Nuevos relatos publicados: 9

Las gemelas ninfómanas: Incitando a papá (2)

  • 14
  • 53.781
  • 8,50 (58 Val.)
  • 0

Mi gemela y yo terminamos el primer contacto sexual que sosteníamos ante papá. Edith se tendió sobre mi cuerpo y compartió con mi piel el calor de la suya. Nos besamos apasionadamente mientras nuestros sexos destilaban zumos de excitación. Aún habiendo tenido ya algunos orgasmos, no estábamos plenamente saciadas.

Elykner se tendió a mi lado y acarició nuestras cabezas. Nuestra demostración de amor debía ser para él una imagen de lo más excitante. Ambas restregamos nuestros sexos mientras seguíamos besándonos. Al parecer era difícil distinguir dónde terminaba el cuerpo y la piel de una para comenzar la otra, por lo tanto, papá nos acarició a ambas con decisión. Ya estaba totalmente liberado y sus temores habían desaparecido.

Fue muy excitante para nosotras sentir en nuestras pieles las manos firmes, viriles y seguras de nuestro padre. Cuando nuestras bocas se separaron, papá coló su cabeza entre las nuestras para buscar darnos un triple beso. ¿Quién es el idiota que dijo que “Es muy complicado besar en dos bocas”?

—Las amo... —jadeó papá—. ¡Las amo a las dos! ¡Estoy enamorado de ustedes, si es una locura, merezco el manicomio, si es un delito, merezco la horca!

—¡Te amamos, Elykner! —exclamé—. ¡Nunca lo dudes! ¡Nada de lo que pueda pasar en el futuro cambiará eso!

—¡Si es con amor y por amor, mereces toda la felicidad que podamos brindarte! —gritó Edith acelerando la rítmica fricción de nuestros genitales.

Volvimos a venirnos en un orgasmo sublime. Nuestros sexos estaban empapados, anhelantes y parecían destilar vapor a la par que jugos vaginales. Mi gemela se incorporó y papá, con actitud decidida, sujetó mis tetas con sus manos.

Succionó con fuerza uno de mis pezones, luego pasó al otro. Se aseguró de que estuviera bien excitada para sujetar mi seno izquierdo y sobarlo como nunca imaginé que se pudiera hacer.

 —Siempre es conveniente un buen masaje mamario —señaló papá con tono académico—. Amplía el juego erótico, sirve como exploración, previene la aparición de tumores, mantiene las glándulas firmes y prolonga la salud sexual de la mujer.

Su mano derecha recorría la parte superior de mi seno mientras la izquierda lo sostenía por debajo y friccionaba hacia arriba. Cuando los cantos de sus palmas se encontraban en el pezón, presionaba sobre este en movimientos bien calculados que me hacían estremecer. Las paredes internas de mi coño se contraían en cada uno de estos apretones y de mi garganta escapaban gemidos de placer. Mi hermana aprendió rápido la técnica y se apoderó de mi otro seno para imitar los movimientos de las manos de papá.

La sensación era extraordinaria. No me daba el placer encadenado que desemboca en el orgasmo, pero cuatro manos midiendo la elasticidad, el peso, la dureza y fortaleza de mis tetas me estaban llevando a la gloria.

Con mis manos encontré los sexos de mi padre y mi hermana. Los miré a los ojos, primero a ella y luego a él, y les agradecí por tanto amor. Sopesé los cojones de papá y entendí que él aún no se había corrido; las cosas se pondrían aún más candentes cuando buscáramos darle placer a el.

Mis amantes filiales terminaron de masajearme las tetas y Edith se acomodó boca arriba en la cama para que ahora papá y yo le diéramos el mismo tratamiento. Succionamos sus pezones para endurecerlos al máximo y masajeamos con energía. La verga de papá se mostraba orgullosa, le hice una mueca juguetona entre queriendo lamerla o morderla y se encabritó con vida propia.

Terminado el masaje de Edith no quise seguir esperando. Me acosté en la cama y levanté las piernas en “V” para mostrarle a nuestro padre todo mi coño empapado.

—¡Ya probaste a mi hermana, ahora te toca lamerme a mí! —exigí en el mismo tono que nosotras usábamos de niñas cuando nos encaprichábamos con algo.

Papá acomodó su cabeza entre mis muslos y lamió mi vagina desde el clítoris hasta el perineo. Grité apasionada. El calor de su aliento, la aspereza de su barba de candado, el grosor de sus labios y la certeza de que era el hombre que nos había engendrado eran hechos que sumaban mucho morbo a la situación.

Besó, mordisqueó y succionó mis labios vaginales como si no hubiera un mañana. Creí morir cuando su boca se posó de lleno en mi orificio vaginal, con los labios bien levantados, y succionó poderosamente. El premio máximo llegó cuando su lengua ejecutó una serie de expertas rotaciones, penetrándome y retirándose de mi interior con mucha rapidez. Edith se sumó al banquete recostando su cabeza sobre mi vientre para atrapar mi clítoris entre sus labios y chuparlo con glotonería.

Hubiera querido tomar a mis dos amantes por el pelo, pero mis puños estaban crispados. Mi cuerpo no respondía a mis órdenes, pues se había convertido en un receptor de placer erógeno. Gritaba, bufaba, gemía y levantaba la pelvis en busca de más y más sensaciones de placer. El orgasmo me recorrió entera, haciéndome convulsionar y revolverme sobre la cama. La corrida fue tan maravillosa que me dejó aturdida por unos momentos.

Nat quedó acostada a mi lado, con una lujuriosa expresión de dicha sexual. Levanté las piernas y miré a papá, mostrándole mi coño empapado.

—¡Hazme una “sirena” —solicité melosa.

Elykner se acomodó entre mis piernas y colocó su enorme verga sobre mi coño. Me estremecí de gusto al sentir el primer contacto entre nuestros genitales. Cerré las piernas y él las acarició desde las nalgas hasta los tobillos que acomodó juntos sobre su hombro derecho. Su verga era tan larga que sobresalía de mi Monte De Venus.

—¡Papá, si yo tuviera uno como este, lo estaría masturbando todo el día! —exclamé divertida.

—Edith, ya lo tienes a tu disposición —respondió—. ¡Lo mío es suyo y, si ya nos vamos a llevar así, no tienes que pedirlo, aquí está para tu placer!

Con estas palabras comenzó a embestirme con intensidad. Mi vagina estaba tan empapada que recibía sin problemas la longitud de su miembro a todo lo largo. Entrecrucé mis tobillos en su hombro para ofrecer más resistencia y así incrementar la fricción de nuestros sexos. Cada vez que papá retiraba su cuerpo, su glande rozaba mi entrada vaginal. Cuando embestía chocaba con el borde del orificio, recorría la totalidad de labios mayores y menores, impactaba contra el clítoris y sobresalía entre mis muslos. Sus cojones chocaban sonoramente contra mis carnes. La ventaja de esta postura es que los amantes pueden gozarla indefinidamente sin que haya verdadera penetración; las chicas que desean conservar su virginidad pueden dar mucho placer sexual a sus amantes sin necesidad de romperse el himen.

Los movimientos de papá eran muy estimulantes. Yo gemía con cada embestida de su ariete. Naty miró lo que estábamos haciendo y se acercó para acomodar su cabeza de lado sobre mi pubis. Enredé mis dedos en sus cabellos, papá gimió de placer, pues mi hermana abrió la boca para recibir su glande cada vez que él penetraba. Esa debía ser la gloria para él, follar con una de sus hijas mientras la otra mamaba su verga. Naty se masturbaba frenéticamente.

—¡Papá, me corro, es delicioso! —grité desesperada

Solté el pelo de mi gemela para poder crispar los puños y golpear el colchón.

—¡Siéntelo, Edith, córrete!

Llegué al orgasmo entre gritos y gemidos. Mi hermana abandonó su masturbación para sostener los cojones de papá y acompañarlos en su viaje de placer. Pronto tomó el miembro por su base y, aprovechando un retroceso de Elykner, lo empujó para colocarlo en mi orificio vaginal. Debido a la inercia, papá me penetró con fuerza, mi hermana lo detuvo con la mano para que sólo entrara un tercio de su longitud.

—¡Con confianza! —grité— ¡Hace tiempo que nos abrimos con consoladores, puedes penetrarme sin miedo a lastimarme!

Él se lo tomó con calma. Frenó en seco para mirarme unos segundos. Nat aprovechó para lamer la parte del tronco que aún sobresalía de mi vagina y luego recorrer mi clítoris enhiesto.

El instante era sublime. Mi propio padre penetraba con delicada firmeza, haciendo avanzar su pene dentro de mi vagina. Resoplaba como en éxtasis mientras la verga que una vez nos engendró era bienvenida en uno de los recintos más prohibidos y más anhelados. Las paredes de mi conducto se fueron expandiendo para dar paso a su visitante. Sentí cómo su glande llegaba a mi “Punto G” y seguía avanzando. La curvatura de su verga también llegó al “Punto G”, en la postura ideal donde su blande alcanzaba mi matriz.

—¡Estoy llena, papá! —grité apasionadamente—. ¡Estoy llena de ti!

—¡Edith, tú estás llena y yo estoy cubierto y rodeado por tu carne! —exclamó Elyk—. ¡Gracias, amor, gracias! ¡Te amo, las amo a las dos, nunca imaginé que llegaría este día, pero ahora que las cosas se dieron así, les juro que daré mi mejor esfuerzo por hacerlas felices!

—¡Goza con mi hermana, porque enseguida quiero que me hagas lo mismo! —comentó Naty.

Papá separó mis piernas un poco para poner mis tobillos sobre sus hombros y me sujetó por los muslos mientras nuestras miradas se encontraban. Asentimos al mismo tiempo y comenzó la cópula.

Él adelantaba el abdomen para llegar al fondo de mis entrañas y detonar todas mis zonas erógenas internas al mismo tiempo. Sus cojones golpeaban con violencia contra mis nalgas, generando sonidos de húmedos impactos. Con cada arremetida yo gritaba y sentía que descargas eléctricas recorrían todo mi ser, desde mi coño hasta mi cerebro, desde mi alma hasta el infinito.

Cuando Papá retrocedía, hacía una parada exactamente sobre mi “Punto G”, para friccionarlo con maestría al reingresar en mi vagina. Era como si mi coño y el suyo hubieran sido diseñados para coincidir a medida, como la llave y su cerradura, como la guitarra y su estuche. Al ser idénticas, seguramente Nat gozaría también de esta ventaja.

Las sensaciones eran indescriptibles. Mis senos se movían al ritmo de la follada para ofrecer a papá una vista muy estimulante. Naty nos miraba con atención. Papá practicaba una de las secuencias respiratorias que utilizábamos habitualmente para correr o practicar Krav Magá. Copié su ejemplo y el universo se abrió para mí.

Dominando mi respiración me sentí mucho más dueña de mis sensaciones. Acompañé las penetraciones de papá con contracciones de mis músculos vaginales y así brindé para ambos un toque adicional de placer. Me estremecí y grité de placer cuando una corriente de orgasmos múltiples se encadenó en todo mi ser. Dejé de ser yo misma para convertirme en una Súper Nova pasional que estallaba con incontables megatones de dicha erótica. Una catarata de líquidos se derramó desde mis entrañas en el más elevado paroxismo que jamás imaginé. En ese momento mi padre me penetró a fondo y eyaculó directamente en mi matriz, irrigándome por dentro para deleite de ambos. Todo esto sin dejar de jurar un amor incondicional y eterno, en todos los sentidos a sus dos Gemas.

Papá y Edith se desacoplaron entre estertores de pasión. Manaban abundantes líquidos de la vagina de mi hermana, misma mezcla que cubría la poderosa verga de nuestro padre. En todas partes habíamos escuchado que los penes se “deprimen” después del primer orgasmo, pero al parecer Elykner no estaba bien informado, pues su verga se mostraba orgullosa.

—¡Regreso enseguida, ustedes sigan con “lo suyo”! —exclamó mi gemela—. ¡Nat, el sexo hetero es fabuloso, tienes que probarlo!

Se levantó escurriendo semen y flujos vaginales desde su coño hasta las pantorrillas. Su expresión de dicha no me dejó dudas respecto al placer que había sentido. Salió de la habitación de papá en dirección a la nuestra.

Me puse de rodillas y mi padre hizo lo mismo para quedar frente a mí. Nos besamos apasionadamente mientras su erección humedecida se colaba entre mis muslos. Nos abrazamos e instintivamente inicié un movimiento de caderas para restregar su hombría contra mi anhelante intimidad.

—¡Papá, tienes mucha potencia! —gemí.

—Son dos hijas. Dos gemelas que siempre han querido lo mismo —respondió jadeando—. Iguales ropas y zapatos, los mismos juguetes, idénticas oportunidades. ¡En el sexo no podía ser diferente! ¡Yo no podría desfavorecer a una por complacer a la otra!

Volvimos a besarnos y escuché desde lejos el sonido de la cadena del WC. Edith debía estar aseándose.

—Quiero algo que vi en una película —solicité.

—¡Lo que tú desees, amor!

Me separé de mi padre y me acomodé en cuatro puntos sobre el colchón.

—¡Sexo vaginal, pero en esta postura!

Elykner se posicionó detrás de mí y separó mis nalgas con sus manos. Contempló mis orificios y me sentí exaltante. Alguna vez imaginé que el día en que un hombre me viera así, tan expuesta, me avergonzaría. En esta ocasión fue todo lo contrario, con papá no sentía ninguna clase de reparos.

—¡Adelante! —invité—. ¡Estoy excitada, húmeda, abierta y espero por ti!

—¡Nat, ustedes dos son lo máximo!

Me enterneció escucharlo. Cualquier otro hombre habría dicho algo como “eres lo máximo”, en singular, excluyendo a mi hermana que se encontraba temporalmente ausente. Papá siempre nos consideraba a las dos, por eso decidimos “hacerlo nuestro”.

Acomodó el glande sobre mi entrada vaginal y con su mano fue ejecutando círculos para tantear mi vestíbulo. Tuve ganas de lanzar mis caderas hacia atrás, pero me contuve. Me penetró despacio con su verga aún cubierta de semen y flujos de Edith. Ronroneé y gemí cuando su glande rozó mi “Punto G” en busca del ansiado útero.

La curvatura y el grosor de su miembro expandían mi cavidad de una manera nunca antes experimentada. Los consoladores que hasta entonces habían entrado en mí eran rectos, entonces me di cuenta de que mi vagina prefería los penes arqueados y sospeché que Edith opinaría igual. Ya compararíamos notas.

Por fin llegó hasta el fondo. Su glande alcanzó mi matriz, su abdomen chocó con mis nalgas y sus cojones colgaron entre mis muslos.

—¡Así, papá! —grité extasiada—. ¡Me fascina tenerte dentro de mí!

—¡Gracias, Tesoro, por darme la bienvenida en tu cuerpo!

Lo que siguió fue sexo puro y duro entre padre e hija. Papá me sujetó por la cintura e imprimió un ritmo cadencioso. Su erección en plena forma llegaba a mi útero para hacerme gritar mientras mi trasero chasqueaba contra su cuerpo. Cuando se retiraba tenía cuidado de aprovechar el movimiento para pulsar mi “Punto G” con su glande, friccionarlo dos veces y volver a penetrarme con fuerza.

Mis caderas acudían a su encuentro, nuestras respiraciones se ajustaron en secuencias de resistencia y los estallidos de energía en mi interior se acumulaban. Mis tetas y sus cojones se movían en el mismo compás pasional. Éramos dos seres diseñados y creados para ser compatibles en materia sexual. Tal como Edith, yo vibraba con cada movimiento, con cada respiración, con cada roce y jadeo.

Hilos de líquido vaginal escapaban de mi entrepierna muslos abajo, el placer me hacía agitar la cabeza con el pelo enmarañado y los ojos muy abiertos. Mi primer orgasmo de follada heterosexual se manifestó en una prolongada cadena de múltiples estallidos. Mi vagina se contraía entera, como queriendo exprimir el mástil filial, como queriendo retenerlo en su interior hasta el fin de los tiempos.

Descendí de mi oleada orgásmica para ascender de nuevo al paraíso, esta vez con una intensidad que me hizo cerrar los ojos y ver las estrellas. Mi coño segregó líquidos a chorro y esta fue la señal para que mi padre tirara de mis nalgas con fuerza, me penetrara hasta el fondo y descargara incontables disparos de simiente directamente en mi matriz.

—¡Se ven tan cogiendo haciéndolo que debería tomarles una foto! —exclamó Edith a nuestro lado.

Venía fresca y aseada, su coño olía al jabón de uso íntimo. Antes de que papá se retirara de mi interior, mi hermana colocó un objeto sobre mi espalda baja.

—Papá, espero que aún tengas baterías —señaló Edith—. Traje el gel de Sico para que me lubriques bien, quiero probar la penetración anal y estoy segura de que a Nat también se le va a antojar.

(8,50)