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El reencuentro con mi ama

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Llegamos al mismo lugar donde habíamos tenido nuestro primer encuentro tiempo atrás. En esta ocasión estábamos en invierno, todo era distinto al caluroso verano en que le serví en persona por primera vez. Ahora era diferente, nos conocíamos más y cada uno podía calcular las reacciones del otro. Sin embargo, no pude evitar la misma sensación, mezcla de nervios y ansiedad, que la vez anterior. Ella se había mostrado fría y distante conmigo en el trayecto hasta el motel. Yo sabía perfectamente que era su manera de crear el ambiente propicio para un encuentro en el que ella tendría el mando absoluto de la situación.

Llegamos y descendí del coche. Me apresuré a abrir su puerta y caminé tras ella hasta la habitación. Me ordenó desnudarme completamente y esperarle completamente desnudo, de rodillas y con la frente tocando el suelo a los pies de la cama, hasta que saliera del baño. Mi ansiedad seguía creciendo. Estaba deseando servirle y complacerle.

Minutos más tarde sentí como el sonido de sus tacones al caminar se aproximaba a mí. Imaginaba cómo estría vestida, si es que lo estaba, ya que me prohibió mirarle en ningún momento. Mi mirada en su presencia siempre iba dirigida al suelo. Sentí como se sentaba y situaba cada uno de sus pies a mis lados, muy cerca de mi cara. Esperó en esa posición durante unos pocos minutos, que se me hicieron interminables, para aumentar mi ansiedad. Quería jugar con mi deseo para su propio placer.

Al cabo de un rato, sentí como tiraba de mi pelo obligándome a levantar la cabeza. Traté de evitar su mirada pero me obligó a hacerlo. Sus ojos brillaban de deseo sabiéndose la dueña de mi voluntad. De pronto sentí una bofetada, no muy fuerte, forzándome de nuevo a contemplar su cara de satisfacción al verme indefenso ante ella. Me ordenó colocarme a cuatro patas y permitió que contemplara todo su cuerpo durante unos segundos. Aproveché para observar sus zapatos negros de tacón alto y fino, sus medias en forma de rejilla hasta la parte superior de sus muslos y su sujetador también de color negro. Su delicioso coñito estaba oculto tras un tanga, también de color negro.

Estaba ensimismado contemplando su adorable cuerpo, cuando su voz autoritaria me hizo volver a la realidad. Me ordenó lamer sus zapatos. Recorrí con mi lengua cada rincón de ellos, incluidos sus tacones que lamí una y otra vez. Cuando quedó satisfecha, me ordenó recorrer con mi lengua cada uno de los huecos que quedaban entre las redes de sus medias. Al comenzar a hacerlo, sentí cómo sus zapatos aplastaban los dorsos de mis manos, dificultándome la labor, especialmente para lamer la parte trasera de sus piernas.

Cuando hube terminado mi tarea, me dio la orden de quitar sus zapatos con la boca. Para ello, acercó su pie derecho hacia mi boca. Tomé la punta de su tacón entre mis dientes y tirando de él conseguí sacarle el zapato. Acercó la planta de su pie a mi boca y lamí sumisamente su planta, continuando por el arco, su tobillo y el empeine. Repetí la operación con el otro pie. Estaba excitadísimo lamiendo aquellos deliciosos pies, excitación añadida por aquellas medias entre las cuales adoraba enredar mi lengua.

Cuando hube lamido suficientemente sus pies, retiró con uno de ellos mi cara. Mi mirada volvió a quedar fija en el suelo. Sus pies se dirigieron hacia mi cuello. Me acarició esa zona con ellos, siguiendo por mis hombros. Estaba maravillado sintiendo las caricias de sus pies. Bajó con ellos por mis costados, siguiendo por mi estómago y mi vientre. Mi respiración se agitaba sintiendo que bajaba hacia mi zona erógena. Pero ella quería jugar con mi placer, así que sus pies volvieron a subir por mi pecho, deteniéndose en mi cara. Los separó ligeramente de ella, sintiendo al instante como me abofeteaba con la planta de su pie derecho. Repitió la acción cuatro veces más, cada vez un poco más fuerte.

Mi cuerpo se iba acostumbrando a recibir sus castigos, pero ella deseaba combinar dolor con placer, dureza con dulzura. Sabía que era una combinación que me volvía loco, una forma de hacerme pertenecer cada vez más a ella. Sus pies bajaron hasta mis muslos y los acariciaron. Se acercaron lentamente hacia mis ingles. Mi excitación continuaba en aumento. Uno de sus empeines rozó mis testículos una y otra vez, situándome al borde de la locura. Los golpeó suavemente, haciéndome sentir deseo y temor a que aumentara la intensidad de esos golpes. Tomó mi pene entre sus pies, sujetándolo entre sus plantas y comenzó a jugar con él.

Mi excitación estaba al límite, más aún porque me había prohibido correrme en los cinco días anteriores a nuestro encuentro. Lo normal es que hubiera estallado en ese mismo momento. Pero ella sabía que no sería así. En nuestro primer encuentro la mezcla de excitación y nervios me había llevado a correrme dos veces antes de tiempo, por lo que en todo el tiempo que transcurrió desde entonces mi ama me había estado entrenando para aguantar mis orgasmos hasta el preciso instante que ella deseara. En este momento me estaba poniendo a prueba y no le podía fallar. Así que tuve que contener mi deseo hasta el límite de mis fuerzas.

Cuando ella comprobó que mi resistencia comenzaba a debilitarse, abandonó esa deliciosa masturbación.

Satisfecha, se levantó y volvió con un collar que colocó alrededor de mi cuello como recompensa. Había actuado como un buen perrito. Enganchó una correa del collar y tiró de él llevando mi boca a escasos centímetros de su exquisito sexo. Aún recordaba del anterior encuentro su exquisito sabor y su olor delicioso. Me ordenó lamerlo y me apresuré a hacerlo suavemente. Estaba completamente empapado, por lo que tuve la satisfacción de estar complaciéndola y excitándola. Mis labios acariciaron sus labios vaginales. Mi lengua recorrió una y otra vez en sentido vertical su cada vez más hinchado clítoris. Mientras lamía la entrada de su vagina mi nariz se enredaba en su vello púbico. Mi lengua de deslizaba una y otra vez por sus ingles, provocando su deseo de que penetrara en su vagina. Mi boca era mi única arma para contrarrestar su poder con el placer que le otorgaba.

Cuando mi ama se cansó de preliminares, juntó sus pies sobre mi espalda y tomando con fuerza mi cabello me apretó fuerte la cara contra su sexo, aprisionándome contra él. Era una señal calara de que deseaba sentir un orgasmo sin más dilación. Los movimientos de mi boca quedaron muy limitados, no pudiendo hacer más que introducir mi lengua en su vagina. Pude comprobar que era lo que deseaba, puesto que comencé a oír unos leves gemidos. Recorrí con mi lengua las paredes interiores de su vagina, aumentando con ello la intensidad de sus gemidos. Pude comprobar que aumentaba especialmente su excitación al lamer la parte superior, así que intensifiqué la frecuencia de mis lamidas hasta provocar un enorme orgasmo que llenó mi boca de los sabrosos jugos de su placer.

Continué lamiendo hasta que no pudo resistir tanto placer y me alejó de ella bruscamente, dando con mis huesos en el suelo. Quedé tumbado boca arriba y mi ama se levantó una vez repuesta, situándose de pie junto a mí. Recorrió con su pie derecho mi cuerpo, presionando al llegar a mi polla, que estaba dura y excitada. Siguió presionando hasta que notó cómo me retorcía debido al dolor. Hizo lo mismo con mis genitales, provocándome un intenso dolor, que estoy seguro de que le excitó. Siguió jugando con su placer y mi dolor por otras partes de mi cuerpo. Al llegar a mi cuello, pisó hasta poner mi cara congestionada debido al ahogamiento.

Se sentía poderosa viéndome tumbado a sus pies, sometido a ella e indefenso. Tiró de la correa y me llevó hasta la cama, obligándome a subir en ella. Me situó tumbado boca abajo. Tomó una de mis manos y esposó la muñeca a uno de los barrotes de la cabecera. Hizo lo mismo con la otra. Oí cómo se alejaba tras haberse colocado los zapatos. Cuando volvió, sentí un azote en mi espalda, el inconfundible latigazo de una toalla mojada, al igual que en nuestra primera cita. Golpeó repetidamente mi espalda y mi trasero, haciéndome saltar de dolor a cada latigazo.

Cuando cesaron los azotes, noté que subía a la cama, situando sus pies a cada uno de mis costados. Sentí sus tacones hundiéndose en mi espalda, por suerte para mí de manera no excesivamente intensa, pero suficiente para hacerme gemir de dolor. Recorrió así, mi espalda y mis nalgas. Cuando recorrió con su tacón la separación entre ellas, no pude evitar asustarme. La punta de su tacón acariciaba la entrada de mi ano y temí ser penetrado con él. Mis sospechas eran fundadas, puesto que instantes después me sentí perforado por el tacón. Estuvo penetrándome de esa manera hasta que mis gemidos de dolor se fueron transformando gemidos de placer.

Desde luego lo que ella estaba buscando no era mi placer, así que sacó su tacón de mi ano. Me quitó las esposas y me hizo dar la vuelta, volviéndome a esposarme esta vez boca arriba. Abrió un cajón y sacó dos nuevos juegos de esposas, atando con ellas mis pies a la cama, quedando atado en cruz. Se situó sobre mí, rozando con la punta de su vagina mi pene, que en breves instantes alcanzó de nuevo su plenitud. Se lo introdujo y comenzó a cabalgarme lentamente, al tiempo que me recordaba la prohibición de correrme sin su permiso. Cuando no aguantara más debía advertírselo. Siguió cabalgándome y traté de mentalizarme para evitar mi orgasmo, pero mi resistencia iba venciendo.

No tuve más remedio que advertirle a de la inminencia de mi orgasmo, a lo que ella respondió apretando con fuerza la base de mi pene y mis testículos. Sentí un enorme dolor, pero la consecuencia fue que efectivamente mi orgasmo detuvo. Mi ama continuó cabalgándome, cada vez más excitada por su poder sobre mí y al ver mi cara de sufrimiento, en parte al dolor cuando me apretó y por otra parte por mis esfuerzos para no correrme. Siguió cabalgando con más fuerza hasta estallar en un tremendo orgasmo. Sinceramente no sé cómo pude evitar imitarla, quizá fuera el miedo al castigo por la desobediencia, o por el dolor que aún sentía. El caso es que quedó satisfecha con el placer y mi comportamiento.

Desató mis manos y pies, volviendo a colocarme boca abajo, y de nuevo esposando mis manos a la cabecera. Bajó de la cama e instantes después volvió a subir, colocándose detrás de mí. Me obligó a flexionar las piernas y luego a separarlas. Untó una crema alrededor de mi ano y a continuación sentí cómo éste se desgarraba a ser penetrado por un consolador. Las paredes de mi ano ardían conforme se abría paso hacia el fondo. Traté de ahogar mis gritos para no enojar a mi ama, pues sabía que no tendría compasión de mí, y si me resistía podía ser peor. Empecé a sufrir una y otra vez sus acometidas, al tiempo que tiraba de mis caderas hacia ella. Estaba siendo poseído y violado por mi ama.

Poco a poco el sufrimiento fue dando paso al placer. Mi cuerpo se relajó y facilitó la penetración. Ella lo advirtió en inclinó su pecho sobre mi espalda, tomando mi pene con su mano derecha sin dejar de penetrarme. Comprobó lo dura que estaba mi polla y comenzó a masturbarme al tiempo que me follaba. Yo no aguantaba tanto placer y solicité su permiso para correrme, pero me lo negó. No quería desobedecerle, pero no aguantaba más, y si seguía resistiendo pensé que iba a perder el conocimiento, cuando llegó su permiso, más bien su orden, para que me corriera, lo que hice con un tremendo orgasmo como antes jamás había sentido en mi vida.

Mi ama me desató y permitió como premio que me bañara con ella, con el collar puesto. En el jacuzzi se situó de espaldas a mí para que lamiera su ano, lo que hice mientras acariciaba su clítoris con sus dedos. No tardó demasiado en tener un nuevo orgasmo. Se dio la vuelta y acarició mi cuerpo y mi cara con uno de sus pies, mientras el otro presionaba mi polla. Cuando acercó la planta de su pie para que la lamiera, mi polla estaba durísima de nuevo, así que siguió excitándola de nuevo con su otro pie situándome de nuevo al borde del orgasmo. Por suerte para mí, esta vez no tuve que retrasarlo tanto, puesto que introdujo el dedo pulgar de su pie en mi boca mientras me ordenaba correrme. Al instante cumplí su orden, sintiéndome en la gloria, puesto que nada me excita más que sentir un orgasmo mientras chupo uno de los dedos de sus pies.

Minutos más tarde nos disponíamos a salir del motel. Me arrodillé y lamí sus zapatos en señal de agradecimiento, deseando volver a estar a disposición de mi ama lo antes posible.

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