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Ni en los mejores sueños

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Ni en sus mejores sueños el muchacho se vio tan cerca de cumplir la fantasía sexual de toda su adolescencia. Había deseado tanto a aquella mujer que ahora tragaba saliva ante la enorme posibilidad de mantener una relación sexual con ella. La señora casada y con hijos se encaprichó con el chico una vez este se hizo mayor. Él era el mejor amigo de su hijo y lo conocía desde la infancia. Los años lo habían convertido en la réplica de un gran futuro hombre: buena estatura, músculos desarrollados…¿cómo sería su polla? –se preguntaba ella.

El chico, un bichejo raro en el instituto, feote, con gafas de culo de vaso, llevaba años masturbándose con una idea sensual y excitante en su imaginación, y ésta no era otra que la de follar con la madre de su mejor amigo una tarde que ella estaba sola en casa, sin su marido y sin sus hijos.

Llegó un día, cuando el chaval menos lo esperaba, que la situación se parecía mucho a su fantasía. Pero, cómo podía él pensar que algo hermoso le pudiera suceder con ella. Había ido a buscar a su amigo para salir a dar una vuelta. Era sábado por la tarde. Abrió la mujer, le avisó de la ausencia de su hijo y todos los demás, que habían ido a visitar a unos parientes de una ciudad cercana. No obstante ella estaba contrariada al haberse quedado sola porque necesitaba ayuda para trasladar unos muebles de una habitación a otra. Le pidió ese favor a él, que instantáneamente se ofreció.

Este trabajo aproximó sus cuerpos, cuerpos que sudaron. El olfato del inexperto en temas de amor se llenó de esencias de hembra. Lo único que se le ocurría pensar al joven era que en cuanto llegase a casa se haría una buena paja pensando en ella y en ese rato que pasó a su lado. Obviamente sintió el impulso de abrazarla, pero qué sabía él del universo femenino; podría ser y era lo más probable, según el creía, que ella le rechazase y eso generara un escándalo.

Era ella pues, si quería obtener satisfacción por parte del chico, quien habría de tomar la iniciativa. Tras el esfuerzo, le invitó a tomar algo en la cocina. Él aceptó y bebió su limonada con ansia y sed. Ella se preguntaba si él tendría también esa sed de sexo también. Podría ser homosexual y rechazarla, o rechazarla simplemente si ella no le gustaba. Así que con sus dotes e intuición femenina intentó sondear al proyecto de varón, por saber si había posibilidades de follar con él.

Todo empezó con una charla sobre novias, durante la cual él se lamento de su mala suerte con las chicas y con lo que la señora corroboró que a él le gustaban las mujeres. Ella fue a cambiarse de ropa con la excusa del calor debido al esfuerzo. El planteamiento fue el de ponerse prendas ligeras semitransparentes y comprobar cuál era la reacción del chaval. Desde luego se quedó sin habla al verla el pobre lelo; tan sólo quedaba pasar a la acción. Porque ella tenía ganas de acción.

Cuando preguntó a su invitado si había tenido ya su primera experiencia sexual, él se quedó casi mudo, pero pudo articular palabra y decir que no. Pero el remate fue cuando ella le dijo que si quería que probasen los dos juntos; él creyó desmayarse de la sorpresa y le dijo a ella que si se estaba burlando. La mujer le dijo que no y que le apetecía mucho ser su maestra y desvirgarlo.

La señora sólo puso dos condiciones: primera, que él intentase por todos los medios no eyacular demasiado pronto. La segunda y más importante: que a partir de ese momento la llamase "mamá". Él acepto gustoso no objetando nada.

-¿Dónde lo hacemos, mamá?

- En mi dormitorio cariño.

Unos instantes después estaban en el dormitorio.

- ¿Qué crees que es lo primero que un hombre ha de hacerle a una mujer cuando van a follar?

- No sé mamá. ¿Chuparle los pezones?

- Podría valer. Aquí tienes.

Se desabrochó el sujetador ante sus narices. Una explosión de carne femenina apareció ante el rostro del chico, que ni rápido ni lento se aproximó a acariciar y a lamer. Sintió ponerse dura su polla definitivamente: ¡por fin iba a follar! La señora mandaba en la cama e hizo que él le lamiera todo el cuerpo, aprovechándose de tener a un imberbe a su disposición.

Las sensaciones del joven macho al pasar su lengua por el coño de su insólita amante fueron novedosas, extrañas, pero placenteras. El sabor pastoso y salado de aquella cueva carnosa de placer causó unos efectos en su cerebro como ninguna droga lo hubiera hecho: la muy guarra hizo que luego le lamiese también el ano, pero él estaba ya desbocado y aceptaba todo por tal de dar y recibir placer. No obstante ella dedicó luego el mismo trato a su compañero: también le lamió el ano, ante la reticencia inicial de él que creyó que eso le aproximaba a la homosexualidad. Ella le habló con tiernas palabras y lo convenció de lo placentero de aquella práctica prometiéndole a la vez que después le comería la polla.

No supo entonces él determinar que le era más gozoso, que le lamieran el ano o que le comiesen la verga. Con ambas cosas disfrutó, y mucho. Se iba sintiendo más hombre poco a poco, aunque sabía (o intuía) que habría algo más excitante y formidable, que no sería otra cosa que un coito colosal que sirviera como colofón. ¿Sabría estar él a la altura de las circunstancias?

La hembra sabedora de la impaciencia de un novato y virgen, y ante el temor de que el chico se corriera anticipadamente, creyó llegado el momento de abrirse de piernas. O mejor dicho, de ponerse a cuatro patas, porque esa postura le encantaba y además para él sería más fácil manejarse.

- ¿Sabes lo que hay que hacer encanto?

- Creo que sí mamá.

- Mira, ponte detrás de mí de rodillas, tus piernas entre las mías. Con paciencia debes encontrar el agujero de mi coño con la punta de tu polla. No te será difícil, no obstante, si te cuesta yo te ayudaré con una mano o con unos movimientos de mi trasero. No tengas miedo, pero tampoco te entusiasmes demasiado. Ayúdate cogiendo mis caderas; quizá te cueste penetrar, pero aprieta un poco para vencer la poca resistencia que te ofrezcan mis paredes vaginales. Una vez dentro, por instinto animal y sexual, sabrás que hacer, pero insisto, hazlo con calma y disfruta lentamente o te correrás muy pronto, con mi consiguiente disgusto.

El contacto del glande con el vello genital de la mujer produjo la primera descarga de placer en el joven. Pero la penetración se hizo más placentera si cabía. Milímetro a milímetro la fue penetrando y sintió que aquello era lo mejor del universo, mas supo que todo iba bien y que lo hacía como un verdadero hombre cuando la oyó a ella gemir de placer. Como los seres humanos somos animales y por ende criaturas que a veces actúan por instinto, el chico comenzó a moverse de atrás hacia delante sin que nada ni nadie le hubiese dado una lección previa de cómo se tenía que follar.

- ¡Ahoraaa gozaaa…mi vida! ¡Arrrggggsss!- exclamó ella. Y puedes correrte dentro de mí, he tomado la píldora.

Esto último no lo entendió demasiado bien él, pero ya no había pensado ni por un momento detenerse.

¡Chapps, chapps! –se oía, y a él ese ruidito de chapoteo al bombear a la mujer le volvía loco de gusto. Tuvo claro el joven que se trataba de aguantar cuanto más mejor para satisfacerla a ella y así quizá tener garantías de que aquella relación íntima tendría continuidad en días sucesivos. Pero por los movimientos espasmódicos de la mujer, el vaivén rítmico y acelerado del coito percibió la inminente llegada del clímax, del éxtasis, del orgasmo de ambos participantes.

Gritos.

El chico miraba al techo como hipnotizado. La mujer, tumbada junto a él, le acariciaba el pecho a él y se acariciaba a sí misma con suavidad. Cuando él la oyó exclamar: ¡ha sido uno de los mejores polvos de mi vida!, él comprendió que al menos estuvo a la altura de las circunstancias como hombre.

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