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Arrepentidos los quiere Dios (Capítulo 24)

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Capítulo 24

Marga se fue para La Isla; Darío y yo salimos para Madrid, pero nos prometimos estar los tres en contacto permanente.

Antes de partir para nuestros destinos, Marga me reclamó otra noche de amor como despedida, pretendía dejar profunda huella en mis sentimientos. Le pedimos a Darío que estuviera presente, aunque fuera en plan pasivo.

--Mamá, digo Papá: no te cortes como aquella vez que intenté satisfacer tus ansias lésbicas; y que no pudiste. Podemos estar a la vez los dos con ella, o una vez cada una. ¿Cómo lo ves Manolita?

--A vuestras maneras, yo, encantada.

--Papá, espero que si no te dio vergüenza verme desnuda cuando eras mujer, no te la de ahora que eres hombre.

--No te preocupes hija, pero si ves que no puedo, os dejaré solas.

--A tu conveniencia, Papá.

La verdad, yo me encontraba algo cohibida; lo que son las cosas. Una puta como yo, harta de representar las escenas sexuales más escabrosas, ahora andaba con remilgos.

Pero tenía una explicación: estaba ante dos seres que me primaba más hacer el amor que follar. Sin duda esa era la explicación de mis vacilaciones. Pero aparqué los melindres y me dispuse a disfrutar con los dos, sobre todo con Marga, hasta reventar de placer.

Darío nos esperaba en la cama, totalmente desnudo. Ella y yo, en el baño, frente al espejo.

--Pero...¡Qué bonita eres chiquilla! Si tuviera veinte años menos te juro que me enamoraba de ti hasta lo más profundo de mis entrañas.  Le dije a Marga que ese momento se estaba lavando los dientes.

Arrimé mi pubis a sus glúteos, que debido a la posición que adoptaba por la higiene dental sobresalían de la espalda, y prácticamente se lo inserté entre ellos, justamente en el medio.

--Jolín Manolita, que Monte de Venus más prominente tienes, ¡cómo lo siento!

--¿Te gusta, cariño?

--De ti todo me gusta, amor, me gustas desde el día que te vi en mi casa, cuando mi hermano Raúl nos presento. Y sobre todo cuando te espiaba.

--¡Cómo que me espiabas! Salté hecha una furia. (pero en broma)

--Mi habitación es lindante a la de los invitados, y ambas se comunican interiormente a través de una puerta de llave antigua cuyo ojo suele estar sellado con masilla. Lo liberé de la misma y os vi a las dos.

--¡A tu madre y a mí!

--Sí, a las dos. Y bien que me hubiera gustado estar con vosotras. Pero no era lo adecuado, y redimí mis ansias masturbándome con tu imagen en mi fantasía.

Mientras hablaba, no despegaba sus glúteos de mi pubis, al contrario, hacia movimientos circulares que mi clítoris ya hinchado los agradecía ¡y de qué manera! Por lo que le dije.

--¡Cómo sigas meneando el culo, me corro! Sigue hablando, pero deja de moverlo.

--Y desde entonces, mis fantasías lésbicas se acentuaron de tal forma, que mis tocamientos íntimos,  soñaba que los realizabas tú.

--No sabes cuanto lo celebro Marga, porque yo también me he hecho mas de "un dedo" a tu salud.

--¿Una "deada" querrás decir, no Manolita?

--En España se le llama hacerse "una paja".

--¡Qué gracia! Pues te aseguro Manolita que me voy a hacer muchas pajas pensando en ti.

--Yo también me haré pajitas pensando en ti, cariño.

--¡Niñas¡ Pero que hacéis, venís o no. Exclamó Darío impaciente.

--Ya vamos Papá, no te inquietes. ¡Parece mentira que hayas sido mujer, y no sepas que el baño es el Sancta Sanctorum de nosotras!

Habíamos preparado dos saltos de cama transparentes, el mío azul celeste y el de Marga, rosa. Salimos del baño de la mano, sin nada debajo.

A Darío se le desorbitaron los ojos, no sabía donde mirar, parecía que estaba presenciando un partido de tenis desde el centro de la cancha. Y el muy pícaro nos espera con "aquello más tieso que una vela".

Como ya sabía el truco, me acerqué al remedo del testículo derecho donde estaba ubicado el artilugio de inflar y desinflar. Y de un toque, aquello se fue abajo como se deshincha un globo, a la vez que le decía.

--Lo siento cariño, pero ahora no toca "esto".

Margarita se partía de risa, que casi le da un ataque. Ignoraba el mecanismo de aquella prótesis. Se acercó bien para verlo más de cerca, y exclamó.

¡Anda..¡ Pero si es cómo una... de verdad. Y se estuvo riendo un buen rato.

Darío se dio cuenta que allí como hombre sobraba, pero si hubiera sido la Adela de antes, el trío lésbico hubiera sido mortal de necesidad. Por lo que dijo:

--Os dejo solas niñas, que lo gocéis a tope.

Callamos. Marga y yo rompimos todas las barreras lésbicas. Nos devoramos de tal forma, que comprendí que ya no podría hacer el amor nada más que con mujeres.

No sé porqué me vino a la mente aquellos años que me inicié en la prostitución: la imagen del Marqués, del  Ministro, del Gobernador, y de mil hombres más que pasaron por mi cama, y me entró un asco profundo. Miraba a Margarita, y mi alma se arrobaba de tal manera, que maldije no tener veinte años menos

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