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Las gemelas (3 de 3)

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Cuando retiré el rostro de sus intimidades comenzaron a moverse. Primero fueron despacio, estudiando el terreno, dando a Jaznat tiempo y consideración para adaptarse a la nueva era de su vida sexual. El ritmo adquirió vigor y pronto noté que las piernas de mi socia de lecho se tensaban. Su respiración se aceleró y un ronco grito escapó de su garganta para proclamar uno de los orgasmos más poderosos de su existencia. Reknyel aulló de placer y descargó un caudal de simiente en lo más profundo del sexo de mi hermana.

Sus cuerpos permanecieron unidos durante un rato que ambos dedicaron a prodigarse caricias y decirse frases de amor y solidaridad. Después él se incorporó para acomodarse al lado de Jaznat y ambos me miraron expectantes. Llegaba mi momento.

La virilidad de Reknyel seguía en pie, esperando mi intervención. De momento atendí a mi hermana.

Repté entre las piernas de Jaznat y, con deleite, lamí los jugos vaginales, restos de sangre virginal y semen. La mezcla de fluidos era embriagadora; Erfhat nos bendecía con la excitación y el placer.

De la vagina de ella pasé a los genitales de él. Lamí sus testículos y después pasé al miembro viril. Mi lengua recorrió el tronco desde su base hasta casi llegar al glande, el cual preferí dejar intacto. Decidí que me penetraría con restos de la mezcla sexual producida en el interior de Jaznat.

Me incorporé poniendo los pies a cada lado del cuerpo de nuestro hombre, mirándole de frente y mostrándole mi desnudez en todo su esplendor. Sonriendo extendió los brazos para tomarme de las manos. Me acuclillé despacio, entonces mi hermana se colocó tras de mí para lamer brevemente mi vagina y colocar el pene de Reknyel en posición. Sentí que ella acomodaba el glande en mi entrada y, poco a poco, me fui sentando para empalarme por mí misma.

El glande pasó bien entre mis pliegues, estaba muy lubricada y deseosa. Durante los dos años de unión habíamos practicado penetraciones poco profundas con falos de cuarzo, pero nunca llegamos a tocar las barreras virginales. Al llegar a la frontera inexplorada, el miembro de nuestro hombre me provocó algo de incomodidad, pero decidí continuar. El placer que se avecinaba bien valía un poco de dolor.

—Despacio —recomendó Reknyel—. No es necesario que te lastimes. Podemos esperar el tiempo que necesites.

—Debe ser ahora —respondí hundiendo un poco más de carne en mis entrañas—. Prepárate.

Me dejé caer, con un único movimiento motivado por las ansias. Mi propio peso provocó que la erección de Reknyel se incrustara hasta lo más profundo de mis entrañas. La barrera virginal cayó abatida y sentí un ligero hilillo de sangre que resbalaba por entre los pliegues de mi sexo. Grité por una punzada de dolor, pero no di marcha atrás. Erfhat había decretado esto, yo lo estaba disfrutando y mis compañeros de lecho esperaban entereza por mi parte.

El miembro de nuestro hombre ocupó toda mi cavidad vaginal. El dolor se disipó, reemplazado por la placentera sensación de sentirme llena de él.

—¡Te amo, Dehit! —exclamó Reknyel acariciando mis muslos—. ¡Os amo a las dos, me habéis dado más, mucho más de lo que creí merecer!

Me recosté sobre su cuerpo y nos fundimos en un beso abrasador. Sentí que Jaznat lamía nuestros genitales desde atrás. Partiendo de los testículos de él hasta mi entrada vaginal. Con su lengua recogía restos de flujo vaginal y sangre.

Cuando me sentí preparada inicié un cadencioso movimiento pélvico, de adelante hacia atrás. Para entonces las paredes de mi conducto vaginal se adaptaban a las dimensiones del miembro masculino. La curvatura que presentaba hacía que al retroceder tocara un punto en mis entrañas que me daba mucho placer. Al avanzar, mi clítoris rozaba con su cuerpo y al llegar al límite, su glande topaba con el fondo. Con cada movimiento contraía y controlaba mis músculos internos, tal como se nos enseñara desde siempre en nuestro adiestramiento como sacerdotisas.

Desde lo más profundo de mi ser sentí que la tensión se acumulaba y descendía para arrancarme un orgasmo místico. En ese clímax me sentí una a Erfhat, al hombre con el que estaba copulando, a mi hermana, a todo nuestro mundo y al universo que lo contenía.

Grité, lloré y me sacudí en un orgasmo múltiple que me pareció eterno. Reknyel acompañaba mis movimientos con estudiadas penetraciones que conseguían prolongar más aún la sensación cósmica de renovación.

Cuando mi placer decreció, el viajero continuó con poderosos movimientos. Yo ya disfrutaba sin rastros de dolor. Sus arremetidas eran vigorosas y tuve que erguirme para gozar estimulando nuevos puntos en mi interior. Mis senos se agitaban al ritmo de cadera que él imponía, mi piel brillaba cubierta de sudor, mi cabello platinado se pegaba a mi cuerpo como un halo de metal y luz. En la caverna sólo se escuchaban nuestros jadeos y los gemidos de Jaznat, que se masturbaba tendida al lado de nuestro hombre.

Y, nuevamente, me sentí en contacto con la fuente de placer del Paraíso de nuestra diosa. Un nuevo orgasmo recorrió mi cuerpo entero; temblé extasiada al sentir que la virilidad en mi interior se engrosaba para disparar poderosos chorros de esperma que irrigaron mis entrañas. Ambos, viajero y sacerdotisa, vibramos simultáneamente y fuimos arrastrados por el torrente pasional que nos enlazaba con la deidad creadora de todas las formas de vida.

Nos besamos largamente, después me incorporé. Al desacoplarme noté que la virilidad de Reknyel seguía erecta. Jaznat preparó la bañera para los tres, yo me dirigía la cocina para hervir kafia y llenar las pipas con una mezcla de tabaco y hierba dulce e iluminadora. Cuando todo estuvo listo pasamos a la ducha y, tras asearnos, entramos en la bañera para seguir gozándonos.

La infusión estimuló nuestros sentidos, el contenido de las pipas elevó nuestros espíritus. Tras las primeras caladas cantamos y reímos. Reknyel compartió con nosotras algunas melodías que no conocíamos, como aquella que versaba sobre un navío subacuático de color amarillo o la de una chica rodeada de diamantes, perdida en el cielo.

Espíritu y vida se fortalecieron. En el interior de mi hermana, así como en mis entrañas, todo había cambiado. Ahora éramos mujeres completas, abiertas al placer con un hombre que complementaría nuestras vidas.

—Os he anhelado desde siempre —reconoció el viajero—. Pero nunca creí que encontraros me colmara de tanta dicha… ¡Os amo a las dos, con el alma entera, con todo el cuerpo y con toda mi mente!

Ambas lo abrazamos en medio de nosotras. Era sincero. Encontré su hombría en erección debajo del agua. Mi cabeza giraba con el mareo habitual en los estados de iluminación. Él acarició mis senos y comprendí que los rituales de placer aún no terminaban.

—Debemos practicarlo todo —comenté—. En los próximos días tendremos rituales que sólo impliquen ciertas partes de nuestros cuerpos, pero esta noche es para conocernos bien.

Mi hermana agachó su cabeza delante de nuestro hombre y la atrapé para besar su boca con intensidad. Él nos acariciaba los senos, los costados, las nalgas y los muslos. Decidiendo que quería continuar me aparté de ellos.

Me arrodillé dándoles la espalda. Coloqué las manos en el borde de la bañera y ofrecí las nalgas en la postura “equina”.

Ambos se acercaron a mí. Reknyel se acomodó de rodillas tras mi cuerpo y Jaznat, a un costado, masajeó mis senos desde su origen hasta los pezones enhiestos.

La erección masculina pronto se posó sobre mi entrada vaginal, entonces empujé hacia atrás. Correspondiendo al movimiento, el hombre me penetró casi sin interrupción, un bramido de fiera en celo escapó de mi garganta. Me tomó por la cintura e iniciamos un rítmico movimiento copulatorio.

La curvatura de su miembro me permitía disfrutar de placeres incendiarios al recorrer los puntos sensitivos que Erfhat colocara en las entrañas de toda mujer. Mis senos escapaban de las habidas manos de mi hermana para moverse libremente al compás del movimiento de nuestros cuerpos.

El agua a nuestro alrededor se agitaba en un oleaje que nos golpeaba en respuesta a nuestras acciones. Yo respondía a las arremetidas del hombre con opresiones musculares internas que ofrecían mayor fricción, fue así como volví a conseguir un orgasmo.

Reknyel se desacopló de mi vagina para agacharse detrás de mí. Su lengua recorrió la separación entre mis glúteos y pronto reparó en mi orificio anal. Mi hermana se reunió con nuestro hombre para acariciar mi clítoris. Me sentí extasiada cuando la lengua del viajero se internó por mi orificio posterior para girar entro. Grité de delirio en el momento en que sus labios se posaron en la entrada y su boca succionó con fuerza.

Jaznat se aceitó un dedo y vertió una generosa cantidad de aceite sobre mi orificio anal. Lubricó con cuidado y me penetró con su dedo en rítmicos movimientos. Nuestro hombre agregó uno de sus dedos para introducírmelo también y ambos se sincronizaron para alternar sus entradas y salidas. La doble penetración digital arrancaba de mis labios suspiros y gemidos, el placer que ambos me producían abarcaba todos los niveles físicos y se elevaba a los más altos estratos emocionales. Quise llorar de gusto; tenía el amor incondicional de mi hermana, contaba con un hombre que se quedaría a nuestro lado para hacernos felices a ambas y las sensaciones que mi cuerpo experimentaba me colocaban en contacto directo con el amor de la diosa Erfhat.

—Tengo que hacerlo —murmuró Reknyel—. ¡Tengo que penetrarte por detrás!

—¡Es lo correcto! —concedió Jaznat— ¡Es una sacerdotisa, tu deber como devoto es darle placer!

Nuestro guerrero se arrodilló nuevamente detrás de mi cuerpo. Mi hermana capturó su virilidad y la introdujo en su boca para darle una ligera felación. Después lamió mi orificio anal para lubricarlo y dirigió la virilidad a la entrada. Él sujetó firmemente mis caderas y, de un certero movimiento, empujó para dar comienzo a la monta.

No sentí dolor; estaba habituada a los dedos de mi hermana, aunque nunca había introducido en mi ano un objeto tan grueso como la virilidad del viajero. Lenta, pero inexorablemente, fue adentrándose. Esperó a que me acostumbrara a su presencia en mi interior e inició un lento bombeo.

Correspondí a sus movimientos lanzando mis caderas al encuentro de su bajo vientre, de este modo llegó a introducirme entera su virilidad, para sacarla casi por completo y volver a incrustarla una y otra vez.

Respiré agitada. Sin duda me había ayudado la preparación y juego previo. Cada vez que sus testículos chocaban con mi vagina mi cuerpo se levantaba y yo gritaba apasionada; el placer en mi interior ascendía por momentos.

Mis músculos internos cedían cuando avanzaba y se contraían en los momentos de retroceso. Con cada penetración ambos gritábamos.

Su ritmo se volvió frenético, todo en nuestros organismos se coordinaba; a mi mente vino la imagen de un poderoso semental negro montando a una yegua blanca y todo mi ser estalló en un sublime orgasmo. Mi clímax fue acompañado por un alarido del hombre que me copulaba y un torrente de semen inundó lo más profundo de mis entrañas. Caí desmadejada, pero aún faltaba el placer anal de Jaznat.

Saliéndose de mí, Reknyel pasó a la ducha y se lavó los genitales escrupulosamente con jabón de tabaco.

—¿Te dolió? —preguntó mi socia de lecho acariciando mi ano.

—No. Es delicioso una vez que te acostumbras. Además, él es un experto.

Reknyel volvió con nosotras y se sentó al borde de la bañera. Su hombría se mostraba desafiante. Ambas nos acercamos a él y Jaznat se incorporó dándole la espalda. Se sentó sobre el guerrero, dirigiendo el glande a la entrada de su sexo. Mientras ella se empalaba lentamente yo acomodé la cabeza entre las piernas de los dos. Lamí los testículos de él, el punto de unión entre la virilidad y la entrada vaginal y ascendí hasta el clítoris de mi hermana.

Cuando el acoplamiento fue total, los amantes iniciaron una cadenciosa danza amatoria. Me dediqué a estimular el nódulo de placer de mi soca de lecho mientras ella gemía apasionadamente. Erfhat nos había bendecido con el amor de un poderoso guerrero. Me sentí agradecida e iluminada.

El ritmo de la cópula aumentó hasta que mi hermana experimentó un delirante orgasmo cuyos gritos casi nos hicieron ensordecer. Tras reponerse un poco se desacopló para acomodarse en la misma postura “equina” que yo adoptara rato antes.

Recorrí con mi lengua la hendidura que separaba los glúteos de mi hermana y pronto Reknyel compartió la faena conmigo. Él se acomodó detrás de ella y lamió su orificio anal como rato antes hiciera con el mío. Succionó con fuerza en repetidas ocasiones mientras ella profería gritos y gemidos. Me aceité las manos en previsión de lo que vendría y, cuando el hombre levantó el rostro, penetré con el índice de mi izquierda la entrada posterior de Jaznat.

Ella arqueó la espalda. Reknyel se aceitó las manos también y masajeó las nalgas que se nos ofrecían mientras unís un dedo al que yo tenía incrustado en mi socia de lecho. Con gesto de devoción inició un rítmico movimiento de su dedo, mismo que acompañé coordinando las penetraciones. Pronto Jaznat inició una cadenciosa danza de caderas acompañada de un prolongado cántico de gemidos y gritos guturales. Aceleramos nuestros movimientos y mi gemela volvió a sentir un poderoso orgasmo.

Aceité la virilidad de Reknyel y sostuve sus testículos con adoración mientras el glande penetraba el ano de Jaznat. Ella asentía con la cabeza mientras murmuraba frases de aliento. La primera etapa culminó con el ingreso de la cabeza del pene, después siguió el tronco arqueado y, aunque con cuidado, no se detuvo hasta tener toda su hombría enfundada en la entrada posterior de mi gemela.

Ambos permanecieron inmóviles, momento que aproveché para besar en la boca a Reknyel y luego acariciar la espalda y senos de Jaznat. Tomando a mi hermana por la cintura, el viajero retiró la mitad de su mástil para volver a clavarla con maestría. Ella gimió y respondió con un movimiento de cadera que fue el preludio a la danza copulatoria anal.

Los cuerpos de ambos coordinaron su cadencia. Él sostenía firmemente la cintura de ella y tiraba de sus caderas mientras adelantaba la pelvis. Al mismo tiempo ella lanzaba su cuerpo hacia atrás, buscando el encuentro con el poderoso mástil y su inmersión en lo más profundo de sus entrañas. Los impactos de sus carnes emitían chasquidos atronadores mientras el agua en su entorno se movía en un rítmico oleaje.

Ambos gemían, sacudían las cabezas, exclamaban y se motivaban mientras el placer en sus cuerpos crecía por segundos. De este modo continuaron durante un rato, hasta que ambos vibraron al unísono en un clímax abrasador.

No pude más que sentir amor por estos dos seres. Estaba enamorada de ellos, emocionada por tenerlos cerca de mí, admirada por su resistencia, su entrega, su entereza y por la maravilla de poder compartir todo de mí con ellos y saber que ellos correspondían de la misma manera con mis sentimientos.

 

FIN

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