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El entrenador de putas (I): Introducción

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Me doy plena cuenta de lo que sucede cuando un grito de placer estalla junto a mí. Me descubro desnudo, sudoroso, moviéndome encima de una mujer de pechos enormes como si estuviera nadando. Está a oscuras y mi pene está en pleno proceso de entrar y salir de una cueva húmeda. La mujer chilla como si la estuviera matando… y como si eso mismo le encantara.

No veo casi nada, pero siento sus movimientos. Golpea sus caderas contra las mías. Sus piernas están bien abiertas. No tengo que hacer mucho. Mi pene entra y sale sin dificultades. Me dice que tengo la pija enorme. Eso me excita más. Al parecer, a ella también, porque sus gritos se elevan y se elevan. Le muerdo la oreja con fuerza y grita un “ay” de dolor y de placer que casi me hace venirme.

Le pregunto quién es su hombre. Dice, gimiendo, que soy yo, que soy su hombre, su papi, su macho alfa, que mi pene es el más grande y que quiere que me la coja todos los días, todas las noches, en su cama y contra la pared y en el patio y en el baño… Le pregunto si le gusta mi pene, y responde que no ha visto cosa más grande, que soy todo un semental, su semental, su caballo, su vergota.

La cojo con más fuerza, para que sienta bien ese pene del que está hablando. Poco a poco, comienzo a distinguir mejor las figuras en la oscuridad. Sé que estoy en una habitación oscura, en la que apenas entra la luz del exterior a través de una ventana, y que la cama es muy ancha. La mujer que veo debajo de mí no me hace pensar en nadie. Todo antes de este momento se reduce a nada. Mi vida es nada. Soy un hombre nuevo. Y esta mujer es una puta bien entrenada.

Tiene las tetas grandes y los pezones erectos. Suda. Su cuerpo suda, su cuerpo se retuerce y suda. Suda a mares. Mientras la cojo, le lamo el cuello y las orejas, le lamo los senos y las axilas, le lamo los ojos y los labios. Tiene los labios delgados. Y la piel es suave. Es una puta de piel suave. Quiero correrme en esa boca. También en las tetas. Y en la cara.

Cuando menos se lo espera, saco mi verga y, con fuerza, le doy la vuelta. No lo ha visto venir. Antes de girar para quedar boca abajo, me mira con sorpresa. Le abro las piernas y le levanto el culo. Ella aguanta la respiración. Sabe lo que quiero. Me hinco detrás de ella, le jalo los pelos (negros, ondulados) y le hinco el pene por el culo. Grita. Sus nalgas, grandes y suaves, se estremecen. Las aprieta. Se lo meto de nuevo.

Tiene un ano sin usar. Eso lo noto. Está apretado. Muy apretado. Esto me gusta. Grita. Mueve mucho las piernas. Le jalo más el pelo y le doy a fondo. Tomo ritmo. Ella también: comienza a menear el culo. Sus gemidos son cada vez más placenteros. Pero no tardo en sentir la necesidad de lubricar. Le saco el pene y le jalo aún más el pelo, hasta que su cabeza toca la mía. Entonces le susurro al oído, mientras la tomo del cuello con la otra mano: “Chúpamela”.

No es lenta. Se da la vuelta con rapidez y, con servilismo, se agacha para hacer una felación de maravilla. Comienza escupiéndome el pene. Juega usando sus manos. Sus dedos son delgados y largos. Se ven experimentados. Culo nuevo, manos expertas: toda una incógnita de mujer. Arriba abajo. Luego se mete la cabeza en la boca y, mirándome, chupa arriba y abajo. Arriba y abajo.

Veo su cabeza subiendo y bajando, y eso me excita. Tomo sus cabellos y la obligo a meterse más el pene. Intenta hacerse para atrás, pero no se lo permito. Hace un ruido extraño con la boca y me aprieta los muslos con sus manos de puta.

Entonces saco el pene de su boca, la tiro en la cama, le doy la vuelta y, sin tiempo para recuperarse, le abro las nalgas y le siembro el cipote como si no hubiera un mañana. Grita como no lo había hecho hasta ahora. Se lo voy a destrozar, le digo. Le voy a destrozar el culo y voy a terminar dentro.

La meto y la saco y la meto y la saco, y ahora mi verga está bien lubricada. Siento bien sus nalgas estremecerse, le agarro las tetas, le aprieto los pezones, y entonces, entre una embestida y la siguiente, entre un grito y un gemido de placer, me vengo. Siento el semen caliente llenando su recto. Ella gime con tanta alegría, y la imagino sonriendo. Se ha venido. La leche sale y sale, y yo sigo dándole por culo un rato más.

Entonces, saco el pene (húmedo, exhausto), le doy una buena nalgada y me acuesto junto a ella. Mi cuerpo está sudoroso. El de ella también. Se me acerca por detrás y susurra al oído: “Eres toda una bestia”.

Me duermo con la verga parada.

 

(Continuará)

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