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Gemelas ninfómanas: follando con papá (1)

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Volví al lado de mis compañeros de lecho. Estaba fresca, bien aseada y dispuesta a ascender el siguiente escalón.

Mi gemela se recostó unos instantes con las piernas encogidas para sentir el semen de nuestro padre muy adentro de su cuerpo. Sentí ganas de lanzarme a su entrepierna para lamerla, pero me contuve.

—¡Papá, dame por detrás! —solicité.

—¿Estás segura? —preguntó preocupado.

—Algún día tenemos que probarlo. Prefiero que sea hoy mismo.

Con estas palabras me subí a la cama para acomodarme en cuatro. Arqueé la espalda consiguiendo que mi trasero destacara e incitara a papá.

Él se agachó detrás de mí para lamer mis nalgas con lascivia. Me estremecí cuando mordisqueó suavemente mi delicada piel.

—¡Dame placer, papá! —exigí. (¿Acaso creían que iba a decir algo como “He sido mala, castígame”?)

nuestro padre lamió toda mi hendidura, desde el clítoris hasta el ano. Perdí la fuerza de mis brazos y quedé con la cabeza sobre el colchón, por lo que mi trasero destacaba aún más. Naty se levantó y corrió a asearse también; la perspectiva de ser enculada la atraía tanto como a mí.

Papá lamió con cuidadosa maestría los contornos e mi orificio posterior mientras dos de sus dedos ensalivados se colaban por mi vagina. Su lengua me entró por detrás al mismo tiempo que sus dedos pulsaban en mi “Punto G” y grité de placer cuando inició una serie de penetraciones linguales con fricciones internas en mi coño.

Mi cuerpo era como un instrumento sensorial en sus expertas manos. Mis centros de placer estaban a tope, gozando con la sinfonía erógena que papá me obsequiaba.

—¿Me encanta, papá! —grité—. ¡No pares, por favor! ¡Ay!

Este último grito se prolongó porque repentinamente papá levantó sus labios sobre mi culo y succionó con fuerza produciéndome un placer indescriptible.

Sin dejar de estimularme lubricó su mano libre con el gel Sico e introdujo un dedo en mi ano. Lo sentí pasar, falange a falange hasta que lo tuve todo dentro. Ahora sus manos daban placer a mis dos orificios y yo me revolvía de gusto. Cuando coló un segundo dedo en mi entrada posterior ejecutó movimientos de apertura y cosquilleo; me estaba dilatando con amoroso cuidado para lo que seguiría minutos después.

Extrajo los dedos de mi vagina y me hizo volver a la posición de los cuatro puntos, sin dejar de estimular mi culo. Se acomodó detrás de mí y me penetró por la vagina. Sus dedos en mi otro agujero se separaron para distenderme.

Inició un poderoso movimiento de entrada y salida que mi coño agradeció destilando más flujo. Estos juegos eróticos me dieron la idea de lo que debía sentirse en una doble penetración. Me gustó, se me antojó y me prometí que otro día lo experimentaría con papá y un consolador. Alcancé mi enésimo orgasmo de la mañana entre contracciones vaginales y riachuelos de flujo.

Abandonó mi vagina dejándome anhelante. Noté su glande presionando contra mi ano. Con sus manos separó mis nalgas al máximo y avanzó con cuidado.

—¿Te has metido algún consolador por aquí? —preguntó papá.

—Sí —respondí en un jadeo—. Uno de dieciocho centímetros, no tan grueso como “lo tuyo”. ¿Crees que me cabrá toda tu herramienta?

—El glande ya entró. Estás bien lubricada, pero iré con cuidado. He entrado en mujeres acostumbradas a tamaños menores de los dieciocho centímetros.

Su glande abría las paredes de mi conducto posterior. Estaba bien lubricada y estimulada, por lo que no me dolía. Sentía un poco de incomodidad, pero respiré profundo y para relajarme y recibirlo “con las puertas abiertas”.

Con amor, mi padre fue avanzando dentro de mi estrecho culo. Ansiaba sentirlo todo dentro de mí, pero reprimí el impulso de lanzar mis caderas hacia atrás. Él era el experto y sabía lo que tenía que hacerse.

La curvatura de su pene traspasó el umbral y sentí que mi recto palpitaba. No era dolor, sino la primera insinuación de un placer nuevo. Completó la penetración cuando sus cojones chocaron con mi vagina.

Acarició mi espalda con toda su hombría dentro de mí. Mi recto palpitaba a la expectativa.

—Esto es un acto de amor, nunca lo olvides —jadeó papá—, lo hago con ustedes porque así me lo han pedido, pero no deben olvidar que, por sobre todas las cosas, las amo con el alma.

Naty llegó a nuestro lado, fresca y espléndida.

—¿No te duele? —preguntó acariciando mis nalgas y los cojones de papá.

—Me gusta —respondí—. Se siente distinto que con los dedos o con el consolador. ¡Estoy lista, papá, comienza con la monta!

Al oír mis palabras, Elyk retiró un tercio de su hombría para volver a clavármela despacio. Poco a poco fue acompasando sus movimientos.. mi cuerpo respondió instintivamente, haciendo avanzar y retroceder las caderas en sincronía con las profundas penetraciones que papá me brindaba. Acompañé las incursiones de su miembro con poderosos apretones de mis músculos internos. Cada vez que él se retiraba, lo oprimía como queriendo exprimirlo; al volver a entrar cerraba un poco para ofrecer mayor grado de dificultad. Papá y yo gritábamos y gemíamos sintiendo el poderoso placer de lo que estábamos haciendo.

Naty nos observaba con una mano sobre su coño, sin masturbarse. Creo que esperaba reservar energías sexuales para cumplir la fantasía de ser enculada. Su mirada seguía el bamboleo de mis tetas como en trance hipnótico.

El placer se fue acumulando en mi interior, era distinto al vaginal, pero no menos explosivo. Un orgasmo me recorrió entera, cerré los puños e incluso apreté los dedos de los pies mientras me venía en ráfagas de placer filial. Papá siguió con su labor, aumentando el ritmo en una salvaje cabalgata anal.

Grité, me sacudí y casi hago perder la concentración de nuestro padre al llegar a un segunda corrida. Él, como programado para dar y recibir deleite, eyaculó penetrándome hasta lo más profundo. Elyk gritó y aulló al sentir que su simiente se derramaba en mi orificio posterior. Aferró mis nalgas con mucha fuerza. Caímos derrengados sobre la cama.

—¡Yo también quiero por atrás! —exigió Nat devolviéndonos a la realidad—. ¡Quiero tener la misma cara de gusto que tiene Edith!

—¡Y lo tendrás, Nat! —respondió papá—. ¿Alguna vez les he negado algo?

Extrajo su hombría de mi trasero y ambas nos maravillamos al verla. Llevaba tres eyaculaciones casi al hilo y seguía en pie de guerra. Hay penes impotentes y penes potentes, pero lo de Elykner era prepotente. Digno de una película porno.

 

Continuará... No se pierdan la próxima sesión

(8,23)