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Planta octava

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Justo me tiene que pasar esto hoy, el día que más prisa tengo por llegar a trabajar. Me llevan esperando cinco minutos en el despacho y si tiene que averiar el ascensor. Para colmo no veo nada, parece que también se ha estropeado la luz antipánico. De repente, el cubículo se agita salvajemente, lanzando mi cuerpo contra el de mi acompañante en el ascensor. Con lo poco que mi fijé al entrar pude ver que era una mujer, de mediana edad y pelo moreno. Cuando cesa la vibración, nos disculpamos y reímos nerviosamente. Nos quedamos unos instantes en silencio y una especie de impulso irrefrenable y animal nos hace abalanzarnos entre nosotros.

Comenzarnos a besarnos con fuerza, casi con fiereza, nuestros cuerpos se abrazan con desafuero. Agarro su cuerpo y lo pego contra la pared, quedando su espalda pegada a mi torso. Beso, lamo, muerdo su cuello, mientras mis manos avanzan hacia sus pechos bajo el vestido que los cubre. Descubro que no lleva sujetador. Masajeo sus senos, rozo sus pezones hasta palpar su dureza. Presiono mi miembro erguido y férreo contra la hendidura entre sus nalgas. Noto cómo palpita con violencia entre ellas, y lo comienzo a mover arriba y abajo, a lo largo de su surco. Sus gemidos, al principio ahogados, empiezan a ser más audibles. Sacando las manos de sus pechos, bajo la bragueta de mis pantalones y saco mi sexo, que introduzco en el suyo apartando sus bragas hacia un lado. Llevo los dedos a mi boca y saboreo el líquido que empapaba su ropa interior en el momento de tocarla. Empezamos a mover nuestros cuerpos en una coreografía lujuriosa que nos arranca gritos incesantes. Sus pechos se alzan y caen al compás de las embestidas, noto el fluido que emana de su sexo bañar mi pubis, mis testículos, mi polla. La siento inflamada, henchida, convulsa. Cuando ella llega al clímax, noto cómo sus piernas tiemblan, así que dándole la vuelta la cojo en volandas, la beso con firmeza  y vuelvo a penetrarla, arrancándole así un ensordecedor gemido. Mis movimientos entonces se vuelven más feroces, elevando el grado de placer y el volumen de nuestros gritos. Ella se vuelve a correr. Y ambos caemos al suelo. Ella se coloca boja abajo, dejando su cadera levemente elevada. Me coloco sobre ella y la penetro de nuevo. Su gemido es brutal. Su cuerpo se mueve haciendo que los labios de su sexo laman mi miembro, y mi cuerpo responde enterrándolo entre ellos incansablemente. Siento ráfagas, algo parecido a descargas eléctricas en la espina dorsal cuando nuestro clamor llega al punto culminante. Mi cuerpo se crispa, mis testículos se inflaman, noto su coño inflamado rodeando mi sexo, su matriz presionándolo en oleadas. Lo saco y en el justo momento de salir a la superficie de su extremo sale un chorro ígneo que se estrella contra sus nalgas. Varios chorros siguen saliendo y yendo a hacer compañía al primero en sus montículos. El espeso fluido se escurre entre sus piernas hasta llegar al suelo.

Cuando nos acabamos de terminar de vestir el ruido de un motor nos indica que el funcionamiento del ascensor se ha restablecido. “¿A qué piso va?”. “Al octavo, por favor”.

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