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Las gemelas (2 de 3)

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Comimos con ganas, en medio de comentarios agradables que nos sirvieron para conocer a Reknyel, su carácter, su historia y sus motivaciones. Lo que supimos de él nos agradó. Erfhat fue generosa al enviarlo.

La charla de sobremesa se prolongó hasta después del ocaso. Jaznat y yo encendimos las antorchas mientras Reknyel atendía a los animales. Aprovechamos su momentánea ausencia para extender la piel de león negro sobre la alfombra de la estancia.

—El momento se acerca —señaló mi hermana—. Confieso que estoy nerviosa.

La besé intensamente. Ambas nos estremecimos de anticipación y así, en esa íntima caricia, nos encontró nuestro compañero.

—Llegué aquí por mandato de Erfhat, pero me quedaré con vosotras por decisión propia —declaró Reknyel abrazándonos a las dos.

Nos miramos en silencio. Jaznat desanudó el cíngulo de su túnica y yo interpreté su gesto como el inicio del resto de nuestras vidas. Besé a Reknyel en los labios y pronto el guerrero me abrazó con vigor. Nuestras bocas se unieron en un húmedo frenesí de lenguas, dientes, saliva y labios. Jaznat desanudó mi cíngulo y se abrazó a nosotros.

Hábilmente, mi hermana se situó de modo que las tres bocas quedaron al mismo nivel y el beso que antes fue de dos triplicó su pasión. Las manos de Reknyel recorrían nuestras espaldas y ejecutaban círculos placenteros que se extendían hasta nuestras nalgas. Con mi mano izquierda palpé por encima de su pantalón, descubrí su virilidad enhiesta.

—Os amo y os deseo —confesó Reknyel con voz enronquecida—. Como pareja para formar triada y como mujeres independientes.

La ventaja más grande que teníamos al ser sacerdotisas era que sabíamos cuando alguien decía la verdad. En el caso de nuestro hombre, era completamente sincero.

Jaznat y yo nos deshicimos de las túnicas y quedamos desnudas ante él. El viajero virtualmente se arrancó las prendas del Altiplano para mostrarnos un cuerpo esbelto, de músculos compactos bien definidos, una piel bronceada y cubierta por vello masculino. Lo que más nos sorprendió fue la calidad de su miembro viril.

Corroborando los rumores sobre los descendientes de la raza de piel oscura, el pene de nuestro hombre era muy superior en longitud y grosor a los miembros de los moradores del desierto. Ni mi hermana ni yo habíamos visto jamás uno similar. Su longitud sobrepasaba el largo de nuestras palmas y presentaba una curvatura que prometía placeres nunca experimentados por nosotras.

Jaznat y yo nos arrodillamos ante él, no en señal de sumisión, más bien tomando el mando de los acontecimientos. Mi hermana sujetó el pene por su base y llevó el glande a su boca. Inspirando fuerte lo chupó profundamente mientras que con su mano lo estimulaba por el tronco. Reknyel acarició su cabeza con gesto agradecido. Me incorporé para besarlo. Mientras nuestras bocas volvían a encontrarse, acarició mis nalgas hasta localizar el canal que las separaba. Con el índice encontró mi orificio anal y rozó la entrada sin penetrarme, pero estimulándome.

Me encantó lo que sentí, pero quise probar lo que Jaznat asía, de modo que me arrodillé también. Mi hermana me ofreció el falo erecto y cubierto de saliva, el cual no dudé en llevarme a la boca.

Cuando el glande llegó a mi campanilla me detuve un instante. Sopesé los testículos mientras las manos de nuestro compañero acariciaban mi cabeza. Jaznat me abrazó por detrás y se apoderó de mis senos para regalarme sus expertos apretones y caricias. Entonces inicié mi felación.

Moviendo la cabeza de adelante hacia atrás imprimí un ritmo lento, pero intenso. Hacía llegar el glande hasta un poco más allá del límite de mi garganta para retirar el pene de mi boca con una agradable succión. Reknyel suspiraba emocionado y profería exclamaciones de deleite.

El primer objetivo era gozar, pero sin hacer que Reknyel eyaculara dentro de mi boca. Cambiando de secuencia atraje a Jaznat para compartir con ella el regalo de nuestra diosa. Nos besamos emocionadas y acomodamos el falo entre nuestras bocas. Con los labios formamos una cavidad para alojar el glande y nos coordinamos para mover las cabezas al mismo tiempo. Reknyel acariciaba nuestros cabellos y tensaba su cuerpo recibiendo descargas de placer.

Consideré que llegaba mi momento y me tendí sobre la piel de león. Inmediatamente Jaznat se acomodó entre sobre mi cuerpo y frotó sus senos con los míos.

—Rek, sobre una de las repisas de la cocina encontrarás un frasco de terracota, tráemelo —ordenó mi hermana.

El hombre obedeció y ambas sonreímos. Sería muy útil contar con él en el futuro.

Mi socia de lecho recibió el frasco y le retiró el corcho. Contenía un aceite vegetal dulce y comestible, extraído de la misma planta que utilizábamos para fumar en rituales de iluminación espiritual. Vertió una generosa cantidad sobre mis senos y también lo esparció por los suyos. Con esta lubricación adicional nuestras pieles se resbalaban deliciosamente. Me estremecí de gusto cuando nos movimos al unísono, ella sobre mí, con su sexo frotándose sobre el mío como si estuviera penetrándome. Yo, con las piernas abiertas, acudía al encuentro de su cuerpo. Reknyel friccionó con aceite la espalda de Jaznat, luego recorrió sus nalgas para separarlas y cubrirlas con aceite. Finalmente se acomodó entre nuestras piernas y llevó los dedos largos de cada una de sus manos a nuestros sexos.

Suspiré complacida cuando su índice penetró mi vagina hasta el límite de la barrera virginal; Jaznat debió sentir lo mismo cuando el tratamiento le fue aplicado. El clítoris de mi hermana chocaba con el mío en rítmicos encuentros mientras los dedos de nuestro hombre estimulaban nuestras entradas de placer. Los juegos, la tensión y el gusto de sentirme en compañía de mis dos amores provocaron que se me disparara un intenso orgasmo. Jaznat suspiró con energía e intensificó sus movimientos pélvicos hasta correrse también.

Reknyel se separó de nosotras sentándose a nuestro lado. Con ojos empapados en lágrimas de dicha olfateó y saboreó los jugos vaginales que empapaban sus dedos. Murmuraba frases de agradecimiento a Erfhat, sumido en un piadoso estado de éxtasis religioso. Lo acomodamos de costado sobre la piel de león y Jaznat se apoderó de su virilidad para volver a chuparla con deleite.

Mi hermana, también de costado, separó sus piernas en compás para ofrecerme su sexo. Corrí a lamer sus jugos vaginales mientras las manos de Reknyel separaron mis muslos. Grité emocionada al sentir el vello de su barba acariciando la suave piel de mi entrepierna. Casi lloro de éxtasis cuando su cálido aliento recorrió mi intimidad y su lengua se arremolinó en mi entrada vaginal.

Reknyel sorbió mi savia íntima y lamió despacio mis labios mayores mientras yo daba placer a mi hermana y ella succionaba su falo. El triángulo de sexo oral estaba completo, aunque por momentos alguno de nosotros interrumpía su labor para gemir o murmurar frases de gusto. Personalmente era halagador que Reknyel, un auténtico devoto de Erfhat, con un largo recorrido sexual, se esmerara tanto por darme placer.

Grité entre los muslos de mi hermana cuando nuestro hombre capturó mi clítoris entre sus labios. Introdujo uno de sus dedos hasta topar con mi membrana de virginidad y gimió estremecido. Con su boca succionaba mi nódulo de deleite para liberarlo de golpe. Con cada maniobra me hacía gritar, pero pronto supe contenerme para brindar a Jaznat el mismo tratamiento. De este modo la tensión fue acumulándose en nuestros organismos hasta que estalló en un clímax que bañó el rostro de Reknyel con mis jugos vaginales. Luchando entre estertores conseguí transmitir a Jaznat el mismo goce.

Reknyel se acostó boca arriba sobre la piel de león. Jaznat y yo vertimos un generoso chorro de aceite sobre su torso, abdomen y muslos, e hicimos lo mismo sobre el frente de nuestros cuerpos. Nos recostamos sobre el hombre y lo besamos en la boca por turnos.

Deslizándonos con el aceite friccionamos los senos de una contra los de la otra y luego sobre el torso del guerrero. Cada una de nosotras montó uno de sus muslos y friccionamos nuestros pubis contra su piel.

Después fue Jaznat quien se tendió sobre la piel. Me lancé sobre ella como tantas veces. Mi sexo encontró el suyo y nos restregamos con apasionados movimientos de cadera. Reknyel se acomodó de rodillas entre nuestras piernas y supuse que penetrara a alguna de las dos. El momento no llegaba aún.

Con maestría acomodó su virilidad entre nuestras vaginas y, tomándome por la cintura, empujó la pelvis deslizando su hombría entre nosotras.

Mi hermana y yo gritamos de placer al sentir el recorrido del mástil a lo largo de nuestras intimidades y el impacto de su glande contra nuestros nódulos de placer. Era como si estuviera copulando con ambas al mismo tiempo. Los frenéticos embates hacían que su bajo vientre golpeara contra mis nalgas y sus testículos impactaran contra la entrada vaginal de Jaznat.

Los tres gritábamos fuera de control. Temí que eyaculara sin habernos penetrado, pero mantenía un buen ritmo respiratorio.

La cumbre del placer llegó y Jaznat se corrió junto conmigo mientras los tres gritábamos embravecidos.

Me levanté para colocarme junto a mi socia de lecho y alzarle las piernas. Reknyel no debía seguir conteniéndose más. Con decisión tomé su miembro y lo dirigí a la vagina de Jaznat. El hombre se acomodó, puso las piernas de ella sobre sus hombros y la penetró despacio, en un largo y lento movimiento.

El glande entró con facilidad gracias a la lubricación, pero topó con la membrana virginal. Ambos se miraron y ella asintió, dando autorización a tan ansiada visita. Él, con un movimiento firme, empujó y terminó de penetrarla. Ambos gritaron apasionadamente. Se mantuvieron estáticos y aproveché para mirar entre las piernas de los dos. Un hilillo de sangre salía del sexo de mi hermana. Procedí a lamer la zona del acoplamiento.

 

Continuará...

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