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Las dos maduras

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El día anterior fui a la piscina. Hacía calor aunque un poco menos insoportable que otras veces.

Me ficharon el ticket y entré.

En el vestuario me quité mi calzoncillo blanco y me puse el bañador. Puse la poca ropa que llevaba en una percha que le di al guardarropa. Era una mujer de unos 47 años. Morena, teñida claro. Tenía mucho rimel. Era estilizada, atlética, aceitosa, de piel tostada. Era muy hermosa. Debía ser nadadora y se notaba que iba a un gimnasio.

Salí a la piscina.

Me quité la camiseta, mostrando mi cuerpo sin apenas grasa, puesto que tengo 38 años, pero hago bastante deporte. Mi piel estaba bastante enrojecida porque es muy blanca. Antes de salir me tengo que untar una crema para no abrasarme.

Me metí en el agua y nadé bastante.

Vi a una pareja de amigos y me senté con ellos.

A la salida, justo cuando me iba, me crucé con una mujer rubia de unos 47 años, estilizada, atlética, de piel tostada que me miraba con sus ojos azules. Y yo la miraba a ella. Nos comíamos. Si pudiésemos caeríamos uno encima del otro para besarnos, acariciarnos y lamernos.

La semana siguiente volví a la piscina. Casualmente se sentó a mi lado la mujer rubia, que se llamaba Isabel. Tuve la valentía, puesto que soy tímido, de comentarle que el agua estaba un poco más fría que en anteriores ocasiones. Así fuimos hablando sobre diferentes cosas. Ya habíamos quedado para después. Iríamos juntos a su casa. Me encontraba empalmadísimo.

A las ocho y media de la tarde me piel ardía. Bajé con Isabel a cambiarnos. Coincidimos en el mostrador del guardarropas. Allí estaba Laura, la otra mujer, la morena de los ojos muy pintados. Isabel se puso a hablar con ella. El resultado fue que esperaríamos unos minutos hasta el cambio de turno y Laura se vendría también con nosotros.

El coche de Isabel tenía aire acondicionado. Y su casa también. Era bonita, arreglada, limpia y perfumada.

Isabel estaba divorciada. Se notaba que se encontraba sola y deseaba estar con un hombre desde hace tiempo. Laura estaba casada pero iba a cometer una infidelidad. A ambas les atraía la idea de hacer un trío con un hombre más joven.

La cama de matrimonio era suculenta.

Primero nos duchamos y tomamos todas las precauciones de higiene. Después fuimos a la cama. Y caímos enrojecidos como me imaginaba. ¡Cómo me latía el corazón!. Dos caras calientes se apretaban a mi cara. Y me besaban y yo las besaba. Y las lamía y me lamían. Y nos acariciábamos. Sus manos me tocaban por todo el cuerpo, hasta por debajo del culo. Notaba uñas que me arañaban ligeramente. Respirábamos con jadeos.

Tironeamos hasta quedarnos desnudos y no se si algún botón caído se quedó allí para siempre. Las dos estaban tostadas, con cuerpos apetecibles por el ejercicio. Las tetas estaban algo caídas y arrugadas pero no me importaba.

Isabel me cogió la polla y me masturbaba. Yo tenía mi dedo gordo metido en su empapada vagina. Le noté un orgasmo. Laura me metió la polla entre sus tetas. Creí que me iba a correr. Isabel me apretó los huevos haciéndome daño. Y luego me metió medio dedo índice por el culo como si estuviese buscándome la próstata. Aquello me encantó. Laura dejó de apretar sus tetas contra mi picha y me acarició con su dedo índice uno de mis pezoncillos. ¡Las mujeres fantasean con hacerles mariconadas a los hombres!. Isabel me sacó el dedo del culo y me presionó con su mano entre los testículos y el ano. Me gustó tanto lo que me hacía que la recompensé con una buena lamida de clítoris. Laura me lamía con la punta de su lengua y con exquisitez, mi pezoncillo izquierdo. Metí mi dedo índice en el culo de Isabel. Estaba caliente y pegajoso.

Y ella respondió metiéndose mi polla entre sus tetitas. Las tetas de aquellas dos eran mejores que las de dos tías jóvenes y gordas. Le lamí el culo a Laura por la pasión que sentía. Sabía a cloro. Isabel me metió todo su dedo en el culo. Me encontré un poco incómodo. Y me acercó su vagina para que le metiese un dedo. Al hacerlo se corrió nuevamente. Laura me metió también su dedo. Así tenia los dedos de ambas en mi culo. No era una sensación placentera pero me dejaba hacer. Me daba morbo. Cogí el pie de Isabel con toda mi mano y entrelacé mis dedos con los suyos. Con parte del dedo de Laura en mi culo le metí mi prepucio en el coño de Isabel, que tuvo un espasmo. Después con rabia cogí a Laura y la senté hacia mí, apretando mi sudoroso torso con el suyo, y la penetré. Mi cara se apretujaba a la suya como si fuese un niño con su mama. Ella se movió lentamente encima de mí y note que se corrió. No pude aguantar más y eyacule poniéndole perdidas sus entrañas.

Había terminado la sesión.

Cuando me marche recordé el olor a perfume de esa habitación pero también el de la orina.

A Laura no la volví a ver más. Con Isabel tuve varios encuentros más. Uno de ellos fue un polvo desenfrenado.

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