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El mundo real: dolor físico, corazón abatido

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¿Será el champagne? ¿Será el deseo? ¿Será nuestro amor? o ¿Será nuestra pasión sin control?: preguntas que siempre me hago al momento en que vas a hacer tuyo. Nunca recuerdo lo que sucede antes de llegar a nuestra habitación, solo puedo recordar las veces en que entramos entre besos y caricias a ella. Solo puedo recordar las ganas de devorarnos como si fuese la última vez que hacemos el amor, solo puedo tener mente y sentidos para entregarme a tus más íntimos deseos y quereres, hasta olvido el momento en que quedamos sin nada que nos cubra.

Ni el más fuerte de los inviernos nos apaga la poderosa llama del amor, ni la más fuerte de las tormentas puede acallar nuestros gemidos de placer. En nuestra habitación no existe lugar para algo que no sea amarnos, el tiempo se detiene para observar nuestro hermoso ritual de la intimidad. Es la naturaleza misma la que nos ve desde que nos arrancamos la ropa, hasta el momento en que llegamos juntos al éxtasis.

Las mieles de tu hombría me vuelve loco y adicto, y lo único más delicioso de esto, es besar cada centímetro de tu ser; sentir como la sangre le da la vida al ser más maravilloso que pudo llegar a mi vida es lo que me provoca llorar de alegría en todos y cada uno de nuestros encuentros. Me enloquece verte como Dios te trajo al mundo, es sentir como me sube hasta el cielo el solo hecho de desearte, y el sentir que provoco lo mismo contigo.

Sentir que te pertenezco cuando me haces tuyo es un algo que nada ni nadie me podrá reemplazar jamás, es un tesoro ser el dueño de tu amor, es un honor ser el único receptor de tu hombría en mis entrañas, recibiendo como trofeo las mieles de tu hombría, aquellas que me muestran que solo soy tu dueño, como tú eres mi dueño.

Nunca hablamos cuando terminamos de hacer el amor, cuando llegamos a la cúspide de nuestros deseos caigo en un profundo sueño el cual me roba mi voluntad y la consciencia. Nunca he despertado a la mañana siguiente contigo en la cama. Nunca he podido decirte “Buenos días mi amor”, nunca he podido alegrar tus mañanas con un café y un beso, nunca he podido ver tu sonrisa en el amanecer, nunca he disfrutado tu compañía en el inicio del día. Todo por nada, ese es el final de nuestras noches ¿¡Por qué siempre me haces esto!?

Siempre me baño, desayuno y salgo de nuestro hogar. Nunca le fallo al vigilante con su tinto mañanero, él siempre me da un cordial saludo finalizándolo con sus gracias por calentar su fría mañana con un café producto de nuestra hermosa tierra de Caldas. Nunca cambio mi ruta, nunca cambio el método para encontrarte, nunca pienso en dejarte solo tal como lo haces tú conmigo.

Camino en el barrio, como un vagabundo sin un lugar para llegar y sin alguien que me espere. El encontrarte es mi única meta. El frio me ataca, el amor es quien me mueve. Todos me saludan, nadie me desconoce, no me siento solo en mi búsqueda, aunque no sepan lo que hacemos tú y yo al cerrar las puertas de nuestro hermoso hogar.

- Mi amor ¿¡Eres tú!?

Siempre te encuentro en la esquina de la avenida, y siempre me haces cruzar la calle para encontrarte. Cuando lo hago, antes de llegar a poner mis manos sobre tus hombros, algo sucede.

- ¡Ya es el momento de regresar!

Una luz fuerte encandelilla mis ojos, y cuando esa luz se va, me topo con un celular que dice esto:

- ¡Alarma 5:00am!

Toda nuestra aventura terminó, he regresado al lugar donde pertenezco, he regresado... al mundo real.

Lágrimas que desahogan el alma, son caudales de agua emanadas del alma adolorida que solo desea lo que el mundo le niega por no ser aceptable: el amor de y para otro hombre.

- ¿Ese extraño sueño otra vez?

- Así es. Pero no me hagas caso, solo sucede algunos días.

- Pero me preocupas. Antes de que despiertas, sollozas entre sueños. ¿Por qué no me dices lo que te pasa? Tal vez pueda ayudarte.

- No es nada, siempre es una pesadilla. Algún día se irá, créeme.

Iba a ir a la cocina a preparar nuestro desayuno, pero me detuvo como siempre lo hace, y la misma respuesta de cada mañana no se hizo esperar ni rogar:

- Solo Dios y tú saben que o quien es lo aflige tu alma. Estaré listo para el momento en que me quieras contar la verdad.

- Gracias Juan Carlos, por todo.

- Dani, eso nunca se agradece.

Nuestra manera de despertar siempre era extraña, no existía el “Buenos días”, solo le daba un abrazo y un beso en la frente como saludo, y en correspondencia el me desordenaba un poco el cabello de una manera cariñosa y juguetona; pero nuestra sonrisa acompañada de una breve oración dando gracias a Dios por un nuevo día, era más que suficiente para que comenzara el día de cada uno.

Algún día sabrás el porqué de mi dolor. No he sido mentiroso, pero tampoco he sido honesto y sincero. Perdóname Juan Carlos, por favor

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