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Sandra y Paco

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Sandra y Paco eran hermanos, y vivían con su madre, viuda de algo más de una década. Ella, llamémosla Dª Sandra, era dependienta y cajera en uno de los establecimientos que en Madrid tiene el grande de los grandes almacenes, en tanto que Sandra, poco afecta a dejarse las pestañas sobre los libros, tan pronto alcanzó los dieciséis años, con lo que se canceló su obligación estudiantil, entró como aprendiza en el salón de peluquería del mismo centro comercial donde su madre trabajaba.

Por su parte Paco, que compartía con su hermana la poca afición a los libros, desde edad muy tierna mostró, en cambio, un interés y curiosidad hacia el arte de la mecánica automovilística muy a tener en cuenta, con lo que, dándose que casi por junto a su portal había un pequeño taller mecánico, negocio más familiar que otra cosa, a sus diez-once años al ya casi adolescente Paco le dio por, antes que irse a jugar y hacer el gamberro con el puñado de casi adolescentes de su derredor, pasarse las horas muertas, cuando no estaba en clase, en aquel taller, iniciándose así, por puro amor al arte, en las lides mecánicas, con lo que a sus dieciséis, cuando también él llego a su liberación estudiantil, era ya un casi experimentado mecánico, con lo que también él empezó an trabajar, en serio, en aquél mismo taller donde empezara, es un decir, de “meritorio”

Aparte esta similitud de caracteres, en lo tocante a ser ambos, digamos, refractarios a “hincar codos” ante un libro, en todo lo demás más dispares los hermanos no podían ser, pues Sandra era una muchacha toda ella vitalidad y carácter abierto y franco, de risa más que fácil y más amiga de saraos, fiestas y jolgorios no se podía ser. Gustaba de bailar más que una peonza, siempre y cuando fuera al son de, más bien, ruidos estridentes e inconexos, de esos que a las personas más tranquilas y sensibles, ponen de los nervios, hasta sentir instintos asesinos, por lo que las discotecas con música, perdón, ruidos horrísonos, horripilantes, la pirraban. No es que fuera excelsa bebedora, pero cuando las circunstancias se avenían bien con lo del dios Baco, pues ningún asco le hacía a los “cubatas”, “chupitos” y demás… Y, si así se terciara, algún que otro “porrito”, pero sin pasar de ahí la “nigosia” “droguera”.

Por su parte, Paco era un chaval que más “pacífico” no podía ser; un tanto, digamos, intelectual, era gustoso de leer libros con algo de enjundia, en especial si eran tratados de mecánica, pero muy poco amigo de “empinar el codo”, es decir, de las bebidas alcohólicas en general, teniendo pues en bajísima estima las juergas y otros desmadres; serio y formal hasta casi parecer hostil a pasar el rato con amigos en bares, discotecas y otras hierbas, incluso podría parecer un tanto reacio a frecuentar simples amigos, pero sin pasarse, pues amigos sí que tenía aunque, la verdad, casi que menos que pocos y no muy cultivados, precisamente.

Sandra era unos cuatro años mayor que su hermano, pelín mes más, pelín menos, lo que la hacía mirar a su hermano más joven con una cierta autosuficiencia. Pero no se piense por esto que la joven fuera altiva con Paco, mucho menos aún despectiva, que nada de nada de tales cosas; simplemente era que, desde sus diez-once años, fue desarrollando una especie de instinto maternal hacia el entonces niño de seis-siete años que se tradujo en una cierta condescendencia graciosa hacia el niño-hermano más que semejante a la que las madres mantienen respecto a sus hijos

Eso significó también que, cuando Paco fue creciendo y llegó a sus quince, dieciséis, diecisiete y hasta los dieciocho que ahora se marcaba, para ella siguiera siendo más o menos que un bebé. Vamos, que ni las transformaciones que su cuerpo había ido adoptando a lo largo de esos últimos años, la mar de evidentes para cualesquiera otros ojos femeninos que no fueran los de ella. En fin que, la verdad, Paco para ella seguía siendo el pipiolo de siempre, por lo que aquellas masculinas “virtudes” le habían pasado, y pasaban todavía, enteramente desapercibidas.

Pero hete aquí que una noche de sábado cualquiera de tantas y tantas que Sandrita pasaba en “Morocco”, algo así como a medio camino entre disco-bar y discoteca, con decidida vocación de antro o cafetín típico marroquí, pero que en realidad se había quedado en cosa más bien cutre y por demás hortera, su querida amiga del alma y de más o menos de su niñez Ana o Anita, que según señalaba el tiempo cualquiera de las dos denominaciones eran buenas para Sandra, amén del consabido “tía”, pues compañera de fatigas en el más bien odiado instituto fuera antaño, donde se conocieran y surgiera su más que entrañable amistad, la sorprendió diciéndole

―¡Hostis, ese tío no es otro más que tu hermanito Paco!... ¡Jobar, jobar, jobar, y qué “bueno” que se ha puesto el nene, tía!...

Si hubiera oído el silbido de una cascabel, un bote mayor Sandra no da. En instantáneo lanzó los ojos hacia el lugar de la barra que fijaba la atención de su amiga y, efectivamente, vio allí a su hermano, con un cubata en la mano y víctima del rollo que una tía pescueza intentaba meterle. Y lo cierto es que la muchacha apenas si podía creer los que sus ojos veían, su inocente hermanito lanzado incontinente a la mala vida nocturna de discotecas y similares… Y, ya el colmo, bebiendo combinados de alcohol cual cualquier otro hijo de vecino…

¡Ese no era su querido hermano!... ¡No podía ser; así, lanzado, y por las buenas, al vicio y la corrupción nocturna!... Claro, que si él estaba en tales guisas, pues allí también estaba ella, dada pues, y de antaño, que todo hay que decirlo, su afición a ese mismo vicio y corrupción que en su hermano le parecía poco menos que imposible, pero es que ella era eso precisamente, ella, y su hermano pues también eso, su hermano… Y bueno estaba tales cosas en ella, que era veterana en tales lides, pero su hermano…

Para entonces, cuando Sandra digamos que iba saliendo del trance en que tal visión la sumiera, su amiga Ana ya corría más que trotaba hacia donde el despampanante Paco se encontraba. Se llegó allí y, con el mayor desparpajo y cara dura del mundo soltó 

―Guapina de cara, ¿sabes?, yo soy la tía con quien este tío “macizo” se ha citado; conque bonita, ahuecando el ala…

Pero entonces también llegó allí Sandra, más de uñas que un gata arisca, y ella fue bastante más expedita despidiendo de allí a la prójima que intentaba ligarse a Paco

―¡Largo de aquí, putón “desorejao”, si no quieres que te arranque esos pelos de arpía que tienes. ¡Es mi hermano, ¿t’enteras?, y la miel no se hizo para la boca del asno, puta, más que puta!... ¡Que bien “guipá” que te tengo y de sobras sé lo que eres, una puta desatada, que he visto cómo te “pasas por la piedra” a todo tío que por aquí aparece!... ¡Y, mi hermano, pa ti, sagrao, ¿estamos zorra?

La “zorra” pensó en revolverse contra aquella especie de hiena que de pronto acababa de aparecer ante sus ojos, pero fue consciente de que, en tal caso, lo más seguro sería que tuviera que enfrentarse a dos “hienas”, pues la mirada que Ana le dirigía nada bueno presagiaba, con lo que juzgó como lo más prudente levantar el campo y, como se le requería, “ahuecar el ala”de allí. Pero, como no podía ser menos, lo hizo con aires de suficiencia, como una princesa que niega su donosura a la humilde plebe 

―¡Pues quedaros las dos con el nene, y que os aproveche, zorras, más que zorras!

De manera que, con la cabeza bien alta, la “zorra” se alejó de allí, buscando nuevo objetivo que llevarse más que a la boca u otro lugar menos casto de su cuerpo, aunque lo de menos casto, tal vez admita su miajita de discusión. Pero las cajas destempladas de Sandra con el destierro de la interfecta no cesaron, sino que, a continuación, se dirigieron a su amiga Ana

―Y tú también largo de aquí, Ana. Que nos conocemos y no sé quién será más pendón desorejao, si esa o tú… Conque, para ti, mi hermano también es sagrao… ¿De acuerdo,querida?

―¡Por Dios, Sandra!... ¡Que somos amigas!... Yo sólo deseaba saludar a tu hermano, que tiempo hace que no le veo… Vamos, ser educada con él…

―Ya; ya sé lo “educada” que tú eres con los tíos que te van… Pero te he dicho que largo de aquí y es largo de aquí

Pero sucedió que su hermano, tranquilamente, se puso a charlar con su amiga Ana y así, charla que te charla, empezaron a pasar el rato, aunque prescindiendo por completo de Sandra. Paco pidió una bebida para su amiga, sin preocuparse lo más mínimo en si a su hermana le apeteciera tomar algo  o no, por lo que Sandra protestó cuando el muchacho pidió la consumición para Ana

―¡Muchas gracias…PAQUITOOO (subrayado retintín aquí) por tu invitación!

―Ah Sandra; perdóname cariño, pero no me di cuenta de que todavía estabas aquí… ¿Deseas tomar algo, hermanita?

―Pues no, hermanito… ¡No me apetece tomar nada!

Entonces, dando carpetazo al asunto “Sandra”, Paquito siguió de conversación con Ana tan animadamente como antes, si es que no fuera más incluso. Y  Sandra se mordía no ya los labios, sino la rabia, el inmenso furor que segundo a segundo crecía en su interior al verse más que ninguneada, olvidada completamente por los dos, pues era como si para ellos ni existiera. Vamos, que humillación así, jamás la había sufrido…

En fin, que la buena de Sandrita estaba haciendo un verdadero “papelón”, allí tiesa como un pasmarote; pero lo peor es que era consciente de que, en aquellos momentos, estaba haciendo el ridículo más espantoso. Quería irse de allí, pero al propio tiempo no quería, pues eso era como aceptar que para los dos ella, un cero a la izquierda; vamos, menos que nada. Por otra parte tampoco quería que, si la viera alguien, parecer que se retiraba derrotada ante un “maromo” de buen ver por el putón de su amiga Ana.

Porque hasta ahí podían llegar las cosas, que ella, diosa divina de aquel antro más que hortera, apareciera derrotada por una tía que para sí quisiera su indudable físico escultural…

A Dios gracias apareció el “Terminator”, el novio que Sandra se echara seis-siete meses antes y el enésimo que se le conocía. Este “Terminator”, más conocido en su casa por Juan o Juancho, no era sino un “macarrilla” discotequero bastante “cutre”, que vaya usted a saber por qué le “molaba” cosa mala vestir de luto riguroso, con un terno formado por cazadora y pantalón tejanos, más que ceñidos ambos, y una camisa a juego abotonada hasta arriba; al cuello, rodeándolo por debajo del de la camisa, bien un corbatín tipo chalina, cinta estrecha negra, fartabe más, anudada al cuello de la camisa, dejando pender hacia abajo los dos ramos, bien un cordón de cuero anudado también al cuello de la camisa por un ceñidor, también de cuero, y los dos ramos rematados por sendos colgantes metálicos, de bronce o bronceados.

Completaban el “uniforme” un par de botas altas, como las que calzan los vaqueros y pistoleros de las “pelis” del “Oeste” “Almericano”, de agudas punteras y tacón alto. Vamos, algo así como un cruce entre la facha del John Wayne en sus “Western”, y del Kirk Douglas en el papel de “Doc Hollyday” en la “peli” “Duelo de Titanes”, u “OK Corral”… Ah, y de milagro, se salvaba del sombrero vaquero en la cabeza, “cachis la”, menudo descuido

La cosa era que Sandra había dejado a su “detalle” algo abandonado cuando salió despendolada tras su amiga Ana, diciéndole al “Terminator” un conciso “En seguida vuelvo”, pero ese “Enseguida” al mozo se le hizo ya la mar de largo, por lo que se levantó a fin de recuperar a su “piba” del hermano de ésta, pues bien que le conocía y más que mal le caía, aunque tan “cordial” sentimiento era mutuo, pues si el “Terminator” tenía atragantado al Paco, éste al “chorbo” de su hermana no podía ni verlo, luego a la paz de Dios, hermano.

Así que la llegada del “Terminator” le puso en bandeja de plata la retirada de aquél lugar donde se sentía por entero desplazada y fuera de lugar, volviendo con el “maromo” a la mesa y diván que antes ocupara. Pero el físico apartamiento del conjunto Paco-Ana, no significó en absoluto que no siguiera pendiente de los dos, pues su mirada no era capaz de apartarse de la pareja, no parando de, para sus adentros, casi odiar al pendón de su amiga Ana, acaparando a su pobre y desvalido hermanito, pues ella, la verdad, lo veía como un indefenso corderito, lechal incluso, y por más señas, que no pascual, es decir, algo más crecidito, a merced del afilado colmillo de una ominosa gran loba, dispuesta a tragárselo de un bocado.

El macarrilla del“Terminator” andaba como perro en celo tras perrita ansiosa, pugnando por disfrutar de las sabrosas “interioridades” de su “jay” (chica, novia, ligue, en macarrilla), la Sandrita, pero resultó que ésta, en tan especiales circunstancias, no estaba, ni por asomo, por la cosa sexual, con lo que su anhelado proyecto quedó en eso, en proyecto irrealizado, lo que le puso un tanto de morros amén de algo bruto y cenizo…

Pero el despiporren llegó cuando ante sus atónitos ojos aparecieron los dos tortolitos, diciendo que se iban, como buenos chicos que eran, a dormir a casa, pero sin especificar a qué casa, aunque dicho sea de paso, alguna idea le llegó a Sandrita cuando la muy golfa de su amiga le dijo por lo bajinis, al tiempo que le daba un besito de despedida

―¡Mañana te cuento la noche!...

Vamos, que blanco y en botella: La muy guarra de su amiga se iba a “calzar” al inocentón de su hermano de la manera más impune; desde luego, el corderito lechal estaba más perdido que Carracuca ante aquél “piazo e loba” desmelená.

Y, tal y como anunciara, al día siguiente a la más que puta de su amiga Ana le faltó tiempo para describir, con casi todo lujo de detalles, las proezas en el arte de Eros de que su hermanito, el “inocente”, era capaz de realizar entre las sábanas; aunque más propio sería decir que sobre la sábana, pues la segunda, la de arriba, fue religiosamente mandada a hacer puñetas tan pronto la pareja, desnuditos cual recién  nacidos, se lanzaron en plancha a hacerse las mil y una guarrerías.

Sandrita se tapaba los oídos, diciendo que no quería escuchar toda esa sarta de asquerosidades, pero se ve que no puso excesivo interés en insonorizarse, pues lo cierto es que no perdió ripio del puntual relato que Ana le hacía de la precedente noche heroica, cual si estuviera rindiendo riguroso informe ante una competente autoridad. Pero sucedió que lo que menos se perdió del “informe” fue lo relativo al “piazo” “herramienta” que su más que “infantil” hermanito se gastaba; algo superlativo, en opinión de su golfa amiga, y de ver debería de ser la tal “herramienta”, pues a la Anita no era la visión y dulce “manipulación” de las dichas “herramientas” lo que le faltaba para poder dictaminar, más que autorizadamente, en tal “materia”, por lo que si ella decía que era de “Primera División” y además en posición preferente dentro de tal División… Pues eso, que la dichosa “herramienta” debía ser la leche

Pero es que lo peor era que, a juzgar por lo que su amiga golfa le contaba, su hermanito no debía ser tan niño y, menos aún, lo inocente como ella creía pues, al parecer, en aquellas lides de cama, debía ser algo así como consumado maestro, lo cual no debía ser moco de pavo, pues la experiencia de Ana en tales lides no era manca precisamente, y si ella le aseguraba que su Paquito era un fuera de serie dándole a la vara, pues cómo debía de ser el “nene”…

La relación entre Paco y la Anita siguió desarrollándose a lo largo de los días, semanas y algún que otro mes desde aquella su primera aproximación nocturna y la mortal antipatía que en Sandra iba despertando su amiga de toda la vida y podría decirse que del alma, poco a poco fue tomando proporciones de tragedia griega. Sin poder explicarse el porqué, la cosa es que de día en día se le hacía más y más intolerable verlos juntos. Los dos habían tomado la costumbre de pasarse en el “Morocco” todas las noches de sábado, dándose el pico de la manera más ostentosa y metiéndose mano de tal manera que, a veces, casi parecía que de un momento a otro se lo “montaban” allí mismo, en medio de toda la concurrencia… Y cuando tales espectáculos ocurrían ante sus propias narices, a Sandra le entraban verdaderas ansias  asesinas hacia los dos, pero muy en especial contra Ana…

Así estaban las cosas cuando un día, al salir Sandra del salón de peluquería, se topó con Ana esperándola. La verdad es que ella recibió de uñas a la que antes fuera su amiga del alma, pero ésta hizo como si no se diera cuenta del desplante y, risueña como siempre, le dijo que por qué no tomaban algo. Luego, poniéndose un tanto más seria, pero sin pasarse, añadió 

―Sandrita, la verdad; quiero que hablemos

Sandra no dijo nada; simplemente se emparejó con su ya menos amiga y las dos empezaron a caminar hacia una cafetería cercana. Entraron en ella, se sentaron a una mesa y, tras pedir dos cafés con leche, Ana empezó a hablar

―Sandra, creo que debemos hablar. Tú me estás tomando ojeriza; creo que casi me empiezas a odiar, si es que no me odias ya cordialmente, y eso no quiero que suceda. Somos…

No pudo seguir porque Sandra la cortó en seco para, fríamente, decirle

―¡No sé de dónde sacas eso!... ¡Para mí, tú sigues…!

Tampoco Sandra pudo seguir su embustera perorata, pues ahora fue su casi ex amiga, el putón Anita, según Sandra, quien cortó en seco a la gran diva del “Morocco”

―¡No mientas al menos, Sandra!... Tenemos que hablar, porque esta situación entre nosotras no puede continuar. Nos conocemos de media vida y mejores amigas no hemos podido ser… Yo quiero que sigamos siéndolo… ¿Qué te pasa conmigo, Sandra?... ¡Suelta todo lo que tengas que soltarme y solventaremos, por las buenas, lo que contra mí tengas!... Pero esto se tiene que terminar…

Sandra bajó la cabeza sin responder nada pues, ¿cómo le decía a Ana que estaba celosa de ella?; que no podía verla “enrollada” con su hermano Paco… Pero, sucedió que ella, Ana, casi leabrió el camino cundo le dijo

―Sandra, ¿qué tiene que ver que yo ande más o menos liada con tu hermano para que tú me estés tomando ojeriza?

―¿Y a mí qué puede importarme que a mi hermano le gustes o no?... ¿Qué tengo yo que ver con que se lie contigo o no?...

―Mira Sandra, no te engañes. ¿Sabes? Lo tuyo conmigo a lo que más se parece es a celos de mujer… ¡Estás celosa de que tu hermano vaya conmigo!... ¿Te gusta, verdad?...

Como es lógico, Sandra negó todo eso más que escandalizada, pero también lo cierto es que los colores le subieron a la cara que se le puso como pimiento morrón. Entonces Ana rompió a reír a carcajadas

―¡Eso es; te gusta tu hermano!... Ja, ja, ja… ¡Te gusta tu hermano Paco!...

Sandra quiso volver a negarlo, pero lo que hizo fue echarse a llorar como una Magdalena. Ana entonces acercó su silla a la de ella y la abrazó. La besó las mejillas y el pelo, tratando de tranquilizarla. Sandra se abrazó a su amiga, hasta acabar por meter su rostro en el pecho de Ana, como buscando allí cobijo. Las caricias de su amiga, poco a poco la fueron tranquilizando, hasta que las lágrimas empezaron a dejar de manar de sus lagrimales. Pero sucedió que entonces la muchacha se acurrucó aún más en el pecho de su amiga

―Anda, anda, tontina… Así cariño, así… Deja de llorar, cielo… ¡Si no pasa nada!... ¿Te…te “pone” solamente…o…o es algo más serio?

Sandra guardó silencio un momento, pensativa; como si estuviera reflexionando

―No lo sé Ana… Te prometo que no lo sé… Sólo sé que me pone mala veros a los dos juntos… Sí, creo que estoy celosa de ti, pero de que sienta algo serio por Paco… No lo sé; de verdad que no lo sé

―¡Señor, Señor, y qué complicada que a veces es la vida!… Que un hermano “ponga” a una hermana y viceversa, ya es raro, pero que hermana y hermano lleguen a enamorarse…

Si en aquel momento hubiera mordido una víbora a Sandra, ésta no salta con más premura que tan pronto que ésta escuchó a su amiga se irguió

―¿Pero qué dices, Ana?

―Lo que acabas de oír, Sandrita; que Paco anda que bebe los vientos por ti…

―Pero… Pero… ¡Eso no puede ser!... Él…él está por ti… ¡Si andáis más liados que l’alpargata’un romano!...

―Pues no tanto, guapina; no tanto… Desgraciadamente, porque tu Paco está de un bueno… Algún “revolconcillo” que otro no digo que no nos hayamos dado, pero de ahí p’alante… Pues… “Nein de nein”, cariño mío… De verdad Sandra, que a él lo traes “frito” y anda que se derrite por tu persona… Y, sobre todo, por “cierta” parte de tu persona… Él mismo me lo dijo la primera vez que me lo llevé al “huerto”, la primera noche que salimos juntos del Moroco… ¿Puedes creerte que me tuve que emplear a fondo para lograr que me la “metiera”? Pues créetelo, pues es más cierto que para los curas el Evangelio…

Así Sandra se enteró de que las que creía “tórridas” relaciones entre su hermano y su amiga del alma, no lo eran tanto… Que quien, realmente, corría con todo, todo el “gasto” era ella, Ana, pues Paco se le resistía casi, casi, que como “gato panza arriba” y que los “fages” en el Moroco era ella quien los provocaba siempre; pero siempre, que conste, a base de regalarle a modo la “herramienta” al muchacho, con lo que al final, y como el mancebo tampoco era de palo, precisamente, y un dulce a nadie amarga, y menudo era el “dulce” de Anita, pues el nene acababa entregándose a la “faena” con enorme entusiasmo.

Pero Sandrita seguía sin querer dar su brazo a torcer, respecto al mutuo enamoramiento entre ella y Paco

―No puede ser, Ana. Somos hermanos y eso no cabe entre nosotros… Sería… Sería… Terrible, bochornoso… Abominable… Unos degenerados seríamos tanto él como yo…

―Pero Sandrita, cariño… ¿En qué mundo vives?... ¡Vivimos en el siglo XXI!… Y en España el incesto está despenalizado… Mira nena, lo que tienes que hacer es ir a casa, ponerte bien guapa, maquillada y tal, y vestirte lo más sexi que puedas, tú ya sabes… Mucho muslamen, mucho culito y mucha teta al aire; y a exhibirte ante él tan pronto llegue; que se ponga a mil, vamos… Luego, esta noche, te perfumas, vuelves a maquillarte y tal y te pones un camisoncito que quite el hipo; te vas a su cuarto, te acercas a la cama, despacito, que él te vea; junto a la cama, te quitas el camisón, insinuante, y te metes con él en la cama, pidiéndole que te “caliente”… ¡Y asunto solucionado!... ¿Ves qué fácil lo de solucionar tus males…y los de él?

―¡Jobar Ana, y qué bruta que eres!... Sí; lo reconozco… Que marcarme algún “casquete” con él de vez en cuando estaría la mar de bien, porque el nene… Pero no es posible, Ana; no es posible… Somos hermanos y eso es incontrovertible…

―¿Y qué harás entonces?... ¿Seguir con el descerebrado del “Terminator”?...

―Exactamente Ana… Hasta ahora no lo he pasado mal con él y su “Terminatrix”… Y tú debes seguir con Paco… ¡Trátalo bien Ana, por favor!... ¡Hazle feliz, dichoso!... Haz que me olvide; sácame a mí de su cabeza… Haz que sólo tú la ocupes; tú y tu cuerpo… Mantenle junto a ti durante algún tiempo, por favor te lo pido… Hasta que pueda volver a andar tranquilo por la vida… Hasta que esté listo para buscar y encontrar a la verdadera mujer de su vida…

Y así quedaron las cosas; más o menos como antes, pero puede que más claras. Las dos chicas volvieron a ser las grandes amigas que siempre fueran y, como antes, Sandra con “Terminator” mientras Ana continuó su más o menos romance con Paco. Si quisiéramos rizar el rizo buscando cambios, podríamos decir que Ana, cuando Sandra estaba delante, que era casi siempre que Ana y Paco estaban juntos en público, se “cortaba” cosa mala en sus “arrumacos” con Paco, pues ya no le “tomaba al asalto” ante todo “quisque” (todo el mundo, para quienes no conozcan el “Román Paladino” español)

Y Sandra empezó a emplearse con “Terminator” con un entusiasmo hasta entonces desconocido, y eso que el anteriormente mostrado no era manco, pero es que ahora se lo “devoraba vivo” allá donde quisiera que estuvieran, y para qué las prisas el “piazo” ninfómana en que se convirtió, en público o privado que, veces, el “respetable” que, más o menos, casualmente, les observaba pensaba que la “nena” acabaría por “montarse” al nene allí mismo, y sin encomendarse ni a Dios ni al Diablo

¿Por qué obró así Sandra? Para intentar acallar los celos que la vista de Paco y Ana juntos la seguían martirizando. Así que combatía al fuego con más fuego todavía. Quería no ver nada a base de sexo, sexo y sexo… Embrutecerse para no sentir nada. Cierto que, estando con “Terminator” en el Moroco y delante de Paco y Ana, la grosera sexualidad de su novio la ayudaba a no mirar a la otra pareja; incluso disfrutaba mostrándose así ante su hermano, descubriendo en ella una vis sádica hasta entonces desconocida, pues el placer lo encontraba en saber que él, sin duda, sufriría viendo aquello. Para ella aquello era algo así como devolverle a Paco los celos que él, estando con Ana, le hacía sufrir

El regreso de Sandra a casa en las noches sabatinas, lo normal es que fuera más cercano al alba del domingo que a altas horas de la madrugada, pues nunca solía ser antes de la cinco y a veces más cerca de las seis que de las cinco. La vuelta solía hacerla más bien aita de alcohol y, sobre todo, de la “Terminatrix” de “Terminator”, pero al acercarse a su domicilio la nerviosidad sempiternamente se adueñaba de ella, hasta tal punto de que los efluvios alcohólicos prácticamente desaparecían

Y es que una especie de pánico se apoderaba de ella, ante lo que pudiera encontrarse al entrar en casa. Porque si, al pasar junto a la habitación de Paco descubría que él no estaba, los celos la mataban al dar por descontado que estaría en brazos de su amiga Ana. Y siempre, cuando al fin estaba en su cuarto, sola, casi desnuda dentro o sobre la cama, su mente se poblaba con las imágenes de lo que suponía que Paco y Ana hacían en ese momento, o habían hecho horas antes.

Así, cuando las imágenes se formaban en su mente, sin pretenderlo, sin quererlo incluso, el cuerpo de Ana desaparecía sustituido por el suyo. Se veía a sí misma “haciéndolo” con su hermano… Y hasta sentía, en su “grutita del placer”, el miembro viril de su hermano haciéndola más feliz que nunca jamás lo hubiera sido… Y que conste que sus experiencias en la materia eran más bien numerosas y variadas, pero como entonces se sentía, imaginando y casi viviendo el ser amada por su hermano, nunca antes se había sentido. Y claro, no podía evitar que su mano buscara la “grutita” y sus deditos se introdujeran dentro, dentro, más y más, hasta el fondo casi, sobreviniéndole los mayores orgasmos que en la vida disfrutara… Entonces, lo de “Terminator” y su “Terminatrix” desaparecían de su mente… No existían… Como si nunca existieran…

Pero luego sucedía que el orgasmo disfrutado no la calmaba; no aplacaba el terrible tormento de los celos, con lo que tardaba lo suyo en conciliar el sueño, que en añadidura nunca en tales casos era tranquilo, sino terriblemente atormentador, pues su cerebro no paraba de reproducir las imágenes de su Paco “amando”,  a su amiga Ana, por lo que el domingo siempre era un día terrible para ella, cansada a más no poder, por no haber pegado, prácticamente, un ojo la noche anterior y de un humor de perros.

Por el contrario, si descubría que Paco dormía plácidamente en su cuarto, que, la verdad, eran las más de las veces, el júbilo que se apoderaba de ella era inmenso. Con sumo sigilo, descalza, entraba en la habitación y, arrobada, admiraba y admiraba el rostro, muchas veces sonriente, de su hermano. Parecía que, en tales ocasiones, nunca se cansara de mirarle, y mirarle, y mirarle… Al fin, solía depositar un tenue beso en la adorada boca masculina y se iba por fin a su cuarto, durmiendo plácidamente, a pierna suelta, hasta casi el mediodía del domingo, día que en tales casos le resultaba soportable, cuando no francamente feliz, sobre todo si Paco pasaba el día con ella en casa.

A los meses se dieron dos sucesos un tanto importantes. Por una parte, Ana desapareció de una vez por todas de la vida de los dos hermanos, pues se marchó de Madrid, al encontrar un mejor empleo en Valencia, y nunca más volvió a la capital de España, donde naciera, cortando además toda comunicación con sus amigos madrileños. Lo que nunca supieron ni Sandra ni Paco es que unos siete meses después Ana alumbró un niño al que llamó Francisco, es decir, Paco.

En fin, que Ana desapareció del horizonte de Paco, pero éste no del de Moroco, pues cada noche de sábado seguía estando allí, pero no en el círculo que rodeaba a Sandra, sino más bien alejado de ella, tonteando y hasta haciendo el bestia con sus amigos, cosa inimaginable meses antes, o tanto con ellos como con alguna nena que otra, que buenos “cuerpo a cuerpo” solía trabar de vez en cuando con alguna que otra nena, digamos, “salidilla”, pero de ahí la riada no solía pasar, salvo muy, pero muy alguna que otra vez, en que Paquito volvía a pasar la madrugada sábado-domingo y casi toda la mañana del domingo fuera de casa, con lo que las angustias de Sandra volvían a reproducirse en tales días.

El otro suceso fue que, aunque Sandra pusiera todo entusiasmo en el asunto de seguir disfrutando a tope de su novio, el “Terminator” y, muy particularmente, de su antes encomiadísima “Terminatrix”, que a saber por qué le puso el “maromo” tal nombre a…bueno, a lo que se lo puso (1), lo cierto es que no lo logró. Antes bien, poco a poco se sintió más y más desplazada de aquello que antes tan feliz y completa la dejara. Poco a poco se empezó a asquear de sí misma por esa especie de “furor puterino” que la entrara, pues comenzó a sentirse eso, “puterina”… Y el incipiente asco hacia el “Terminator”, y todavía más a su “Terminatrix”, se le fue haciendo más y más insoportable, hasta acabar resultándole más que repelente.

¿Qué le ocurría a Sandra?... ¿Por qué ese cambio tan radical en su escala de valores eróticos, que no amatorios?... Ana, la tarde de la franqueza, le había preguntado si Paco simplemente la “ponía” o si “eso” era algo más serio. Ella, sinceramente, había respondido que no lo sabía. Pero ahora, meses después, no le cabía duda de que estaba enamorada, y hasta las trancas, de su hermano; que, desde ya, él era el único hombre de su vida, pues era al único que realmente había llegado a amar como mujer.

“Rollos” en su vida, ni se sabe; amor verdadero, ninguno hasta entonces. Paco era el primer hombre que, en verdad, la enamorara; el primero que para ella no significó, sólo, un “cuerpo deseable” y un simple “revolcón” más o menos placentero, sino que, ante todo y sobre todo, lo que la unía a él era sentimiento, amor de verdad. Claro que eso, tampoco obviaba la atracción puramente física y sexual; claro que ansiaba, y como nunca antes además, lo del “revolcón” con su Paco, pero porque en el amor hombre-mujer, en ese amor verdadero, limpio, que puede durar la vida entera, el sexo está implícito como función inseparable del amor, pues sin sexo de por medio el amor se agosta, se muere, como planta que no se cuida y se riega como es debido… Vamos, que al amor, el sexo le es como el agua a la planta, que la mantiene viva, pujante, “per in saecula saeculorum”… Amén

Pero ahí también, en esa cara positiva, estaba su más negra cruz. Hacer material el amor entre ella y Paco, era lo más sencillo del mundo, pues si ella lampaba por acostarse con su hermano, éste no lo deseaba menos que ella, luego con una mínima insinuación por su parte, todo arreglado y ellos dos pareja “in eternum”, pero lo de consumar el incesto la verdad es que la aterraba… Y no por lo que nadie pudiera decir de ellos, que eso, la verdad, la traía al “pairo”, sino por el hecho en sí. De siempre esas relaciones le habían parecido aberrantes, antinaturales… Monstruosas en definitiva, y convertirse ellos dos, Paco y ella misma, en seres así la “tiraba p’atrás” cosa fina. Le parecía tan repugnante o más que meterse en la boca a la “Terminatrix”, cosa que, a esas alturas, casi la hacía vomitar, por más que antes eso para ella fuera algo así como “manjar de dioses”

En fin, y prosiguiendo el relato, diremos que, como bien se dice entre el vulgo, español al menos, “en esta vida todo llega”, con lo que lo que tenía que pasar entre Sandra y “Terminator” también llegó. Fue en una noche de sábado de principios de Mayo, próximas ya las fiestas isidriles. Los gélidos fríos de Diciembre, Enero y Febrero, días y semanas hacía que quedaran atrás, pero las madrugadas todavía eran frescas en demasía, por lo que, como “picadero” ocasional para “desahogos” rápidos y contractuales, el “Terminator” seguía usando su coche.

Sería algo más de la una de la madrugada cuando al “Terminator” se le ocurrió decir a su novia

―Anda nena, vamos al coche, que tengo una urgencia

Al momento a la mente Sandra le vino la imagen de la “Terminatrix” dentro de su boca y ella trasegando cuanto de aquél grifo manara, paso indefectiblemente previo a lo que podríamos definir como “completo” en digamos argot “puterino”. Y al punto le sobrevino una tremenda arcada que de milagro no le hizo soltar por su boca hasta la primera papilla o biberón que su señora madre le suministrara, tal fue el asco que sólo con pensarlo le entró

―Estoy harta de tus guarrerías Juancho; que no soy una puta ni tampoco tu esclava sexual… Déjame en paz, anda …

―¡Eres mi “jay”, y harás lo que yo quiera!…

―¡Yo no soy de nadie, y menos tuya!... ¡Eres un desgraciado sin consideración alguna con nadie; y menos conmigo!... ¿Sabes lo que te digo? Que me das asco y no quiero volver a verte… ¡Si quieres que te la chupen, búscate otra, cerdo!

“Terminator” se empezó a poner violento de verdad, con lo que, poniéndose de pie rojo de ira, aferro con sañuda fuerza a la muchacha por el brazo, en intento de acogotarla sometiéndola así a su voluntad

―¡Tú te irás de mi lado cuando yo lo diga, puta barriobajera! ¡Ahora eres mi “jay” y harás cuanto yo te diga, ¿“capici”? Y si te digo que me la chupes, me la chupas… ¿Entiendes zorra?

―¡Déjame bruto! ¡Me haces daño!... ¡Y que te quede claro; ni soy “tu jay”, como dices, ni tu novia desde ya!... ¿Me has entendido tú a mí? Y si se te ocurre volver a insultarme, te acordarás de mí… Te lo juro…

“Terminator” no la soltó, pero sí que con la otra mano, la izquierda, la arreó un revés demoledor que la hizo rodar por el suelo, sangrando por el labio que el tremendo trallazo le partió. Al momento, una mano que a “Terminator” se le antojó de hierro le agarró por detrás del cuello de la camisa y casi levantándole del suelo le lanzó hacia atrás, haciéndole trastabillar hasta casi dar con su pesada humanidad por el santo suelo. Pero no cayó porque es misma mano le sostuvo, medio atontado ya, y al punto sintió como si una especie de martillo pilón se estrellaba contra su nariz aplastándola y partiéndosela, con lo que esta vez sí que cayó desplomado en el suelo, sangrando por la nariz como cerdo acuchillado

Al instante Paco, pues su puño fue el “martillo pilón”, se inclinó sobre su hermana ayudándola a levantarse, al tiempo que solícito la abrazaba y le besaba las mejillas, la frente, el pelo

―Ya pasó Sandra; ya pasó. No llores hermanita querida… No pasa nada, cariño… “Ese” no volverá a molestarte…

Sandra seguía llorando desconsolada, pero se abrazó a su defensor buscando en él apoyo y consuelo. Del brazo de su hermano, Sandra se dirigió hacia la salida del local y, dócil cual corderita, se dejó llevar por su hermano hasta la salida y de allí a casa, en un taxis que los dejó a la puerta.

Sandra estaba algo mareada. Las emociones del día con el enfrentamiento con “Terminator”, su tremenda bofetada de revés, y los algo generosos cubatas más algún “chupito” que otro…Todo contribuía a que Sandra estuviese un tanto mareada y, sobre todo, desorientada. Paco, sosteniéndola servicial, abrió la puerta y la metió en casa.

Ya dentro la llevó a su cuarto, la sentó a los pies de la cama, de espaldas al cabecero, y como primera providencia la liberó de aquellos zapatos de increíble tacón alto que le tenían molidos los pies; luego le llegó el turo a la blusita, anudada por encima de ombligo, con lo que su vientre terso, límpido, resplandecía esplendorosamente. Por finales la libró de aquella mínima faldita que luciera esa noche, tan exigua que apenas podría tildársela de minifalda, pues más parecía faldón de camiseta pelín larga.

―¡Hala hermanita; lista para darte una ducha calentita!… Y si en vez de ducharte te metes en la bañera, con agua semi caliente, sales relajantes a barullo y te quedas allí, tranquila, disfrutando de la molicie, un rato no muy pequeño, nuevecita te quedas… ¡Y no veas lo “a pierna suelta” que duermes!

―Ya Paco, pero, ¿sabes? No me apetece levantarme… No puedo; de verdad Paquito, hermanito querido… No puedo ni siquiera menearme… ¡Estoy rota, hermanito, cariño mío!

―¡Vale Sandrita, cariño!… ¡¡¡Lo más bonito que nunca pariera madre alguna!!!...

Paco volvió a besarla en las mejillas, en el pelo, con dulzura inmensa, al tiempo que con no menor ternura la acariciaba el rostro y el pelo. Sandra se sentía en la Gloria ante la cariñosa ternura de su hermano; ante ese cariño que en ella ponía que podría denominarse veneración cuasi religiosa, pues si acariciara el rostro de una Virgen, de la VIRGEN por excelencia, más veneración, una veneración rayana en la adoración, no pondría.

Y Sandra, ante esas manifestaciones de infinito cariño con que su hermano la distinguía, más feliz, más gozosa, no podía estar. Porque de sobra sabía que ese cariño no era sólo el hermano quien se lo tributaba, que también, indudablemente, sino también el hombre que su hermano era. Y eso la llenaba de dicha

Paco dejó de acariciarla para intentar erguirse de sobre la cama, donde junto a su hermana se ubicara, al tiempo que le decía

―¡Venga Sandra; no seas “vagoneta” (familiarmente, vaga)!... Levántate, ponte el pijama y métete en la cama. Te traigo un vaso de leche calentita… ¡Y un Paracetamol, que bien creo que lo necesitas! Ya verás qué ricamente duermes… ¡A pata libre!...

Paco siguió con su intención de levantarse para ir a la cocina a preparar el prometido vaso de leche, pero Sandra le retuvo por la pernera del pantalón

―Paquito, cariño; de verdad que no puedo ni moverme… Anda hermanito, sé bueno con tu Sandrita y llévame tú a la cama… ¡De verdad, que si me pongo de pie me voy al suelo del tirón!...

Paco se detuvo y, mostrando un mohín de enfado que ni por soñación sentía, asintió, como diciendo “¡A la fuerza ahorcan!”, otra comedia como una casa, diciendo mientras se dirigía al cabecero de la cama, que no a  los pies, que es donde su hermana estaba

― ¡Vale, holgazana!... ¡Que das más guerra que un hijo tonto!...

Paco retiró la colcha de la cama y la abrió, separando la sábana y manta de arriba de la sábana bajera. Luego fue donde Sandra estaba. Ella le tendió los brazos para que él la tomara en vilo, con lo que, mientras con una mano sostenía el tronco de Sandra, tomándola por la presilla que cerraba el sujetador, con la otra sostenía el respingón culito de la muchacha. Esa mano, en contacto con la parte de la anatomía de su hermana que más le electrizaba, que ya era decir, pues todo el ser de Sandra le volvía loco, le ardía con tal contacto. La depositó por fin en la cama abierta y le dijo

―Vamos a ver, pedazo de gandula, ¿dónde tienes el pijama?

―Ahora no uso pijama, sino camisón; está en la cómoda, en el cajón de arriba, a la derecha

Paco abrió ese cajón y, efectivamente, allí estaba un camisoncito la mar de liviano pues estaba confeccionado en algo que si no era seda se le parecía cual gota de agua a otra se parecían. Le tomó en sus manos y se lo pasó a su hermana. Luego salió de la habitación rumbo a la cocina por lo del vaso de leche. En pocos minutos estaba de regreso, con el vaso de leche, bien calentita, y la pastilla de analgésico.

Sandra se incorporó en la cama hasta quedar sentada, con todo el torso al descubierto, velado por el cuerpo del camisoncito, sujeto a sus hombros por sendas tiras, casi cintas más bien, del delicado tejido que lo constituía. Se tomó el analgésico y a continuación la leche en cortos sorbos intermitentes.

―La leche está estupenda, Paquito… Gracias enano… Sí; creo que me hacía falta algo así… ¡Qué bueno eres conmigo Paco!… ¡Cómo me mimas!... ¿Sabes Paco?... Lo necesitaba… Necesitaba tus mimos… Tu cariño… Ese tremendo cariño que me tienes… Paco, no… No sabes cuánto te quiero… En realidad, creo que eres lo único que tengo… Bueno, tú y mamá… Y, ¿sabes también otra cosa?... Que más tú que mamá…

Sandra por fin terminó el vaso de leche y Paco, que se había sentado en la cama a su lado, se levantó haciendo que se introdujera bien entre las sábanas, arropándola con enorme ternura. Por finales, la besó en la frente mientras la mano le acariciaba el pelo y se irguió dirigiéndose hacia la puerta, tras desearle dulce descanso. Pero entonces…

―¡No te vayas Paco!... ¡No me dejes sola, por favor!

Paco se detuvo en seco. Se volvió hacia ella, y de nuevo la vio incorporada en la cama, casi sentada… Y con la súplica pintada, clarísimamente, en su rostro… En sus ojos… Volvió junto a ella, y de nuevo se sentó a su lado; y, otra vez, volvió a acariciarla con toda esa ternura y cariño con que siempre se dirigía a ella y la trataba

―Pero tontina, no querrás que me quede aquí toda la noche… Tienes que dormir… Tenemos que dormir los dos

―Duerme conmigo Paco… Porfa, porfa, hermanito… Como cuando éramos chicos… Como cuando papá murió… ¿Te acuerdas?... Me daba miedo dormir sola y me iba a tu cuarto a dormir… Paco, te lo juro si quieres… Te necesito… Necesito que duermas conmigo… Que me abraces como entonces… Que me acojas entre tus brazos como entonces me acogías… ¿Te acuerdas?... Me calmaba… Me calmaba el sentirte a mi lado… Pegadito a mí… Te necesito Paco… Necesito que me acunes como entonces hacías…

Sí, ya lo creo que Paco recordaba aquellos tiempos, cuando Sandra tantas noches, casi todas en la práctica, irrumpía en su habitación, temblorosa, casi a punto de llorar muchas veces, pidiéndole que la acogiera en su cama para dormir con él en la mayor de las inocencias infantiles. Pero es que entonces él contaba entre  ocho y diez años y Sandra doce-catorce… Por entonces y casi podría decirse que de casi siempre y hasta incluso hoy día, en muchos aspectos, el mayor de los dos parecía ser él y ella la “baby”

―Pero Sandra, cariño… Entonces éramos niños y ahora… Yo, un hombre, y no de palo, precisamente, y tú… ¡Tú eres la mujer más esplendorosa, más bella y deseable que conozco!...

Aquello último a Paco le había salido de lo más hondo de su alma. Pero Sandra siguió mirándole con aquél mismo gesto implorante con que antes le mirara, y aquello a Paco le desarmaba. Sandra, desde bien pequeñitos los dos, había sido la debilidad de Paco y de siempre incapaz de negarse a cuanto ella le pidiera. Pero ahora las cosas eran diferentes, pues a Paco le aterraba atentar contra su hermana, y si se metía en la cama con ella, la verdad, en absoluto se fiaba de sí mismo. Pero Sandra seguía en sus trece

―Porfa, Paquito, porfa… Hoy solo Paco; hoy solo… Te lo prometo… Te necesito Paco… Te lo prometo; te lo juro si quieres… Duerme conmigo, por favor…

―Pero… Pero Sandra… Ni siquiera tengo aquí el pijama…

―Y qué más da, Paquito… Tienes el calzoncillo… Y la camiseta… Qué más da que duermas con eso solo o con pijama…

Paco estaba pasando el peor rato de su vida. Dormir… Vamos, acostarse, meterse en la cama con su hermana era todo un sueño para él… Pero un sueño imposible… Irrealizable, lo mirara como lo mirase… Y su hermana le estaba ofreciendo ahora la materialización de tal sueño en bandeja… Sólo que no en la forma que él anhelaba… Su cuerpo, su masculina naturaleza y sus anhelos de hombre enamorado hasta las cachas de la mujer que Sandra era le requerían a consentir en lo que su hermana le solicitaba, y luego…ya se vería... Pero su mente de ser humano, racional, capaz de distinguir entre el bien y el mal y, por ende, de dominar o canalizar por vías correctas el puro instinto animal que también en nosotros impera como los organismos biológicos elementales que también somos, más el sincero cariño de hermano que Sandra le inspiraba, pugnaban por imponerse al otro anhelo…

Y por fin, cayó ante las súplicas de su hermana, más si cabe por ese mismo cariño fraterno que le impelía a no negarle nada a Sandra… A hacer siempre, por finales, lo que ella quería más que por las demandas de su ser de macho, biológico y humano, con lo que acabó por sentarse en el borde de la cama y comenzar a descalzarse, primero de zapatos, luego de calcetines, para después despojarse de la camisa y el pantalón, hasta quedar solo con el calzoncillo,amplio, con abertura frontal, pues camiseta no solía usar.

Se metió en la cama y Sandra le acogió con un besito en la mejilla y un “Gracias hermanito”, mientras se daba la vuelta, poniéndose de espaldas a él, aunque reteniendo entre las suyas una mano de Paco, que se la pasó por la cintura hasta hacerla descansar en su vientre

Paco, que notaba cómo su virilidad había reaccionado, por su cuenta y riesgo, al solo hecho de entrar en la cama de Sandra, luciendo, de golpe y porrascazo, en su más brioso esplendor, trató de mantenerse más bien alejado de su hermana… De ese culo que era casi su obsesión de macho humano, y que ahora sabía desnudo por entero, pues el camisoncito que su hermana vistiera, por efectos de los movimientos de la muchacha en la cama, se le había subido hasta casi la cintura.

Pero hete aquí que la chica por esa labor más bien que no estaba, pues decidida reculó hacia él buscando el casi íntimo contacto, al tiempo que le pedía

―Abrázame hermanito… Muy, muy fuerte… Pégate a mí, por favor… Acógeme entre tus brazos como entonces, cuando éramos niños…

Pero Paco de niño nada tenía ya, sino que era un hombre, y no, precisamente, de palo, menos aún, de “fierro”, cosa que su más que erguida virilidad autenticaba. De manera, que si antes le pareciera estar pasando el peor momento de su vida, ahora era pura tortura lo que sentía.

Mas no olvidemos tampoco a Sandra, y la tragedia que también en su interior empezaba a desarrollarse. En su querencia de que Paco se acostara, durmiera a su vera, segundas intenciones no hubo ni por lo más remoto. Cuando su padre murió ella calló en una semi depresión que en las noches se aguzaba pues se sentía sola, desamparada y temerosa en su cuarto, en su cama, por lo que buscaba cobijo y protección en el niño que era su hermano.

Aquella noche, tras el bofetón que “Terminator” le propinó se sintió poco más o menos como en aquellos entonces se sentía, pues la agresión de su novio la hundió, casi perdida su propia estimación ante la humillación a que éste la sometiera, pegándole así ante todo el Morocco. Y su hermano volvió a ser aquel antiguo pañuelo de lágrimas que antaño fuera, haciéndola recobrar un poco de confianza en sí misma. Por eso, cuando se vio en el trance de dormir sola, volvió a acudir al viejo refugio que Paco era para ella

Pero como su hermano dijera, ya no eran aquellos dos niños inocentes, y si cuando Sandra pidióa su hermano que se acostara con ella en ello no hubo malicia alguna, ahora, al tiempo de tenerle a su espalda, tan pegadito a ella y, sobre todo, al sentir en su retaguardia el ariete de Paco en todo su esplendor, rozándole el culito una y otra vez, de Sandra se empezaron a apoderar unas “ganazas” que para ella se quedaban.

La tortura de Sandra, según se mire, fue aun peor que la de su hermano Paco, pues se dice que “el miedo guarda la viña”, y en su renuncia al amor de Sandra su rechazo a herirla en sus sentimientos si la  presionaba, y no digamos si violentara su voluntad, pesaba bastante más que el temor. Pero en Sandra nada de esto se daba, pues de sobras sabía que su hermano compartía sus mismos deseos de amor materializado en el sexo, por lo que su renuncia a disfrutar del amor de su hermano era de absoluta voluntad propia fundamentada en su particular conciencia del bien y del mal

De modo que la lucha que en esos momentos libraba en su interior entre su natural deseo de mujer enamorada que, decididamente, pugnaba por hacer realidad el deseo de compartir la vida con su hermano Paco hasta el fin de sus vidas en pareja de marido y mujer, y lo que su natural conciencia de lo que estaba bien y lo que decía que no debía hacer, fue tremenda, haciéndola pasar los males del Infierno.

Pero hete aquí que en esta disyuntiva imperó el diablillo sobre el angelito de las viñetas de comics, por lo que sus anhelos de mujer enamorada acabaron por imponerse a lo que su conciencia reclamaba que hiciera. Y, lanzada ya a consumar sus deseos de amor con su hermano Paco, inició una estrategia un tanto ambigua, pues su inicial objetivo era hacer saltar a su hermano sobre ella; vamos, que fuera quien por finales tomara la iniciativa.

Así, lo que hizo fue ir reculando algo así como con sigilo a fin de que su desnudo culito hiciera algo más que rozar la briosa virilidad de su inocente hermano, “incentivando” así la libido de Paco. Efectivamente, ese pompis que a Paco volvía loco, avanzó al modo de los cangrejos, hacia atrás, hasta empujar decididamente sobre la más que enhiesta “herramienta” de su hermanito, en sostenida progresión, con lo que el directo contacto culo-“herramienta” fue más y más “in crescendo”, con lo que los males de Paco no fueron en un “crescendo” menor que los culeros enviones, en una diabólica mezcla de placer casi supino y tremenda alarma.

Pero ahí no quedó la cosa; qué va, pues la siguiente tortura a que Sandrita sometió a su pobre hermano, fue una serie de restregones de arriba abajo intercalados con una especie de rotaciones más parecidas a orbitales que circulares, que rompieron en Paco todos sus esquemas. ¿Qué se dijo de corazones galopando desenfrenados, que me río yo de las galopadas de caballos desbocados?... ¿Qué se dijo de asfixiantes nudos en la garganta?... ¿Qué se dijo de tensiones despendoladas a 25-30 pulsaciones o lo que sea?... Paparruchas… Paparruchas y solo eso… Fruslerías de andar por casa, si comparamos todo eso con el estado semiagónico en que el pobre Paco se sumía casi más por segundos que minutos.

La cosa es que ante Paco se empezaron a perfilar dos opciones en el más que inmediato futuro, de a ver cuál más ominosa y nefanda de las dos: Perecer a correo seguido de fulminante infarto, o saltar al momento, cual tigre de Bengala, sobre su “inocente” hermanita, pues a saber por qué se estaba portando de aquella manera, en verdad un tanto golfa, que “too hay que decillo”, gritando aquello de “¡¡¡Y aquí las “palmó” Sansón con “toos” los filisteos!!!”, con lo que luego, al probo mancebo que Paco era, no quedaría más camino que abrirse las venas para expiar su desafuero… Vamos, que más aterrador el futuro no podía presentársele: La tumba fría, lo mirara como lo mirase

Pero como tampoco eso era plan, aferróse el mancebo a una especie de clavo ardiendo, suplicando árnica a su “inocente” hermanita, por más que un tanto fresca y voluptuosa

―¡¡¡Sandra, por favor, no me hagas esto!!!

A lo que la “inocente” Sandrita se dijo: “¡Ajá Paquito; al fin picaste el anzuelo!... ¡Ya te tengo, justo, donde yo quería!”

Claro que de que estaba justo donde su hermana quería, el pobrecito Paquito, (¡¡¡Ito, ito, ito, y qué bien que “rimemos” hogaño!!!) no se enteró hasta que Sandrita, con una felicísima sonrisa, por más que también entre triunfal y burlona, se dio la vuelta hacia él y bien acomodada en la cama, junto a él y boca arriba, le besó tierna y fugazmente los labios mientras le acariciaba mejillas y pelo diciéndole luego

―Paquito, lo sé todo…

“Paquito”, a cuadros ya casi y cada vez más “cencerro” (Despistado, loco.- Por el dicho español, “Más loco que un cencerro”) se dijo entonces: “¡La Mare de Deu!... Y, ¿qué diablos sabe ésta?... Pero Sandrita siguió hablando

―Sé que te mueres por mis “entretelas”… Vamos que andas “loquito” por tu hermanita… ¡Y no como hermano, precisamente!... Ja, ja, ja… ¡No pongas esa cara, Paquito!... Me lo contó Ana… Tú se lo dijiste, ¿no?

Y “Paquito” pensaba: “Malditas sean, mil y una veces, las mujeres cotillas. “Brase” visto la Ana y la que ha liao”. Sandra seguía riendo, y “Paquito” estaba más que seguro que era de él de quién se reía, castigándole con la “befa y el ludibrio” más onerosos… vamos, que ya ni lo de “Trágame tierra” le servía, más “corrido” que la liebre de los canódromos, en las carreras de galgos.

Pero si “Paquito” pensaba que la gota había ya colmado el vaso, pues se equivocaba de medio a medio, pues lo más “duro” todavía estaba por venir. Y, por cierto, ese “más duro” llegó a correo seguido de las risas de Sandra, pues de inmediato se irguió medianamente en la cama y el camisoncito de inmediato se fue a hacer puñetas pues Sandra, sacándoselo por la cabeza, lo mandó al santo suelo de la más displicente de las maneras, para de inmediato volverse a meter entre las sábanas, toda ella desnudita, para arrimarse como una lapa a su,a esas alturas, casi aterrado hermano. Le volvió a besar, le volvió a acariciar, mientras con la más dulce y sensual forma de hablar, aunque más acertado sería decir que al oído le musitaba, para decirle

―Sí hermanito; sé lo terriblemente enamorado que estás de mí… ¡Pedazo de golfo!... Pero, ¿sabes una cosa, cariño mío? Que también yo estoy tan enamorada de ti como tú de mí… Paco, para mí lo eres todo: Mi amor, mi vida… Contigo lo tengo todo; sin ti, nada tengo, nada soy… Ni la vida la quiero, amor mío…

Paco seguía callado y con la cabeza echa una barahúnda de aquí te espero… “¿Esto es cierto?”... “¿Lo estoy viviendo o…estoy soñando?” se repetía una y otra vez el pobre Paco, pues lo que oía era tan… Tan… ¿Tan qué?... Ni palabras encontraba para nombrar la tremenda dicha que le embargaba, aunque, como las espinas son inherentes a las rosas, la duda, la inseguridad, el miedo a que eso no fuera real, malograba la dicha que también desbordaba su corazón

―Sandra, dime por favor ¿es esto cierto, o estoy soñando?

Y Sandra volvió a reír más burlonamente aún, si ello cupiera, que antes. Esta nueva risita, al pronto volvió a sentarle peor que mal, pero tal sensación puede que apenas si se diera por algún segundo que otro, pues casi que de inmediato la anuló el grito de dolor que Paco soltó cundo su hermanita, tras besarle de nuevo en la boca con toda ternura, trocó la dulzura del beso por el antropófago mordisco que le arreó en el labio inferior, que hasta se lo taladró haciendo que fluyera por allí la sangre, si no a raudales, pues al río no llegó, sí en algo más que unas tenues gotas

―Hermanito, cariño… ¿Te parece que el mordisco que te he dado ha sido en sueños?

―¡La madre que te…!

Sandrita seguía riendo que se las pelaba, y Paquito, algo más que dolorido, se decía oyéndola: “¡La madre que te parió, que es la mía, y el Dios que te emboquilló, mardecía!”

―Anda hermanito, no te enfurruñes conmigo, que tampoco es para tanto…

―¡Que no es para tanto, endemoniá, y casi me arrancas un cacho carne!...

Pero entonces Sandra enmendó el entuerto pegándole un “morreo” al Paquito de los que hacen época

―¿Te encuentras ya mejor, hermanito, cariño mío…amor mío?

¡La madre que parió a Paneque! como tan a menudo suele exclamar el autor, vaya usted a saber por qué; ya lo creo que “Paquito” se encontraba mejor; vamos, en la estratosfera casi, tras el “tratamiento de urgencia” que su adorada hermana acababa de dispensarle

―Entonces… Entonces… ¿De verdad me quieres?

―¡Pues claro que sí, hermanito tonto!… O no; no te quiero; te adoro hermano… Me muero por ti… Por tenerte… Por ser tuya y que tú seas mío… Ámame hermanito… Quiéreme… Hazme tuya, hermano… Hazme tu mujer; tu hembra… Tu yegua, vida mía…

Paco todavía no sabía si creerse aquello, tan maravilloso le parecía, y de nuevo fue Sandra quien tomó la iniciativa cuando, echándole los brazos al cuello y lo que siguió más bien que desbordaba al más monumental “morreo” de ni se sabe la tira de años de historia del “morreamiento” King Sice. Pero es que ahí no se quedó la cosa, sino que la hermanita, muy a sus expensas, agarró la manita tonta de su hermanito y se la llevó, ni más ni menos que a las “chiches”

―Acaríciamelas amor; las tetitas Los pezoncitos ¿Te gustan, mi amor, hermanito mío? ¿Te gusta el cuerpo de tu hermanita? ¿Es…es como esperabas…o…o te he defraudado?...

―¡Sandra! ¡Sandrita, hermana mía! ¡Qué…qué pedazo de mujer que eres! ¡Una diosa; una diosa del Olimpo de Venus! ¡La definitiva diosa del amor! ¡La MUJER por antonomasia!

Paco, al pie de la letra, complació a su hermana, de modo que a las yemas de los dedos las relevaron en sus caricias los labios y la lengua del hombre, besando, lamiendo, chupando senos y pezones, interviniendo también los dientes que mordisquearon no solo los pezones de los pechos femeninos, sino también el lóbulo de las orejas de Sandra. Con todo ello, el gozoso disfrute de la muchacha fue incrementándose en un sostenido “crescendo” que la llevaba al Nirvana absoluto, lo que significó que en no demasiados minutos la caldera de su pasión estuviera a punto de estallar

―¡Paquito, hermano, cariño mío, no puedo más! ¡Te necesito amor; te necesito dentro de mí! ¡Métemela, mi amor; métemela!...

Paco, obediente del mejor de los grados, se dispuso a complacer a su hermana, amagando con bajarse la única prenda que todavía vestía, el calzoncillo, pero al instante Sandra le detuvo

―¡Espera, espera Paco! Quisiera… Quisiera quitártelos yo… Y, si no te importa, empezar yo encima…

―Desde luego que no me importa

Respondió Paco mientras abandonaba su posición, más o menos de rodillas entre las piernas de su hermana, para acomodarse en la cama, tumbado enteramente y boca arriba

―Aquí me tienes cariño, dueña mía, a tu disposición; haz conmigo lo que más te plazca

Sandra, esbozando una sonrisa entre pícara y feliz se encaramó a horcajadas sobre su hermano. Se inclinó sobre él y besándole, le musitó bastante más que le habló

―Gracias por ser tan bueno conmigo Paquito, hermano mío… Cariño mío

Seguidamente, se bajó hasta situarse a la altura de las rodillas de él y con las dos manos empezó a bajar hacia abajo la única prenda que aún cubría la desnudez de Paco; lo hacía lentamente, como si quisiera que aquello constituyera una especie de involuntario estriptís de su hermano, hasta que por fin surgió la virilidad de Paco… Erguida, briosa, desafiante… En todo su esplendor… Cimbreante, “pidiendo guerra” casi a gritos de lo ostensible que resultaba el reto

Sandra se quedó mirando “aquello”, absorta, casi embobada…

―Es… Es… ¡Preciosa, Paco!... ¡Preciosa!...

Sandra llevó su mano derecha hacia la “preciosidad” hasta tocarla con la punta de tres de sus dedos, índice, corazón y anular, dejando que se deslizaran a lo largo de aquél tallo, de arriba abajo, sin casi ni rozarlo. Era veneración cuasi religiosa lo que mostraba hacia la “preciosidad”, mientras inconscientemente, sin casi darse cuenta de ello, su más genuinamente femenina intimidad se le inundaba de flujo lubricante que preparaban a la femenina intimidad, alistándola para el inminente “combate” que se avecinaba a pasos agigantados

―Sí Paco, sí… ¡Preciosa, preciosa, preciosa!... ¡Me encanta; me encanta Paco!... ¡Me encanta!

Los dos restantes dedos de la mano, pulgar y meñique, se habían sumado a la caricia, con lo que la “preciosidad” quedaba más o menos envuelta por la mano, aunque todavía lo único que se hacía tangible en la caricia eran las yemas de los dedos, que seguían sin atreverse a establecer un más íntimo contacto con el varonil miembro, pues todavía se limitaban a deslizarse suavemente a través de aquél tallo, casi apenas rozándolo, de arriba abajo, de abajo arriba

Por fin, en una de esas ocasiones en que los dedos quedaron en la parte más baja, en el nacimiento mismo de esa barra de carne que más parecía de hierro, acero o piedra; esa especie de mástil de bandera o lanza de caballería, solo que, digamos, en miniatura… Bueno, pues en tal ocasiónel camino de vuelta hacia la cumbre, aquella “cabecita” o “cabezota”, según se mire, brillante, desnuda, poderosa, no fueron los dedos los que lo hicieron, sino la lengua de Sandra que, golosa, subió hacia arriba, lamiendo e impregnando de saliva todo el trayecto hasta el objetivo final del viaje, la “cabecita” o “cabezota”

Una vez allí, la lengua se aplicó, juguetona, a hacer los “honores” al objetivo del viaje en todo lo alto, circundando con la puntita el orificio que hacia el centro de la “cabeza”, “cabecita” o “cabezota”,  aparecía y aparece en toda “cabeza”, “cabecita” o “cabezota” que se precie, alternando las rotaciones con besitos tiernos. Pero parece que Sandra, en un momento dado, se cansó de aquél juego y, sin pensárselo dos veces, se metió en su boquita la “preciosidad”, introduciéndosela hasta el fondo y sin sentir asco o arcada alguna, pues era de ver el entusiasmo que la hermanita ponía chupando aquello cual si fuera polo de hielo o caramelo de palo, bien grandote

Pero también de aquello pronto se cansó Sandra pues sus necesidades, sus ansias de mujer iban por otros derroteros, de manera que, liberando su boca del cuerpo invasor, irguió su torso mientras reptaba hacia arriba alcanzando así la idónea posición para poder situar la “preciosidad” justo donde la quería, en la mismísima entrada al “sancta sanctorum” de su genuina intimidad de mujer, pasados ya los repliegues que habitualmente la velaban del exterior, gruesos y vivamente rojos en aquél momento merced a la cantidad de sangre que su naturaleza de mujer había concentrado allí, incentivada por sus femeninas ansias de placer

Con tranquilidad, parsimoniosamente fue dejándose caer sobre la “preciosidad”, como saboreando el momento, introduciéndosela más y más en su “sancta sanctorum” hasta sentirse totalmente llena; hasta sentir el ansiado cuerpo invasor hasta lo más hondo de sus entrañas. A lo largo de aquél proceso Sandra había gemido de gusto más o menos intermitentemente, pero cuando todo quedó culminado, consumado, lanzó un suspiro de entre alivio y placer, precursor del inicio de los movimientos propios de la sensual danza de Eros… De Venus…

Entonces sus caderas iniciaron el movimiento de tal danza, adelante atrás, adelante atrás, alternados los enviones con movimientos rotatorios más o menos ovoides… A esa entrega de la mujer, Paco correspondía con toda su alma, los pies firmemente asentados sobre la superficie del lecho y la parte baja del cuerpo, de cintura para abajo más o menos, mantenida en el aire, en vilo, para empujar con todos los bríos que eran posibles

Sandra inició el movimiento de caderas de manera moderada, casi lenta, recreándose en ello, podría decirse que degustándolo, dejando exhalar los primeros verdaderos gemidos de placer entreverados con los primigenios jadeos de gusto arrancados de su pecho por la dicha que de ella se iba apoderando en sostenido “crescendo”,  que le arrancaban más y más  gemidos, jadeos, de dulcísimo placer. Pero enseguida aquél inicial ritmo se fue incrementando haciéndose más y más rápido, a la vez que la dicha y placer de la mujer también iba aumentando consistentemente

―¡Ah, ah, ah!... ¡Me gusta Paco; me gusta!... ¡Ah, ah!... ¡Me gusta mucho Paquito, mi amor…hermanito; hermanito mío querido!... ¡Ah, ah, ah!... ¡Ay, ay, ay!... ¿Te gusta?... ¿Te gusta a ti, vida mía?... ¿Eres feliz, mi cielo?... ¡Ah, ah, ay, ay!... ¡Dios, Dios, Dios!...

―¡Sandra!... ¡Sandrita!... ¡Pequeña mía!... ¡Hermanita adorada!... ¡Señor, Señor, y qué feliz que soy!... ¡Qué dichoso que me haces, hermanita!... ¡Te quiero cariño; te adoro Sandra, hermana mía!...

―¡Yo…yo también, Paquito!... ¡Yo también te quiero, amor, Paquito, vida mía!...¡¡¡HERMANITO; HERMANITO MÍO!!!... ¡Ah, ah…ay, ay!... ¿De verdad…de verdad te gusta?... ¡Ay, ay, ay!... ¿De  verdad te sirvo; de verdad soy suficiente mujer para ti, cariño mío?

―¡Sandra, eres la mujer única; la excepcional!... Sandra, amor mío; querida mía, eres la mujer de mi vida… La única que siempre tendré… Hasta el fin de mis días… Y fíjate; aunque llegue el día en que te canses de mí; aunque un día te separes de mí, yo te seguiré siendo fiel mientras viva, pues después de tenerte a ti, nadie, me oyes, nadie, podrá ocupar tu lugar… Nadie llegar a tu altura…

Sandra se movía más y más rápido y los gemidos y jadeos se fueron trocando en gritos y estos en aullidos y alaridos de placer

―¡Ay, ay, ay, mi amor!... ¡Dios mío, Paco!… ¡Me vengo…sí, sí, me vengo; me vengo Paquito!... ¡Ya, ya, ya estoy aquí!... ¡Ag!... ¡Aggg!...

Sí, Sandra acababa de disfrutar del primer orgasmo de aquella su primera noche de amor con su hermano, su hombre… Su marido desde esa primera noche de compartido amor mutuo… Y resultó que aquél orgasmo fue monumental, hasta tal punto que la hermana de Paco estaba segura de que tanta dicha nunca antes la había disfrutado.

Al fin cayó sobre el pecho, el torso, de Paco, destrozada, desmadejada… Inerte, podría decirse. No podía moverse ni, casi, casi, hablar… Pero no estaba, aún, aita de su hombre; realmente deseaba seguir, y seguir y seguir hasta el infinito, pero le resultaba absolutamente imposible hacerlo, pues su cuerpo, sus energías físicas no le respondían Se negaban en rotundo a efectuar un movimiento, un esfuerzo más…

Se Salió de su hermano para tenderse boca arriba en la cama, al tiempo que decía a Paco

―Ven mi amor. Vuelve a entrar en mí; vuélvemela a meter y sigue tú ¡Sigue haciéndomelo, hermanito, amor mío! Todavía no has acabado, cielo mío; anda mi vida, métemela y acaba, cariño mío, mi bien, mi amor… Maridito mío querido…

Paco no estaba tan seguro de hacer caso a su hermana; la veía…como estaba, descuajeringada, rota por completo y pensaba que mejor dejarla descansar un rato… Que se repusiera algo, pero ella no quería que tal fuera así; deseaba con toda su alma que su hermano, su hombre, su marido, disfrutara de ella; que fuera feliz y dichoso con ella, acabando en su interior, como Dios manda. Y es que lo que Sandra sentía por su hermano Paco nunca antes habíalo sentido por ninguno de sus anteriores amantes y novios…

De modo que Paco, por finales, se puso al tajo, reiniciándose así la dulce danza venérea(2) Los minutos fueron pasando con el muchacho mimando por todo lo alto a su hermana, besándola, acariciándola y deslizando en sus oídos tiernísimas palabras colmadas de amor y cariño. Sus manos recorrían la geografía corporal de la muchacha casi en su totalidad, acariciando su rostro, sus senos, su vientre, su pubis, caricias en las que labios y lengua, hasta los dientes si al caso venía, colaboraban, besando, lamiendo, chupando y mordisqueando acá y allá

Así, poco a poco, Sandra fue reviviendo, plena de ansias de ser feliz amando a su hermano, tal y como él la estaba amando a ella y aquella actitud, bastante pasiva con que reiniciara aquella su primera noche de amor con su hermano, con su amor, desapareció sustituida por otra de creciente actividad cuando su cuerpo se fue uniendo a la danza del amor metiendo sus caderas haciendo que impulsaran la pelvis en busca de la de su hermano, hasta sincronizarse perfectamente las dos, avanzado y retrocediendo ambas al unísono.

Y allí fueron de nuevo los gemidos, los jadeos, los gritos de Sandra, hasta que todo se hizo un aquelarre de aullidos de loba, alaridos o rugidos de leona, de tigresa, indicadores de que el volcán que para entonces volvía a ser ella estallaba en parciales y sucesivas erupciones, dos, tal vez tres, hasta que la gran erupción se produjo cuando instantes después de que el volcán que también para esos entonces era Paco, a su vez estallara por todo lo alto, con lo que su “lava” quemó el femenino interior de su hermana, accionando a modo de detonante del “Big Bang” del femenino “vulcanismo”.

Por finales, la calma sucedió a la tormenta, con lo que ambos dos, Sandra y Paco cayeron por fin en el lecho, más que destrozados, desjarretados. Ella, Sandra fue la primera que se quedó sin “fuelle”, por lo que precedió a Paco en la “rendición sin condiciones”, cayendo más que exhausta sobre la sábana, boqueando a mansalva en su intento de llevar aire a sus depauperados pulmones, en tanto Paco en segundos seguía a su hermana, cayendo desfondado sobre ella que, amorosa, le recibió entre sus brazos, sirviendo de almohada a su rostro los senos de Sandra.

A partir de entonces, las cuatro de la madrugada más o menos, el domingo fue transcurriendo por esos derroteros: Momentos de apasionado amor intercalados entre otros de más o menos descanso. A eso de las cuatro de la tarde, doce horas después, se levantaron para hacerse algo de comer, un intermedio entre algo más que un tente en pie y una comida mínimamente en condiciones, para después volver a la cama a proseguir la “faena”.

Casi a las siete “dieron de mano”, pues su madre ya no podía tardar mucho, con lo que arreglaron la habitación, aireándola en lo que cabe, que menuda peste, o dulce aroma, a sexo reinaba en el dormitorio de Sandra; se ducharon, separadamente por imposición de ella, ya que Paco decía que desde ese día debían compartirlo todo, pero su hermanita no estuvo por la cosa, ya que no sabía de quién fiarse menos en último término, si de su hermano o de ella misma, por lo que cuando mamá llegó, cerca ya de las nueve de la noche se encontró con ambos vástagos sentados ante la tele , la mar de separaditos y formalitos…

La señora madre, como era habitual en ella, tan pronto acabó de cenar, se sentó en el salón ante la “tele” o “Caja Tonta”, y en menos que se tarda en decirlo estaba roncando ruidosamente, pues la señora tenía un descanso que más sonoro parecía no poder ser. Entonces, y como también venía siendo habitual, Sandra la despertó para que se fuera a dormir en paz y tranquilidad. Y por fin, tras esperar como media hora a que los ronquidos se afirmaran definitivamente, la muchacha, toda sonriente, tomó de la mano a su hermano-marido y más volando que corriendo se lo llevó a su cuarto, donde Paco durmió con su hermana hasta que el despertador le espabiló a las seis y media de la mañana para ir entonces a su cuarto y cama a esperar que su madre pasara a despertarle a las siete de la mañana para ir al trabajo

Desde entonces así fue transcurriendo el tiempo para ellos; de domingo a jueves, esperando que su madre empezara a roncar en su habitación, señal de que se había dormido profundamente para los dos irse a su vez a dormir juntos en el cuarto de ella hasta las seis y media de la mañana, y de viernes a domingo vivir su amor sin tapujos, pues su madre salía el viernes por la mañana de casa con un maletín con lo imprescindible hasta el domingo y ya no volvía a casa hasta última hora de la tarde de tal día.

Pero sucedió que la paz y tranquilidad de la vida amorosa de los dos hermanos en aquella casa que era la de su madre una noche se truncó. Aunque la señora madre de los muchachos fuera de sueño más que pesado, que ni cañonazo la despertaba, las necesidades fisiológicas no pocas madrugadas la hacían levantar rumbo al baño.

Lo normal era que se limitara a satisfacer tales necesidades para volver de inmediato a la cama sin parar mientes en nada ni en nadie; pero quiso la suerte que una noche, a los veinte días más o menos de que sus hijos emprendieran su nueva vida, la buena señora reparara en que la puerta de la habitación de Paco estaba abierta, y ni corta ni perezosa sr fue para allá a cerrarla. Su sorpresa fue de órdago a la grande cuando se percató de que el cuarto estaba vacío y con la cama incólume, señal segura de que el muchacho allí no se había acostado.

Fue al salón y a la cocina por si su hijo, a saber por qué, estuviere allí sin tampoco encontrarlo. Ya inquieta, desasosegada al no saber ni qué pensar del misterio de la ausencia de Paco, se dirigió al cuarto de Sandra, por si ella supiera algo del asunto. Y allí fue Troya, cuando los descubrió a los dos, abrazaditos, desnuditos y encamaditos, pues bien a las claras dedujo lo que entre sus dos vástagos mediaba.

Conclusión; que aquella misma noche Paco y Sandra salieron de la materna casa casi, casi, que con lo puesto, para nunca más volver a ella.

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Al iniciarse el aún balbuciente año 2013, hace ya algo más de diez desde que Paco y Sandra salieran de la casa y la vida de su madre, siendo ahora una pareja más que feliz, tremendamente dichosa merced al gran amor que se profesan, amor que les ha donado sus primeros frutos en los tres hijos que hasta ahora tienen.

Habitan unpueblecito más pequeño que grande del interior de la provincia de Murcia, más o menos en la plenitud de su feraz y hermosa huerta, donde Paco dirige un taller mecánico de su propiedad que les da para algo más que vivir sin apuros, donde arribó la pareja tras andar dando tumbos de acá para allá a lo largo de tres años, más largos que cortos, pues aquellos primeros inicios de vida en común no resultaron nada fáciles, luchando a brazo partido con una vida que se empecinaba en mostrarles sólo su cara más amarga. Pero ellos no cejaron en su empeño de abrirse camino contra viento y marea por sí mismos, pero más por el primer fruto de su amor que les llegó a los diez meses, más o menos de separarse de su madre.

Trabajaron los dos en cuanto buenamente les salía, fuera lo que fuera, hasta que, finalmente, y ya en la tierra murciana, en una de sus grandes ciudades, Cieza, la vida pareció empezar a sonreírles, pues los dos encontraron empleos adaptados a su profesión original, Sandra en un salón de peluquería y Paco en un taller mecánico. La muchacha fue lo suficientemente sabia para saber atender su casa en forma que nunca faltara nada importante pero, menos aún, gastar ni un céntimo de más de lo enteramente preciso, base del milagro del ahorro familiar que les permitió montar el actual taller y, más adelante, adquirir vivienda propia en el mismo pueblo

Allí, pasaban por una pareja más, como todas las demás, siendo además de lo más apreciado la pareja de “forasteros” que un día por allí arribaran. Lógico que, en el centro escolar y la guardería donde llevaban a sus hijos, extrañara el hecho de que, invariablemente, los chicos aparecieran en el libro de familia que su madre presentaba para la inscripción de los pequeños, como hijos de madre soltera, sin mencionar para nada al padre mas como “Doctores Tiene la Santa Madre Iglesia que sabrán responderle mejor que yo”, las autoridades de los centros escolares acababan por encogerse de hombros, ignorando tal rareza, pues como también suele decirse, al menos en este santo país que es España, “Más sabe el loco en su casa que el cuerdo en la ajena”

Por finales tampoco estará de más decir que, a la vejez viruelas, su señora mamá, al cabo de aquellos algo más de diez años, se le ocurrió volver sus ojos hacia aquellos dos hijos que ella un día aventara de su vida. Tal vez fuera que los diez años transcurridos desde entonces se le hicieran ya demasiado largos o que la soledad en que desde entonces se sumió su vida, pues poco a poco ella misma empezó a marginarse de todo cuanto la rodeaba, tal vez porque, a pesar de todos los pesares, se sintiera demasiado triste, pues una madre, comúnmente, siempre es eso, madre ante todo y sobre todo.

Pero es que, además, sus hijos tampoco dejaron de ser buenos hijos de ella, en especial Sandra que, incansable, le enviaba noticias de ellos, de  sus nietos, según éstos fueron naciendo, ingresando en guarderías y colegios etc. Nunca obtenía respuesta materna, pero ella seguía y seguía, como el “Felipito Tacatún”de la Televisión Española de los años 70, informando a su madre de cuanto pensaba podría interesar a la buena señora

Y así pasó que un día de Diciembre del 2011 Paco y Sandra se quedaron de una pieza cuando recibieron una llamada telefónica de su madre en la que, casi ahogándose por la emoción y, cómo no, la inseguridad ante lo que sus hijos le pudieran decir. Y es que la señora les pedía que la acogieran con ellos durante las inminentes Navidades.

Como era natural, Paco y Sandra acogieron en su casa a su madre con el mejor ánimo y las más cariñosas atenciones. La abuela conoció entonces a sus nietos y se maravilló también de la forma, cariñosa y abierta, en que se acercaban a ella, lo que bien denotaba que sus hijos, los padres de sus nietos, en nada los habían predispuesto contra ella… Y qué queréis, sino que la mujer lloraba a lágrima viva, y no de pena sino de alegría, agradecimiento y, muy especialmente, de arrepentimiento por no haberles sabido comprender en su momento

Acabaron aquellas navidades y la madre y abuela volvió a su casa en Madrid, pero desde entonces el contacto con sus hijos y nietos ya no cesó; incluso, se compró un ordenador, un P.C, para conectarse con ellos vía Internet, “webcam” incursa para poderlos ver, en especial a los pequeños que, como no podía ser de otra forma, pasaron a ser “las niñas de sus ojos”

Y como era de esperar la buena señora acabó por irse con sus hijos a aquél pueblo murciano donde ellos residían hacia Julio del 2012. Vendió su casa de Madrid, invirtiendo el dinero en el negocio de su hijo que acababa de lograr la concesión de una importante firma automovilística entrando así de lleno en el sector del automóvil como vendedor y distribuidor

Y colorín colorado, esta historia ha terminado; como a mí me gusta que las historias de amor terminen, con lo de “Fueron felices y comieron perdices” pues ya sabemos que lo de “Se casaron” no pudo ser por razones obvias, aunque si lo miramos con un poco de lo que debe tenerse hacia todo el mundo, respeto, puede que concluyamos con que estos dos hermanos estaban más casados que cantidad de parejas que cuentan con cuantos “papeles” resultan necesarios para el legal “casorio”, pero en nada de tiempo cada cual anda por sus respetos, sin importarle un bledo quien meses antes era su pareja ideal… 

Para finalizar, estimado lector, desear que el relato te haya gustado; y, de ser así, recordarte que todo autor se siente la mar de complacido y agradecido lo mismo a los comentarios que gustes hacer al relato, como a la calificación que te merezca

 

EN FIN, HASTA SIEMPRE AMIGOS

 

NOTAS AL TEXTO

  1. El autor quiso nombrar la parte más noble del cuerpecito serrano de Juancho/“Terminator” con el  femenino de “Terminator”; pero como, la verdad, de las normas por las que, según la Lengua de Shakespeare, debe formarse el femenino de los nombres, propios o comunes, más bien que ni “pastelera” idea, y lo que resulta peor, que aún menos le preocupa tamaña sabiduría lingüística, que bastante tiene con intentar manejar medianamente la lengua de Cervantes, pues encontró que lo de “Terminatrix” tal vez no quedara mal, y así fue y lo plantó

  2. Del Diccionario de la RAE (Real Academia Española de la Lengua): Venéreo, a.(Del lat. venerĕus).1.adj. Perteneciente o relativo a la diosaVenusdeleite sexual.

2. adj. Med. Se dice de la enfermedad contagiosa que ordinariamente se contrae por el trato sexual. U. t. c. s. m.

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