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Voyeur

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Desparramado en el sillón, recuperaba el aire luego de la mudanza.

Por fin, después de mucho tiempo, de dar vueltas, de buscar propiedades, estaba en la propiedad que soñaba.

En la ciudad, pero lo suficientemente alejada de la vorágine urbana, y con transportes para estar en el centro en un santiamén. Parque, árboles añosos, y una casa sólida antigua, reciclada a nuevo y de primera.

La casa, que había sido una mansión en otras épocas, había sido convertida en dos dúplexs, que la dividían al medio. Uno daba a un costado, con su ingreso para auto y conexión a la calle, y el otro daba sobre la otra cara, siendo exactamente igual en su distribución. Cada cara poseía su parque, su parrilla, y eventualmente lugar para una piscina, a considerar cuando terminara de pagar la compra.

Mi esposa, Lorena, estaba feliz, y mi hija Dalma, no veía la hora de mostrar su casa a sus amigas.

El otro departamento, por el momento seguía desocupado, aunque nos habían comentado que ya se había vendido, pero que el comprador estaba de viaje y recién lo ocuparía cuando regresara.

De a poco, nuestra vida se fue adaptando al nuevo lugar.

Mi esposa y mi hija disfrutaban salir a caminar por la mañana, aprovechando los grandes espacios verdes cercanos, y a pesar de la diferencia de edad parecían hermanas. Debo reconocer que mi esposa a sus 45 años se mantiene muy atractiva, y mi hija con sus 20 años, ha heredado la belleza y sensualidad de su madre.

Una mañana, mientras estaba solo, me puse a acomodar papeles y encontré en un sobre los viejos planos de la casona, que estaban mezclados con los planos finales luego de la remodelación.

Mientras tomaba un café ojeaba los viejos rollos y encontré algo que me llamó la atención.

En los viejos planos aparecía claramente un entretecho, que no se veía en la otra terminada. Me fui al exterior y mirando la edificación noté que entre el dintel de la ventana del dormitorio superior, y la cumbrera del techo había una distancia importante, a pesar de que los cielorrasos de los dormitorios eran planos, es decir que no seguían el desnivel del techo inclinado.

Entré y fui al piso superior, y lo recorrí plano en mano, tratando de identificar los antiguos espacios en la nueva distribución. Algunas paredes habían desaparecido. Pequeños ambientes se habían fundido en otros mas grandes, pero por fin, al llegar a una baulera en un rincón, consideré que era el lugar donde el viejo plano mostraba una puerta trampa que permitía acceder al entretecho.

En ese momento sentí voces en la planta baja. Mi mujer y mi hija habían regresado, y decidí como una broma, no contarles nada de mis descubrimientos, y si encontraba ese lugar, dejarlo como un lugar propio sin que nadie tuviera acceso.

Cuando el sábado a la tarde mi familia decidió irse de shopping, me preparé para seguir con mi aventura. Y con total éxito.

Luego de un rato de luchar con un panel del cielorraso armado, descubrí una puerta en el techo. Con satisfacción, adapté ese panel de manera que corriera por encima de los otros a voluntad, dejando libre el acceso al entretecho, y una vez conseguido esto, procedí a abrir la enmohecida puerta. La protesta de sus goznes no impidió que cediera, y una pequeña escalera se desplegó permitiendo asomarme a ese nuevo mundo.

Unas tomas de aire y luz daban una cierta semipenumbra que permitía ver el lugar y que hacían que el aire no fuera irrespirable. Mucho polvo en el suelo, y la altura solo permitía caminar semi agachado por el centro, donde estaba el tirante mayor que sostenía el techo. A los costados, la caída solo permitía moverse un metro más para cada lado, y luego había que acostarse en el piso si uno quería recorrer el lugar.

Pero primero lo primero Bajé y munido de productos de limpieza volví a subir, hasta conseguir que el lugar quedara limpio. Era muy pequeño. Evidentemente los arquitectos no habían considerado habilitarlo porque realmente no era utilizable.

Por fin, y ya cansado, bajé y volví a dejar todo como estaba. Ese lugar sería mi secreto.

Un par de semanas después, cuando regresé a casa del trabajo, un camión de mudanzas estaba estacionado sobre la otra cara de la casa, y descargando cosas. Resultaba evidente que el propietario del otro frente se estaba mudando. En casa no había nadie, así que una vez que guardé el auto, dí la vuelta para saludar al nuevo vecino y echarle una mano si había falta.

Al llegar, me presenté ante quien daba las órdenes en la tarea de descarga, y resultó ser Ariel, un hombre algo mas joven que yo. Frente a mis 50 años, aparentaba alrededor de 40, 42 años. Bien vestido, piel bronceada, se veía que era muy cuidadoso con su apariencia. Fue muy atento y agradeció mi ayuda, pero dijo que todo estaba en manos de la gente de la mudanza, que el no pensaba cargar ningún mueble y menos iba a permitir que su nuevo vecino lo hiciera. Me invitó a que pasara a tomar algo apenas se instalara y yo retribuí su invitación para cuando quisiera. Volví a casa y luego de ducharme me instalé comodamente en el living a escuchar música y tomar una copa.

Al rato llegaron mis mujeres y entraron comentando la mudanza. Yo tercié en la conversación pasando los datos que había obtenido de nuestro vecino, lo que fue seguido con interés por la platea femenina.

Con el paso de los días, empezamos a encontrarnos seguido con Ariel, y despacio se fue estableciendo una buena relación, como corresponde a vecinos que de una u otra forma tienen que compartir lugares comunes en una misma propiedad, y la verdad, que mostraba un excelente don de gentes, inteligencia y buenos modales, que realmente daba gusto interactuar con el.

Al poco tiempo, se hizo notorio que tenía una vida social muy activa, y era permanente la concurrencia de mujeres de diversas edades que por uno u otro motivo pasaban por su casa, a diferentes horas, y muchas veces se quedaban alguna noche allí.

La verdad que un hombre casado desde hacía varios años y con todo el peso de la rutina en la cama, no podía menos que envidiar la vida que Ariel llevaba. Pero, la vida es así, y cada uno tiene que vivir lo que le toca. Después de todo, no podía quejarme. Mi mujer era realmente atractiva y mas allá de la costumbre, era muy satisfactoria en la cama, y yo la pasaba mas que bien. Es cierto que algunas veces me parecía que tenía sexo conmigo por compromiso, pero bueno, después de años de casados esto es bastante normal. Por supuesto que yo también, cuando me excitaba al ver a otra mujer terminaba disfrutando de mi mujer mientras pensaba en la otra. Todo muy normal, como verán.

Un sábado a la tarde que estaba solo, volví a subir al entretecho, para ver que utilidad podía tener. Una vez allí arriba, y mientras miraba todos los rincones, me pareció escuchar voces. De inmediato hice un silencio absoluto. Las voces se oían, claramente. Una era la de Ariel, y la otra de una mujer. Me acerqué despacio hasta el techo de su departamento y con sorpresa veo que había una rejilla de ventilación, que daba a su dormitorio. Me acosté en el piso y por esa rejilla podía ver toda la habitación.

Mientras mi curiosidad me dominaba, veo a Ariel entrar al dormitorio, seguido por una jovencita de unos veintitantos años, rubia, muy atractiva.

- El baño está por allí, dijo Ariel, mientras yo me pondré cómodo, dijo.

La joven entró al baño, y Ariel, lentamente fue desnudándose. Tenía un cuerpo bien trabajado, no con una musculatura exagerada pero muy equilibrado. Cuando se desnudó totalmente pude verlo completo y me sorprendió su equipo. Tenía una verga larga, que aún en reposo, llamaba la atención, y dos pelotas enormes y duras, que al estar completamente depilado parecían aún mas temibles.

Tomó una robe de su armario, y se acostó en la cama, apoyándose en el respaldo.

La rubiecita salió del baño, vestida solo con su ropa interior.Verla y que se me pusiera dura, fue todo uno. Era una verdadera belleza. Ese tipo de mujer que siempre, siempre, se cogen los otros.

Se acercó a los pies de la cama, y gateando subió a ella, y se acercó a Ariel comenzando a besarlo suavemente. Ariel se dejaba hacer, respondiendo apenas a los besos. Una de las manos de la joven comenzó a acariciar el pecho del macho y fue bajando lentamente hasta llegar a su sexo, comenzando lentamente a masturbarlo.

- Sigue, sigue, decía Ariel mientras desabrochaba su soutien, y liberaba sus pechos, pequeños pero duros, con unos pezones oscuros y excitados, que comenzó a chupar de inmediato.

La robe abierta, permitía ver esa verga totalmente dilatada. Era impresionante. Y la jovencita, se ubicó sobre él y corriendo su tanga, comenzó a frotarse su sexo, con esa vara dura. Al hacer esto, Ariel se quedó apoyado en el respaldo de la cama con los ojos cerrados, dejando a la hembra que se sacara las ganas.

- No aguanto mas, necesito tenerla adentro, dijo la rubia, sin quitar sus ojos de esa verga monstruosa.

- Date el gusto perra, dijo Ariel, tomandola del cuello.

La hembra se levantó, mantuvo la tanga corrida y apuntó la herramienta hacia el centro de su vagina y lentamente se dejó caer, consiguiendo que un buen pedazo de carne entrara en su cuerpo.

- Uhhhhhhhh, está grande, dijo levantándose un poco, para luego volver a bajar y conseguir empalarse algunos centímetros mas que la primera vez.

- Ahhhhhh, te siento, como te siento dijo, mientras Ariel tomándola del cuello la atraía hacia adelante. Se apoderó de su boca y comenzó a besarla de manera muy posesiva.

En un momento se despegó y la miro. Y sin decir nada mas, levantó sus caderas y la ensartó hasta el fondo. La hembra quiso escapar, pero como estaba tomada del cuello, poco pudo hacer. Con el envión la hizo girar, quedando los dos de costado, y el macho con sus piernas entre las piernas de la hembra, y en esa posición comenzó a tirar en forma pausada, pero siempre enterrándose hasta el fondo. Desde mi lugar veía como toda la verga salía y volvía a entrar hasta que los huevos chocaban con el cuerpo de la joven. Y en ese momento ella comenzó a ulular y claramente estaba alcanzando un orgasmo de campeonato.

- Acabo, acabo, decía la perra, mientras temblaba y se sacudía como si estuviera sufriendo un ataque.

- Goza, goza, decía Ariel frenando las arremetidas para dejarla que alcanzara el clímax plenamente.

Quedaron unos minutos quietos, y cuando ella se recuperó, giró otra media vuelta, se ubicó sobre ella, levantó sus piernas sobre sus hombros y volvió a clavarla salvajemente. Esta vez, era una verdadera máquina, y en cuestión de minutos se dejó ir hasta el fondo y se vació.

- Ahí te va puta, come, come, le decía mientras su boca se apoderaba de la de la hembra.

Aprovechando ese momento, lentamente me retiré sin hacer ruido. No pueden imaginarse como estaba. No me había ido en seco, pero no había faltado nada. Estaba totalmente fuera de control.

Bajé de mi observatorio, acomodé todo para que no se notara la existencia del lugar y en ese momento escucho que abren la puerta.

Rápidamente me dirijo al dormitorio, y tomando un libro me acosté en la cama simulando leer, cuando mi mujercita entró al lugar.

- Raúl, que haces aquí?, dijo mi mujer sorprendida

La miré con su ropa de gimnasia, con la que venía de caminar, transpirada, y la verdad, me puse como una moto.

- Estaba leyendo un rato, hasta que llegaras, dije levantándome de la cama y acercándome a abrazarla.

- Espera, espera, que estoy transpirada, dijo tratando de alejarse, sin saber que hoy iba a ser imposible.

La tomé de la cintura y la bese apasionadamente.

- Espera, que voy a bañarme. Estoy cansada. Esta noche hablamos dijo sonriendo.

- Ahora estás transpirada, y dentro de un rato vas a estar totalmente regada con mi leche, le dije mientras le quitaba su remera.

- Estás muy apurado, dijo mientras colaboraba para que la desnudara de la cintura para arriba.

- Estoy muy caliente al verte así, dije mientras le bajaba de un tirón sus pantalones de lycra y su bombacha.

- Tengo que sacarme las zapatillas, dijo, tratando de sentarse en la cama, pero no la dejé. Así como estaba la acomodé boca abajo sobre la cama, con sus rodillas en el suelo. Ella no entendía nada. Se dio vuelta para mirarme mientras yo me desnudaba rápidamente y sonrió cuando vio mi verga totalmente enfurecida. No era la de Ariel, pero ninguna mujer se había quejado de mis 17 cms.

Me arrodillé detrás de ella y comencé a frotarle mi verga por su sexo y su ano. Estaba tan mojada que la lubriqué bastante. Y luego, despacio, abrí su vagina y la acomodé en la puerta, dejando la cabeza entre sus labios.

- Que dura que está. Hace rato que no te veo así. No se que estás leyendo pero espero que sigas con la lectura, dijo mirándome sonriente.

Despacio empujé hacia adelante, haciendo que gimiera. Me retiré y volví a empujar. Noté como poco a poco se iba lubricando ella también. La escena le había dado mucho morbo. Seguramente no se esperaba volver de la caminata y terminar ensartada.

Por fin, se la fui metiendo hasta el fondo, mientras ella se aferraba de las sábanas para aguantar la arremetida. Cuando estuve adentro hasta las cachas, comencé a bombearla con desesperación.

- Despacio, bebé, despacio que yo también quiero gozar, dijo al darse cuenta que no iba a durar demasiado.

Y no duré. En cuestión de minutos me vacié gritando como un marrano. Que calentura, mi madre, que calentura. Ella se limitó a recibir la lluvia de mi semen y se quedó quieta dejándome acabar totalmente.

Luego de un rato me retiré.

- Perdona, pero estaba muy pero muy caliente. Necesitaba poseerte y regarte con mi leche.

Lorena se levantó de su posición y se acomodó el pantalón.

- Está bien, Raúl. No hay problemas, pero espero que la próxima me des lo que necesito, dijo metiéndose en el baño.

Al rato llegó mi hija, y todo estaba normal. Como si nada hubiera pasado.

 

(Continuará)

(9,19)