Nuevos relatos publicados: 7

Arrepentidos los quiere Dios (Capítulo 14)

  • 5
  • 10.837
  • 9,50 (14 Val.)
  • 0

Mi pretendido año sabático se había reducido a una semana de sexo. Me daba cuenta que a mi edad y con mi pasado, encontrar ese amor puro y cándido con el que soñaba es una utopía. En la vida se puede ser decente o puta, pero las dos cosas a la vez, imposible.

Tenía todos los bienes materiales de la tierra a mi alcance, pero carecía de lo más sublime para una mujer: ser madre. El amor maternal debe ser tan excelso, que no sé si merece la pena ser mujer sin alcanzar esa meta. Y recordaba aquel embarazo furtivo, que por suerte o por desgracia, marcó el rumbo de mi vida.

Había alcanzado a los cuarenta años la plenitud de la vida, edad en donde una persona se debe sentir satisfecha y orgullosa de lo logrado: un cónyuge amante, hijos y una familia unida, cosas de las que yo carecía. Por eso no me sentía ni orgullosa ni satisfecha de lo conseguido hasta hoy.

Entré en un extraño misticismo que me carcomía las entrañas; pero pensé que pudiera ser debido a los acontecimientos vividos en La Isla.

Pasaron seis meses, y ya había retomado mi actividad. "La Casa" había perdido parte de su encanto; no conservaba aquella categoría que le daba los grandes prebostes del Régimen. Y lo mismo que el "Hotel Riz", ya no diferenciaba el noble del plebeyo, quité la zona VIP; cualquiera que tuviera el dinero que costaba entrar con una de mis niñas, podía hacerlo.

Ya no ejercía personalmente; pues no necesitaba "hacerlo" por dinero. Y lo que son las cosas: ahora era yo la que pagaría por conseguir un orgasmo de aquellos que obtuve con Raúl y Adela. Los llevaba ambos en mi mente y no me los podía separar de mí.

¡Qué difícil es para la mujer conseguir un pleno orgasmo sin amor! O al menos con el afecto o el deseo hacia la persona que te entregas.

Los hombres "la meten", ¡y hala! a disfrutar, ya sea alta o baja, flaca o gorda, rubia o morena, o como "lo tenga" la mujer por donde la meten. ¡Qué suerte!

Estaba repasando unas cuentas en mi despacho, cuando sonó el teléfono,

--Casa de doña Manolita, diga.

--Hola Manolita.

Quedé suspensa. Aquella voz procedía de los labios de mujer más excitantes y sensuales que había besado en mi vida.

--¡Adela...! ¡Pero eres tú ..!

--La misma cielo. ¿Crees que me había olvidado de ti?

--Bueno... Ha pasado más de medio año... y al no saber nada ...

--Cariño... Es el tiempo que he necesitado para tomar la decisión, y hasta que no estuviera segura de la misma, no quería hablar contigo.

--Antes de nada: ¿Qué tal están Héctor Raúl y Marga?

--Bien de salud, muy bien. Pero es un tema que tenemos que tratar personalmente los tres.

--¡Cómo que los tres! No me asustes.

--No cielo. Pero primero quiero saber si mantienes la idea de irme a vivir contigo.

--Sí, Adela, y si te soy sincera, me acuerdo mucho de ti, y de nuestro encuentro íntimo.

--También yo lo recuerdo con infinita devoción; fue lo más hermoso que me ha pasado en mi vida.

--Gracias, para mí, también fue maravilloso.

--¿Cuándo piensas venir?

--Pronto, ya te avisaré con tiempo. Te llamo ahora para que lo sepas, y que lo valores bien, que lo pienses a fondo, porque lo que nunca haré es ir, si tú no tienes absolutamente claro que vaya.

--Siempre tan sincera y honrada.

--Manolita: soy así con las personas que realmente amo. Y tú, eres una de ellas.

--Puedes venir cuando quieras. Además te necesito, pero debo aclarar que te necesito más como amiga que como amante. Ya sabes que no soy lesbiana.

--¿Tienes problemas de identidad?

--Sí, Adela. Me hallo en una encrucijada. Lo tengo todo y no tengo nada. Es como si tuviera el alma vacía.

--Te comprendo, te comprendo. A mí, me pasa igual, aunque desde otra perspectiva. Tengo lo que tu añoras: una familia maravillosa, pero nunca he podido ser yo misma, y ya ves, me siento frustrada.

--También yo te comprendo. Pero... ¿No seremos egoístas? dije pensando que quizás fue el egoísmo el que truncó nuestros destinos.

--Quizás lo seamos, pero piensa que las dos buscamos una realización íntima.

--No entiendo muy bien lo que quiere decir. ¿Es que tú no te has realizado? Inquirí a Adela

--A manera de esposa y madre sí. Pero como mujer no. Las dos hemos dado lo mejor de nosotras a otros. Yo he cumplido con la familia, pero renunciando a mi identidad natural. Y tú, has dado mucho placer ajeno, renunciando al amor.

Intuí amargura por el tono de su voz. Quedé pensativa unos segundos. Sus palabras me habían emocionado, ya que eran la clave de mis sentimientos frustrados.

¡Qué cierto es, Adela! Has compendiado en un minuto el drama de mi vida.

--Manolita.

--Dime Adela.

--Quiero que sepas que no busco sexo, a mi edad ya no es vital.

--Ahora si que no te comprendo.

--Sí, es difícil explicarlo. Voy a intentar resumirlo con dos palabras. Me gustaría vivir el resto de mis días siendo el hombre que corre por mis venas y rige mi cerebro.

--¡Qué fuerte! Me dejas anonadada. ¡Qué te vas a cambiar de sexo! ¡No me lo puedo creer!

--Ya te contaré más adelante. Y ahora debo dejarte. ¡Te quiero !

--Y yo. Cuídate. Un beso.

(9,50)