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Mi amigo extranjero

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La vida necesita momentos intensos. Es así como la hacemos única, inolvidable. Es todo lo que puedo decir por lo que a mi corta edad viví hace poco.

He tenido problemas con mis padres, pero admito que suelen ser muy comprensivos casi todo el tiempo. En especial cuando necesitaba su permiso para salir con Héctor. Él es muchísimo mayor que yo. Tiene más de cincuenta años, pero su corazón es de oro puro. Lo conocí en no de sus múltiples viajes, viniendo desde México. Yo salía de un centro comercial, tras comprar un par de bonitas blusas. Una se me cayó de las manos, y él, como un héroe al rescate, fue pronto a recuperarla para mí.

Su galantería no me sorprendió mucho, en especial porque ese día usaba una falda bastante cortita, pero admito que su encanto es innegable. Platicamos largo rato tras invitarme a tomar una soda. Me habló de lo que vio en sus viajes, de su experiencia en la vida… Y todo era muy interesante. Parecía que ni él quería dejar de hablar, ni yo de escucharle. Cuando al fin me invitó a salir con él, me puse nerviosa. Pero estaba clara que eso deseaba también.

“Es sólo un amigo”, les expliqué a mis papás.

Aun así, yo no hubiera escogido un vestido negro de noche, con esa clase de escotes, para verme con un amigo. Cuando Héctor por fin apareció en su auto, el efecto de mi vestido se le hizo notorio… Pasó mudo unos segundos antes de saludarme.

Nuestra cena fue italiana. Él escogió espagueti con mariscos, o en sus palabras, “Spaghetti al Frutti di Mare”. Fue un momento bonito. El aroma de su colonia y sus palabras eran maravillosas. Yo, por ser menor de edad, sólo tomé una coca-cola mientras Héctor disfrutaba una copa de vino. Eso, hasta que me encargué que hubiera una botella de ron en la mesa. Fue tan grande su sorpresa que nos emocionamos mucho bebiendo ron con coca.

Esa dulce cena se nos empezó a hacer un contratiempo.

Le dije que quería ir de compras, y a él le gustó la idea. Fuimos a Simán a buscar algo bonito para mí. Y él sugirió ropa interior. La idea me gustó mucho. Juntos vimos los diferentes sostenes, unos blancos de seda, otros negros más sensuales. “Qué te parece éste??” Preguntaba yo. A él parecían gustarles todos. Al fin elegí un conjunto negro con líneas color fucsia. Pero necesitaba una excusa para usar el vestidor así que pedí una falda. Entré al vestidor, me desvestí… Y le llamé.

Quería que me viera. Que supiera que, aunque era una niña, con ropita interior de algodón, podía ser tan apasionada y sensual como cualquier vieja calenturienta. Que se diera cuenta del orgullo que siento por mi cuerpo, por sus curvas y la firmeza de mis piernas y mis nalgas. De lo redondo de mis medianos pechos.

El se veía nervioso. Su tranquilidad habitual había desparecido.

“No digas nada”, dije en voz baja. “Solo disfruta el momento”.

Nos besamos de inmediato. Sus manos acariciaban mi trasero y mi espalda con violencia. Yo bajé mi mano derecha hasta su entrepierna mientras nuestras lenguas jugueteaban. Si hacer ruido me puso contra la pared y empezó a bajarme las panties. Mi respiración se aceleraba. Sacó su largo pene y empezó a buscar usarlo conmigo. Sabía que en alguien de mi estatura y mi edad era brusco recibir una cosa de ese tamaño, así que con gentileza lo fue metiendo despacito, mientras mis gemidos eran silenciosos para el mundo, pero estruendosos en su oído. Cuando al fin encontró un tope, empezó a meter y sacar. Una y otra vez, cada vez más rápido. Mi mente se nublaba, con una sola palabra en grandes y luminosas letras brillando: “HECTOR”. Me jaló el cabello, mientras mis uñas se clavaban en sus brazos. Estar ahí, en ese lugar público, y con alguien como él, mayor que mi padre, mejor que cualquier jovencito del mundo, era lo más excitante en mi vida entera. Se vino dentro de mí, culminando lo que había deseado con él desde que lo conocí. Sentí todo ese calor fluyendo en mi interior, inundando mi alma y trayendo paz a mi locura.

Nuevamente nos besamos. Ahora, con más lentitud y más amor.

Ya afuera del vestidor, casi en coro, le dijimos a la dependiente mientras enseñábamos el conjunto: “Esto nos gusta”.

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