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Lo que escondía la gestoría (segunda parte)

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La noche estaba en calma, nada dejaba entrever lo que hace pocos minutos acababa de suceder en aquel apartamento. Después de ducharnos, nos habíamos puesto a cenar, una sencilla ensalada de pasta. Incluso Alisa parecía distinta, estaba relajada y contenta, lejos de la seriedad y distancia que trasmitía en el trabajo. Ese clima de tranquilidad nos dio confianza para hablar de nuestras vidas. Empecé contándole mi vida, casi des del comienzo, hasta como había acabado en el apartamento esa noche, Alisa bajó la mirada, me di cuenta de su sentimiento de culpa, aunque mis palabras sin reproches le hicieron sonreír y quitarle importancia. Luego llegó su turno, al parecer llevaba con el Sr. Anro desde que tenía unos 8 años, vivía con su padreen el Caribe, pero se habían venido a España a hacer negocios con él; las cosas habían salido tan mal que su padre había contraído una deuda enorme y no le quedó más remedio de dejarla a ella como señal de pago. Al hablar su cara reflejaba nostalgia y tristeza.

Sí que debía ser grande si aún no la había solventado, pero su padre había fallecido hace tiempo y ella, sin recursos, quedó en poder del Sr Anro hasta saldarla de alguna forma; no era difícil adivinar lo que debía hacer Alisa para poder hacerlo, incluyendo la presión de mentir en un tribunal hace años; en cierto modo no le quedó más remedio. Ahora era yo el que se sentía culpable de lo que había hecho, pero ella al darse cuenta, también habló de forma natural quitando hierro al asunto. Quizás esa fuera la causa de que en medio de la conversación, Alisa se decidiera a contarme la verdad.

-Desconoces muchas cosas, Peter. La gestoría es un doble negocio.- Dijo mientras yo ponía cara de sorprendido.- Tú solo conoces una, la que gestiona las fortunas, pero para aquellos que tienen un poder especial, el Sr Anro ofrece un servicio discreto de venganzas por encargo.

-¿Cómo la mafia? - pregunté ingenuamente.

-Algo así, dijo sonriendo ante mi torpeza, aunque realmente solo se dedica a violaciones sexuales. El Sr Anro es una persona muy perversa y ofrece sus servicios a los ricos que quieren dar un escarmiento a quienes ellos desean hacer mucho daño.- recalcó.

-¿Pero por qué? Eso suena a gente de poca monta y no gente rica.- pregunté.

-Estos servicios no puede pagarlos cualquiera, además es más complicado de lo que piensas, también hay que provocar un daño psicológico a la víctima, es una lástima que no puedas verlo por ti mismo para darte cuenta.

Aquellas palabras quedaron flotando en el ambiente, me quedé pensando en sus palabras. Alisa al mirarme se dio cuenta, recogió la mesa y me propuso ir hasta la gestoría.

-El Sr. Anro guarda todo en el portátil de su despacho y yo tengo acceso.- dijo seriamente.

-Es muy peligroso, además esto no va contigo.- respondí con la misma seriedad.

-Sin mí no podrías hacer nada, además estoy en deuda.- Dijo sin dejarme responder.

Recogimos todo, cogió una mochila y unas llaves. Al verse observada me guiñó un ojo y salimos; subimos a su coche, un mini deportivo de los nuevos y condujo hasta la gestoría. En menos de media hora ya habíamos regresado al apartamento con el portátil y unos cuantos montones de billetes que guardaba en la caja fuerte. A simple vista parecía una fortuna, todos billetes de 500 €. Después sacó el portátil y lo abrió, tecleó la clave y accedió a la carpeta con toda la documentación.

Miré la pantalla, aparecieron infinidad de carpetas clasificadas con un código seriado; el formato me era conocido y en medio de todas ellas, una en concreto; tenía grabado en la mente el número de aquella carpeta que había abierto en casa con aquel correo. Le pedí que la abriera, estaba llena de datos, documentos, videos y correos. Alisa tenía razón, era más complicado de lo que yo pensaba, allí había seguimientos de la gente donde aparecía sobretodo sus temores o fobias, aquello donde se le podía hacer más daño. Reconocí el correo pero le pedí que abriera el vídeo que estaba al lado.

En las imágenes aparecía un descampado, estaba grabado con una cámara de infrarrojos, ya que no había casi luz al ser de noche. Al poco apareció un vehículo y se detuvo en el centro de la imagen, del lado del conductor salió una mujer, que enseguida desapareció, era imposible saber qué edad o quien era. De la parte del copiloto bajó otra, aparentemente una mujer joven en un leve estado de embriaguez. Al enfocarla bien se me heló la sangre, era sin lugar a dudas aquella chica, la que me acusó de violarla y aparecía en el video universitario. Seguí el video con mucha atención.

Mientras esperaba a su compañera, a su espalda salió un hombre que la agarró por el cuello la inclinó sobre el capó del coche con mucha fuerza, al cogerla desprevenida le fue sencillo hacerle una llave en el brazo para inmovilizarla. Ante la fortaleza del atacante, se puso a gritar pidiendo ayuda a quien la acompañaba, pero esta no aparecía. Aquel hombre no perdió el tiempo, metió la mano por debajo de la minifalda y agarró las bragas de la chica, que ante aquel brusco movimiento rompieron fácilmente. En ese momento, el pánico se apoderó de la joven que empezó a llorar e intentar fajarse de aquella masa pesada, pero solo consiguió que la golpeara de nuevo contra el capó; dejándola algo mareada.

No parecía sentir remordimiento ante las suplicas de la joven, sacó su polla de la cremallera y con mucha agilidad consiguió penetrarla. El grito de la chica pudo oírse claramente, pero aquel lugar debía ser una zona desierta. Suplicó que se detuviera, pero él no tenía intención de parar, la penetraba de forma salvaje una y otra vez. Finalmente se dejó hacer, esperando a que acabara cuanto antes. El hombre se detuvo, dando una esperanza a la desesperada mujer, pero simplemente tenía otra intención; con la misma frialdad llevo su miembro al trasero de la joven y sin detenerse empezó a presionar. Aquello volvió a despertar los gritos y la lucha de la joven, pero de nuevo fue inútil. Su grito cuando le abrían el culo volvió a caer en el olvido.

Aquello era un sinsentido, no paró de follarla hasta que su cuerpo indicó que había llegado al orgasmo. Fue ahí cuando me fijé en aquel hombre, me recorrió un sudor frío; tenía la misma complexión yo, casi idéntica, no era extraño que aquella muchacha me acusara en aquellas condiciones, ya también me habría confundido. Cuando se giró mis sospechas se hicieron realidad, era el propio Sr Anro, solo él tenía aquel parecido tan exacto.

De nuevo me hervía la sangre, quizás por eso me había contratado, mi parecido le daba la oportunidad de echarme las culpas en cualquier momento; Alisa confirmó que posiblemente al leer aquel correo, me convertí en un hombre peligroso que sabía demasiado y esta era la oportunidad perfecta para deshacerse de mí. En cuanto a la pobre chica, era lesbiana y tenía casi fobia a un falo masculino, de ahí sus gritos. Deseaba con todas mis fuerzas hacerle pagar todo aquello, ojalá pudiera pagarle con la misma moneda al cabrón ese.

-Puedes hacerlo.- Dijo Alisa con cara seria.

-¡Estás loca, es imposible!.- Dije incrédulo.

-Si te atreves puedes, confía en mí, pero debes estar seguro de lo que vas a hacer.- Respondió sabiendo lo que decía.

Ahora estaba conduciendo el mini camino de la casa del Sr. Anro, llevaba en los bolsillos un móvil, las llaves, unos CDs y una pistola. Solo tenía que seguir el plan marcado por Alisa, en otras circunstancias no me hubiese atrevido, pero el odio me llevaba de nuevo a cometer lo que seguramente era otra locura, todo por hacerle el mayor daño posible a ese malnacido.

Entré por la puerta de los criados, coincidía que esa noche libraban todos y llegué al salón sin problemas. Era una sala amplia, en un lateral tenía una chimenea con dos sillones de época victoriana; completaba una enorme estantería llena de libros, en el otro lado, una larga mesa con sillas a juego, solamente como adorno. Justo a la hora indicada entró por la puerta, solía leer de noche en aquel lugar; al encender la luz se dirigió a la estantería y al girar me vio apuntándole con el arma. No se inmutó, era un hombre frío.

-Buenas noches. Espero que tengas una buena razón para estar aquí.- dijo tranquilamente.

No quise entrar en la conversación, podía contarle más de lo que debiera saber. Saqué las esposas y lo inmovilicé en uno de los sofás, lo suficiente para que no pudiera moverse y le tapé la boca con un pañuelo, lo último que quería era oír sus amenazas. No dejó de mirarme con sus ojos enfurecidos, seguramente una sentencia de muerte, pero no tenía intención de echarme atrás y esperé detrás de la puerta. Al poco apareció su mujer en camisón, de unos cincuenta años, muy atractiva pese al paso Pe los años, de cuerpo esbelto y pechos prominentes. Por lo que me contó Alisa, era una ferviente religiosa y el Sr. Anro la tenía como su mayor tesoro, presumía de ser el único hombre con el que se había acostado, rechazando cantidades astronómicas de sus clientes vips solo por tomar una copa con ella o llegando al extremo de hacer desaparecer a un hombre solo por saludarla con dos besos en las mejillas, era algo enfermizo; aunque desde luego, no se podía decir que él correspondiera con los mismo.

Sin dejarla reaccionar, la agarré por detrás pasando mi brazo por su cuello, le puse el arma en la sien y le ordené que no dijera una sola palabra, el Sr. Anro no perdía detalle. La llevé hasta el extremo de la gran mesa, colocados justo enfrente de donde estaba su marido, estaba atenazada por el miedo y empezó a llorar buscando con la mirada una explicación de lo que sucedía o quizás ayuda. La incliné sobre la mesa:

-¿Recuerdas?- Dije sin dejar de mirarle a la cara.

Estaba claro que se acordaba perfectamente porque empezó a moverse bruscamente para liberarse. Sonreí y metí la mano por debajo del camisón, por suerte utilizaba ropa interior fina y rompió con facilidad. La pobre mujer apretaba las nalgas con fuerza en un vano intento de evitar que la penetrara. Bajé la cremallera y saqué mi pene, colocando mi glande en la entrada de su vagina. El llanto se hizo más agudo en ese momento, sabedora de lo que iba a hacer; sin embargo, en aquella situación su vagina estaba seca, penetrarla sería doloroso para ambos. Decidí presionar con mi glande su clítoris, moviéndolo en círculos y de vez en cuando, llevándolo por el medio de sus labios vaginales para después volver al punto de partida.

Al poco tiempo, empecé a sentir como me mojaba en cada pasada. Era ya el momento y lentamente la fui penetrando entre sus llantos y la mirada asesina de su marido. Cada vez los movimientos eran más profundos y violentos, en el salón retumbaban las embestidas y la mujer bajó la cabeza para intentar disimular que sus lamentos se estaban transformando en sollozos, desde hacía un rato sus nalgas habían dejado de hacer fuerza.

La agarré del pelo y tiré sin lastimarla, finalmente el Sr. Anro apartó la vista; oír el sonido de mi vientre golpeando las nalgas de su mujer y como ella respondía soltando un gemido en cada golpe, con cara de placer, era demasiado para él. No tardé en notar como su vagina se humedecía rápidamente, aumente aún más el ritmo, los gemidos subieron de volumen cuando finalmente llegó al orgasmo, su cuerpo se retorcía y su respiración estaba acelerada, pero yo seguí sin detenerme, alargando su éxtasis.

Cuando me detuve, el Sr. Anro me miró como quisiera clavarme un cuchillo. Pero todavía no había acabado, la cogí del brazo y me coloqué delante del sofá. La arrodillé a mi lado y sin perder tiempo llevé su cabeza hacia mi pene; ella se resistió al principio, pero al ver el arma empezó a chuparlo sin protestar, para ser del sector ortodoxo de su religión se le daba muy bien. Estaba tan excitado que no tardé en correrme. Ella al darse cuenta intentó retirarse pero no se lo permití, por lo que abrió más la boca dejando escapar mi semen sobre su cuerpo, aunque en contra de su voluntad no le quedara más remedio que tragar un poco para no ahogarse.

Entonces vi las lágrimas en los ojos del Sr Anro, si lo anterior le había dolido, esto último lo había rematado, simplemente porque lo había hecho otro o quizás era algo que él nunca había podido hacer. Por muy extraño que me pareciese, disfruté más con su sufrimiento que tirándome a su mujer. Me subí la cremallera y dejé los CDs encima de la mesa.

-Quizás debiera echarles un vistazo antes de llamar a la policía.- le dije a la mujer.

Me dirigí a la puerta, fue en ese instante cuando me fijé en el cuadro de la pared; solo el sonido del móvil desvió mi atención.

-Debes ver esto, Peter.- dijo la voz de Alisa.

-Lo sé.- respondí brevemente.

Llegué al apartamento lo más rápido que pude, al entrar Alisa tenía cara de ternura y consuelo. No pude entender cómo no me había dado cuenta antes, con un poco de atención cualquiera lo habría sabido, finalmente ante mi estupidez me puse a llorar; hasta lo más bonito de mi vida había sido una farsa, lo había descubierto en aquel cuadro, su exmujer era en realidad la hija del Sr. Anro, todo formaba parte de un plan, pude confirmarlo después al ver el portátil. Alisa se me acercó y me abrazó.

-Lo arreglaremos.- dijo dulcemente.

-No quiero que te pase nada, será mejor que me dejes solo- le dije más sereno.

-En esto estamos los dos, sabrán que tú solo no has podido hacerlo y pronto llegarán hasta mí. Confía en mí.- respondió.

Nuevamente tenía razón, además en toda la noche no había hecho otra cosa que confiar en ella y no me había fallado. Metió en la maleta solo lo imprescindible, el portátil y todo el dinero. Recogimos sabiendo que nunca volveríamos. Nos montamos en una furgoneta alquilada y nos fuimos de allí.

Llegamos a un hotel de las afueras, subimos a la suit, solo para clientes exclusivos. La entrada estaba presidida por un pasillo con la puerta del baño a la derecha y unos enormes armarios empotrados a la izquierda. Al final del pasillo la habitación era enorme pero sin muchos muebles, a la izquierda una larga cómoda con un gran espejo, enfrente un diván y a la derecha una cama de matrimonio de las grandes con dos pequeñas mesillas a los laterales. Alisa entró en el baño y al salir se sentó en el diván, yo por mi parte lo hice en la cama.

A la media hora se abrió la puerta, escuché unos pasos y como el armario se abría y cerraba después.

-Espero que sea algo muy importante, me has sacado de una fiesta especial.- dijo una voz.

Hacía mucho tiempo que no la oía. Al pasar el pasillo y verme se quedó inmóvil, allí estaba yo, su exmarido apuntándola con una pistola. Estaba igual de hermosa como el último día que la había visto, llevaba un vestido de gala atado al cuello y que dejaba sus hombros al aire, realzaba su figura. Alisa se levantó y se dirigió hacia ella.

-Hola Sandra, Peter y yo hemos estado hablando y parece que lo tienes algo enfadado.- Le decía aproximándose a ella.

Sacó unas esposas, a decir verdad, debía tener una colección de ellas. Le llevó los brazos a la espalda y se las puso en las muñecas. Después se acercó a su cuello y le susurró al oído.

-Debo decir que has tenido buen gusto en elegir, seguro que te los has pasado muy bien.

Sandra no respondía, aquello era algo que la pilló desprevenida y sobretodo no sabía que podía pasar. En ese momento Alisa desató el nudo de su vestido y este cayó al suelo dejando sus pechos al aire. No pude evitar recordar las veces que los había lamido aquellos pezones, todas las noches de placer con ella, me estaba excitando solo de pensarlo. Sandra estaba nerviosa, siempre era ella la que llevaba el peso de las situaciones, pero se mostraba orgullosa o eso intentaba.

En ese momento Alisa se abrió el abrigo y lo dejó caer al suelo, estaba completamente desnuda; ver su cuerpo perfecto aumentó considerablemente mi excitación. Me sonrió, por el bulto de mi pantalón debió darse cuenta. Se apoyó en la cómoda y ordenó a Sandra que se le acercara. Miró para mi confusa, pero el arma no dejaba de apuntarle y lo mejor sería obedecer por el momento. Suavemente las manos de Alisa rozaron sus labios y bajaron pasando por sus pechos, ella se echó para atrás instintivamente, pero regresó a su posición. Sin decir nada, le puso las manos sobre los hombros y los arrastró hacia abajo hasta que la tuvo de rodillas, arqueó ligeramente las piernas a la vez que sus manos cogía a Sandra de la cabeza y la empujaba hacía su entrepierna.

Sandra se apartó bruscamente y se giró, no sabía si estaba furiosa o era pavor lo que reflejaba su cara, realmente era una mezcla de ambas.

-Ni se te ocurra, no serás capaz.- Dijo con la voz temblorosa.

Alisa ya lo sabía, yo lo descubrí el día del video universitario; al igual que su madre, tenía convicciones religiosas y para ella las lesbianas eran unas zorras que debían arder en el mismísimo infierno. Lo que querían hacerle era condenarla a ella también. Alisa la cogió con delicadeza, posando sus manos en sus mejillas y se inclinó sobre ella.

-Seguro que quieres salir viva de aquí, ¿verdad?.- mirándola fijamente a los ojos.- y con lengua.- añadió a la vez que pasaba la suya sobre los labios temblorosos de Sandra.

Aquella amenaza minó su resistencia. En un último intento, comenzó a suplicar que olvidaría todo, parecía una niña llorando ante el castigo de unos padres. Todo se interrumpió cuando su boca golpeó los labios vaginales de Alisa, ésta la sujetaba con fuerza para evitar que escapara. Sandra, movió su cuerpo con desesperación mientras las lágrimas salían de sus ojos; finalmente comprendió que quizás ardería en el infierno pero seguiría viva. Cuando Alisa sintió su lengua lamiendo su clítoris, me miró. Pude verlo en sus ojos, lo hacía por mí y para mí. Me quité la chaqueta, mi cuerpo ardía al verlas, aquello era la fantasía más imaginada por los hombres. Cuando me explicó el plan no supe que decir, no hacía falta que me dijera que no era su primera vez, podía imaginármelo; pero no puse reparos. Pero en ese momento, solo sentía envidia de Sandra. Era yo el que deseaba estar lamiendo de nuevo su coño.

La respiración agitada de Alisa me sacó de mis pensamientos, no dejaba de mirarme un segundo. Yo tampoco dejaba de hacerlo, su cara estaba marcada por el placer, sus pechos se habían puesto firmes y sus pezones duros. La cabeza de Sandra firmemente agarrada no me dejaba ver más, pero al cabo de un rato, cuando las manos aflojaron su fuerza y Sandra pudo liberarse, vi como sus labios estaban empapados de flujos vaginales. Posteriormente Alisa la maniató al diván de la habitación, ella se tranquilizó creyendo que todo había acabado, pero el plan seguía en marcha.

Escuché de nuevo sus gritos, amenazas y llantos cuando Alisa se inclinó y le quitó las bragas. Sandra se defendió dándole con las piernas un empujón que la envió un metro hacia atrás. Fue en ese instante cuando me levanté decidido, no aguantaba más y me abracé a Alisa por detrás rodeándola con mis brazos. Giró la cabeza, aquello no estaba en el plan, inmediatamente empecé a besar su cuello y masturbarla mientras sentía la presión en sus nalgas de mi miembro erecto.

Fue un instante, no me dejá más y se volvió hacia mí. Quizás me había atrevido demasiado y me había equivocado. Pero sus ojos me transmitían calor y cercanía, me besó apasionadamente, mientras sus manos desabrochaban mis pantalones. Los agarró y agachándose me los bajó dejando mi pene enfrente de su cara, lo sujetó con la mano y comenzó a lamer lentamente el glande, solo de recordar la felación que me había hecho mi cuerpo no dejaba de vibrar. Alisa lograba que te olvidaras de todo, el calor de su boca, el roce de su lengua y ver su cabeza moverse era el placer en estado puro.

Cuando se detuvo, mi deseo era cada vez mayor, me sonrió y yo le correspondí. Me llevó a la cama y me tumbó en su extremo, se colocó encima como una amazona monta a su caballo, colocó el glande en la entrada de su vagina y lentamente se dejó caer hasta introducirla por completo. Su vagina envolvió a mi pene en un goce maravilloso, mi respiración se aceleraba a cada movimiento de cadera. Abrí los ojos, sus pechos se movían como si me llamasen; me incorporé y comencé a jugar con sus pezones, ella me rodeó con los brazos, pronto comenzamos a jadear con la excitación, aumentando el ritmo de penetración.

-No aguanto más.- dije liberando mi boca.

-Aguanta un poco más, solo un poco.- Dijo con la voz entrecortada.

-No puedo, es demasiado.- respondí.

Se detuvo al instante, sus manos me volvieron a tumbar sobre la cama. Me quedé expectante, quizás esperaba más de mí y la había defraudado, no lo sabía. Levantó su cadera, mi pene salió húmedo y se inclinó rozando mis labios.

-Solo aguanta un poco más, quiero hacerlo.- me dijo susurrando.

Subió su tronco, puso una mano en mi pecho y la otra cogió mi pene. Lo volvió a colocar en su entrepierna y nuevamente se dejó caer pero más despacio. Esta vez sentí como mi glande hacía fuerza, al penetrarla no noté la humedad de su vagina y sus músculos presionaban con más fuerza el tronco de mi pene a medida que entraba. Su rostro mostraba satisfacción, había abierto la boca y la había cerrado después mordiendo con sus dientas el labio inferior. Sus brazos me impedían levantarme, mientras me cabalgaba con ese movimiento de cadera delicioso. Nunca había practicado el sexo anal y Alisa estaba logrando que fuese un placer extremo, ella liberó una de sus manos para masturbarse, no pude evitar fijarme como sus dedos presionaban su clítoris moviéndolo en todas direcciones. Cada vez más rápido al igual que su cuerpo.

-Córrete, córrete.- gritó entre gemidos y espasmos.

Su cuerpo temblaba y era incapaz de mirarme en medio de su orgasmo. Aunque no hubiera dicho nada, yo ya estaba en el punto de no retorno y aquello me provocó un brutal orgasmo, mi cabeza empezó a dar vueltas mientras no dejaba de bombear semen dentro de su culo. Alisa siguió moviéndose unos segundos y después se dejó sobre mi cuerpo. Ambos estábamos extasiados y agotados, esa noche o incluso antes había surgido algo entre los dos. Nos habíamos olvidado por completo de Sandra, estaba en el diván mirándonos con cara de asesina, ahora si reconocí claramente la misma mirada que su padre.

Nos duchamos y arreglamos antes de salir de la habitación dejándola allí atada, ya vendría alguien a liberarla y por suerte no sería pronto. Nos dirigimos al aeropuerto, dentro de cinco horas salía un vuelo a un país fuera de la influencia de la familia del Sr Anro, aunque tener el portátil nos aseguraba siempre cierta protección.

Al cabo de unos días nos llegó la noticia del divorcio sonado del Sr. Anro y el internamiento en un psiquiátrico de su hija. Yo por mi parte había aprendido a disfrutar de la vida, que no era difícil al follar todos los días con Alisa, mi nueva esposa.

FIN

(9,90)