Nuevos relatos publicados: 9

El tormento y el éxtasis (2)

  • 29
  • 43.939
  • 9,63 (49 Val.)
  • 0

CAPÍTULO 2

 

“¡Métemela, por Dios, Juanjo, cariño mío; métemela, hermanito mío!”… Esas palabras resonaban en el cerebro de Laura como mazazos, como cañonazos… Como cañonazos, como mazazos que la demolían, la destruían por dentro… ¡Dios mío, qué había hecho! ¡Qué estaba haciendo! ¡Qué estaban haciendo los dos, Juanjo y ella!... ¡Somos hermanos y esto es contra Natura!

Se separó de Juanjo dándole un empujón que le hizo trastabillar y de milagro no lo lanzó al suelo, aunque de quedar sentado en la pista no se libró. Luego echó a correr hacia la salida, tapándose la boca con la mano y sollozando histérica. Juanjo se recompuso la ropa, se levantó y corrió tras ella

La alcanzó cuando salían ya a la calle. Intentó abrazarla pero ella le rechazó casi con la misma violencia que antes le separara de ella.

―Pero… Pero… ¿Qué te pasa Laura? ¿Por qué…?

No le dio tiempo a decir más, pues ella le soltó todo un señor y sonoro bofetón

―¿Que qué me pasa?... ¡Que somos dos depravados…! ¡Dos degenerados…!

El llanto, los sollozos se hicieron más sonoros, más histéricos. Laura sollozaba hipando ostensiblemente. Se trabucaba al hablar, se diría que tartamudeaba mientras una y otra vez lo repetía

―¡Somos unos degenerados!... ¡Somos unos degenerados!... ¡Tú y yo somos dos degenerados!...

Juanjo volvió a intentar abrazarla, acariciarla el pelo, buscando tranquilizarla, pero ella volvió a repelerle, a separarse de él…

―No Laura; tú no eres ninguna degenerada. Te dejaste llevar en un momento que se hizo casi mágico… Sólo eso… No lo buscaste pero te sorprendió ese momento mágico… El único degenerado soy yo… Porque te quiero Laura; te quiero mucho, con toda mi alma…

Entre la angustia que la dominaba, Laura aún tuvo ánimo para soltar una especie de sorna

―Noticias frescas esas… ¡Eres mi hermano, y lo normal es que los hermanos se quieran!… Yo también te quiero mucho a ti, pero…

―No me has entendido Laura. Desde luego que como mi hermana que eres te quiero muchísimo… Creo que más no podría… Pero aún más te quiero como a la mujer que también eres. Te amo, Laura; te amo con locura… Y con locura te deseo… Desde… Desde… Ni me acuerdo… Creo que desde siempre, pero sabiendo lo que es amar a una mujer, sintiendo lo que es desear a esa mujer más que la misma vida, desde mis quince, dieciséis años…

Laura estaba alucinada oyendo a su hermano… Estaba… ¡Estaba loco!...

―Estás loco Juanjo, loco de atar… ¡Desear a tu hermana!...

―Sí, loco… Loco me volví, loco estoy… Loco por ti… Y loco por mí… Por nosotros… Creo que, de verdad, soy un monstruo… Un engendro de la Naturaleza… Un error de la Naturaleza… Pero yo no soy culpable de nada… Uno se enamora sin buscarlo, sin quererlo… El amor, el enamoramiento viene, surge porque sí  No… No te espié nunca, nunca me movieron deseos turbios, obscenos hacia ti… Nunca te miré con lujuria… Sólo con amor, con cariño…

Juanjo calló. Necesitaba recuperar fuelle. Sacó el paquete de tabaco del bolsillo y encendió un pitillo. Aspiró una calada y dejó escapar el humo de sus pulmones. Laura ya no lloraba; ya no estaba alucinada sino intrigada. Quería a su hermano y ahora se daba cuenta de que bastante más que creyera… Le veía sufrir y su sufrimiento se le clavaba en el alma, doliéndole en lo más profundo. Pero se mantuvo callada pues intuía que Juanjo aún no había acabado, que todavía tenía más confidencias dentro y las sacaría; se descargaría de ellas. Y sí, efectivamente Juanjo continuó

―Sí Laura, con amor… El amor de un hombre hacia una mujer, una mujer en especial, diferenciada de todas las demás También te he deseado desde ese mismo entonces, con el deseo sexual consustancial al amor como expresión máxima y antológica del amor en sí. Pero no quería amarte por lo mismo que acabas de decir, porque es antinatural amén de imposible. Por eso me fui de casa, por eso no quise verte nunca…

―Te entiendo hermano. Entiendo lo que te pasa, entiendo que ese amor imposible ha sido para ti más tortura que otra cosa

También Laura calló y solicitó un pitillo a su hermano. Lo encendió, le dio un par de chupadas y prosiguió hablando

―Lo que está bien claro es que ni debo ni puedo seguir viviendo contigo. Me iré…

―¡Eso ni pensarlo! Si alguien debe irse, ese soy yo. Tienes que cuidar de tus hijos y precisáis, ellos y tú, un techo que os cobije… Mira, creo que lo mejor es que volvamos a casa

Laura dio otro par de chupadas al cigarrillo… Pensativa miró al suelo unos momentos y luego alzó la vista hacia Juanjo. Dio una última chupada al cigarrillo y lo arrojó al suelo, aplastándolo con la puntera del zapat

―Sí, volvamos a casa. Tú con el coche, yo buscaré un taxi

Una sonrisa que más era una dolorosa mueca afloró al rostro de Juanjo

―Ya no te fías de mí… ¿Verdad?... Temes que me abalance sobre ti y te fuerce en cualquier momento… No Laura… Eso nunca lo haré… Cuando se ama a una mujer se la respeta, se la protege, se la defiende… Nunca, nunca se la afrenta, nunca se la ataca, nunca se ejerce violencia sobre ella… A mi lado puedes estar tranquila… Anda, no seas tonta y sube al coche

Todavía Laura vaciló un momento pero, sin decir palabra, se subió al coche que al instante arrancó. Durante todo el trayecto el silencio reinó entre los dos hermanos, cada uno sumido en sus propios pensamientos. Llegaron a la casa, aparcando Juanjo ante el portal, en la plaza de aparcamiento del piso que quedaba casi que enfrente mismo del acceso a la finca. Como de costumbre, Laura se apeó y sin mirar hacia atrás, segura de que Juanjo al momento la seguiría, marchó hacia el portal, a paso más bien ligero y pelín taconeando. Llegaba ya al portal cuando se detuvo y miró hacia el coche, sorprendida de no oír a su hermano tras de sí. En esos momentos Juanjo se apeaba del coche, con las llaves en la mano, recién sacadas del contacto. Le vió cerrar el coche con llave pero sin hacer ademán de seguirla… Hasta que le dijo

―Sube tú delante Laura. Yo tardaré un poco en subir

―¿Dónde vas?... ¿Qué vas a hacer aquí solo?

―Pasearé un rato. Tengo la cabeza embotada… Tomaré el aire, a ver si me despejo y aclaro algo las ideas… Estoy hecho un lío, la verdad

Laura se le quedó mirando un momento

―No tardes Juanjo… No hagas que me preocupe

―Tranquila. Súbete a casa, dúchate… O mejor báñate… Relaja más… Acuéstate y duérmete… No te inquietes… Prometo no hacer más locuras hoy

Laura se dio la vuelta, abrió la puerta del portal y desapareció en la negrura del mismo. Ya en casa, pagó y despidió a la canguro de los niños y pasó a verlos, dando unos besitos a cada uno de ellos. Luego se duchó y se acostó. Pero no se durmió, sino que quedó pendiente de la puerta, pendiente de que Juanjo volviera. Y al fin su hermano regresó a casa tras cercade dos horas de espera. Le oyó zascandilear por aquí y por allá, por cocina y baño, baño y cocina, hasta escucharle entrar en su habitación. Se tranquilizó un tanto, se tomó la pastilla para dormir que tenía preparada al efecto, se dio la vuelta en la cama y se arrellanó buscando posición idónea para dormir. Habrían pasado unos diez, doce minutos y el sueño empezaba a hacer mella en ella cuando a su lado apareció su hijo Emilio, el mayor.

―Mamá, el tío Juanjo ha dicho que me venga hoy a tu cama, a  dormir, pues él tiene cosas que hacer esta noche

Medio dormida, Laura sólo hizo que subir a su hijoa la cama con ella. Siguió adormeciéndose más y más hasta que empezó apor entero abandonarse en los tiernos brazos de Morfeo. Seguía durmiendo, media hora, cuarenta minutos, casi una hora llevaría de sueño más profundo que ligero cuando, sorprendentemente, despertó.

Despertó de golpe, alarmada y con los ojos abiertos como platos: “El tío Juanjo… Que venga… A tu cama… Tiene que hacer esta noche” Las palabras que antes apenas si atendió entre sueño y sueño las escuchaba ahora en su cerebro claras, rotundas…”El tío Juanjo tiene que hacer esta noche”. Laura se alarmaba cada vez más… Sin saber por qué, estaba segura de que su hermano iba a hacer esa noche una locura… ¿Cuál?... Ni idea, pero de que haría algo grave no le cabía duda.

Con sigilo, para no despertar a los niños, se bajó de la cama y, con una bata por encima, sobre el pijama, salió de la habitación para ir a parar a la puerta de la de su hermano. Ni se molestó en oír tras la puerta, sino que directamente abrió una rendija en ella. Echó un vistazo dentro y abrió la puerta de par en par. Dentro, Juanjo metía ropa, su ropa, en una maleta puesta sobre su cama. Laura se apoyó en la jamba de la puerta, los brazos cruzados sobre el pecho

―¿Qué haces?... Si puede saberse

―¿No lo ves? El equipaje… Me voy… No te preoc…

No pudo seguir hablando pues su hermana le cort

―Perfecto. Voy a recoger cuatro cosas y a los chicos. Nos marcharemos juntos de casa… Juntos pero no revueltos, pues tú te irás por tu lado y yo, con mis hijos, por otro

―¡Pero qué tonterías dices! ¡Tú te quedas en casa con…!

―Escucha Juanjo, hasta ahora mismo tenía decidido marcharme mañana con los chicos, pero ya no pienso así. Que te quede bien clara…

―No se hable más de …

―Sí se habla más. Y déjame continuar. Decía que te quede bien clara una cosa: Tú decidirás qué hacemos. O seguimos los cuatro juntos en casa como hasta ahora, o nos vamos de casa los cuatro, pues el primer día que no vengas a dormir a casa, salvo que me lo digas antes y me expliques causa convincente, a la mañana siguiente cojo a los chicos y me marcho. Tú decides qué se hace.

Juanjo intentó razonar con su hermana, convencerla de que su decisión era la más conveniente, pero finalmente fue él quien dio a torcer su brazo.

Pero desde entonces la convivencia varió por completo pues Juanjo empezó a evitarla a ella, lo que implicóalejarse también de sus sobrinos. Desde entonces él apenas pasaba tiempo en casa, saliendo por la maña y no regresando hasta la noche, a veces casi de madrugada pues más de una vez y más de dos aparecía a las doce de la noche y no pocas más tarde. Cenaba casi siempre solo y se iba a su cuarto tan pronto acababa. Hablar, solo monosílabos, como aquel que dice. Incluso había desaparecido la oportunidad de hablar mientras iban al trabajo, como antes, pues desde meses atrás la empresa había destinado a Juanjo a otra terminal, otro sector de rutas, por lo que no coincidían ya para ir a trabajar

Ítem más, por lo general viernes y sábados Juanjo no solía dormir en casa, de modo que desde el viernes por la mañana, cuando salía para trabajar, no aparecía por casa hasta ya la madrugada del domingo al lunes, entre las doce y la una, pasando pues, fuera de casa, las noches de viernes y sábados.

Aquella situación traía a mal traer a Laura que, en verdad, echaba en falta aquél otro tiempo en que compartía amigablemente con Juanjo los ratos que ambos pasaban en casa, que eran cuantos no estaban trabajando ambos. Pero, con todo y con ello, cuando más se la llevaban los demonios era esos viernes y sábados que su hermano pasaba fuera de casa enteritos… Sí, eso era lo que peor llevaba, lo que de verdad la llevaba a encolerizarse casi hasta el paroxismo, cuando pensaba y se decía: “Y el muy imbécil, gastándose salud y dinero con sabe Dios cuántas y qué “pelanduscas”… Sí señor, “pelanduscas”, pues sin lugar a duda que eso es lo único que pueden ser, que las mujeres decentes no se van con tíos que acaban de conocer, pues, que ella al menos supiera, su hermano no tenía amistades femeninas con las que “pasar” noches enteras… “Pelanduscas”, “pelanduscas” y nada más que eso, “pelanduscas”…

Luego desde el domingo por la noche, cuando por fin el “señor” se dignaba aparecer por casa y hasta el siguiente viernes Laura ponía a Juanjo un “morro” que ni la más celosa de las “santas” esposas sería capaz de mejorar...o de empeorar, según se mire. Y no se hable de las “puyitas” que la más que furiosa hermana dedicaba al, para ella, “cabrito” y más que golfo del hermanito. Luego cada día el ambiente de esa casa ganaba sinnúmeros enteros en la metrología de enrarecimientos magnos, con lo que las caras largas y los semblantes cuasi asesinos eran el pan nuestro de cada día tanto para ella como para él.

Aunque lo peor de aquella para ellos anómala e inexplicable situación eran los pequeños, Laurita y Emilio, que no Emilín, pues el chaval, a sus siete años sin todavía cumplir, daba unas muestras de sensatez y buen sentido que para sí quisiera más de uno y más de dos adultos.

Los pobres vagaban ahora, más por la vida que por casa, a “ramal y media manta”, pues no entendían el porqué del cambio del tío Juanjo, con lo bueno y cariñoso que siempre fue con ellos. Desde que llegaron a casa jugaba con ellos, siendo el “caballo” preferido de ambos; les leía cuentos y ponía el pijama a Emilio, al que le decía diera a mamá el beso de buenas noches antes de llevarle de la mano a su cama, en el dormitorio del tío Juanjo, donde el tío daba a Emilio su propio beso de buenas noches, antes de irse a ver la “tele” junto a mamá.

Y es que ahora, desde hacía unas semanas, el tío Juanjo apenas les dirigía la palabra. No jugaba ya con ellos, ni les leía cuentos… Casi ni les daba ya aquellos besos de buenos noches. Le veían siempre serio, siempre de mal humor. Tampoco era ya bueno con mamá. No le daba un beso cuando llegaba a casa, como antes hacía, ni reía con ella, con mamá…ni se sentaba ya con ella a ver la “tele”… Eso les entristecía mucho pues no sabían qué pasaba. Se sentían culpables pues pensaban que a lo mejor ellos hicieron algo que no gustara a su tío y por eso éste estaba enfadado con ellos y con mamá. Les entristecía pero también les asustaba…

Cuando vivían en la otra casa estaban siempre temerosos de su papá porque él reñía mucho a mamá; le gritaba mucho… La insultaba… Y a ellos les daba miedo… Sobre todo a Laurita, tan pequeña con su añito, sus dos o tres añitos… Se ponía a llorar tan pronto papá empezaba a meterse con mamá, lo que pasaba casi todos los días, y Emilio la abrazaba, la consolaba y se la llevaba a otro lado, donde no oyeran a papá. Emilio, con sus tres, sus cuatro, sus cinco años cuidando siempre de su hermana, de Laurita. Y luego, cuando papá se marchó y mamá empezó a pasar las noches fuera de casa y las mañanas durmiendo, sin apenas ocuparse nunca de ellos… Cuando fueron a vivir con el tío todo aquello cambió para mucho mejor. Mamá volvió a reír, a estar contenta; volvió a cuidarse de ellos dos. Y al tío Juanjo llegaron a verle como al papá que nunca tuvieron.

Por vez primera en su vida eran felices, se sentían seguros en casa. Desde luego, eso de “sentirse seguros” no sabrían entonces explicarlo, entenderlo, pero sí entendían que ya nunca volvieron a sentir miedo, a sentirse acongojados por algo que ni siquiera se podían explicar pero que les asustaba tremendamente, les acogotaba. Por eso ahora tenían miedo; miedo a perder lo que ahora tenían, para volver a lo que de antes perfectamente recordaban. Aunque, a fuer de sinceros, lo que más miedo les daba era que su papá Juanjo dejara de ser su papá Juanjo…

Y como los niños no entienden de cosas de mayores, un buen día… No, una noche, una noche de sábado, con lo que el tío Juanjo no estaba en casa, cuando mamá tras dejar en su cama a Emilio con su beso de buenas noches volvió a su dormitorio y se metió en la cama junto a Laurita, al poco rato de tener abrazada a la niña, ésta, con la mayor candidez del mundo, le dijo

―Mamá… ¿Por qué no te casas con el tío Juanjo? Así él sería nuestro papá y a lo mejor volvía a querernos…

Laura no contestó… No pudo contestar, al menos de momento, pues se quedó helada ante la salida de la niña… Tardó poco en salir del estupor en que la nena la sumió y, sonriendo a su hija, le dijo

―Anda nena, duérmete

La niña calló; se arrebujó en su madre y cerró sus ojitos. Laura no pudo dormir… ¿Por qué no te casas con el tío Juanjo? Las palabras de su hija resonaban en su cerebro amplificadas, pues más que resonar lo que hacían era retumbar como redobles de tambor que la atronaran… Se sintió extraña, entre alarmada y enervada… Quería borrar de su mente las emociones que las palabras de su hija habían generado en ella… Sin poderlo evitar recordó lo sucedido aquel sábado, cuando bailaba con Juanjo. Cómo por un rato Juanjo dejó de ser su hermano para sólo ser el HOMBRE esperado, el HOMBRE de su vida, su Príncipe Azul, ese que toda mujer espera encontrar desde que empieza a dejar de ser niña empezando a ser casi mujer…

Ese HOMBRE que, sin conocerle, sin saber quién podrá ser por finales, ella comienza a querer; a enamorarse de él, porque es su HOMBRE ideal, al que desde el inicio de su pubertad buscará sin descanso en cada hombre, cada adolescente, que irá conociendo. A veces, muy pocas en verdad, se encuentra y la vida entonces se torna maravillosa; otras, las más, nunca se da con él, y entonces, no pocas veces, la vida se convierte en un infierno… Como a ella le pasó con Emilio.

Aquello le estuvo rondando por la cabeza días y días, hasta que llegó uno en que saltó la pregunta a su cerebro, clara, directa: ¿Acaso es Juanjo, mi hermano, ese mi HOMBRE ideal, mi “Príncipe Azul”, el esperado y buscado desde mi pubertad? No se respondió, no pudo…no quiso responderse con la misma claridad, la misma forma directa en que se planteara la pregunta… Sencillamente no quiso poner el rostro de su hermano a ese perfil de HOMBRE IDEAL. Pero también fue consciente de que mantener sexo con él, con Juanjo, con su HERMANO, admitiéndolo lisa y llanamente como tal hermano, no le sería en absoluto difícil. No quiso plantearse si además le resultaría o no placentero… Eso no quería ni pensarlo… Sencillamente, no quería tener que reconocer a todo ruedo lo que su mente, sus sentimientos más íntimos, pugnaban por decirle y hacerle reconocer: Que si Juanjo se enamoró de ella sin saber cómo ni por qué, sin tampoco saber ni cómo ni por qué también ella se enamoró de él. Sin saberlo, sin enterarse…

Lo único a que quería atender era a lo que su hija le dijera, sugiriera más bien… “Así…volvía a querernos”… Sí, así, al convertirse en su amante, él, Juanjo, su hermano, volvería a ser cariñoso con ella; y es que ella necesitaba el cariño de su hermano más que el aire para respirar, luego si como hermano ese cariño no lo tenía, al menos como hombre enamorado de ella sí lo tendría…

Así, llegó la tarde-noche de un domingo y, como solía hacer, a eso de las nueve de la noche puso el pijama a sus dos hijos y los acostó. Luego fue al salón a esperar que Juanjo llegara. Encendió la televisión y un cigarrillo, pues lo cierto es que estaba más nerviosa que en toda su vida lo hubiera estado. En la cocina, en el compartimento calienta platos del horno, mantenía caliente la cena que esa noche elaborara para él, quiso esmerarse en ello para que Juanjo se sintiera a gusto.

Ella ya había cenado antes, con los niños, por lo que la cena aquella un tanto especial era sólo para él, para Juanjo. Cuando estaban juntos casi siempre era para discutir, casi pelear y esa noche eso era lo último que quería pasara. Por fin Juanjo llegó. Como siempre la saludó con un simple “Hola” y fue a sentarse a la mesa de la cocina. Ella le sacó la cena, se la puso en la mesa y se fue con un

―Hasta luego Juanjo

Que su hermano respondió más con gruñidos que con palabras. Laura salió de la cocina, atravesó el salón y por el pasillo llegó a su cuarto. Se desvistió desprendiéndose de sujetador y braguitas, éstas mucho más tanga que braguita que de nuevo usaba desde casi una semana antes, se puso el camisón que para esa noche comprara, en finísima similseda, o seda falsa, que al simple tacto palpaba la piel desnuda, de inexistentes hombros sustituidos por dos cintas que, desde el punto donde ambos senos se extinguirían al tener puesta la prenda, ascendían hasta el cuello, donde se anudaban. Con un escote que a la imaginación dejaba menos que poco y un bajo que no cubría más allá de seis-ocho dedos por encima de la rodilla, aquel camisón era la perdición del más casto varón. Se miró al espejo aprovechando la tenue luz de la lamparita de noche y la imagen que el espejo la devolvió le agradó; se gustó a sí misma y, satisfecha, se fue a la cama y se acostó junto a su hija, estrechándola contra su pecho y besándola tiernamente en la frente.

Casi anhelante dejó que el tiempo fuera pasando con una lentitud agobiante, desesperante… Se llevó la mano a ese lugar del ser femenino que es la gruta de los Mil y Un Placeres, acariciándolo, refregándolo de arriba abajo, de abajo arriba. Deseó allí dentro lo que en breve estaba segura obtendría de Juanjo, de su hermano; ya lo iba a sustituir con dos, hasta tres dedos pero se contuvo. No, aquello sería restar placer a las horas de amor que aquella prometía…

Al fin escuchó los pasos de su hermano por el pasillo y cómo abría su habitación quedamente, para al momento volverla a cerrar. Dejó pasar más tiempo, casi otra hora más y con infinito sigilo se levantó dirigiéndose a la habitación donde Juanjo y su hijo dormían. Allí aplicó el oído atento a la puerta que le respondió con un casi omnímodo silencio. Entreabrió la puerta y a sus oídos llegó nítido el acompasado respirar de los dos durmientes, su hijo Emilio y su hermano Juanjo. Sí, tanto su hijo como Juanjo dormían profundamente tal y como ella esperaba. Abrió un poco más la puerta y se deslizó dentro de la habitación todavía más silenciosamente que hasta ella llegara. Se llegó a la cama donde Emilio dormía y moviéndole con suavidad le despertó. El crío, cuando abrió los ojos, vio ante sí el rostro de su madre que se inclinaba hacia él, con un dedo índice cruzándole los labios en señal de que no hiciera ruido. Emilio, fiel a la observación, dijo muy por lo bajinis

―¿Qué pasa mamá? ¿Qué quieres?

―Que te vayas a dormir a la otra habitación, con tu hermana. Es que hijo, me apetece dormir con el tío…

―Vale mamá. Hasta mañana…

Emilio, que no Emilín, besó el rostro de su madre y salió de la habitación rumbo a la principal. Entonces Laura se acercó a la cama donde Juanjo dormía y se le quedó mirando… Se desató las cintas que sujetabanel camisón al cuello y dejó que éste se deslizara hasta el suelo quedando integralmente desnuda ante la cama. Al momento se metió en ella levantado la sábana, único abrigo que cubría el cuerpo de Juanjo. Se arrimó a él y empezó a besar su cuello y acariciar su cuerpo, su pecho no excesivamente poblado de vello. Al calor del cuerpo femenino y al contacto de los labios y las manos de Laura, Juanjo se despertó.

―¿Qué…? ¿Qué haces aquí?

―He venido a entregarme a ti, a ser para ti lo que tú quieras que sea. Juanjo, te quiero muchísimo y la situación que tenemos, tú rehuyéndome, no la soporto. Hasta los niños están tristes por tu despego. Prefiero entregarme a ti, ser tu mujer, a continuar así…

Laura calló mirándole y Juanjo no dijo nada. Por algún minuto ambos se encerraron en su mutismo, en una situación extraña pues no había tensión entre ellos. Antes bien se diría que estaban los dos relajados. A Laura le temblaban las manos… Bueno, temblaba toda ella, todo su cuerpo temblequeaba como una hoja. Estaba muy exaltada, pues una sensación de miedo e inseguridad la embargaba entreverada de enervadas emociones y anhelos sexuales.

Sí, estaba dispuesta a quesu hermano la tomara, deseándolo realmente. Por enésima vez se preguntó qué era aquello, lo que en verdad sentía. Porque no es que estuviera “salida” sin más; no, no era así porque no era un hombre, un “falo” cualquiera lo que deseaba, sino,específicamente,a él, aJuanjo, a su hermano a quien deseaba. A nadie más porque en ese momento, entregarse a otro hombre, le repugnaría. Una vez más, la pregunta no tuvo respuesta… No la tuvo porque Laura, una vez más, la dejó sin respuesta pues lo que su cerebro gritaba todavía la espantaba.

Laura había acurrucado su desnudo cuerpo en el semi desnudo cuerpode su hermano, besándole cuello y rostro, acariciando el pecho de su hermano a la vez que él la mantenía abrazada pasándole un brazo por debajo del cuello en tanto la mano de ese brazo acariciaba el hombro y la mejilla de Laura por el lado del cuerpo femenino opuesto al que rozaba al masculino. Al tiempo, la mano del brazo libre de Juanjo acariciaba cabello y rostro femenino mientras los labios del hombre besaban frente, ojos, mejillas, cuello de su hermana, sin tampoco olvidar los labios de la mejer. Besos y caricias entre ambos hermanos que mucho más tenían de fraternales, de besos y caricias entre hermanos que se quieren, que de besos y caricias entre hombre y mujer cargados de pasión.

Al fin el silencio lo rompió él, Juanjo

―No cariño mío. Nada es necesario…

―¿Qué no es necesario?

Juanjo exhaló un hondo suspiro mientras reafirmaba el abrazo en torno a su hermana

―Que te entregues a mí. No acepto que por mí te sacrifiques… No quiero tu sacrificio… Volveremos a ser como antes, como cuando vinisteis aquí los tres, tus hijos y tú hermanita

―¡No Juanjo! ¡No me malinterpretes! Mira hermanito, francamente: No sé si te quiero como tú dices quererme, como una mujer quiere a un hombre… Ni quiero saberlo… Pero sí sé que la otra noche, aquél sábado que me llevaste a bailar, te deseaba… Te deseé de verdad Juanjo… Y ahora te deseo… Te deseo Juanjo, te lo juro… Tanto o más que aquella noche

Laura lanzó hacia atrás la sábana que cubría ambos cuerpos hasta que los dos quedaron a la vista de uno y otro

―Mírame Juanjo, hermanito… Mírame cariño… Mira mi cuerpo desnudo… ¿Te gusta? ¿Es como lo soñabas?... O… ¿Te defrauda?...

Laura miraba anhelante a Juanjo que la miraba a ella, ese su cuerpo propio de estatua de diosa griega que Praxíteles, Mirón, Fidias, Policleto o Escopas modelaran. Esos ojos fijos en ella, embobados en ella, respondieron mejor que mil palabras que Juanjo hubiera dicho

―Es tuyo Juanjo… Este cuerpo es tuyo… Te lo entrego amorosa… Acarícialo cielo mío… Sáciate de él y sáciame a mí con tus caricias, con tus besos… Con tu “falo” hermanito querido… Ámame Juanjo; tómame como a mujer, tu mujer que eso seré mientras así lo quieras

Laura tomó las manos de su hermano y las llevó a sus senos que en el acto abarcaron por entero una mano uno, la otra el parejo. Desde entonces las manos masculinas acariciaron aquellas dos redondas vasijas de delicioso arrope y miel. Al tiempo los labios, las bocas de ambos hermanos se fundían en una sola boca, unos solos labios, una sola lengua mientras los brazos de ella ceñían prieto dogal al cuello de él.

Aquél beso, aquellos besos, eran caricias suaves, amorosas, tiernas, sin asomo alguno de lujuriosa violencia. No eran los tórridos besos de aquél otro sábado de discoteca cuando Laura se desmelenó en eróticos ardores. Eran las caricias que surgen del amor mucho más que del deseo. Aunque tampoco el deseo fuera en absoluto ajeno al transporte amoroso, porque el amor bien entendido implica el deseo, el ansia sexual como cima y esplendor del amor más sincero y profundo: Sin sexo el amor no subsiste pues el sexo es el sostenedor del amor; pero en el amor el sexo es la consecuencia connatural de la relación, no el objeto mismo y podría decirse que único de la relación. Por tanto, como amar implica deseo sexual, la exigencia sensual se disparó

―Así cariño mío, acaríciame… Hazme vibrar con tus manos, con tu lengua… Acaríciame Juanjo, hermanito querido… Lame mis senos, chúpamelos… Chupa mis pezoncitos… Ji, ji, ji… O mis pezonzotes… O mis pezonzazos…

Juanjo atendió los requerimientos de Laura abandonando la boca y labios de su hermana para centrar su atención en toda su zona pectoral, lamiendo, chupando, libando el arrope y la miel de aquellos cántaros que más bien eran algo más que cantaritos; cantaritos, sí, pero de más que mediano tamaño. Pero como en esta vida todo tiene su fin para, a veces, superarse en algo más, también las atenciones que Juanjo dedicaba a los senos de Laura llegaron a un punto en que ella centro su demanda de atenciones en otro punto de su anatomía no menos placentero, precisamente, que sus senos.

Desde un principio de este intercambio de caricias, y cuando la atención a la boca de su hermano no imponía el apoyo de sus ambas manos, estas prestaban señalado esmero a esa barra de carne de su hermano con tendencia a crecer, engordar y endurecerse bajo determinadas circunstancias, circunstancias que ella favorecía con ciertas manualidades  

―¡Qué grande y gorda que se te ha puesto hermanito!… ¡Y qué dura!... Hermanito, Juanjo mío, métemela ya… “Porfa” cariño, que estoy que ardo… Bomberito mío, apaga mi fuego… “Porfa” hermanito, “porfa”

Laura había abierto sus piernas de par en par y, apoderada de aquél “ariete”, lo llevó hasta la entrada de la parte más placentera de su cuerpo. Una vez allí el objeto de sus deseos, con ambas manos se abrió bien esa entrada a fin de que su hermanito metiera allí el anhelado “ariete”. Este fue entrando suave, dulcemente, en aquella “cueva”, que no era, precisamente, la de Alí Babá pero sí la de los “Mil y Un Placeres”. Cuando Laura notó “aquello” dentro de sí, llenándola de poco en poco hasta adueñarse de toda esa su más genuina feminidad llenándola hasta en su más recóndito rincón, elevó las piernas entrelazándolas en torno a ese punto de la anatomía donde la espalda pierde tan digno nombre y empiezan las piernas por los muslos, que quedaron atenazados entre ambas piernas femeninas, al tiempo que de su boca surgía un suspiro entre de alivio y satisfacción. El pubis femenino se alzó impulsado por las caderas que buscaban amoldarse, sincronizarse con el vaivén de adelante-atrás, adelante-atrás, adelante-atrás que lasmasculinas caderas imponían.

La conjunción entre ambos se hizo perfecta, acoplados, acompasados ambos cuerpos en el rítmico movimiento de vaivén, suave, cadencioso, recreándose ambos cuerpos en aquella gloriosa unión. Los gemidos, los jadeos medio ahogados, los suspiros de puro placer, de erótico amor, se adueñaban poco a poco del ambiente, especialmente protagonizados por ella, la mujer, Laura, que se sentía transportada a un paraíso hasta entonces, francamente, desconocido para ella, pues la delicadeza, sensibilidad y ternura que su hermano ponía en la relación para ella era cosa absolutamente nueva. Por vez primera se sentía de verdad amada, querida, amén de deseada.

Pero no fue eso lo único que sintió Laura entonces, porque lo más maravilloso para ella fue saberse enamorada de aquel hombre que la estaba amando. Saber que también ella amaba al hombre que era su hermano, pues supo que él era su hombre, el único, el definitivo. Así, entre quejidos de gozo, entre gemidos y jadeos de placer murmuraba más que decía mientras se abrazaba más y más al cuello de aquél hombre que entonces era, y desde entonces siempre sería, su delirio

―¡Dios! ¡Dios mío, eras tú! ¡Eras tú a quien buscaba, a quien esperaba! ¡Tú mi hombre, mi Príncipe Azul!... ¡Lo sabía Juanjo, lo sabía! ¡Lo supe aquella noche en la discoteca!... Lo supe y me aterroricé ante ello, cariño mío… No quería admitirlo, me horrorizaba… Pero lo acepto… Lo acepto ahora; plenamente, sin reservas… ¡Te amo hermano, te amo…! ¡Te quiero como hermana pero más aún como mujer! ¡Ámame cariño, ámame! ¡Nunca, nunca te canses de amarme, nunca acabes de saciarte de mí!... ¡Ah, ah, hermanito, qué dichosa me haces!... ¡Qué feliz, cielo mío! ¡Amor mío querido! ¡Sigue, sigue querido mío!

La noche se prolongó hasta que las primeras horas del nuevo día se cernían en el horizonte… Fue una noche gloriosa… Los asaltos de aquella batalla amorosa se sucedieron sin apenas treguas, las imprescindibles para reponer la necesaria energía quemada en los “duros” combates cuerpo a cuerpo… Laura perdió la cuenta de las “venidas” disfrutadas… Llegaron a encadenarse una a la siguiente en maravillosas cascadas de placer.

Juanjo descargaba su semen dentro de ella pero Laura no permitía que por eso su ardor disminuyera. Lo de “Dos sin sacarla” a Juanjo siempre le había parecido una bravata mucho más que una realidad, pero esa noche, y alguna más luego, pudo comprobar que con hembras como Laura lo imposible se torna casi normal.

―¡Sigue cariño, no desfallezcas!... ¡Sigue amándome, sigue queriéndome vida mía! ¡Tú puedes hacerlo cielo mío, tu amor y mi amor lo harán posible!...

Eso le decía Laura cuando, tras vaciarse, “aquello” tendía a desinflarse, a declararse vencido. Pero entonces ella arreciaba en sus “ataques” y, sin saber cómo ni por qué, el milagro se producía y “aquello”, poco an poco, resucitaba volviendo a pedir guerra. Entonces, cuando la “Resurrección de los Muertos” tenía lugar, ella, enardecida, le decía

―¿Lo ves cariño mío, lo ves?... Tu amor lo puede todo… Lo puede todo con mi amor por ti…

Y Juanjo se decía “¡Que pedazo de mujer que es mi hermana! ¡Y qué gilipoyas el mamón de Emilio!… Para mi bien, claro”

Desde el día siguiente los chicos durmieron ya en la habitación de dos camas que antes ocupara Juanjo con su sobrino, en tanto ellos dos, Laura y Juanjo, se instalaban, de una vez por todas, en el dormitorio grande, en la cama de matrimonio, porque desde aquella primera noche juntos Laura y Juanjo, Juanjo y Laura, constituyeron el más perfecto de los matrimonios, el hogar donde todo era armonía y cariño. Sólo una cosa amargó un tanto a Juanjo durante algunos años, y fue que su hermana anduviere en alguna que otra boca por la pretendida promiscuidad que se le achacó por muchos conocidos, casi todos en realidad, a la vista de que a lo largo de los siguientes cuatro años y a ligeros lapsos de diez u once y hasta los trece-quince meses, no más, Laura alumbró tres hijos de “Padre Desconocido”, dos niñas por delante y en tercer lugar un niño. A la mayor de las niñas tuvo su madre el capricho de llamarla Desiré, es decir, Deseada y con el pequeño no hubo forma de impedir que le llamara Juan José, Juanjo, como su hermano… Misterios de la mente humana esos caprichos.

 

FIN DEL RELATO

(9,63)