentro de las de su madre, con lo que ambos seres, madre e hijo, casi se fundieron en un mismo movimiento de vaivén, avanzando ambas caderas a un tiempo para retroceder acordes al instante.

Isabel besó los labios de su hijo en un beso pleno de suavidad, de dulce ternura, mas huérfano de pasión, de sexual erotismo. Era el beso de una madre a su hijo, no el de una amante, pero él, Dani ese beso tierno lo convirtió en netamente pasional al devolvérselo, pues con su lengua pidió paso franco a la boca de Isabel, y ella, a su vez, respondió al requerimiento de su hijo aceptándolo, abriendo pues su boca a la filial lengua, rindiéndose por entero a la pasión que Dani demandaba de ella

Así, la madre cumplía su más promesa que ofrecimiento de otorgarse a él; de plegarse a todos sus deseos a fin de mantenerle, como hombre, feliz y dichoso mientras él así lo deseara. Y al beso demandado por Dani ella se entregó con toda la lujuria de que fue capaz, haciendo del ósculo una verdadera obra maestra de la sexualidad del más alto nivel.

Daniel, al tiempo que así la besaba, retiró las manos de los femeninos senos, que hasta entonces viniera acariciando para bajarlas hasta las redondeces del culo de su madre, donde se aferraron con suma firmeza, haciendo que ambos pubis se fundieran más aún de lo que ya estaban, al coincidir en su simultáneo avance hacia adelante; y acorde a este avanzar hacia él el cuerpo materno, en busca de la más íntima fusión en la unidad, empujando los glúteos de Isabel, imprimía velocidad al ritmo del venéreo vaivén, petición a la que Isabel respondió con su más absoluta adhesión, resultado de lo cual fue que los movimientos de ambas caderas empezaran a ganar más y más en veloz intensidad

Hasta entonces, todo había transcurrido en silencio; ninguno de los dos había despegado los labios a no ser para exhalar algún que otro gemido, en especial por parte de Daniel, pero entonces, cuando las caderas de madre e hijo habían alcanzado un sostenido e impetuoso ritmo, Daniel empezó a bufar de lo lindo al tiempo que con voz por entero entrecortada decía a su madre

¡Maaamiiii!... ¡Maaamiii queeeriiidaaa!... ¡Aaayyy!... Aaaayyyy! ¡Eeereeesss inmeeensaaa! ¡Dioos!... ¡Diooos!... ¡Queee diiichosooo meee haaaceeesss!

Isabel besó a su hijo; en los labios, pero como ella venía haciéndolo, con mucha, muchísima dulzura… Muchísima ternura… Pero sin nada de sexualidad… Seguía siendo el beso de la madre que acaricia a su hijo… De la madre que adora a su hijo y así se lo demuestra, no el beso de una amante… 

¿De verdad eres dichoso hijito?... ¿Te gusta lo que te hace mamá, cariño mío?

¡Sííí maamaaa!... ¡Yaaa…yaaa…looo…creeooo!... ¡Aggg!... ¡Aggg!... ¡Ayyy!... ¡Meee!... ¡Meee…meee…vuueel…veees…looocooo! ¡Mee eeencaaantaaa coomooo mee looo haaaceeesss!...

Sí mi vida; cariño mío… ¡Disfruta, mi amor; disfruta de mamá!... ¡De la “cosita” de mamá!... (Isabel volvió a llevar sus labios al oído de su hijo, para de nuevo verter en él, enervándole más y más con esa forma de hablarle, tan grosera, tan obscena) ¡Del “coñito”, del “chochito” de mamá!...

Isabel siguió haciendo feliz a su hijo, incrementando aún más el ritmo de sus caderas, pues notó que tal cosa la demandaba Dani, al incrementar su propio ritmo, según hablaba a su madre. El hijo volvió a besar a la madre, y, como antes, bajo el tórrido signo de la pasión más encendida, e Isabel volvió a ser la “señorita” Betty al aceptarle tal beso. Luego, Dani volvió la atención de sus labios y lengua a los maternos senos, besándolos, lamiéndolos, chupándolos… Y a los más que enhiestos pezones que tales senos coronaban, lamiéndolos y, sobre todo, también chupándolos. A ello sumó unos deliciosos mordisquitos que hicieron que su erección se incrementara

El ritmo de la relación llegó a ser más exorbitado que otra cosa, y sucedió lo que tenía que pasar, que Daniel empezó a llegar al paroxismo de sus rugidos de león en celo, mientras decía a su madre, sobrepasado por el increíble placer que su madre le estaba regalando              

¡Me corro mami!... ¡ME COOORROOOO!... ¡Dios, y qué plaaceer máás graaneee!... ¡Es…es…inee…naa…rraa…bleee!... ¡Mee cooorrooo, maamaaa!... ¡Yaa…yaaa esttooy aquiii!... ¡Tooomaaa tooo…maaa too…maaa leee…cheee!... ¡Miii leee…cheee!... ¡Aayy!... ¡Aaayyyy!... ¡Aaaayyyy!...

¡Sí hijito… sí! ¡Dame tu leche cariño! ¡Dámela toda…hasta la última gota!...

Las caderas de Isabel iban a galope tendido y ella “cabalgaba” sobre su hijo cual potro desbocado, en su interés por agotar hasta última gota de esperma en las gónadas de Dani

¡Sííí…Sííí maamááá!... ¡Sáa…caaa…meee…laaa too…daaa!...

Sí hijito; mamá te la sacará... Te la sacará toda, toda, cariño mío… Sigue disfrutando mi amor… Disfruta de mamá… De su chochete… De su coñito…

Sííí mamaa…sííí…. Toma… Tooo…maaaa mááás… Mááás lee…cheee ¡Ayyy maa..miii!  ¡Aaayyy!... ¡¡¡Aaagggg!!! ¡Aaagggg!... 

Sí amor, sí… Sigue, sigue corriéndote… ¡Dios y cuánta leche tenías!... tenías muchas ganas, ¿verdad?

Sííí…muuuchaaas… Muuu…chiii…siii…maaass gaa…naaas… ¡Aaaayyyy!... ¡Aaayyy!... Maaa…máááá…nooo…nooo…pueee…dooo…paaara…aaar… Quiee…rooo…see…guiir dis…fruuu…taaan…doooo…

Sí hijito… No pares… Sigue cariño mío… Sigue disfrutando de mamá, cielo mío… De su chocho… De su coño… ¡Venga valiente…sigue!... ¡No te rindas! ¡Aguanta, mi amor, aguanta… Aquí está mamá para ayudarte…

Daniel aguantaba como un jabato y su madre empujaba como loca, como posesa. Los dos estaban bañados en sudor, empapados en sudor, que más parecía que estuvieran bajo el chorro de agua de una manguera a ninguna otra cosa; las pulsaciones por las nubes, a más de 120 lo más seguro, los rostros terriblemente congestionados y con el corazón latiéndoles en la misma garganta, asfixiándoles casi. Imposible pronunciar palabra por ese verdadero ahogamiento que su sistema nervioso les provocaba a través del corazón, sometido a un trabajo más que excesivo… Pero allí se mantenían, al límite de sus fuerzas que más parecía ya traspasaban tal límite que estar a punto de hacerlo

Daniel mantenía espalda y piernas en el aire, aquélla arqueada en inverosímil arco de circunferencia y éstas flexionadas, apoyado todo el cuerpo en sólo los pies, fijos, firmes sobre la sábana y la parte alta de los hombros, empuja que te empuja y vuelta a empujar. Así fueron transcurriendo los minutos, no muchos, hasta que el cuerpo de Daniel se tensó cual cuerda de piano, estremeciéndose en acusadas convulsiones, merced al orgasmo de alucinante placer que, como un rayo, descendía a través de toda su columna vertebral para finalmente romper en pleno aparato genital

Daniel quiso berrear, aullar, rugir de puro y excelso placer, pero los sonidos se le rompieron en la garganta, por lo que ocurrió fue que la ruptura fue en una tosigera de mil demonios, que alguna vez creyó le obligaría a soltar por su boca hasta los primeros calostros que del pecho de su madre mamara de recién nacido. Las convulsiones, el temblequeo de todo el cuerpo, el enclavijado de dientes… Todo eso que provocan los orgasmos más escandalosos, en Daniel duraron brevísimos minutos, al cabo de los cuales su cuerpo, falto del sostén del tremendo enervamiento intrínseco al cénit de la relación sexual, se derrumbó sobre la cama cual toro recién descabellado rueda sin puntilla por la arena del candente ruedo taurino

También, al momento, Isabel cayó desvencijada sobre el cuerpo de su hijo, en cuyo pecho descansó su rostro… Los dos, madre e hijo, descompuestos, descoyuntados y boqueando como peces sacados del agua, intentando restablecer la normalidad de su respiración, de sus cardíacas pulsaciones, su nivel hipertenso… Al fin, el resuello fue retornando a los dos… Se miraron sin hablar, pues las mínimas energías recobradas aún no llegaban a tanto… Y se sonrieron el uno al otro, tremendamente felices ambos. Dani llevó su mano al pelo y rostro de su madre, acariciándolo con suma ternura e Isabel besó la mano que la acariciaba. Al momento, los ojos del muchacho se empezaron a cerrar, rindiéndose al más cansancio que sueño, que buscó en Morfeo el remedio a su físico desvalimiento. Isabel se acurrucó en el cuerpo desnudo de su hijo, buscando en él calor, lo mismo físico que moral, y al cabo de no tantos minutos también ella se sumió en el descanso del sueño reparador…

 

FIN DEL CAPITULO Iº

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