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Mónica DELUX (8): Al chantaje sexual de mi hermano se une su amigo 'Peluco'.

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Faltaba poco para las vacaciones del verano de 2.011 y yo estaba inmersa en los exámenes finales, estudiando día y noche y atiborrándome de cafés, cola y otros remedios caseros para combatir el sueño.

Un día recibí una llamada de mis padres en el teléfono móvil. Faltaba poco para las dos de la tarde y me pilló en el autobús, de vuelta a casa tras el último examen del día. Mi madre fue la primera en hablar, pero estaba muy nerviosa y no era capaz de explicarse con claridad. Entonces se puso mi padre, tras arrebatarle el teléfono de las manos. Me dijo que había recibido un email en el que ‘alguien’ me acusaba de haber mantenido relaciones sexuales con un miembro de nuestra familia, sin especificar nombre o parentesco. Añadió que no daban crédito a esa información, aunque matizó que “con ciertas reservas”, debido a los rumores que habían llegado a sus oídos sobre mis excesos sexuales cuando vivía con ellos y que hasta entonces habían preferido obviar. Abrumada por la vergüenza, les pedí perdón por mi pasado promiscuo y les juré y perjuré que aquella información era del todo falsa, asegurando que se trataba de una de tantas bromas pesadas que se gastan a través de la RED.

La llamada de mis padres me sorprendió mucho, no tanto el email que habían recibido; yo misma recibí dos relativos a ese tema. El primero llegó antes de Semana Santa, advirtiéndome, su remitente, que tenía pruebas de que había follado con mi hermano y que me convenía ir a casa a pasar esas vacaciones. Como pensé que mi hermano Toño era el responsable, me olvidé con la seguridad de que pretendía volver a chantajearme tirándose un farol; las pruebas habían desaparecido tras ceder a su chantaje durante las navidades. El segundo lo recibí tras las fiestas y era bastante amenazador, concluyendo con un inquietante “tú te lo has buscado. Ahora atente a las consecuencias”.

Mientras subía en el ascensor, mi teléfono pitó anunciando la entrada de un masaje de texto de procedencia desconocida. Lo abrí y decía lo siguiente: “Mira tu correo electrónico, porque tienes una sorpresa”. Abandoné con prisa el ascensor cuando llegó a mi piso, abrí la puerta nerviosa y fui corriendo al ordenador, que parecía tardar en arrancar más que otros días. Tras abrirlo, un sudor frío recorrió mi cuerpo de pies a cabeza. Se trataba de un video en el que dos personas aparecían follando: mi hermano Toño y yo. Quise morirme, pensando que mi hermano había llegado demasiado lejos. «Por eso aceptó deshacerse sin pestañear de las pruebas que me incriminaban la primera vez, ―pensé―, porque había conseguido otra de más peso». Lo peor de todo no era que ambos saliésemos follando, sino que daba la impresión de que yo le seducía. Entonces lo vi todo cristalino; recordé el empeño que puso en que yo me comportase como una profesora que le daba clases de sexo, indicándole en todo momento lo que tenía que hacer y cómo lo tenía que hacer, como si le manipulase. Al menos daba esa impresión, porque faltaban algunos fragmentos y solo aparecía lo más jugoso, lo que me ponía la soga al cuello.

A eso de las nueve de la noche llegó otro correo, el que aclaraba todo el asunto. Este me decía que mis padres tan sólo habían recibido un adelanto y que recibirían en ese mismo vídeo si sino pasaba las vacaciones en su casa, especificando que tenía que llegar antes del día 6 de julio.

Estuve tentada de contárselo a Sergio, mi novio, pero luego pensé que sería mejor no hacerlo, ya que sabía del chantaje al que me sometió mi hermano durante las navidades y recordé que tras contárselo juró y perjuró que lo mataría cuando lo viese. Evidentemente tuve que disuadirle de semejante locura, porque no solo iría a la cárcel, sino que me dejaría sin un hermano al que tenía mucho cariño, a pesar de todo, y sin hijo a una madre que lo adoraba.

Durante varios días estuve llamando al teléfono móvil de mi hermano sin que este respondiera. Igualmente le envié varios correos pidiéndole explicaciones, con el mismo resultado negativo. Durante esos días estuve bastante inquieta, circunstancia que Sergio notó y que yo negué con todo tipo de excusas. Finalmente hice las maletas y tomé el primer autobús el día 4 de julio. Él no me acompañó, porque le quedaban algunos asuntos pendientes que le llevarían al menos una semana.

Mis padres estaban esperándome en la estación de autobuses cuando llegué y juntos nos fuimos a casa. Pero yo estaba impaciente por hablar con mi hermano y las ganas me podían. Como él no estaba en casa ni fue a recibirme, pasé una media hora con mis padres y luego les dije que iba a buscarle porque le había echado mucho de menos y me moría por verlo.

No me costó dar con él en el parque donde solía gandulear con sus amigos. Me acerqué al banco donde estaba sentado con dos de ellos y le hablé en un tono poco amistoso.

―¡Ven conmigo, Toño, que tú y yo tenemos que hablar muy seriamente!

Los tres quedaron boquiabiertos, y enseguida uno de los amigos se levantó y tomó las de Villadiego, sin tan siquiera despedirse.

―¡Traqui, princesa! ―dijo el otro con tono chulesco―. No te alteres, chiquilla, y sonríe un poco que no veas lo guapa estás cuando lo haces.

El individuo que me dijo aquello era un delincuente de poca monta llamado Rafael. Le apodaban ‘el Peluco’ porque vivía de lo poco que sacaba robando relojes a las turistas. Esa era su principal actividad, pero también andaba metido en negocios turbios y con personas poco recomendables. A pesar de sus antecedentes, físicamente no resultaba repulsivo, destacando su rostro con facciones pronunciadas, ojos marrones y pelo negro. Yo no le conocía muy bien, pero a sus veintidós años contaba con un largo historial que, gracias a Dios, no incluía acciones violentas, lo que suponía un alivio siendo amigo de mi hermano. Yo siempre había recriminado a Toño que anduviera en ese tipo de compañías, y él me respondía que sólo hablaba con él en el parque o tomando alguna que otra cerveza de tarde en tarde, eludiendo meterse en problemas.

―Contigo no quiero nada, Rafa ―le respondí―, es sólo un asunto entre mi hermano y yo.

―¡Bonita, los asuntos que tengas con tu hermano también los tienes conmigo! ―replicó él―. Rectifícame si me equivoco, pero vienes por el asunto del vídeo. ¿A qué sí?

―¿Y tú por qué lo sabes? ―pregunté con una nota de pánico en la voz―. No me digas… Toño… que éste sabe lo del vídeo.

Mi hermano no dijo nada, seguramente intimidado por su amigo. Al menos su rostro y sus ojos así me lo indicaron.

―Claro que lo sé, bonita, como debe ser entre socios ―dijo Rafael.

―No entiendo. ¿A qué te refieres con “socios”?

―Pues está bien claro ―contestó Rafael―. En una sociedad, lo que es de uno también lo es del otro. Como futura economista es algo que debería saber.

El asunto dio un giro de 180° a raíz de la conversación; jamás pude imaginar que me vería envuelta en tratos con aquel despreciable ser. Inquieta, comencé a dar paseos cortos de un lado a otro, buscando la forma de librarme de la mierda que me había caído encima. Mis opciones eran bastante reducidas, por no decir nulas, y me maldije una y mil veces por haber caído en la misma trampa por segunda vez, sólo que en esa ocasión había un nuevo jugador de armas tomar. Y es que el tal Peluco no era un tipo con el que se pudiese jugar o regatear, no porque fuera violento, sino porque no andaba bien de la cabeza.

―¡Está bien! ―dije enérgicamente―. ¿Cuál es el precio esta vez? ¿Una paja a cada uno?... ¿O tal vez una mamada por barba?

Rafael tomó papel y lápiz y comenzó a escribir, mientras mi hermano seguía con la boca cosida, sin decir ni pío. Una vez terminadas las anotaciones, me entregó el papel y añadió:

―Procura estar mañana a las nueve de la tarde en esa dirección, si sabes lo que te conviene. Ten presente que el próximo correo que reciba tu padre incluirá un regalo muy especial.

Volví a mirar a mi hermano, tratando de encontrar una reacción en él, pero parecía totalmente ausente, igual que un zombi.

―¿Tú no piensas decir nada, Toño? Mira que en todos estos meses he pensado en lo que me hiciste y había llegado a perdonarte, porque después de todo eres mi hermano y te quiero, pero… meter a este tipejo en medio es lo más lamentable que llegarás hacer en tu vida.

Ni me respondió, ni me miró a los ojos, simplemente se limitó a permanecer en silencio, con la cara agachada.

―¡Está bien! ―exclamé―. Mañana a las nueve estoy donde me has indicado, pero antes tenemos que hablar de las condiciones.

―¡Todo a su tiempo! ¡Todo a su tiempo! ―El Peluco parecía haberse convertido en un loro―.     Tranquila que eso ya lo hablamos mañana. Tú de momento no te preocupes.

Sin más que hablar, me di media vuelta y me marché con prisa.

Pasé toda la tarde dando vueltas sin rumbo fijo, tratando de aclarar las ideas en mi cabeza. Por un momento pensé en decírselo a mi novio, pero no tardé en desechar la idea por las consecuencias negativas que podría acarrear. Luego pensé en presentarme ante mis padres y confesar mi pecado, igualmente lo descarté porque podría suponer un trauma terrible para mi madre, que de los dos era la más débil. Finalmente valoré la posibilidad de acudir a la policía, y me pareció una idea descabellada tratar de justificar unas imágenes por las que cualquier juez me encerraría, tirando después la llave bien lejos. Por descontado que podría contar con mis amigos, y a buen seguro les darían una paliza que no olvidarían, pero me pareció que la situación se podría ir de las manos, provocando una especie de guerra entre pandillas. Otras opciones pasaban por emigrar muy lejos o suicidarme, y ninguna de las dos me apetecía lo más mínimo.

La tarde siguiente me presenté en el lugar indicado a la hora señalada. Se trataba de una casa de vecinos con un patio central, distribuyéndose las viviendas alrededor del mismo en dos alturas. El abandono era evidente y todas las ventanas estaban cerradas o cubiertas por persianas descoloridas, sucias y algunas de ellas rotas de tal forma que parecían haber sido destrozadas por alimañas. Si a esto añadimos que todo estaba muy sucio y que las paredes carecían prácticamente de la cal en otro tiempo las cubría, no podía imaginar un lugar más apropiado para mi hermano y el canalla de su amigo. Seguí las instrucciones marcadas en la nota que me dieron y estas me llevaron a una escalera estrecha con escalones de madera bastante gastados y cubiertos de polvo. A través de ellas se accedí un corredor superior que daba al patio y cuyo aspecto no era mejor que el resto. Avancé unos veinte pasos hasta llegar a una puerta de color azul celeste que tenía un 7 de metal bastante oxidado.

Me coloqué frente a ella y respiré profundamente, luego llamé con dos golpes secos de nudillos. No tardé en escuchar unos pasos aproximarse a la puerta y ésta se abrió.

―¡Por fin ha llegado nuestra princesa! ―dijo Rafael muy contento―. Pasa y ponte cómoda, qué te has ganado un chupito de whisky por ser puntual.

Yo no dije nada y tan sólo me limité a echar un vistazo a aquella especie de pocilga, sin decir ni hola a mi hermano cuando pasé a su lado; una mirada me bastó para notar que estaba tan ebrio como su amigo Peluco, que se había sentado en una silla con asiento de mimbre para liarse un porro cómodamente. El aspecto de la habitación mejoraba notablemente respecto a lo que había visto antes de llegar a ella; no obstante, los muebles eran viejos y mugrientos, las paredes descascarilladas, el suelo con pinta de no haber visto una fregona en varios años y una especie de colchoneta en un rincón. Lo más destacable, si es que eso era posible, eran dos ventanas con vistas a un descampado que al menos aireaban la estancia y disipaban el mal olor.

―¡toma un whiskyto! ―me dijo Rafael, divertido―. ¡Que un lingotazo a estas horas viene muy bien!

―No, gracias. Creo que tú ya as bebido por todos los borrachos del barrio ―le dije con total indiferencia, y aparté con mi mano el vaso que me ofrecía, que por su aspecto amarillento y claro más bien parecía orina que licor.

Rafael volvió a sentarse en la silla y encendió el porro. Mi hermano seguía callado, igual que el día anterior, y llegué a pensar que aquel energúmeno le había cortado la lengua, lo cual no me hubiese extrañado mucho.

―¡Siéntate conmigo, princesa! ―dijo Rafael al tiempo que se daba unas palmadas prácticamente en las rodillas.

No me quedaba ninguna duda sobre lo que quería y me senté sobre ellas dándole la espalda. No tardó en pasar el porro por delante de mí y ofrecérmelo para que fumase. El aroma que despedía me indicó que se trataba de mariguana y pensé que no me vendría mal como ayuda para calmar los nervios y pasar el trance lo mejor posible, puesto que no tenía la más remota idea de lo que pretendían de mí, aunque podía hacerme una idea bastante precisa.

Yo me había vestido aquella tarde con un conjunto de color blanco formado por blusa y pantalón con sandalias a juego, lo más apropiado para un día caluroso. Decidí prescindir de maquillaje porque la ocasión no lo merecía y tan sólo llevaba conmigo un pequeño bolso.

Apenas había dado un par de caladas a la mariguana, cuando las manos de Rafael me sobresaltadon, agarrándome las tetas desde atrás y oprimiendo con fuerza.

―Veo que hace mucho que no estás con una chica ―protesté―, porque tus modales dejan mucho que desear. ¿No te has parado a pensar que la forma en que las agarras es prácticamente igual que si te cojo yo los cojones y aprieto bien fuerte? Algunos tenéis la idea equivocada de que son de goma y no de carne.

―¡Usted perdone, mademoiselle! ―respondió pronunciando la palabra del mismo modo que se escribe, sin siquiera pronunciarla malamente.

Mi observación no cayó en saco roto, porque dejó de apretarme, metió las manos por debajo de la blusa, las deslizó entre el sujetador y mis pechos y la sobó durante un rato con bastante menos rudeza. Pero la prenda íntima debía suponerle una molestia y terminó subiéndola por encima de los pechos. Entonces ya no tuvo problemas a la hora de abarcarlos en su totalidad y dedicar especial atención a los pezones, pellizcándolos insistentemente con intención de ponerlos duros.

―Ahora vas enseñarle las tetitas a tu hermano. ¿Verdad princesa? ―dijo con una especie de sarcasmo―. ¿Verdad que quieres verlas, Toño?

Mi hermano, que no había perdido un solo detalle, por fin se arrancó y respondió, dejándome más tranquila al saber que conservaba la lengua en su sitio.

―Sí, Peluco, hace meses que me muero por verlas.

Rafael se mostró satisfecho con la respuesta de mi hermano, porque implicaba que seguía perteneciendo a su bando. Fui consciente de ello cuando un fuerte suspiro chocó contra mi espalda y la onda de aire acarició el vello de mí nuca. Entonces se dispuso a desabotonarme la blusa, pero su torpeza era extrema, casi rozando la inutilidad absoluta. Temiendo por la blusa, le pedí que me dejase hacerlo yo misma. Apenas liberé el último botón, se apresuró a sacármela y luego sujetador. De esa forma quedó mi torso desnudo ante la atenta mirada de mi hermano. Sentí vergüenza, porque lo que debía contemplar no era precisamente una foto para marcar, sino para enterrarla en lo más profundo de un baúl.

―Ahora vamos a comprobar si este chochito es tan jugoso como me habías prometido, Toño ―dijo Rafael.

Deslizó sus manos, que más bien parecían tener lija en lugar de piel, por mi estómago hasta llegar al pantalón. Entonces no le supuso ningún problema desabrochar el botón y bajar la cremallera, introduciendo, acto seguido, la mano derecha entre la braguita y mi piel.

―Si vas a hacer lo que imagino, olvídate si antes no te lavas las manos, porque debes tener roña de meses ―le dije con aplomo―. Aunque un baño tampoco estaría de más.

―¡Tú estás de coña! ¿NO? ―dijo él, poniendo énfasis en la negación.

―¡Es lo que hay! Mi hermano no está mal del todo, pero también le hace falta. Respecto a ti, Peluco, prefiero reservarme la opinión ―respondí.

―Creo que fumar hierba te ha sentado mal, muñe…

―Imagino lo que pretendéis de mí ―le corté―, y no pienso dejarme tocar con esas manazas llenas de porquería y con esos cuerpos que apestan a vinagre añejo. Si no es bajo esas condiciones, abro la puerta y me voy por donde venido.

Toño y su amigo se miraron encogidos de hombros. Entonces mi hermano salió en mi defensa, técnicamente hablando.

―Vamos, Peluco, que tampoco es para tanto. No nos vamos a morir si nos mojamos un poco.

A regañadientes, Peluco salió por una puerta que daba a un pasillo, y un par de minutos más tarde regresó con un gran barreño lleno de agua y una pastilla de jabón, con forma y tamaño parecidos a las que se usaban antaño para lavar la ropa a mano; mi abuela tenía varias similares guardadas en un mueble de la despensa de su casa.

Ambos se desnudaron por completo y comenzaron a frotarse, eso sí, sin usar una mísera esponja o un estropajo, que hubiese sido lo más apropiado, pero al menos era mejor que nada. El caso es que, durante el tiempo que les estuve mirando, me di cuenta de que Rafael tenía una verga considerable si la comparaba con la de mi hermano; estaba a media erección y supuse que alcanzaría dimensiones alarmantes una vez estuviese empalmada del todo.

Rafael se acercó a mi una vez hubo terminado, me mostró las manos, se puso a mi espalda y luego introdujo la mano por mí ingle tal y como era su intención inicial. Entonces comenzó a hurgar en el coño y no tardó en introducir uno de sus dedos, metiéndolo y sacándolo con cierta precipitación. Yo podía notar cómo su polla aumentaba de tamaño mientras la restregaba contra mi culo todavía cubierto por el pantalón.

―¡Sí señor, esto es lo que yo llamo un buen chocho! ―exclamó con un tono bastante grosero―. ¡Qué ganas tengo de follármelo de una vez! ¿Verdad que tú también tienes ganas de que te la meta hasta el fondo, Mónica?

―¿Tengo alguna posibilidad de evitarlo? ―le respondí con una pregunta irónica.

―¡No! ―replicó él―. Incluso me apetece que me la chupes antes. De ese modo la tendré a pleno rendimiento cuando sea necesario. ¡Ahora quítate el pantalón y la braga, que así me animó más!

Lentamente me quité lo que me quedaba de ropa, la doblé y busqué un sitio lo más limpio posible donde depositarla, rezando para que no hubiese piojos, pulgas o algo peor. Para entonces mi hermano no sólo había recuperado la lengua, sino que, además, comenzó a usarla con total soltura.

―¡Vamos, hermanita, haznos una mamada de puta madre, que sé de sobra que eres una profesional. Vas a ver, Peluco, las maravillas que hace mi hermana con la lengua y los labios.

―Si son tan ricas como su boca, seguro que vamos a pasar un buen rato ―respondió el grosero de turno.

Ambos se colocaron delante de mí y me fueron obligando a descender, uno empujándome del hombro y el otro de la coronilla. Tan pronto tuve las vergas delante de mi cara, ellos ya se las habían cogido con la mano y las frotaban ansiosos.

―¡Vamos, chupa primero la mía, que la de Toño ya la has acatado! ―dijo Rafael al tiempo que me la metía, casi por la fuerza, dentro de la boca.

Durante cerca de un minuto me la estuvo follando, sin darse cuenta de que yo no hacía el más mínimo esfuerzo por complacerle. Con Toño fue diferente, porque parecía menos ansioso aunque su excitación era absoluta. El sí pudo disfrutar de los placeres que le proporcionaban mis labios y la lengua. Obviamente su amigo no quiso ser menos y exigió una segunda ronda. Así me tuvieron hasta que ambos disfrutaron el mismo número de felaciones: exactamente cuatro.

En todo ese tiempo mi cerebro no dejó de dar vueltas a una idea fija, porque llegaba el momento menos deseado y no veía por ningún lado un sitio que reuniese un mínimo de condiciones higiénicas. Pronto me di cuenta de que solo era un problema menor.

Ambos se empeñaron, como si fuesen marionetas dirigidas por la misma mano, en que me follarían sin condón sí o sí. Yo me negué en rotundo añadiendo que, sí trataban de forzarme, tenía intención de gritar tan fuerte que me o irían en varios kilómetros a la redonda. Se pasaron mi amenaza por el forro de sus caprichos y, cogiéndome Rafael por las axilas y mi hermano por las piernas, trataron de llevarme hasta la colchoneta. Yo me revolvía enloquecida, encogiendo y estirando mi cuerpo con violencia y agitando las piernas de arriba abajo, hasta que mi hermano me soltó tras recibir la tercera patada en mitad de la cara.

―¡ESTÁ BIEN! ¡ESTÁ BIEN! ―gritó Rafael―. Como no tengas tú condón… lo que es nosotros no tenemos.

―No te preocupes ―respondí―, porque me lo he imaginado antes de venir. Igualmente no me hubiese fiado si los tuvieseis, porque seguro que usáis el mismo durante un mes, hasta que se rompe. Pásame el bolso y os doy unos cuantos. Eso sí, ni loca me acerco yo a ese colchón. Os podéis sentar en la silla y yo me coloco encima. Eso o de pie, no hay más opciones.

No les costó decidirse y optaron por lo más cómodo, sentados en la silla. El primero en enfundarse el preservativo fue Rafael, que rápidamente se sentó en la silla y no tardo en llamarme haciendo gestos con las manos.

―¡Pon tú chochito aquí ―Rafael se agarró la polla con la mano―, que te la voy a meter hasta los huevos! ―dijo en un alarde de vanidad.

El caso es que yo la miraba y tenía la certeza de que me iba a doler si no me humedecía al menos un poquito, ya que tenía el coño más seco que la boca después de comer un polvorón. Me senté a horcajadas sobre sus piernas, frente a frente, y comencé a deslizar mis dedos por la raja, tratando de conseguir un mínimo de humedad antes de que Peluco se impacientase. Cuando creí estar preparada, me acerqué más a él y entre ambos colaboramos hasta que la tuve en las entrañas, hasta los huevos, como él quería. Cabalgué durante un rato mientras, por mucho que me esmeraba en retirar la cabeza a un lado u otro, soportaba su aliento que chocaba contra mis pechos y subía hasta la nariz

Luego actué del mismo modo con mi hermano, solo que con él fue diferente, porque me resultaba tan agradable como cuando se la chupé. Con Toño sí se prodigaron mis gemidos, soltando incluso los que contuve al ser follada por su apestoso amigo. Al menos él mostró interés en estimularme los pechos con besos y lametones. En esa posición no podía ver a Rafael, que lo tenía detrás de mí, y ese hecho me tenía con la mosca detrás de la oreja, porque temía que en cualquier momento me la metiese por el culo, sin avisar y con la rudeza que había demostrado tener. Por suerte no fue así, ya que exigió a mi hermano que se levantase para ocupar de nuevo la silla.

―No me gusta esperar demasiado, porque no dejo de meneármela con la mano y si estás aquí es para follarte, no para hacerme una paja mientras otro te la mete ―dijo Peluco en un alarde supremo de malos modales.

De nuevo sobre él, volvió a sorprenderme. Apenas llevábamos seis o siete embestidas cuando, de repente, se detuvo, me abrazó con todas sus fuerzas y se puso en pie. Yo pensaba que me iba a follar sosteniéndome en vilo, pero nada más lejos de la realidad, porque avanzó con prisa hacia la colchoneta y ambos caímos sobre ella con extrema violencia, por supuesto yo quedé debajo.

La ira se apoderó de mí y furiosa comencé a dar manotazos sin mirar dónde, gritando con todas mis fuerzas que me sacase de aquella mugrienta colchoneta; a saber a cuántas se habían follado sobre ella; estaba segura de que tendría semen con varios años de solera.

―¡Toño, Toño! ―llamó a mi hermano levantando la voz―. Sujeta a este cervatillo convertido en pantera, que no puedo hacer todo al mismo tiempo.

Toño vino rápido a nosotros, me agarró con fuerza de las muñecas y me inmovilizó mientras yo me revolvía y gritaba.

―¿Ves como no es tan terrible, Moni? ―dijo mi hermano―. Siempre te queda el recurso de lavarte cuando llegues a casa ―añadió irónicamente.

―Además de lavarme voy a tener que desinfectarme con lejía, ¡cabronazos! ―le respondí y traté de morderle el brazo.

Finalmente vencieron mi resistencia y me estuvieron follaron durante al menos una larga e interminable media hora. Yo me encontraba totalmente agotada, respiraba con dificultad y el sudor bañaba todo mi cuerpo. Apenas tenía fuerzas para moverme y mucho menos para luchar, mientras ambos se intercambiaban una y otra vez entre mis piernas. Les supliqué que por favor se corriesen de una vez para irme a casa, pero ellos no estaban dispuestos a dejarme marchar tan fácilmente.

―Toño ―dijo Rafael con un tono que no presagiaba nada bueno―, metérsela por el culo a está putita, porque si lo hago yo primero se lo voy a partir en dos; es mejor que tú se lo habrás.

En ese momento me di cuenta de que mi hermano era una especie de marioneta que su amigo manejaba a placer, hablando únicamente cuando parecía darle permiso con miradas o gestos, u obedeciendo cada vez que el otro le daba una orden o se lo sugería de modo un tanto exigente.

Rápidamente mi hermano salió de mí, me levantó las piernas y el otro tiro de ellas, dejando mi culo suficientemente levantado para sodomizarme sin problemas. Y así lo hizo Toño, propinándome una punzada que me hizo ver las estrellas, porque ni siquiera el cabrón tuvo la decencia de escupir un mínimo de saliva en el agujero. Poco a poco el dolor remitió y me dio por el culo sin apenas molestias. Obviamente mi cuerpo no estaba preparado para sentir placer y mucho menos un mísero orgasmo.

―¡Me toca! ¡Me toca! ―exclamó Rafael muy animado―. Vamos a ver qué tal se comporta este estupendo culo cuando se la meta del todo. Ayúdame a darle la vuelta, Toño.

Mi hermano no tenía la menor idea de lo que su amigo pretendía, y yo mucho menos. Ambos me giraron hasta quedar boca abajo y totalmente extendida. Supe lo que aquel energúmeno pretendía cuando lo tuve sentado sobre mis muslos y colocó la punta de la polla en mi agujero a medio cerrar. Entonces se inclinó hacia adelante y me sujetó los brazos con sus manos, aplastándolos contra la colchoneta. Acto seguido ordenó a mi hermano que me inmovilizase los pies y el esclavo obedeció. Así, Peluco me la fue clavando hasta que su vientre se juntó con mis nalgas. Luego comenzó a encularme con un ritmo creciente. Gracias al Cielo no lo tuve demasiado tiempo en el recto. Sus palabras fueron bastante elocuentes:

―Vamos a girarla otra vez, Toño, que quiero llenar de leche esa cara tan bonita.

Mi agotamiento físico y mental había llegado a tal extremo, que obedecí mecánicamente cuando me pidieron que abriera la boca. Ambos se habían quitado los condones y se pajeaban sobre mi cara, tratando de llegar al orgasmo al mismo tiempo. A mí eso ya me daba igual y no podía concentrarme en lo que hacían, ni siquiera cuando sentí un primer chorro cruzar mi cara desde la barbilla hasta el entrecejo. Instintivamente cerré la boca, sin poder evitar que cierta cantidad penetrase. Aquel gesto no gustó a Rafael, que era quien había lanzado la descarga.

―Nos ha salido rebelde la putita ―dijo Peluco en tono despectivo y me dio una buena bofetada―. ¡Ahora vas abrir la boca para que tu hermano te la llene bien! ¿Verdad que sí, zorra? ―ordenó al tiempo que apretaba con fuerza mis mejillas.

Asentí con los ojos, aterrorizada, porque de palabra no podía, y el aflojó las mejillas al ver que le obedecía. De ese modo mi hermano tan sólo tuvo que apuntar y derramar el semen dentro de mi boca. Ni siquiera me molesté en tratar de escupir; la propia gravedad se encargó de que fluyera por mi garganta en dirección al estómago.

Ambos se mostraron satisfechos con su hazaña, con su vil cobardía al someter de ese modo a una pobre infeliz que no tuvo ninguna posibilidad de rebelarse. Festejaron su triunfo con un par de tragos de aquel whisky que por desgracia no se convirtió en veneno.

Yo permanecí tumbada durante unos diez minutos, sin moverme y observando como ellos se divertían contando anécdotas estúpidas y haciendo gracias propias de niños de no más de ocho años.

Llegado el momento en que me sentí con fuerzas suficientes, comencé a levantarme torpemente con intención de vestirme y marcharme de aquel horrible lugar, pero, al parecer, mí vía crucis no había terminado.

Rafael, que no me había quitado la vista de encima durante todo ese rato, se aproximó a media carrera y me sentó de un empujón justo en el momento en que casi había logrado ponerme en pie. Intenté incorporarme de nuevo, pero me propinó una nueva bofetada que me hizo ver las estrellas, con suma violencia. El labio inferior comenzó a sangrar pues había recibido la mayor parte del impacto.

―¿Quién te ha dicho que puedes levantarte, zorra? ―me preguntó con los ojos muy enrojecidos debido al alcohol.

Yo estaba sentada en el colchón y le miraba aterrorizada, protegiendo mi rostro con los antebrazos.

―¡Todavía no me he cansado de ti! ¡Ahora mismo te vas a tumbar de nuevo, hasta que yo lo diga!... ¿Está claro?... ¿Verdad que vas a ser mi putita hasta que yo lo diga? ―añadió con la mano levantada, amenazando con golpearme de nuevo. Apenas pronunciaba las palabras correctamente, pero su mensaje me llegó bien claro.

―¡Sí, Rafa, pero no me pegues! ¡Haré lo que quieras, pero no me pegues, por favor! ―le supliqué sollozando.

―No he oído decir que vas a ser mi putita hasta que yo lo diga. ―Amagó con golpearme.

En ese momento intervino mi hermano.

―¡Basta, Peluco! Creo que por hoy ha sido suficiente ―dijo Toño con una nota de prudencia en la voz, casi con temor―. Está agotada y será mejor seguir mañana… ¿No te parece?

―¿Mañana? ¡Mira por donde, voy a seguir tu consejo! ―Miró la hora en su reloj de pulsera y mostró una sonrisa nada esperanzadora―. Mira por donde, ¡ya es mañana! Son exactamente las doce y diez.

El mundo se me vino encima al escuchar aquella aciaga hora y mi hermano agachó la mirada, consciente de que su intercesión no había servido para nada, salvo para enojar más a quien parecía su amo.

―Todavía no has dicho las palabras mágicas, ¡puta! ―me dijo en tono despectivo.

―¿Y qué es lo que tengo que decir? ―le pregunté sin dejar de gimotear.

―¿No te acuerdas, zorra? ―Su brazo se elevó de nuevo sobre mí―. Te lo voy a repetir por última vez, y procura abrir bien las orejas. Quiero que me supliques que te deje ser mi putita hasta que yo quiera.

―¡Sí, Rafa, te suplico que me dejes ser tu putita hasta que tu quieras! ―dije muerta de miedo.

―¿Ves cómo todo es más fácil cuando te muestras razonable? Ahora quédate ahí tumbada, hasta que se me ocurra qué hacer contigo.

Asentí con la cabeza y obedecí antes de que me partiese la cara de nuevo.

Apenas quince minutos más tarde, Rafael cogió su teléfono, marcó un número y comenzó a hablar con su interlocutor entre risas. Entonces recordé sus últimas palabras: “Ahora quédate ahí tumbada, hasta que se me ocurra qué hacer contigo”. Me puse en lo peor, segura de que estaba llamando a algún amigo para invitarle a una fiesta en la que yo sería el principal aliciente. Miré a mi hermano, a los ojos, pero él esquivó los míos, posiblemente tratando de decirme con su gesto que no podía hacer nada por mí. Finalmente Rafael cortó la llamada, dejó el teléfono sobre la mesa y vino a mí.

―Abre bien las piernas, ricura, que otra vez tengo ganas de probar ese chocho tan rico ―me ordenó con un tono menos amenazante que las veces anteriores, pero igual de desagradable.

Antes de metérmela de nuevo, se entretuvo unos segundos jugando con mis pechos, manoseándolos y estrujándolos como si fueran la masa del pan. Luego terminó hinchándomela de un golpe y me estuvo montando durante unos cinco minutos sin condón a pesar de que se lo imploré. Finalmente se retiró y volvió junto a mi hermano, donde siguió bebiendo al tiempo que se fumaban algún que otro porro. Repitió esa misma rutina cuatro veces más, dejando entre cada una de ellas un margen de unos quince minutos que, después de todo, no me vinieron mal.

―¡Bien, zorra! Ya me he cansado de follarte el coño. Además, ya no me sirve para nada porque lo tienes más seco que el de una vieja ―me dijo tras salir de mí la última vez. No parecía estar conforme con abusar de mí, sino que también pretendía humillarme―. Ahora te vas a poner como una perrita, a cuatro patas, que quiero disfrutar de tu culo un par de veces antes de llenártelo de leche, que creo que ya tengo suficiente para una segunda descarga.

Las lágrimas volvieron a brotar de mis ojos, tan amargas que quemaban mi piel como si fuesen pequeños riachuelos de abrasadora lava. Obedecí al instante, por la cuenta que me tenía, tratando de convencerme a mí misma de que otras veces había soportado sesiones de sexo incluso más intensas, pero en circunstancias muy distintas. Me armé de Valor y permanecí inmóvil, tal y como me había ordenado, temerosa de que llegase el momento anunciado.

Apenas dejó transcurrir otros quince minutos, cuando lo tuve arrodillado detrás de mí, sin condón y dispuesto a clavármela en el ano. Lo hizo colocándose en cuclillas, porque sabía que de ese modo podría darme por el culo con más energía, seguramente tratando de arrancarme gritos de dolor, pero no lo consiguió porque ni fuerzas para gritar me quedaban. Para la segunda sodomía dejó transcurrir más tiempo, debido a que pasó un buen rato tratando de convencer a mi hermano para follarme los dos al mismo tiempo, pero Toño se negó, añadiendo que no estaba motivado. Sonreí ligeramente, con cierta ironía, porque pensé que mi hermano por fin había tomado una decisión que me favorecía.

―¿Verdad que te vas a poner muy contenta cuando te llene el culo de leche? ―Me preguntó Rafael cuando se situó detrás de mí por segunda vez. Instintivamente le respondí con un leve “sí” al tiempo que negaba con la cabeza, totalmente asqueada.

La tortura duró un buen rato porque, contrariamente a lo que había presumido, Rafael no parecía tener suficiente esperma, aunque, seguramente, el alcohol hacía estragos en su organismo. Entonces sucedió algo con lo que yo no había contado y que supuso la mayor de las humillaciones: sin pretenderlo experimenté un potente orgasmo que inundó mis entrañas de tal modo, que pensé que había soltado de una vez todo lo acumulado a lo largo de la noche. Poco más tarde él también se corrió, anegando el recto con su ‘mala leche’.

―Ya te puedes marchar, que mañana será otro día ―dijo tras soltar la última descarga.

Antes de levantarme me senté sobre colchón, en un intento desesperado por expulsar hasta la última gota de esperma y dejar un nuevo rosetón sobre aquella tela que parecía decorada con unas cuantas docenas más.

―¿Qué pasa con el vídeo? ―pregunté mientras me vestía―. Yo ya he cumplido y ahora vosotros tenéis que hacer lo mismo.

―¿Qué has cumplido? ―preguntó Rafael alzando la voz―. ¡Cumplirás cuando yo me cansé de ti, jodida punta, y no antes! Y da gracias que estoy cansado, porque si no fuera por eso, de buena gana te estaría follando por los dos agujeros lo que resta de noche.

―¡Eso no es justo! ―repliqué y una nueva bofetada impacto en mi rostro; ya ni recordaba cuántas había recibido.

Me agarró del cuello, enfurecido, y trató de forzar mi cabeza para que descendiese, con intención de meterme la verga en la boca. Entonces intervino mi hermano y le convenció, milagrosamente, de que me dejase marchar. Así lo hice tan rápido como pude, abandonando aquel horrible lugar y jurándome que no volvería ocurriese lo que ocurriese.

Aquella noche mi hermano no durmió en casa; el muy cobarde llamó para avisar que dormiría en la de un amigo.

Al día siguiente, sobre las cinco de la tarde, recibí una llamada de Rafael, para recordarme que esa tarde debía ir a la misma hora y al mismo lugar. Me negué en redondo y nuevamente amenazó con enviar el video por correo a mi padre.

―Me da igual lo que hagas ―le dije―, porque siempre será mejor que tener de nuevo tu asquerosa polla dentro de mí ―añadí y colgué.

El caso es que no quedé contenta con la respuesta que le di, no me dejaba satisfecha del todo. Entonces, en un instante de locura, decidí presentarme en persona y decírselo a la cara. Pero no, no había perdido del todo la cabeza, porque tenía intención de hablarles desde el descampado. Pensé que la ventana estaba demasiado alta para que ellos pudiesen saltar; por otro lado, si pretendían perseguirme, disponía de tiempo suficiente para salir pitando y estar bien lejos cuando ellos llegasen tras correr por el corredor, bajar la escalera estrecha y destartalada y finalmente atravesar el patio antes de salir a la calle y rodear la casa. Eso me daría una cómoda ventaja de más o menos un minuto, tiempo más que de sobra.

Nada más llegar, escuché tres voces que provenían de una de las ventanas, con total claridad. Dos eran las de mi hermano y Rafael, pero la otra no me resultaba familiar. Al principio tan solo decían tonterías o se jactaban de lo ocurrido la noche anterior. Luego la conversación se hizo más interesante.

―Seguro que viene ―dijo Rafael―. Le tiene cuenta a esa niñata no tocarme las narices.

―Pues, si viene, yo me voy, no pienso participar ―dijo la voz desconocida.

―Ninguno deberíamos hacerlo, Peluco ―escuché la de mi hermano―. Creo que ya hemos ido demasiado lejos.

Entonces, un estruendo cortó la conversación. Sonó como si algo de cristal se estrellase contra una pared.

―¡No me toquéis las narices! ―dijo Rafael con muy mal genio y levantando ostensiblemente la voz―. Estamos aquí para destrozarle el culo a esa puta entre los tres. Es más, se lo vamos a dejar tan abierto a lo largo del verano, que no va a saber si es su ojete o la entrada de un túnel ¡Y no hay más que hablar!

―No te pases, Peluco, que estás hablando de mi herma…

―¡Tu no hables, Toño, que no te conviene! ―dijo Rafael, amenazante―. ¿Quién hizo posible que te follaras a la zorra de tu hermana en navidades? Yo, todo fue gracias a mi, porque tú llevabas años fantaseando con hacerlo, y yo te di valor aprovechándote de una mierda de pruebas que tenias para amenazarla. ¿Y quien tuvo la idea mediante la cual conseguiste ese jugoso video? Yo, el de siempre, porque tú eres un cagón, que siempre viene lloriqueando cuando tiene problemas.

―¡Ya está bien! ―respondió mi hermano muy alterado―. Tan solo fue un accidente… ¿Hasta cuándo me lo vas a estar recordan…?

―”Tan solo fue un accidente”, dijo la nena asustadiza ¡Bua, bua, bua! ―le replicó Rafael sin dejarle terminar―. Un accidente en el casi matas a una vieja con la moto antes de darte a la fuga. Milagrosamente salvó la vida y se recuperó, ¡debe tener más vidas que un gato la jodida!, pero estabas con el agua al cuello y bien cubierto de mierda. Entonces yo limpié la moto y la reparé para no dejar pistas.

El desconocido no habría la boca, aparentemente se mantenía al margen por si le tocaba recibir.

―Tienes razón y te lo agradezco mucho ―de nuevo la voz de Toño llegó cristalina―, pero anoche ya tuviste lo que siempre habías querido, porque no me niegues que tu también has soñado con follar con mi hermana durante mucho tiempo.

―¡Es cierto! ¡No lo niego! ―Reconoció Peluco―, pero anoche recuperé la fe mientras la clavaba en ese esplendido culito, tierno y predispuesto a recibir todas las pollas que sean necesarias. Incluso no descarto cobrar entrada y que se la pasen por la piedra todos aquellos que estén dispuestos a pagar un billete colorao, para, de ese modo, contemplar como se cierra el agujero antes de ser el último en encularla y obligarla a que me chupe la polla y se trague la leche.

Llegados a ese punto, me había hecho una idea más que precisa sobre los motivos que impulsaron a mi hermano a comportarse de una forma tan extraña. Igualmente quedaron claros los planes que Rafael tenía para mí. Ya no tuve la menor duda de que necesitaba contar con ayuda, cualquiera que fuese el precio a pagar.

De camino a casa, decidí que lo más apropiado era contárselo a mi novio. Le llamé y no escatimé detalles. Su reacción fue la esperada y se despidió asegurando que por la mañana se presentaba sin falta. Fui a recibirle a la estación de autobuses y allí estuvimos charlando hasta la hora de comer. Luego se despidió, alegando que debía hablar con unos colegas, que ya me contaría por la tarde.

Daban las siete cuando se presentó en mi casa, extrañamente contento. No supe cómo interpretar la felicidad de su rostro, pero pronto me sacó de dudas.

―Tengo preparada una sorpresa para ese canalla que no olvidará en la vida ―me dijo en el portal, tomándome de las manos y muy seguro de sí mismo―.

―Pero júrame que a Toño no le pasará nada ―le pedí con lágrimas en los ojos.

―No temas, mi reina, que tu hermano no sufrirá daño alguno. Lo que tienes que hacer ahora es llamar a ese hijo de puta y decirle que vas esta tarde, a las nueve. Eso sí, añade que te mueres por recibir por detrás durante toda la noche, eso le motivará más. Y cambia esa cara de niña asustada, que a ti tampoco te pasará nada.

Hice todo lo que Sergio me indicó y a las nueve en punto estaba llamando a la puerta del cuchitril. Rafael abrió muy sonriente y me invitó a entrar.

―Sabía que eras una putita viciosa ―me dijo babeando―. Me alegra que tengas tantas ganas de que te den por el culo, porque, mira, hoy somos tres. Tres pollas en tu culo durante toda la noche es lo que te mereces. Y si quieres más, no hay problema, porque puedo hacer alguna que otra llamada. Todo lo que sea necesario por complacer a mi reina.

Yo escuchaba sus burradas sin dejar de mirar a mi reloj, nerviosa porque Sergio no llegaba. Entonces llamaron a la puerta. Rafael abrió totalmente confiado, pensando que era otro de sus amigotes dispuesto a unirse a la fiesta. Entonces todos quedamos acojonados, incluida yo. De pie, bajo el umbral, contemplamos atónitos la figura de un hombre de aspecto aterrador. Era de raza gitana, de unos cincuenta años, muy grueso, vestido de riguroso negro y con un bastón en la mano. Tras él, otros cuatro tipos de piel clara y rubios, posiblemente originarios de algún país del este, de mayor altura y con más músculos que un gimnasio de culturistas, terminaban de bloquear la salida. Entraron haciendo caso omiso a lo que Rafael les ordenaba, apartándolo de un empujón que le hizo rodar por el suelo. Finalmente entró Sergio y mi semblante cambió.

―Vosotros dos ya podéis salir cagando leches de aquí ―ordenó Sergio a mi hermano y al otro muchacho―, que hoy la fiesta no es para vosotros.

Ninguno de los dos dio tiempo a que se lo repitiesen, porque salieron pitando como alma que lleva el diablo.

―¡Gracias, don Manuel! Le debo una ―dijo Sergio al hombre grueso al tiempo que le tendía la mano.

―La deuda está saldada, amigo mío ―le respondió aquel extraño personaje y se estrecharon las manos.

Finalmente nos fuimos, dejando a Peluco suplicando ayuda tras cerrarse la puerta. Entonces ya no parecía tan valiente y canalla. Nos alejamos de aquel lugar pestilente con una sonrisa de satisfacción. Yo no sabía por qué sonreía, pero Sergio me había contagiado su buen humor; no en vano, él tenía una idea muy clara de lo que dejábamos atrás.

Esa misma noche, ante mi insistencia, Sergio me explicó que aquellos tipos cachas le iban a estar dando guantazos hasta que escupiera, con sangre si era preciso, dónde tenía el video y la forma de eliminar las posibles copias. Luego le darían por el culo hasta que se le salieran los ojos de las órbitas, obviamente, con una cámara filmando la orgía. De ese modo, nos asegurábamos de que jamás vería la luz cualquier copia que conservase en algún servicio de alojamiento en la RED.

Respecto a mi hermano, le convencí para que contase a mis padres lo relativo al accidente de moto. No se lo tomaron muy bien y mi madre no dejó de llorar durante semanas, pero luego se consoló pensando que tenía un hijo del que sentirse orgullosa a pesar de todo. Yo misma le acompañé cuando fue a visitar a aquella pobre anciana y, con lágrimas en los ojos, le suplicó que por favor le perdonase porque realmente estaba arrepentido. El siguiente paso fue acudir a la policía y entregarse.

Aquel gesto noble, que representaba un acto de valor que yo nunca había visto y que seguramente nunca vea, supuso su salvación, porque la condena fue menor gracias a que la anciana retiró la denuncia, pero la investigación seguía abierta y la justicia debía actuar de oficio. En cierto modo le vino bien pasar una pequeña temporada alejado de los suyos y, sobre todo, de las malas compañías que nunca pueden traer nada bueno.

Por mi parte, había perdonado a mi hermano en el preciso momento en que les escuché a través de la ventana. Entonces tuve claro que me había chantajeado porque la amenaza que recaía sobre él era infinitamente más pesada. Durante varios meses tuve fresco en la memoria lo que había sucedido. Me reconfortaba cerrar los ojos y rememorar en mi cerebro, casi tan nítido como si lo tuviese presenciado, la escena en que ‘el Peluco’ recibía por el recto las pollas de aquellos musculosos que seguramente eran de grandes proporciones. Nunca me he atrevido a ver el vídeo, seguramente por no sentir lástima de aquel desgraciado. De ese modo retomé mi vida. Sobre todo tras realizarme unos análisis y comprobar que, afortunadamente, no me había contagiado nada aquel energúmeno, ni siquiera la ‘mala leche’, porque mis relaciones sexuales volvieron a la normalidad.

Pero en toda aquella historia quedaba un pequeño detalle pendiente que Sergio se resistía a revelarme. Un buen día, sin venir a cuento y sin que yo se lo pidiera, se sentó a mi lado en el sofá y me lo contó. Me dijo que había conocido a don Manuel, el hombre grueso de raza gitana, tras salvar a su hija en una reyerta donde varias mujeres la estaban apaleando con intención de matarla. La llevó su casa muy magulladura y explicó a su padre lo sucedido, quedando éste en deuda con él según la tradición gitana. Por eso acudió Sergio a don Manuel, porque sabía que tenía una motivación suficiente y contaba con medios para ayudarnos. Desde entonces, cada vez que voy a mi ciudad, no he dejado de llevarle unos pasteles, unos bombones o cualquier chuchería para su familia como muestra de gratitud.

 

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