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Manoli, la pajillera prodigiosa

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Por Werther el Viejo

 

LA VERDAD es que aquel miércoles nos zampamos una buena mariscada en un restaurante del Port Olímpic de Barcelona.

Era un espléndido día de primavera mediterránea, de esos que invitaba a sacar el mejor partido al hecho de estar vivos. Durante la comida, bebimos buen vino, nos reímos por un montón de cosas, y estuvimos charlando por los codos. Lo cierto es que Manoli tenía un sentido del humor muy agudo y siempre a flor de piel, que solía manifestarse oportunamente. Por más que, en buena parte, nuestra conversación estaba trufada de frases de doble sentido sexual, de insinuaciones, de propuestas fantasiosas, que iban en aumento a medida que nos acercábamos a los postres.

Como tú sabes, la había conocido en un gabinete de masajes terapéuticos, donde además se ofrecía la posibilidad de un suplemento especial, que consistía en una reconfortante masturbación. La primera vez que acepté el suplemento, me hizo un trabajo tan alucinante que volví al día siguiente con la libido a punto y también disfruté tan increíblemente que decidí  convertirme en un cliente habitual de sus servicios. En la tercera ocasión, después de un par de semanas, Manoli me recibió con una sonrisa que me pareció cálida, aunque quizá sólo era profesional. Además, me reconoció y me dijo que se alegraba de que volviese a buscarla. 

Puedes imaginarte como estaba yo de caliente y con qué vicio abandoné mi pene tieso entre sus manos expertas. Manoli, desde su primera caricia para estimular mi glande, convirtió todas las conexiones nerviosas de mi cuerpo en receptores de extremada sensibilidad. Mi polla fue ordeñada con ambas manos. Fue sacudida como un junco. Fue masajeada con maniobras  extraordinariamente excitantes (maniobras que, por cierto, tiempo más tarde yo identificaría como prácticas tántricas). Por dos veces, cuando estaba a punto de correrme, estrujó suavemente mi capullo congestionado, igual que si exprimiese un fresón salvaje. Con ello, consiguió no sólo retener mi eyaculación sino intensificar mis ganas de alcanzar el éxtasis. Cuando llegué al clímax ineludible, ella inesperadamente se apoderó de mi glande con los labios y dejó que me corriese dentro de su boca.

Yo te diría que aquello, para mí, fue el toque definitivo (“une touche de qualité”, como tú me sueltas a veces). Durante unos momentos, estuve negándome a abrir los ojos, a fin de prologar la acometida de placer. Cuando los abrí, Manoli, con su sonrisa cálida, me estaba mirando. Le agradecí su gesto final y pretendí gratificarla económicamente. Ella se negó en rotundo a aceptar más dinero y, sin dejar de sonreír, me dijo que lo había hecho porque le vino de gusto.

-Eres fantástica -le susurré al oído. 

-Me hace gracia verte cómo disfrutas sólo con una paja -me dijo sonriendo-. Te corres con tantas ganas que hasta me pones un poco cachonda -aseguró-. Eres un tío muy majo y muy limpio. La verdad es que me caes bien.

-Oye, tienes pagado lo que quieras -intenté parecer simpático-. No, en serio: tú también me caes muy bien... ¿Vamos a algún sitio a tomarnos algo?

-¡Uy, no puedo! Estoy trabajando... Pero, bueno, hoy salgo a seis. Me esperas y me invitas a merendar. Cerca de aquí hay un sitio que hacen un chocolate de coña. ¿Te gusta el chocolate?

-El chocolate,  la coña y el coño.

-Te lo he puesto a huevo -se carcajeó.

Manoli llegó bastante puntualmente.  Creo que ya te dije que tendría unos treinta tantos años. En realidad, no era guapa, pero resultaba atractiva. Principalmente, más que por su sonrisa cálida, por la expresión sonriente de toda su cara. Una expresión subrayada por unos grandes ojos, castaños como su pelo, y una boca generosa de labios mullidos. Llevaba ropa ceñida que resaltaba, sobre todo, la sensualidad de sus pechos y de sus nalgas.

Después de tontear un rato, mientras tomábamos el chocolate, le propuse ir a cenar. Me dijo que no podía, pero me dio el número de su móvil.

-Llámame cualquier miércoles. Podemos ir a comer. No trabajo los miércoles.

PUES, BIEN, ahí estábamos ese miércoles en el restaurante del Port Olímpic. Después del café y de un whisky, contemplando el generoso escote de la blusa de Manoli, me sentí tan salido que la hubiese magreado allí mismo. Ella se dio cuenta enseguida de mi estado de ánimo. 

-Vaya -se carcajeó-. ¿Qué podemos hacer ahora?

-Con lo que hemos comido y bebido, una buena siesta.

-Buena idea.

Y Manoli me llevó hasta un pequeño apartamento que, según me contó, era de una amiga que estaba de viaje. 

Como te puedes figurar, apenas cerrar la puerta de entrada comenzamos las escaramuzas sexuales. Ella, ni corta ni perezosa, echó mano a mi paquete que se me marcaba bajo el pantalón.  Yo, después de unos segundos para asimilar la sorpresa, intenté alcanzar sus tetas a través del escote.

-Espera, tío, espera... No me rompas la blusa.

Nos desnudamos a toda prisa en el dormitorio. Te confieso que, ahora en pelota picada, Manoli me pareció de lo más impresionante. Tenía unas tetas rotundas y relevantes, profusamente manchadas por las aréolas que rodeaban los pezones. Habían comenzado a perder ligeramente su firmeza, cosa que, no sé por qué, me resultaba muy excitante. Se le dibujaba  una barriguilla  muy acogedora, algo mullida entre el ombligo y el monte de Venus. Escondida y protegida por una abundante mata de vello oscuro, se adivinaba la raja palpitante de su coño. Pero lo que realmente marcaba la diferencia era su culo. Un culo de nalgas largas, carnosas y poderosas, cuya revelación aceleró urgentemente mi deseo hasta que la polla se me endureció al máximo de sus posibilidades.

-Oye, hay que ver lo bien que te sienta a ti el marisco -se choteó.

-No es el marisco. Es que estás muy buena.

-Vaya..., si tú lo dices -desplegó aquella sonrisa cálida que impregnaba sus grandes ojos castaños-. La verdad es que sí, que estoy muy buena -terminó entre carcajadas-. Hala, ven.

Me llevó hasta el cuarto de baño y me lavó cuidadosamente en el bidé. Tuve la sensación de que lo hacía como si yo fuese un bebé. Sin embargo, cuando me enjabonó el pene, estuve a punto de correrme, cosa que ella evitó de inmediato enjuagándolo con agua fría.

Con todo, al contemplarla lávandose a su vez, sentada en el bidé, volví a empalmarme a tope. Sobre todo, por la exhibición de aquel culo magnífico que me tenía fascinado. Ella se dio cuenta de cuál era el principal objeto de mi lujuria. Como quien no quiere la cosa, me preguntó:

-A ti, ¿qué es lo que más te gusta? ¿Cómo quieres que lo hagamos?

-Bueno, yo...

-Te veo venir, tío. Te mueres de ganas de hincármela en el culo.

-No, yo...

-Tú, ¿qué?-. Se acabó de secar con una toalla-. Hala, vamos.

Camino del dormitorio, se me ocurrió contarle la mala experiencia que, en este aspecto, había tenido con mi novia. 

-Fue un desastre. Fracaso total -le confesé-. Ni te lo imaginas.

Se echó a reír y me aseguró que de inmediato le íbamos a poner remedio. Enseguida, de un empujón cariñosamente brusco, me tumbó de espaldas sobre la cama. Se puso mi polla en la boca y comenzó a chuparla  hasta que la tuvo ensalivada lo suficiente. Entonces, se tendió a mi lado, de bruces, con las rodillas apoyadas en el colchón para levantar su culo en pompa. Con las manos, se separó las nalgas lo bastante para mostrarme un ano dilatado, con bordes rosados que también se había lubrificado con abundante saliva. Era como un embudo húmedo y oscuro, que parecía ofrecer una profundidad ilimitada.

-Vamos, cariño. Todo tuyo. Ataca sin miedo.

Te aseguro que ni me lo creía cuando sentí como mi cipote, tan consistente, resbalaba fácilmente ano adentro y se hundía por completo y casi sin esfuerzo en aquella madriguera  caliente y más confortable de lo que imaginaba. Manoli, entonces, dejó de separarse las nalgas y mi polla quedó atrapada dentro de su culo, controlada por su esfínter. 

-Vamos ataca -me incitaba con la cara sonriente vuelta hacia mí-. ¡Pero fóllame ya! ¡Joder, tío!

Inicié un tímido movimiento de mete y saca. Manoli me respondió meciendo poderosamente sus caderas, por lo que mi picha fue sometida a un vaivén irresistible. De pronto, noté como todo mi cuerpo se enardecía y parecía levitar. De manera instintiva, bombeé en aquel agujero dos, tres, cuatro veces... y sentí enseguida que, sin remedido y demasiado precozmente, iba a eyecular chorros de semen. Lo cierto es que me concentré en vaciar obstinadamente todo el cuajo de mis cojones dentro de las entrañas de Manoli. No te puedes imaginar hasta qué punto sentí la brutal llegada del placer por todo mi cuerpo. Un placer amplificado por el morbo mental de tener mi polla convulsionándose libidinosamente dentro de aquel soberano culo.

Manoli acompañaba mis espasmos con exclamaciones entre tiernas y obscenas. Acogía mis maniobras inexpertas y voluptuosas con una cierta socarronería y complicidad. Y así se mantuvo pacientemente hasta que, ya del todo vacío y desorientado, me derrumbé sobre su espalda.

-Joder,  estabas a punto de explotar... Has disfrutado como un verdadero cabrito -me soltó entre carcajadas, pero sin la más mínima alusión o queja por la rapidez de mi eyaculación-. Me has puesto el culo hasta arriba de leche, cariño -ronroneó divertida.

Me tumbé en la cama relajado, aunque confuso por aquel torpe y precipitado orgasmo. Sin embargo, ese sentimiento de trasgresión, esa emoción morbosa de haberme corrido por primera vez dentro de un culo, mantenía mi polla bastante ufana, aunque a media asta. En aquel momento, era incapaz de saber si había sido la novedad lo que me había hecho disfrutar más que otras veces o si, en realidad, era el cuerpo, la actitud, la experiencia de Manoli lo que explicaba esos segundos, a pesar de todo, memorables para mí.

Manoli había reptando sobre la cama hasta mi lado, contemplándome mientras me daba el necesario período de tregua. En todo mi cuerpo yo mantenía una exacerbada sensibilidad. Por eso, cuando Manoli me besó la oreja, me sentí de nuevo excitado, al menos mentalmente. Estaba metabolizando todavía el golpe de placer que me había proporcionado su fantástico culo. Te aseguro que no podía dejar de pensar en aquel ojete tan receptivo y que tan fácilmente se dilataba. Y mantenía el pene sumido en una especie de duermevela nerviosa, sin crecer pero sin derrumbarse tampoco. 

Nuevamente, Manoli me besó la oreja, pero está vez metiéndome la punta de la lengua en el oído.

-Vamos, cariño, yo también quiero pasarlo bien -me susurró. 

Muy lentamente se incorporó  y se puso de horcajadas sobre mi cara, mientras con voz muy dulce, me exhortaba: 

-Vamos, cariño, demuéstrame eso que me has contado que tanto le gusta a tu novia.

Como ves, estaba atrapado. ¿Por qué, demonios, le habría dicho nada de mi novia? Ahora, o cumplía o quedaba como un fanfarrón de mierda. Así que me puse el mundo por montera y, “¡allá voy!”, me dije.

Con los dedos, me abrí camino entre el tupido vello oscuro de su pubis, hasta alcanzar los labios de su vulva. Lo cierto es que tenía un soberbio coño, con pliegues carnosos y firmes. Mi lengua, más que lamer y deslizarse, comenzó a estrujarse contra ellos, a lubricarlos con la saliva, a doblegarlos repetidamente hasta vencer su resistencia natural. Después, los estuvo recorriendo una y otra vez hasta posarse por fin sobre el clítoris. Precisamente, esta era  la parte más sorprendente de aquel coño. Desde luego no era la típica perla rosada, como la cabeza de un alfiler. No te lo vas a creer, pero el clítoris de Manoli tenía más de un centímetro. Era prácticamente un diminuto y gordezuelo glande, protegido por una especie de capuchón prepucial. Comprendí enseguida que, además de lamerlo y toquetearlo ofídicamente con la punta de lengua, podría chuparlo, sorberlo y practicarle con mis labios una especie de felación.

-Tío, qué pronto me lo has encontrado.. Así... Así, cariño... Y no pares... No pares nunca -me incitó entre gemidos exagerados-. Joder, si hasta va a tener razón tu novia.  

Manoli comenzó a aumentar la frecuencia y el volumen de sus gemidos. Desde allí abajo, yo veía tremolar sus tetas con los pezones cada vez más túrgidos y protuberantes. Ya no se mantenía inmóvil, dejándose hacer, como al principio, si no que se agitaba adelante y atrás o hacia los lados, para facilitar mis maniobras orales. Estuve penetrándola con mis dedos, mientras le chupeteaba el clítoris. Manoli, entonces, soltaba cortos alaridos y ampliaba su vocabulario soez.

Hasta ese momento, yo había actuado sin mucho entusiasmo. Me aplicaba correctamente a mi tarea masturbatoria, pero con una cierta pasividad a causa de mi cansancio. Pero de pronto me acometió el profundo olor marino que se desprendía de aquella vulva eufórica. Me inundó el sabor salobre de su abundante jugo vaginal y, claro, comencé a sentirme nuevamente a punto de caramelo. Mis maniobras con dedos, lengua y labios, en aquel coño feroz se volvieron más frenéticas. 

Empalmado otra vez, inventaba ligeros y nerviosos movimientos de pelvis, con la esperanza de recibir alguna compensación sexual por parte de Manoli. Pero ella, de cara a mí, casi sentada sobre mi boca, parecía que me había olvidado. Estaba tan absolutamente concentrada en la satisfacción de su deseo que incluso yo notaba como, segundo a segundo, crecía y se aceleraba su lascivia.

Finalmente, en un momento dado, soltó una especie de aullido, como si la hubiesen herido; agarrada a la cabecera de la cama, refregó con desespero los rizos empapados de su coño por toda mi cara; cerró de manera espasmódica las piernas y con los muslos aprisionando mi cabeza, hasta que se dejó caer como un peso muerto a mi lado, riéndose y con los ojos entornados.

-Joder, tío, hacía tiempo que no me corría tan a gusto -suspiró poco después. La verdad es que me pareció que lo decía de veras. 

A poco, volvió a reptar sobre la cama de cara a mi polla tiesa. Supuse que, en cualquier momento, me haría disfrutar con una de sus fabulosas pajas. Pero, en realidad, su destino era la  mesilla de noche y, más concretamente, el paquete de cigarrillos. 

Recostada contra la cabecera, se puso a fumar (“¿Quieres uno?”) mientras me contemplaba. Tuve la sensación que por primera vez me estaba dando un repaso crítico.

-No fumo.

-¿Ni después de un buen polvo?

No sé si estaba sobreactuando, pero sus primeras bocanadas de humo fueron largas, profundas, expelidas entre deliberados suspiros, como si quisiese expresar un bienestar excepcional. En realidad, se me antojó que era su manera generosa de decirme “excelente”, por más que yo intuía que apenas me habría aprobado.

-¿Te ha gustado mi culo, cariño? -me soltó de pronto, entre risas y humo-. Todos los tíos sois un poco maricones. Os mola un montón eso de dar por el culo. Te has corrido a gusto, ¿eh, cariño?

-Ha sido fácil. No me lo imaginaba. Con mi novia, fue imposible, pero tú tienes un buen agujero. 

-¿Qué clase de piropo es ese? -se carcajeó-. Lo que tengo son años de práctica. Toda mi vida me han estado dando por el culo -volvió a carcajearse escandalosamente-. Claro que a mí, cariño, que me soben el culo me pone de lo más cachonda. ¡Uf! Desde siempre.

-No, en serio; quiero decir que ha sido algo... diferente.

-En realidad, me la han metido más veces en el culo que en el chocho. Desde que me desvirgaron. Al principio, para que no me preñasen. Y después... 

Manoli calló, mientras apuraba el cigarrillo. Luego, me lo contó. A su manera, me fue explicando que su marido era quien más la había sodomizado. Sobre todo, durante las primeras semanas, cuando salía de la cárcel, especificó.

-Por una cosa o por otra, lo han metido ya tres veces en chirona. Ahora, lleva una buena temporada allí dentro.

Al terminar de fumar, se levantó y salió del cuarto en busca de algo para beber.

-Estoy muerta de sed. ¿Tú no? A ver que hay por ahí.

Yo dude entre seguirla o irme al baño a mear y a lavarme la verga, todavía con restos de semen seco. Por cierto que ahora volvía a estar mucho menos sólida.  Pero Manoli no tardó en volver con un par de cubatas.

-Fumar, no fumas. Pero alcohol, supongo que sí tomarás

Me dio uno de los vasos y, antes de beber, hizo un brindis.

-Por los orgasmos de vicio como el de hoy -exclamó. Evidentemente, no era la primera vez que debía soltar la frase, porque le salió de corrido.

Quizá, traicionado por mi subconsciente, se me escapó un “por tus pajas increíbles”. 

Manoli bebió un buen trago, sonriente, sin dejar de mirarme. Me sentí, de nuevo, escrutado a fondo y de arriba a abajo.

-¡Vaya, vaya! -se sentó otra vez en la cama, recostada en la cabecera, pero muy cerca de mí-.¿Tanto te gusta que te la menee?

-Me vuelve loco. Y tú lo sabes.

-¿Yo? -se rió y casi se atraganta-. Mira, tío, a mí me gusta hacerlo todo bien, porque soy muy profesional.

-Yo creo que eres una artista. Sabes hacer pajas fabulosas. 

-Mira qué bien.

Bebió otro trago, sin dejar de mirarme. Era evidente que estaba haciendo una evaluación tanto de mí como de la situación, o de ambas cosas a vez. Dejó el vaso sobre la mesilla.

-Vale, tío. Te voy a hacer una de esas pajas fabulosas. Pero... las pajas se pagan.

La verdad, tú, es que, de momento, creí que se estaba coñeando de mí. Pero había dejado de sonreír y, por la  firme expresión de su cara, comprendí que me lo decía en serio.

-Pero...

-Mira, cariño, los caprichos son caprichos y no se pagan. Pero hacer pajas es mi trabajo. Y el trabajo se paga, tío. 

-No te entiendo.

-Pues está claro. Soy pajillera y vivo de eso -volvía a perfilársele el esbozo de una sonrisa, lo que aumentaba mis dudas-. Ya te he dicho que me caes bien. Si quieres, podemos ser buenos amigos. Si nos apetece, nos organizamos una comida, o una cena, o lo que sea. Y si nos viene de gusto, nos ponemos a joder como locos, o me follas el culo, o nos montamos un sesenta y nueve de premio... Eso son caprichos, míos y tuyos. Pero las pajas son trabajo... O sea que, si quieres una paja, ya sabes lo que cobro, cariño. ¿De acuerdo?

Puede que creas con razón que soy un gilipollas. No sé qué hubieras hecho tú en mi lugar. Pero yo, pasados unos momentos de desconcierto, me levanté la cama (“De acuerdo”). Fui a buscar el dinero y le dejé la cantidad habitual sobre la mesilla de noche.

-Hala, cariño, ponte cómodo -me hizo sentar a su lado, recostado en la cabecera de la cama-. Te voy a hacer la mejor paja de tu vida. Y para que veas que soy buena persona, te dejo, mientras tanto, que me magrees las tetas o el culo o lo que quieras.

Con su impecable habilidad en esos menesteres, Manoli logró muy pronto que mi libido se recuperase, que me olvidase de todo lo recién ocurrido y que me abandonase a la sabiduría  de aquellas manos, capaces de arrancar tanto placer desde el fondo de mi lujuria favorita.

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