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Las gemelas ninfómanas: Incitando a papá (1)

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La mañana del 26 de Septiembre despertamos temprano. Era el cumpleaños de Elykner, nuestro padre. Edith, mi gemela, y yo nos alistamos para darle la sorpresa de su vida.

Nos bañamos y lo preparamos todo sin tocarnos. Deseábamos reservar nuestra energía sexual para la locura que habíamos planeado. Nos vestimos con los disfraces de la editorial, prescindiendo de las botas. Esta vez invertimos los papeles; Edith sería Rivka Galder, fugitiva y yo sería Devna Urbeysh, capitana de la Armada Estelar. Ambas representaríamos las fantasías eróticas de nuestro padre.

Estábamos cachondas. La perspectiva nos tenía con los nervios de punta y las vaginas ardiendo. Dos veces tuvimos que volver a asearnos las entrepiernas y cambiarnos los tangas, hasta que decidimos prescindir de ellos. Teníamos la libido a tope.

Ansiosas de marcha escuchamos que papá se levantaba en su habitación y se metía a bañar. Cuando el agua de la ducha cesó, contamos unos cinco minutos. Queríamos sorprenderlo fuera del agua, pero aún desnudo o a medio vestir.

Corrimos a su habitación. Él tenía por costumbre permanecer sin cerrojo, como en recuerdo de cuando éramos pequeñas y corríamos a su cama para dormir acompañadas. Entramos y lo encontramos recién bañado. Tenía una toalla enrollada en la cintura y se estaba peinando frente al espejo de la cómoda.

-¡Feliz cumpleaños, papá! -exclamamos las dos y corrimos a abrazarlo.

Nos recibió con gusto y juntas pegamos nuestros cuerpos contra su piel. Mis hormonas se revolucionaron por su aroma masculino, combinado con el desodorante y la frescura del reciente baño. Besamos a papá una y otra vez, primero en las mejillas y luego acercándonos peligrosamente a su boca.

-¿Nos quieres, papá? -preguntó Edith con un puchero.

-¡Las amo con toda mi alma, mis hermosas Gemas! -respondió sin dudarlo.

-Papá, hay algo muy serio que debemos hablar -señalé ensombreciendo el tono de mi voz.

-Nat, me estás asustando -se preocupó-. ¿Sucede algo malo?

-Malo no, más bien difícil de asimilar -confesó mi hermana.

-Lo que sea, siempre podemos hablarlo -concilió Elykner.

Papá se sentó en la cama y nosotras nos acomodamos a sus costados, dejándolo en medio. Edith y yo nos tomamos de las manos sobre los muslos de él.

-No es fácil para nosotras decirte esto, por eso tenemos que hacerlo juntas. Necesitaremos de toda tu comprensión -dije mirándolo a los ojos.

-No importa de lo que se trate -dijo él sin dudar-, yo estaré aquí para apoyarlas siempre que me necesiten.

Pasó sus brazos sobre nuestros hombros en gesto protector. Evidentemente estaba tenso y preocupado, pero no asustado. Así es papá, un guerrero indestructible capaz de convertirse en el cómplice de sus Gemas.

-¡Papá, somos lesbianas! -confesamos Edith y yo al mismo tiempo.

Él exhaló y se relajó. Nuestra confesión no le amilanaba. Me sentí más ligera. Al menos ahora ya no tendríamos que escondernos.

-¿Eso era todo? -preguntó calmado-. Por un momento imaginé que estaban en un problema serio, algo de drogas o, no sé. Que quede clara una cosa, nunca me asustará ni indignará ninguna situación de índole sexual que suceda con ustedes. Tampoco me habría escandalizado si alguna estuviera embarazada. ¿Las dos son lesbianas, o sólo se trata de una y la otra quiere apoyar a su hermana?

-Las dos somos lesbianas, papá -reiteró Edith-. Gracias por comprendernos y apoyarnos. Te falta saber que estamos enamoradas y somos bien correspondidas.

-¿Y el amor heterosexual? -preguntó sin empacho-. Quizá valdría la pena que también probaran con un hombre; recuerden que su abuela es bisexual, fue feliz con mi padre y lo ha sido con otras mujeres.

-Papá, no comprendiste lo que dice Edith -atajé-. Mi hermana y yo somos lesbianas, estamos enamoradas y somos bien correspondidas... ¡Ella y yo somos pareja!

Elykner abrió mucho los ojos. Antes de que pudiera decir algo, mi hermana y yo nos besamos en la boca delante de él. Nuestras cabezas quedaron pegadas de costado contra su torso. Su vello me hizo cosquillas desde el oído hasta el cuello. Escuché el acelerado latido de su corazón.

-Gemas, nada cambiará -comentó nervioso-. Si lo que necesitaban era mi aprobación o mi apoyo, lo tienen sin dudarlo. Esta situación es poco ortodoxa, pero no me importa. ¡Son mis hijas, las amo con el alma y no dejaría de estar de su parte!

Edith y yo deshicimos nuestro beso y juntamos las mejillas para mirarlo de frente.

-Antes preguntabas por el amor hetero -recordó ella-. No lo hemos probado. Lo que pasa es que no hemos encontrado a un chico que sea capaz de amarnos a las dos a la vez, con el mismo grao de cariño, sin hacer distinciones entre nosotras y respetando al mismo tiempo nuestras individualidades.

-¿Tiene que ser un hombre para ambas? -preguntó él con temblor en la voz.

Un vistazo me reveló que el bulto en su entrepierna había crecido bajo la toalla. Me pareció lógico. Nos tenía pegadas a él, juntas en franca actitud lésbica, vestidas como sus fantasías eróticas literarias y destilando feromonas a todo vapor.

-No podrían ser dos -reconocí-. Aunque los cuatro termináramos en la misma cama o incluso nos intercambiáramos, tarde o temprano ellos querrían separarnos.

-Por eso te necesitamos, papá -declaró mi hermana-. Dos hombres tratarían de separarnos y uno haría comparaciones entre nosotras.

Nos pegamos a su cuerpo. Nuestros muslos aprisionaron los suyos. Involuntariamente aspiró nuestra fragancia femenina, con toda la carga de feromonas. Lo abrazamos al mismo tiempo y él aumentó la presión de sus brazos sobre nuestros hombros.

-¡Queremos que nos enseñes los secretos del amor heterosexual! -exclamé.

-Pero eso... eso no es habitual -murmuró él-. No digo que esté mal lo de que ustedes sean lesbianas. Ni siquiera me escandalizo por que se amen y sean pareja, aún siendo hermanas. Pero el que yo participe me parece como pasarnos tres pueblos.

Nos alzamos y lo miramos retadoras. Estábamos jugándonos el todo por el todo.

-¿Quién mejor que tú? -pregunté y me abalancé a darle un rápido beso sobre la boca.

-¡Nosotras queremos y tú puedes hacerlo! -exclamó Edith y repitió mi ejemplo besando a papá también.

-¿Recuerdas loo que pasó con Vasilia Aliena? -pregunté en el tono de trivia que papá usaba con nosotras cuando quería corroborar que leíamos los libros de Ciencia Ficción.

-¿Qué hubiera pasado con el planeta Tierra si Han Fastolfe no se hubiera negado a hacer el amor con su hija?

Papá se echó para atrás. No tenía modo de escapar de nosotras sin hacernos daño. Lo empujamos y quedó acostado sobre la cama.

-El doctor Fastolfe llevó a su hija a los Juegos De Eros, en la Ciudad de Eos. Además, tenía a Guiskard Reventlov, su robot.

-O sea, un consolador con cerebro positrónico y regido por las Tres Leyes -machaqué mientras me acomodaba al lado de papá.

-Ayer nos besaste y entendimos que deseábamos esto -rememoró Edith besando a papá sobre la frente.

-Pero yo... -

No lo dejé terminar. Me lancé a besar su boca con tanta o más pasión que la tarde anterior. Su barba de candado producía un estremecimiento especial sobre la sensible piel de mi rostro. Nuestras lenguas se encontraron mientras mi vagina destilaba flujos de excitación.

-Somos tus Gemas -susurró Edith al oído de nuestro padre-. Somos tus quimeras, tus sueños materializados, tus fantasías, los personajes que imaginaste e hiciste aparecer en este mundo, somos la suma de tus sueños, la esencia de tus ilusiones... ¡Somos la pasión binaria, la dualidad del placer! ¡Somos la Bestia Gestálica que te ama y a la que amas con el alma! ¡No podría ser de otro modo!

Cedí la boca de nuestro padre a mi hermana, para que ella repitiera la experiencia de besarlo mientras yo reptaba por su torso. Él acarició la espalda de Edith con cierta timidez, yo dirigí sus manos a los pechos de ella y ambos se estremecieron. Finalmente papá buscó los broches del corpiño de Edith para liberar su busto y así supe que ya lo teníamos en nuestro poder. ¿Quién hubiera dicho que al principio no quería?

Me quité también el corpiño y tanteé bajo la falda de mi hermana. Su coño estaba tan empapado como el mío. De rodillas sobre el colchón me apoderé de la toalla de papá y la abrí, dejándolo totalmente desnudo entre nosotras.

Me admiré por el tamaño de su hombría. Edith y yo teníamos algunos consoladores con los que solíamos darnos placer, pero ninguno era de esos descomunales que se ven en las películas porno. La verga de nuestro padre superaba en tamaño y grosor al mejor de todos.

Recuperé mi posición al lado del rostro de papá y toqué en el hombro a Edith para que siguiéramos adelante. Mi hermana y yo nos acomodamos ofreciendo las tetas a la voracidad de nuestro padre. Se metía uno de nuestros pezones en la boca mientras masajeaba dos de los senos libres con sus manos y acariciaba el tercero con el mentón. Era una maniobra complicada, pero Elykner parecía multiplicarse para darnos placer. Nosotras montamos cada una un muslo de él y sentimos sobre nuestros sexos el calor de su piel velluda. Nos restregamos con movimientos pélvicos muy estimulantes mientras nuestras ubres se bamboleaban sobre su cara. Acomodamos su verga en medio de las dos y lo estimulamos con los costados de nuestras caderas.

Papá gemía y balbuceaba combinando frases en hebreo, Yiddish, inglés, español, catalán e italiano. Cuando pasó al gaélico y el latín decidimos cambiar de juego.

Se sentó inclinado hacia atrás, apoyando sus manos sobre el colchón. Nosotras nos acomodamos entre sus piernas para estimularlo bucalmente.

Tomé entre mis manos la verga de nuestro padre y le mostré mi lengua en actitud lasciva. Lentamente lamí desde la mitad de su tronco hasta el glande, ensalivándolo bien. Naty besaba mi cuello y mi espalda, pronto se acomodó tras de mí para masajear mis tetas con mucha dedicación. Entonces metí el glande de papá entre mis labios haciendo succiones intermitentes mientras adelantaba la cabeza para introducirme el tronco poco a poco. Elykner aulló de placer.

Naty dejó mi busto para mirar lo que yo hacía con la boca. Me hizo una seña para que compartiera con ella el manjar paterno y repitió mi maniobra de delación extrema.

-¡Gemas! -gritó papá- ¡Lo maman como ninguna! ¡No saben, no imaginan cuánto las amo a las dos!

Nos fuimos turnando la verga de papá. Cambiamos la dinámica y, por turnos, introducíamos más de la mitad del mástil en nuestras bocas para obsequiarle largas secuencias de entrada y salida. El consolador más grande que poseíamos medía dieciocho centímetros y nunca conseguimos meterlo entero en nuestras bocas. La verga de papá, con un largo y un diámetro muy superiores, era un reto imposible de conseguir.

-Chicas, lo estoy disfrutando mucho -concedió Elyk-. No se esfuercen en llegar a fondo, ninguna mujer ha podido jamás; no quiero que se lastimen la garganta por mi culpa.

-Te ganaste un regalo por ser tan considerado -anuncié incorporándome.

Naty siguió entre los muslos de papá. En sus ojos pude ver la misma lujuria que debía reflejarse en los míos. Me subí la minifalda para dejarla a manera de cinturón. Papá pudo apreciar por primera vez mi vagina depilada.

Me acomodé de rodillas, con la cabeza de nuestro padre entre mis muslos, orientada hacia a bajo para mirar a mi hermana. Naty también se incorporó acomodándose a horcajadas sobre el abdomen de papá. Por un momento creí que se penetraría con la verga paterna, pero en vez de eso colocó el mástil que nos dio la vida en horizontal, abarcando todo el exterior de su vagina para hacer una “sirena y marinero”. Fue mi señal para descender y estampar mi vagina sobre la boca de papá.

Naty inició un poderoso movimiento de caderas adelante y atrás mientras la verga de nuestro padre se empapaba de sus flujos y recorría todo el exterior del coño de mi hermana. El glande chocaba contra su clítoris en un chapoteo morboso mientras la lengua de Elykner lamía mis labios vaginales.

Papá me atrapó por las nalgas para marcar un suave galope de mis verijas sobre su boca. Capturó mi clítoris con sus labios y mamó con fuerza haciéndome gritar. Succionaba y lamía mi nódulo de placer, hundía su nariz en mi entrada vaginal cuando mis caderas adelantaban y soltaba un cálido chorro de aire para enloquecerme. Cuando mi pelvis retrocedía aprovechaba para respirar mi fragancia de hembra en celo. Mis flujos vaginales escurrían sin control y empapaban su cara. Sus manos volvían a adelantarme y repetía la operación en mis genitales.

Chispazos eléctricos recorrían mi cuerpo, desde mi sobreexcitado sexo hasta mi embotado cerebro. Con la vista nublada por el delirio contemplaba a Nat retorciéndose de placer, con la verga de nuestro padre entre los muslos, estimulándose salvajemente.

-¡Todavía no me la mete y ya me está matando de gusto! -gritó mi gemela en un arrebato.

-¡A mí me va a succionar la regla a chupetones! -respondí enfebrecida.

Nos miramos a los ojos y contemplamos nuestros semblantes. Éramos una entidad doble, una misma alma multiplicada en dos cuerpos, creada para amarse a sí misma en el reflejo de sus más elevados instintos pasionales. Las dos asentimos en señal de lo que se avecinaba.

-¡Nos corremos! -bramamos al unísono-. ¡Nos corremos!

Caímos desmadejadas, con nuestro padre en medio de las dos. Él, ya totalmente desinhibido, acarició nuestros cuerpos como intentando convencerse de que sus gemelas acababan de convertirse en dos guerreras pasionales dispuestas a todo por el placer.

Naty reptó a mi altura y pronto nos besamos en la boca. Estábamos muy cachondas y decidimos dar a papá el primero de innumerables espectáculos lésbicos. Terminamos de denudarnos con mucha prisa.

Mi hermana se acomodó con la pierna derecha estirada y la izquierda levantada. Yo me coloqué sobre su muslo derecho para orientar mi vagina sobre la suya. Puse su pierna izquierda entre mis tetas y arqueé la espalda hacia atrás, sosteniéndome con las manos sobre el colchón para adelantar mi pelvis y provocar la fricción de nuestras intimidades. La iniciativa dependía de mí. Adelantaba y retiraba la pelvis mientras nuestras vaginas producían un chapoteo de humedades. Nuestros nódulos de placer se encontraban una y otra vez en una danza delirante. Fuimos encadenando pequeños orgasmos que pronto desembocaron en una corrida apoteósica.

 

Continuará...

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