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Arrepentidos los quiere Dios (Capítulo 25)

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Capítulo 25

 

Año 1988

Otra vez en casa. Este año sabático en el cual esperaba encontrar mi verdadera identidad como mujer, se convirtió en un año intrigante. Por lo que llegué a una conclusión: que en definitiva, casi nadie sabe lo que quiere, o lo que le espera en la vida.

Le dije a Darío que deberíamos aplazar la boda, ya que los acontecimientos en Río de Janeiro me habían confundido, y que debía reconsiderar más a fondo su oferta de matrimonio.

El recuerdo de Margarita estaba perennemente en mi mente; y yo, que nunca me había masturbado, ahora lo hacia casi a diario pensando en ella.

Darío, mientras "deshojaba la margarita" sobre nuestro futuro en común, se dedicaba a visitar los barrios del ambiente gay de Madrid.

Se hizo asiduo de la zona, y se instaló en un apartamento de la calle Augusto Figueroa, a dos pasosde la plaza de Chueca, corazón del barrio y de su ambiente.

Había delegado en Esther la dirección de "la Casa", no me sentía con fuerzas ni moral para seguir aguantando a la "legión de salidos"que la frecuentaban.

Llevaba casi tres meses en mi incertidumbre, sin tomar una resolución respecto a Darío. Un día comiendo juntos en Lardhi su famoso cocido madrileño, me dijo:

--Manolita, creo que lo nuestro no tiene futuro. Me encanta la vida de Madrid, y la verdad, que no me seduce atarme a nadie; pero te puedo asegurar, que, deseo ser tu mejor amigo y confidente. Además ha surgido en mí, algo que no me esperaba; quise ser hombre para estar con mujeres, y ahora que lo soy, me seducen más los... como aquí decís, los tíos.

--No me extraña, si al fin y al cabo tus genes son de mujer.

--Toda mi vida queriendo ser hombre, porque me gustaban las mujeres, y ahora que lo soy, me gustan los hombres.

--Has conocido a alguien, ¿verdad?

--Sí, cielo. He conocido en uno de los club de Chueca a un tío que me gusta mucho, y me lo he llevado a vivir conmigo al apartamento. Se llama Jorge.

--¡Joder Darío! Qué pronto te has ambientado en Madrid.

--La verdad Manolita, es que Madrid es una ciudad para vivirla de soltero, no de casado.

--¿Cómo os lo montáis?

--¿Te refieres sexualmente?

--Además de eso, ¿cómo os organizáis? Te lo digo, porque no vayas a mantener vagos, que por muy grande que sea tu patrimonio, se te vaya en un plis-plas.

--Ni quemándola se me puede ir la fortuna. Además he invertido bastante millones en unos bonos del Estado, que aunque no me rinden grandes beneficios, si me dan la absoluta garantía de que no se devalúan.

Tengo asegurada la vejez, que dicho sea de paso está a la vuelta de la esquina. Quiero vivir a tope estos años que me quedan, Manolita, y casado, me debería a ti.  Y si durante tantos años he sido una esposa sacrificada y madre abnegada, lo que me quede de vida, voy a ser un golfo y hacer lo que me salga de... de...   

--¿Cómo decís aquí?

--¿De los cojones?

--¡Eso, eso! Hacer lo que me salga de los cojones.

--Vale, vale. Tú sabrás lo que haces.

--Por cierto Manolita. ¿Sabes algo de Marga? Le di mi teléfono, y sólo me ha llamado una vez.

--De ella quería hablarte. Mantenemos contacto por teléfono con bastante frecuencia.

--¡Manolita, Manolita..! Qué eres veinte años mayor que ella.

--No pienses mal, que la quiero como si fuera mi hija, y nunca haré nada que le pueda perjudicar.

--Sí, pero estás deseando acostarte con ella.

--Le he propuesto que se venga a vivir conmigo, y que lleve la dirección de una boutique de alta costura que pienso montar exclusivamente para ella en el barrio de Salamanca, como sabrás la zona más noble de la Ciudad. Será un éxito, porque conozco a la flor y nata de la alta sociedad de Madrid.

--¿Qué te ha contestado?

--Está ilusionadísima. Además como es licenciada en economía, no le resultará ningún inconveniente en regirla.

--¿Sabes algo de Raúl?  Le pregunté sólo por curiosidad sana.

--Se ha casado hace poco. Me lo dijo Marga, y  que por lo visto fue la boda del año en La Isla.

--Me alegro. Raúl se merecía conocer una mujer de su clase; lo nuestro hubiera sido imposible. Pero... ¿Te imaginas que algún día sepa su mujer, que su antigua novia de Madrid, (yo), se había acostado con su marido, (Raúl); con su suegro (Héctor); con su suegra, (Adela); y con su cuñada Margarita ¡Qué fuerte! ¿Verdad?

--Tienes razón Manolita. Sin duda Raúl es el alma pura de mi familia, y le deseo toda la felicidad del mundo. ¡Qué jamás llegue a saber la verdadera condición de su linaje!

Por eso Darío, mejor que ni aparezcas por La Isla, que nunca la mujer de Raúl sepa nada de ti, ni de mí. Porque de trascender, se derrumbaría la fama de la familia Pozo.

--Descuida Manolita. Además, ¡cómo me voy a presentar en casa de mi hijo y mis consuegros así! Pero lo que si te pido, es que cuando venga a Madrid Marga, me avises.

--Hombre Darío, no creo que venga a Madrid sin avisarte. Pero si acaso no lo hace, en cuanto llegue, será lo primero que haga. ¡Ah! Y cuidado con tu amante. Por cierto, ¿qué edad tiene ese tal Jorge?

--Cuarenta y dos años.

--Me parece una edad apropiada. Si la relación se consolida, ya me le presentarás.

--Descuida, que te le presentaré cuando sea oportuno.

--Te puedo hacer una pregunta íntima, Darío.

--¡Por favor Manolita! que cosas me dices, si entre nosotros no hay secretos. Pregunta, pregunta.

--¿Le das... o te da?

Se carcajeó Darío con una risa picaresca, y me respondió escuetamente:

--Nos damos y recibimos mutuamente. ¡Qué pasa! ¿Te da morbillo?

--La verdad que sí, me da morbo. Y que contento debe estar Jorge cuando se la metas como a mí me la metías en el hotel de Río, y se la sacas cuando él quiera. ¡Por cierto! ¿Sabe de tu transformación?

--¡Claro que lo sabe! y precisamente eso es lo que le pone más cachondo.

--No me extraña, porque aunque te han dejado aspecto de tío... tu culete... sigue siendo el de Adela.

--¡Calla, calla! no me lo recuerdes, que bien que sufro con mi culo.

--Pero a Jorge, seguro que le encanta tu tafanario.

--¡Mi qué!

--Tus glúteos, tu culete redondito y respingón.

--¡Ah, sí! le encanta.

--Bueno Manolita que me espera Jorge, déjame que te invite.

--De eso nada Darío. Estás en mi terreno, pago yo.

--Por cierto Manolita, este cocido es una manjar exquisito.

--Es uno de los mejores de la capital.

Pagué la cuenta, y nos despedimos con un beso.

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