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Tiritas 'pa' este corazón 'partio'

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07 DE OCTUBRE DEL 2001

 

Aquel verano no estaba dispuesto a  irse, hacia tanta calor que apetecía estar en la calle hasta altas horas. JJ, David- su ligue de aquella época- y yo matábamos el tiempo sentado en la terraza de un bar de la zona  de Sevilla del Barrio de la Alameda.  Si no lo conoces, te diré que es una zona frecuentada por multitud de tribus urbanas: estudiantes, modernos convencidos, bohemios... Pero sobre todo: es una zona gay.

Juan José, como de costumbre, estaba charla que te charla y  cuando no tenía tema se lo sacaba de la manga. David alucinaba con su verborrea y seguía toda su conversación sin perder ni un detalle. Yo, aburrido un poco, me evadía de su incesante parloteo observando a  la gente que  deambulaba por los alrededores de la concurrida  terraza.

Como había bastantes pocas mesas,  la mayoría de la gente hacía sus corrillos y  se tomaba la copa de píe. Y en tanto que  JJ seguía contando historias de sobras conocidas por mí al encandilado  jovencito, yo continuaba oteando el horizonte en busca de no sé qué.  El no-sé-qué llegó en forma de metro ochenta de hombre con una atractivo de “estate quieto y no te menees”. Fue su sola contemplación y una satisfactoria sensación llenó mi pecho.

No sólo era alto y tenía buen cuerpo, además era guapo y por la forma de moverse y actuar parecía tener don de gentes. Al hablar sonreía mostrando unos dientes perfectos,  tenía unos labios carnosos, una nariz pequeña, sin ser chata,  y lo mejor de todo: unos grandes ojos verdes que alumbraban todo su rostro. La sutileza no es una de mis cualidades, según para que cosas, el caso fue que él se percató de que lo estaba mirando  y, de una manera bastante evidente, se puso a coquetear  conmigo en la distancia.

El tipo, haciendo alarde de su capacidad para flirtear, se puso a componer su  rizado cabello al mismo tiempo  que me miraba  de forma insinuante. Resultado: me puse tan nervioso que desvié la mirada y regresé a la extenuante conversación de JJ.

No había transcurrido ni un minuto cuando sentí cómo me tocaban  levemente el hombro, en un claro ademán de llamar mi atención. Al volverme la sorpresa no  pudo ser mayor: se trataba del tío moreno, alto y guapo, a quien  había  estado mirando.

- ¿Qué?...-Fue tanto el sobresalto que me embargó, que  hasta me costó  trabajo pronunciar la breve palabra.

- Nada…He observado que me mirabas ¿Nos conocemos de algo?- Su voz tenía  una mezcla de chulería y sensualidad, lo que dio como resultado que  se acrecentara mi incapacidad de pronunciar palabra alguna.

- No... ¡Qué va..! -contesté con una entrecortada y tímida voz.

- Pues nada... Si no me conoces tendré que presentarme. ¡Me llamo Enrique!- dijo tendiéndome la mano, demostrando una seguridad que ya quisiera yo para mí.

- Yo, Mariano- dije dándole un apagado apretón de manos.- Mucho gusto....

¿Mucho gusto? ¿Cómo podía decir eso un joven de veintiséis años en pleno siglo XXI?   ¿Quizás porque era muy torpe en relacionarme con la gente? Mis tontos complejos por ser de pueblo también ayudaban bastante. ¡Dios!... Me sentí horrible después de pronunciar  aquello.  Pensé que seguro que me preguntaba dónde me había dejado la boina. Pero no, simplemente sonrió y me dijo con una  inusual seguridad, la cual  me dejó más perplejo si cabe,  que ya nos veríamos.

Cuando se marchó se me tuvo que quedar cara de bobo, pues Juan José sin darme siquiera tiempo a recuperarme de lo sucedido y con  ese tono teatrero que tan bien se le da, me acribilló a preguntas. Una vez le conté todo lo que había pasado, comenzó a burlarse cariñosamente de mí diciendo:

-¡Si es que eres lo que Dios se llevó al viaje!... Yo aquí, contándole a mi amigo David algo “superinteresante” y tú mirando a los tíos. ¡Y si al menos después te lanzaras! Se te acerca uno  que está de toma pan y moja chocolate, y ¿ni lo invitas a sentarse ni nada? ¡Espera, que esto lo arreglo yo ahora mismo!-  No había terminado de pronunciar esto último, se levantó y caminó en dirección a donde estaba Enrique.

No sé cómo se presentó, ni qué le dijo pero  la cuestión fue que escasos minutos después el tío bueno y  Ricardo, un amigo suyo, tras las pertinentes presentaciones compartieron mesa con nosotros.

Tras media hora más o menos de charla animada, Ricardo se marchó, poco después lo hicieron Juan José y David.... Una vez nos quedamos solos, un nervioso cosquilleo recorrió mi espalda; ansioso y temeroso por igual de dónde pudiera terminar la noche.

No creo que antes  en la vida  hubiera deseado tanto algo como compartir la noche con aquel pedazo de hombre que tenía junto a mí. Pero no sé por qué extrañas circunstancias, en vez de dejarme llevar cómo hago siempre, la velada terminó con un apasionado y corto beso  y con un intercambio de números de teléfonos para quedar otro día.

A una cita para tomar café, siguió otra para cenar... Cuando nos quisimos dar cuenta,  oficialmente se podía decir que estábamos saliendo...

Aquel sábado de Octubre conocí al tío que mejor me ha besado en la vida, al primero que me penetró, a la primera y única persona  a la  que le he dicho que lo quiero, de  un modo tan  racional como visceral. (Después ha habido muchas veces  en las  que lo he pensado, pero  siempre he terminado mordiéndome  la lengua)....

 

 07 DE DICIEMBRE DEL 2006

 

Puedo soportar la infidelidad pero lo que no puedo soportar es la mentira.  Después de cinco años, Enrique se había vuelto conmigo la persona menos franca del mundo, y lo peor: no se le veía ilusión ninguna en nuestra relación, estaba conmigo como si formara parte de la rutina de su vida.

Durante los dos primeros años siempre estaba insistiendo en una vida en común, algo  para la que yo, por mi trayectoria personal, no me encontraba aún preparado.

Con el tiempo, haciendo de tripas corazón y pasándome mis convicciones morales y religiosas por el arco del triunfo, decidí   acceder a dar el paso que él tanto me había solicitado. Pero, paradojas de la vida, una vez yo moví ficha en aquel asunto, sus ganas por compartir un techo conmigo parecían haberse esfumado.

No hubo ni una sola vez  de aquellas que yo me atreviera a  proponer lo de irnos a vivir juntos,   en las que su respuesta fuera  problemas infranqueables y excusas vacías.

¿Cuándo nos damos cuenta de que la persona amada nos está siendo infiel?  Yo creo que desde el primerísimo momento. Pero defendemos nuestra realidad poniéndonos una venda en los ojos, pues nos da tanto miedo perder definitivamente a nuestra pareja  que nos mentimos aún a sabiendas de los hechos.

Mi relación con Enrique había pasado por etapas bien distintas.

La primera comprendió más o menos  los dos primeros años, los cuales, he de reconocer,  fueron los  más felices de mi vida; con él descubrí una forma de ver el  mundo que yo por mi timidez me había negado.

Tras aquel periodo, entramos en una época en la que mi “novio” pasó de tener todo el tiempo para mí, a  no tener ningún momento para  poder verme. La excusa siempre era la misma: el trabajo. Había semanas que nos veíamos una sola vez y con los minutos contados. El tiempo de echar un polvo y poco más.

Hoy, con la perspectiva que da el tiempo, veo que Enrique y yo habíamos pasado de hacer el amor a follar mal y pronto, sin preámbulos de ningún tipo.

Si al que se vendiera caro conmigo, le sumábamos sus infundados celos, pues a mí me quedaba una de una: pasar muchos fines de semana encerrado en casa. Lo cual, todo sea dicho,  me vino muy bien a nivel laboral (me saqué las oposiciones), pero anímicamente me dejo hecho polvo.

Con los años, la gente te habla (no cuesta dinero) y te cuenta cosas.  Y tarde o temprano te enteras de que mientras yo me quedaba en casa, calentándome el molondro, él aprovechaba para pasearse con otros que terminaban calentándole la cama... Siempre más jovenes que yo. ¡La puñetera obsesión del ser humano por la juventud!

En mi opinión, el miedo a la muerte y el afán de agarrarse a la juventud, si no son la misma cosa van  muy pero que muy cogidas de la mano. El querer seguir siendo  joven se puede manifestar de muy diversas maneras: queriendo ganarle tiempo al tiempo intentando no aparentar la edad que se tiene, como le pasa a JJ; cuidando minuciosamente la calidad de vida y alimentación, como me sucede a mí o intentando atraer a gente más joven, en un intento simbiótico de que ellos te devuelvan la juventud perdida.

Esto último es lo que le pasaba a Enrique, quien no se enteraba de  que la etapa de su vida  que le tocaba vivir eran los cincuenta y no los treinta, y que por mucho niñatillo que se llevara al catre y pusiera mirando para Pamplona, el reloj  biológico de su vida no iba caminar hacia atrás.

Y como está claro que el cabrón es el último que se entera, yo seguía creyéndome sus palabras, porque en el fondo la verdad no la quería escuchar.

Porque en lo más profundo de mí ser, yo sabía que no me podía fiar. Nuestra relación pasó a una tercera etapa, y última. En este período pase de decir que sí a todo a cuestionar cualquier cosa, de ver sólo sus virtudes a empezar a descubrir sus defectos (los cuales no eran pocos).

Si anteriormente, el que vistiera con ropas caras me parecía elegante, ahora, el hecho de que fuera mostrando las marcas en pos de recordar a todos lo bien que estaba económicamente, había pasado a parecerme hortera, rozando lo patético.

También descubrí que su saber estar era una fachada de cara a la galería con la que enmascaraba sus inseguridades... ¡Si hasta era de derechas porque pensaba que eso le daba clase y estilo! ¡Pufff!

Y lo peor es cómo intentaba enmendar su acento andaluz. Daba la sensación  de que para él,  parecer  del sur de España fuera una deshonra  ¡Era deplorable! Intentaba corregir el ceceo y seseo propios  de nuestra tierra pero  con unos resultados lamentables, pues como en la mayoría de los casos no sabía cómo se escribían las palabras, si con c o con s (Y es que la gramática no era lo suyo) daba como resultado que hablaba con faltas de ortografía. ¡Para mear y no echar gota!

Bueno, paro ya, que parezco la canción de Rocío Jurado  de  “Ese hombre”, sí, sí... Esa que dice: “es un gran necio, es un estúpido engreído....”

Lo cierto es  que tras el enamoramiento inicial,  las cosas se fueron apagando  cada vez más entre los dos. Era inevitable que nuestra historia llegará a su fin.

Lo peor fue cómo dejamos que los acontecimientos se nos fueran de las manos, y en vez de romper y un “hastaluegolucas” como Dios manda, nos empeñamos en mantener algo que ya estaba marchito y donde del fuego de la pasión apenas quedaban rescoldos.

El día de la ruptura permanecerá en mi recuerdo por muy largo tiempo. Yo me había visto obligado a ir  a Sevilla a hacer una serie de gestiones y decidí pasarme por su casa para darle la sorpresa. (Lo peor de todo esto, es que el sorprendido fui yo).

Una vez llegué a su casa e  intenté abrir la puerta esta se encontraba con la cadena echada por dentro. Llamé al timbre pero no salía nadie. Después de unos cuantos insistentes timbrazos salió Enrique a medio vestir, al verme en el recibidor la cara se le descompuso en una mueca indescriptible, sus preciosos ojos verdes parecía que se le iban a salir de las cuencas.

Intento disuadirme para que no entrara pero mi curiosidad mata gatos era más fuerte, lo hice prácticamente por imposición, a sabiendas de que lo  que me iba a encontrar iba ser desagradable.

Lo desagradable tendría como mucho dieciocho años, rubio y  muy delgado. En su rostro  se pintaba un gesto de preocupación mientras intentaba vestirse apresuradamente. ¿Has  escuchado alguna vez la frase: “Si me hubiera arrancado el corazón me habría dolido menos”? Pues se puede llegar a sentir. ¿Dónde metía ahora yo los cientos de reproches que me lanzaba Enrique por sus celos infundados? ¿Dónde guardaba yo la de veces que me llamó “puta salida” cuando creía que miraba a alguien? Rebosaban por todos lados, y no sabía qué demonios  hacer con su tintineante recuerdo. Es lo que suele pasar con la última gota: rebosa el vaso....

Dejé salir al chaval, al fin y  al cabo él no tenía culpa alguna, la última vez miré el Código Penal la inconsciencia juvenil no era delito, ni tan siquiera pecado.

Una vez se hubo marchado, cerré la puerta con un tremendo portazo. . Miré a Enrique que, aunque tenía cara de “No es lo que parece”, no lo dijo. Creía querer a aquel hombre más de lo que nunca podría  llegar a querer a nadie. Estaba tan dolido que no me salían las lágrimas. Ni siquiera podía hablar. Simplemente de mis labios salió un quebrado y apagado: ¿Por qué?

Lo más nefasto de todo fue la  postura de Enrique, que en lugar de sentirse culpable intentó justificarse con una respuesta recargada de soberbia y prepotencia  por igual:

—¡Porque tiene dieciocho años y tú no!

Aquella  maldita frase la recordaré mientras viva. ¿Cómo te pueden hacer sentir viejo y obsoleto con treinta y un años?

Comprendí que solo me quedaba una salida: dejarlo. Así que sin más explicaciones le dije un seco: “¡Hemos terminado!” y salí por la puerta.

Es curioso cómo funcionan las relaciones de pareja. Hay siempre uno que  deja al otro. En mi caso, fui yo y  porque no me quedaba más remedio, y es que en esto del amor como en todo hay una acción y su reacción; si te pisan un pie, dices “¡Ay!”, si te destrozan la vida dices “Lo dejamos”, pero en ambos casos el que aplasta al otro está falto de empatía, por muchas veces que te repitan las palabras lo siento....

Nunca  en mi vida he conducido como aquel día: de la  manera más temeraria posible.  Las lágrimas me empapaban los ojos, nublándome  por completo la visión. Apretaba el acelerador del coche cómo si éste tuviera que ir al compás de los latidos de mi corazón.

Cuando llegué a mi casa me tendí sobre la cama, con la mente en blanco y con la mirada perdida.

 Hasta dos días después no telefoneé a JJ para contárselo. Enrique no paró de llamarme en esos días; cientos de sms  diciendo cosas como que lo perdonara y que teníamos que hablar. Palabras vacías y dichas lejos del corazón, pero aun así, más de una vez, más de dos y de tres, estuve tentado a contestar y admitir sus disculpas....Disculpas que nunca escuché.

Tras aquello, mi vida empezó a ir cuesta abajo y sin frenos.  No hubiera salido de aquel pozo de tristeza si no hubiera sido por JJ, quien supo estar ahí sin pedir nada a cambio y sólo ofreciéndome su amistad en la medida que la necesitaba.  Si antes de aquel momento tenía a JJ por la mejor de las personas, después de cómo se portó, no supe dónde ponerlo. No hay una categoría que mida lo que él es para mí, por ese motivo, todo lo que diga bueno de él es poco, y siempre me quedaré corto.

 

01 DE ABRIL 2012 (DOMINGO DE  RAMOS)

 

Por aquella época llevaba una temporada que de vez en cuando iba por el ambiente de Sevilla (Las saunas, Esvilia, Ítaca...),  y rara era la vez que no coincidía con Enrique. Solo verlo, evocaba en mi  soledad tiempos mejores...

Aunque no deseaba hablar con él, me comportaba como una persona civilizada, lo saludaba y le daba un poco de conversación... Hasta que la conversación se convirtió en una costumbre, a la que separaba una delgada línea de lo íntimo. 

Por eso, cuando en me encontré  con él el Domingo de Ramos   y como  los dos estábamos solos, no me pareció extraño que dijera de acompañarme. Me fije en él: ¡estaba guapísimo! Llevaba un traje gris marengo,   una corbata azul turquesa   y una camisa blanca; iba el tío  la mar de elegante, y él lo sabía.

A pesar de que los años habían hecho mella en él (Cómo en todo el mundo) seguía siendo atractivo, un hombre de cincuenta y un años, pero atractivo al fin y al cabo. Quizás lo que denotara más su paso por la vida, fueran las bolsas alrededor de sus ojos, tributo pagado por  sus noches de exceso. A pesar de querer estar radiante todo el tiempo y convencer a todo el mundo de que seguía estando en la brecha, se le veía cansado. Aun así me llevó corriendo a todos lados y vimos las procesiones en aquellos lugares donde tienen que verse, porque si no, hasta el año que viene no vuelven a pasar por allí. 

Por si no conoces  la Semana Santa sevillana, he de decirte que el Domingo de Ramos es como el pistoletazo de salida de la primavera, da igual que esta haya  hecho su aparición o no. El  pueblo sevillano viste sus mejores galas y se lanza a las calles, las cuales son como una gigantesca pasarela de moda de las tendencias de la próxima temporada.

El estar rodeados de aquella fastuosa multitud y disfrutando de la compañía de Enrique me hizo recordar tiempos mejores, ayudaba mucho a que bajara mis defensas el perfume a azahar que envolvía la ciudad, la belleza de una primavera que empezaba a ser patente y sobre todo el olor a incienso. Ver las cofradías en la calle con la persona que más había significado para mí, me estaba haciendo creer que tiempos pasados podían volver.

Fuimos a ver a recogerse a la hermandad de la Amargura, yo tenía la sensación de que el pasado había vuelto y hablaba con Enrique con la misma familiaridad que lo hiciera antaño.  Cuando llegamos a la iglesia, allí no cabía ni un alfiler, pero él y yo, como buenos capillitas que somos,  buscamos un buen  hueco para ver entrar a Nuestro Padre Jesús del  Silencio.   Cuando la multitud delante de la iglesia nos hizo acercarnos más el uno al otro  y yo sentí cómo las manos de mi ex se  aferraban a mi cintura, fui consciente de estar cruzando un puente cuyo retorno era complicado. 

Envueltos como estábamos por el sonido de las cornetas y tambores, las vociferantes órdenes del capataz a los costaleros, la belleza del paso de misterio que deambulaba ante nosotros… Me deje llevar y permití que su cuerpo, de modo sensual,   se pegara al mío.

A pesar de tener mis cinco sentidos puestos en el espectáculo para el alma  que era la entrada de la cofradía en su Iglesia, al sentir la dureza de su entrepierna sobre mis posaderas un agradable escalofrío recorrió mi espalda.  Mi mano busco tímidamente su mano y esta me correspondió.

Dijimos adiós hasta el siguiente año al  paso de palio de la Amargura. Enrique y yo nos despedimos con un fuerte apretón de manos.

—¿Quieres que nos veamos mañana? —mientras me decía esto, una perfecta sonrisa iluminaba su rostro. ¿Quién podía decir que no?

 

02 DE ABRIL 2012 (LUNES SANTO)

 

¡Vaya panorama! Mira que  suele llover poco en esta tierra mía, pues hay unas fechas claves en las que no falla: Semana Santa y Feria.

Y en Feria, qué quieres que te diga, me da  un poco igual, pues te  metes en la caseta y santas pascuas. Pero que llueva en Semana Santa es una jodienda de cuidado. No solo por aquellos que llevamos un año esperando para  ver a nuestra Hermandad en la calle. Es un fastidio a todos los niveles, empezando por la gente de la hostelería y terminando por los eventuales que contratan para limpiar las calles.

El caso era que aquel año, como casi todos, el Lunes Santo se presentaba pasado por agua. No había salido el Polígono y Santa Genoveva. La Redención y San Gonzalo habían interrumpido sus recorridos a las siete. Santa Marta y las Aguas habían  dicho que no salían.  Ante tal pronostico, Enrique y yo, en espera de las otras tres Hermandades qué todavía no habían determinado que  harían, decidimos ir a tomar algo. Como todo el mundo había pensado lo mismo, los bares de la zona estaban a tope. Por lo que Enrique propuso ir a su casa a tomar la dichosa copa.

Ya en su piso me dijo que me quitara el traje y me pusiera cómodo,  y  me dio un chándal suyo para que me lo pusiera.  No había terminado de quitarme la camisa, cuando mi ex se acercó a mí de forma insinuante y sin darme tiempo a reaccionar me dio un beso. Beso al que yo respondí sin reparo alguno, mientras mi lengua se mezclaba con la suya, a mi mente la asaltaron mil sensaciones vividas: cuando lo conocí, la primera vez que me besó, la primera vez que nos acostamos, la primera vez que me penetró... pero todas esas sensaciones quedaron ensombrecidas por un sólo día: el día que descubrí que me engañaba, y que esto había sido lo  habitual en nuestra relación.

Lo aparté de mí con un suave empujón, sin decir nada me volví a poner la camisa. Mientras me terminaba de vestir tuve que aguantar un arrogante discurso-bronca por parte de Enrique, donde me volvió a demostrar lo mucho que él valía y lo poco que era yo. Frases como: « ¿Tú no sabías a qué venías acaso?», «Pues no me haces falta, más jóvenes y más guapos que tú lo tengo cada vez que quiero»,  permanecerán en el disco duro de mi memoria por siempre jamás.

Desde su piso a donde tenía el coche había un buen trecho y a pesar de llevar paraguas quedé calado hasta los huesos. Ya no me importaba si El Museo o alguna otra cofradía salía. Yo quería irme a mi casa y meter la cabeza bajo las sábanas, y olvidar lo imbécil que podía llegar a ser a veces.

Una vez llegué a casa, la soledad de sus paredes cayó sobre mí de forma lapidaria. Una tristeza insoportable me empezó a invadir.  Tenía ganas de llorar pero el mar de lágrimas sólo inundaba dolorosamente mi pecho. Pensé en llamar a JJ y contarle lo sucedido, pero era tal la vergüenza que sentía por mi estúpida inconsciencia, que no tuve valor de hacerlo.

Marque otro número:

—¿Si dime?

—¿Tú dónde estás?

—Yo aquí en el bar de la avenida ¿Por?

—¿Puedes venir a mi casa?

—Sí hombre, eso está hecho. El tiempo de inventarme una excusa.

Posé el teléfono sobre mi pecho, como si quisiera que el eco de la voz al otro lado del auricular me reconfortara.

El dolor era inmenso. No sé qué me hacía más daño: la soledad, la nostalgia o el ser tan ingenuo como soy. Allí estaba yo haciendo cábalas, y dispuesto a decir: The winner is... Cuando el estridente sonido del timbre de la puerta  de entrada me sacó  de mis divagaciones.

Algo bueno deberé haber hecho en esta vida para tener tan buenos amigos.  Amigos a los que recurres cuando no tienes más remedio y no  te fallan jamás. De los que nunca piden nada y siempre dan…

 Al abrir la puerta y encontrármelo allí, el corazón me dio un vuelco.  Traía los hombros de la cazadora de cuero empapados por la lluvia.  Un flequillo mojado se pegaba a su frente  pero ni por  el hecho de estar  tan incómodo por  la manta de agua  que le había caído encima, dejó de regalarme una sonrisa al decirme hola. Y es que Ramón es así.

Le hice pasar y le di una toalla para que se secara. Fue verlo y no pude evitar  la sensación de que  todo me había salido mal en esta vida. ¿Desde cuándo lo  conozco?  Desde siempre. ¿Desde cuándo me siento atraído por él? Desde que tuve constancia que me gustaban los hombres.

¿Por qué fui siempre tan cobarde y enmascaré mi vida y empecé a mantener una doble identidad, como si fuera un superhéroe al uso? ¿Por qué no le conté nunca a Ramón cuales eran mis predilecciones sexuales? Se me ocurren un montón de respuestas pero todas hechas desde el raciocinio, sin pasar por el corazón.

Una única razón me parece lógica: esta puñetera existencia  compartimentada que me he creado, no mezclando a las personas de los distintos “hábitats”  de mi vida. Mi doble vida.

El caso es que, mientras Ramón restregaba la toalla contra su empapado cabello, no pude reprimir el pensamiento de qué hubiera pasado si hubiera tenido el valor de confiarme a él. ¡Cuánto hubiera cambiado mi situación!

Pero su evidente heterosexualidad, su pasión por las mujeres de todas  las edades y condiciones y sus sempiternas  novias, hicieron que mi cobardía se acrecentara de manera desmedida.

—Bueno... El señorito dirá... Porque alguna razón tendrás para que haya tenido que interrumpir mi homenaje a la Santa Cruzcampo. ¡Qué estamos en Semana Santa, y hay que venerarla!- al decir esto último hizo una serie de aspavientos con las manos, en un claro  intento de añadir choteo a la situación.

Lo miré fijamente, sus palabras no mostraban ningún reproche, al contrario, te decían abiertamente y sin reservas: cuenta lo que quieras que soy todo oído. Por aquel entonces todavía no había probado el sabor de sus labios, pero no por ello el deseo de darle un prolongado beso fue menor.

—Nada, que quería verte...

—Mira, Marianito.- al hablar comenzó a mover la cabeza en un  gesto de incredulidad-  Si yo, cada vez que quisiera estar contigo, te pegará una llamada desesperada, íbamos a estar todo el día de aquella manera que tanto nos gusta ¡Así que, déjate de rollos y cuéntame lo que te pasa!

Mi problema era  ahora cómo le contaba  a Ramón, de golpe y porrazo, que lo había llamado porque alguien me había  vuelto a destrozar el corazón. ¿Cómo explicar qué eras tan imbécil que te habías vuelto a hacer ilusiones con esa persona? Una persona tan ruin como para ponerte los cuernos por sistema,  que pisoteó tanto tu autoestima que te hundió psicológicamente hasta el punto de hacerte sentir culpable por lo sucedido.

Si a eso le sumamos que la persona que tenía delante, para más inri mi  mejor amigo, no tenía  ni la más remota  idea  de que ese individuo,  con quien había compartido cinco largos años de mi vida,  existiera siquiera. La verdad que era harto complicado. Pero el camino más fácil  a seguir para que te entiendan, es empezar por el principio.

Al tiempo que, con una desgarrada y apagada voz, fui desgajando mi historia con Enrique, la cara de mi amigo no podía reflejar más perplejidad.  No sé si por lo tortuoso de la relación, o por descubrir cuanto de mi vida le había estado ocultando todos estos años. El caso es que lejos de enfadarse, cuando de manera irremediable rompí a llorar  como una magdalena, se puso a mi lado, me abrazó refugiando mi cabeza en su pecho y  me consoló, besándome la frente de manera fraternal.

No sé cuánto tiempo pasé desahogándome sobre su pecho, el caso es que, pasada la primera rabieta, mis manos de manera distraída empezaron a acariciar su barriga y él, en un intento de  quitar importancia a mi malestar, comenzó  a decir en plan de broma:

— Sí, sí, tú tócame mucho por ahí, que verás cómo vamos a acabar.

Lo miré, las lágrimas rebosaban de mis ojos, empapando todo mi rostro. Un rostro compungido por el dolor. Dolor que llevaba cinco años reteniendo en mi corazón, intentando ser fuerte y no ceder al sufrimiento. Sufrimiento que se vio amainado cuando mire a Ramón y su magnífica sonrisa. Sonrisa que era la medicina para todos mis males.

Me sequé los ojos, le miré y como única reacción ante sus palabras, bajé mi mano hasta su paquete diciéndole:

—¿Y qué pasa...? ¿Hay algo malo si acabamos así?

—No, amigo no... Yo estoy aquí para lo que te haga falta. Y si a ti te hace falta eso, yo no tengo el más mínimo  problema por dártelo- Sentenció Ramón medio en broma, medio en serio.

Era la segunda vez que me contenía de darle un beso, pero en cambio le acaricié tiernamente la mejilla. Él me respondió rozando su barba contra mis dedos.

Volví a tocarle el paquete, su miembro ya no estaba flácido como segundos antes, y ya no podía abarcarlo con la palma de mi mano, pues ahora toda la dimensión de esta era insuficiente  para acariciar aquella  dura verga en su total magnitud. 

Saqué impacientemente su pene al exterior sin poder evitar devorarlo con una mirada ansiosa: su ancha cabeza, su tronco recubierto de venas y su enorme tamaño hacían de aquel pollón algo digno de admirar.

Me agaché y sin mediar palabra introduje su glande en mi boca, empecé a saborearlo muy despacio pasando la lengua levemente por su orificio central. Los primeros jadeos de Ramón fueron el detonante  para que prosiguiera metiéndome  sin reparo aquel cipote en la boca.

Poco a poco, aquella porra de carne atravesó mi paladar hasta chocar con mi garganta. A pesar de las arcadas, a pesar de las pequeñas lágrimas que resbalaban por mi cara (¡Cuán distinta la  motivación de éstas  a las de minutos antes!) seguí lamiéndolo, como si en ello me fuera la existencia.

Levanté la mirada buscando el rostro de mi amante-amigo, tenía los ojos cerrados y su cara se estremecía de gozo, satisfacción que iba en aumento cuanto más fervor  le imprimía yo a la mamada.  Verlo así, como un títere a merced de mis labios me puso a mil y  tanto esmero puse en lo que estaba haciendo que a los pocos minutos mi boca hizo de su nabo un volcán, el cual llenó mi lengua con una tremenda erupción.

Mi paladar se llenó de un mar blanquecino de esperma que traspasó mi garganta dejando un sabor agridulce a su paso.  Por segunda vez me tragué el semen de Ramón pero esta vez, a diferencia de la primera en el escampado,  lo hice  intencionadamente. Quería su leche en mi boca como si fuera el justo pago al casi antropófago  acto que acaba de realizar.

Cuando se recuperó del placer recibido me miró y al ver que seguía completamente vestido, extrañado me preguntó:

—¿Tú no te piensas correr?

—Sí, pero me pienso reservar para el segundo tiempo—dije guiñándole  pícaramente un ojo

Dicen que la mancha de una mora con otra mora se quita, todo el dolor que me había infligido Enrique aquella noche con su prepotencia y su egoísmo, lo había sanado mi incondicional amigo con su sinceridad y su saber darse a los demás. Yo, aunque triste por lo sucedido con mi ex, me agarraba fuertemente a la tabla  de esperanza que en el naufragio de mi vida, para mí suponía Ramón.

—¿Quieres más?—dijo en un gracioso tono chulesco—Pues vas a tener que pagar prenda...

—Lo que  ordene su majestad—contesté riéndome.

—Pues te ordeno una cerveza y una tapita de ese queso que siempre tienes por ahí.

—¡A sus órdenes!—le dije  llevándome la palma de la mano a la frente, en  una clara imitación del saludo militar.

Él dice que yo tengo poderes ocultos, pues solo es  acercarse a mí y su miembro se pone duro como una estaca. En su favor tengo que decir que los verdaderos poderes los tiene él, consiguió que una noche triste, del tipo que todos querríamos olvidar, se convirtiera para mí  en algo para recordar.

Mientras bebíamos y comíamos la improvisada cena que yo había preparado, Ramón me miró con esa cara que te pone cuando te va a pedir permiso  para algo y tras tragarse  rápidamente lo que estaba masticando,  me dijo:

—Si no me quieres contestar, no lo hagas.— Hizo una breve pausa esperando mi reacción, al comprobar que en mi rostro no se pintaba reacción contraria alguna, prosiguió—:  No me entra en la cabeza, conociéndote como te conozco. ¿Cómo es que has aguantado a ese tío? ¡Tío, que cinco años son muchos días!

Cuando escuché sus  muy sinceras palabras, estas me llegaron hasta el fondo del corazón, bajé el rostro, moví varias veces la cabeza en señal de negación y saliendo de mi ensimismamiento le dije:

—¿Qué quieres que te diga? Yo también me lo pregunto...- Mi  entrecortada voz sonó discordante, pero en ella había más enfado hacia mi persona que tristeza- Porque lo peor de todo es que sabía que el muy cabrón  me estaba engañando y, en vez de mandarlo al carajo... seguía aguantándolo. Había entrado en una espiral de la que cada día me costaba más salir, llegando hasta a culparme a mí por no saber darle lo que él precisaba.

—Pero, ¿Tú probaste a vestirte de primera comunión o de boy scout?... Cómo le gustaban tan jovencitos, lo mismo de esa manera…. —El tono de mi amigo era distendido y jocoso, con la única intención de arrancarme una sonrisa. Algo que consiguió, sin lugar a dudas.

Mientras  recogíamos la mesa, nuestros cuerpos se entrecruzaron, mi rostro quedó pegado al suyo e impulsivamente intenté besarlo. Él, de la manera más amable, escurrió el bulto como pudo y evitó que mis labios tocaran los suyos. 

Su reacción me cortó un poco, pero ya sabía lo que había: Amistad y Sexo, el Amor no entraba en el menú.  Quién me iba a decir a mí que pocos meses después Ramón me declararía su amor y  que  con aquella revelación lo pasaría más mal que bien. ¡Cosas de la vida!

Pasamos a la habitación, yo estaba cantidad de excitado y él,  por la prominencia que se le  marcaba bajo los vaqueros, tres cuartos de lo mismo.

Lo miré fijamente a los ojos y le dije en un  chistoso tono:

— La prenda ya está pagada. Así que vete desnudando porque te toca cumplir.

—¿Desnudarme yo? ¡Prefiero que lo hagas tú!—Al decir esto, se colocó las manos en jarras, sacó pecho e impulsó su pelvis hacia delante.

Caminé hacia él con una sonrisa insinuante, al verme avanzar sus ojos brillaron con lujuria.

Mientras desabotonaba su camisa, acaricié  su pecho, metí la mano bajo ella y jugueteé con sus rizados vellos. Él se estremeció al sentir mi contacto. Una vez sin la camisa y con su tórax al descubierto, me alejé de él un poco para  poder contemplar su torso desnudo en todo su esplendor.  Mis ojos disfrutaron plenamente de la  excitante visión: un pecho morboso y viril, cubierto por un vello rizado y fino. Me vuelven loco de deseo sus abultados pectorales, si hasta la pequeña tripa que tiene  me parece  atractiva...

Aquel día, al mirarlo, me tuve que confesar que no es que fuera el tío con mejor físico con el que me haya acostado... Pero tiene algo que lo hace ser diferente  y único... ¡A mí me pone a mil! Y eso, hay cuerpos perfectos que no lo consiguen ni de lejos...

Me volví a acercar a él, relamiéndome los labios de forma lujuriosa. Sin darle tiempo a reaccionar, posé mis labios sobre su peludo pecho y comencé un fogoso periplo sobre aquel bosque de vellos. Una vez  llegué  a uno de sus redondos y duros pezones, lo  lamí suavemente. Al comprobar que aquello le gustaba tanto a mí, lo chupé como si de una diminuta polla se tratará y aproveché para  pellizcarle  el otro pezón. Mi boca, entregada  por completo a lamer aquella dura redondez, rezumaba un pequeño río de babas que resbalaba desde su pecho hasta su abdomen.

Mi mano se cansó de acariciar su otra tetilla y bajó hasta su entrepierna. Todo mi ser se estremeció  al comprobar la  magnífica dureza de su herramienta sexual. No me pude resistir ante el deseo de tener de nuevo entre mis dedos aquel mástil de carne y sangre. Sin dejar de succionar el tieso pezón, mis manos sacaron al aire el vergajo de Ramón. Fue solo acariciarlo levemente y  éste pareció vibrar de felicidad.

Me agaché e introduje aquella caliente verga en el interior de mi húmeda boca. La mamada fue suave, quería degustar su sabor de nuevo, pero sin alargarla en demasía. Así que cuando comprobé que estaba lo suficientemente rígida, despegué raudo  mis labios del  fogoso  trozo de carne.

—¿Por qué te paras?—dijo mi amigo con una voz que asemejaba un gemido.

—Porque quiero que me folles—Mi voz sonó  solemne y  con una seguridad de la que normalmente carezco.

—Pero... la otra  vez te dolió un poco...— Este es mi Ramón, anteponiendo el bienestar de los demás a sus deseos y es que  tengo que reconocer que su pollón es algo fuera de lo común. La primera vez que me penetró me hizo un poco de daño, pero habían transcurrido dos meses y ya mi cuerpo lo había olvidado.

—Y acaso  importa un poco de dolor a cambio del mayor de los placeres— Al decir esto me desprendía de la camisa y la echaba a un lado, en un gesto netamente teatral.

Me quedé completamente desnudo, busqué en un cajón el bote de lubricante y embadurné a conciencia con él mi ano. Mientras me tomaba mi tiempo en dilatarlo con los dedos, miré a mi acompañante. Éste tenía todo lo que se le podía pedir a un buen amante: un buen físico, una virilidad que le rebosaba por todos los poros de su piel  y si a esas virtudes se le añadía el buen aparato que Dios le había concedido... Follar con él se me antojaba un pecado difícil de  no cometer.

Una vez me tendí de espaldas sobre la cama y levanté mis piernas hacia arriba en señal de salvaje provocación, pude vislumbrar  en su mirada un deseo ferviente, el cual comenzó a dominar su cuerpo a cada paso que avanzaba hacia mí.

Una vez estuvo a mi altura, magreó levemente mi ano e introdujo un dedo en él,  comprobando con ello su dilatación.

—Mmmmm ¡Joder, Mariano!¡ Este culo, esta para follárselo!— dijo con una voz dominada completamente  por la pasión, mientras se ponía el preservativo—¿De verdad que no te importa que te haga un poco de daño?

—¡No! ¡Y no insistas más con el tema!—dije rotundamente—.Sentirte dentro es lo único que me puede salvar el día.

—Pues por mí no quede—su tono de voz rozaba lo rudo y lo sensual al mismo tiempo.

Se agachó dejando su verga a la altura de mi trasero,  posé mis pies sobre sus hombros para facilitarle que se pudiera acoplar a mi cuerpo. Cuando empujó suavemente su miembro hacia el interior de mi esfínter, sentí dolor pero el placer era aún más intenso.

Si te han penetrado alguna vez, sabes a qué me refiero cuando digo lo extraordinario que es sentir cómo de manera casi brutal profanan tu cuerpo... Cómo poco a poco ese falo invasor se hunde en tu interior desgarrando tus entrañas. Si te lo saben hacer, la comunión con el cuerpo de tu amante puede ser una de las mejores experiencias... Pues imagínate, que quien lo hace, pone en ello el mayor cariño del mundo pues no solo es tu amante, es tu mejor amigo. En ese caso, te lo aseguro, la emoción vivida no tiene parangón.

—¿Cómo estás? ¿Estás bien?—Aunque su voz era áspera, estaba empapada de una amable preocupación.

—Me duele un poco—musité levemente—pero sigue... ¡no pares, por favor...!

 Una vez Ramón comprobó que las paredes de mi esfínter estaban lo suficientemente dilatadas, comenzó a salir y entrar de mi cuerpo con una rapidez vertiginosa. Había pasado en unos minutos de  tratarme delicadamente como si fuera algo frágil, a tratarme como a un objeto sexual  al que satisfacer y con el que satisfacerse.... Su vergajo tocaba mi interior y  una oleada de placer me inundaba. Era tal el gozo que irrumpía en mí, que en un acto de extremo relax me abandoné ante las  excitantes sensaciones, y dejé que  estas se hicieran dueñas de mis sentidos.

¿Cuánto placer puede dar un ser humano a otro? Desconozco si habrá un límite pero si existe, aquella noche Ramón, si no lo superó, alcanzó cotas muy altas.

De vez en cuando abría los ojos para observar su rostro henchido de placer, ver cómo sus caderas empujabas su cipote una y otra vez  al interior de mi agujero, era un espectáculo que alimentaba mi libido de una manera colosal.

Lo cierto y verdad es que Ramón se vuelve un poco bruto a la hora de ejecutar el acto sexual. Es como si su lado animal saliera a relucir en ese momento, cualquier delicadeza se borra de su rostro y todos sus movimientos se vuelven toscos, acariciando de cerca lo obsceno. En su favor debo decir que no me disgusta en absoluto, sino que por contrario consigue que yo saque mi lado más bestial a pasear.

Como comprobé  que se encontraba un poco incómodo, le pedí cambiar de postura. Una vez me puse de rodillas sobre la cama, le invité a que siguiera follándome. Esta vez no hubo preámbulos de ningún tipo  y su enorme polla entró en mí de un sólo golpe.   Una leve sensación de dolor inundó mis sentidos pero el incomparable placer que suministraron sus envites sobre mi cuerpo, la borraron al momento. Sentir cómo aquel taladro de venas, músculos y sangre se introducía en mi cuerpo, prolongaba mi  éxtasis. La percepción de su polla rozando las paredes de mi esfínter me llevaba a la frontera del placer supremo. Placer que arañaba el culmen al sentir cómo sus huevos chocaban contra mi perineo.

—¡Agggg... metemelaaa  hasta el fondooo!

—¡Te gustaaaa, ey cabrón.... después dirás que te ha dolido... pero más te gustaaaa!

Prosiguió con la salvaje cabalgada durante un buen rato, mi cuerpo  rebosaba de placer  pero sin llegar al orgasmo, mi polla se pegaba a mi vientre soltado gotas de líquido pre seminal.

Al tiempo que Ramón presintió que se iba a correr, me avisó, a su pregunta de: « ¿Dónde prefieres que me corra? »Contesté que sobre mi pecho... Me agaché ante él,  agitó un poco su tieso cipote ante mi cara y de él salieron tres enormes trallazos de esperma, los cuales fueron a parar en mayor medida sobre  mi cara, mi pelo y mi tórax.

Ramón dio un pequeño traspiés hacia atrás, rápidamente lo agarré por la cintura para que no se cayera.

—¡Joder, tío! ¡Qué gustazo! ¡Me he “mareao” un poco y todo!— dijo señalando lo obvio.

—¡Anda siéntate!- dije dando unos suaves manotazos sobre la cama—¡No vaya a ser que te caigas, y lo que nos faltaba!

Se sentó junto a mí y en un gesto de absoluta bondad me acarició la cabeza, me miró a los ojos y me preguntó:

—¿Estás mejor ya?

—Sí, gracias— dije sin levantar la mirada del suelo.

—Por cierto—dijo asombrado—¡Tú sigues sin correrte!

Lo miré con cara de circunstancias quitándole importancia y antes de que pudiera decir nada, se levantó y gesticulando un poco con las manos y la cabeza, comenzó a decir en ese tono jocoso tan suyo:

—Pues algo tendré que hacer para que te corras, porque tú eres capaz de pedirme un tercer tiempo y uno ya no tiene dieciocho años... Y por nadita del mundo quiero que te quedes con un dolor de huevos. ¿Dónde pusiste el lubricante ese?

Apretó el bote y extendió el pegajoso líquido entre sus dedos, me pidió que me tendiera como en un principio: de espaldas a la cama.

—¡Mastúrbate!, será como si estuviera follándote- al decir esto se arrodilló junto a mí y jugó con mi hoyito, al comprobar lo dilatado que estaba, exclamó de manera espontánea —:¡”Quillo”, pues sí que te he dejado abierto!

No pude evitar esgrimir una sonrisa ante su natural ocurrencia. La siguiente sensación que recibió mi cuerpo fue una pequeña oleada de placer, al sentir  cómo uno de los dedos de Ramón atravesaba la entrada de mi orto.

Mis manos jugueteaban con mi polla, arriba y abajo, pero a un ritmo tranquilo, evitando que el placer llamara pronto a mi puerta.  Al sentir cómo el segundo dedo invadía mi esfínter detuve mi masturbación y me acaricié las tetillas, con la única intención de  prolongar el orgasmo.

Me incorporé un poco para disfrutar de la expresión de mi amante-amigo, su gesto era todo fervor y pasión. Al cruzarse nuestras miradas, en un alarde de complicidad, me guiñó un ojo.

A continuación sentí cómo introducía un tercer dedo, el cual traspasó el músculo sin ninguna dificultad. Amplié la apertura de mis piernas todo lo que pude, provocando  con ello en Ramón un gesto de lujuria. Éste, sin mediar palabra, levantó  la otra mano mostrándome  cuatro erguidos dedos... Bañado por el deseo y la pasión, asentí con la cabeza... La sensación de placer que me atenazó los sentidos al encontrarme taladrado casi por completo, me impulsó a masturbarme frenéticamente y terminé corriéndome sin remedio.  Un diminuto lago de leche sobre mi abdomen y un pequeño grito, acompañaron al doloroso placer.

Ramón sacó sus dedos y una insignificante punzada de dolor invadió mi ser.

—¡”Quillo”, te han “entrao” cuatro dedos—Mientras decía esto se echó una mano a la cabeza, dando muestras de  su absoluta perplejidad.

Tumbado  en la cama como estaba, recuperándome de la bestial corrida, ni me tomé  el trabajo de decirle que yo tampoco me lo creía.

Después de una buena ducha, Ramón se quedó charlando un rato conmigo. No sólo los polvos son agradables con él. Los buenos ratos que pasamos después de follar también lo son. Pese a que yo evitaba tocar el tema de  mi estado anímico, él, que me conoce como nadie,  sabía buscarme las vueltas para que me desahogara y luchara contra el fantasma de Enrique.

Aquella noche marcó un antes y un después en mi relación con Ramón, pues aunque nunca lo había dicho, ni siquiera reconocido a mí mismo: me estaba empezado a colgar locamente de él. Tanto, que todo el daño sentimental que me había llegado a infligir Enrique, no era nada comparado con todo el bien que me hacía la compañía de Ramón.

Dicen que a la tercera va a la vencida. Aquella vez fue la tercera que tuve sexo con Ramón, y fue un punto de inflexión en mi relación con él  y en mi vida.

Desde que terminé con Enrique, me cerré al amor y siempre que había visto posibilidades de volver a colgarme de alguien, por temor a sufrir otra vez, opté por no seguir viendo a esa persona. Pero con Ramón era distinto, con él no podía mantener separados sentimientos y sexo, era mi amigo de toda la vida y el mejor amante que había tenido nunca.

Después de aquel día mi rutina cambió. No me apetecía ir a los sitios de ambiente; un polvo impersonal y rápido no me ponía nada, además estaba el problema añadido de encontrarme con Enrique, con quien últimamente siempre coincidía y no me apetecía ni una pizca volver  a saludarlo, después de lo ocurrido.

Aquel majestuoso polvo dio paso a unos meses de celibato autoimpuesto, el cual sólo me atreví a romper una vez y con un comercial catalán con el que había follado en varias ocasiones. Me llamó a primeros de junio de aquel año, necesitado  como estaba de cariño, y dado que el sexo con él me permitía nadar y guardar la ropa, accedí a quedar. La verdad es que los polvos con este tío, merecen la pena. (Puede que algún día me anime y lo cuente).

El caso es que a excepción de aquel encuentro, aquel periodo en mi vida fue bastante oscuro, tanto en el plano sexual como en el personal.  Fueron unos meses de mirar la vida pasar, porque aunque yo sabía a ciencia cierta que Ramón siempre estaría ahí, guardé mis deseos hacia él tras cuatro enormes candados. La  compleja espiral amor-amistad por la que discurría nuestra amistad me daba miedo, mucho miedo.

Tampoco recurrí a  pedir ayuda a JJ, quien sabía a ciencia cierta que algo pasaba pero me concedió el tiempo y el espacio que silenciosamente le estaba pidiendo, dejándome siempre la  puerta de su amistad abierta para lo que hiciera falta.

¿Qué cómo me aguanté en esos meses con lo caliente que soy? Uno tiene una buena mano, y para otras necesidades me compré a Lenny, mi consolador de látex negro.  Sé que puede sonar patético... pero en el fondo, ¿no lo somos todos un poco?

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