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Cuernos playeros

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Mi esposa y yo rozamos los 40 años. Nos conservamos bastante bien y nos gusta cuidarnos. El cuerpo de mi mujer no tiene nada que envidiarle al de un mujer de 25-30 años. Sin embargo ella no piensa lo mismo y tiene una baja autoestima: siempre se ve defectos y siente envidia de otras mujeres con cuerpos bonitos. Como dije antes, ella tiene un cuerpo espléndido: es morena, tiene el pelo largo, mide 1.75 m, sus ojos son verdes, unos pechos no exageradamente grandes y un coñito completamente depilado que haría las delicias de cualquier hombre. Pese a ello, si una mujer guapa pasa por delante de nosotros, siente celos si me pilla mirándola y cree que puedo ser capaz de serle infiel algún día. Jamás he engañado a mi mujer con otra y no sería capaz de hacerlo, pues la quiero y no podría verla sufrir.

Cada verano solemos acudir a una playa almeriense a pasar 15 días de vacaciones, alquilando un pequeño apartamento. El año pasado, como de costumbre, estuvimos allí la última quincena de julio. Yo siempre deseo que lleguen las vacaciones para poder desconectar de todo, pero también tengo cierto temor, pues en la playa con mujeres en bikini, en tanga o en topless, aumentan exageradamente los celos y las imaginaciones de mi mujer y ya hemos tenido más de un enfado en ese sentido. A mi mujer Silvia no le gusta practicar topless, dice que le da pudor, y cuando algunas veces se pone alguna mujer cerca de nosotros a tomar el sol sin la parte de arriba del bikini, a ella le comen los celos.

Yo ya le he dicho muchas veces:

- ¿Por qué no haces tú lo mismo? Tienes un cuerpazo y puedes presumir tranquilamente de él. Así, además, seguro que desaparecerían tus envidias e imaginaciones.

Pero ella siempre se niega y es imposible hacerle cambiar de opinión.

Los días de vacaciones fueron transcurriendo con cierta normalidad y los estuvimos aprovechando al máximo. Sin embargo el penúltimo día la cosa cambió por completo. Ese día, después de almorzar, bajamos a la playa para pasar allí el resto de la tarde. A esa hora la zona en la que nos solemos poner para tomar el sol y darnos algún baño estaba bastante tranquila, pues siempre suele llenarse conforme avanza la tarde. Así que llegamos a la arena y extendimos las toallas. Yo me quité la camiseta y el pantalón corto que llevaba y me quedé en bañador, que era ajustado al cuerpo, tipo bóxer, de color negro. Silvia se quitó su vestido rojo estampado y se quedó con su bikini de color verde pistacho. Nos tumbamos en las toallas y nos pusimos a tomar el sol de forma relajada.

Con el paso de los minutos la zona empezó a poblarse poco a poco de bañistas. Hasta las 19.00 solían seguir llegando veraneantes y a partir de esa hora la playa comenzaba a quedarse poco a poco otra vez más tranquila. Algunos días Silvia y yo nos habíamos quedado allí hasta más de las 21.00 viendo la preciosa puesta de sol que ofrecía aquel lugar. Tras llevar un rato expuesto al sol decidí darme un baño. Mi mujer prefirió quedarse tomando el sol. Cuando llevaba varios minutos en el agua, vi que tres chicas con apariencia de extranjeras se aproximaban a donde estábamos nosotros y colocaban sus toallas a un par de metros de las nuestras.

Una de las chicas era pelirroja y las otras dos rubias, las tres tenían un buen físico y rondarían los 20 o 22 años. Una vez que habían extendido sus toallas, comenzaron a desprenderse de la ropa: se quitaron las camisetas, una de ellas el short y las otras dos sus minifaldas vaqueras. Y entonces me di cuenta de que esa tarde tendría que aguantar el carácter de mi mujer: las tres jóvenes se quedaron en topless y la única prenda que cubría sus cuerpos era un minúsculo tanga. La chica pelirroja lo llevaba blanco y las dos rubias lo llevaban la una de color rosa, la otra de color amarillo. Desde el agua pude ver cómo Silvia empezaba ya a mirar a las chicas. Permanecí bañándome un par de minutos y decidí salir cuando las tres chicas ya se habían tumbado en sus toallas: me imaginaba lo que me esperaba por parte de mi esposa durante el resto de la tarde.

Al llegar al sitio donde estaba mi mujer junto a las extranjeras, Silvia me susurró:

- ¿Has visto a esas tres? ¿Es que no tenían otro sitio donde ponerse? ¡Un poco más y ponen las toallas encima de nosotros!

- Mujer, la marea está alta, queda poco espacio de arena y hay mucha gente- le respondí tratando de quitarle importancia al asunto.

Me tumbé en mi toalla y no me atrevía ni a mirar al lado derecho, que era donde estaban las chicas. Hasta que no pasaron bastantes minutos no cambié de postura. Ni siquiera me había percatado de que Silvia estaba bañándose en el agua y de que las tres jóvenes hacían lo mismo. Silvia regresó pronto y me dijo que el agua estaba perfecta para el baño. Yo asentí y cerré los ojos para relajarme y seguir tomando el sol. Tras varios minutos escuché las voces de las tres chicas que se aproximaban. Abrí los ojos y vi cómo se quedaron un rato de pie para secarse al sol. No pude evitar fijarme en el cuerpo de las tres chicas: la pelirroja tenía unas grandes tetas, aunque sus amigas tampoco se quedaban atrás. Tenían los pezones tiesos debido al frío que sentirían al salir del agua y cuando se giraban podía ver la tela de los tangas mojados metida en la rajita de sus culos respingones. Miré la parte delantera de los tangas y me quedé con la boca abierta, viendo que la tela empapada estaba pegada a la vagina de las chicas, marcando los labios vaginales y en el caso de la pelirroja su tanga blanco transparentaba todo su sexo depilado. Me estaba excitando mucho y, para que Silvia no se diera cuenta y me montara el numerito, cerré los ojos e intenté abstraerme de la visión de aquellas chicas.

Al cabo de un rato mi esposa me comentó en voz baja:

- ¡Yo ya sabía que la intención de esas tres era la de llamar la atención y provocar y calentar a los tíos. Gírate y míralas!

Me di la vuelta y vi a las tres chicas tumbadas en sus toallas. La pelirroja y una de las rubias estaban bocabajo, pero la otra chica estaba con la cara al sol y tenía sus piernas algo abiertas. Su tanga amarillo se le había desplazado un poco y dejaba al descubierto parte de su coño. Al ver ese coñito joven casi al descubierto me excité y noté cómo mi polla se me empezaba a poner dura bajo mi ajustado bañador. Silvia se percató enseguida de mi erección y me dijo:

- ¿Lo ves? A ti ya te ha puesto caliente. Mira como tienes ya la polla.

- Silvia, por favor. Uno no es de piedra. Eres tú la que me has dicho que mirase- le comenté.

Para no aguantar más su enfado decidí ir a dar un paseo por la orilla. Regresé al cabo de unos 30 minutos y por entonces las tres chicas estaban en la orilla jugando a las palas. Mi mujer se estaba bañando, así que quise acompañarla y preguntarle si se le había pasado ya el enfado. Me extrañó su reacción, pues se mostró muy cariñosa y juguetona conmigo. Empezó a acariciarme la polla debajo del agua y sobre mi bañador. Yo le masajeaba sus pechos tapados por el agua. La playa había empezado a quedarse desierta y exceptuando las tres jóvenes extranjeras, en aquella zona solo quedaba una señora mayor tomando el sol, pero algo alejada de nosotros. Seguimos un poco con nuestros juegos bajo el agua, lo que hizo que mi verga estuviera totalmente erecta y dura aprisionada por el ceñido bañador. Silvia me leyó el pensamiento y me dijo:

- Aquí no me apetece follar, ahora después cuando lleguemos al apartamento.

Me dio un beso y empezó a salir del agua. Yo la seguí y señalándole a mi polla tiesa le dije que me había dejado muy caliente y con unas ganas enormes de sexo, pero volvió a insistir en que esperase a la noche. Al pasar por delante de las tres jóvenes que seguían jugando a las palas, la pelirroja no se cortó ni un pelo y me miró mi bulto de la entrepierna de forma descarada y con los ojos abiertos como platos. Silvia se dio cuenta y cuando llegamos a nuestras toallas me comentó:

-¿Has visto como te ha mirado, no? Casi se le salen los ojos. Estas tres vienen buscando sexo, créeme. Estoy segura de que si ahora te dejase aquí solo, se te acercaban buscando follar contigo. 

Yo no dije nada y me tumbé en la toalla. Lo mismo hizo mi mujer. Vi que la chica pelirroja dejaba a sus amigas jugando a las palas y que se acercaba a su toalla. Sin embargo pasó de largo y se dirigió a una zona de matorrales que había detrás. Se introdujo entre los matorrales y se detuvo. Estaba semioculta, solo se le veía la cabeza. Mi mujer también se había percatado de la acción de la chica y me preguntó:

-¿Y ahora que estará haciendo entre los matorrales?

-Lo normal es que esté haciendo pipí. ¿También te va a molestar eso?- le contesté.

- Voy a aprovechar que tengo ganas de orinar, lo voy a hacer entre los matorrales y de camino veo que está haciendo la extranjera, que tarda ya mucho en salir para estar haciendo un simple pipí.- me dijo Silvia.

Se levantó, se encaminó hacia los matorrales, se puso a un par de metros de donde sobresalían los cabellos pelirrojos de la chica y se agachó. A los pocos segundos Silvia salió de entre los matorrales y por la cara que traía, sabía que algo raro había sucedido. Cuando llegó otra vez a mi altura, me dijo apresuradamente:

- No te vas a imaginar lo que está haciendo allí la pelirroja: mientras yo hacía pipí la miré y estaba sin el tanga, completamente desnuda y masturbándose. Se dio cuenta de que la estaba viendo, pero ella seguía a lo suyo. Seguro que se estaba tocando pensando en tu polla erecta que acababa de ver.

Yo traté de restarle importancia al asunto e intenté tranquilizarla:

- Mujer, déjala, es un chica joven. A lo mejor es verdad que se ha excitado un poco, pero ¿no te ha pasado eso a ti alguna vez? A todo el mundo le pasan esas cosas. Si hubieras sido tú la que hubieses visto a un tío empalmado, ¿no te hubieses excitado también? Por favor, cuando salga la chica de los arbustos no la mires mal, ni le pongas mala cara, ¿vale?.

Silvia pareció quedarse conforme. Tras unos minutos la joven salió de los matorrales con su tanga blanco ya puesto y con sus mejillas sonrojadas, supongo que de su estado de excitación que había tenido. Al pasar por delante nuestra me fijé en la entrepierna de su tanga y la tenía mojadita: se había corrido y al ponerse de nuevo el tanga la humedad de su vagina lo había empapado. La chica pasó después junto a sus amigas, pero no se detuvo, sino que se fue directamente al agua a darse un baño. Las otras dos chicas dejaron las palas y la pelota junto a sus toallas y se metieron también en el mar. Se llevaron en el agua un buen rato, tras el cual salieron, cogieron sus toallas y se secaron. Empezaron a recoger y a sacar su ropa de la mochila. Pero se iba a producir algo que colmaría la paciencia de Silvia: antes de vestirse las tres chicas, sin ningún pudor se quitaron los tangas mojados por el baño, los metieron en una bolsa de plástico y la guardaron en una de las mochilas. Estaban las tres allí completamente desnudas. Yo no me atrevía ni a mirar a mi mujer, porque sabía la cara que tendría. Entonces cada chica se puso un tanga seco, pero no de traje de baño, sino un tanga de ropa íntima. Se vistieron con sus camisetas y con las minifaldas y el short, se pusieron las mochilas a la espalda y antes de irse nos dijeron educadamente adiós en inglés. Yo les devolví la cortesía, aunque Silvia no dijo nada.

Cuando las chicas ya se habían alejado, mi esposa me preguntó:

- ¿Qué, también las vas a justificar ahora? No les ha importado quedarse totalmente en pelotas delante de un tío y de su mujer. Han tratado de calentarte y de excitarte hasta última hora.

En ese momento perdí un poco la paciencia y no estaba dispuesto a escuchar más a Silvia, así que le dije:

-Tú puedes quedarte un rato más si quieres, pero yo me voy al apartamento. He tenido bastante de tus iras por hoy.

Me levanté, me vestí y la dejé allí sentada sobre la toalla. Cuando llegué al apartamento me duché y me puse a ver la tele un rato. Se empezó a hacer tarde y comencé a preocuparme por Silvia. Cuando estaba a punto de salir a buscarla, llegó al apartamento llorando. Traté de calmarla y consolarla y le pregunté que qué le había ocurrido. Ella lo único que hacía era pedirme perdón. Por fin se tranquilizó un poco y entonces me dijo:

-Tengo que contarte algo. Espero que me puedas perdonar. Por favor, no te enfades conmigo.

A partir de ahí me contó lo que le había ocurrido:

- Cuando te fuiste, estuve pensando en lo que me habías dicho tantas veces de que mostrase mi cuerpo como algo normal, pues así también desaparecerían mis inseguridades. Comprendí por fin que tenías razón, así que se me antojó dar un paseo por la playa antes de volver al apartamento , pero decidí quitarme la parte superior del bikini y hacer topless por primera vez en mi vida. Quedaba ya muy poca gente en la playa, pero quería comprobar si los hombres, como tú me has dicho siempre, se sentirían atraídos por mi cuerpo semidesnudo y me mirarían los senos. Tengo que reconocer que tenías razón: los hombres con los que me crucé durante el paseo clavaban sus ojos en mis pechos, algunos con disimulo, otros de forma descarada. La verdad es que me sentí halagada que hombres de todas las edades e incluso chicos jóvenes mostraran interés y deseo por mi cuerpo.

Al acabar el paseo estaba algo acalorada y sudorosa,, así que decidí darme un baño antes de abandonar la playa. Aproveché que en la zona donde habíamos pasado la tarde ya no quedaba nadie y me di un baño, pero esta vez completamente desnuda. Quería experimentar la sensación de bañarme en el mar sin nada de ropa. Me quité la braguita del bikini, la metí en la mochila y me bañé durante unos minutos. Después salí del agua y me quedé unos minutos en la orilla, dejando que mi cuerpo desnudo se secara con la brisa del mar.

Entonces vi que por la izquierda se acercaban dos vendedores ambulantes, el segundo de ellos unos 100 metros detrás del primero. Supongo que habrían finalizado su jornada de venta en la playa y se disponían a salir de ella por el acceso que había detrás de mí. Ya no me importaba que me vieran en topless, pero no quería que me viesen completamente desnuda, así que me acerqué a la mochila y me puse la braga del bikini.

El primero de los vendedores no tardó en llegar a mi altura. Era un marroquí de unos 50 años. Se detuvo delante de mí y me empezó a enseñar los vestidos que traía por si le compraba alguno. En un castellano más o menos correcto me dijo:

- ¿Quieres comprar alguno?

No sé lo que me ocurrió, pero la situación de estar allí en topless delante de ese desconocido me excitó, más todavía al darme cuenta de que el vendedor no dejaba de mirarme las tetas. Entonces, en lugar de decirle que no quería nada, le comenté que me gustaría probarme alguno de los vestidos. Mientras me los iba probando, el vendedor estaba allí delante sin quitarme los ojos de los senos: estaba disfrutando y en su entrepierna su bulto era ya de unas grandes dimensiones.

El segundo de los vendedores llegó en ese momento a nuestra altura y tras saludar también me dijo que si quería comprar algo. Era un chico joven, también marroquí, de apenas 20 años y traía relojes, pulseras y gafas de sol. Le dije que esperara allí un momento mientras terminaba de decidirme por uno de los vestidos y que después quería ver algunas pulseras para comprar una. Mi excitación iba creciendo sintiéndome observada por los dos hombres, pues el chico, que se había sentado en la arena, me miraba de forma más descarada todavía que el otro vendedor.

Al probarme el último de los vestidos, uno blanco que fue con el que me quedé, el marroquí que los vendía me ayudó a ponérmelo, rozándome una de mis tetas con su mano. Cuando le comenté que me quedaría con ese vestido, me ayudó de nuevo a quitármelo, tocándome en esta ocasión los dos senos y de forma más evidente. Al sentir el contacto de sus manos con mis tetas, sentí un calor en mi vagina y cómo empezaba a humedecerse. Mis pezones estaban duros y tiesos debido al grado de excitación. Miré al joven marroquí y vi que se estaba tocando su verga por encima del pantalón. Me miré la braguita del bikini y comprobé que la había mojado con mis flujos vaginales. Esto no pasó desapercibido para los dos vendedores y cuando me quise dar cuenta el joven ya tenía su polla fuera del pantalón y se masturbaba. Su verga era enorme y me entraron unas terribles de sentirla dentro de mi coño. El chico se levantó y se acercó a mí. El otro vendedor dejó sus vestidos en la arena y comenzó a masajearme las tetas y a pellizcarme los pezones. Yo le dejaba hacer y entonces su manoseo se hizo más intenso. El más joven se había desnudado por completo y me besaba y lamía los muslos. El otro hombre apartó unos instantes sus manos de mis pechos para desnudarse también. Tampoco estaba mal dotado y tenía ya fuera su glande enrojecido.

Ahora era el más joven el que jugueteaba con mis tetas: me las oprimía, las manoseaba y me pellizcaba y mordisqueaba los pezones. Por segunda vez noté la humedad en mi vagina y estaba deseando que aquellos dos magrebíes me penetrasen todos mis orificios con sus enormes pollas. Por fin el de más edad se agachó y comenzó a desatarme los lacitos laterales de la braguita del bikini, primero el derecho y después el izquierdo. Se quedó con ella en la mano, la olió y me la puso en la nariz para que yo hiciera lo mismo. La zona que cubre la vagina estaba manchada y empapada fruto de mi excitación. Arrojé la braguita sobre la arena y allí me encontré completamente desnuda ante los dos vendedores que contemplaban mi coño depilado. El más joven me introdujo inmediatamente dos de sus dedos por el ano y empezó a penetrarme con ellos. El otro había empezado a lamerme el coño y a acariciarme el clítoris con la lengua. Poco después se humedeció la punta de su verga con saliva y me la introdujo lentamente en mi vagina. Cuando tuve su polla dentro por completo di un suspiro de gusto y satisfacción. Lentamente empezó con el mete y saca, mientras el chico joven dejó mi culo, cogió su móvil y comenzó a fotografiar y a grabar la follada a la que estaba siendo sometida.

Me corrí enseguida y mis flujos chorreaban por mi entrepierna y por los muslos. El hombre de más edad aceleró sus movimientos de penetración, comenzó a gemir de forma escandalosa y rápidamente noté dentro de mi coño varios chorros de semen.

Cuando terminó de correrse sacó su polla y el chico joven le entregó su móvil para que siguiera grabando aquello.

El joven me dijo que me pusiera de rodillas me metió su inmensa polla en la boca, para que le hiciera una mamada. Yo estaba saboreando esa enorme verga joven que chocaba con el fondo de mi garganta. El chico estaba sudoroso y comenzó a gemir y a decir cosas en su idioma. Dio un par de gritos y su semen empezó a inundar toda mi boca. Yo me tragué toda esa leche y no desaproveché ni una gota. Me puse de pie y el chico le pidió el móvil al otro vendedor y lo guardó en su mochila, satisfecho por lo que había fotografiado y grabado. El más viejo me separó entonces los glúteos y comenzó a penetrarme por detrás. El joven hacía lo propio pero por delante. Experimenté un intenso placer al sentir cómo dos pollas me penetraban simultáneamente. Les grité a ambos que quería más y más rápido y ellos me obedecieron acelerando sus movimientos. Notaba sus testículos peludos chocando contra mi cuerpo y sabía que el primero en correrse sería el de más edad, pues fue el primero en empezar a gemir y a gritar. Yo estaba como en una nube, gozando de aquel inmenso placer, hasta que noté los chorros de semen empapando mi ano.

El vendedor, tras correrse, se tumbó exhausto sobre la arena. Mientras, el joven seguía con todo su ímpetu metiendo y sacando su polla en mi coño. Debido a su aguante pude disfrutar de varios minutos más de penetración. Con mis manos le acariciaba y pellizcaba su culo y el chico se puso a gemir enseguida hasta que ya no aguantó más y descargó dentro de mi coño toda la leche que le quedaba. Se quedó unos segundos abrazándome y besándome por todo el cuerpo hasta que se separó de mi y se sentó en la arena. Entonces me agaché para coger la parte inferior del bikini que estaba sobre la arena y ponérmela. Sin embargo el joven se levantó rápidamente y me pidió que si le podía regalar la prenda, que le gustaría quedarse con la braguita como recuerdo de aquel día. Yo accedí sin dudarlo y se la entregué: se llevaba como recuerdo mi braguita con el olor de mis flujos vaginales, además de las fotos que me había hecho y de las imágenes que había grabado. El más viejo me dijo que también quería un recuerdo mío, una prenda usada por mí, con mi olor. No se me ocurrió otra cosa que sacar de la mochila la parte superior del bikini y dársela. Él la cogió se agachó delante de mi coño e introdujo parte del bikini en mi vagina. Comenzó a masturbarme con su mano y con la prenda dentro. Consiguió excitarme tanto y tan rápido que no tardé mucho en correrme, empapando por completo el bikini. Satisfecho, el vendedor me lo sacó del coño y lo guardó en una bolsa de plástico en su mochila. Yo cogí el vestido blanco, que el vendedor no me cobró, me lo puse sin nada debajo, me calcé las chanclas y tras despedirme de ambos hombres abandoné la playa, dejando a ambos allí desnudos sobre la arena.

Eso es todo lo que me ha pasado y lo que he hecho y por lo que te tengo que pedir perdón. Ahora ya en frío no sabes cuánto me arrepiento de lo sucedido.

Cuando Silvia terminó de hablar, me quedé un rato callado, sin reaccionar. Ella se abrazó a mí, pero yo seguía si poder articular palabra: por un lado estaba enfadado por los cuernos que me acababa de poner mi mujer, pero por otro pensaba que, si eso le servía para eliminar para siempre sus celos, imaginaciones y baja autoestima, tendría que aceptarlo como una especie de terapia curativa. Le comenté esto último a mi mujer y le dije que lo daba por bien empleado, siempre que a partir de ahora dejara de comportarse de esa manera tan infantil. Ella volvió a abrazarse a mí y me prometió que su actitud cambiaría de ahora en adelante. Yo la cogí en brazos, me la llevé a la habitación y tras desnudarnos estuvimos follando como salvajes toda la noche, sin importarme que en su coño todavía hubiera restos de semen de los dos vendedores. 

 

 

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