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Arrepentidos los quiere Dios. (Capítulo 38)

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Capítulo 38

 Sin soltarnos de las manos llegamos al apartamento del novio de Sonia. Oscar se llama; un tiarrón de unos treinta años; no guapo, pero si atractivo en su conjunto.

--Mira que amiga más guapa. Dijo Sonia.

--Guapa no, diría que guapísima. Dijo Oscar a la vez que me besaba ambas mejillas. Y añadió.

--Me figuro que os habréis conocido en Chueca. ¿Verdad Sonia?

--Sí, cariño, en el Fulanita de Tal he conocido a esta hermosa criatura.

--Y por la cara que traes de satisfecha, me figuro que os lo habéis pasado "de fábula".

Yo callaba, sólo asentía. Me gustaba la parejita porque se comportaban de una forma tan natural ante situaciones que, en mi época de adolescente, hubieran sido impensables.

Lo triste era, que, antes teníamos las mismas inquietudes y los mismos vicios, pero ocultos. Me acordé de mi pobre Adela, y el final de los días de Darío. Pero en mi mente siempre perdurará la imagen de aquella Adela que me amó en su mansión de La Isla.

¡Qué feliz hubiera sido en esta sociedad a sus veinte años! La pobre sólo pudo gozar los pocos últimos años de su vida tal como hubiera querido. Oscar me sacó de mi ensimismamiento.

--Bueno niñas; Me figuro que "después de la batalla"vendréis hambrientas. He preparado unos piscolabis de chuparse los dedos.

--Es que Oscar es cocinero de un restaurante cinco tenedores, ¿Sabes Manolita?

Efectivamente, había preparado unos menús o combinaciones de materias gastronómicas aderezadas con unas salsas totalmente desconocidas para mí.

--Es la nueva cocina, ¿Sabes Manolita? Oscar es un virtuoso de la misma. Dijo Sonia.

--Ya lo veo ya. Dije al terminar de degustar uno de aquellas especies de canapés, que realmente estaban exquisitos.

--El misterio se halla en la combinación de los ingredientes y en las salsas; producto de miles de mixturas hasta encontrar la más exquisita para los paladares exigentes. Y que se guardan sus fórmulas como oro en paño.

--¿Cómo la Coca-Cola? Dije, por no estar calladita.

--Pues mira, sí, Manolita. No has dicho ninguna tontería.

Degustamos todas las creaciones culinarias que Oscar había preparado; y de pronto me acordé de lo que de verdad me había traído a Madrid. Pero me dije: ya le pueden dar morcillas a ese tal Ernesto, del que vine con tanta ilusión esperando encontrar a Sergio; el amor que creía como la máxima verdad del alma humana.

Pero... ¿Por qué no podía hallarlo!

--En que piensas Manolita. Me dijo Sonia como preocupada. Si estás a disgusto con nosotros, por favor, no te sacrifiques.

--¡Cómo puedes pensar eso Sonia! ¡Por favor!

--Es que me ha parecido ver en tu precioso rostro como un gesto como de disgusto.

--Ha sido simplemente un recuerdo amargo que me ha venido de súbito. Y para demostrarle mi agrado, le di un beso en los labios.

--Ves tonta cómo no. Que estoy deseando que me hagas gozar como esta tarde me lo has hecho en ese club.

Miré de reojo a Oscar, y se notaba a la legua que estaba empalmado, sus ojillos parecían que echaban candela y le hacían chiribitas. Dijo de repente.

--Bueno niñas; ir caldeando el ambiente mientras yo recojo la mesa, quito todos estos trastos del medio, y pongo el lavaplatos a trabajar.

--¡Pero leches Sonia! ¿Dónde has encontrado a este "mirlo blanco"que además de hacerte "la colada", también te cocina y te friega los platos?

--Hija, éste, "siquiere teta", se la tiene que ganar. Eso de follar por la cara a la esclava se acabó.

Me reí porque yo sabía mucho de eso, risita que captó Sonia.

--¿Te hace gracia, Manolita?

--No, cariño. Sonrío por lo bien que piensa la mujer de hoy.

--Ya lo sé, querida; mi madre me cuenta cosas de cuando la Dictadura, y de verdad, no sé como podíais aguantar a aquellos cafres de tíos.

--Hija. Las circunstancias mandaban. Las sociedades machistas como aquella del "Tío Paco", que imponían sus normas.

--¡Joder! pues vaya plan más chungo que tenían las mujeres de entonces.

--No todas, no todas; algunas se rebelaban contra el sistema, y aunque su lucha fue ardua, los frutos de aquella lucha, los habéis recogido vosotras.

--Mi padre cuenta, (narraba Sonia) y no sé si será verdad, porque es muy exagerado, que había en aquel Régimen una prostituta de lujo, que se llamaba, o se llamará precisamente como tú, Manolita; que era la mantenida por los mandamases del Gobierno; y que generales, ministros, y dicen que hasta presidentes de gobiernos comían en su mano.

Me quedé compactada, pero en segundos entendí que no podría saber que era yo; por los años pasados desde el cierre del prostíbulo, y por lo joven que es Sonia. Además, no se daba publicidad de aquella actividad siempre oculta. 

--¿Qué más cuenta tu padre de esa tal Manolita? Dije poniendo cara de ingenua interesada en el tema.

--Un día, tendría unos seis años, mi padre y mi tío hablaban de esa tal Manolita sin percatarse que yo estaba en la habitación de al lado. Pegué las orejas a la puerta, y mi tío le decía a mi padre.

--Manolita era materia reservada, sólo accedían a ella los mandones del Régimen.

--Y tú, ¿cómo pudiste entrar? Le inquirió mi papá.

--Fue en la última etapa del ejercicio de su actividad. A la muerte de la dueña del burdel, "la Casa" perdió gran parte del glamour que tenía, pero las hembras, seguían siendo de impresión; y gracias a mi amigo Fernando Lopetegui, comisario de la policía del distrito, que conocía muy bien a Manolita, y en cierta forma le protegía: accedió a echar un "par de polvetes” conmigo.

--Y... ¿Qué tal te fue?

--¡Buffff! ni te cuento. Ninguna mujer me la ha chupado como ella.

--¿Qué tal follaba? Siguió preguntando mi padre, con los ojillos encendidos por la curiosidad.

--¡De maravilla! Movía el culo de una forma que te "sacaba hasta los calostros"en un plis-plas.

--Y las pesetas, ¿qué tal te las sacó?

--El sueldo de un mes, pero mereció la pena. Sólo la copa de coñac Peinado que daba a sus clientes, casi valían las pesetas que pagabas.

--Y... ¿Qué fue de ella? ¿Sabes algo?

--Cuentan que se fue a una isla del Caribe, que vendió "el aliviadero", y nada más se supo de su cuerpo.

--¡Vaya con tu papá y tu tito...! Sonia. Le dije sonriendo.

En esto, entraba Oscar que había escuchado el relato de su novia, y dijo.

--Que pardillos eran los tíos de antes. ¡Mira qué pagar por joder...! No creo que esa tal Manolita estuviera tan buena como vosotras. Hoy la mujer soltera folla como Dios manda; de la misma forma que los tíos, por puro placer; y así es como debe ser. Para eso os habéis liberado. Y siguió:

--Bueno niñas, que con la charla no habéis calentado motores, y a un servidor "se le escurre toda la sustancia por el nabo".

Nunca había hecho un trío. Y no sé los motivos; quizás porque la mentalidad del hombre de antes no le entraba eso en la cabeza. Ya saben: el machismo a ultranza. Y me dispuse a probarlo; Sonia era un encanto, y Oscar, aunque algo brutote, parecía un toro enjaulado.

Lo que saqué en claro después, que, prefería estar en los brazos de una mujer y libar sus jugos, antes que de los de un hombre. La jugada de Sergio había destrozado todas mis expectativas de mujer ante el hombre. Ya no podría confiar en ninguno. 

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