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Lo que escondía la gestoría (primera parte)

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Todo había empezado el último curso de la facultad, ese año estaba siendo una locura, había conocido a una chica maravillosa y preciosa, era alta y esbelta, se notaba que iba al gimnasio, siempre vestía elegante con grandes escotes en pico, apretando sus pequeños pechos, no era de extrañar que llamara la atención, la verdad es que yo tenía la misma complexión; ambos éramos huérfanos y conectamos al instante, en apenas un par de meses nos habíamos casado.

Pero fue en la fiesta de graduación cuando todo dio un giro inesperado, allí se me presentó el señor Anro, un hombre alto y que impresionaba por su corpulencia pese a sus 60 años, todos mis amigos bromeaban con nuestro parecido, pero yo estaba lejos de ser un personaje en el mundo de las finanzas y al que admiraba toda la ciudad como a él. Aún no podía creer que ese hombre me estuviera ofreciendo un puesto de trabajo en su empresa, la gestoría más importante dedicada a llevar las cuentas de las mayores fortunas país. Acepté rápidamente y mi mujer y yo nos instalamos en una casa de la ciudad, en un buen barrio.

Nunca olvidaré el primer día de trabajo, la oficina estaba en una vieja mansión céntrica de dos plantas que habían reformado, la planta baja estaba dedicada a oficinas de empleados, la segunda planta era exclusiva para recibir visitas importantes, reuniones y el despacho del señor Anro. Él mismo me recibió en la entrada, para mi sorpresa no iba a trabajar con los empleados comunes, sino que me llevó a una pequeña oficina al lado de su despacho. No tenía ventanas ni puerta, simplemente un viejo archivador y la mesa de trabajo con el ordenador, no era muy acogedora pero en esos momentos me daba igual.

Justo enfrente podía ver la mesa de su secretaria personal. A decir verdad, era una mujer deslumbrante, me la presentó como Alisa, mulata con rasgos caribeños, el saludo fue frío aunque transmitía un leve olor a jazmín, simplemente un hola; a los pocos días supe que en el trabajo la llamaban belleza caribeña. Era alta, aún más con esos tacones de aguja de aproximadamente 8 centímetros y largas piernas envueltas en unas medias transparentes. Llevaba puesta una falda azul marino ajustada, a la altura de las rodillas, al parecer las normas decían que no podía enseñar ni esconder más de lo debido. Llamaba la atención su trasero redondo y prominente marcado por lo ajustada de la falda, a más de uno se le iba la mirada cada vez que andaba con su peculiar meneo de caderas. Con la falda llevaba siempre una blusa blanca con ligeras rayas azules ceñida a sus grandes pechos y parecía que le iban a explotar los botones, recuerdo que eso les encantaba a los visitantes importantes porque siempre intentaban ver entre ellos. En todo momento se mostró seria, como si yo fuese invisible y no estuviera.

Al cabo de un mes la situación era similar, nunca habíamos intercambiado palabra y simplemente coincidíamos en leves miradas de curiosidad. Por su parte, el Sr, Anro se limitaba a pasar por mi pequeña oficina una vez al finalizar el día para preguntar si había algún problema. Yo me limitaba a hacer mi trabajo, solo debía pasar unos correos electrónicos, con unos números de cuenta, a un libro de cuentas, realmente algo sencillo y extraño, era como tener a un mecánico para mirar el estado de las ruedas, pero yo no me quejaba, por algo se empezaba.

Un día sucedió algo extraño y sólo ahora comprendo su importancia, nunca solía hacer nada de trabajo en casa, pero justo ese día, aprovechando que no estaba mi mujer, me decidí revisar el correo para confirmar que todo estaba bien. Así que encendí el ordenador, entré en el correo y me puse a ello. Al fijarme todo era correcto excepto por un nuevo correo que había llegado o se me había pasado por alto, no llevaba la numeración tradicional, sino una muy diferente y que no era capaz de reconocer. Debía solucionarlo antes de que nadie se diera cuenta, abrí el documento para pasarlo al libro de cuentas, pero para mi sorpresa contenía un mensaje con un enlace a una página web:

“Estimado Sr. Anro:

Estoy muy interesado en los servicios que su empresa ofrece y me gustaría tratar con usted un asunto. El siguiente enlace responderá a gran parte de sus preguntas y creo que sabrá perfectamente lo que tiene que hacer. Respecto al pago, no se preocupe, la cantidad que usted considere oportuna será ingresada en su cuenta corriente.”

Aquello me dejó extrañado y no entendía a qué se refería el mensaje, así que pulsé sobre el enlace, con el fin de enterarme. Ante mi apareció una página web de una hermandad universitaria, era un enlace interno y totalmente privado al que solo los miembros de esa hermandad tenían acceso. En el se podía ver un video titulado “Nos vengamos de María”. Por el número de visitas y de comentarios tenía bastante éxito y por lo que pude leer, esa tal María, era la chica más odiada del campus. Intrigado le di al play del video.

Apareció una joven de pelo castaño de unos 20 años de cuerpo esbelto sujetando la cámara, bajo unos subtítulos con las letras del video. No sabía que interés podía tener este video para mi jefe, pues me parecía una tontería. Aquella chica caminaba por lo que parecía el pasillo de la hermandad hasta meterse en una habitación. Lo que vi me dejó boquiabierto, la cámara enfocaba ahora a una chica en pijama, de aproximadamente su misma edad, con las manos atadas al cabecero de una cama. Ahora si me encontraba perdido.

Dejó su cámara sobre una mesa enfocando bien la escena y encendiendo una luz para que fuese más nítida. Sin decir nada, llevó sus manos a los botones de la parte superior del pijama, desabrochando mientras la joven tumbada comenzaba a llorar sin entender nada de lo que sucedía.

-¿Qué haces?, No, para.- Suplicaba.

Aquella chica la ignoraba con una sonrisa cruel en su cara, al abrir el pijama dejó ver a la cámara un buen plano de sus pechos desnudos, aquella chica era regordeta y estaba dotada de unas grandes tetas. Sin perder tiempo los agarró con fuerza y comenzó a jugar con ellos en círculos un lado a otro.

-Joder, ¡qué par de melones tienes! -Decía burlándose, con ese lenguaje vulgar.

No tardó abalanzarse y lamer los pezones, no paró de mover su lengua y de morderlos hasta que ambos estuvieron bien duros, también eran grandes y sobresalían de forma increíble. Se le veía disfrutar mientras su compañera no dejaba de llorar. Todo parecía haber acabado, pero lejos de detenerse ahí, agarró con fuerza el pantalón y aún no sé cómo, logró quitárselo con mucha agilidad dejando el sexo de aquella joven a los ojos de la cámara.

-Vaya, que peludo lo tienes, ja ja ja, seguro que aún no se lo enseñaste a ningún hombre.- reía mientras pasaba sus dedos por el medio de los labios vaginales.

-¿Por qué me haces esto?, déjame, no sigas.- respondía indefensa.

-¡Pero si estás mojada!, no me digas que te has puesto cachonda, jajaja.- seguía burlándose.

-No, no, déjame.- repitió, en vanos intentos de que se detuviera.

Pero no valían de nada sus súplicas, aquello estaba premeditado y siguiendo un plan, la cogió por sus piernas y las separó todo lo que pudo, luchó con fuerza pero no pudo evitarlo, aquella compañera se inclinó sobre su parte más íntima, gritó fuerte, solo conseguía que su agresora aumentara la velocidad de la lengua sobre su clítoris, sin darle tregua. Para su desgracia su cuerpo reaccionaba de diferente forma que su mente y aunque seguramente no quería, aquella chica comenzó sollozar levemente, intentando en vano disimular.

-Por favor, te lo suplico, no me hagas esto.- con gemidos que intentaba disimular.

Fue demasiado tarde, su cuerpo empezó a agitarse moviéndose sin parar sobre la cama, mientras seguían chupándole el clítoris fuertemente sin parar, aquello fue demasiado para reprimirse y con una respiración acelerada dejó escapar sonoros gemidos de placer, los labios de su compañera mojados con sus flujos descubrían su orgasmo.

-Ya sabía yo que eras una guarra.- decía con la satisfacción de lograr su objetivo y el silencio de la avergonzada compañera que seguramente ignoraba lo que se le venía encima.

Ahí se acabó el vídeo, yo no dejaba de pensar porqué razón había recibido ese correo, porqué mencionaban al señor Anro y a que negocio se refería. Cuando llegó mi mujer a se quedó igual de sorprendida; para ella era un error e insistió en que mejor sería borrar el correo y no decírselo a nadie y así hice.

Al día siguiente en el trabajo, todo transcurrió con normalidad, nada fuera de la rutina de costumbre. La cosa cambió pasados dos días. Lo recuerdo perfectamente, el número de correos era extrañamente elevado, desde que comenzara a trabajar nunca tuviera un volumen semejante y fui incapaz de terminar antes de la hora, con lo que no me quedó más remedio que quedarme más tiempo; llamé a casa para avisar, nadie respondió y dejé el mensaje en el contestador. No sé cuánto tiempo estuve pero Alisa no se marchó a casa hasta que salí, tenía la sensación de que me vigilaba pero no le di importancia. Al día siguiente, una pareja de la policía vino a detenerme y me llevaron a comisaría, me acusaron de violación, aquello me dejó estupefacto, debía ser un error.

En un par de días toda mi vida cambió. El juicio fue una sorpresa tras otras, quién me acusaba era la chica morena que aparecía en el video, sensiblemente afectada me señalaba como responsable de violarla la noche que me quedé a trabajar. Aquello me tranquilizaba pues tenía un testigo de que no me había movido del trabajo, pero el mundo se derrumbó sobre mi cuando Alisa, seria como siempre negó que yo estuviera en la oficina, no podía ser, me alteré y grité pero nadie me creía; no entendí nada en ese momento. La sentencia me cayó como una losa, ocho años de prisión; después de aquello lo perdí todo: mi mujer, el trabajo y la tranquila vida para siempre.

Por fin, mañana era el gran día, después de cinco años, me dejaban salir con la condicional gracias a mi buen comportamiento. Ya no era el mismo, era una persona llena de odio y cuyo único objetivo era conocer la verdad y cobrarme la deuda a quienes me habían arruinado la vida. Al salir busqué un lugar para dormir, fui en busca de mi mujer, pero la casa ya había sido vendida y no había rastro de ella. Solo pude encontrar un motel de mala muerte en uno de los barrios peligrosos de la ciudad, quizás fuese lo mejor, un buen lugar para pasar inadvertido y ningún vecino que preguntara. Planeé mi venganza, ella era la culpable con sus mentiras, podía haber dicho la verdad y todo hubiera cambiado, seguí sin saber el motivo, pero pronto saldría de dudas. Había estado dos días siguiéndola hasta descubrir donde vivía, mientras trabajé en la oficina, nadie lo supo. Llegó el momento, estaba nervioso pero decidido a llegar hasta el final, nada ni nadie me detendría.

Antes de que llegara me colé en su apartamento sin forzar la cerradura, algo aprendiera en la cárcel. Era pequeño y poco amueblado, tenía un con apenas tres puertas, la primera una cocina que parecía poco usada, un baño pequeño y al final otra que daba a la habitación. Era minimalista pero de alta decoración, nada más entrar enfrente estaba la cama, una de matrimonio muy ancha con una única mesilla a la izquierda, puesto que al otro lado había un gran espejo incrustado en la pared. A mi derecha había un tocador lleno de perfumes, distinguí el mismo olor que desprendía Alisa en el trabajo, a la izquierda un curioso biombo con un sencillo taburete detrás. La habitación tenía los armarios empotrados en la pared y una puerta daba a un baño personal.

Justo en el momento que abría el armario para ver que guardaba sonó la puerta de la entrada, rápidamente me situé detrás del biombo y saqué el cuchillo que traía en el bolsillo de la cazadora. Escuché sus pasos, me recordó el movimiento de sus caderas, era ella sin duda y por suerte venía sola. La puerta se abrió, Alisa entró con una vestido de noche largo, siguió hasta ponerse enfrente del espejo. Se lo desabrochó y lo dejó caer al suelo, ante mi apareció un cuerpo esbelto y precioso como ya imaginaba, debió ser mi torpeza porque su mirada se dirigió a mi. Se quedó quieta mirándome en ropa interior. Había llegado el momento, salí en su dirección, ella retrocedió a cada paso mío hasta que se apoyó en el espejo, parecía serena pero sus ojos no se apartaban del brillo que desprendía el cuchillo.

-Hola Alisa.- le dije.

No respondió, tampoco me importó, me coloqué a su lado, era más alto y eso me daba ventaja, por si acaso le até las manos torpemente con el rollo de cinta aislante que traía en el otro bolsillo. Sonreí, ahora estaba a mi merced y pagaría por sus mentiras, empezaba a notar su nerviosismo, disfrutaba con ello, quería que sufriera, llevé el cuchillo a la altura del esternón, llevaba un sujetador de encaje sugerente que le quedaba perfecto, con un movimiento ágil corté el enganche y este cayó al suelo. Aquellos pechos me pusieron a cien, eran grandes, redondos y firmes. No me detuve he hice lo mismo con su tanga, estaba perfectamente rasurada pues no se le veía el vello púbico; no podía creerme que tuviera a aquella mujer desnuda delante mía, aunque fuera contra su voluntad.

La cogí por las muñecas y se las apoyé en la pared por encima de su cabeza, se mostraba dócil ante la amenaza de que le hiciera daño, mientras con la otra mano comencé a jugar con sus tetas, finalmente eran naturales, al contrario de la opinión que corría por el trabajo. Ver como sus pezones se endurecían me excitaba cada vez más y no pude resistir la tentación de bajarla hasta su entrepierna.

-Vamos, no me digas que te da vergüenza.- susurré a su oído.

Mientras escuchaba mis palabras deslicé el dedo índice entre sus labios vaginales, pude notar cierta humedad, mojé con sus flujos el dedo y lo llevé a su clítoris; su reacción no se hizo esperar, su respiración se agitó aunque su semblante no se modificó. Su piel era suave incluso en aquella parte de su cuerpo, aceleré el movimiento y ella empezó dejar escapar algún que otro suspiro de placer.

Me dejé llevar por la situación, aprovechó para lanzar un rodillazo hacia mis testículos sin esperarlo, por suerte reaccioné rápido y solo logró alcanzarme el muslo, pero lo suficiente para separarse y comenzar a correr. Caí de rodillas soltando el cuchillo, traté de agarrarla pese al golpe, la toqué lo suficiente para que tropezara y cayera al suelo, se giró para ver donde estaba sin darse cuenta del error, rápidamente caí sobre ella. Como pude bajé la cremallera y saqué mi erecto pene, gritó y forcejeó todo lo que pudo pero yo era más corpulento. Finalmente se quedó inmóvil con la boca abierta cuando le apreté el cuello con la mano, con mirada de asustada, quizás creía que no sería capaz de hacerle daño hasta ese momento.

-¿Crees que puedes escaparte?- dije enfurecido por su ataque.

Sin más dilaciones, la penetré, aún estaba húmeda por lo que mi pene entró sin encontrar resistencia; llevado por el placer comencé a moverme, era deliciosa, algo inalcanzable para gente corriente como yo, sus esfuerzos por liberarse eran débiles, la tenía bien cogida sin darle opción. Volví a mirarle, la boca seguía abierta tratando de coger aire, con leves gemidos, aunque su vagina no dejaba de lubricar daba la sensación de que algo estaba haciendo mal, quizás apretaba demasiado y no podía respirar, solté la mano.

-Es culpa del Sr. Anro.- Dijo cogiendo una bocanada de aire.

Me detuve, la miré incrédulo, seguramente mentía para escapar de aquella situación.

-No te creo.- respondí abiertamente.

-Te lo aseguro, es la verdad.- contestó al instante.

Me levanté confuso, la agarré por las muñecas y la empujé bruscamente de frente sobre la cama, quizás tenía razón, recordé aquel correo electrónico, además tenía muchos más sentido, estaba como poseído de un lado para otro cuando me volví a girar hacia Alisa; del empujón estaba sobre la con el culo en pompa, me quedé en blanco contemplando aquello, su coño afeitado me llamaba poderosamente, era una visión fabulosa y excitante en esa postura.

Sin pensar en las consecuencias me agaché delante de ella, agarré fuertemente con las manos cada una de sus nalgas y las separé todo lo que pude, al momento también se abrieron sus labios mostrando su vagina, era una tentación imposible de rechazar y me abalancé con mi lengua, la deslicé de arriba a abajo, un tacto y sabor divino, enseguida me empapé de sus jugos saboreando cada centímetro, hundía mi lengua en su vagina todo lo que pude, olvidando lo que me rodeaba, aquello podía ser un sueño pero no lo era, allí estaba yo lamiendo el clítoris a la mujer más deseada de la oficina. En ese momento, los gemidos de Alisa me sacaron de ese trance, ya no disimulaba y podía oír claramente como jadeaba con su respiración, entonces me di cuenta del detalle, ya no intentaba escapar, no forcejeaba, se limitaba a dejarse hacer.

Me levanté y sin decir nada la penetré de nuevo, más lentamente que antes, la sujeté por la cadera y comencé a empujarla contra mi vientre, poco a poco los movimientos eran cada vez más salvajes; el placer era intenso para los dos, solo hacía falta escucharnos para saberlo. Un fuerte gemido fue lo único que escuché antes de sentir como se estremecía su cuerpo. Su vagina se inundó al momento, yo disfrutaba tanto que no me detuve, estaba tan excitado que no podía parar. Ella lo permitió hasta un momento dado.

-No puedo más.- dijo agotada.

Dudé un momento, pero todo el odio que había acumulado dentro desapareció, por un instante volví a sentirme como la persona que era antes, así que me detuve. Me quedé sin saber qué hacer, cómo podría salir de aquella situación ahora. Alisa se levantó y sin decirme nada me sentó sobre la cama.

-Confía en mi.- me dijo sabiendo mis dudas.

Su voz sonaba tan suave que me relajé y decidí dejarme hacer, no me quedaba nada y por tanto nada que perder. Sus manos se apoyaron en mi pecho y lentamente me empujó hacia atrás indicando que me acostara, ahora era yo el que estaba nervioso; sentí sus manos agarrándome mi aún excitado miembro, unos suaves movimientos masturbándome dieron paso a una delicioso placer, sus labios aprisionaron mi pene con fuerza y lentamente fue introduciéndose por su boca, sin duda era la mejor mamada que podía recordar. Para mi asombro se había metido todo el pene antes de volver a sacarlo completamente lleno de saliva, lo repitió un par de veces haciendo que temblara de excitación.

Estaba sumido en el mayor de los nirvanas con aquella felación y estuve a punto de quejarme cuando se detuvo, pero permanecía callado; se aproximó y me abrió las piernas colocándose en el medio. Dejó caer su cuerpo sobre el mío, estaba caliente y sudoroso, aquel calor agradable aumentaba mi deseo. Restregó sus pechos por mi vientre y agarrándolos, aprisionó fuertemente mi pene entre ellos. Se manejaba con experiencia y seguramente la tenía, lo que incrementaba de manera sublime el placer que sentía. No pude reprimirme y a mi respiración agitada se sumaron pequeños jadeos, movía su cuerpo con gran velocidad haciendo que mi pene se restregara entre ellos, aquello fue demasiado y me vino el mejor orgasmo de mi vida, mi mente explotó en un intenso vacío lleno de sensaciones placenteras y mi cuerpo vibraba sin control. Al abrir los ojos Alisa me miraba con dulzura mientras mi semen resbalaba haciendo pequeños riachuelos por sus pechos, sonriendo dijo:

-Descansa antes de ducharte y preparo la cena.- mientras se encaminaba al baño.

No respondí, aquel cuerpo era perfecto y además sabía cómo usarlo para dar placer. Al desaparecer por la puerta y escuchar la ducha, me relajé, pensando en si habría conseguido darle yo el mismo placer a ella.

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