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Cosas de la vida 2: La marcha de los pingüinos.

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Las dos primeras horas, educación física. Como estábamos comenzando el año, sabía lo que se venía: unidad de resistencia. Básicamente consistía en dar vueltas alrededor del cerro Quince durante toda la clase. El examen final de la unidad sería hacerlo durante 1 hora, con cierta cantidad de vueltas para la calificación máxima y bajando desde ahí una décima por cada vuelta menos, por lo que nadie utilizaba el relajo de la situación para aprovecharse y saltar clases. Por lo demás, con el ejercicio por la mañana entras en calor y te cargas de ánimo para el resto del día. Gonzalo iba delante con Miguel hablando sobre las tetas de la profe de inglés. Carlos corría silencioso a mi lado. Temprano había notado que había algo raro en él.

-  ¿Estás bien?

- Sí, - me miró sorprendido, como si no hubiese esperado que alguien lo estuviera acompañando. - Sí. Tengo sueño. - Mintió.

- Ahh. Deberíai dejar de soñar despierto porque yo no te voy a agarrar cuando te estí sacando la chucha.

Soltó una carcajada sincera, relajándose. - No pasa nada, eh. ¿Qué hiciste en la tarde?

- Nada, caminar, ir a ver un partío, volarme.

- La pasaste bien, eh.

- Por supuesto.

Seguimos trotando en silencio. Es sabido que no es inteligente correr haciendo cháchara incesante. Cuando terminó la clase, debíamos volver caminando al liceo y ducharnos antes que comenzara la siguiente. En realidad, era la primera vez que me duchaba con mis compañeros de clase nuevos. Al final del año pasado, había convocado brevemente un grupo de conversación con todos mis amigos cercanos.

- Cabros, me gustan los hombres. - Había pasado un largo silencio incómodo después de haberlos reunido y antes de atreverme a decir algo.

- ¿Y? - El Care’gato.

- ¿Y? - Decía el Monje hacia el Caregato, con cara de “¿Qué respuesta es esa?”

- ¡¿En serio?! - decía el Nico. Rafa y Carlos, otro Carlos, esperaban en silencio.

- ¿No sabías? - Respondía el Care’gato tanto a Nico como al Monje.

- ¡Pero si no se le nota! - Seguía Rafa. - Además, yo lo he visto mirarle el culo con nosotros a la profe de química.

- Y el camell toe cuando anda con las calzas. - Hubo una carcajada general.

- ¿Cierto que tiene los medios cachetes? - Continuaba el Rafa que había estado parado a mi lado mientras me codeaba el brazo.

- Sí. - Respondí.

- ¿Viste, no te gusta acaso?

- Una cosa no quita la otra.

- Ya, al loquito le gusta chupar tulas de vez en cuando. Tema cerrado, ahora a lo que vinimos. - Los interrumpió el Care’gato mientras entraban a una sala a discutir la formación para el partido de la final de baby fútbol contra el A. Que al final perdieron.

Había una fila a pesar de que muchos habían vuelto más temprano para que todos tuvieran tiempo de ducharse. Estaba generándose un despelote generalizado, de las oficinas administrativas en el edificio de al lado venía uno de los inspectores del liceo.

- ¿Qué onda chiquillos? ¿Qué pasó que están aquí todos esperando?

- No sé, nosotros llegamos recién. - Miró más adelante, buscando alguna cara de tener alguna respuesta.

- Los calentadores dejaron de funcionar, Pedro.

- A ver. - Pedro se abrió camino pasado el despelote generalizado y continuó más allá hasta donde estaban los calentadores. Sacó unas llaves y abrió el candado y se perdió tras el portón de lata que había corrido. - No tenemos gas. - Decía al volver, como si nada. - Cambié uno de los de las niñas a sus camarines, así que tendrán que hacer fila y armarse de paciencia. O bañarse con agua helada.

- Sí, está rica. - Gonzalo decía saliendo de entre el gentío. ¿En qué momento se había perdido? Todos lo miraron con admiración a sus grandes pelotas. El verano ya había pasado hace un rato, el frío no estaba para bañarse con agua de las napas, que está siempre unos diez grados más fría que el ambiente, una bendición en verano, pero una pesadilla hasta para lavar la loza en invierno. Venía ya vestido, pasando una toalla por el pelo y caminando como quien es dueño del mundo hacia el edificio de las aulas.

- La Paty llamó y está enferma, ¿Les toca con la Paty, cierto? - Algunos asintieron. - Así que van a tener libre esta hora. Traten de estudiar en la biblioteca o el laboratorio de computación, o quedarse en su sala o el gimnasio sin hacer escándalo, que no se quejen los otros profesores de ustedes. Son alumnos del Santa Teresa, así que compórtense responsablemente como tales. Y acuérdense de que si van a salir a comprar o los que viven cerca se quieren ir a bañar a sus casas, sacarse el delantal antes de salir a la calle.

Como dije antes, muy liberal para ser católico, nos permitían salir de las instalaciones como un ejercicio de responsabilidad, que tenía que cumplirse con ciertas normas básicas de comportamiento. Básicamente, si no ibas por la calle molestando a la gente o creyéndote un vándalo malote como un pendejo tenías la libertad de hacer lo que quisieras. La misma permisividad se daba para utilizar las instalaciones fuera del horario de clases, así que muchos nos quedábamos horas luego del último timbre del día con regularidad.

El comentario de Pedro generó una reacción inmediata. - ¿Vamos a mi casa? Ahí nos bañamos, comemos algo y volvemos.

- Dale. - respondimos Miguel y yo al unísono.

Cuando llegamos pasamos de inmediato al cuarto de Carlos.

- Yo primero. - Se adelantó. Tomó un par de cosas, se desvistió hasta quedar en calzoncillos, enrolló una toalla a su cintura y se metió al cuarto de baño.

Cuando salió, Miguel entró de inmediato detrás de él.

- Yo soy vegetariano, ya sabes eso. - Se estaba secando el pelo. Tenía los pantalones del uniforme puestos y nada encima. Mientras frotaba su cabeza, se iba poniendo un par de zapatillas que estaban en el suelo. Yo aprovechaba la situación para disfrutar esa vista mientras fuera posible. Piel color canela, brazos que llenaban siempre las mangas de la polera del colegio, que aclaraban el tono ligeramente mientras más cerca miraba de la altura de sus hombros. Pectorales ligeramente marcados, abdominales cuadrados, pero relajados. No tenía para nada el cuerpo delgado y esbelto de un basquetbolista. Era más bien de contextura gruesa, y abundante vello en su pecho. Era estar mirando un macho perfecto. Mierda, pensé, mientras me metía la mano bajo el pantalón para acomodar mi erección creciente, para que no doliera ni molestara. Carlos se dio cuenta.

- ¿Te puse contento?

- No preguntí weás, si ya sabí. - Fue lo que le dije, quitándole por primera vez desde que había vuelto la mirada de encima, sentí la sangre hervir cerca de mis mejillas.

- A veces me pregunto por qué seré tan rico. - Estallé en risas. - ¿Qué, me vai a decir que no? - Me miró ofendido. Me sentía a gusto, sonriéndole de vuelta, estaba todo lo que se dice pajareando.

- Claramente no necesitai que te levanten el ego. - Su semblante se ensombreció, bajó la mirada, y la devolvió inmediatamente después. Tenía cara de pena.

- Ayer terminé con la Coté. - Eso era. Pero algo no me calzaba. La Coté siempre estaba muy alegre cerca de Carlos, se veían bien como pareja, y el revoltijo de cursos de fines del año pasado los había beneficiado juntándolos en una misma sala de clases en el B, cuando antes uno estaba en el C y la otra en el A. Lo miré con cara de no entender. Refunfuñó un poco de manera caótica, divirtiendo su mirada. Cuando me la devolvió, continuó. - Ella me terminó.

- Todo calza pollo.

- ¿Qué quieres decir?

- Esto es por el Ralo, ¿No? - Asintió.

- Sí. Supongo. No sé, se hicieron bien amigos en el último tiempo, ¿no crees? - La gente de mi liceo se conocía, en general, sin mucha importancia de las barreras entre cursos.

- Si, y ya sabes lo que decían las malas lenguas de la salida de fin de año. No era ningún secreto. - Me daba pena ver su cara de pena. - No se te ocurra hacer algo estúpido.

Su mirada trascendió desde la congoja hacia una interrogante divertida. Inclinó su cabeza y respondió. - ¿Qué crees que yo…?

- No, sé que está de más, pero por si acaso.

- No, filo. Me da pena, yo a la Coté la quería… la quiero. Pero ya va a pasar y hay caleta de minas, ¿cierto? Ya vendrán otras.

Lo miré con cara de “por supuesto” mientras salía Miguel del baño. - ¿Qué están tramando? - Decía con su sonrisa gigante. Miguel reía siempre con una sonrisa de oreja a oreja y unos ojos achinados, que sólo exhibía cuando sonreía. También había salido secándose el pelo, pero fuera de eso estaba completamente listo. Me puse en pié, tomé mi bolso y entré al cuarto de baño.

- ¿No le estabai tirando los cagaos a mi compare aquí, cierto? - Gritó hacia dentro Miguel, en tono burlón.

- No pasa nah. - Le repliqué. Escuché los murmullos de su conversación desde el otro cuarto y detrás del agua corriendo. Un momento después se abrió la puerta.

- Permiso compare, me voy a lavar los dientes mi wacho, ¿dale?

- ¿No me va a salir muy caliente?

- Ahí te ves. - Respondió mientras daba el agua. Me alejé de inmediato del chorro de la ducha, que de inmediato comenzó a salir notablemente más caliente. Estar a un lado sin recibirla directamente ya era insoportable. Carlos sólo hacía ruidos extraños de risas interrumpidas por su cepillado de dientes, dejando correr innecesariamente el agua durante todo el proceso.

- Te voy a sacar la chucha cabro culiao maldaoso.

- Bui buanbo ba.

- ¿Qué mierda? Sácate el pico de la boca, weón.

- No me llamo Pipe. - Respondió, esta vez con la voz clara. - Que tú y cuántos más, te dije. - Agregaba mientras reía quedito.

- No necesito a nadie pa sacarte la chucha.

- Uy, ¡Qué miedo! - Decía al salir cerrando la puerta.

- Supongo que no eres mañoso. - Decía con una sonrisa en la boca.

- No pasa nah.

- Porque como soy vegeta no tengo más que hamburguesas de soja.

- Dale, son ricas.

Venía entrando al cuarto con un recipiente con varias marraquetas con hamburguesas de soja con tomate y lechugas, un jarro y varios vasos. Me puse de pie para ayudarle.

Miguel ya llevaba la mitad de su primera hamburguesa.- ¿Tienen mayo? - Carlos le dio una negativa con la cabeza. - ¿Tienes mayo?

- En el refri. ¡Qué asco, weón!

- Sí, qué asco.

- Weón, es mayo, ¿a quién no le gusta la mayo? Decía mientras salía a la cocina. Yo ya estaba a mitad de la mía.

- Sí, qué asco. - Me dijo Carlos una vez Miguel había salido.

- Cállate. - Le regalé una cara de odio, apurando el final de mi hamburguesa. Me puse de pie.

- No te enojes, si sabí que te estoy…

Me abalancé sobre él. Como lo tomé por sorpresa, lo inmovilicé de inmediato. Lo primero que vi fue su cara de asombro. El muy soberbio no se esperaba que alguien más pequeño que él lo pudiera inmovilizar, que por estar él todo inflado no podría hacer nada ante su fuerza superior. Estaba equivocado.

Rápidamente, inmovilicé ambos brazos a la altura de los codos con mis rodillas, me senté sobre su abdomen y con una mano aseguré su torso por debajo del cuello, hacia la cama. Entonces, levanté mi derecha y le dí un bofetón. Lo miré con una sonrisa.

- Así que te gusta joderme, dar el agua para quemarme y regodearte con el Migue de tus maldades, ¿eh?

- ¡No! - Decía él de manera exagerada. Comencé a abofetearlo más veces, a picarle la cara. Él se retorcía a un lado y otro intentando zafarse, o inútilmente esquivar mis ataques. - ¡No, no, no! - repetía.

- Te dije que te iba a sacar la chucha, cabro culiao. ¿Te crees que porque erís más grande no te puedo castigar? - Seguí unos momentos. Estábamos los dos riendo pero también puedo decir que lo que le hacía le dolía un tanto, así que no se estaba llevando nada gratis. Juzgué que era suficiente. Además, me estaba empezando a calentar un poco, y no era mi intención que tuviera la impresión de que estaba intentando algo con él. Pero si lo soltaba, habría represalias seguro. Lo mejor era esperar a que apareciera Miguel.

Pero lo mejor no siempre es lo que sucede. Habiendo pensado en todo esto, mi resolución no era nada más que inexistente, algo que Carlos aprovechó en un momento para zafarse. Tomó mis manos con las suyas. Dio un golpe brusco con su cuerpo hacia arriba para intentar desestabilizarme, forcejeamos unos momentos con las manos. Me ganaba por mucho en fuerza bruta, así que tenía que ganar ventaja por otros métodos para que no me sometiera. Afortunadamente, no parecía que tuviera alguna clase de plan en sus movimientos para cansarse menos, usar menos energía y moverse más eficientemente. Algo muy conveniente suponiendo que fuera también suficiente como para compensar lo mucho más fuerte que era él que yo además de la torpeza con que yo lograba ejecutar la mitad de lo que pensaba. Siempre he sido medio torpe con las manos.

Lo que me temía estaba sucediendo. No tenía el tiempo ni la ventaja para cansarlo antes de tratar de inmovilizarlo nuevamente. Con una fuerza contra la que no me pude oponer, ni encontrar una posición segura para hacer palanca y así frustrar sus avances, me hizo quedar boca abajo en la cama, ambos brazos detrás de mi cintura. Se sentó sobre mi culo, asegurando mis dos brazos a mi espalda con su izquierda. Se inclinó acomodándose hacia delante, pasó una mano bajo mi polera por mi derecha y comenzó a darme pellizcos. Creo que él no se imaginaba lo erótica que estaba resultando la escena que estaba teniendo conmigo, tanto como ustedes no se imaginan lo dolorosos que eran en verdad esos pellizcos, por lo que para mí, de erótica no tenía mucho. La erección que había empezado a surgir antes había ya desaparecido por completo.

- Esto es para que pienses mejor con quién te estás metiendo, mi wacho, después de todo, yo soy más fuerte. - Decía jactancioso mientras me pellizcaba. Yo no decía una palabra. Tampoco me quejaba demasiado, estaba aguantando buscando alguna oportunidad para cambiar mi situación. Entonces, se cansó de pellizcarme y se quedó quieto unos momentos. Lo sentí relajarse, para luego dejarse caer sobre mí por completo, soltando mis manos en mi espalda.

Relajé mis brazos aliviado a ambos lados de mi cuerpo. Me dolían a la altura de los hombros y no los quería mover, por un lado. Por el otro, mi cabeza daba vueltas en confusión por la actitud de Carlos. ¿Qué mierda significaba esto? Su mano derecha todavía descansaba en mi cintura, dando un rodeo, cerca de mi ombligo. En medio del trance, desperté sintiendo la respiración de Carlos sobre mi hombro derecho, y atrás en mi cuello. Lo sentí apoyar ahí su cabeza de lado e instalarse en esa posición por completo.

Un minuto después, parecía incómodo. Comenzó a levantarse, apoyando ambos brazos en la cama, a mi rededor. Este movimiento generó que me diera un empujoncito con sus caderas, lo que me hizo sentir que él estaba muy contento con esa situación. Me puse de pie y me volví a sentar en la silla frente a la computadora, donde había estado sentado Migue antes de salir de la pieza. Carlos comenzó a ordenar la cama. Yo estaba rojo como un tomate. Ambos guardábamos silencio.

Cuando Migue entró pareció sentir la tensión en el ambiente.

- Weón, tení dulces árabes. Te saqué algunos. No te importa, ¿cierto?

- No, dale, a mí no me gustan mucho así que come no más.

- Vale, hermano. ¿Vamos?

Yo ya me había calmado y estaba casi listo para salir. Tomé de mi mochila un estuche y le hice una mueca a ambos señalando el cuarto de baño. - Me lavo los dientes y salgo.

- ¿Te presto una almohada? - Levanté la cabeza. Al lado de Migue con su sonrisa gigante y sus ojos achinados estaba su polola Camila, con una almohada cuadrada, rosada con la cara del famoso gato blanco, sorprendentemente grande para la mochila que andaba trayendo. Al menos, al llegar en la mañana, no la vi con esa cosa.

- ¿Y eso?

- Una almohada. Apoyas la cabeza y está blandita y así descansas. - Llevé mi mano derecha a mi frente en ese gesto tan conocido.

- No creo que te quepa en la mochila.

- Acabo de sacarla de la mochila. ¿La quieres o no? - Me sonrió con ternura.

- Dale.

Apoyé mi cabeza en la almohada y seguí durmiendo. Noté de reojo la cara de furia de la profe de Religión que me miraba desde su escritorio. La vi compartir su odio por mí hacia Camila. Creo que estaba redactando una de sus anotaciones en el libro de comportamiento. Ya tenía un par de páginas añadidas, todo un logro para cualquier alumno del Santa Teresa, todas ellas dedicadas con mucho amor por la misma vieja de mierda. Su desprecio hacia mí por no elegir ser un curita que heroicamente decidiría dedicar su vida a Cristo y el celibato en vez de ser y aceptar abiertamente la homosexualidad fue algo que jamás pudo perdonarme. Desde el comienzo de este año, cuando ya el rumor era noticia vieja y a no mucha gente le importaba, había notado el cambio en ella. A nadie parecía importarle ya mucho que la vieja llevara un diario dedicado a todos mis quehaceres en su clase, con justificación o no. Así que no tenía mucho sentido para ella tampoco ponerse de pie e ir a anunciar al director o al inspector que un alumno atrevido e irrespetuoso osaba dormir durante su clase y exhibir vergonzosamente su estilo de vida obviamente porque estaba usando más encima una almohada rosada, porque ni el conserje se molestaría en tomar lo dicho en serio y venir a cerciorarse de los hechos. Sin más opciones, parecía regocijarse en su relato. El sueño me tomó nuevamente.

La noche había sido un tanto revoltosa. Nos habíamos reunido tarde en un Liceo de Estación Central con un par de directivos del Centro de Alumnos de tercero y cuarto medio. El objetivo era plantear los problemas que veíamos en general en el sistema educativo. La conversación se tornaba a ratos bastante filosófica, haciendo que navegáramos por las más crudas bases de los sistemas ideológicos más comunes. La mayoría tenía una posición concordante hacia la izquierda, bien a la izquierda. La política tradicional de mi país consideraría la mayoría de las ideas expuestas por los presentes como extrema izquierda. Había anarquistas, militantes de las JJ.CC., trotskistas, libertarios, y de la Surda, y de muchos otros colectivos políticos, muy comunes entre las juventudes de estudiantes universitarios, que por ese entonces comenzaban a permear también en los secundarios.

En medio de la reunión, había llegado un contingente de estudiantes que venían un poco alterados.

- Cabros, supimos de su reunión y les venimos a pedir ayuda. - Todos mirábamos con cara de sorpresa.

- Cálmense, guarden silencio. - Un vozarrón femenino comandó todas las voces, que siguieron las órdenes de inmediato. Era Carmen, la presidenta del Centro de Alumnos del Santa Teresa. - ¿Tú erí el presidente del Centro de Alumnos del Yucatán, cierto? - Uno de los estudiantes que había irrumpido en la sala asintió. - Sí, yo te he visto.

- Diego. Oye, sí chiquillos. - Su voz era molesta, parecía muy seguro de sí mismo. Se notaba un dejo de nerviosismo en su voz, sin embargo. - Pasa que como ustedes saben nuestro Liceo es uno de los considerados emblemáticos, uno de los pocos que han sumado actividades de movilización más radicales como lo es el paro en las demandas conjuntas que hemos presentado como Movimiento Estudiantil. Estábamos considerando la posibilidad de irnos a toma, pero esta opción fue rechazada por la asamblea general de nuestro colegio por mayoría de votos. Igual, hay algunos más radicales que decidieron tomarse el colegio por su cuenta. Esta tarde recibimos el dato de que sucedería esto y pasaría hoy en la madrugada, antes del amanecer. Tratamos de contactarnos con el pleno del Centro de Alumnos, contactamos a todas las directivas de curso y decidimos que si alguien se iba a tomar el Liceo, mejor sería que lo hiciera el Centro de Alumnos y asegurarnos que las cosas se hagan bien y sin vandalismos. ¿Ustedes podrían ayudarnos?

Comenzó una cháchara entre todos. Conversaban y se ponían de acuerdo para hacer llamadas, pidiendo permisos, algunos, avisando, otros. La Carmen dijo que no podría quedarse. El René, otro miembro de mi Centro de Alumnos dio un apretón a mi hombro. - Yo me voy a quedar. Ya avisé, toma. - Me pasó su celular. Sabía que yo no tenía, y esperaba que fuera a ayudar con ellos. Suponía bien. Llamé y le avisé a la Coca que, como siempre, agradeció el aviso y no me dio más trabas.

- Mañana tienes colegio. ¿Se va a ir desde allá o se va a venir a dormir en la mañana? - Mi mamá siempre me incitaba a faltar al colegio. No es que fuera muy despreocupada. O que no le importara. Yo nunca faltaba, aunque estuviera enfermo. Sabía lo estricto que era conmigo mismo e intentaba balancear esa situación con sus sugerencias, y yo se lo agradecía.

- No, voy a irme directo. Tengo prueba de física a primera hora en la mañana.

- Ahhh. Descansa un poco entonces, para que no te quedes dormido dando la prueba.

- Dale. Chau, beso.

Hice sonar ese último a través del auricular antes de cortar. La asamblea se había levantado. Cerca de un cuarto de las personas ya se habían ido. Caminamos todos hacia la Alameda.

Dejamos a Carmen en la micro en dirección a Maipú y cruzamos la avenida. El resto de los estudiantes que iba se habían separado, yendo algunos a dejar a sus amigos a distintos paraderos o al metro. Cada quien llegaría por su cuenta.

No hablamos mucho en el camino. René iba en cuarto medio ya. Tenía la tez morena, de un oscuro profundo y ojos muy oscuros. Lo acompañaba siempre un aire de seriedad que inspiraba respeto.

- Hay varios ahí en la asamblea que vi que te miraron interesados. -El tipo este era muy certero, y se expresaba con total naturalidad. - Sólo ten cuidado, weón, que aunque no lo querai ver todavía soy pendejo.

- Cha! Dale

Nos afirmamos fuerte mientras la micro cambiaba de pista.

¿Por qué necesitarían tanta gente para tomarse un Liceo? La respuesta a esa pregunta es fácil: porque había que hacerlo rápidamente antes que llegara el grupo de alumnos que no eran del Centro. Había que tener manos extra para ordenar sillas y mesas, hacer barricadas en las entradas y pintar pliegos de papel craft. En esa tarea estuvimos casi toda la noche. A las cinco y media de la mañana habíamos terminado recién de limpiar el desorden que habíamos dejado en el patio con papeles y pintura.

- ¿Te vas al liceo?

- Sí, ¿tú?

- También. Echémonos un rato en las colchonetas y nos vamos a las 6. - René siempre tan pragmático.

- Sale y vale. - Le respondí como en El Chavo.

- Oye, oye. Ya nos vamos, terminó la clase. - Escuchaba a Gonzalo mientras sentía que me movían. Levanté la cabeza e intenté orientarme, recobrando gradualmente mis sentidos.

- ¿La vieja?

- Se fue humeando. - Respondió riendo Camila mientras recibía su almohada y la guardaba sorprendentemente y sin esfuerzo en su mochila. La cosa esa era cómoda, no era una estructura esponjosa rellena de mucho aire que fuera fácil de comprimir a un tamaño reducido y meterla como si nada a un bolso pequeño. Me dejé asombrar por la simpleza.

- ¿Cómo lo haces?

- ¿Qué cosa?

- Meter eso ahí.

- La tomo, la meto, y cierro. Listo.

Salimos de la sala. Vi que había gente jugando en dirección al gimnasio y el patio, básquetbol y fútbol.

- ¿No van a jugar hoy? - Pregunté a Gonzalo y Carlos, que seguían con nosotros.

- Yo no. Tengo que cuidar a mi hermana. - Decía Gonzalo.

- Yo tengo que hacer el trabajo de inglés. No he hecho nada, y es para el lunes. Y si me quedo haciéndolo en el laboratorio o en la biblioteca va a llegar gente y no voy a hacer nada.

- Nos vemos, amor. - Camila se despidió de un beso en la entrada del liceo de su pololo, luego de uno en la mejilla de Gonzalo. Los demás intercambiamos apretones de mano.

- Nos vemos mañana.

Migue se fue con Gonzalo por el otro lado. Camila vivía cerca así que decidimos encaminarla a casa.

- ¿Tú te vas a descansar? Se nota que no dormiste nada. ¿Estás bien para irte solo?

Las preguntas de Carlos me descolocaron un poco. Camila iba distraída jugando con las hojas que sobresalían desde los jardines de las casas que pasábamos.

- Eso pretendo. En la tarde quedé con los cabros del Yuca para ir a fumar unos porros y ayudar a cocinar y limpiar.

- ¿Lo pasan bien en esas cosas? No van a  puro hacerse los serios, parece. ¿Te encontraste algún amiguito? - Me decía, moviendo las cejas de arriba abajo.

- No, no pasa nada, bro. Mañana es sábado y se puede disfrutar, ¿no?

- No si tengo que hacer un trabajo de dos semanas en un fin de semana. Tú eres bueno en inglés, pero estás ocupado. Tenía esperanzas en verdad de que me ayudaras, pero como weón esperé a última hora. - Pensé en la situación durante unos momentos.

- Podrías acompañarme hoy, mañana nos vamos a tu casa y te ayudo.

- ¿En serio?

- No, weón, lo digo para verte la cara de weón cuando dices ¿en serio? - Me dio un puñetazo en el hombro.

Camila sonreía jugando con las hojas mientras caminaba.

- ¿Quieres? Extendí el porro a Carlos.

- No, gracias. No fumo. - Decía, apoyándose en la baranda del techo y mirando hacia la calle. - ¿Cómo mierda hacen tanto despelote?

- Para que la toma no fuera un sinsentido se decidió hacer un taller comedor e invitar a gente de la calle a almorzar porque donaron muchos no perecibles.

Alrededor de la escuela había mucha gente viviendo en improvisados asilos hechos de cartón, o simplemente en frazadas a la intemperie, en entradas de iglesias patrimoniales, embajadas y edificios históricos, bajo puentes y pasos bajo nivel.

- Parece razonable, agregué yo. - Había varios fondos por lavar y habían comprado pintura para renovar la superficie del techo, que hacía las veces de patio. Sólo nos quedaba esto último, y el resto de la noche era compartir con compañeros de distintas edades y escuelas.

Había varios tipos bien lindos, la verdad. Ninguno era Carlos, pero precisamente eso parecía haberse vuelto un punto a favor: ninguno era mi amigo Carlos. Así que eran campo seguro para operar a discreción.

Uno en especial, Rodrigo, era un punk que a pesar del fresco estaba con una sudadera sin mangas y unos pantalones ajustados. Tenía un mohicano en estado flácido, peinado hacia un lado, bastante lindo de cara, de ojos claros y labios gruesos.

Había estado siguiéndome un rato con la mirada y finalmente se había acercado cuando terminábamos de pintar el techo.

- ¡Ahora a carretiar! - Decía mientras se acercaba con entusiasmo.

Carlos soltó un bufido. - Ustedes.

- ¿Quieres porrito?

- No fumo.

- Cómo no vas a fumar.

- No fuma y ya. - Lo detuve.

- Los cabros llegaron recién con una java de chela. Supongo que van a subir.

En efecto, venía un grupo de personas levantando una java con botellas entrando por la puerta de las escaleras.

Estuvimos conversando, jugando y riendo durante mucho tiempo. Rodrigo claramente estaba coqueteando conmigo. Yo le seguía el juego, me acercaba cuando intentaba decirme cosas a la oreja y le devolvía las miradas. Carlos sólo hablaba con los demás, pero no me dejaba solo. Los porros y el alcohol comenzaron a hacer efecto. No iba a hacer nada estúpido, pero comencé a perder el control de mis sentidos. Vi que un par de minas se acercaron a Carlos estirando sus garras, me moría de celos, pero Rodrigo me distraía. Avanzada la noche, la gente comenzaba a dispersarse. Pasó el presidente del Centro del Yuca avisando dónde había colchonetas y cobijas por si querían dormir y escapar del frío. Alguien me tomó del brazo y lo acompañé. Tomamos las escaleras y luego doblamos un par de pasillos. Vi unas colchonetas dispuestas en una sala más adelante.

- Estoy cansado, me quedo aquí.

- Vale. - La voz embriagada de Rodrigo.

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